viernes, 21 de octubre de 2005

¿Se desinfla Buenafuente?

No cuaja, no aprovecha las oportunidades únicas que se le ofrecen y Buenafuente empieza a cansar, a porfiar en un humor que se ha ido tornando con el paso del tiempo en insustancial, partidariamente ideológico e incluso, por momentos, algo tedioso. Poco ha durado la fascinación novedosa de un ‘show-man’ que se las prometía muy felices con la retirada de su máximo rival. La marcha de ‘Crónicas Marcianas’ dejaba vía libre para el rotundo éxito de ‘Buenafuente’. Pero no está siendo así. Lidera algunas franjas horarias de la noche, pero su ‘late-show’ está desinflándose paulatinamente. La austera estructura de un programa inmutable, que ofrece una y otra vez lo mismo, inalterable en su contenido y nula tentativa de innovación han hecho que el presentador catalán y su programa vayan perdiendo adictos e interés. Una fórmula que ha funcionado durante un periodo de tiempo demasiado corto.
Ya lo decía el otro día Ferran Monegal en El Periódico señalando la ineficaz deficiencia del bueno de Andreu a la hora de entrevistar a una estrella de Hollywood tan rutilante como Jodie Foster, dejando claro que, aunque buen humorista y ocasionalmente excepcional comunicador, a Buenafuente le falta ese “algo” que trascienda, esa magia que llene la pantalla, ese carisma que se ha ido desvaneciendo en un breve lapso de tiempo. Para Buenafuente es divertido apelar a un personaje tan abominable como Palomino, luciendo en su rostro la máscara de Hannibal Lecter o jugar al despiste con el ingenio de Santi Millán, en una descarada maniobra de escamoteo debido a la ausencia de ideas. Señalaba Monegal que tal vez esto se deba a las imposiciones de los agentes de prensa que rodean a este tipo de estrellas, que coartan, en cierto modo, a los presentadores para que se centren en promocionar su última película (en este caso, ‘Flightplan’). Pero no es disculpable.
¿Por qué? Porque tan sólo unos días después, Andréu tenía ante sí a Isabel Coixet, Tim Robbins y Sarah Polley. Y volvió a pasar lo mismo, ya que tampoco fraguó una buena entrevista. Todo lo contrario. Fue deplorable. La Coixet, desalentada por las nimias preguntas un tanto imprecisas del presentador sobre la última película de la directora, ‘La vida secreta de las palabras’, mostró la innumerable cantidad de estúpidos ‘tics’ que ha ido adquiriendo desde que hiciera el ridículo en los pasados Goya, intentando salir del trance (no se le ve a gusto delante de una cámara) como bien podía. Coixet es una excepcional directora, pero de cara al público deja bastante que desear.
Buenafuente, inoperante, sólo se limitó a decir lo guapa que estaba una Sarah Polley descolocada ante la ineficacia del ‘show-man’, más pendiente sonsacarle a Robbins su archiconocido activismo político cuando previamente le espetó “estará cansado de que se le pregunte por su posicionamiento político...” y terminar con una voz en off con la rimbombante imitación que hace de De Niro casi sin querer. Muy mal, Buenafuente. Muy mal. Una entrevista insípida que pone de manifiesto no sólo que Buenafuente ha bajado su nivel como profesional, también que su tono y humor no fluidifica. Ha dejado de hacer gracia.
Tan sólo Buenafuente parece tener un apoyo salvador en Jose Corbacho, el gran genio de El Terrat. Lástima que sea en la sección de ‘La Venda’, otro bloque prematuramente caduco, al igual que el anfetamínico ‘Neng’ y su reiterativa letanía de frase monomaníaca.
¿Esperamos a ver qué hace Pepe Navarro?

jueves, 20 de octubre de 2005

‘Boob Earmuffs’

Baron Bob es un tipo que se aburre. Pero no se aburre de una forma estereotipada. No. Baron Bob es un tipo que se aburre mucho. Pero mucho, mucho.
Baron Bob es también un fulano al que (como a muchos de nosotros) le vuelven loco las tetas.
Baron Bob ha creado los ‘Boob Earmuffs’, unos cascos auriculares con forma de pechos femeninos.
Pero no sólo eso.
Baron Bob ha tenido la brillante idea de fabricar una campanilla de recepción con un pezón que suena con sólo pulsarlo.
Ay… Baron Bob.

Esencia de cómic

Superhéroes cotidianos
Shyamalan profundizó en el vértice más oscuro de la vida supeheróica con un inigualable guión y un estilo lírico como ofrenda al mundo del cómic
Decía Alan Moore, tomando las palabras del maestro Stan Lee, que el héroe de cómic encuentra siempre su grandeza en la cotidianidad en la que se circunscriben sus actos y en la vida ordinaria que suele llevar cuando no es un semidiós incorruptible (en este caso ‘irrompible’ –en su título original-). M. Night Shyamalan recogió en su mejor película una obra bordada con la sutilidad poética y gélida que caracterizó su gran ‘El Sexto Sentido’ y que después desarrollaría en la más fallida ‘Señales’ y en la portentosa y poco comprendida ‘El Bosque’.
Perfectamente exacta, sin fisuras formales o argumentales, y reforzada con la dirección de un compositor de sentimientos enfrentados como es Shyamalan, ‘El protegido’ abarcó el reverso más angustiante y profundo de aquellos seres sesgados por elementos paranormales que cercenan su vida diaria. Narrada desde una concepción temática doliente y aflictiva, el cineasta de origen hindú envolvió su esta extraña odisea ‘fantastiquè’ en el mundo editorial del cómic, absorbiendo el espíritu que hizo grande a la ‘DC Cómics’ y su visión de la existencia como una filosofía vital plasmada en viñetas. Como en el génesis de un arte privilegiado e insondable, delimitado aquí a un ámbito cercano y puro, Shyamalan regresó, a su particular perspectiva de lo oscuro, del enigma sobrenatural que convive con el hombre.
Desplegando, poco a poco, con una quietud imperceptible y un tratamiento impecable, sus disquisiciones acerca de la muerte, el amor, la soledad, la incomunicación y el sentido de nuestro propio destino toman trascendencia sin renunciar en ningún momento al gran calibre comercial de la obra, perfeccionando su idiosincrasia, dotando al filme con una atmósfera inquietante, enigmática y fría en la que la actitud ascética de sus personajes dejan ver un fondo intencional que hacen de su guión sin fisuras el mayor logro de ‘El protegido’. La increíble historia de David Dunn, el único superviviente de una terrible catástrofe ferroviaria en el que han muerto más de un centenar de personas y del que han salido totalmente ileso lleva al espectador a una hermosa historia paterno-filial que descompone, con trazos sensibles y fugaces, la esperanza de todo niño que ve a su padre como un titán, como ídolo al que admirar.
Mediante el juego llevado hacia la dicotomía final y sorprendente, Shyamalan expone en esta cinta, sin ardides y con una honestidad aplastante, la verdadera síntesis de la magnificencia del Noveno Arte. Como si hubiera seguido los patrones impuestos por Jerry Siegel, autor del que, sin duda, ha bebido el joven realizador al darle forma al superhéroe de la película. Una especie de facsímil y fusión de personajes como ‘Espectro’ y ‘Grendel’. La poesía lírica y calmada imbuye a un personaje atormentado que acaba enfrentándose a sus miedos y, en último término, a él mismo y a sus problemas. Algo que ya sucedía, en cierta forma en la inolvidable ‘El Sexto Sentido’.
La sencillez con la que el héroe encuentra su particular poder y acepta su condición (maravillosa la secuencia en la que Willis lleva en brazos a Wright Penn), su catarsis ante una vida perfecta insatisfecha, sirve nuevamente para un sólido encuentro con lo misterioso, con lo legendario, con una disgregación entre el Bien y el Mal que se acentúa con la virtuosidad escénica con la que Shyamalan logró traspasar la frontera del enigma, la melancolía de sus propios objetivos, arrastrando a un Bruce Willis hacia cauces interpretativos innatos que, aunque nadie pudo ver hasta ‘El Sexto Sentido’, fluyeron entonces en las venas de uno de los mejores actores del cine contemporáneo. ‘El protegido’, además de solidificar una realidad esperanzadora del cine comercial norteamericano, deja patente la facilidad con la que Shyamalan sabe bucear en los bellos y desolados mares de lo eterno.

miércoles, 19 de octubre de 2005

Un mito televisivo

Aquélla legendaria sintonía que abría y cerraba la serie. Aquélla maronieta que tanto me aterró cuando yo era sólo un infante aficionado a todo lo que oliera a catódico, sin importarme los rombos. Aquél padre divertidamente loco y estrafalario. Un personaje gay entrañable llamado Jodie Dallas. Un mayordomo negro.
Cinismo y humor corrosivo.
Dos familias, los Campbell y los Tate, que nunca olvidaré.
Qué recuerdos.

martes, 18 de octubre de 2005

Recordando a Jennifer Jones

Algunas de las escenas de amor de ‘Duelo al sol’, la cinta que David O. Selznick produjo como capricho para fomentar la carrera de Jennifer Jones, siguen subsistiendo como arquetipos de adventicia intensidad dentro de los fastos cinematográficos. A pesar de tratarse de una película de productor, el gran King Vidor logró implantar su especial sentido del romanticismo, con la aspereza de un odio convertido en pasión y llevado hasta las últimas consecuencias. Por supuesto, se trata de ese final en el que la Jones y Gregory Peck se baten a duelo para morir finalmente besándose bajo el rojizo légamo que provoca una hermosa y lacónica lluvia que cierra la película.
Nacida como Phillys Isley, Jennifer Jones le debe su fama a David O. Selznick, que se fijó en ella y la publicitó hasta lanzarla con ‘La canción de Bernadette’, de Henry King. No se equivocaría, ya que ‘Pigmalión’, le otorgaría un Oscar por su interpretación en este largometraje. Jones supo utilizar ese duro temperamento de una actriz imperfecta que desprendía un cierto halo de arrogancia y misterio, de pasión convulsa bajo una cautivadora mirada de hielo. ‘Cluny Brown’, de Ernst Lubitsch, ‘Corazón Salvaje’, de Michael Powell y Emeric Pressburger o ‘Madame Bovary’, de Vicent Minnelli la hicieron inmortal. ‘El coloso en llamas’, de John Guillermin fue su última película hasta el momento.
La razón de este ‘post’ ha sido este link sobre la actriz.
Y espero no ser gafe, ya que Jones tiene ahora 86 años y está delicada de salud. Así que sirva este post como homenaje.

Nostalgia ochentera (Juegos Míticos)

Cuando la nostalgia hostiga con su inexorable amonestación del paso del tiempo, me recuerda la mejor época de mi vida. Un tiempo de dos dígitos que aparecen remarcados en mi memoria: 80, la mítica y dorada década que marcó a una generación de ‘freaks’ que añoramos aquellos convulsos días con los que España cambió hacia un rumbo que todos creíamos renovador y moderno.
Más allá de mis recuerdos, de la primera vez que le vi las bragas a una chica, de los juegos e historias con mis Madelman, de los bocadillos de Nocilla mientras veía ‘Barrio Sésamo’, ‘Un mudo para ellos’, ‘La Isla de la Fantasia’, ‘Mork y Mindy’, de mis primeros arrebatos periodísticos promovidos por mi fascinación por ‘Lou Grant’, de los cómics de la Marvel, de Tintín del ‘Durango’ de Yves Swolfs, de todas las películas de Amblin, del cine que me ha formado como persona, de Alaska y ‘La bola de Cristal’, de Iron Maiden, de Obus y Barón Rojo, del asesinato de John Lennon, de Narajanjito y el mundial de España 82, del ‘Back in back’, de AC-DC, de tantas y tantas cosas que irán saliendo aquí en este nostálgico Abismo. Más allá de todo esto, se inmortalizan aquellos incipientes recuerdos de los espacios de ocio consagrados a los juegos que iban saliendo como revolucionario pasatiempo novedoso.
Se trataba de los primeros videojuegos, la prehistoria de la modernidad tecnológica del ocio. Aún no sabíamos qué era eso de la pluralidad de los sistemas de reproducción audiovisual, la multiplicidad de acción, el arcade en primera persona, el 3D. Casi no había interactividad. Hemos evolucionado y estamos en plena fase de aprendizaje para lo que nos viene. Pero siempre hay hueco para el recuerdo entristecido de aquello que consideramos un buen día la gran novedad.
Esta tarde la he perdido jugando al Pac-Man, al Space Invaders, al Don Key Kong, e incluso al arcaico ping-pong absurdo que da pena ver hasta qué punto llegaba lo labriego del juego. Incluso he vuelto a desafiar a Simon, después de décadas apartado de mi vida.
Los 80, en definitiva, me marcaron para siempre. Aquí está la efímera puerta al pasado.

lunes, 17 de octubre de 2005

El día del Mega

Pues esta tarde me he sorprendido cuando he descubierto que los desmañados e ineptos amigos de Timofónica han tenido a bien ofrendarme con 1 mega de velocidad. Velocidad que, en los tiempos de competencia que corren, se me antoja insuficiente.
Al menos, la intensificación de banda se deja notar. La desilusión ha llegado cuando, pasadas unas horas, me he familiarizado a este incremento y ahora me parece que va igual que hace unos días. Suele pasar, el ‘feed back’ ha sido positivo. A disfrutar de este pequeño ascenso de celeridad internauta.

Justicia en Sitges 2005

La gran ganadora de la edición de este año ha sido 'Hard Candy', de David Slade que ha recibido los galardones a la Mejor Película, al Mejor Guión y el Gran Premio del público a la mejor película. Sin duda, la mejor película a competición que se ha visto en este apático festival.
El palmarés completo aquí.

Sitges desde el Abismo (y VI)

Antes de irme de Sitges os contaba la posibilidad de una anunciada catástrofe vista de cerca, desalentado por el hecho de transigir malos títulos y mediocridad fílmica todo el festival y a sólo tres de días de su finalización saber que lo mejor empezaba a germinar en esta extraña 38ª edición del certamen de corte fantástico.
Las dos últimas películas a concurso que pude ver, dejaron la impronta de calidad que había faltado en los días anteriores. A pesar de que no se ha visto ni un ápice de la ansiada tendencia de las anteriores ediciones hacia la regeneración o la búsqueda de piezas de afinidad más adecuadas a las pretensiones de calidad de este evento, cierto es que no todo iba a ser malo (que no lo estaba siendo, eso sí, no había fascinación y sí mucho bostezo). Dos han sido las piezas que en mi último día me llamaron una atención distraída por la peyorativa rutina en que se estaba convirtiendo el festival.
La primera ‘Bittersweet life’, de Kim Jee-woon, poética cinta de corte dramático en la que el bucólico proceder del director potencia una hermosa historia de amor platónico y cruel venganza, la que narra cómo Sun-woo (excepcional el actor Lee Byeong-heon) actúa como mano derecha del mafioso local Kang, el cual ordena su ejecución cuando se entera de que su pupilo ha perdonado la vida del amante de su nueva concubina. Estamos ante un ejercicio de estilo apabullante, de exhibición formal llevada al límite, que se traduce en una oleada de resonancias dramáticas confeccionadas con una frialdad polar que recuerda en su inclinación temática al cine negro europeo, de exquisita negritud de fondo. La venganza de Sun-woo fundamenta su eficacia en la explicitud de su construcción, con un diseño de sonido absolutamente memorable (nunca había escuchado unos tiros tan bien definidos) y una disposición narrativa que gravita entre el preciosismo lírico (y un tanto edulcorado) del romanticismo que late bajo su subtexto y esa ferocidad sangrienta de la vendetta a la que asistimos. Gran película, la de Jee-woon.
Pero si ha habido una cinta que haya llamado la atención hasta el momento en Sitges (seguro que hoy hay otra que la ha superado –y me la he perdido-), ha sido ‘Hard Candy’, del menudo (hay que ver lo bajito que es) David Slade. La historia empieza de la siguiente manera: hay una conversación por internet, dos personas quedan para tomar un café. Él es un fotógrafo de 32 años. Ella, una adolescente de 14 que parece mucho más madura que las chicas de su edad. Ambos acaban en casa de él, en un extraño e incómodo juego de seducción que plantea por dónde va a ir la cinta. Pero ahí es donde comienza el fascinante y opresivo ‘thriller’ psicológico, el juego cruel y despiadado de una película asfixiante y resuelta con una solvencia impecable. Destaca asimismo la virtuosa utilización del espacio (apenas dos habitaciones) y un sentido del ritmo escénico portentoso, pero donde todo el conjunto está construido a través de dos interpretaciones, dos personajes que tienen los rostros de los extraodinarios Patrick Wilson y la jovencísima Ellen Page, lo mejor de la función y del festival (ambos deberían ganar el premio en este apartado). Interpretaciones acojonantes que levantaron la ovación de un público entregado al ardid psicológico, a la tensión, a gran montaje que hace que una cinta de casi dos horas sostenida tan sólo en dos personajes lleve al público por diversas emociones encontradas en esta fábula sobre la mentira, el castigo, la venganza y la culpa. Una de las mejores películas que se van a ver en Sitges.
La última película que vi fue 'Tiburón', entre la nostalgia más entusiasta y la emoción del esperado reencuentro que me llevó después de muchos años a la población costera de Amity Island, a compartir de nuevo un par de horas de mi vida con Brody, Hooper y el carismático Quint. Poco voy a descubrir de uno de los mayores clásicos del cine moderno, de su intensidad sin edad, con ese regusto de inmortalidad que distingue a las películas elegidas para permanecer constantes en la memoria colectiva, incluso hablando de cosas tan actuales como la conflagración que se da entre los intereses económicos de los más poderosos y el sentido del deber de los pocos héroes que quedan en la sociedad. No voy a reiterar mi admiración por Steven Spielberg, por el sublime desarrollo narrativo, con la probidad caligráfica con la que el Rey Midas compuso un relato donde sobresale la sensación ambiental y contextual que tienen su apoteosis todas las impresionantes secuencias de la cacería del escualo. Tampoco contaré que casi se me saltan las lágrimas escuchando los acordes de John Williams, ni que aplaudí con fervor el homenaje que se le rindió en el Auditori a Peter Benchley y a Joe Alves. Sólo voy a escribir que fue una noche de recuerdos inolvidables.
Y así acabó Sitges para mí.
Me encrespa haber abandonado antes de tiempo esta población del Garraf que amo y odio a partes iguales, de no poder haber concluido estas crónicas que, si soy sincero, ni yo mismo esperaba recrear con tanta asiduidad y detallismo. Me jode no haber descubierto por mí mismo que ‘El exorcismo de Emily Rose’ no es más que un bulo comercial que utiliza una sola palabra como reclamo publicitario, que ‘A history of a Violence’ es de los mejores trabajos no sólo de Cronenberg, sino una de las películas de 2005, que ‘Oculto’ o ‘The Dark’ tal vez hayan dado una agradable sorpresa, que no haya visto apenas nada de las secciones de Orient Express, que no me haya pasado por el ciclo de Johnnie To ni asistiera a la clase magistral de Carles Grangel. Han quedado cosas en el tintero. Y me desuela esta no consumación festivalera. Pero así es la vida.
Me quedo, sin embargo, con recuerdos y sensaciones de una edición que, bastante indolente en su capacidad de sorpresa, sí me ha devuelto la oportunidad de volver a un festival que con sus películas tal vez no haya subyugado esta vez a través de su lenguaje algún atisbo de tensión evolutiva, huérfano de índole fantástico o algún tipo de emblema artístico indagador del arcaísmo o de los nuevos tiempos, pero que sigue en su empeño de mitigar cualquier efecto de las nuevas tendencias audiovisuales con un festival distinto. Para bien y para mal.
LO PEOR:
.- La zona de prensa: con el desprecio de los responsables de esta sección hacia los periodistas no reconocidos en el mundo cinematográfico. Son clasistas, engreídos y bastante cutres con este apartado (tan importante para su imagen exterior). Una lástima.
.- La desorganización: bochoronosa y ridícula en un festival con aspiraciones internacionales como es este (vaya colas). Al cuarto día, se dieron cuenta de que el Auditori podía acoger tanto a público, como a invitados y periodistas. Muy triste que fuera tan tarde.
.- La calidad de las películas: la calidad no quiso adherirse a las buenas intenciones de la propuesta.
.- El calvo que me quitó el sitio privilegiado en la rueda de prensa de Tarantino. Llegué y ya estaba sentado en mi sitio con la mochila. No quise montar una escena porque Quentin ya había llegado.
.- El traductor del festival: un fulano que, depués de ir de colega con Tarantino y Eli Roth, suelta frases como “Me vais a perdonar que traduzca esto porque es muy bueno”. Vamos a ver, soplapollas, te pagan por traducirlo todo. No para que nos avances si lo que viene a continuación es gracioso o no.
.- La lluvia en tromba (inevitable).
.- El concepto que tienen en determinados lugares de Sitges que tienen del concepto “Bocadillo de calamares”.
LO MEJOR:
.- Ella, Myrian.
.- Poder estrechar la mano y mantener conversaciones varias con Spaulding y Absense (con el que también comimos un día).
.- Lo relajantes que son los sillones del salón del Melià Hotel de Sitges para esperar en los tiempos muertos.
.- La mítica y erudita manducatoria compartiendo mantel y charlas existenciales y cinematográficas con Álex de la Iglesia, Koldo Serra, Borja Crespo, Adrián Guerra y Xavier Daura.
.- La cordialidad y buen ambiente que se respira en el festival. Los villanos de prensa y de la organización nada tienen que ver con la buena atmósfera de cine que respira en el certamen.
.- La asequible cerveza de un ‘Espar’ cerca del hotel. Cuatro latas de medio litro de cerveza equivalía en precio a lo que costaba un quinto del mini-bar del hotel.
.- Tarantino, rehusando lujos, y paseando por el pueblo y emborrachándose en bares cutres de Sitges, aquellos que frecuentó cuando estrenó aquí ‘Reservoir Dogs’, hace ya trece años.
.-La visita de Paco Cavero exclusivamente a pasar el día con nosotros.
.- La insólita sensación de expectación que provocó en mí el pase en cine de ‘Jaws’, de Spielberg, veintiséis años después de la primera vez que la vi, treinta desde su estreno.

domingo, 16 de octubre de 2005

Las 10 diferencias entre el Festival de Donosti y el de Sitges

1.- En San Sebastián llegas a por tu acreditación y tienes cuatro puestos diversificados en categorías alfabéticas. No hay ningún problema a la hora de recogerla y, para colmo, te exponen con directrices el funcionamiento de todo y las posibilidades que te ofrece tu acreditación, así como una bolsa con la guía del certamen, un bono de descuento en los libros, un CD del festival con material gráfico y textual y un detallado catálogo para que no te pierdas nada. Todo puntualizado para tu disfrute. En Sitges, llegas a por tu acreditación y tienes unos puestos similares. Eso sí, sólo dos. Y se reparten de forma caótica, sin seguir una normativa lógica. Si eres Mirito Torreiro, te saltas la cola y la chica babeante y de risa impostada, deja lo que está haciendo para que el señor se vaya contento. Te dan una bolsa de mejor calidad que la de Donosti, pero sólo con un catálogo de las películas dentro. Nada más. No te explican nada y te miran mal si les pides cualquier explicación.
2.- En San Sebastián te dan una llave y un número para un casillero individualizado en el que te colocarán diariamente todo lo relacionado con los press-books y alguna ofrenda. Esto ya depende de ti. Ellos han cumplido y se pueden olvidar del tema. En Sitges, tienes que enseñar tu acreditación, buscan el número, te dan lo que se les antoja (lo más goloso va a parar a los peces gordos de la prensa) y encima te miran mal.
3.-En Donosti tienes 21 ordenadores para escribir tu crónica diaria, accediendo a la facilidad con la que puedes trabajar. A veces, tienes que esperar, pero siempre hay buen trato y un silencio sepulcral a la hora de redactar. En Sitges, tienes cinco míseros ordenadores. La gente no para de berrear, un fulano celebra con ‘tics’ sus crónicas a cada párrafo que escribe, fuma echándote el humo en el rostro, gente chatea con MSN, la gente de prensa da voces por teléfono concediendo entrevistas, “o sea, un superbeso, de verdad”, decía una fulana de Filmax, el otro día a voz pelada, otros navega por Internet en páginas porno, se reúnen tres freakies para escribir en coalición en diversos foros y si dices algo en la mesa de prensa para solucionar esta anarquía, te miran mal.
4.- En San Sebastián, el festival tiene organizada una agenda para que puedas ver todas las películas de las secciones más importantes. De tal forma logística, que incluso hay espacio para el disfrute de cintas de los otros ciclos, con la oportunidad que ofrecen los varios pases que hay de la película en el mismo día y posterior. En Sitges se dan cita dos películas importantes en la misma hora. Hay masificación de horarios y de películas y, sobre todo, la imposibilidad de hacerte un planning coherente con el sistema de favoritismo que tienen montado. Y encima, te miran mal, claro está.
5.- En San Sebastián el método para repartir invitaciones para la prensa en pases que no estén dedicados a la profesión (puedes ver 6 películas sin coger entradas) es impecable. No imponen horarios de recogida (si madrugas, tienes más posibilidades de hacerte con la que quieras) y a lo largo del día puedes conseguir hasta que se acaben. Insisto, hace años que no paso a por una entrada en Donosti, porque se puede ver todo (excepto los ciclos, que sí van con entradas). En Sitges, se renombran las entradas en los temidos ‘Tickets’ de los cojones. Es una incoherencia, los horarios que ponen dan vergüenza, se forman largas colas y cuando pides dos, te dicen que no, que es una por medio acreditado. Dices que vale, pero sin embargo te miran mal.
6.- En San Sebastián las publicaciones hay que abonarlas sí. Todos, sin excepción. Si quieres los libros pagas. Si no, no hay libros gratis para nadie. La ventaja es el gran descuento para periodistas. Creo que son 20 euros por los tres libros. En Sitges reparten los libros a dedo, a aquellos que les viene bien regalarlo. Yo me he tenido que comprar uno de ellos. Lo quería. Daba igual pagarlo. Pero tuve que hacerlo con ayuda de un amigo, que me dijo dónde los vendían. En un ‘stand’ de Miramar, el de la editorial. Ni siquiera la simple información de dónde se vendía el libro fueron capaces de darme. Me dijeron que no sabían si se pondría a la venta o no. Que ellos no sabían dónde encontrar la publicación, ni sabían si había algún descuento. En Miramar no me miraron mal, porque les pagué los 12 euros del libro. En el departamento de prensa de Melià, sí.
7.- En San Sebastián, las ruedas de prensa incluyen una pequeña petaca mecánica con cascos. Es el traductor con el que se pueden escuchar hasta cuatro traducciones simultáneas con gente que transcribe perfectamente a tu lengua bajo una presión imponente. En Sitges, te traduce un fulano que perpetua el ‘graciosismo’ sin gracia. Traduce la mitad de lo que se dice y, para colmo, es un engreído con una desagradable voz cancerada.
8.- En San Sebastián los horarios son muy rígidos, inflexibles. Las películas empiezan a la hora y en punto. Sin retrasos. No vale la demora, cualquier dilatación está prácticamente prohibida. Así, es lógico que si llegas tarde un minuto, te impidan el acceso a la sala. Es justo. En Sitges he asistido a un desbarajuste intolerable; había películas que empezaban a la hora, otra diez minutos después de que sonara el timbre y un día se acumuló más de hora y media de espera entre película y otra. Concretamente, el día que asistió Tarantino a presentar ‘Hostel’ junto a Eli Roth. Si llegas un minuto tarde, te miran mal. Pero al menos puedes decir “Tengo el deber de llegar a la hora en punto, pero vosotros podéis empezar una película con media hora de retraso ¿no?”. Tras esto, te dejan pasar. Eso sí, mirándote mal.
9.- En San Sebastián (y sé que esto va a doler) los subtítulos están editados en el negativo. Vienen con la película, en español, precisos, con una exactitud irreprochable. Además, tienen copias de todas las cintas con subtítulos en inglés, para facilitar el visionado de la prensa extranjera. En Sitges se impone la moda del subtítulo electrónico, del triple subtítulo (en inglés, en español y en “català”). Un festival de lucecitas, de innecesaria bilateralidad en la traducción. Trasladando todo a la lengua terruñera, aplaudiendo cualquier alusión a la tierra, viéndose esto desde el exterior como un ridículo afán populachero. Al menos aún queda resquicio para entender algo en español (o castellano, según moleste o no). Y si lo dices, no te miran mal. Te miran peor.
10.- En San Sebastián si pides una entrevista a algún invitado, si no respondes a un catálogo de características inacabable y muy elitista (aquí sí), no puedes entrevistar a nadie. Una rígida tendencia a la importancia del medio te impide charlar con las estrellas. En Sitges, vía mail y con cuidado trato, el apartado de entrevistas funciona a la perfección, consiguiéndote un pequeño espacio para la entrevista. En este caso no te miran mal.