jueves, 29 de diciembre de 2005

Lo último de Vigalondo, a buena resolución

A estas alturas todavía no había escrito nada sobre Nacho Vigalondo en el Abismo. No sé por qué. Máxime cuando he reconocido muchas veces en cenáculos ‘amiguetiles’ que uno de los mejores cortos de los últimos años es, con todo merecimiento, esa pieza de culto llamada ‘7:35 de la mañana’.
Es una buena oportunidad para hacerlo, debido a que su nuevo corto, ‘Choque’, está ya en su página web. Antes estaba en la base de Fotogramas en Corto, pero ahora está disponible a una calidad bastante decente como para cotejar las bondades del esperado último trabajo de este cántabro hecho a sí mismo como personaje multimedia, que intensifica con sus trabajos la aletargada actualidad audiovisual con su sarcástica astucia vivificadora. Vigalondo, más allá de devociones o animadversiones, es un crack. Y lo demuestra en cada trabajo.
'Choque' es un excelente corto mostrado como inteligente paralogismo (aunque con cierta dosis de exactitud) que se centra en otro drama humano, en esta ocasión, en trascendentalizar la vida a través de una historia descerebrada, la de una pareja que, movida por la diversión nostálgica de los coches de choque, se introduce en un submundo de demencial paranoia donde fluyen los instintos y el sentido del honor mal entendido. Como en ‘7:35 de la mañana’, ‘Choque’ aborda la difícil decisión que se toma ante una situación vital que se transforma en insostenible. Una decisión manifestada como radical e incoherente, pero a su vez lógica e inherente al ser humano, ya que habla de la dignidad, abordando la estima personal más allá del ridículo en el que solemos caer cuando necesitamos demostrarnos a nosotros mismos que estamos por encima de los demás.
La imaginería, aparentemente simplista, de un Vigalondo cauteloso con sus objetivos, se magnifica con la capacidad de emoción que desprende su talento narrativo, su ingenio humorístico que convierte lo más miserable de las situaciones en auténticas odiseas de grotesca ironía, su impecable ritmo desenfrenado y su magistral proceder como contador de historias cuya máxima probidad reside en su extravagante originalidad sin prejuicios. Y no es fruto de la suerte, sino que es fruto del talento.

And the winner is... 'El Engaño', by Nacho Natas

Tras el recuento de votos, Nacho Natas se ha alzado ganador absoluto con su ‘minicorto’ ‘El Engaño’ consiguiendo 12 votos. La absurda historia de la enloquecida permuta de un whisky de marca por una bebida mucho más popular y los efectos que provoca en el extraño rey vacuno protagonista de la historia ha despertado la simpatía de nuestros votantes.
Le ha seguido Suda Sánchez con 8 votos para su mítica creación ‘Amor Imposible’. Con 7, y cerrando el podio de finalistas, Enrique y su ‘shakaspeareiano’ ‘Romeo’.
En conclusión, un inconsecuente concurso que ha pretendido en todo momento vuestra participación en la intrascendente iniciativa propuesta por el descubrimiento de Bombay TV.

martes, 27 de diciembre de 2005

Top 10: Personajes Navideños

10.- Chencho (Alfredo Garrido).
‘La gran familia’, de Fernando Palacios (1962).
Una de las estampas ibéricas más navideñas se representa en ese niño pequeño y cabezón vestido a lo Cristobalito Gazmoño que se pierde en la Plaza Mayor de Madrid, entre los puestos del rastrillo lleno de figuras de vírgenes, sanjosés y belenes. La culpa es del pobre abuelo interpretado por Pepe Isbert, descolocado patriarca de una familia de quince hijos que despiertan las sospechas de que ese arquitecto paciente padre (Alberto Closas) era un selecto componente de un supuesto pre-Opus Dei.
‘La Gran Familia’ es una gollería argumental tan edulcorada o más que los pasteles que les lleva a los niños el Padrino “Bufálo” (José Luis López Vázquez), que atribuye con su afectación ñoña un halo de benevolencia de pretenciosas subordinación política que subvierten un mensaje que acomoda al modelo de familia numerosa y feliz que trataba de atribuir el régimen franquista. Lo mejor, los petardos y la insubordinación de Críspulo (Pedro Mari Sánchez).
9.- Billy Chapman (Robert Brian Wilson).
‘Noche de Paz, Noche de muerte’, de Charles E. Sellier Jr. (1984).
Para Billy Chapman las Navidades simbolizan un trauma infantil difícil de superar, ya que cuando era un tierno infante que adoraba a Santa Claus, sus padres fueron asesinados delante de sus narices por un tipo disfrazado del entrañable gordo vestido de rojo y blanco. Más de una década después, trabajando en una juguetería, recibe un terrible precepto que despertará sus pretéritos y oscuros fantasmas: su jefe le ha pedido que se disfrace de Papa Noel para aumentar las ventas.
La herida del pasado se abre y, reconvertido en aquel psicópata que le arrancó su infancia, Billy sustituye el saco por un hacha y los regalos por el castigo en forma de sádicos asesinatos que “merecen” los que han sido malos. Nunca unas Navidades evocaron de forma tan siniestra el espíritu de Batman en su reconversión de epifanía y maldad.
8.- Kevin McCallister (Macauley Culkin).
‘Solo en Casa’, de Chris Colombus (1990).
Kevin McCallister, a pesar de su irritable tono repipi, supone un nostálgico icono de un cine ‘ochentero’ que daba sus últimos coletazos a comienzos de la década de los 90. Una familia numerosa que se va a Francia dejando al más insurrecto de sus miembros olvidado en Chicago. Una lección de supervivencia en la que el pequeño aprenderá a subsistir e incluso salvaguardar su casa de los ladrones Harry y Marv, que padecen el ilógico salvajismo de un no tan dulce niño de ocho años.
Aventura infantil por antonomasia de los 90 que bebe del ‘slapstick’, ‘Solo en Casa’ proporcionó una de las películas familiares más antológicas de los últimos tiempos. Una cinta llena de humor, de mala hostia y de una estructura narrativa inspirada directamente en el cine de John Hughes (productor de esta película). A destacar, el desparpajo de un Macauley Culkin (antes de andar con Michael Jackson), el orondo John Candy como líder de una banda de Polka y la magistral partitura de John Williams en una de mis predilectas óperas navideñas menos valoradas.
7.- Stripe.
‘Gremlins’, de Joe Dante (1984).
Al líder más protervo de los Gremlins, el conato de punkie llamado Stripe, le gusta la Navidad, le gusta robar los regalos, le gusta la nieve, le gustan los villancicos y sobre todo, le gustan los excesos de diversión sin fin que traen estas fiestas y que conllevan al vandalismo llevado al extremo, cosa de la que Stripe y sus acólitos saben mucho. Sobre todo si nuestro antagónico bicho se da un chapuzón en una piscina olímpica.
‘Gremlins’ tal vez sea la película más mordaz hecha nunca contra la Navidad. Y eso que es una cinta infantil y juvenil. Circula en su trasfondo un mensaje ‘antinavideño’ de brutalidad exacerbada, de un cinismo y maldad tal vez excesivos. Esa malévola Ruby Deagle espetando a una madre delante de sus hijos que si no tiene dinero se lo pida a Santa Claus, el enrarecido ambiente totalmente navideño lleno de luz, pero, sobre todo, la atroz confesión de niñez de Kate Beringer (inolvidable Phoebe Cates) sobre el terrible descubrimiento de la muerte de su padre obstruido meses antes en la chimenea cuando pretendía sorprender a su mujer y su hija vestido de Santa Claus. ‘Gremlins’ es una obra de culto, imprescindible, desalmadamente deliciosa y una referencia generacional en toda regla para aquellos que amamos regresar cada año a Kingston Falls.
6.- Willie T. Stokes (Billy Bob Thornton).
‘Bad Santa’, de Terry Zwigoff (2004).
Uno de los últimos y más mitológicos personajes añadidos a la galería de la Navidad cinematográfica es Willie T. Stokes, un infame ladrón, borracho, pendenciero y malhablado que no duda en acostarse con jóvenes camareras con sexuales filias fetichistas por los disfraces de Papa Noel, preparar junto a su compinche enano Marcus (Tony Cox) robos en los grandes almacenes en los que trabaja que termina encontrando el espíritu de las Pascuas en un niño gordo y medio imbécil cuya máxima esperanza navideña es que Santa Claus le traiga un elefante violeta como regalo.
Terry Zwigoff recreó una comedia despiadada y misantrópica, ejemplarizadora, políticamente incorrecta que sustenta su eficacia en un malsano humor negro sobre aquellos perdedores a los que el patetismo existencial aúna en la frustración y el fracaso en contra del conservadurismo propicio de las Navidades.
5.- El Sr. Mojón (Trey Parker).
‘South Park’, de Trey Parker y Matt Stone (1997).
Es la más brutal de las efigies alegóricas de la Navidad actual. El Señor Mojón es una mierda, en el concepto físico de la palabra. Un trozo de caca que simboliza esa noción de fiesta navideña aceptada por los habitantes de ‘South Park’ (y, por extensión, al resto de aquellos que han dejado de creer en estas fechas). Sin embargo, a pesar de su naturaleza, el Señor Mojón conlleva una actitud fraternal y tradicional de las entrañables fiestas. Encomia la amistad, los buenos sentimientos y la sana devoción por la fibra y la regulación intestinal.
Trey Parker y Matt Stone crearon el escatológico personaje sin saber que se convertiría en un icono navideño imperecedero. El ‘spot’ publicitario de su lanzamiento que contenía unas redes para coger los mojones del water y un ‘kit’ de accesorios para crear tu propio Mojón es uno de los momentos más delirantes de la serie: “Qué pena que papá no esté vivo”. El Sr. Mojón es uno de los roles catódicos más asombrosos y originales que ha dado la televisión en los últimos años.
4.- Francis Xavier Cross (Bill Murray).
‘Los fantasmas atacan al Jefe’, de Richard Donner (1988).
Charles Dickens creó a Scrooge como representación de la ‘Anti-Navidad’ en un sibilino y amargado viejo cuyo odio le granjea el respeto de un pueblo al que tiene atemorizado por su excesiva maldad. Esos tres fantasmas del pasado, presente y futuro que abren el oxidado corazón del resentido anciano han sido llevados en varias ocasiones al cine y la televisión. Pero no con tanta fortuna como Mitch Glazer y Michael O'Donoghue para la cinta de Richard Donner ‘Los fantasmas atacan al Jefe’, siniestra comedia encabezada por el mítico Bill Murray que disfruta cada gesto de cinismo de Francis Xavier Cross, un Scrooge actualizado, directivo de televisión que abarca los defectos más tradicionales del poder; la tacañería, el menosprecio a toda la sociedad, la ingratitud, la implacabilidad y un cruel sentido del humor.
Cierto es que muchos son los que acometen contra la cinta de Donner, ultrajándola por su fácil comercialidad, pero lo cierto es que ‘Los fantasmas atacan al Jefe’ sigue teniendo un difícil hechizo con inabordables virtudes cómicas y narrativas. Los tres fantasmas son impagables y esos cameos de todos y cada uno de los hermanos de Murray resultan de lo más anecdótico. Una película para almas caritativas impregnadas de un cínico humor negro que aún creen en la Navidad.
3.- El Grinch (Jim Carrey).
‘The Grinch’, de Ron Howard (2000).
Personaje surgido de la imaginación del gran Theodore S. Geisel (más conocido por todos como Dr. Seuss) y llevado a los fastos de los dibujos animados más memorables con aquella narración impoluta de Boris Karloff, el Grinch es un simpático personaje de malévola sonrisa que pretende robar todos los adornos navideños a los habitantes de Whoville.
A pesar de ser un antipático y peludo monstruo verde que vive en lo alto de la montaña en compañía de su perro, el Grinch cae bien, porque personifica perfectamente la Navidad moderna asumida como una farsa comercial sin espíritu, llena de derroche y estética. En la cinta de Ron Howard, protagonizada por Jim Carrey, ‘The Grinch’ se centra en Cindy Lou Who, esa dulce niña que intentará averiguar por qué el Grinch detesta tanto las Navidades. La pena es que la obra del Dr. Seuss sea tan desconocida en España.
2.- Jack Skellington (Danny Elfman).
‘Pesadilla antes de Navidad’, de Henry Sellick (1993).
Jack Skellington es el siniestro guía tótem del oscuro pueblo de Halloween, cuya subsistencia es la celebración de esta tradicional fiesta pagana. Por accidente, Jack descubre la puerta al estético y luminoso mundo de la Navidad, que despierta su lógica fascinación. Hipnotizado por este nuevo mundo, Jack elabora así un funesto plan: secuestrar a Santa Claus y sustituirle para mezclar lo mejor de la pascua y lo más divertido del tétrico Halloween.
Skellington es un clásico moderno, un ejemplo de la imaginería sin límites de Tim Burton en manos de un Henry Sellick en estado de gracia, con personajes inmersos en un universo de lúgubre lucidez, rodeados de tristes muñecas de trapo que ejercen de brujas, esperpénticos personajes de sombría raigambre, científicos simbolizados en ‘mad doctors’, el avieso Oogie Boggie y un poso de refulgente cinismo que convierten a ‘Pesadilla antes de Navidad’ en una obra imprescindible en la Historia del Cine Moderno.
1.- George Bailey (James Stewart).
‘¡Qué Bello es Vivir!’, de Frank Capra.
George Bailey es un sufridor nato, un tipo con buen corazón que ha estado siempre sometido a los deseos de los demás sin esperar nada a cambio. Le salva la vida a su hermano Harry, es capaz de soportar estoicamente una paliza del Sr. Gower porque éste ha perdido un hijo y, por último, se hace cargo del negocio de su familia cuando muere su padre, malogrando su inquietud aventurera. Sólo un ángel bastante desgarbado y lerdo llamado Clarence (Henry Travers) que quiere conseguir sus alas es capaz de hacerle ver al pobre Bailey cómo hubiera sido la vida de los que le rodean si él no hubiera existido en el momento en que está a punto de suicidarse.
Clásico irrefutable que supone la gran obra maestra de Capra, ‘¡Qué bello es vivir!’ es una hermosa fábula de buenos sentimientos, filantropía existencial y un trasfondo social de calado esperanzador y reflexivo. Inolvidable la frase de “Ninguna persona es prescindible, si tiene amigos”, imposible no enamorarse de Donna Reed o admirar la mala hostia del Sr. Potter (interpretado por Lionel Barrymore). Siempre es toda una experiencia volver a la pacifica Beldford Falls.
Y aquella canción… “Búfalo no puede dormir, no puede dormir…”.

lunes, 26 de diciembre de 2005

Clásico Navideño del Abismo

Comparativa '¡Qué bello es vivir!' y 'Plácido'
‘¡Qué bello es vivir!’ y ‘Plácido’ son las dos películas navideñas más representativas de dos mundos tan disímiles como el americano y el español.
En unas fechas como las que vivimos estos días, es inevitable tratar el cine navideño. A lo largo de la historia del Séptimo Arte se han desarrollado cierto tipo de películas ambientadas en Navidad; unas, de predisposición hacia los buenos sentimientos, otras, de tristeza o cinismo, según convenga. Todas ellas acondicionadas a un contexto visual en el que no faltan las guirnaldas, las lucecitas, el árbol, Papá Noel, la Nochebuena, la ilusión y la familia. Elementos utilizados para diversos fines argumentales en cualquiera de los géneros que ofrece la cinematografía.
Impregnados por una globalización norteamericana que impone iconos y prescribe conductas y directrices en cualquier campo, desde hace años se puso de moda acudir como representación fílmica navideña a la gran película de Frank Capra ‘¡Qué bello es vivir!’, inspirada en un cuento de Philip van Doren. Una cinta que los norteamericanos (y más de medio mundo) revisita anualmente para asistir a un recorrido por la vida de un buen hombre, altruista sin límites, llamado George Bailey. Si bien es cierto que Capra dio al cine las más preciosas y amables proclamaciones de buenos propósitos con trabajos de una hondura y emoción que, más allá de cualquier crítica sobre su posible repleción edulcorante, representan un cine irrepetible, también lo es la necesidad de reivindicar la película española navideña más importante de todos los tiempos, esa obra maestra del cine ‘azconaiano’ como es ‘Plácido’, admirable celuloide que, con el paso de los años, está empezando a encontrar su importancia en un zócalo genérico navideño donde las producciones americanas parecen querer decir que esto de la Navidad es cosa de yanquis.
‘¡Qué bello es vivir!’ acopia en su metraje valores humanos y espirituales donde la amistad, el amor, la generosidad y la solidaridad empapan un cine de corte fantástico, fabulesco y moral. La situación de Estados Unidos durante la época hace pensar que el mensaje subvertido de la historia de los Bailey era una excusa para lanzar una crítica al ‘New Deal’ de Roosevelt, ya que tras el aparente simplismo con que está contada esta tierna historia, podemos apreciar la oscuridad fantástica de un Capra que transcribe sus verdaderas intenciones bajo el más puro cuento de Charles Dickens para hablar entre líneas de una filosofía individualista, de un hombre cuya generosidad ha convertido su vida individual en un fracaso. Por su parte, Luis García Berlanga, apoyado en un prodigioso guión de Rafael Azcona, apuesta por una historia adherida a la realidad de una etapa donde la hipocresía es el arma caritativa que diferencia los estratos sociales del momento. Berlanga purga aquí cualquier atisbo de trasfondo amable, conciliador, que había caracterizado su cine hasta el momento, para dedicarse, desde esta joya de nuestro cine, a recrear (en palabras de Román Gubert) “un sainete con cianuro”. En ‘Plácido’ no hay espacio para la bondad, ni para camuflar los buenos sentimientos en una oda a la misericordia navideña. Todo es una proclamación de la falsedad de estas fechas. La represiva sociedad clasista, reflejada en un entorno cotidiano y localista, que tuvo como inspiración una campaña social que llevaba por título ‘Siente un pobre en su mesa’. Una campaña real que sirve para abrir los ojos a un microcosmos que obliga a los ricos a tener un acto de buena fe con los más desfavorecidos. El ejercicio de caridad, a diferencia de en ‘¡Qué bello es vivir!’ está forzado, como acto exigido de cara a la galería, un vendaval de apariencia que arrastra al pobre Plácido, un pobre hombre al que utilizan y necesitan por su recién adquirido motocarro que paga, no sin esfuerzo, letra a letra.
En ambas películas está muy arraigada una ambivalencia capciosa. Capra defendía unas ideas y aportaba sus argumentos para demostrar sus tesis políticas y Berlanga ofreció en su mejor etapa una hábil manera de camuflarse con ficticios sainetes costumbristas en los que se podía apreciar una subversiva crítica a la sociedad del momento. Ambos realizadores confluyen en el prototipo de obras inofensivas y amables, pero en el fondo suponen sendos ejercicios de funambulista para hablar de otros problemas sociales más importantes.
En esa combinación de intereses es donde se ensamblan las personalidades de George Bailey y Plácido, dos personalidades parejas que sirven de beneficio para la comunidad que les rodea, ya que ambos representan a antihéroes anónimos e historias de progresión de sacrificio en pos de los demás. A pesar de ello, la película de Capra se antoja como una ilusión alegórica, utópica, irreal, excesivamente moralizada para un ‘happy end’ que en ‘Plácido’ consiste en irse a casa con la familia a comer lo que bien se pueda. Si Capra sofistica su pueblo, su doble juego de pasado y presente alternativo en el que el conformismo natural de la comunidad, tampoco varía mucho la vida de un George Bailey que hubiera nacido en Bedford Falls o en el siniestro Pottersville, Berlanga borda un tono coral de la narración donde no falta la ironía, la mala hostia, la presencia de la muerte y su preferencia por las clases medias.
La abismal diferencia entre ambas visiones de la Navidad está en que mientras en ‘¡Qué bello es vivir!’ utiliza la festividad como entorno de comprensión y expiación de los errores, ‘Plácido’ la delimita, con su rechazo a lo fantástico y ornamental, a una realidad fiel y rigurosa confinada a la incomunicabilidad aterradora del español medio de los 60. Un aspecto que concuerda con la segunda parte de la cinta de Capra, convertida en una aparatosa pesadilla de corte expresionista y de impacto humano. Compostura que, en manos de Berlanga no puede por menos que convertirse en una comedia negra llena de cínico sarcasmo.
Dos películas que nada tienen que ver entre sí, pero que merecen un visionado en estas fechas como comprobación de todas las aristas posibles del periodo navideño.

sábado, 24 de diciembre de 2005

Papa Grinch

Alguien ha robado las Navidades en el Vaticano.
Si el Dr. Seuss se enterara…
Feliz noche a todos, amigos del Abismo.

La Familia Real con Photoshop

Me niego a creer esas especulaciones que sugieren que la emotiva instantánea de SS. MM. junto a todos sus nietos (incluida la pequeña y entrañable Leonor) está tratada por Photoshop.
Por más que la observo, además, detenidamente y con minuciosidad, no veo nada que haga pensar en que esto sea así.
¡Embusteros!

Más listas

El prestigioso crítico del Chicago Sun-Times Rogert Ebert (que en la foto da bastante repelús) ha publicado su lista de películas más destacadas de este 2005.
10. 'Millions', de Danny Boyle.
9. 'Yes', de Sally Potter.
8. 'King Kong', de Peter Jackson.
7. 'Nine Lives', de Rodrigo Garcia.
6. 'Me and You and Everyone We Know', de Miranda July.
5. 'Brokeback Mountain', de Ang Lee.
4. 'Junebug', de Phil Morrison.
3. 'Munich', de Steven Spielberg.
2. 'Syriana', de Stephen Gaghan.
1. 'Crash', de Paul Haggis.

jueves, 22 de diciembre de 2005

FELIZ y ABISMAL NAVIDAD 2005

Ya está aquí otra vez.
Bueno, en realidad llevamos ya un par de meses siendo ‘psico-dinamitados’ por ese concepto tan abstracto que es la Navidad.
Llegó el júbilo, el desenfreno dispendioso, el constante convite, las parejas que se besan bajo el muérdago, de la lotería del calvo ese de la tele que sopla suerte a todos menos a los más necesitados, de los anuncios eternos y repetitivos, del Rey Juan Carlos I con sus letárgicos discursos o de las hiperpijas chavalitas que lucirán un ajustado modelo (“¡o sea, tía!”) en macrofiestas de moda donde que apenas se apreciará porque permanecerán casi toda la noche en la barra intentando amortizar el prohibitivo cotillón más ‘cool’ de la Nochevieja.
Hay algunos que proclaman que la Navidad es una época especial. Otros que se empecinan en promulgar que no es más que una campaña de mercadotecnia. En cualquier caso, la Navidad se caracteriza por ser un acontecimiento que sirve de excusa para todo; para salir de fiesta y emborracharse, para engullir copiosas cenas regadas de todo tipo de excesos alimenticios y etílicos, para decirle al jefe lo cabrón que es fumando un puro sin miedo a que te despidan, para tirarle los trastos a la compañera de trabajo, para proponerse sin éxito ser mejor persona, para aburrirse, para sonreír sin ganas, para hacer de todo sin control… incluso, este año más que nunca, para aventurarse a dejar de fumar.
Fiestas arraigadas a conceptos tan familiares como las guirnaldas, las luces de colores, los belenes y el pequeño pino (talado violentamente) adornado. Cierto es que la Navidad convierte sin que uno se dé cuenta esa irracional predisposición a los buenos sentimientos en una ocasional y furibunda mala hostia. Al fin y al cabo, eso es la Navidad. En las épocas romanas, era un festival que honraba a Saturno o Mitras, según muchos historiadores y estudiosos de esta materia, Jesucristo no nació ni en diciembre ni en enero, sino con toda probabilidad en septiembre. Pero la historia nos da igual. No hay que desnaturalizar la Navidad, ni arremeter contra una serie de ritos que poco o nada importan. Para eso está esa canción tan desmadradamente cierta de los ‘Soziedad Alkoholica’ referente a esta cuestión. No voy a caer en el error de posicionarme en una actitud desmitificadora que enuncie una imprecisión disfrazada de individualismo, de puro egoísmo, del “no me gusta la Navidad porque es una mierda”. La Navidad es otra cosa, amigos.
Yo, como gordo entrañable sin malas intenciones que me considero, hasta puedo preconizar estas fiestas, aunque sea por su alegre estética, por la citada preferencia a la algarabía, por las ridículas cestas con embutido barato, champán (o cava, no sea que me tachen de regionalista) sin marca y turrón del duro y, cómo no, a los Niños de San Ildefonso de esta mañana cantando la pedrea y el gordo. A mí me gusta cada Navidad ver las mismas películas; ‘Plácido’, ‘Qué bello es vivir’, ‘Gremlins’, ‘Jungla de cristal’, ‘Los fantasmas atacan al Jefe’, ‘Solo en casa’, desde el año pasado ‘Bad Santa’... Parece que celebrar la Navidad se ha convertido en una actividad infamada y apática. Así que debo ser de los pocos gilipollas a los que les gustan estas fechas. En otras palabras: los que no saben tomar parte del rito se confortan atacándolo. Ante la imposibilidad de optar por un enfoque personal y apacible, eligen por refutar a los que nos gusta la Navidad.
Eso sí, cuando hay que celebrarlas, todo el mundo se apunta, se emborracha e intenta pasarlo bien. El concepto de Navidad está más allá de la parafernalia consumista. Y es que la confusión atávica ante el inexorable ciclo vital, del invierno y del verano (con las vacaciones familiares –la otra gran diatriba del español moderno-), ha creado celebraciones de solsticios para todos los gustos. Lo divertido de todo es ser cínico, socarrón y disfrutar de todo con divertimento y mucho cachondeo. La Navidad es la época ideal para reírse con más fuerza de aquellos a los que no le gusta. Algo así, como el mensaje de esa película de culto de Terry Zwigoff que es 'Bad Santa', donde un Santa Claus borracho, pendenciero, ladrón e hijoputa encuentra el espíritu de las Pascuas en un niño 'loser' gordo y medio imbécil cuyo máximo deseo es obtener un elefante violeta como regalo. La Navidad es cojonuda, amigos. Y quien diga lo contrario es que no sabe disfrutar de las cosas buenas de la vida. Otra cuestión a debatir sería si las efigies mágicas de nuestra Navidad española han dejado dilapidarse por imágenes anglosajonas, los Reyes Magos dilapidados por ese antipático gordo cabrón de rojo y blanco que se ha dado en llamar Santa Claus, San Nicolas, Kris Kringle o Papa Noel.
Desde este Abismo, redecorado para la ocasión con un flash que define muy bien mi noción de la Navidad y de la socarronería divertida con la que hay que tomársela, quiero felicitaros estas pascuas. Es hora de disfrutar y adornar nuestros hogares, de comer sin freno y de procurar reírnos de todo.
Por eso, a todos vosotros, a todos los que habéis hecho popular ‘Un mundo desde el Abismo’ os deseo, de todo corazón, una FELIZ NAVIDAD 2005 y pediros encarecidamente que procuréis ser todo lo felices que podáis.
Un abrazo a todos.
¡Jo, jo, jo…!
PD: Tengo que agradecer el simbólico flash a Myrian (como viene siendo habitual en mi vida), Dani “DCracker” Caravantes que han aportado su pequeño granito de arena y a Paco Cavero por vestir el ‘Refotoon’ de Santa Loser.

El Gordo de Navidad

¡Por el culo te la hinco!
Qué número más feo ¿no?
Bueno, que sigo siendo igual de pobre (monetaria y espiritualmente) que ayer.

Agradecido No-Premio de Adultolescente

Esta mañana, con los letárgicos primeros niños de San Ildefonso como agónica banda sonora de mi casa (parecían hombres de voz profunda y aburrida digna de la peor resaca) y mientras escribo para mi semanal colaboración para el periódico en el que escribo, me he enterado que el gran David Catalina, el mítico y carismático creador del imprescindible término “Adultolescente” y su no menos ilustre y prolífica blog, ha tenido a bien destacar al Abismo como Blog Revelación 2005 dentro sus simbólicas distinciones anuales en su Chaiko de Poderío particular.
Es todo un honor. El primer reconocimiento público para esta página. Además, procedente de una fuente no adulterada por ningún interés fraudulento. Me congratula y me llena de orgullo. La verdad es que el gesto de David y su mención me han alegrado el día, las cosas como son.
Muchas gracias, amigo Adultolescente.
Por cierto, tengo la impresión que el Premio Gordo será el 56.411. Evidentemente, ni me acercaré. Pero por si acaso.