jueves, 26 de junio de 2008

El viaje en el tiempo de Vigalondo

Mañana se estrena en toda España una película que nadie, absolutamente nadie, debería perderse. Se trata de un filme imprescindible, una cinta valiente que evidencia que el cambio puede llegar al cine patrio con películas como esta ‘Cronocrímenes’, de Nacho Vigalondo.
Una fascinante propuesta de género de ciencia ficción (ahí es nada), tan ajena y arriesgada que destruye el interés de cualquier otra película de cine español parida en mucho tiempo. Vigalondo es capaz de utilizar pocos recursos para montar una fábula de complejas posibilidades teóricas y técnicas acerca de un subgénero tan variopinto como es el de los viajes en el tiempo, jugando con las múltiples posibilidades que ofrecen las paradojas asociadas a una historia que opera a modo de puzzle y que tiene en Bárbara Goenaga, Karra Elejalde, Candela Fernández y el propio Vigalondo a sus únicos cuatro personajes.
‘Cronocrímenes’ es la historia de un hombre gris y anodino que, recién instalado junto a su mujer en un apacible entorno junto al bosque, descubre con sus prismáticos a una hermosa joven desnuda. La curiosidad por este hallazgo le hacen acercarse sin saber que un hombre con gabardina y con una extraño vendaje rosa le atacará con unas tijeras. Es el comienzo de un viaje a modo de ‘thriller’ a través del tiempo, desdoblando realidades, abriendo una apasionante variación de perspectivas a una película que tiene en su guión a su mejor aliado y que ha obtenido premios como la Medalla de Plata del Público y el Premio a la Mejor Película en el Fantastic Fest Austin 2007 (Texas), el Asteroide de Oro a la Mejor Película del Festival Science Plus Fiction Trieste 2007, Premio del Público del Philadelphia Film Festival 2008 y el Tulipán Negro del Ámsterdam Fantastic Film Festival 2008.
La semana que viene, la ‘review’ abismal.
Hasta entonces, no os perdáis la entrevista hijaputa de Chico Santamano a Nacho Vigalondo.
Cartel by Antiegos.

martes, 24 de junio de 2008

Review 'El Incidente (The Happening)'

Lo que el viento se llevó
Shyamalan utiliza una ficción que aprovecha ciertos elementos argumentales oportunistas para ofrecer otra fábula que ahonda en la dicotomía contrapuesta entre el agnosticismo y la creencia. Pero ésta vez sin acierto y cayendo en el ridículo.
M. Night Shyamalan se ha labrado una doble vertiente dentro del sector crítico que también ha salpicado a su entorno artístico y comercial; primero la de un hacedor artesano con vocación de autor, que ha ido creando una idiosincrasia en torno a los cuentos populares, a las fábulas poéticas de monstruos metafóricos que rodean un universo siniestro, pero hermoso a la vez. La segunda, la de un director excesivamente ensimismado con su obra, acusando un egocentrismo sin precedentes, donde la soberbia y el ego del que tanto ha hecho gala desde sus inicios como realizador le han ido pasando factura paulatinamente. Muchos acusan obras como ‘Señales’, ‘El Bosque’, pero sobre todo ‘La joven del Agua’ y ésta última ‘El Incidente’ de ése ombliguismo patentizando en la innegable caída de un embaucador o vendedor de humo al que se le han terminado los recursos para seguir mintiendo de esa forma tan elegante y cuidada de sus primeras películas.
En el cine de Shyamalan, la puesta en escena y la base rítmica siempre han sido los puntos fuertes de sus historias humanistas que desprenden de su propósito final un discurso reconocible que apunta al análisis de la sociedad moderna, dibujando para ello temores donde el liberalismo político, el racionalismo, la moralidad y la autocensura reflejan el pánico a lo desconocido, recurriendo en todo momento a la sugerencia visual y argumental para enjuiciar subversivamente el relativismo moderno, la falta de principios morales o el excedente de ellos, el gradual progreso y la falta de Fe en lo trascendente, más allá del ámbito terrenal.
Esa máxima, unida a la ambigüedad y al prodigioso manejo de los mecanismos del suspense con el que Shyamalan envuelve sus filmes no abandonan ‘El Incidente’. Para la ocasión, el realizador de origen hindú narra la inexplicable aparición de lo que parece ser un ataque tóxico que asola la costa oeste de los Estados Unidos. La devastación llega a través del aire, donde una ventisca afecta a la población haciendo que las personas contagiadas acaben suicidándose. Una silenciosa amenaza que también incumbe a Elliot Moore, un profesor de ciencias que huye a Pennsylvania junto a su mujer, un amigo y la hija de éste, sin entender qué es lo que sucede en el comportamiento humano hasta llegar destruirlo.
La idea inicial tiene la fuerza argumental de sus anteriores películas (incluidas aquellas que han naufragado); el desastre natural a gran escala que amenaza el ecosistema de los hombres y su instinto de supervivencia se cristaliza además con un arranque prometedor, rodado de forma impoluta, que brinda una maravillosa secuencia terrorífica y asfixiante, la de esos obreros que asisten atónitos al desplome de varios compañeros de faena que se inmolan lanzándose al vacío, encadenando una serie de catástrofes urbanas que evidencian ese suicidio en cadena.
Como punto de partida, podría remitir a la obra de Victor Sjöström ‘El viento’, obra clásica donde un ventarrón amenazador y omnipresente, protagonista del relato, también confería una atmósfera opresiva y perversa a la película, con aquellas tempestades de arena que hacían perder la cabeza a los protagonistas. Aquí, la cosa es similar, pero la intención es muy distinta a la conseguida por el cineasta sueco. El terror que deviene en infranqueable virus hipnótico y a la vez mortal provocado por el viento es un aire polinizado con la maldad de un planeta que está cansado de las continuas negligencias que el ser humano ha pervertido sobre él. La diferencia estriba en los planteamientos que van desarrollando el patrón narrativo y las subtramas que pretenden dar algo de significación a la acción, más allá de metáforas, reflexiones ni silogismos.
La ficción artificiosa de ‘El Incidente’ se aprovecha de ciertos elementos argumentales oportunistas y cuanto menos porfiados dentro del cine actual con respecto a la realidad; amenaza colectiva, miedo descontrolado como parábola del 11-S, advertencia sobre los peligros de la contaminación global… un catálogo de tópicos que mezcla terrorismo internacional y calentamiento global, aprovechada además como ataque a los ‘mass media’ por su teorización sin fundamento, reprochando la ignorancia desinformativa de la sociedad actual. Y lo hace sin ningún alarde de inspiración, compilando innumerables situaciones, diálogos y secuencias que caen, muchas veces, en el ridículo más desastroso; como ésa subtrama de infidelidad no consumada, la réplica forzada del personaje de Harlan Ogilvy de ‘La Guerra de los Mundos’ en una anciana con tintes ‘hitchcockianos’, publicidad subliminal del iPhone, redundancias innecesarias sobre la huida y sus razonamientos, pero sobre todo, trufando el relato con artificiosas frases que alcanzan incluso cierto tono de autoparodia. Algo que, obviamente, no hace sino que afianzar el descalabro bufonesco.
Shyamalan, por su parte, persiste en su empeño por ahondar en la dicotomía contrapuesta entre el agnosticismo y la creencia, arraigando a su idiosincrasia argumental un elemento que no es nuevo. La de un poder que rige el destino del hombre, observándole y juzgándole por sus pecados. El realizador y guionista confiere así una infantilización de Dios o simplemente presenta a los ojos del público la teoría de Gaia de James Lovelock; la Tierra como un ente vivo donde la biósfera es la encargada de generar, mantener y regular sus propias condiciones medioambientales, produciendo una evolución compartida entre lo biológico y lo inerte.
Es la síntesis de cierta frivolidad que ha perseguido en muchas ocasiones a los guiones de Shyamalan, que no duda en seguir lo que está narrando hasta llegar al extremo, sin preocuparle si lo que se ve en pantalla termina siendo una estrambótica historia. Por supuesto, el entramado catastrofista no podía combatirse de otro modo que con el amor recuperado de la pareja protagonista, con la eliminación de los odios y de la agresividad que, en teoría, es la causante de la rebelión natural contra el hombre. De ahí, que uno piense que el ‘redneck’ agrónomo aficionado a los perritos calientes y dueño de un invernadero pueda haber sobrevivido junto a su mujer al ataque del viento por su amor y entendimiento hacia las plantas. En ese sentido, ‘El Incidente’ podría definirse, de un modo irónico, como un spot hiperbolizado del Padre Vicente Mundina, que también lleva defendiendo toda su vida la capacidad de los vegetales para percibir las circunstancias que se dan en su entorno.
Más allá de todo esto, ‘El Incidente’ pretende en todo momento seguir las pautas del cine de Serie B, de no tomarse en serio a sí misma (desde las frases de preescolar de los personajes hasta el anillo que cambia de color), pero naufraga en su énfasis por profundizar con desatino en la disfuncionalidad familiar, en el engaño, en el reencuentro emocional, la vulnerabilidad del entorno cotidiano, con ese ‘deja vu’ de adultos con niños y la recuperación del amor. Da la sensación de que Shyamalan está tan preocupado por la comercialidad y la autoría de su obra que no deja espacio para la esperada sugerencia de un texto opaco, que se lanza al espectador con una interacción sin energía, llena de tópicos; que si persecución a campo abierto donde el viento en el monstruo invisible, que si el desconcierto de las matanzas colectivas. Siempre lo mismo.
Shyamalan es un autor artesanal, muy controvertido, que se ha negado a lo largo de su filmografía trufada de éxitos y fracasos a seguir las leyes del ‘blockbuster’, a reconvertir una y otra vez el ‘thriller’ psicológico, arriesgando con una apreciable voluntad que se antoja en exceso comprometida, casi suicida. ‘El incidente’ no aprovecha ese minimalismo con el que el cineasta sabe sacar partido a los dispositivos clásicos de la narrativa clásica y moderna, acreditando la incapacidad del director por transmitir algo de certidumbre a su apagada historia que ya afloró en la desastrosa ‘La joven del agua’. Y lo que es peor transmitiendo esa inopia de talento a sus actores Mark Wahlberg, Zooey Deschanel o John Leguizamo, que está muy lejos de resultar convincentes.
El problema reside en las limitaciones autoimpuestas. Shyamalan se recrea tanto en sí mismo que imposibilita su evolución, ofreciendo lo mismo una y otra vez, recurriendo constantemente a sus trabajos anteriores para no perder esa pátina de esplendor visual que siempre han desprendidos hasta sus peores trabajos (que se van acumulando poco a poco). Hay talento subvertido dentro del filme, no obstante, pero permanece atenuado con el énfasis visual de un genio de la puesta en escena que está en horas bajas. Él, como nadie, sabe filmar la tensión y el suspense, pero aquí se sostiene en un esquematismo tan reprochable que ni siquiera existe una voluntad metafórica que sirva de excusa. Shyamalan se queda sin coartada demasiado pronto en su reflexión interna.
Todo es catastrófico, que no catastrofista, llegando a una apostura que roza la tomadura de pelo, cuando el espectador tiene que asistir a un triple final que concluye con un ‘happy end’, con la esperanza de vida (ése predictor que da positivo), enfrentado sin embargo a la nueva amenaza, ésta vez en Francia, la ciudad del amor, con una secuencia de bicis y ‘gays’, en la que el virus destructor promete no ser tan condescendiente.
No hay espacio para evidenciar una desestructuración social, ni para una explicación a un enigma que no existe. A Shyamalan, por definición de su cine, no le gusta argumentar a la interpelación de sus tramas. Es más cómodo diluir las cuestiones en el profundo sentido del vacío que han puesto en evidencia sus guiones y han afianzado sus fracasos. Y es que en las películas de Shyamalan, como la propia ciencia en su justificación final dentro del filme, no se puede explicar del todo. De hecho, no se puede explicar nada. Y ése es el inabordable escollo de esta nueva y discrepante cinta del autor de obras tan magníficas como ‘El Sexto Sentido’, ‘El Protegido’ o ‘El Bosque’.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 23 de junio de 2008

¡Va fanculo Italia!

La memoria no sólo hará recordar la noche de ayer como una gesta que acabó con la maldición de los cuartos de final, al igual que aquélla que rezaba que España no ganaba en 88 años a Italia y fulminando, de paso, la cruel realidad de las derrotas en una fase final el día 22 de junio. Lo recordaremos también porque con esta importante victoria se exime la deuda con un innoble y despreciable ex deportista, con parte de una nación que deshonran el nombre de un país aglutinados como estúpidos mostrencos que merecían la angustia y tristeza futbolística de ayer, con la grandeza deportiva de un equipo acostumbrado al fracaso. La Historia ha cambiado y tiene un nombre propio que debe pasar con mayúsculas a los anales de este deporte: IKER CASILLAS, el héroe nacional del día de hoy.
El destino parece ahorcar los hábitos. La suerte puede hacer que otro fantasma del pasado como Gus Hiddink, el adalid responsable de que Corea del Sur ganara en complicidad con el árbitro Gamal Al Ghandour una clasificación mundialista injustamente, se lleve también un correctivo.
Ya iba siendo hora de que el fútbol, ese deporte a veces idiotizante y sin sentido, vaya dando una alegría a la afición.

domingo, 22 de junio de 2008

España-Italia: Con V de Victoria, con V de 'vendetta'

Fueron unas semanas de mucha tensión. A modo personal, en aquel verano de 1994 sucedieron muchas cosas. Una, que pasé con éxito rotundo las pruebas de selectividad, que dio como consecuencia las vacaciones estudiantiles más largas y productivas de mi vida y dejó para el recuerdo algunas de las más memorables y anecdóticas noches de diversión estival junto a mis amigos de siempre. Pero aquel verano quedaría marcado por aquel Mundial… por supuesto. Con una sede tan inaudita para el deporte capital del viejo continente como Estados Unidos, el mundial del fútbol resultó un éxito sin precedentes debido, en gran parte, a la poderosa infraestructura de la nación yanqui. Fue el mundial de recientes glorias como Romário, Bebeto, Stoichkov, el pichichi del torneo Oleg Salenko, Gheorghe Hagi, Klinsmann y el gran ‘looser’ de aquellos días, Roberto Baggio, que falló la pena máxima en la tanda de penalties de la final que acabaría ganando Brasil.
Pero si por algo nos acordamos todos como memoria histórica del fútbol español, fue por la injusta y trágica eliminación del combinado nacional, dirigido entonces por Javier Clemente, ante una Italia que acabó ganando como en las grandes ocasiones; con suerte, perdiendo tiempo cuando iba ganando, con ayuda arbitral y de forma vergonzosa. El 9 de julio de 1994, en Boston, aquellos cuartos de final mundialistas habían marcado la senda de la gesta para España, cuando después de un gol de Dino Baggio, el por entonces prometedor José Luis Pérez Caminero empataba en una reacción constante que animaba al aficionado a creer que aquel mundial no iba a acabar en aquel choque. Pero no fue así. El aficionado al fútbol nunca podrá olvidar aquella ocasión de Julio Salinas ante Gianlucca Pagliuca, para ver cómo en un minuto, Robert Baggio, anotaba el que a la postre sería el gol que daría la victoria y el pase a semifinales a la escuadra “azurri”.
La frase “el fútbol es así” perdería su sentido aquella calurosa tarde de julio, cuando Mauro Tassotti, en una de las acciones más ignominiosas vistas en un campo de fútbol, agredió con un brutal codazo a Luis Enrique, en una acción que el árbitro húngaro Sandor Puhl no vio o no quiso ver como uno de los penaltis más crueles cometidos en una fase final de un campeonato continental o intercontinental. El jugador asturiano, con la nariz rota y la camiseta manchada de sangre, llorando y gritándole impotente a Tassoti es hoy una de las imágenes más tristes dentro de la historia de la selección. Aquel codazo, aquel penalti, aquellas lágrimas y enfado de un equipo humillado por la iniquidad de un árbitro y una situación denigrante representaron el llanto de todo un país que había puesto todas sus ilusiones en una selección destinada a hacer grandes cosas.
Fue la consolidación de la maldición que deja a la selección en los cuartos de final. Como cuando España cayó por penaltis tras empatar a cero con Inglaterra en Wembley, en 1996. O en 2000, cuando Raúl erró otro penalti en el último minuto que podría haber dilatado el partido que perdió ante Francia. O en el Mundial de 2002, cuando el árbitro egipcio Gamal Al Ghandour anuló inexplicablemente dos goles a España en el partido de cuartos de final para que ganara la anfitriona Corea del Sur. Por eso, hoy es un día especial, no sólo porque España puede romper la maldición de los cuartos de final, sino también el anatema de una fecha fatídica para el fútbol nacional, pues la selección ha sido ha sido eliminada de dos Mundiales y una Eurocopa un 22 de junio y en cuartos de final. También porque la rabia e impotencia de un país que vio como se rompía su ilusión por un codazo de un cabrón llamado Tassotti debe tener una venganza servida en plato frío. Hoy la selección de Luis Aragonés se mide otra vez ante Italia. No hay excusas ni pretextos.
Es la hora de la venganza. Si España no soluciona ése desagravio histórico, habrá fracasado como nunca antes lo había hecho. Es el momento de darle a los italianos un correctivo en forma de ‘vendetta’. Y esperemos que no suceda lo de siempre.

jueves, 19 de junio de 2008

Ya están aquí... los CRITTERS

Desde muy pequeño temes a la oscuridad
Y sólo ver la sangre brotar te hace marear
Odias lo siniestro, tú prefieres el Punkpop
Y no crees que haya nada mejor que tomar el sol.
Prometo no morder si te quedas junto a mí
Juntos podremos ver
Luces en la oscuridad
Ya verás como no se está tan mal
Tendrás tiempo, te podrás acostumbrar…
Es un extracto de la canción que da nombre al disco de Critters proyecto paralelo de ese otro grupo antológico que es Psycho Loosers, capitaneado por ese ser de entrañable naturaleza ‘freak’ llamado Jorge "MondoPuto" y por el talentoso batería Pablo Charro. Recientemente, el otro componente del grupo, la superwoman, electrizante mujer y hermosa musa de sueños y pesadillas que hacía los coros y tocaba el bajo como los ángeles, Paty Critter, decidió desvincularse del inminente trabajo de los Loosers. No obstante, antes de decir adiós, se había convertido en la protagonista absoluta de este disco con doce canciones de ‘pop punk’ que abogan por ese lado femenino que siempre representó al grupo a través de ella.
‘Luces en la oscuridad’ acaba de salir a la venta. Este trabajo sigue teniendo el espíritu ‘ramonero’ del grupo primigenio, bebiendo de influencias reconocidas como las Ronettes, los Rezillos, Banana Erectors, Green Day, The Muffs, Queers, Screeching Weasel, Los Nikis o Depressing Claim. La hipnótica y afilada voz de Paty es la novedad en unos temas con letras que evocan a todo tipo de referencias cinematográficas y de la subcultura que han perfilado estos dos grupos. Uno, con larga vida, los Pyscho Loosers. Otro, de momento, con un solo trabajo que llega con la rotundidad con la que se lanza un proyecto con toda la ilusión del mundo.
Como se lee en su propio MySpace: “un submundo construido a base de tumbas profanadas, tartas de cereza, látigos y fustas, asesinos a sueldo, cabarets, mafias chinas, platillos volantes y mucho más...”.
Para conseguir el disco o contactar con los miembros del grupo.
critterspoppunk@hotmail.com
También podéis escuchar dos adelantes en el mencionado MySpace.

miércoles, 18 de junio de 2008

Los Celtics fulminan a los Lakers y ganan el anillo de la NBA

De forma contundente y aplastante fulminaron los Celtics a los Lakers. El decimoséptimo anillo de la NBA se quedó en Boston. En el sexto partido de esta pasada madrugada las cosas se pusieron en su sitio demasiado pronto, en el segundo cuarto, cuando las diferencias se dilataron de tal manera que, de ahí en adelante, el equipo de Phil Jackson no pudo más que asistir como invitado de lujo al recital de unos demoledores bostonianos erigidos como solventes campeones de la mano del ya célebre ‘Big Three’ (Kevin Garnett, Paul Pierce, Ray Allen), que dejaron el marcador final en un despiadado 131-92.
Kobe Bryant empezó a medio gas, prometiendo algo de lucha individual, pero desapareció a las primeras de cambio ante la hegemonía abrumadora de un rival que aplastó sin contemplaciones al equipo de un Pau Gasol que anoche se mostró inoperante ante el vendaval de juego del conjunto local. Nada que objetar. Los de “Doc” Rivers han sido mejores durante toda esta final y lo han sabido demostrar con contundencia, demostrando muchas más cosas que los Lakers, cimentados en la abismal diferencia de virtudes sobre el equipo angelino vistas sobre el parquet en la pasada noche.
Paul Pierce, designado MVP de la Final y los Celtics de Boston de nuevo campeones, 21 años después, heredando lo mejor de sus antepasados y erigiéndose como el mejor equipo de baloncesto del mundo y el que más anillos atesora a lo largo de la historia de la competición.

martes, 17 de junio de 2008

Muere el gran mago de los F/X Stan Winston

1946-2008
La magia del cine se origina en mentes prodigiosas capaces de ver más allá del ojo humano, de imaginar conceptos y mecanismos que hagan posible la gran farsa visual que tanto maravilla en el Séptimo Arte. Como la de Stan Winston, pieza cardinal e imprescindible en el desarrollo de los efectos especiales de los últimos 30 años. Maestro e ilusionista que nos ha dejado para siempre en el día de ayer.
Creador de inolvidables pesadillas somáticas de la trascendencia de ‘Alien’, ‘Terminator’, ‘Depredador’, de las criaturas prehistóricas de ‘Parque Jurasico’ o recordados trabajos como ‘Eduardo Manostijeras’, ‘Batman Returns’, ‘Mandibulas’, ‘The Relic’, ‘I.A.’, ‘Big Fish’ o más recientemente ‘Iron Man’. Winston pasará con letras de oro a la Historia de Hollywood por su contribución al ingenio, los artefactos, ‘animatronics’ y adelantos que han hecho de los efectos especiales un reclamo ineludible en el campo cinematográfico.
Descanse en paz.

lunes, 16 de junio de 2008

Review 'La Niebla de Stephen King (Stephen King's The Mist)'

Los peligros del fanatismo y del miedo
‘La Niebla’ es un rotundo ejercicio de terror en el que Darabont utiliza la introversión del discurso terrorífico muy por encima de los mecanismos típicos del género, creando una sobresaliente obra de culto.
Algo tendrá Frank Darabont cuando, con cuatro adaptaciones literarias de la ingente bibliografía de Stephen King (incluido el cortometraje ‘The Woman in the Room’), se ha convertido en el cineasta que mejor ha sabido desprenderse de la fidelidad y a la vez el que mejor se aproxima al mundo terrorífico del literato de Maine reconvirtiendo ésa distancia en acatamiento sobre las obsesiones del escritor. Y lo hace en esta ocasión con la adaptación de ‘The Mist (La niebla)’, relato corto sobre la desintegración de la sociedad en un marco sobrenatural de pánico colectivo dentro de un pequeño pueblo alejado de las grandes ciudades, muy del gusto de King, que gira en torno a una espesa niebla que asola poco a poco la zona y va engullendo con bestialidad a todo aquel que se pone por delante. Un grupo de gente que compra en el supermercado descubrirá que la niebla oculta unas peligrosas criaturas sedientas de sangre, sin saber que el verdadero peligro anida en el interior del recinto. Y no precisamente con forma de monstruo.
Darabont contribuye al género con una más que estupenda película de terror creada de modo artesanal, con algunas limitaciones técnicas, ya que ha costado poco más de 11 millones de dólares, una cifra ridícula acostumbrados a los números que se manejan hoy en día en Hollywood para las grandes producciones. ‘The Mist’ parte como un sincero homenaje (en fondo y en forma) a las narraciones de terror de los años 50 que tanto proliferaron en los medios cinematográficos y literarios. Partiendo de esta base, el filme se resguarda en todo momento en ése espíritu de serie B, con cierta nostalgia, donde los subtextos y segundas lecturas quedan dinamitadas por la única idea con la Darabont ha elaborado su película; estamos ante una película de terror al uso, sin ningún tipo de alarde ni ambición.
Por eso, no sorprende a nadie que echando un vistazo a la sinopsis venga a la memoria la estructura medular de gran parte del cine de John Carpenter, establecida en historias centradas en un aislamiento colectivo de personas bajo condiciones extremas dentro de un espacio delimitado al margen de la civilización, donde el hermetismo y la angustia provocan tal grado de desconfianza y odio que terminan por ser más peligrosos los propios personajes para sí mismos que la amenaza exterior que les asola.
Siguiendo estos criterios habituales dentro del cine de terror, influencia implícita de Hitchcock y ‘Los Pájaros’, el vehículo narrativo remite aquí a determinadas fórmulas que inciden en el tópico, dependiendo de los referentes evidentes que maneja, pero que bajo la batuta de Darabont abre considerables posibilidades dentro el relato terrorífico, desde el personal aditamento del terror atávico de King, filtrado con inquebrantable pulso cinematográfico, hasta el manejo de la genealogía más ortodoxa, aquél que proviene del orden psicológico y social, disposición implícita donde ‘The Mist’ exprime sus más reconocibles valores.
No se limita a proporcionar detalles, a aligerar su encadenamiento o ir evaluando referencias internas, sino que la película va avanzando a través de los personajes, de sus reacciones y de las situaciones, encaminados hacia un ‘huis clos’ donde los individuos son abandonados descorazonadamente a su miedo y a su angustia. A Darabont, por tanto, le interesa más la introversión del discurso terrorífico que los mecanismos típicos del género. Tanto es así, que si a lo largo del metraje se eliminasen los ataques de los pterodáctilos, los seres prehistóricos y las arañas gigantes, el relato de terror no lo notaría, puesto que se incrementaría la opresión devenida en movimientos y pulsiones personales de unos roles a punto de estallar. Gracias a ello, la atmósfera termina por ser irrespirable, donde falta la esperanza no existe y no hay resquicio de solidaridad humana que determinan así las verdaderas intenciones del filme.
En los últimos años, se ha redundado en exceso, de forma sistemática y reiterativa, sobre las consecuencias de los atentados del 11-S. Pero es verdad que aquí ésa situación es inevitable, manifestada ya no como un contexto de miedo que genera miedo, sino de cómo el terror, utilizado en momentos de crisis común, también puede ser aprovechado por los individuos para mover a las masas. ‘The Mist’ no se esconde en subterfugios simbólicos a la hora de denunciar los abusos de los poderes fácticos y la sociedad moderna. El personaje que sirve como vaso comunicante con el espectador es David Drayton (Thomas Jane), una suerte de Drew Struzan, creador de afiches para películas de Hollywood (de hecho, hay referencias explícitas a ‘La Cosa’, de Carpenter), que lidera sin aparente dificultad al grupo de hombres y mujeres que, en seguida, se muestran ante los ojos del público como personas cabales capaces de controlar la situación.
Más allá de la amenaza de esa niebla incorpórea que se descubre infestada de criaturas ‘lovecraftianas’, el terror viene dado desde dentro, en forma de tipeja deleznable, solterona, extrema y obsesiva con la religión, la señora Carmody (una histriónica y superlativa Marcia Gay Harden), que ve su oportunidad apocalíptica para transformarse en una envidada divina, autoerigiéndose como la salvadora que utiliza la palabra de Dios como medio para su discurso. La Biblia, a veces, puede ser un instrumento más peligroso que las armas y la palabra divina tan poderosa que puede llegar a exigir la sangre de los pecadores como tributo para llegar a la expiación mística.
La enunciación crítica del fanatismo religioso, del fundamentalismo absurdo, incluso de la propia religión católica invocan un peligro mucho más real que el mundo fantástico que se genera en el exterior del supermercado. Esa bifurcación terrorífica revela una niebla definida en el miedo a lo concreto, que advierte sobre los dogmas litúrgicos y los peligros de la manipulación. Como el propio Drayton dice en un momento, Carmody es como James Warren “Jim” Jones, fundador del Grupo Templo del Pueblo, que llevó al suicidio colectivo a 913 personas que se inmolaron en una granja aislada del grupo llamada Jonestown, localizada en Guyana en 1978. ‘The Mist’ se cuestiona así los valores del propio ser humano y de su oscura naturaleza cuando la superstición termina por abolir y destruir a la razón.
Por eso, Darabont opta por el verbalismo de la acción, dando prioridad a la psicosis colectiva y dejando en un segundo plano la ciencia ficción y el terror como maravillosas aportaciones a la identidad del planteamiento genérico. Y lo hace sin renunciar a inquietantes elementos descriptivos y momentos de terror y acción que jalonan la historia y dan sentido a la propuesta. Tampoco se salva el estamento militar, que resulta ser el culpable máximo de la siniestra procedencia de la niebla en una interesante paráfrasis de ciencia ficción que concibe la bruma y los monstruos como consecuencia de unos experimentos que han abierto una puerta dimensional en referencia directa al mito de la Caja de Pandora. Los marines, símbolo de la heroicidad y la protección americana, resultan inoperantes, sin determinación, terminando por encontrar una salida mucho más deshonesta e inhumana que la del grupo atrincherado.
A ‘The Mist’ se le puede increpar, no obstante, que ésa idiosincrasia de la que bebe debería haber seguido unos modelos de ejecución un poco más clásicos, ya que están aquí dinamitados por la estética nerviosa de la cámara en mano, con rápidos intervalos de cambios de foco, desenfreno del reencuadre y una búsqueda del éter documental que destroza la ambigüedad y la sugerencia que requería la ocasión. No obstante, no hay que restar méritos a la gran labor del equipo de cámara de la obra maestra de la televisión ‘The Shield’, capitaneados por el fotógrafo Ronn Schmidt, que intenta transferir el nervio angustiado de la serie catódica, pero que no termina de encajar en el conjunto.
Es una lástima que la versión estrenada en cines pierda el sentido primigenio que quiso darle Frank Darabont, pues el consabido B/N de la idea inicial, en su edición americana de DVD, lo hace todo más opresivo, de atmósfera más siniestra, que funciona mejor ya no sólo como sincero homenaje a las películas de serie B de los 50, sino como película de terror, como drama de tensión, agradeciendo el bicromatismo para que los efectos especiales no evidencien sus limitaciones presupuestarias.
‘The Mist’ está destinada a prevalecer como un futuro clásico de culto que ahora divide las opiniones de crítica y público, fundamentalmente por ese final de crueldad insostenible, donde se toman decisiones estrambóticas y extremas, dotado de un escepticismo y desesperanza nunca antes vistos en una gran pantalla. Todo el epílogo, bajo las notas del pesimista tema de Dead Can Dance ‘The Host of Seraphim’ que complementa la genial partitura de Mark Isham (exhibida en sólo media hora de música incidental), deja varias pautas que evidencian el gusto de Darabont por la dureza sin concesiones y la extrema crueldad, declarados en dolorosas paradojas dentro del clímax final; como el rostro impasible de la mujer que en el inicio de la película pide ayuda al salir del supermercado en busca de sus hijos pequeños, consciente de que lo más importante no es la supervivencia propia sino la familiar, recibiendo las miradas esquivas de todos. O la lapidaria invectiva contra la exaltada autodefensa americana, en un pueblo en el que nadie tiene armas de fuego, pero durante alguna parte de la trama atisban la salvación en esa férrea necesidad de disparar cuando las cosas se ponen feas. Un arma que será, a posteriori, un elemento mucho más funesto y cruel que los aterradores engendros que les ha atemorizado durante su aislamiento.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

viernes, 13 de junio de 2008

Huelga de transportistas

Últimamente ver las noticias, leer los periódicos, escuchar la radio o echarle un ojo a la prensa digital actualiza la idea de caos colectivo y apocalíptico que transmitiera con gran acierto Orson Welles el 30 de octubre de 1938 siguiendo los preceptos literarios de H.G. Wells. La huelga de transportistas es el símil más cercano que tenemos a esa sensación de miedo inconsecuente; grandes superficies comerciales desabastecidas, servicios mínimos insuficientes, carreteras colapsadas, desconcierto popular, rumores de catástrofe social a corto plazo… Los prejuicios contra ese derecho como medida de presión que es la huelga se trascedentalizan cuando el asunto se les va de las manos, cuando se regresa al primitivismo, cuando unos llevan la protesta a la anarquía o a la extrema irreflexión violenta y otros vuelcan su animadversión y repugnancia contra esa postura de coacción.
Las cuantiosas pérdidas de beneficios de cientos de empresas que se están viendo afectadas por esta situación, las pérdidas de trabajo efectivo por el retraso con el que muchos trabajadores llegan a ejercer su labor profesional como consecuencia de los atascos circulatorios, todos los efectos colaterales que están provocando un nuevo intersticio de conflicto en una economía que está por los suelos parece no importarle a esos hombres de carretera autoerigidos como héroes con una causa justa por la que luchar (incluso físicamente) abanderados por lumbreras que llega a decir frases como la siguiente: “Nosotros lo que no queremos es pagar lo mismo que una persona normal que va a trabajar cada mañana”.
Cuando oigo cosas como ésta y más estupideces después de la inicial coherencia del paro común, tengo muy en cuenta qué pensará mi padre, un comerciante textil autónomo que lleva más de cuatro décadas en la carretera ganándose la vida, al que le afecta lo mismo o más la subida del precio del gasóleo y no puede permitirse el lujo de hacer huelga ¿Alguien le haría caso si protestara para que se estableciera una tarifa mínima que evitara dar un servicio por debajo de sus costes y frenara la entrada de especuladores en el mercado del comercio y del transporte como están haciendo los camioneros? Efectivamente gente como él queda fuera de todo este embrollo y de sus resultados. Y sí, la respuesta es un rotundo: NO. Algo que no quiere decir que los extremistas de los camiones carezcan de unas bases de protesta lícitas y reivindicables. Pero no en sus formas.
En un nivel más general, el nerviosismo bursátil o la inestabilidad de los indicadores suponen el inicio de lo que vendrá, la punta del iceberg. El Deutsche Bank asegura que el desplome de la vivienda en España caerá en picado en menos de tres años, añadiendo un crecimiento del paro y intensificación insostenible del Euribor. Malos tiempos se avecinan.

sábado, 7 de junio de 2008

Review 'Antes de que el Diablo sepas que has muerto (Before the Devil Knows You're Dead)'

Renovación clásica y antropología familiar
Sidney Lumet compone un prodigioso puzzle familiar de incomunicación, traición y violencia cuya calidad y alcance la convierten en una de las películas del año.
Cualquiera podría decir que ‘Antes de que el Diablo sepa que has muerto’ podría ser una apasionada ‘opera prima’ de un joven cineasta con un talento fuera de lo común. El entusiasmo y la fuerza que anida en esta prodigiosa muestra de talento destilan admirable clarividencia y la fertilidad del atrevimiento. Cine con estigma de cine clásico rodado con una perspectiva de ruptura, modernizando la ya desgastada relectura del ‘thriller’ en su discurso escéptico y dramático, con una historia cruel y despiadada.
El veterano director Sidney Lumet, con 84 años y en plena forma, alecciona con su audaz disposición formal curtida a lo largo de los años, transformada en una cognición vehemente del medio. Cualquiera diría que uno de los más representativos autores de la llamada ‘Generación de la Televisión’ ha podido aportar una obra tan revitalizadora en el ocaso de su carrera. Como lo hizo Frankenheimer en sus últimos filmes. Lumet impone su sortilegio cinematográfico retornando a la mirada trágica de los acontecimientos en un poderoso puzzle familiar de incomunicación, traición y violencia.
‘Antes de que el Diablo sepa que has muerto’ se centra en los días anteriores y posteriores de un robo a baja escala de una pequeña joyería familiar. Detrás del hecho se ubican dos hermanos sumidos en una profunda crisis económica y personal que ven en la obtención del dinero fácil una efímera solución a sus problemas. Se trata del negocio de sus padres. Todo está planeado para que todo salga bien y nadie salga herido. Obviamente, en un mundo regido por la Ley de Murphy, este objetivo no se cumple. El guionista Kelly Masterson, también veterano pese a que se trate de un primer libreto y el octogenario Lumet, utilizan este robo como la base medular del ‘thriller’, pero conscientes en todo momento de que no es más que un pretexto que servirá como evidencia de la destrucción inevitable de la familia y del enfrentamiento entre las dispares personalidades de unos hermanos unidos por el vacío existencial, avocados ambos al hundimiento común, que acabarán reencontrándose con una figura paterna sumida en el odio y la desesperanza. La cinta reflexiona así sobre uno de los temas que ha caracterizado gran parte de la carrera de Lumet ya desde sus primeras obras maestras: la situación social de Estados Unidos, desde un posicionamiento ideológico amargo y cínico, aquí proyectado en la asfixia moral y existencial de una sociedad competitiva donde el cimiento primordial viene dado por la artificial salvaguardia que da el dinero.
La gran valía del último filme de Lumet se vertebra a través de unos personajes rigurosamente fascinantes, descritos con la escrupulosidad asombrosa de un maestro, capaz de ofrecer una suntuosa planificación formal a la vez que evidencia un gusto casi minimalista por los detalles, por los pequeños rasgos que perfilan a estos perdedores sin futuro que no saben aceptar las derrotas. Tragedia ética sobre la desintegración humana y familiar, cuyos pilares han sido derribados por el paso del tiempo, los dos hermanos actúan embozados en una ambigüedad anímica y la apariencia; Andy, es un hombre que parece tenerlo todo; una hermosa mujer, una buena posición social rodeado de lujo y una inteligencia admirable.
Todo es apariencia, ya que está enganchado a la heroína, su mujer pone los cuernos y está a punto de ser descubierto por robar dinero a su empresa. Un pobre individuo incapaz de cumplir sus sueños de altos vuelos. Por si fuera poco, dentro de la parentela, es el hijo repudiado que no duda en recurrir a la profanidad familiar para salir de un mal trago. Hank, por su parte, es un ser débil que ha fracasado primero como marido, después como padre (su mujer y su hija no dudan en definirle constantemente como perdedor) y que se acabará naufragando en los miedos provocados por la inseguridad y la falta de madurez. Desesperado y pusilánime ante su situación en la vida, cae en las redes de su hermano, al que únicamente le vincula su mujer, a la que ambos se están tirando como otra de sus penosas salidas ficticias a sus respectivos problemas.
Podría decirse que ‘Antes de que el Diablo sepa que has muerto’ es una película de resonancia antropológica, no sólo por implicar la historia y su contexto cultural en su interpretación egoísta y materialista del ser humano, con personas que se refugian en el alcohol y en el juego o que acuden a un edificio aséptico, alegoría de un cielo terrenal donde uno puede beber copas y ver dibujos animados antes de meterse algo de droga (como hacía el personaje de Mary Burke en ‘Al Límite’, de Martin Scorsese) para huir así de los problemas cotidianos y la soledad. También lo es por la catástrofe familiar descrita con un lenguaje casi proxémico, cuando Lumet ofrece el giro trágico donde un padre lleno de cólera descubre el peor de los secretos perpetrado por un hijo, evidenciando, con total inclemencia, el cataclismo filial que lleva consigo la pérdida de la humanidad. Es el angustiado simbolismo de una sociedad tremendamente infectada por el odio y la superficialidad, pero también profundamente infeliz. Para Masterson y Lumet, en la actualidad (como síntoma creciente desde el pasado), la decadencia humana ha encumbrado el valor preponderante de una motivación única que reside en el dinero y el individualismo escapista.
Lo más llamativo de esa bifurcación formal a medio camino entre el clasicismo más depurado y la renovación modernista, es que Lumet se adapta a los nuevos tiempos con un desarrollo que se constituye dentro de la defragmentación temporal, siguiendo los preceptos de la promiscuidad cronológica, que va recomponiendo la trama según se van desvelando las motivaciones y problemas de los personajes desde diversos puntos de vista.
La discontinuidad y redistribución de los acontecimientos en torno al atraco a la joyería familiar imponen un dinamismo capaz de aportar una densa atmósfera emotiva y un desasosiego que si bien no aportan ninguna novedad a los esquematismos más rupturistas del cine actual, sí logran proferir una disociación de los elementos morales de los roles, anticipando el fatídico desastre dentro de ese ‘collage’ de enfoques. No escapa a la reiteración o ciertos efectismos en los ‘flash-backs’ y ‘flash-forwards’, sin embargo, Lumet consigue que el impacto con unas coordenadas estructurales que van activando lentamente la evolución del ejemplar ‘thriller’ inicial para dejar paso al drama opresivo de existencias condenadas al fatalismo.
No sorprende, por tanto, que un viejo zorro como Lumet ofrezca una lección de ejemplaridad, de virtuosa y aparente sencillez con la que asume la dirección del filme. Un ensayo estilístico ejercitado con coherencia y precisión con las que va desgranando narración con maestría autoral, exhibiendo una redefinición de capacidad clásica a la hora de llevar a imagen la historia, sin dejar de recurrir a sus mejores armas dentro de la planificación, ya sea televisiva como teatral (en la profundización interpretativa y secuencias cerradas a dos únicos personajes) o el furor apasionado con el que va desarrollándose, sin ningún tipo de contemplación a la hora de describir la descomposición personal de los hermanos, en la que destaca ese derrumbamiento de un impresionante Philip Seymour Hoffman al volante del coche junto a su mujer. Se nota que Lumet ha disfrutado como un enano realizando esta maravillosa obra.
Y lo ha hecho adaptando su estilo y hábitos clasicistas a la película, nunca al contrario. Se percibe el esmero en la renovación de formas clásicas, en el equilibrio de composición y ritmo, dando prioridad a los personajes sumidos en un microcosmos, situados muy por encima de la acción. Un asfixiante retrato de una crudeza inigualable que se beneficia de la frialdad casi displicente en la mirada fotográfica aportada por Ron Fortunato y de la partitura de un inspirado Carter Burwell.
Por último, hay que destacar, muy especialmente, la gran aportación interpretativa del ya ya citado Seymour Hoffman y el inmenso Albert Finney, que bordan una composición dramática desbordante. Estela que siguen como pueden y con gran virtud, sumándose a la fiesta de calidad interpretativa, Ethan Hawke y Marisa Tomei dando todo lo mejor de sí mismos. ‘Antes de que el Diablo sepa que has muerto’ es una obra cinematográfica irresistible y subversiva. Posiblemente uno de los grandes títulos de 2008.
Sidney Lumet ha dejado otra sobresaliente pieza con vocación de clásico. Película que atesora, bajo su caótica estructura temporal, uno de los manifiestos más escépticos de los últimos años en ese ‘thiller’ melodramático que se alimenta del drama moderno de incomunicación paternofilial, con la feroz crítica a una sociedad americana donde las miserias humanas, salpicadas de secretos inconfesables, se transforman en una cruel amenaza que va más allá de la ambición y del egoísmo.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008