martes, 5 de febrero de 2008

La quimérica Juno MacGuff

Al ver a ‘Juno’ la imagen básica que uno concibe tras el visionado del filme de Jason Reitman es la de la imposibilidad hecha personaje, la entelequia personificada de un sueño intelectual inalcanzable. Porque Juno representa el ideal simbólico creado a partir de la culminación femenina como objeto de deseo que se mueve y dialoga como en la fantasía de un sempiterno adolescente freakie, soñador y con ínfulas de conseguir una chica como esta entre discos, cómics, películas y deseos inverosímiles.
Este personaje es la alegoría de una lolita que encandila por su ternura, su perspicacia, sus ingeniosas frases llenas de ironía, su aparente discernimiento sobre la existencia, la música (algo cuestionable), el cine (aunque considerar más sobresaliente a Gordon Lewis que a Argento es indigno)… en definitiva, la autoasumida clarividencia con la que ve las cosas se antoja la onanista visión que se tiene de la vida y del cine.
El rol interpretado con inquietante perfección por Ellen Page es una utopía. Sugerente sí, pero sin dejar de constituir una fábula algo insípida y optimista que ganará con el tiempo por la intrascendencia, honestidad y melancolía con la cual se ha creado este cuento vitalista y romántico.

lunes, 4 de febrero de 2008

XXII Premios Goya: Entre la indiferencia y el aburrimiento

La Academia recuperó a José Corbacho para volver a ejercer de maestro de ceremonias en esta pasada XXII gala de los Premios Goya. Lo hizo por una sencilla razón; el año pasado, el evento no fue tan desastroso como sus predecesores. Eso sí, sin alardes de ingenio ni divertimento. Afianzado en lo fácil, lo de ayer fue un mero trámite, una de esas galas convencionales, en un reparto de premios que se ha parecido más a los Globos de Oro de este año que a cualquier otra cosa. Una lectura de galardones, pero con los premiados presentes.
Un artificio de entrega, de tránsito en el que la diligencia era el objetivo, un encargo donde no se ha tenido en cuenta ni el humor, ni un guión formalizado y coherente, ni el espectáculo que se le debe exigir a este tipo de galas. Corbacho estuvo, como la noche consagrada a laurear al cine español en su cita anual, anodino, sin chispa, sin recursos, sin la apelación al absurdo humor que destiló en algún instante el pasado año. Únicamente destacó esa parodia a la Presidenta de la Academia Ángeles González Sinde en referencia al sonrojante discurso que ejecutó hace una edición. En ésta, la guionista y directora, se limitó a leer un oportuno y limitado escrito sobre nuestro cine. Aunque nadie lo recordará por su insustancial contenido.
Invocando a ese humor de ‘doblaje falso’ promovido y mil veces visto en televisión, sin atisbo de originalidad, Corbacho hizo su particular versión de las películas nominadas, un discurso inicial carente de gracia, dobló algún que otro vídeo de Woody Allen a modo de desorientado ‘runing gag’ y terminó con una chusca y paupérrima representación de Anton Chigurh, el asesino que está dando a Javier Bardem la gloria ‘hollywoodiense’ definitiva. En cualquier caso, el cómico catalán no brilló en absoluto porque moderó sus célebres salidas del tiesto, su corrosivo humor e improvisación, como si “el horno no estuviera para bollos”. Desde los medios de comunicación, las cifras de taquilla, algunos sectores de la crítica y la sensación general sobre el tema, la situación de supuesta crisis del cine español no parece que deje espacio para el exceso ni la chanza. Ésa fue la sensación difundida; la de un acontecimiento ineficaz e insípido, con poco que criticar, destacar y mucho menos elogiar.
Todo el mundo presentó con hieratismo, sin brillantez ni líneas de guión más allá que la lectura de los nominados y el premio con el galardón cabezudo, los apáticos discursos a las familias y productores, circunscribiéndose al tópico donde el vestigio de sopor y aletargamiento fue el espíritu constante de la noche.
En el recuerdo quedarán pocas cosas. Obviamente, que una película minoritaria llena de talento como ‘La Soledad’, de Jaime Rosales, fuera la gran triunfadora de una ceremonia en la que ‘El Orfanato’ , de J.A. Bayona secundó con su hacinamiento de premios (hasta siete) y alguno para ‘Las 13 Rosas’ y ‘Siete mesas de billar francés’ que dejó contentos a todos. Isabel Coixet sigue demostrando que lo suyo no es hablar en público, Julio Fernández hace lo propio con su inevitable protagonismo y su reincidente y rancio discurso en contra de la piratería (eso sí, a la hora de agradecer el premio a los directores del filme ‘Nocturna’, se puede tomar la licencia de olvidarse), Alberto San Juan deslució su premio con un improcedente énfasis de polémica al pedir la disolución de la Conferencia Episcopal (que poco tiene que ver con el Séptimo Arte) y que los ganadores de los premios a los mejores cortometrajes, de nuevo ninguneados en un bloque, sin orden ni respeto, se preocuparan más de agradecer a padres, madres, amigos, productores (estos también agradeciendo a los mismos), etc… que haber tenido la decencia de reivindicar su posición dentro del Cine como savia y futuro de la industria después de la polémica que estuvo a punto de dejarlos fuera de la gala. La noche, así y a grandes rasgos, dio muestras de flaqueza cinematográfica (ni un solo vídeo sobre el cine, ni un mísero montaje con cierta virtud), de fiesta (todo fue aburrido) y carente de cualquier ‘glamour’, menos interés y una turbadora percepción de desgana. Algo que no se debería fomentar en este nuestro cine capaz de premiar como película del año a ‘La Soledad’. Sin duda alguna, lo que debemos recordar de esta noche de Goyas.
LO MEJOR
- Maribel Verdú, en todo su esplendor.
- José Luis Alcaine y su emotiva enumeración de esas ‘13 rosas’ a las que se refiere la cinta de Martínez-Lázaro.
- El maestro Roque Baños; era vergonzoso que el mejor compositor que ha tenido el cine español en muchos años todavía no tuviera un Goya. Gracias a que Alberto Iglesias este año no estuviera nominado, ha sido posible.
- La frase “Recogen el premio Isabel Coixet, Mariano Barroso, Fernando León de Aranoa y un médico de Médicos Sin Fronteras”, en referencia a la Presidenta de la ONG en España.
- J.A. Bayona cambiándose de sitio con su hermano porque el realizador había equivocado durante toda la noche sus rostros y poder aparecer así en el recuadro de enfoque de los nominados.
LO PEOR
- Que la gala volviera a ser en diferido. Quieren que no se alargue la ceremonia de entrega, pero pueden bombardear al espectador televisivo con infinidad de cortes publicitarios que llevó un evento de dos horas hasta casi las tres. Teniendo en cuenta esto, no se entiende que quieran cercenar premios a diversas categorías por este motivo. Hay que ser hipócritas.
- El vestuario de Pepe Viyuela, que parecía que venía de pastorear con ovejas y cabras.
- Ángeles González Sinde, mujer sin garbo ni presencia, con ese cadáver de hurón negro al cuello y, por segundo año consecutivo, leyendo un soporífero y políticamente correcto discurso académico.
- Sergio G. Sánchez expresando su sorpresa porque, según él, se dice que el ‘El Orfanato’ “es una mala copia de ‘Los Otros’”.
- El público del Palacio de Congresos parecía seguir la gala sin interés, a su puta bola; unos comiendo Chupa-Chups, casi todos leyendo la revista especial de la ceremonia…
- El interminable discurso sobre las venideras generaciones de cinéfilos de Jaime Rosales.
Para finalizar, quiero rectificar un hecho que tiene que ver con el discurso del gran Alfredo Landa. Volviendo a ver el vídeo de agradecimiento, uno se da cuenta de que ese icono, este actor veterano no iba improvisando lo que decía, sino que el discurso de agradecimiento eterno a la profesión y a su familia iba diluyéndose para formar un diálogo sinsentido, no intencional, que se pierde en la voluntad de decir muchas cosas, pero traicionado por la memoria deleble de un hombre mayor incapaz de enlazar tres frases seguidas. La intervención de Landa fue muy emotiva, porque a pesar de hacer creer a mucha gente que el viejo chocheaba (entre ellos, a mí), su discurso, cercano a un galimatías de olvido, puede hacer pensar que Landa padezca algún mal de memoria o simplemente que los nervios le jugaran una mala pasada... quién sabe. En cualquier caso, su discurso se cerró con una frase paradigmática que no deja lugar a dudas y que entristece por esa marcha definitiva del actor "Adiós para siempre". Landa ya es inmortal en nuestra memoria.

El nuevo horizonte de Pau Gasol

Pau Gasol llega a los Lakers después de que Kobe Bryant hubiera anunciado hace unos meses que quería abandonar el club de Los Ángeles. Con la llegada de Gasol, la cosa es bien distinta. Los Grizzlies, equipo con el que Gasol ha permanecido siete temporadas (en las que ha logrado ser Rookie del año en la temporada 2001-02, disputar un All-Star o haber llevado al equipo de Tenesse a los play-offs en tres ocasiones), recibirán a cambio de él a Kwame Brown, Javaris Crittenton, Aaron McKie y los derechos sobre el hermano de Pau, Marc Gasol, además de las dos primeras rondas de los ‘drafts’ de 2008 y 2010.
Un precio muy caro dentro del mercado del mejor baloncesto del mundo, pero que abre las puertas al mejor jugador español de la historia para lograr nuevos y más importantes retos en la liga más poderosa del mundo. Con la llegada de Gasol a Los Ángeles Lakers se ha disparado la cotización del equipo, que ya se han convertido oficialmente en candidatos al título. Esperemos que así sea.

jueves, 31 de enero de 2008

Review 'Expiación (Atonement)'

Autocomplacencia, evocación y lirismo
Con ínfulas de clásico moderno, el nuevo trabajo de Wright es un pretencioso trabajo que va perdiendo paulatinamente su interés en el ostentoso tono melancólico y quejumbroso del drama.
Como prosecución de la corriente de cine de época creada por el sello Marchant y James Ivory, en ésa prosapia de idealismo y romanticismo, diferencia de clases entre aristocracia y clases humildes, historias sobre un tiempo y lugar indelebles al paso del tiempo, contemporáneas a su modo e intención, Joe Wright, tras el éxito cosechado con su adaptación de Jane Austen en ‘Orgullo y prejuicio’, prolonga la directriz afectadamente delicada para reincidir en el raigón literario con ‘Expiación’, esta vez otra adaptación literaria de la obra de Ian McEwan.
Al igual que la comunión que formaron Merchant e Ivory, las mansiones y campiñas inglesas son el espacio contextual perfecto para dar principio una historia de sacrificio y pasión situada en 1935, donde, en el seno de un familia aburguesada, el amor contenido entre la joven Cecilia, la hermana mayor, y Robbie, el modesto jardinero hijo del ama de llaves de la casa desata la llama del amor. Sin embargo, los funestos malentendidos provocados por la hermana pequeña, Briony, hace que el destino cambie y separe a la pareja en un futuro dramático con la guerra mundial del fondo. Por supuesto, en una historia de este calado clásico, Wright confiere un sólido punto de poética, donde prevalece la puesta en escena, el impecable diseño de producción, la estética o el vestuario. En este aspecto, lo más destacable es que todo ello se subordina a los personajes y al ritmo modernizado con el que se narra una epopeya épica, romántica y clásica. Al cineasta británico le interesan, sobre todo, las reacciones discordantes de sus protagonistas, las consecuencias que provocan sus actos y el adverso fatum que les depara un difícil distanciamiento. Y lo hace sin añadir mucho énfasis descriptivo en el detallismo de la época, sin perder de vista el preciosismo algo rancio, atento a los pequeños detalles.
‘Expiación’ busca soterradamente la brillantez y elegancia necesaria para conferir al drama mayor magnitud de la que tiene, ataviándola de cierta cuota de ambición que no se difunde en ningún momento al interés de su historia. La película va desgranando su inicial y arriesgada estructura, en la que se reincide una sugerente multiplicidad perspectivista según el personaje desde la apariencia y la realidad, fragmentando y descontextualizando las escenas para volver a situarlas en la realidad de los hechos. Cuando ése juego temporal se acaba y los espacios se dividen junto a sus personajes, ‘Expiación’ va tejiendo con un estambre narrativo dubitativo y soporífero una historia sustentada en el rosáceo folletín de una tragedia sentimental que no termina de trascender a causa de su acentuación grandilocuente.
El sonido de las teclas de una máquina de escribir, con una (a priori) conexión entre literatura y cine, deja claro, a las primeras de cambio, la subjetividad de lo narrado, desde un único punto de vista. ‘Expiación’ se convierte así en una mirada introspectiva sobre las derivaciones vitales de una mentira, de la falsa imputación de un delito incontrastable por la procedencia de una clase menor. Todo gira en torno a una adolescente falacia que esconde un desagravio emocional típico de un caprichoso y núbil encaprichamiento que provoca un sinuoso viaje de negligencias morales en vidas dedicadas a la enmienda personal a través del sacrificio y ayuda a los demás. En el camino, no se omitirá, obviamente, una historia de pasión, sin oportunidad de esquivar las barreras de un amor imposible marcado por las clases sociales, los celos ajenos y la guerra. El sustrato romántico del filme respira con la lucha de Robbie y Cecilia por no perder la ilusión de un sueño que, según avanza la película, se va haciendo paulatinamente más difícil.
Sobre el papel, la segunda obra de Wright, adaptado con cierto desequilibrio por el veterano Christopher Hampton, parece una de esas obras clásicas de época con ciertas ínfulas de inmortalidad. La pasión y exoneración de la culpa, su relato épico acerca de las apariencias, la búsqueda de contraste entre la realidad y lo alegórico, hasta su estructuración en las tres partes clásicas de la narración se van perdiendo poco a poco y sin mucho esplendor en el tedio y el bostezo, en la indolencia con la que transcurren los acontecimientos. A pesar de que los elementos narrativos se sitúen a favor de una sucinta narración de prometedor arranque, cuando el vaivén temporal se pone en función de una subjetividad tramposa y descolocada, ‘Expiación’ no deja de ser más que un culebrón que no logra evitar que el lógico propósito por conferir una profundidad a unos personajes sin la fuerza ni la fascinación primordiales para que el drama conmueva.
Tampoco ayuda el cambio de cine trágico y sentimental a la ruda e inerme visión del conflicto bélico, que termina por menoscabar el nulo incentivo que van suscitando los dilemas pasionales y delatores. ‘Expiación’ va perdiendo su fuerza emotiva, impulsada por el distanciamiento entre sus protagonistas, recreándose en esa mano que no quiere ser tocada por temor al rechazo, en el recuerdo de una espera, de una postal que tiene en su grafía el futuro que la pareja merecía para su amor, separados por el estigma de una mentira imperdonable. Wright y Hampton acentúan en exceso el tono melancólico y quejumbroso, con una pomposidad desatinadamente manierista; en la descripción de la guerra y unos niños fusilados en medio del campo, en oscilación de misivas entre todos, en la dramática compañía de Briony a un soldado francés poco antes de morir, en el recuerdo materno de Robbie cuando todo está perdido…
Ni siquiera las esforzadas interpretaciones de un correcto elenco compuesto por Keira Knightley, James McAvoy, Romola Garai y Saoirse Ronan o la maravillosa partitura de Dario Marianelli son óbices para el descalabro. Inmerso en la autocomplacencia de evocación y lirismo de esta historia sobre la maldad infantil y el infortunio del destino incorregible, Joe Wright, que parece en todo momento muy comedido y clásico en el plano técnico, tal vez contagiado por el sopor de lo narrado, parece empalagarse de tal manera que, en un determinado instante de representación bélica, del dolor y el aturdimiento del conflicto, el cineasta británico regala al personal un onanista alarde de virtuosidad innecesaria, otorgando un largo plano secuencia que va mostrando la locura colectiva de un batallón que espera ser trasladado a su país en la playa de Dunkerque.
‘Expiación’, en su búsqueda de enmendar la culpabilidad y recomponer la idea romántica de un amor fragmentado, sólo podía terminar de perder su brújula en un sonrojante epílogo para recalcar esa expiación y confesión final con inerme apoteosis dramática protagonizada por Vanessa Redgrave, donde la mentira acaba dejando paso a la verdad y la ficción a la realidad.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

miércoles, 30 de enero de 2008

Del Toro y 'El Hobbit'

Hoy, el vídeo del día es este.
El de la noticia que marca definitivamente a Guillermo del Toro como director de ‘The Hobbit’. En este vídeo de presentación de ‘El Orfanato’ en Francia, J.A. Bayona desvela que el cineasta mexicano será el encargado de llevar a la gran pantalla la obra de J.R.R. Tolkien. Peter Jackson y New Line Cinema han optado por Del Toro para tomar las riendas de un proyecto del que mucho se ha hablado gracias a su capacidad de fascinación y la sobrenatural imaginería que ha demostrado en anteriores trabajos.
El anuncio se hará oficial una vez que concluya la Huelga de Guionistas que tiene en vilo a Hollywood y que llegará a buen puerto en breve.

martes, 29 de enero de 2008

¿Por qué haces lo que haces?

‘WDYDWYD’ nace como una iniciativa del fotógrafo Tony Deifell, un fotógrafo de San Francisco que comenzó hace años a hacer instantáneas en el desierto de Black Rock City con gente que contestaba siempre a una misma y simple pregunta “Why do you do what you do? (¿Por qué haces lo que haces?”). Una cuestión simple que, más allá de la subjetividad, esconde una de las grandes verdades individuales de este mundo.
Es la particular iniciativa de un artista reconocido por la Casa Blanca por sus trabajos visuales como modelos de educación e integración con ‘vídeo-diarios’ orientados a denunciar problemas raciales. Además, es también una de las cabezas pensantes de KaBOOM!, consejero de proyectos para cine y televisión y profesor de teoría documental para la universidad de Duke.
Por supuesto, cualquiera puede enviar su foto anunciando al mundo porqué hace lo que hace.

sábado, 26 de enero de 2008

Review 'The Oxford Murders'

La realidad contra el pensamiento
De la Iglesia adapta a Guillermo Martínez en un juego de apariencias en el que el discurso literario queda en un segundo término sobre el sentido fílmico de una obra admirablemente dirigida.
Ha necesitado Álex de la Iglesia rodar un filme de conversión (y de transición) como ‘Los Crímenes de Oxford’ para alcanzar la ratificación de un cine que va más allá de los términos causados por las inevitables contingencias comerciales. Su nuevo trabajo evidencia la capacidad de un director que se ha visto forzado, en más de una ocasión, a frecuentar un reconocible sello personal, de estruendoso potencial visual, pero de trasfondo cómico o con rasgos de sarcástico aticismo. A veces, el talento y la genialidad se verifican cuando se sabe reconocer la valía de un cineasta que ha sido capaz de disociarse de su irrevocable estilo personal en una historia alejada, en principio, de lo que se puede llegar a esperar de él. Y eso es lo que supone esta adaptación de la novela de Guillermo Martínez por parte del cineasta español: una película de encargo que proclama a un cineasta con una dilatada y portentosa diversidad fílmica.
‘Los Crímenes de Oxford’ narra la historia de una serie de asesinatos consecutivos que tienen como protagonistas de sus pesquisas a un profesor de la universidad de Oxford y un estudiante americano que le idolatra, aceptando ambos los siniestros acontecimientos como un juego de lances analizables desde la lógica. La trama criminal, acometida como un ‘thriller’ intelectual de génesis ‘hitchkockiano’, es tratada como un misterio, un puzzle, una ecuación matemática. El ‘whodunit’ de la investigación se plantea, por esta causa, aplicando la teoría del crimen como desafío al profesor y al alumno.
Género detectivesco y de suspense, evoca, inevitablemente, al espíritu de grandes nombres de la literatura como John Dickson Carr, Agatha Christie, Ellery Queen, Michael Innes, Anthony Berkeley, Nicholas Blake o Dorothy Sayers. Siguiendo esa corriente literaria y cinematográfica, en un guión que adapta fielmente la obra de Martínez, el grisáceo contexto académico de Oxford sirve como óleo para definir a unos personajes (todos ellos sospechosos en diversos momentos) al indagar, siguiendo una serie lógica, el problema matemático que conduce hasta el asesino.
Entretanto, el argumento matemático va abriendo un camino de posibilidades a la hora de debatir sobre los homicidios y el culpable, entrando a formar parte del texto los teoremas de Fermat o Gödel, la serie de Fibonacci o el principio de indeterminación de Heisenberg. Estas teorías, que marcarán la pauta de los acontecimientos, diseminan de elucubraciones y pistas ambiguas la narración, con infinidad de vocablos y axiomas matemáticos y filosóficos, que confiere variadas y variables soluciones al enigma. Algo que, a simple vista, podría ser un obstáculo para el espectador; el público es sumergido en un ciclón de códigos, series numéricas e incluso geometría fractal. Sin embargo, hay que agradecer a De la Iglesia y a su coguionista Jorge Guerricaechevarría la precisión con la que han atenuado la circunspección matemática de la trama, haciendo posible que, gracias a un ritmo diligente, el resultado sea accesible, sin enfatizar más que lo justo, pecando incluso de cierta inocencia al trasladar la obra de Martínez al cine. En cualquier caso, el discurso literario quedará en un segundo término sobre el sentido fílmico de la obra.
Estamos ante una partida de ‘Cluedo’ al que le falta una carta del sobre, trazando un juego de simulación de la realidad a través de los ojos de Martin (loable y versatil composición de Eljiah Wood) que, a su vez, se presenta como los ojos del espectador, en función elíptica dentro de la trama, como contraposición ideológica y existencial del soberbio y escéptico profesor Sheldom (sencillamente prodigioso John Hurt), personaje enemistado con la realidad, siempre desconfiado de aquello que le rodea y que no duda en afirmar que se puede predecir la realidad utilizando los números. Mientras el primero se muestra esperanzado ante la consecución lógica de las interacciones que se unen a la hipótesis de la “causa- efecto” (a posteriori el mecanismo de toda la trama criminal), el otro se mantiene oculto bajo un gambox de secretos y apariencias, negando la demostración lógica de los hechos, afirmando las casualidades como única verdad que determina los hechos. El filme se basa, por tanto, en un apasionante juego de apariencias.
La cuestión no es descubrir la identidad del asesino, sino que lo que verdaderamente importa es la praxis que se va a seguir para descubrir la verdad. El suspense, de este modo, no reside en la sorpresa de los puntos de giro, sino en la finalidad subjetiva de los personajes, de su discurso, de sus sospechas y de las consecuencias de sus decisiones. Todo se sustenta en la ambigüedad, en la astuta impostura y, sobre todo, en la representación. Por eso, Sheldom habla del crimen perfecto atribuyéndolo a un falso culpable cuya identidad no se corresponde al auténtico autor de los crímenes. Y en medio de ellos, una mujer, Lorna (sensual diosa materializada en el cuerpo de Leonor Watling), que podría entenderse como un personaje residual, la carnal atracción de la historia, que simboliza la importancia de la vida real, de vivir el momento ante el pensamiento, el sexo enfrentado a la cavilación, ejemplificado en el instante en que Martin abandona el autobús que se dirige a la conferencia sobre el teorema de Fermat y su demostración por parte de Andrew Wiles en Cambridge. Sin olvidar el otro personaje vital en discordia como es la ciudad de Oxford, concebida como un gran coliseo de simulación donde se mueven las piezas de este juego de manipulación.
Sin embargo, la grandeza del filme va más allá de cualquier delimitación argumental. Álex de la Iglesia afronta esta historia con clasicismo en sus formas de ‘thriller’, pero con una enunciación ciertamente modernista definido en el absoluto dominio de la técnica cinematográfica, perfilada bajo unos conceptos artísticos solemnes, expuestos con determinación en una cuidada estética que procede de las múltiples y novedosas influencias que construyen el universo visual del director. De la Iglesia deja a un lado la semiología y el contexto literario para abogar por una visualidad narrativa visceral, en la que la cámara identifica al espectador con la subjetividad en función de las vivencias del personaje de Martin, logrando desviar la realidad con un tono de confusión respecto a la verdad que se descubrirá en la distancia de la conclusión final.
De paso, y de forma admirable, De la Iglesia logra concertar el desafío matemático con un ritmo al que no le falta el virtuosismo necesario para que los grandilocuentes conceptos trigonométricos sean la excusa del discurso, abordando el filme desde un prisma artístico, en el que la capacidad visual de su creador opera con maestría desde la sombra, disipando su omnipresente figura dentro de una película donde prepondera, en cada plano y encuadre, una asombrosa opulencia de talento e imaginería, en el que destaca, a su vez, el beneficio de esa enérgica partitura de Roque Baños.
‘Los crímenes de Oxford’ es, en el fondo, un entretenimiento de suspense que, bajo su compleja problemática argumental (el citado ‘whodunit’), es un pretexto para desglosar, un majestuoso ejercicio de pericia cinematográfica, ilustrado en ese monumental ‘travelling’ que expone, con gran sabiduría, todas las piezas que componen el catálogo de sospechosos que giran en torno a estos inapreciables crímenes. Álex de la Iglesia da una lección (la enésima) de saber hacer, de perfecta ubicuidad de cámara, de precisa determinación de los espacios, de brillante manipulación de la realidad dependiendo de los ojos con la que se miren. Además, en su último filme, acredita que sabe también esconder las limitaciones de una película en el tópico, rodeando sutilmente sus defectos con un adictivo enigma de ambigüedades y apariencias, acudiendo, si es necesario, a ese elegante desenlace de doble giro, donde se demuestra que la complejidad de las sospechas, a veces, es un mero elemento para ocultar la respuesta más simple y accesible.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

jueves, 24 de enero de 2008

‘Quantum of Solace’

Así se titula el vigésimo segundo filme de la saga James Bond. Este nuevo título proviene de una colección de cuentos del escritor británico Ian Fleming publicados en 1960.
Daniel Craig, tras su renovación e impecable personificación del agente 007 en ‘Casino Royale’, volverá a dar vida a Bond en un filme que dirige Marc Forster y que tiene como acompañantes a la habitual en la saga Judi Dench (como M), Jeffrey Wright y Giancarlo Giannini, que repiten, y como ‘chica Bond’ la ucraniana (y espectacular pibón) Olga Kurylenko.

martes, 22 de enero de 2008

Shock de actualidad: muere Heath Ledger

1979-2008
El mundo del cine se ha quedado de piedra ante una noticia de esas que provocan el ‘shock’ colectivo dentro del Séptimo Arte. Si hace unos días, moría a consecuencia de las drogas el joven actor Brad Renfro, hoy ha sido noticia el fallecimiento del actor australiano de 28 años Heath Ledger, una de las promesas más consolidadas del actual Hollywood.
Con una de las carreras cinematográficas más interesantes y fructíferas dentro del cine actual, Ledger, que ha realizado algunas interpretaciones de talento incontestable (‘Monster's Ball’, ‘Ned Kelly’, ‘The Order’, ‘Los hermanos Grimm’ o su consolidación definitiva con la controvertida ‘Brokeback Mountain’), tenía pendiente uno de los estrenos más esperado del año ‘Batman: The Dark Knight’ y estaba inmerso en el último filme del cineasta Terry Gilliam ‘The Imaginarium of Doctor Parnassus’.
Ledger ha sido encontrado muerto en su apartamento de Nueva York, según fuentes policiales y todo apunta, otra vez, a que su muerte ha sido causa de una sobredosis de narcóticos.

Ya hay candidatos, pero... ¿habrá Gala de los Oscar?

Primero cayeron los Globos de Oro, que este año se perdieron su cita anual con la audiencia. Los Oscars puede seguir el mismo camino. Entre medias, los Grammy tienen todas las papeletas para hundirse sin lucir la esperpéntica la galería de las vanidades del mundo de la música.
Hoy se han conocido los candidatos que optan a los Premios de la Academia de las Artes y las Ciencias de Hollywood. También, que el Sindicato de Guionistas (WGA) persiste en su rechazo a escribir nada para la gala. De momento, no hay paréntesis, por lo que la incógnita sobre si el 24 de febrero se podrá seguir el evento en las televisiones de más de medio. Es la mayor preocupación de una Industria envuelta en un caos sin precedentes.
Hace un mes, Patric Verrone, presidente de WGA, aseguraba “Los guionistas están enfrascados en una pugna para alcanzar un convenio beneficioso para sus intereses, que resguarde el presente y el futuro de sus derechos a la propiedad intelectual”. Los Oscar no serán un impedimento para que batalla continúe. La gran pregunta es… con todo lo que mueven estos premios ¿alguien se cree que los Oscar no van a emitirse?