jueves, 1 de junio de 2006

'The Descent', asfixiante claustrofobia

Con cierta reticencia debido al desapego que tengo por ‘Dog Soldiers’, filme que logró aburrirme hasta el paroxismo, me acerqué a ‘The Descent’, de Neil Marshall, debido a las grandes críticas de amigos ‘bloggers’ y medios especializados y a la inesperada sorpresa que despertó este filme en medio mundo. Y tengo que reconocer que, a pesar del vínculo con su predecesora en lo que se refiere a planteamientos temáticos e intencionales, ‘The Descent’ es una efectiva muestra de terror que provoca en muchos momentos una lograda claustrofobia nerviosa, llegando a alcanzar instantes de una ansiedad insoportable por ese terrorífico itinerario de galerías, túneles y cavernas subterráneas que siguen las protagonistas de un filme descompensado por el enflaquecimiento de su mejor arma, el juego con los distintos caracteres enfrentados por la supervivencia en un desconocido y escarpado entorno que sólo puede ser superado con la habilidad física y mental de unas chicas atrapadas en una angustiosa pesadilla.
A medio camino entre el terror espeleológico y el cine de monstruos, ‘The descent’ se depaupera bruscamente con la aparición de unos desagradables quirópteros humanos (de asombroso parecido al asesino de ‘Creep’, de Christopher Smith) que postergan el desafío psicológico de sus audaces féminas para proporcionar un festival de ‘splatter’ sanguinolento que hace las delicias de los ‘gore hounds’ con ataques, desmembramientos y muertes a manos de unas enloquecidas bestias bajo la oscuridad y el desazón de las y oscuras insondables grutas. Marshall, demasiado autocomplaciente, se centra demasiado en este atroz juego de sangre y horror, dejando de lado la opresión psíquica y física de sus atrevidas supervivientes. Y eso, termina por pasar factura en la segunda mitad de la película.
No obstante, el ritmo es imponderable, aunque se malogre el contexto dramático y asfixiante para hemoglobinizar en exceso. Una obra de perfecto engranaje que siempre responde a las expectativas que crea en su proceso narrativo, generando la duda de si los monstruitos existen o son producto mental por la falta de oxígeno de los bajos fondos terráqueos. ‘The Descent’, deja así la sensación de que podía haber sido una película fascinante, pero no lo es. Y en parte es culpa de los giros finales, de un epílogo malogrado por la búsqueda de sopresas y efectismos innecesarios. Aún así, lo que no se le puede negar a Marshall es la perpetua sensación de ahogo que consigue captar en todo el metraje.

Ha muerto Rocío Jurado

1944-2006
Con bandadas de periodistas custodiando los alrededores de su casa de Madrid, como buitres carroñeros aguardando su momento, esperando poder emitir la noticia, todos esos especiales que han ido confeccionando a lo largo de los días.
De nuevo, la prensa ha encontrado ese filón con el que encarnizarse y prolongar hasta la extenuación su vehemencia informativa.
Ya tienen la noticia que esperaban.
Rocío Jurado ha fallecido y con ella se ha ido una de las voces más portentosas e importantes que ha tenido España en toda su historia musical.
D.E.P.

miércoles, 31 de mayo de 2006

Andrés Montes y La Sexta, una incógnita

Hay algo que me preocupa de cara al Mundial de Alemania que se avecina y que, lógicamente como todo amante del deporte rey, voy a tragarme en su totalidad. Esta inquietud llega a través de las ondas catódicas. No por la calidad de la imagen, ya que tras dos meses de lucha se ha sintonizado en mi edificio la cadena de Milikito para que se perciba la señal perfectamente, sino por el proceder narrativo de los fichajes Andrés Montes y sus acólitos mundialistas, Antonio Esteva y Oscar Robot, para retransmitir los partidos amistosos que se están emitiendo antes de la cita mundialista.
No niego la valía del original locutor, la patentada eficacia en la demostración profesional gracias a sus innegables aptitudes de ‘showman’ en los partidos de la NBA, así como en otros programas como ‘Generación +’ y ‘ACB +’. Como comentarista es un ‘jugón’, como él mismo diría. Pero sacado de la parcela baloncestística y sin Daimiel al lado, el señor Montes se pierde con sus colegas de narración.
Dialogan sin medida, especulan sobre los equipos, repasan las carreras deportivas de los jugadores, sobre las estrategias, cuentan anécdotas y departen amigablemente con el partido de fondo, como si con ellos no fuera mucho el tema. De hecho, hay goles que se marcan en el mismo instante en que discuten sobre algún crack del balón, sin percatarse mucho de la jugada en cuestión. No hay, en definitiva, dinamismo.
“Recupera la selección de Brasil…”, “Toca y toca Brasil” y su habitual coletilla después de cada frase, “¿no?”, son la máxima diligencia que le impone Montes a sus diálogos. Esteva hace lo que puede, pero también se embelesa en largas conversaciones futbolísticas. Todos esperamos que el bueno de Montes empiece a poner motes a los jugadores y le dé esa celeridad charlista a la que estamos acostumbrados en la NBA.
Ya digo, en plan irónico, que al final echaremos de menos a José Ángel de la Casa y a Michel, el gran ilustrado de las estúpidas frases geniales.

martes, 30 de mayo de 2006

'Palindromes', el último exceso de Solondz

Todd Solondz, extravagante cineasta de oscuro fondo que se ha caracterizado por basar sus argucias argumentales en una brusca mordacidad, a veces de repelente crudeza sarcástica junto a un pesimismo más agrio que dulce, deja atrás la grandeza de sus primeras películas y se centra para su último trabajo en las bases de la irregular ‘Storytelling’; es decir, en un exacerbado hipnotismo por la deformación moral impregnada de la literatura de gente como Philip Roth o Allegra Goodman, visualizados a través de Solondz como una dialéctica iconoclasta de irritante perversidad.
‘Palindromes’ es un exceso brutal, pasado de vueltas, que subyuga y provoca (como no podía ser de otro modo) al espectador con su extraña historia fragmentada y episódica que utiliza distintas actrices para un mismo personaje (según sea su destino), la poco virginal Aviva, enfrentada a la pérdida de la inocencia infantil, a las ganas de procrear en un mundo envilecido por la incomprensión de los que piensan de forma distinta, donde no falta el fanatismo religioso, el freakismo llevado al extremo, abortos irreversibles, grandes dosis de psicología enfermiza e incluso pedofilia descontrolada (y anal).
Solondz ya había metido el dedo en la llaga con sus dos perversas primeras obras de polémica infecta, de supuración irónica hiriente en su incorrección política. Si con ‘Bienvenidos a la casa de muñecas’ y ‘Happiness’ había conseguido hostigar los fantasmas de la hipocresía bienquista, con su anterior filme, ‘Storytelling’, este ex catedrático de psiquiatría reventó los cánones de la incontinencia irónica y derrumbó con su original y despiadada mala hostia lo poco que le quedaba de digno a la peligrosa ignorancia del ‘happy way of life’ americano, explorando con profusión la falsedad de la decencia social de ciertos sectores acomodados en Estados Unidos.
El habitual humor de Solondz (que en varios instantes no tiene ni puta gracia) alcanza cotas de una maldad catastróficamente diletante, inhumana, sin concesiones a cualquier atisbo de moralina o normas de fábula típicamente yanqui. Un universo lleno de ‘freaks’ que constatan su propia estupidez por medio de la autoaceptación. 'Palindromes' divide, molesta, defrauda, transgrede o entusiama, según quien la vea. Es una película que no puede dejar indiferente a nadie.
Sin embargo, lo que sí es evidente es que el producto se le va de las manos, superándose a sí mismo en su mórbida enfermedad disfuncional y fílmica con este particular descenso a los infiernos del cine más enrarecido, demencial e incluso desagradable que se ha tenido la oportunidad de ver últimamente. Solondz es el verdadero y genuino heredero de John Waters. Para bien y para mal. Lo que no se entiende es cómo y dónde encuentra financiación este heterogéneo contador de historias.

¿Iron Man abstemio?

Es del todo absurda la noticia aparecida en Dark Horizons, que apunta a una casi segura adaptación de ‘Iron Man’ con la figura de un Tony Stark como un alter ego del héroe no alcohólico, con lo que desvirtúan y adulteran completamente al hedonista personaje del cómic.
Jon Favreau, que tomó el proyecto después de que Nick Cassavetes lo abandonara, se une a una ridícula y lamentable querencia por lo políticamente correcto que, incomprensiblemente, acaba colándose en el Hollywood más conservador.
Pero esto... se veía venir desde hace mucho tiempo.

lunes, 29 de mayo de 2006

'Saw II', más de lo mismo

Sin ser muy amigo de su primera parte, pero reconociendo sus evidentes virtudes, ‘Saw II’, retoma las armas que hicieron de su antecesora un inesperado éxito de taquilla hace un par de años; es decir, el obligatorio recurso de montaje frenético, de ritmo basado en sus constantes fogonazos, enardecidas imágenes y mareante cámara que devienen en émulo de videoclip para enmendar otro tipo de errores y deficiencias. La sofisticación formal no es más que otro de los muchos recursos utilizados en esta nueva pesadilla del retorcido ‘psycho-killer’ Jigsaw (inquietante Tobin Bell), que tiene como eje un escenario ampliado de su primera parte, con más personajes encerrados luchando por sobrevivir a las trampas de una trama engañosa y llena de juegos que desvían la atención del público al puro efectismo formal y argumental.
El éter desagradable y el ‘grand guiñol’ siguen siendo el mayo atractivo de un filme que va agotándose poco a poco y que deja una sensación de telefilme debido a su paulatino agotamiento, pero que logra imbuir de cierto interés en la reiteración de elementos que suponen la esencia de la saga; como un sadismo moderado, cierto ‘gore’ sangriento, perpetuo juego de falsa apariencias (físicas y morales) e inacabables giros inesperados, sobre los que circula un guión encaminado única y exclusivamente a esa esperada sorpresa final. Por eso, ‘Saw II’ tiene la virtud de no desnaturalizar su mensaje ni engañar a nadie con sus trazados argumentales. Es un cruel entretenimiento de terror moderno con alguna que otra secuencia que quedará en la memoria colectiva (sobre todo las que incluyen jeringuillas o cristales) que, a pesar de su ímpetu por rizar el rizo y no conseguirlo, es tan solaz e idiotizante como olvidable.

Cannes 2006, aires británicos

A pesar de que ‘El laberinto del Fauno’ no se llevara nada después de las grandes críticas cosechadas, sin importar que Almodóvar se hiciera con alguna distinción o no (algo más que previsible), fue el británico Ken Loach el que se alzó con ese respetado galardón festivalero que es la Palma de Oro de Cannes por la película ‘The Wind that Shakes the Barley (El viento que agita la cebada)’, memoria bélica e histórica sobre la guerra de independencia de Irlanda, en una historia de sublevación, la que palpita en la Irlanda ocupada por las tropas inglesas tras la Primera Guerra Mundial, a través de la historia de dos hermanos.
González Iñarritu fu considerado por el Jurado mejor director con ‘Babel’, que es el filme que más apetencia y curiosidad ha despertado en todo el mundo después del festival y Almodóvar, con la etiqueta de ‘favorito’ en un país que le venera, recogió el de mejor guión (posiblemente el más complaciente y más deficiente de su filmografía) por 'Volver', que además recibió el premio a la mejor interpretación femenina para, nada más y nada menos, que sus seis ‘Chicas Almodóvar’ en una extraña modalidad de premio colectivo que se contagió a la categoría de mejor actor, cuyo reconocimiento fue a parar a todos y cada uno de los maromos de la cinta francoargelina ‘Indigenes’. Por último, el Gran Premio de Jurado recayó en 'Red Road', del también británico Andrea Arnold.

viernes, 26 de mayo de 2006

'Point Blank': La grandeza de Marvin

Viendo ‘A Quemarropa (Point Blank)’, de John Boorman, uno vuelve a darse cuenta por enésima vez de que Lee Marvin nunca ha estado lo suficientemente reconocido ni valorado como lo que es: único y gran actor clásico. Por encima de las etiquetas que le catalogaron como un eficaz secundario de tiesura y dureza física, en papeles de villano, mafioso o asesino, Marvin supo diversificar como nadie esa rigidez fisonómica, inmovilidad corporal cuyo hipnotismo se vio contribuido con los años con su sempiterno pelo canoso. Walker, el gángster que escapa de Alcatraz para vengarse fría y premeditadamente de un grupo de antiguos compañeros que le traicionaron quedándose con una gran suma de dinero de un golpe pretérito, puede que sea su mejor papel dentro de su impecable repertorio cinematográfico.
Alexander Jacobs, David y Rafe Newhouse adaptaron la novela ‘The Hunter’, de Donald Westlake, para que Boorman compilara toda la tradición del cine negro clásico europeo, influenciado por la sofisticación de algunos miembros de la Nouvelle Vague francesa como Jean-Luc Godard o Alain Resnais, distorsionando la historia de una vendetta en una suerte de complejidad narrativa a modo de ‘flashbacks’ y ruptura temporal, de asfixiante atmósfera y luminosa visualización en los estilizados colores de una trama de venganza y desarraigo que, en cierto modo, recuerda a la perspectiva de Don Siegel en ‘The Killers’, la adaptación, esta vez, de una obra de Hemingway, también con Marvin dando una lección interpretativa.
En ‘A Quemarropa’, Lee Marvin se enfrenta a un personaje complejo, endurecido por la traición y la pérdida de su mujer y antiguos cómplices. Un ser introvertido y marcado emocionalmente que ni siquiera con su progresivo resarcimiento criminal para con todos los que le abandonaron recobra una humanidad irrecuperable. Con un poderoso hieratismo, Marvin apenas se despoja del rictus implacable de su personaje, dejando que la interpretación recaiga totalmente sobre la rudeza de su fisonomía, pétrea y embrutecida por unos rasgos puestos al servicio de la inclemencia, pero colmada de integridad moral en la despiadada ética del protagonista. Así, el actor concede una actuación memorable, de violencia impulsiva y vehemente, drástica y parca en recursos expresivos.

miércoles, 24 de mayo de 2006

'2001. Una Odisea del Espacio': La Historia de la Humanidad

En 1968, se estrenó ‘2001: Una odisea del espacio’, el título destinado a revolucionar tanto la visión de Stanley Kubrick respecto al cine, como al propio cine en una concepción artística y visual inaudita hasta la fecha, difícilmente explicable antes de llevar a la pantalla esta compleja fantasía basada en el relato de Arthur C. Clark ‘El Centinela’.
Esta obra maestra, más allá de cualquier concepción genérica, es, por encima de cualquier otra consideración y sin oposición alguna, el film que más debates ha levantado y sobre el que más se ha escrito en toda la historia del Cine. Tanto, que todavía hoy sigue siendo objeto de inextinguibles controversias. Espléndida y apasionante para unos, insufrible y pretenciosa para otros, continúa calificada por el momento como el filme de Ciencia-Ficción más importante realizado hasta la fecha debido a todos los interrogantes sobre las cuestiones existenciales que despierta su enrevesada trama; el Monolito como efigie metafórica de un Dios omnipotente y creador o de contribución evolutiva indirecta que puede aludir a significaciones alienígenas, la trágica muerte de HAL, una máquina más humana que los componentes de la misión espacial, un viaje involutivo que da como consecuencia el hijo de las estrellas que vuelve en el eterno retorno a la Tierra o la vida (según diversas perspectivas) o la digresión que apuntala que ninguna civilización puede sobrevivir a su tecnología, el mito de Prometeo… Diversas teorías que exponen claves para combinar con sus dispositivos una réplica específica a las grandes cuestiones existenciales del ser humano.
Épica cinta centrada en la historia de la Humanidad, desde el nacimiento de la Prehistoria, con esa inolvidable y larga secuencia inicial en la que un primate del pleistoceno acaba lanzando un hueso al vacío con el corte de ‘Así habló Zaratustra’, de Strauss, en una elipsis de importancia relevante dentro del cine moderno, hasta el espacio, un futuro confuso que presenta un ejemplar y bucólico retorno a los orígenes interpretado en la transmutación de Bowman, primero en un nonagenario, después en un feto nacido del Padre Muerto que regresa corregido al cosmos infinito o tal vez convertido en una nueva inteligencia superior…
Una historia de la Humanidad críptica y metafísica, filosófica y alegórica, utilizada por Kubrick como una lectura y lección de índole moral. Algo así como un asombroso viaje utópico que simboliza (entre la multitud de interpretaciones escritas al respecto) una denuncia a la brutalidad cruel y atroz del mundo contemporáneo en un futuro nada alentador que está por venir, pero que de alguna manera, se está gestando desde el inicio de los tiempos.