lunes, 24 de marzo de 2008

Review 'Cometas en el cielo (The Kite Runner)'

El drama del olvido
Marc Forster narra una historia de amistad y culpa con un tono de naturaleza lírica, muy americano en su mirada hacia Oriente Medio y alejándose del cine espectáculo pero sin renunciar a él.
Ya desde sus cuidados títulos de crédito, ‘Cometas en el cielo’ responde más a un intento ‘mainstream’ del cine de Hollywood por acercar la mirada desvirtuada por el cine moderno yanqui hacia los entornos de Oriente Medio, con la adaptación de la novela homónima de Khaled Hosseini por parte del guionista David Benioff, que a una metafísica reflexión sobre la historia, el dolor de la guerra o el pasado de Afganistán. El prolífico cineasta Marc Forster aboga con ello por narrar una película que se aleje del concepto de “filme político”, renunciando al manifiesto ideológico, donde Kabul es exhibido casi de forma idílica y Estados Unidos difunde la cómoda generosidad que la han convertido en la utópica tierra de las oportunidades.
Partiendo de ese designio ‘occidentalizador’, ‘Cometas en el Cielo’ narra la pequeña historia de una amistad Amir y Hassan. Amir, es hijo de un rico comerciante, Hassan es el hijo del criado de la familia. La diferencia de clases no importa, pues su amistad se fundamenta en la nobleza pura e infantil. Su victoria en un torneo infantil de cometas pondrá fin a la confraternidad, pues la lealtad de Hassan por su amigo acaba trágicamente con la amistad de ambos tras un aciago choque con tres jóvenes de ideas fundamentalistas que auguran las atrocidades de la invasión soviética del país y del posterior régimen talibán. Cuando los rusos ocupan Afganistán, Amir huye con su padre, mientras que Hassan se queda en Kabul.
Una primera parte descrita desde los ojos de los niños, como un microcosmos de felicidad y amistad, con entusiastas sesiones de ‘Los 7 magníficos’, de John Sturges, de cometas en el cielo azul, promesas de fidelidad e idílico ambiente pese a que la amenaza se cierne sobre la capital afgana. Hassan soportará esa amistad como forma de arraigo, también como devoción hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, Amir, que es capaz de escribir cruentas historias, no soportará enfrentarse a la realidad, a la pérdida de la inocencia, marcándole como un cobarde que esconde su poquedad humana en la debilidad contrapuesta a una figura paterna que representa todos los valores de los que él carece.
El muchacho tendrá que vivir con el sentimiento de culpa, con la cobardía de los que miran, de los que no actúan, pero que con el constante sufrimiento del recuerdo, del rencor consigo mismo, acaba por redimir sus errores con la valentía de los héroes. Un hecho consolidado en su segundo y bien diferenciado tramo argumental, donde Amir, veinte años después, escritor reconocido y felizmente casado, decide regresar a Afganistán, a pesar del peligro que supone el bárbaro gobierno talibán, dispuesto a enfrentarse con los oscuros secretos que le persiguen desde su infancia para salvar al hijo de Hassan de la barbarie, en un viaje en busca de la dignidad para expiar su dolor y su culpa.
Forster acomete la novela de Hosseini sin salirse de los límites comerciales que hicieron de ella un ‘best seller’, condicionado por la constante demanda del drama visual en forma de poesía fotográfica gracias al trabajo de Roberto Schaefer, en el ejercicio de naturaleza lírica saturada de potencial hollywoodiense, pero procurando en todo momento contener la disipación técnica en función de la historia que se cuenta. Por ello, a pesar de las insinuaciones plásticas, de hermosa plasticidad y riqueza de los combates de cometas, de las calles de Kabul y la crédula mirada de los niños, la dureza del subtexto se impone por el adeudo con la realidad, sin necesidad de recurrir a excesos efectistas, a tufo de moralina con mensaje. En ese sentido, ‘Cometas en el Cielo’ propugna un discurso no muy amable ni esperanzador que contrasta con su aparente ‘happy end’, donde más allá de las fronteras que separan el Primer Mundo del Tercero se interrelacionan, a través de los años y del olvido de Amir, el abandono de la memoria histórica, únicamente ahondada en un libro de recuerdos que hace evidente en el distanciamiento que se tiene el mundo respecto a Oriente Medio, la pérdida de las raíces y de los pueblo marcados por la tragedia.
Si bien es cierto que esta hermosa fábula de catarsis y elementos sentimentales opera con acierto en la nostalgia y el amor redentor contextualizado en dos países separados hoy en día por la Guerra, Forster parece más preocupado en describir los hechos y las circunstancias que rodean a los personajes más que en las emociones de éstos, haciendo que su propuesta internacional sea más estética que bucólica, muy desvirtuada en el regreso de Amir a su país, donde encontramos elementos típicos del ‘thriller’ que no encajan muy bien con la historia. Hay ciertos desequilibrios entre lo moralizante y lo testimonial, entre la capacidad de decisión entre el intimismo y la descripción histórica y política con la que acontecen los hechos, así como el enfoque cultural (apenas imperceptible) que se da en el choque entre oriente y occidente.
Para ensamblar estos defectos la historia, sin perder de vista su perspectiva doliente, se cohesiona con la sugerente y fascinante música de Alberto Iglesias. La banda sonora actúa de tal forma dentro de la película, que Forster apela constantemente a la necesidad de matizar los cambios de la historia (los dos bloques comentados) con la música incidental del autor guipuzcoano, haciendo que la música que acompaña y se fusiona con las imágenes sea un mecanismo narrativo más de la acción. De ahí la importancia de este ‘score’ considerado, con todo merecimiento, como uno de los mejores de los últimos años.
Tenemos así un relato cálido y conmovedor sobre la amistad, la culpa o la diferencia de clases donde germinan conceptos como el perdón, el honor o la traición que devienen en redención que arrastra las secuelas de la guerra, pero también del odio o el fracaso. Marc Forster ha creado un producto ‘made in Hollywood’ que desvincula de esa concepción de cine espectáculo para narrar una historia universal que explora los sueños infantiles perdidos en el lado más oscuro del ser humano. En un mundo, en el que pese a que haya esperanza, no hay que dejar de mirar atrás, hacia el horror que muchos países han vivido y están viviendo, por mucho que el sosiego de un cielo tranquilo vea cometas surcar el aire.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

jueves, 20 de marzo de 2008

Review 'En el punto de mira (Vantage Point)'

El alumno desaventajado
Pete Travis triunfó hace años con el largometraje ‘Omagh’, película premiada en el festival de San Sebastián de 2004 con el Premio del Jurado al Mejor Guión. Detrás del guión se escondía el emergente Paul Greengrass, que antes de triunfar en Hollywood con la 'Saga de Bourne' y ser nominado al Oscar por ‘United 93’, ya había levantado ampollas, al igual que el filme de Travis, con su visión pesimista y cruda sobre la situación histórica de Irlanda y su relación trágica con el grupo terrorista IRA. El caso es que parece que Travis haya querido, voluntaria o involuntariamente, emular a su tutor y preceptor con ‘En el punto de mira’, película protagonizada por sólidas estrellas de renombre (Matthew Fox, Forest Whitaker, Sigourney Weaver, Dennis Quaid, John Hurt…) y un presupuesto a la altura de los grandes eventos de Hollywood es un claro ejemplo de ello.
Greengrass ha puesto de moda un renovado nervio rítmico de montaje sincopado, sustentado en la eficaz heterogeneidad narrativa con la se ha desplegado impetuosamente la acción en la pantalla a través de las aventuras de Bourne. Su estilo supone un modélico cine de enérgico ritmo que recurre a un deliberado realismo y verosimilitud. ‘En el punto de mira’, Davis quiere igualar esas cotas de maestría en su reiterativa acción, pero lo hace sin llegar al ritmo y talento del primero. Por eso, aunque haya puntos de unión entre la intencionalidad de ambos directores, en esta ocasión, el ritmo visual y la puesta en escena del filme son intencionadamente anexas a ese tono incisivo y mareante, utilizando la cámara al hombro y el imperfecto (pero cuidado) aspecto que le otorga a las escenas de acción la rabiosa y fugaz impronta de un docudrama.
Pero no es suficiente. La dramaturgia está alejada de cualquier credibilidad, el argumento, centrado en el atentado del Presidente de los Estados Unidos sumido en el caos conspiratorio, se multiplica y repite en varias ocasiones, desde siete puntos de vista distintos con retrocesos hasta el inicio de los acontecimientos. Una táctica que llega al aburrimiento, sin satisfacer si siquiera ninguno de los objetivos hiperrealistas, cayendo en una lamentable artificiosidad. Puede parecer eficaz, pero todo es artificial (no voy a entrar en la impresentable negligencia con la que se ha representado la ciudad de Salamanca).
Como su desestructura argumental, esos desvaríos temporales, donde lo que podría haber sido una reflexión sobre temas tan cinematográficos como el de la apariencia y el juego con el espectador sobre las perspectivas, tampoco está provista de enjundia. Ni siquiera como una escéptica meditación acerca de los borrosos límites que separan la verdad de la mentira y la relatividad que aqueja a todos los testimonios que se van dando en la acción. Todo se pierden por la ansiedad de ofrecer un espectáculo sin ningún tipo de contenido que merezca la pena. ‘En el punto de mira’ es una película totalmente insolvente y lo que es peor, con pretensiones.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Adiós, Sir Arthur

1917-2008
“La única posibilidad de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo imposible”.
(Arthur C. Clarke)
Se ha ido uno de los grandes hombres de estos dos últimos Siglos.
Se ha ido uno de los mejores escritores que ha tenido la literatura en su Historia, más allá de la Ciencia-Ficción.

lunes, 17 de marzo de 2008

Review ‘Tenacious D.: Dando la nota (Tenacious D. and the Pick of Destiny)’

Comedia y ‘Rock n’ Roll’
Jack Black es uno de esos actores de comedia que tiene todos los elemento para la identificación con el gran público; es versátil, histriónico, es gracioso y suele abusar en sus característicos gestos y aspavientos. Es solvente y tiene carisma. E incluso cuando se modera y deja de ser una explosión física puede llegar a ser un buen intérprete todoterreno. Black es una máquina de la comedia. Desde hace tiempo se viene hablando de las capacidades del actor como cantante dentro del grupo Tenacious D., creado en 1985 (cuando Black tenía 16 años) junto a Kyle Gass el festival de arte Edinburgh Fringe. Una fusión de talentos que llegó a tener un programa televisivo propio.
The Dust Brothers produjeron su primer disco en 2001. Junto al batería de Nirvana, Foo Fighters y Queens of the stone age Dave Grohl, el guitarrista Warren Fitzgerald de The Vandals y Page McConnell y Steve McDonald como teclista y bajista, respectivamente, conformaron un conjunto musical atípico, fusionando el ‘rock clásico, el heavy metal y una letras que no abandonan en ningún momento el cachondeo y la pérdida de formas sin renunciar a una calidad musical abrumante, patente en ese temazo titulado ‘Tribute’, cuyo vídeo fue elegido entre los diez mejores vídeos de la historia del rock, según la revista Kerrang.
Por supuesto, un fenómeno como este dúo de cariz netamente gamberro y disoluto tenía que tener su oportunidad en la gran pantalla. ‘Tenacious D. and the Pick of Destiny (aquí subtitulada como ‘Dando la nota)’, es la ofrenda cinematográfica para mayor gloria del grupo. En clave de comedia absurda y enloquecida (por supuesto), Black y Gass se autointerpretan en una historia demencial, la de su propio encuentro y el sagrado cometido de conseguir la púa con la que han tocado los mejores guitarristas de la historia para convertirse en el mejor grupo musical del mundo. Una púa confeccionada, según la leyenda, con un diente del mismísimo Satanás y que adjudica inusitado talento musical al guitarrista que la use. Desfilan por ella gente como Meat Loaf, Dio, Dave Grohl (interpretando a un Lucifer que se asemeja al Tim Curry de ‘Legend’) además de cameos como los de Ben Stiller, Tim Robbins, Amy Adams o John C. Reilly haciendo de Sasquatch, en uno de los momentos más alucinógenos de la película.
Un filme, dirigido por Liam Lynch (habitual en la carrera de los D.), que tiene muchos paralelismos con la secuela de ‘Wayne’s World’ o algunas comedias de raigambre ‘rockera’, pero comete demasiados errores dentro de sus planteamientos como para considerarse una comedia a la altura de los propósitos humorísticos que se podían pedir a un filme de estas características, que no duda en acudir en exceso a referentes como ‘Colega ¿dónde está mi coche?’ o ‘Vaya par de fumaos (Harold and Kumar go to White Castle)’, pero sin los destellos de lucidez de éstas.
Con algún ‘gag’ destacable, un arranque excepcional (con versión de ‘Kickapoo’ del Black de niño a su familia ultra conservadora y muy religiosa) y una tónica paródica que planea en todo momento por la chorrada, ‘cock pushups’ de todo tipo y una sensación de situaciones absurdas con referencias al sexo, al rock y a la marihuana, ‘Tenacious D. and the Pick of Destiny’ es un producto totalmente desaprovechado, porque el filón se va diluyendo (sin aburrir, eso sí), hacia la inocua bufonada reiterativa que no va a ningún sitio. Una película prescindible, si tenemos en cuenta la portentosa aportación viodeoclipera del duplo en ‘The greatest song in the world’, ‘Wonderboy’ o la descojonante animación con el sello Spunco de ‘Fuck her gently’. Aún así, le cinta es consciente de sus limitaciones y se limita a hacer que Black pueda ofrecer un gran recital de sí mismo y que Gass aporte su ‘vis cómica’ con cierto estilo y capacidad. No es suficiente para acabar con un ‘power slide’, sin embargo, es un filme destinado a los fans de este grupo o a ver sin prejuicios con unos colegas, muchas birras, algo de tabaco de la risa y ganas de pasarlo bien.

domingo, 16 de marzo de 2008

La incoherencia del salvajsimo en el fútbol

Otra vez, un salvaje, un imbécil de primitivos instintos violentos, un cerril sin dos dedos de frente ha enturbiado el Deporte Rey con una acción despreciable. Un bastardo fanático del Real Betis Balompié situado a pie de campo lanzaba una botella de agua llena y a traición que impactaba contra la cara del guardameta del Athletic Club de Bilbao Armando, provocándole un corte debajo del ojo que acabó no sólo con el cancerbero evacuado en camilla y en el hospital, si no con el transcurso del partido, ya que el árbitro Clos Gómez, en lógica coherencia, decidió suspender el encuentro.
No es la primera vez que esto sucede en el estadio sevillano Ruiz de Lopera. Por supuesto que todos los aficionados béticos no son representados por este pelele, esa clase de fanáticos que no deberían tener derecho para asistir a ningún evento (bien se deportivo o de cualquier otra índole), pero lo cierto es que el primer precedente que viene a la memoria colectiva es el botellazo que sufrió el ex entrenador del Sevilla Juande Ramos en una eliminatoria de Copa en el mismo escenario el año pasado. Lo mismo que antes lo sufrieron, en 1996, los jugadores del Atlético de Madrid Vizcaíno y Solozabal. También sucedió algo parecido en la temporada 2001-2002, donde afortunadamente no se produjeron agresiones a jugadores, pero se repitieron estos mismos incidentes de forma grave.
El Comité de Competición debería tomar medidas. Pero definitivamente que fueran ejemplares. Es la única forma de que se pueda frenar la entrada de este tipo de personajes a los estadios. Joaquín Caparrós aseguró ayer “hay que acabar con esto. Hay un precedente con Dinamarca y así es como nos escuecen las cosas”. Se refiere a un hecho concreto y a una sanción modélica. La comisión disciplinaria de la UEFA concedió la victoria a Suecia por 3-0 ante Dinamarca y multó a la federación danesa con un monto equivalente a los 81.000 dólares. También decretó que la selección danesa disputara sus próximos cuatro partidos como local por lo menos 250 kilómetros fuera de Copenhague. La UEFA también sancionó a la Roma con la pérdida de su partido contra el Dínamo Kiev (0-3) y obligó al equipo italiano a disputar sus dos siguientes encuentros de la Liga de Campeones a puerta cerrada, después de que el árbitro sueco Anders Frisk fuese alcanzado por un objeto lanzado desde la grada, que le provocó una brecha en una ceja cuando se retirada al vestuario al concluir el primer tiempo.
Son ejemplos de sanciones que aplacan y hacen pensárselo dos veces a aquellos inmundos aficionados cuyo entusiasmo ciego, patibulario y desmedido deshonran el ámbito del deporte. El fanatismo encubre la limitación de la libertad, empobrece la psique humana, fomenta la incomunicación, reduce la lógica y el discernimiento y hace perder la dignidad. Que la directiva del Real Betis Balompié haya mostrado su repulsa poco después del encuentro y haya vetado la entrada a este energúmeno no es suficiente. No es un hecho aislado y se deberían tomar las medidas convenientes de una vez por todas.

viernes, 14 de marzo de 2008

'Venga Monjas': la genialidad de la nueva patafísica

Hace mucho tiempo que debería haberle dedicado unas líneas a ese fenómeno internauta llamado ‘Venga Monjas’, serie de vídeos de humor absurdo de dos genios del arte y de la vida como son Xavier Daura y Esteban Navarro, un duplo que, gracias a su desparpajo, ingenio, intrepidez de ideas descolocadas y divertidísimas, ha creado un concepto de humor que ha traspasado el mero interés o curiosidad, transformándose en un rotundo éxito, en una nueva forma diversión y difusión masiva mediante sus antológicos vídeos rodados con una simple cámara de fotos, sabiendo sacar todo el partido posible a la plataforma YouTube.
A Daura, “Sivi”, como algunos le llaman, es ese creador de inventiva inagotable al que se puede considerar como un hermano pequeño que es capaz de dar lecciones a los mayores. De este talento innato nacieron cortometrajes como ‘Adoro mi mierda’ y ‘Es mundo extraño’, piezas que tuvieron su espacio abismal hace tiempo. Por su parte, Navarro, o “Coño”, como también se autodenomina en algunos lares internautas, es una fuerza de la naturaleza que abarca con cognición varios terrenos artísticos (dibuja, ilustra, diseña, es músico, actor, montador…). Ambos son el eje fundamental de ‘Venga Monjas’, serie de humor que abandona la sensatez a favor de la concepción de absurdo, de su natural destreza para actuar de una forma libre, de acuerdo a un pensamiento que pocos consideran como normal.
Son la progenie vanguardista de humoristas como Joaquín Reyes, Carlos Areces, Julián López, Ernesto Sevilla, que han recogido los estilemas ‘chanantes’ y los han reconvertido en algo propio, que se identifica con ese tipo de humor instantáneo, pero a la vez caracterizándolos con una variedad e idiosincrasia privativa. El humor que destilan sus pequeñas obras no aspira a ser didáctico, ni mucho menos a tener un mensaje, sin embargo, en cada nuevo episodio de ‘Venga Monjas’ dejan claro que su capacidad de riesgo no tiene límites. Fieles a sí mismos y a un público que ha caído rendido ante la arrolladora personalidad de dos jóvenes talentos, han demostrado una y otra vez que disfrutan y viven el momento con una lealtad a sus ideas fuera de lo habitual.
Navarro lo ha definido como “el cesto de lo bizarro”, pero todo esto va mucho más allá, porque desprende la utopía de la diversión llevada al extremo, lo que vendría a ser una especie de nueva patafísica audiovisual, renovada bajo el prisma enloquecido de este dúo irrepetible que sigue las consignas de Tristan Tzara, padre del dadaísmo, con la manifestación provocadora con la que acometen sus vídeos. Y lo hacen, además, destruyendo lo convencional, revolucionando con un humor que es sello de la casa. Humor surreal que puede considerarse marciano o zafio, pero que es un insurrecto acto de trascendencia, de autonomía inmune a las críticas.
Es un humor intuitivo, lúcido, encaminado hacia la destrucción nihilista y el absurdo. En él cabe de todo; abundante escatología, chinos que ríen mucho, canciones sobre magdalenas, gente que se caga en la mano, la recurrente figura del ‘ninja’, niños que bailan ABBA, abuelas que juegan con un ratón Mickie y un Master del Universo, patatas fritas McDonalds en el culo de la gente que no deja pasar en las escaleras del metro, alusiones sexuales a Briana Banks, la antológica ‘propaganda cachondeo’, chistes privados y públicos, animación con ecos ‘pythonianos’, culos, y más culos... En definitiva, la frescura de la insensatez esperpéntica de digresiones sobre cualquier cosa, en las que no dudan en recurrir a la Madre Teresa de Calcuta, Alfonso Arús, Arantxa Sánchez-Vicario, Javier Gurruchaga, nuestro simpático amigo Callahan ni tampoco adoptar rostros episódicos de gente como Miguel Noguera, Carlos Areces o el gran Paco Cavero.
El carácter humorístico de ‘Venga Monjas’ corresponde a la descripción de su propio universo, la demencial pasión por la risa, por los momentos indescriptibles, por el humor, la diversión y la amistad. Ellos son el mejor ejemplo del talento volcado en las nuevas tecnologías, el modelo cómico que avanza y evoluciona para corregir la bostezada incuria de la corrección y sacarnos a todos de su letargo. Es la respuesta a la nueva era del humor en Internet. Un dúo que ha sabido reconstruir las estructuras del lenguaje y desbaratar la lógica con la irracional coherencia de su genialidad.
- Sección ‘Venga Monjas’ en Youtube, con todos los vídeos de esta pareja chiflada.
- Entrevista en el programa calatán ‘Silenci’, donde revelan algunos de los secretos del éxito de la serie.

jueves, 13 de marzo de 2008

El Titanic del aire

El Airbus A380 es uno de esos los desafíos más evidentes y ostentosos del hombre a la naturaleza, una demostración de poder respecto a los elementos. Es el avión de transporte de pasajeros más grande del mundo. Cuenta con la mayor cantidad de plazas de la historia de la aviación y llega a albergar hasta 600 pasajeros. 73 metros de largo, 79,75 metros de extensión y 24 metros de altura son los números de este gigante del aire que está catalogado dentro de la denominada DG VI (Design Group VI), la de mayor tamaño de cuantos operan en los aeropuertos.
Hasta hace bien poco, los secretos del Airbus A380 habían sido una incógnita para todo el mundo. Se llegó a afirmar que los diseñadores industriales que trabajaron en el avión llegaron a extremos de confidencialidad en los que sólo seis personas podían acceder a la información del proyecto en ordenadores sin posibilidad de extraer información, vigilados por modernas medidas de seguridad y obligados a guardar un silencio sepulcral incluso entre sus compañeros de trabajo.
Hoy, podemos darnos un garbeo por la cabina, desde todos los ángulos posibles, acercando al ojo humano ese intrincado cuadro de mandos del avión. Un viaje de 360º por este coloso aéreo que desafía todas las leyes físicas y humanas.

martes, 11 de marzo de 2008

Review 'Sweeney Todd'

Sangrienta ópera trágica
Tim Burton recupera su más reconocido pulso adaptando el musical de Sondheim bajo los oscuros designios de ese cine gótico personificado por personajes ‘outsiders’.
La última película de Tim Burton ha coincido con el estreno en cines con ‘Es un país para viejos’, ‘oscarizado’ filme de los hermanos Coen que ha recuperado, entre otras cosas, el remanente cultural contextuado en los áridos parajes sureños, revitalizando la excéntrica autoría de dos directores que han vuelto a la senda, a esos lugares comunes, de sus propias e intransferibles raíces. Es curioso que ‘Sweeney Todd’ represente para su autor un retorno similar a sus fundamentos más celebrados y reconocibles, a su exceso mágico, de personajes extravagantes e inadaptados, con los que Burton se ha rebelado siempre a las consignas impuestas por la maquinaria hollywoodiense. A lo largo de su carrera llena de altibajos, el “chico raro” de Holllywood ha defendido la reivindicación artesanal con un insólito afán por evocar subgéneros y transitar y mezclar diversas influencias genéricas como la literatura gótica, los cuentos de hadas, la fantasía, el terror o la animación.
Lo cierto es que sin establecer un título concreto, la oscura y lóbrega idiosincrasia ‘burtoniana’, dotada con el nervio de unas imágenes que sólo pueden emerger de una especial imaginería de reminiscencias clásicas, ha ido perdiendo fuerza y atracción de forma escandalosa en sus últimas películas, pese a seguir manteniendo una envidiable capacidad fabuladora en la utilización del aparato técnico como artefacto lúdico. Por eso, ‘Sweeney Todd’ es una declaración omnisciente de personalidad, de retentiva, de universo propio, de un estado de ánimo frente al cine, de corrupción y de artificio esgrimido con ímpetu ambicioso con el lenguaje cinematográfico.
Ya en los títulos de crédito podemos apreciar que este musical va a ser el más sangriento del autor, siguiendo la senda que va dejando un río de sangre, hemoglobina que recuerda al intenso rojo ficcional de oscuros universos clásicos, cuando la sangre exageraba su cromatismo como funesta alegoría. ‘Sweeney Todd’ es una adaptación del musical de Stephen Sondheim y Hugh Wheeler basado en un cuento decimonónico de Thomas Pecket Prest. El filme despoja a la original de matices autoreferenciales y crea una película afín a la visualidad gótica y lirismo estético de Burton, que saber conferir su empaque existencial y melodramático al tono de grotesco humor que respira bajo su nostálgica fábula trágica.
El argumento procede del folklore inglés, en el que un excelente barbero llamado Benjamin Barker vuelve a su Londres después de 15 años de cárcel por un juicio injusto, clamando venganza tras su exilio. Su esposa ha desaparecido y el juez que lo condenó para quedarse con su familia, es ahora el tutor de su hija. Convertido en el sádico Sweeney Todd, y en complicidad de la oscura Mr. Lovett, hace uso de sus navajas de afeitar para degollar a sus clientes y víctimas, en espera de la aparición del juez que arruinó su vida. A su vez, Lovett tritura los cadáveres y los usa como relleno para sus empanadas. Todd amplia así el catálogo de personajes extraños de Tim Burton, ‘outsiders’, desubicados y víctimas de una sociedad arbitraria y negligente que parece no aceptarles. Johnny Depp, en su sexta colaboración con Burton, vuelve a interpretar al iconográfico antihéroe predilecto del director de ‘Beetlejuice’, angustiado y sumido en un pesar de sombría redención.
Con acertada incisión en la ópera, en el musical de conciliación terrorífica con el Grand Guignol, devuelve la imagniería más reconocible, las señas de identidad de este oscuro e irregular creador de sombras, cuyo espíritu y perspectiva existencial se oponen a la expresión racionalista del clasicismo. En esta universal historia de venganza, Tim Burton vuelve a alejarse de cualquier rastro de de naturalismo, confiriendo a la cinta un pérfido éter malsano y decolorado a modo de tétrica leyenda que se alimenta constantemente de una arquitectura visual condicionada y agradecida a los excelentes escenarios de Dante Ferreti y Francesca Lo Schiavo, que operan dentro del filme con una atmósfera opresora, impregnada de irrealidad, pero a su vez transmitiendo la decadencia con la que perviven los personajes dentro de la historia. El Londres victoriano sirve de oscurecido proscenio para establecer esa estética de lo lúgubre, de mortuorio sentido del humor (el mecanismo con el que Todd ejecuta a sus víctimas y éstas caen al sótano de calderas), de delación contra la hipocresía social y de la justicia que obstaculiza el lógico albedrío y la individualidad. Sin olvidar el énfasis en la subjetividad y lo irracional de la cuidada combinación de luz y oscuridad de Dariusz Wolski, que mezcla a su vez ingenuidad (la que emerge en la historia de amor de Anthony Hope y Johanna o el joven Toby) y perversión (todos los demás).
‘Sweeney Todd’ se muestra al espectador como una película musical de terror impresionista, pero a su vez como un cautivador drama que no desierta en su idea de diseminar su fondo con un humor negro, evidente en su intencional exceso. El filme renuncia en todo momento a las complejas coreografías y al sentido del espectáculo porque no es un musical al uso, si no una ópera trágica y melancólica. Y hay que agradecerle a Burton que sus transiciones verbalizadas no entorpezcan los cortes musicales, melódicamente emocionantes, y no viceversa, como suele ser habitual en el cine de género.
El problema es que, pese al subrayado hipnotismo estético, se resiente de algunos personajes que resultan demasiado básicos, como es el caso del Juez Turpin (un villano que desperdicia las posibilidades de un actor como Alan Rickman) o las de los personajes de Jayne Wisener y Jamie Campbell Bower, que no alcanzan una entidad satisfactoria para que alcance un nivel que vaya más allá de los convencionalismos de su autor, lo que convierte a ‘Sweeney Todd’ en un importante y destacado ejercicio de estilo, cierto es, pero que echa de menos una rotundidad mayor a la hora de jugar sus cartas.
Eso sí, devuelve al mejor Tim Burton, al cineasta capaz de fusionar esplendor gótico y sátira moderna con una lujosa y delicada composición musical. Un apartado éste, el musical, en el que hay que destacar con cierta apreciación el esfuerzo interpretativo de Johnny Depp, Helena Bonham-Carter y el jovencísimo Ed Sanders, que logran resolver con loable brillantez el marrón, dada la lógica dificultad del trance. Sin olvidar esa breve pero entusiasta aparición de Sacha Baron Cohen, en uno de los números musicales más relevantes y divertidos de la película.
Ascética e introvertida, como no podía ser de otro modo, no falta ese pesimismo existencial que identifica los retratos con el sello de Burton. Una obra de terror posmoderno, ambigua y trágica, donde el oscurantismo operístico es llevado a una historia de locura y mentiras, de rabia y venganza en el que todo se encamina hacia la tragedia, hacia un raudal de sangre dibujada con belleza y colorido, como contraposición a la opacidad de su ornamental estructura narrativa y visual. En cualquier caso, estamos ante un espectáculo fascinante y estremecedor, totalmente alejado de lo previsible y lo convencional, como en gran parte de la filmografía de un creador de crepúsculos que parece, por el momento, haber regresado a su extravagante genialidad sin coartadas.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

domingo, 9 de marzo de 2008

"El Chiki Chiki" a Eurovisión

Que el actor y humorista David Fernández, con su peculiar personaje Rodolfo Chikilicuatre, vaya a representar a España en el próximo festival de Eurovisión simboliza dos cosas; primero, que en este país todavía sigue funcionando el humor y soltura con la que se resta trascendencia a los temas que se considera “serios”. Segundo, que este certamen en imparable decadencia, rancio y trasnochado, deprimente y lamentable, podrá tener ese apropiado festival de ‘freakies’, que desfilarán por el escenario de Belgrado que se celebrará el próximo 24 de mayo. Además del cachondeo del personaje creado en el programa de Buenafuente, podremos ver el desafío musical de ese pavo de gomaespuma que representará a Irlanda o al abuelo rapero de Croacia. Y eso, contra todo pronóstico, será un aliciente de audiencia aparentemente imprevisto, pues el seguimiento y votación popular de este invento televisivo promete unas risas y un alcance mediático mucho mayor que si hubiera ganado cualquiera de los finalistas de la gala de ayer.
El meme viral de Chikilicuatre constituye un extraño símbolo de los nuevos tiempos que deben renovar este festival; el ‘show’ en clave de humor, el espectáculo que deja a un lado las cuestiones musicales de importancia que ya no tienen cabida en este concurso deslucido por los años. Reconozcamos que hace tiempo Eurovisión no tiene interés y da igual lanzar a otro “triunfito” o simulacro más. Por lo menos, pasémoslo bien. Cuando Fernández acabe este absurdo trayecto, colgará su guitarra de juguete y la broma acabará. Algo que no sucedería con otro aspirante con ínfulas de magnitud musical y sueños discográficos.