lunes, 17 de marzo de 2008

Review ‘Tenacious D.: Dando la nota (Tenacious D. and the Pick of Destiny)’

Comedia y ‘Rock n’ Roll’
Jack Black es uno de esos actores de comedia que tiene todos los elemento para la identificación con el gran público; es versátil, histriónico, es gracioso y suele abusar en sus característicos gestos y aspavientos. Es solvente y tiene carisma. E incluso cuando se modera y deja de ser una explosión física puede llegar a ser un buen intérprete todoterreno. Black es una máquina de la comedia. Desde hace tiempo se viene hablando de las capacidades del actor como cantante dentro del grupo Tenacious D., creado en 1985 (cuando Black tenía 16 años) junto a Kyle Gass el festival de arte Edinburgh Fringe. Una fusión de talentos que llegó a tener un programa televisivo propio.
The Dust Brothers produjeron su primer disco en 2001. Junto al batería de Nirvana, Foo Fighters y Queens of the stone age Dave Grohl, el guitarrista Warren Fitzgerald de The Vandals y Page McConnell y Steve McDonald como teclista y bajista, respectivamente, conformaron un conjunto musical atípico, fusionando el ‘rock clásico, el heavy metal y una letras que no abandonan en ningún momento el cachondeo y la pérdida de formas sin renunciar a una calidad musical abrumante, patente en ese temazo titulado ‘Tribute’, cuyo vídeo fue elegido entre los diez mejores vídeos de la historia del rock, según la revista Kerrang.
Por supuesto, un fenómeno como este dúo de cariz netamente gamberro y disoluto tenía que tener su oportunidad en la gran pantalla. ‘Tenacious D. and the Pick of Destiny (aquí subtitulada como ‘Dando la nota)’, es la ofrenda cinematográfica para mayor gloria del grupo. En clave de comedia absurda y enloquecida (por supuesto), Black y Gass se autointerpretan en una historia demencial, la de su propio encuentro y el sagrado cometido de conseguir la púa con la que han tocado los mejores guitarristas de la historia para convertirse en el mejor grupo musical del mundo. Una púa confeccionada, según la leyenda, con un diente del mismísimo Satanás y que adjudica inusitado talento musical al guitarrista que la use. Desfilan por ella gente como Meat Loaf, Dio, Dave Grohl (interpretando a un Lucifer que se asemeja al Tim Curry de ‘Legend’) además de cameos como los de Ben Stiller, Tim Robbins, Amy Adams o John C. Reilly haciendo de Sasquatch, en uno de los momentos más alucinógenos de la película.
Un filme, dirigido por Liam Lynch (habitual en la carrera de los D.), que tiene muchos paralelismos con la secuela de ‘Wayne’s World’ o algunas comedias de raigambre ‘rockera’, pero comete demasiados errores dentro de sus planteamientos como para considerarse una comedia a la altura de los propósitos humorísticos que se podían pedir a un filme de estas características, que no duda en acudir en exceso a referentes como ‘Colega ¿dónde está mi coche?’ o ‘Vaya par de fumaos (Harold and Kumar go to White Castle)’, pero sin los destellos de lucidez de éstas.
Con algún ‘gag’ destacable, un arranque excepcional (con versión de ‘Kickapoo’ del Black de niño a su familia ultra conservadora y muy religiosa) y una tónica paródica que planea en todo momento por la chorrada, ‘cock pushups’ de todo tipo y una sensación de situaciones absurdas con referencias al sexo, al rock y a la marihuana, ‘Tenacious D. and the Pick of Destiny’ es un producto totalmente desaprovechado, porque el filón se va diluyendo (sin aburrir, eso sí), hacia la inocua bufonada reiterativa que no va a ningún sitio. Una película prescindible, si tenemos en cuenta la portentosa aportación viodeoclipera del duplo en ‘The greatest song in the world’, ‘Wonderboy’ o la descojonante animación con el sello Spunco de ‘Fuck her gently’. Aún así, le cinta es consciente de sus limitaciones y se limita a hacer que Black pueda ofrecer un gran recital de sí mismo y que Gass aporte su ‘vis cómica’ con cierto estilo y capacidad. No es suficiente para acabar con un ‘power slide’, sin embargo, es un filme destinado a los fans de este grupo o a ver sin prejuicios con unos colegas, muchas birras, algo de tabaco de la risa y ganas de pasarlo bien.

domingo, 16 de marzo de 2008

La incoherencia del salvajsimo en el fútbol

Otra vez, un salvaje, un imbécil de primitivos instintos violentos, un cerril sin dos dedos de frente ha enturbiado el Deporte Rey con una acción despreciable. Un bastardo fanático del Real Betis Balompié situado a pie de campo lanzaba una botella de agua llena y a traición que impactaba contra la cara del guardameta del Athletic Club de Bilbao Armando, provocándole un corte debajo del ojo que acabó no sólo con el cancerbero evacuado en camilla y en el hospital, si no con el transcurso del partido, ya que el árbitro Clos Gómez, en lógica coherencia, decidió suspender el encuentro.
No es la primera vez que esto sucede en el estadio sevillano Ruiz de Lopera. Por supuesto que todos los aficionados béticos no son representados por este pelele, esa clase de fanáticos que no deberían tener derecho para asistir a ningún evento (bien se deportivo o de cualquier otra índole), pero lo cierto es que el primer precedente que viene a la memoria colectiva es el botellazo que sufrió el ex entrenador del Sevilla Juande Ramos en una eliminatoria de Copa en el mismo escenario el año pasado. Lo mismo que antes lo sufrieron, en 1996, los jugadores del Atlético de Madrid Vizcaíno y Solozabal. También sucedió algo parecido en la temporada 2001-2002, donde afortunadamente no se produjeron agresiones a jugadores, pero se repitieron estos mismos incidentes de forma grave.
El Comité de Competición debería tomar medidas. Pero definitivamente que fueran ejemplares. Es la única forma de que se pueda frenar la entrada de este tipo de personajes a los estadios. Joaquín Caparrós aseguró ayer “hay que acabar con esto. Hay un precedente con Dinamarca y así es como nos escuecen las cosas”. Se refiere a un hecho concreto y a una sanción modélica. La comisión disciplinaria de la UEFA concedió la victoria a Suecia por 3-0 ante Dinamarca y multó a la federación danesa con un monto equivalente a los 81.000 dólares. También decretó que la selección danesa disputara sus próximos cuatro partidos como local por lo menos 250 kilómetros fuera de Copenhague. La UEFA también sancionó a la Roma con la pérdida de su partido contra el Dínamo Kiev (0-3) y obligó al equipo italiano a disputar sus dos siguientes encuentros de la Liga de Campeones a puerta cerrada, después de que el árbitro sueco Anders Frisk fuese alcanzado por un objeto lanzado desde la grada, que le provocó una brecha en una ceja cuando se retirada al vestuario al concluir el primer tiempo.
Son ejemplos de sanciones que aplacan y hacen pensárselo dos veces a aquellos inmundos aficionados cuyo entusiasmo ciego, patibulario y desmedido deshonran el ámbito del deporte. El fanatismo encubre la limitación de la libertad, empobrece la psique humana, fomenta la incomunicación, reduce la lógica y el discernimiento y hace perder la dignidad. Que la directiva del Real Betis Balompié haya mostrado su repulsa poco después del encuentro y haya vetado la entrada a este energúmeno no es suficiente. No es un hecho aislado y se deberían tomar las medidas convenientes de una vez por todas.

viernes, 14 de marzo de 2008

'Venga Monjas': la genialidad de la nueva patafísica

Hace mucho tiempo que debería haberle dedicado unas líneas a ese fenómeno internauta llamado ‘Venga Monjas’, serie de vídeos de humor absurdo de dos genios del arte y de la vida como son Xavier Daura y Esteban Navarro, un duplo que, gracias a su desparpajo, ingenio, intrepidez de ideas descolocadas y divertidísimas, ha creado un concepto de humor que ha traspasado el mero interés o curiosidad, transformándose en un rotundo éxito, en una nueva forma diversión y difusión masiva mediante sus antológicos vídeos rodados con una simple cámara de fotos, sabiendo sacar todo el partido posible a la plataforma YouTube.
A Daura, “Sivi”, como algunos le llaman, es ese creador de inventiva inagotable al que se puede considerar como un hermano pequeño que es capaz de dar lecciones a los mayores. De este talento innato nacieron cortometrajes como ‘Adoro mi mierda’ y ‘Es mundo extraño’, piezas que tuvieron su espacio abismal hace tiempo. Por su parte, Navarro, o “Coño”, como también se autodenomina en algunos lares internautas, es una fuerza de la naturaleza que abarca con cognición varios terrenos artísticos (dibuja, ilustra, diseña, es músico, actor, montador…). Ambos son el eje fundamental de ‘Venga Monjas’, serie de humor que abandona la sensatez a favor de la concepción de absurdo, de su natural destreza para actuar de una forma libre, de acuerdo a un pensamiento que pocos consideran como normal.
Son la progenie vanguardista de humoristas como Joaquín Reyes, Carlos Areces, Julián López, Ernesto Sevilla, que han recogido los estilemas ‘chanantes’ y los han reconvertido en algo propio, que se identifica con ese tipo de humor instantáneo, pero a la vez caracterizándolos con una variedad e idiosincrasia privativa. El humor que destilan sus pequeñas obras no aspira a ser didáctico, ni mucho menos a tener un mensaje, sin embargo, en cada nuevo episodio de ‘Venga Monjas’ dejan claro que su capacidad de riesgo no tiene límites. Fieles a sí mismos y a un público que ha caído rendido ante la arrolladora personalidad de dos jóvenes talentos, han demostrado una y otra vez que disfrutan y viven el momento con una lealtad a sus ideas fuera de lo habitual.
Navarro lo ha definido como “el cesto de lo bizarro”, pero todo esto va mucho más allá, porque desprende la utopía de la diversión llevada al extremo, lo que vendría a ser una especie de nueva patafísica audiovisual, renovada bajo el prisma enloquecido de este dúo irrepetible que sigue las consignas de Tristan Tzara, padre del dadaísmo, con la manifestación provocadora con la que acometen sus vídeos. Y lo hacen, además, destruyendo lo convencional, revolucionando con un humor que es sello de la casa. Humor surreal que puede considerarse marciano o zafio, pero que es un insurrecto acto de trascendencia, de autonomía inmune a las críticas.
Es un humor intuitivo, lúcido, encaminado hacia la destrucción nihilista y el absurdo. En él cabe de todo; abundante escatología, chinos que ríen mucho, canciones sobre magdalenas, gente que se caga en la mano, la recurrente figura del ‘ninja’, niños que bailan ABBA, abuelas que juegan con un ratón Mickie y un Master del Universo, patatas fritas McDonalds en el culo de la gente que no deja pasar en las escaleras del metro, alusiones sexuales a Briana Banks, la antológica ‘propaganda cachondeo’, chistes privados y públicos, animación con ecos ‘pythonianos’, culos, y más culos... En definitiva, la frescura de la insensatez esperpéntica de digresiones sobre cualquier cosa, en las que no dudan en recurrir a la Madre Teresa de Calcuta, Alfonso Arús, Arantxa Sánchez-Vicario, Javier Gurruchaga, nuestro simpático amigo Callahan ni tampoco adoptar rostros episódicos de gente como Miguel Noguera, Carlos Areces o el gran Paco Cavero.
El carácter humorístico de ‘Venga Monjas’ corresponde a la descripción de su propio universo, la demencial pasión por la risa, por los momentos indescriptibles, por el humor, la diversión y la amistad. Ellos son el mejor ejemplo del talento volcado en las nuevas tecnologías, el modelo cómico que avanza y evoluciona para corregir la bostezada incuria de la corrección y sacarnos a todos de su letargo. Es la respuesta a la nueva era del humor en Internet. Un dúo que ha sabido reconstruir las estructuras del lenguaje y desbaratar la lógica con la irracional coherencia de su genialidad.
- Sección ‘Venga Monjas’ en Youtube, con todos los vídeos de esta pareja chiflada.
- Entrevista en el programa calatán ‘Silenci’, donde revelan algunos de los secretos del éxito de la serie.

jueves, 13 de marzo de 2008

El Titanic del aire

El Airbus A380 es uno de esos los desafíos más evidentes y ostentosos del hombre a la naturaleza, una demostración de poder respecto a los elementos. Es el avión de transporte de pasajeros más grande del mundo. Cuenta con la mayor cantidad de plazas de la historia de la aviación y llega a albergar hasta 600 pasajeros. 73 metros de largo, 79,75 metros de extensión y 24 metros de altura son los números de este gigante del aire que está catalogado dentro de la denominada DG VI (Design Group VI), la de mayor tamaño de cuantos operan en los aeropuertos.
Hasta hace bien poco, los secretos del Airbus A380 habían sido una incógnita para todo el mundo. Se llegó a afirmar que los diseñadores industriales que trabajaron en el avión llegaron a extremos de confidencialidad en los que sólo seis personas podían acceder a la información del proyecto en ordenadores sin posibilidad de extraer información, vigilados por modernas medidas de seguridad y obligados a guardar un silencio sepulcral incluso entre sus compañeros de trabajo.
Hoy, podemos darnos un garbeo por la cabina, desde todos los ángulos posibles, acercando al ojo humano ese intrincado cuadro de mandos del avión. Un viaje de 360º por este coloso aéreo que desafía todas las leyes físicas y humanas.

martes, 11 de marzo de 2008

Review 'Sweeney Todd'

Sangrienta ópera trágica
Tim Burton recupera su más reconocido pulso adaptando el musical de Sondheim bajo los oscuros designios de ese cine gótico personificado por personajes ‘outsiders’.
La última película de Tim Burton ha coincido con el estreno en cines con ‘Es un país para viejos’, ‘oscarizado’ filme de los hermanos Coen que ha recuperado, entre otras cosas, el remanente cultural contextuado en los áridos parajes sureños, revitalizando la excéntrica autoría de dos directores que han vuelto a la senda, a esos lugares comunes, de sus propias e intransferibles raíces. Es curioso que ‘Sweeney Todd’ represente para su autor un retorno similar a sus fundamentos más celebrados y reconocibles, a su exceso mágico, de personajes extravagantes e inadaptados, con los que Burton se ha rebelado siempre a las consignas impuestas por la maquinaria hollywoodiense. A lo largo de su carrera llena de altibajos, el “chico raro” de Holllywood ha defendido la reivindicación artesanal con un insólito afán por evocar subgéneros y transitar y mezclar diversas influencias genéricas como la literatura gótica, los cuentos de hadas, la fantasía, el terror o la animación.
Lo cierto es que sin establecer un título concreto, la oscura y lóbrega idiosincrasia ‘burtoniana’, dotada con el nervio de unas imágenes que sólo pueden emerger de una especial imaginería de reminiscencias clásicas, ha ido perdiendo fuerza y atracción de forma escandalosa en sus últimas películas, pese a seguir manteniendo una envidiable capacidad fabuladora en la utilización del aparato técnico como artefacto lúdico. Por eso, ‘Sweeney Todd’ es una declaración omnisciente de personalidad, de retentiva, de universo propio, de un estado de ánimo frente al cine, de corrupción y de artificio esgrimido con ímpetu ambicioso con el lenguaje cinematográfico.
Ya en los títulos de crédito podemos apreciar que este musical va a ser el más sangriento del autor, siguiendo la senda que va dejando un río de sangre, hemoglobina que recuerda al intenso rojo ficcional de oscuros universos clásicos, cuando la sangre exageraba su cromatismo como funesta alegoría. ‘Sweeney Todd’ es una adaptación del musical de Stephen Sondheim y Hugh Wheeler basado en un cuento decimonónico de Thomas Pecket Prest. El filme despoja a la original de matices autoreferenciales y crea una película afín a la visualidad gótica y lirismo estético de Burton, que saber conferir su empaque existencial y melodramático al tono de grotesco humor que respira bajo su nostálgica fábula trágica.
El argumento procede del folklore inglés, en el que un excelente barbero llamado Benjamin Barker vuelve a su Londres después de 15 años de cárcel por un juicio injusto, clamando venganza tras su exilio. Su esposa ha desaparecido y el juez que lo condenó para quedarse con su familia, es ahora el tutor de su hija. Convertido en el sádico Sweeney Todd, y en complicidad de la oscura Mr. Lovett, hace uso de sus navajas de afeitar para degollar a sus clientes y víctimas, en espera de la aparición del juez que arruinó su vida. A su vez, Lovett tritura los cadáveres y los usa como relleno para sus empanadas. Todd amplia así el catálogo de personajes extraños de Tim Burton, ‘outsiders’, desubicados y víctimas de una sociedad arbitraria y negligente que parece no aceptarles. Johnny Depp, en su sexta colaboración con Burton, vuelve a interpretar al iconográfico antihéroe predilecto del director de ‘Beetlejuice’, angustiado y sumido en un pesar de sombría redención.
Con acertada incisión en la ópera, en el musical de conciliación terrorífica con el Grand Guignol, devuelve la imagniería más reconocible, las señas de identidad de este oscuro e irregular creador de sombras, cuyo espíritu y perspectiva existencial se oponen a la expresión racionalista del clasicismo. En esta universal historia de venganza, Tim Burton vuelve a alejarse de cualquier rastro de de naturalismo, confiriendo a la cinta un pérfido éter malsano y decolorado a modo de tétrica leyenda que se alimenta constantemente de una arquitectura visual condicionada y agradecida a los excelentes escenarios de Dante Ferreti y Francesca Lo Schiavo, que operan dentro del filme con una atmósfera opresora, impregnada de irrealidad, pero a su vez transmitiendo la decadencia con la que perviven los personajes dentro de la historia. El Londres victoriano sirve de oscurecido proscenio para establecer esa estética de lo lúgubre, de mortuorio sentido del humor (el mecanismo con el que Todd ejecuta a sus víctimas y éstas caen al sótano de calderas), de delación contra la hipocresía social y de la justicia que obstaculiza el lógico albedrío y la individualidad. Sin olvidar el énfasis en la subjetividad y lo irracional de la cuidada combinación de luz y oscuridad de Dariusz Wolski, que mezcla a su vez ingenuidad (la que emerge en la historia de amor de Anthony Hope y Johanna o el joven Toby) y perversión (todos los demás).
‘Sweeney Todd’ se muestra al espectador como una película musical de terror impresionista, pero a su vez como un cautivador drama que no desierta en su idea de diseminar su fondo con un humor negro, evidente en su intencional exceso. El filme renuncia en todo momento a las complejas coreografías y al sentido del espectáculo porque no es un musical al uso, si no una ópera trágica y melancólica. Y hay que agradecerle a Burton que sus transiciones verbalizadas no entorpezcan los cortes musicales, melódicamente emocionantes, y no viceversa, como suele ser habitual en el cine de género.
El problema es que, pese al subrayado hipnotismo estético, se resiente de algunos personajes que resultan demasiado básicos, como es el caso del Juez Turpin (un villano que desperdicia las posibilidades de un actor como Alan Rickman) o las de los personajes de Jayne Wisener y Jamie Campbell Bower, que no alcanzan una entidad satisfactoria para que alcance un nivel que vaya más allá de los convencionalismos de su autor, lo que convierte a ‘Sweeney Todd’ en un importante y destacado ejercicio de estilo, cierto es, pero que echa de menos una rotundidad mayor a la hora de jugar sus cartas.
Eso sí, devuelve al mejor Tim Burton, al cineasta capaz de fusionar esplendor gótico y sátira moderna con una lujosa y delicada composición musical. Un apartado éste, el musical, en el que hay que destacar con cierta apreciación el esfuerzo interpretativo de Johnny Depp, Helena Bonham-Carter y el jovencísimo Ed Sanders, que logran resolver con loable brillantez el marrón, dada la lógica dificultad del trance. Sin olvidar esa breve pero entusiasta aparición de Sacha Baron Cohen, en uno de los números musicales más relevantes y divertidos de la película.
Ascética e introvertida, como no podía ser de otro modo, no falta ese pesimismo existencial que identifica los retratos con el sello de Burton. Una obra de terror posmoderno, ambigua y trágica, donde el oscurantismo operístico es llevado a una historia de locura y mentiras, de rabia y venganza en el que todo se encamina hacia la tragedia, hacia un raudal de sangre dibujada con belleza y colorido, como contraposición a la opacidad de su ornamental estructura narrativa y visual. En cualquier caso, estamos ante un espectáculo fascinante y estremecedor, totalmente alejado de lo previsible y lo convencional, como en gran parte de la filmografía de un creador de crepúsculos que parece, por el momento, haber regresado a su extravagante genialidad sin coartadas.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

domingo, 9 de marzo de 2008

"El Chiki Chiki" a Eurovisión

Que el actor y humorista David Fernández, con su peculiar personaje Rodolfo Chikilicuatre, vaya a representar a España en el próximo festival de Eurovisión simboliza dos cosas; primero, que en este país todavía sigue funcionando el humor y soltura con la que se resta trascendencia a los temas que se considera “serios”. Segundo, que este certamen en imparable decadencia, rancio y trasnochado, deprimente y lamentable, podrá tener ese apropiado festival de ‘freakies’, que desfilarán por el escenario de Belgrado que se celebrará el próximo 24 de mayo. Además del cachondeo del personaje creado en el programa de Buenafuente, podremos ver el desafío musical de ese pavo de gomaespuma que representará a Irlanda o al abuelo rapero de Croacia. Y eso, contra todo pronóstico, será un aliciente de audiencia aparentemente imprevisto, pues el seguimiento y votación popular de este invento televisivo promete unas risas y un alcance mediático mucho mayor que si hubiera ganado cualquiera de los finalistas de la gala de ayer.
El meme viral de Chikilicuatre constituye un extraño símbolo de los nuevos tiempos que deben renovar este festival; el ‘show’ en clave de humor, el espectáculo que deja a un lado las cuestiones musicales de importancia que ya no tienen cabida en este concurso deslucido por los años. Reconozcamos que hace tiempo Eurovisión no tiene interés y da igual lanzar a otro “triunfito” o simulacro más. Por lo menos, pasémoslo bien. Cuando Fernández acabe este absurdo trayecto, colgará su guitarra de juguete y la broma acabará. Algo que no sucedería con otro aspirante con ínfulas de magnitud musical y sueños discográficos.

sábado, 8 de marzo de 2008

Review '4 meses, 3 semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamini si 2 zile)'

El dramático trance del terror
Cristian Mungiu lanza una dura mirada a la historia y al pasado en forma de purga contra los tabúes de un país mutilado de libertad durante el comunismo de Ceaucescu.
Cuando en el mes de junio del pasado año este estremecedor relato procedente de Rumania, obra de bajísimo presupuesto sobre la memoria histórica y el espinoso tema del aborto clandestino, mereció la Palma de Oro en el Festival de Cannes, toda la crítica y parte del público no dudó en señalarla como una de las mejores películas del año. El filme es un duro viaje, muy cerca en su metodología y espíritu al docudrama, a uno de los períodos más negros de la historia de Rumanía, mediante la adaptación a la gran pantalla de algunas de las leyendas urbanas más conocidas y difundidas durante los interminables años que se prorrogó el régimen dictatorial comunista de Nicolae Ceaucescu a finales de los 80.
Cristian Mungiu aborda para ello las vidas de Gabita y Otilia, dos estudiantes que subsisten como pueden en una residencia de habitaciones entre compra y venta de mercadeo negro. Gabita (Laura Vasiliu), es una mujer débil, mentirosa y acobardada, que necesita del ímpetu y el desafío a los obstáculos de Otilia (una magnífica Anamaria Marinca), para llevar a cabo la interrupción embarazo no deseado de su mejor amiga. Ambos son personajes sumidos en el miedo de lo que acontece, pero también están condicionadas por las circunstancias, por las decisiones que marcarán para siempre sus vidas y por el temor a ser descubiertos en una pugna a la sociedad, al sistema, que confronta la pusilanimidad de una con el denuedo de la otra. No es la única contraposición de la película, pues ésta se nutre de los enfrentamientos con la realidad desde estas dos perspectivas; la carencia de esperanza por una libertad perdida con la dura realidad de un mercado negro donde todo se vende y se compra con el conformismo de la discreta vulgaridad vital, los comentarios triviales e intrascendentes de la cena familiar del novio de Otilia con el rostro perdido de una mujer que ha sufrido la peor y más traumática experiencia de su vida. También en el aspecto técnico, donde se percibe en esa diversidad de cámara en mano con el estatismo de sus estudiados planos secuencia. Filmado con pulso nervioso, consiguiendo la opresión pesadillesca confundida con el drama, con la realidad amenazante que amenaza a Otilia, dejando un claro ejercicio de estilo suntuoso.
Un relato testimonial sobre la era comunista en Rumania mostrada desde la desnudez de dobleces en su parte técnica, rechazando incluso partes de la naturaleza cinematográfica como pueda ser la iluminación, la música, la planificación en busca de un conseguido tono inflexible, donde prevalezca la contundente mirada directa del espectador. Si bien es cierto que a ratos, ese tono de crudeza insinuante funciona perfectamente, sobre todo, en un primer tramo de brutal coherencia e incómoda aprehensión de los acontecimientos, allí donde las dos chicas, acorraladas, terminan cediendo a la espiral degradación acuciadas por la situación desfavorable, también lo es la tendencia de Mungiu hacia el lamentablemente y fácil recurso del morbo cuando, con toda su explicitud, muestra el lastre vital en forma de feto humano sin vida, renunciando a la conceptualización analítica del filme y cediendo, en último término, al impacto y a la búsqueda de significaciones que van más allá de lo mostrado. Un hecho que desvirtúa por completo el énfasis de docudrama de ‘4 meses, 3 semanas, 2 días’.
Aún así, el filme logra desprenderse en todo momento de juicios morales y plantea su historia como una realidad de inestable crudeza, siempre al amparo de su afinidad por el lento discurrir de las dudas, de las sospechas sobre todo lo que rodea a una verdad que acaba por romperse, pero también a la vez encomiásticas decisiones que se toman. La dura obra de Mungiu es una mirada a la historia en forma de purga contra los tabúes de un país mutilado de libertad durante el comunismo, pero lo es también para advertir sobre aquellas situaciones políticas de muchos países a los que la voluntad les es negada desde los gobiernos, en el pasado o en el presente.
Eso sí, además de su citada mención a ésa traición a la elipsis, al realizador rumano también se le puede recriminar ese ajado y falible plano final en el que la protagonista mira a cámara haciendo al espectador partícipe de lo que ha vivido tiene la extraña percepción de ‘déjà vu’ premeditado, visto en demasiadas ocasiones como para que tenga la fuerza necesaria que Mungiu ha querido como broche final a un filme que indaga sin temor en la certera experiencia de resistencia a través de personajes reales, veraces y antagónicos.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

miércoles, 5 de marzo de 2008

Los maletines de los Coen

Si uno vuelve a ver ‘Fargo’ (después de muchos años, como ha sido mi caso) podrá encontrar alguna pequeña analogía entre esta gran obra de los hermanos Ethan y Joel Coen y su última y ‘oscarizada’ cinta ‘No Country for Old Men’. Más allá de sutilezas argumentales, de preponderancia del paisaje y demás, hay un tema que hermana a ambos filmes. Se trata de ese obsesionante maletín lleno de dinero. Un elemento que planea casi como dispositivo cardinal del final de ‘Fargo’, así como lo es en el comienzo de ‘No Country…’.
En ‘Fargo’, la broma macabra es un acierto de guión absolutamente magistral. Cuando Carl Showalter (Steve Buscemi) acaba de asesinar al heroico abuelete Wade Gustafson (Harve Presnell), no sabe que los 80.000 dólares prometidos por secuestrar a la mujer de Jerry Lundegaard (William H. Macy) por orden de éste se han convertido en un millón de dólares. Tampoco que horas después, su socio, el brutal Gaear Grimsrud (Peter Stormare) acabará con su vida por no querer compartir el coche que se les proporcionó Lundegaard para cometer el secuestro. Antes, movido por la codicia, ha enterrado todo el dinero bajo la nieve en un acto de imbecilidad e inepta ingeniosidad que ya ha venido mostrando a lo largo del filme. Como le sucede a Jerry Lundegaard (William H. Macy), cabeza pensante del enredo, en su despropósito para obtener una gran suma de dinero y montar así un aparcamiento como negocio de futuro. Es el efecto de la miseria humana perfectamente definida en estos caracteres por los Coen.
En ‘No Country…’, Llewelyn Moss (Josh Brolin) encuentra dos millones de dólares al descubrir la dantesca vendetta entre dos bandas de narcotraficantes mexicanos. Su acto de estupidez viene dado por el remordimiento al no dar de beber a un moribundo en el lugar de los hechos. Una decisión que conlleva directamente al descontrol del azar y del destino. Es la consecuencia de la inopia que también personifica Showalter, Lundegaard o Grimsrud.
Lo que pocos recordarán es que se trata de un maletín idéntico, exacto, con la misma simetría en la colocación de su contenido. Será también la misma que entregará vacía el mísero millonario de ‘El Gran Lebowski’, en un acto mucho más ruin y codicioso que la de estos pobres diablos. Son personajes, en definitiva, que, a través de esos fajos perfectamente ordenados en bloques de 10.000, personifican la teoría del caos de René Thom, donde los factores equivalentes a los fenómenos naturales discontinuos no pueden ser descritos ni calculados.
Por supuesto, no es lo único que las equipara. Tanto Lundegaard, como sus antagonistas Showalter y Grimsrud, se mueven por el dinero en diferentes esferas de ambición y mezquindad, como en ‘No Country…’, la mayoría de los personajes; desde el orgulloso Llewelyn Moss, pasando por los mexicanos, Carson Wells (Woody Harrelson) hasta llegar al mefistofélico Anton Chigurh (Javier Bardem) se determinan por ese apego a un dinero que no es suyo. Todos, de alguna forma, están hermanados, malditos, infectados por la avaricia que esconden los maletines de los Coen.
Por último, una última reflexión a modo de pregunta acerca del lado utilitario de la ley que contrarresta el oscuro e imperfecto mundo de incoherencia y violencia que sacude las tranquilas vidas de la embarazadísima agente Marge Gunderson (Frances McDormand) y Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones): ¿Acaso no son equidistantes los sueños y anticlímax final del viejo sheriff desencantado con el mundo moderno que ese pesimista plano final de Marge entrando en la cama con su aburrido marido que pone de manifiesto un futuro gris para su futuro bebé? En cualquier caso, los dos expresan claramente no entender porqué se precipitan los acontecimientos de una manera tan irracional. Sin embargo, a pesar del mazazo al idealismo de esas autoridades que, hasta ese momento han seguido las reglas a rajatabla, Marge puede preguntárselo a la cara a Grimsrud, mientras que Bell ni siquiera logra capturar a Chigurh. Los tiempos han cambiado. Y los Coen, como ellos, se han vuelto aún más sombríos en su pesimismo.
En otro momento habrá que entrar de lleno en esas digresiones argumentales que no conllevan a nada en la historia, maravillosos sinsentidos a los que este duplo han conferido una genialidad fuera de toda lógica. En ‘Fargo’, definidos en la secuencia en la que un ex compañero de Universidad de Marge, Steve Park (Mike Yanagita), acomete con nostalgia a la agente con una triste historia que levante su lástima para seducirla torpemente sin éxito.

lunes, 3 de marzo de 2008

Política, elecciones y aburrimiento

aburrimiento.
(De aburrir).
1. m. Cansancio, fastidio, tedio, originados generalmente por disgustos o molestias, o por no contar con algo que distraiga y divierta.
Al contrario de las teorías sobre el aburrimiento de Brodsky o Baudrillard en sus discursos en defensa del tedio, de esa supuesta necesidad de afrontar el hastío como experiencia vital, la política actual es uno de los temas más ridículos y soporíferos que puedan hacer perder el tiempo al ser humano. Consume la energía en un constante estado de desinterés con esa repugnante retórica altisonante y vacía. Observar y escuchar las soflamas de los políticos, esos integrantes del circo moderno, provoca la sensación de estar viendo una y otra vez una horrible película de serie Z sin calidad, con el mismo discurso, en una rueda de repeticiones que descuartiza el ánimo de la voluntad. Carcome el alma, agota la inteligencia e induce a ciertas dosis de imbecilidad. Es la hora de las elecciones y también de manifestar, envuelta en formal discurso de términos biensonantes, la vacuidad de propuestas; desde fatuos principios, promesas perdidas, insultos sin razón, juramentos que esconden un oscurantismo incompetente que actúan como elemento tracista en la sociedad. Eso es la política actual, la que ha pervertido los conceptos democráticos del génesis gubernativo y denigrado la lucha de un bien común que, desde su nacimiento, ha quedado oscurecida por la ambición y la hipocresía. Un circo con payasos que no hacen gracia, discapacitados para un humor que no vaya más allá del ridículo público.
Aburrimiento proviene del latín: ab- prefijo «sin», horrere «horror», como la verdadera esencia de los discursos que hemos tenido oportunidad de escuchar estos días. Nuestra política, como todas en este mundo, es la existencia desprovista de sentido.