miércoles, 16 de marzo de 2005

Review THE BIRTHDAY, de Eugenio Mira

Extravagante y radical cine fantástico
Eugenio Mira debuta con una arriesgada propuesta personal que mezcla varios géneros de forma ambigua y oscura sin perder la autenticidad de unos designios intachables.
Lo primero que llama la atención después de haber asistido a este rotundo y temerario primer trabajo de Eugenio Mira es la sensación de extrema heterogeneidad, riesgo y libertad con la que se ha llevado a cabo una producción totalmente alejada de los cánones que aniquilan cualquier intención de cambio del actual cine español. Lejos de doblegarse a una corriente definida, ‘The Birthday’ se sitúa en una quebradiza línea de contingencia genérica, buscando un provocado efecto de ambigüedad en una historia totalmente frenética y delirante bajo la cual se esconden muchos de los designios cinematográficos que la apartan de un cine pretendidamente comercial, pero que a su vez, ofrecen un tiovivo de sensaciones a diversos niveles artísticos y estéticos. Un logro que sitúa a este extraño producto en el polo opuesto al cine que estamos acostumbrados a ver en España.
La independencia o la autoría en el mundo del cine siempre ha sido un tema bastante difícil de definir. Muchos se han adelantado a calificar esta ‘opera prima’ como una futura obra de culto e incluso como “película maldita”, pero lo cierto es que aunque ‘The Birhtday’ esté concebida fuera de los parámetros industriales, erigida desde una mirada conceptual al cine de los 80 más comerciales, referenciando los tópicos y singularidades de la nostalgia de determinados ‘blockbusters’, este primer paso en el mundo del largometraje de Mira le descubre como un cineasta capaz de aportar una innovadora mirada sobre el género fantástico y sobre el cine en general, desde un punto de vista según el cual pueda crear, intencionadamente, un universo con códigos propios, dignos de un visionario en ciernes, de un autor aislado de cualquier moda.
La historia de ‘The Birthday’ arranca en un pequeño hotel de Baltimore, Estados Unidos situándose en 1987. Con esto, Mira (que coescribe el guión con el gran Mikel Alvariño) gravita en una idea de relegación sobre lo que podemos determinar como territorialidad, obviando de lo preconcebido, lo fácil y recursivo para singularizar un alejamiento en el espacio y el tiempo que resulta enriquecedor para la historia y para la memoria nostálgica del cinéfilo generacional a la que aluden ambos guionistas. En ese minúsculo hotel constituido como claustrofóbico y siniestro entorno, Norman Forrester, un anodino e inseguro joven, pretende caer bien a la familia de su petulante y engreída novia, Allison, durante la fiesta de cumpleaños de su padre.
En el proceso, Norman sufrirá una brutal y apocalíptica experiencia que empieza con el reencuentro de un antiguo compañero de instituto y una fiesta anexa y la irrupción de un grupo de paracientíficos en busca del origen del fin del mundo. Norman, maleable y quebradizo, ofuscado en no perder el amor de su vida, evolucionará hasta superar sus miedos y complejos para convertirse en el pequeño héroe de una trama que transcurre a caballo entre las dos plantas donde se ubican las fiestas, un siniestro sótano, el recibidor, el ático y, sobre todo, en el recurrente ascensor.
‘The birthday’ empieza como una oscura ‘screwball comedy’ en la que el joven Norman pretende recuperar el amor de su déspota chica, con un voluntario acercamiento al humor ‘teenager’ que en seguida abandona para avanzar evolutivamente hacia una seriedad genérica de comedido efectismo, pasando a un inquietante terreno que camina entre el ‘thriller’, el terror y el cine fantástico. Toda una empresa a priori inabarcable, pero en la que se demuestra nada es casual y todos los elementos, por aparentemente insignificantes que parezcan, son necesarios para crear la experiencia que supone para el espectador seguir en tiempo real a un personaje, el gran reto de Eugenio Mira en su primera película. Esta constante proximidad a Norman, que está en todos y cada uno de los planos de la película, supone un ejercicio de equilibrio que, en algunos de sus momentos (sobre todo aquellos en los que se indaga en la relación de pareja) parece descompensarse a tenor de la duración final que se ha visto hasta ahora de la cinta.
La única asimetría perceptible en esta versión de ‘The Birthday’ es el acometimiento asfixiante de esta trama de ‘real time’ que Mira prolonga con alguna aparición intencional de tiempos muertos y dilatación en secuencias de encuentros y desencuentros amorosos entre Norman y Alison (en su consecuente subtrama), concibiendo el ansia del espectador porque suceda algo, en una extraña sensación de descenso de interés sólo mantenido por los envidiables recursos de un guión en el que los diálogos son más que sobresalientes.
Pero es sólo un trance pasajero, ya que en el momento en el que la historia devela su verdadera naturaleza maléfica y de corte ‘fantastique’, ‘The Birthday’ adquiere una dimensión de engrandecida potencia visual y narrativa, arrolladora, que recurre a la destreza cinematográfica para condensar la insólita emoción de una cinta decididamente radical, en ideología y pragmatismo. La obra debut de Mira es un extravagante filme surgido del subconsciente y de las obsesiones de un autor fascinado por la deformación de la realidad, por un cine perdido y nostálgico, una película tal vez demasiado arriesgada, pero valiente y temeraria, que vislumbra desde un punto de vista fantástico aquellos tópicos de un cine que perdura en la nostalgia de una generación que creció al amparo de Spielberg, Landis, Joe Dante, Zemeckis y un largo etcétera, y que, sin embargo, se muestran de forma subrepticia, evidenciando una propensión estética y formal a los preceptos de cineastas como David Cronenberg y David Lynch.
Dos poderosas influencias en la personal mirada fílmica de un Eugenio Mira que sabe desarrollar su película en dos (y hasta tres) tiempos perfectamente definidos, que discurren con ritmo templado, a veces fluctuando demasiado en un género o en otro, pero estabilizando su propuesta en la suicida contraposición de sensaciones intensas y desconcertantes que recuperan el ‘feeling’ de una serie tan mítica como la ‘Twilight Zone’.
Cuando esta inclasificable obra avanza, la inquietud y la confusión se terminan adueñando (para bien o para mal) de un público que es llevado al extremo, al enloquecimiento del personaje que se ve inmerso en la propuesta acuñada por Hitchcock “un pobre hombre metido en una gigantesca situación”, desplegando una tremenda astucia y buen pulso que convierten a ‘The Birthday’, más allá de una extravagancia incómoda, en una muestra de manipulación sobre la narración cinematográfica con un rigor estético sobrenatural, algo que, como se ha visto en sus primeros pases, no a todo el mundo ha complacido. Pero lejos de cualquier diatriba, la gran cualidad de esta película no es tanto el argumento en sí mismo como el modo en que se aborda, proponiendo un extraño viaje donde cada situación tiene un grado de artificio que pone en crisis a la misma representación cinematográfica como reflejo de la realidad, en la que, sin embargo, cada diálogo, cada silencio y cada expresión tienen su dosis de verosimilitud que responde, en definitiva, a un audaz discurso personal ajeno a cualquier maniqueísmo, definiendo un estilo propio identificable con la autenticidad de unas intenciones intachables.
Estamos ante un insólito material aparentemente amable que va acrecentando su visión sórdida, angosta, cuya visualización la convierte en una viscosa fábula sin sentimentalismo, de una estoicidad abrumante, apoyada en la atmósfera malsana que adquiere la película gracias a la fantástica fotografía de Unax Mendía, que ha logrado un tenue claroscuro que se asemeja a la dualidad de la historia, a esa pugna entre la realidad y lo aparentemente ficticio, entre la frágil consistencia de Norman y su falta intrepidez inicial enfrentada al arrojo y decisión con la que va acometiendo su surrealista experiencia rodeado de un creciente Mal, reflejado en instintos apenas controlados, inscritos en una sociedad de tentaciones y amenazas. Una textura cinematográfica mostrada como una geografía abstracta donde los decorados construidos de forma impecable por Javier Alvariño y Daniel Izar sitúan a Norman en una tragedia construida a través de la profusión de detalles y situaciones que van desagranándose desde esa inicial comedia hasta llegar a su asfixiante tono de terror que tiene su apoteosis en su éxtasis final. Y es que nunca antes la utilización del sonido ayudó tanto a crear un ambiente tan sórdido y claustrofóbico como el vivido (porque es toda una experiencia) en el desenlace de ‘The Birthday’. Un tono asfixiante y recurrente gracias también a la incursión de la música incidental con tintes de ofrenda a Jerry Goldsmith compuesta por el propio e inspirado Mira.
En el terreno de la interpretación, la rehabilitación de la otrora estrella adolescente Corey Feldman aporta el grado de evocación que requiere la historia y su ubicación temporal, que se relega con la progresiva estratificación de un personaje que se enfrenta a un contexto extraordinario y acaba por conocerse a sí mismo. Así, el deliberadamente histriónico Feldman del inicio va tomando un tono grave que aumenta paulatinamente, coyuntura que brinda al actor la fortuna de acreditar que su interpretación está mucho más allá de lo convencionalidad.
Corey Feldman está sencillamente fantástico. Un adjetivo que alcanza y pondera el talento de una actriz como Erica Prior, capaz de abastecer con infinidad de registros a su antipático personaje, llegando a resultar dulce, asustadiza, brusca o desagradable en pequeños gestos según convenga, capacidad que ya hiciera de ella una promesa de futuro en ‘Second Name’, de Paco Plaza. También cabe destacar la presencia de Jack Taylor, un clásico del género que nunca defrauda. Es de recibo destacar las interpretaciones de éstos y de todos y cada uno de los secundarios (Rick Merrill, Dale Douman, <Ana Lucia Billate, Craig Stevenson…), ya que sin ellos, ‘The Birthday’ no tendría la contundencia dramática que alcanza en cada fotograma.
Con una insana vocación de radicalidad, ‘The Birthday’ ha nacido como un filme que, perentoriamente, no es para todos los gustos, pero que ostenta una extraña poesía de la oscuridad donde, a partir de la cuál, el término ‘bizarro’ (en el sentido de contingencia) adquiere nuevo significado. Una película difícil de asimilar que posee un persuasivo trasfondo simbólico que le otorga un fascinante halo de complejidad, de profundidad, incluso de belleza apenas vista en el cine patrio.
Puede que la ‘opera prima’ de Eugenio Mira tenga algunos titubeos, que contenga los defectos y descompensaciones de una primera película, puede que ciertas partes de la película se alarguen en exceso viendo enturbiado su ritmo (teniendo en cuenta que hemos visto un anticipado ‘Director’s cut’ -recortado este metraje para su distribución final-), pero en todo momento siguiendo una lógica con la que el espectador no sólo no puede anticipar o prever lo que va a venir, sino que termina por dejarse llevar por el viaje propuesto por Mira, que se aleja de la sumisión a cualquier norma para adoptar una actitud mucho más ecléctica, dándole la espalda a toda concesión o sinapismo, llevando su ideal hasta sus últimas consecuencias. Un filme más que necesario, obligatorio.
Miguel Á. Refoyo © 2005

lunes, 14 de marzo de 2005

EL LÍMITE: Día D, Hora H

Es inminente.
Ha llegado la hora de estrenar en la capital. La vorágine de nervios, satisfacción y expectación son máximos. En efecto, ‘El límite’ se estrena este mismo lunes 14 de marzo en Madrid. Tal evento tendrá lugar en El palacio de Gaviria (C/Arenal, 9), a las 22:30 dentro de las proyecciones que organiza la productora Lolita Peliculitas.
La entrada es gratuita, así que estáis todos invitados a asistir a la esperada premiere en la jungla madrileña. Dos años y medio desde que se diera el primer golpe de claqueta, el telón se levantará para conferir la oportunidad a esta pieza extraña, umbría, incluso luctuosa que tan bien está siendo acogida allá donde se presenta.
La verdad es que mañana tiene toda la pinta de convertirse en uno de esos días en que todo a tu alrededor parece una especie de acoplamiento espiritual en un anuncio de compresas de Evax, es decir, todos felices y optimistas, envuelto en un prisma de colores y abundante confianza.
Lo que más ilusión me hace es el reencuentro con todos los miembros de mi equipo. Por primera vez en mucho tiempo voy a congregar al equipo que alcanzó la gesta de involucrarse hasta el final en un enloquecido y agotador proyecto. Posiblemente todo acabe con un copioso abuso nocturno procedente de alguna delirante ronda etílica y tarambanera antes del estreno para, sea un éxito o no guste nuestro corto, salir a celebrarlo por todo lo alto.
Un lunes. Madrid. Fiesta. Palabras inaplicable para ensamblarse en una misma frase. Pero se hará lo que se pueda.
Allí os espero amigos del Abismo.
Recordad...

domingo, 13 de marzo de 2005

Un mundo desde el Abismo. Versión 2.0

Después de una semana de trabajo, arreglos y demás fajinas informáticas llevadas a cabo por mi amada Myrian, que ha elaborado todos los ajustes necesarios para el cambio, hoy se presenta la nueva imagen de ‘Un mundo desde el abismo’.
Una sofisticada apariencia más acorde con el propósito de ir optimizando poco a poco este espacio de locura insondable. Un objetivo fundamental desde la creación de esta absurda página.
Sin desnaturalizar mucho el Abismo original, hay algún que otro cambio cromático, sutiles marcos encajando el texto, así como una variación en la disposición estructural que desune este weblog de la monopolizada plantilla con la que nació (rebautizada en la ‘blogoésfera’ y en la modernidad tecnológica como template). Un cambio que se me antojaba inexcusable, así como había que hacerlo extensible al banco de posts ‘El fondo del Abismo’, mucho más legible y práctico que en su versión anterior.
Así, este fondo abisal cambia de imagen en su intención de seguir formulando entretenimiento más o menos importante, pero, eso sí, actualizado a diario.
Sí, amigos, por si os lo estáis preguntando (que ya supongo que no), la nueva portada del Abismo en la que unos espartanos caen a un abismo con mortal fondo pertenece a ‘300’, el brutal cómic de Frank Miller. Al igual que la anterior.
Por vosotros, por mí, por él.
Espero que os guste la metamorfosis.

Donde hay pelo, hay alegría

Silvio Berlusconi , Il Cavaliere, ha caído en las redes del trasplante capilar y así luce su mata de pelo en la actualidad. Ha pasado de dispersar unos cuantos pelos para tratar de cubrir su frondoso cartonete a tener un pelo de escándalo. Fue en agosto cuando surgió la sospecha de que Berlusconi se podía haber sometido a un trasplante capilar, al aparecer en un esperpéntico turbante a lo Sinbad durante un paseo por las calles de Porto Rotondo con Blair y su esposa Cherie .
Tras una oleada de críticas, rumores y chistes, los portavoces del primer ministro italiano se apresuraron a asegurar que Berlusconi se había quemado la calva (recordando el título que le proporcionó el Oscar a Nikita Mikhalkov ) mientras navegaba y que necesitaba protegerse del sol con la estratosférica badana. Poco después, el doctor Piero Rosati , cirujano estético y profesor en la Universidad de Ferrara, reveló lo evidente al admitir que le había hecho un implante capilar a Il Cavaliere. Y a la vista está. Ahí, señorial y coqueto él, tan contento por volver a utilizar un peine. Me gustaría que le sucediera lo que a Stacy Keach en el segmento 'Hair', de ese divertimento de culto que es 'Body Bags' al amparo del gamberrismo de John Carpenter y Tobe Hooper . Sólo para observar su rostro en el monstruoso decaimiento.
Y es que hoy en día, nadie aboga por el orgullo de los calvos. Rompamos una lanza en favor de la alopecia. Tanta vanidad y narcisismo nos está transformando en seres superficiales obsesivos con la apariencia.

sábado, 12 de marzo de 2005

Review 'Blade Trinity'

Acción vampírica descafeinada
El guionista de la saga, David S. Goyer, acomete como director esta tercera parte con un propósito de divertimento que no logra alcanzar.
Llevado por las ganas de reencontrarme fílmicamente con la escultural Jessica Biel desde que nuestros caminos (ella como musa y yo como simple espectador algo lascivo) se unieran en ‘The rules of atraction’, me he visto sorprendido en una sala atestada de niñatos púberes, pre-golfillas disolutas y barbilampiños con ganas de disertar estupideces en el estreno salmantino de ‘Blade Trinity’.
Poco o nada hay que estudiar o indagar en la tercera parte de esa trilogía que lleva por enseña la simplicidad más aplastante a favor de un fundamento y objetivo común: el entretenimiento y la acción sin rémora, traslúcido término que en esta última parte ofrece a medias tintas. La remedada trama vuelve a ser la misma que en las otras dos, pero esta vez reemplazando el adverso enemigo, por supuesto. La cinta se inicia proclamando una sensata declaración de principios: “todo lo que hayáis leído en libros y cómics o hayáis visto en películas entran en el saco de las gilipolleces”, un axiomático enunciado que se esgrime perfectamente para definir esta inofensiva parranda vampírica.
En esta parte dirigida por el guionista de las dos anteriores, David S. Goyer, los vampiros, encabezados por la vampiresa Danica Talos, acuden a Irak (qué casualidad) a desenterrar al primer vampiro, es decir, al mismísimo Conde Drácula, nada más y nada menos que simbolizando el arma redestrucción masiva que buscó la administración de Bush en su guerra ilegal. Con este icono literario en la ciudad (rebautizado como Drake), Blade y sus nuevos compañeros de andanzas, los Nightstalkers, unos modernos y partisanos cazavampiros que auxiliarán al híbrido afroamericano en la caza y destrucción de los chupasangres socializados gracias a los ‘lacayos’.
Con tal premisa, ‘Blade Trinity’ sólo da más de lo mismo pero en un producto inferior, en consecuencia; peleas multitudinarias, vampiros con contextura de fritura al extinguirse, golpes, acrobacias, sofisticado armamento, afilados dientes y gafas de sol. Sin más. Hay un detalle como signo de brillante idea que llama la atención y sobre la que se hace poco hincapié, provenida ésta del descubrimiento del surtidor de actividad sangrienta de los vampiros modernos, localizado en un enorme hangar que pone los pelos de punta, pero que no es aprovechada en absoluto. Tal vez se eche de menos algo más de voluntad en las escenas de acción, más diligencia en la dirección de las persecuciones, que carecen de atrevimiento, moderadas por su indolencia e incapacidad visual, dirigidas manquinalmente, sin novedad, reiterativas.
Wesley Snipes parece exánime ante su rol de héroe, por eso sólo se le oye hablar en contadas ocasiones, monopolizando su hieratismo, más pendiente de sujetar la dentadura postiza de incisivos colmillos que por resultar creíble. Los personajes, homogéneos y abandonados a la acción, poco contribuyen a que la hondura de cualquier índole tenga algo de importancia, más si tenemos en cuenta los intencionales desvaríos con que están dibujados: una ciega experta en internet (y suponemos que química, ya que ella tiene la fórmula para destruir a Drácula) que además le lee a su imperturbable hijita ‘El mago de Oz’, un gordo que inventa armas y “ha follado regularmente con señoras” (sic), un negro que no pinta nada, una muñequita rabiosa que necesita su iPod (marca Apple, por supuesto) para eliminar vampiros y un ocurrente humorista esculpido a golpe de pesa que antes fue vampiro. Entre todos ellos, Blade y su cada vez menos innecesaria katana. Y así, Ryan Reynolds luce cuerpo contando chistes, Wesley Snipes despliega una sorprendente desgana, Parker Posey hace el ridículo con sus exageradas muecas, Kris Kristofferson se evita el trance al ser un secuendario (prácticamente hace un cameo) y, por supuesto, Jessica Biel que con su recital de demostración física acaba por ser lo mejor de la función en una lucha contra un Drácula monstruoso a medio camino entre Predator y el Diablo de ‘Legend’. Un bicho poco original, como el conjunto de la cándida obra de Grover.
Un divertimento algo soso sí, tan floja como olvidable. Pero también simple y correcta, sin grandes pretensiones.
Miguel Á. Refoyo © 2005

viernes, 11 de marzo de 2005

Como el ajo

Es una locura, amigos, la fiebre del ‘remake’, con el exclusivo incentivo del cómodo e rápido peculio, se convertido oficialmente en una inmunda e ignominiosa epidemia en un Hollywood que está demostrando año tras año una alarmante carencia de ideas y de designios con alguna naturaleza innovadora.
He aquí algunas noticias sobre novedades de anodinos facsímiles en pleno proceso preproducción o de inminente rodaje.
.- ‘Las colinas tienen ojos’: es la aportación al ‘remake’ que tiene entre manos Wes Craven. Y no es un rumor. En abril, el director de la saga ‘Scream’ llevará a cabo esta absurda idea de miras económicas. Es toda una sorpresa porque nadie sabía nada del tema hasta esta semana ¿Qué sentido tiene? Pues eso mismo.
Más información en Moviehole.
.- 'El viaje fantástico de Sinbad': una nueva versión del clásico de aventuras de Gordon Hessler que será el nuevo vehículo de la insulsez y bagatela interpretativa de Keanu Reeves (que digo yo que volverá a la imagen india de ‘Pequeño Budha’) intentando dar vida al marino Simbad en sus hazañas en contra del hechicero Koura por alcanzar la Fuente de la Vida Eterna. Por supuesto, no faltará la lámpara maravillosa. Charlie Mitchell está reescribiendo el guión. Veremos cómo todo el encanto de aquellas sugestivas películas de entretenimiento con la figura prominente de Ray Harryhausen se vendrá abajo con la utilización de efectos CGI. Adiós, una vez más, al clásico romanticismo cinematográfico.
Coming Soon nos revela más detalles.
.- ‘Star Trek 11’. Sin palabras. Nunca he sido fan de la saga. Pero Erik Jendresen, que escribió y produjo 'Hermanos de sangre’ está desarrollando una nueva entrega de esta odisea galáctica de nuevo con la Enterprise como centro del protagonismo.
Más, en Syfyportal.
.- ‘Phantasm’, el onírico delirio de Don Coscarelli que arrojó la lógica del género por la borda en beneficio del impacto sin sucumbir al ridículo, verá una nueva versión. La nostalgia de aquella bola de acero a toda hostia por los pasillos de una lóbrega mansión serán pasto del formulismo que acostumbran este tipo de refritos. Angus Scrimm podría ser de nuevo ‘El hombre alto’. La New Line, pedigüeña productora que sigue las métodos de una sanguijuela, está pensando en un posible éxito de su actualización matriz para recrear una nueva trilogía. El argumento de esta nueva ‘Phantasm’, pues más sofisticado, ya que El hombre alto viaja de pueblo a pueblo, que convierte en un hervidero de muertos a modo de ejército a su servicio usando sus miticas esferas mortales. El joven Mike, con incipientes poderes proféticos contará con la ayuda de su hermano para intentar detener al descomunal malvado.

Olvídate de Scarlett

Hay cosas en esta vida que uno rememora e invoca por siempre, por mucho tiempo que pase, aunque te caigas de un abismo y te rompas la crisma. Todos recuerdan, de un modo más o menos embellecido, apócrifo, fascinante o ingrato algunos retazos memorísticos que directamente interpelan sobre la vida, el amor, la memoria y el olvido, confinado en todo aquello que pretendía borrar de su mente Joel Barish, Jim Carrey en ‘Eternal Sunshine…’. La primera profusión dipsomaníaca, el primer beso, el primer trabajo como explotado, el primer acto amatorio y libidinoso, la primera hostia en la boca, la inaugural visión de un hombre muerto…
Cosas importantes que se graban a fuego en la retentiva individual de cada persona. Reminiscencias funestas o complacientes que establecen la materia espiritual de lo que somos. Pues bien ¿Vosotros qué pensaríais si un día de estos, como quien no quiere la cosa, tuvierais un tórrido romance con Scarlett Johansson (las féminas, poned a vuestro objeto de deseo en este ejemplo)? Parece imposible que algo así se pudiera olvidar.
Pero es cierto. Se puede. Relegando el pudor, Benicio de Toro, al que se relacionó con la bella protagonistas de ‘Lost in Translation’ tras la fiesta de los Oscars del pasado año, no recuerda si se pinchó o no a Scarlett en su archicomentado encuentro de ascensor que, según habladurías, acabó con un fogoso contacto sexual en el que el amigo Benicio (al que delante de mis narices el gran Paco Rabal dijo al verle “Coño, además de guapo pareces un armario empotrado”) le zorregó el trompo (R. dixit) a la apetitosa Johansson. O eso parecía, porque según una entrevista realizado al actor en ‘Squire’ (que recoge también Ananova), el puertorriqueño dice no acordarse. No ha sido taxativo, pero todos reconocemos que esta clase de dudoso aserto es promovido por el alcohol u otras sustancias.
Imaginad que estáis en el pellejo de este gran intérprete (colosal en '21 gramos’ y ‘Traffic’) y vuestros amiguetes de juerga te exclaman enardecidos por la envidia “¿Eh tío, te has cepillado a la Johansson?”. Y tú, remiso, sueltas un lamentable: “Bueno…no sé, no me acuerdo”.
Como decía Andrew Dice Clay en esa misma película que estáis pensando en este momento: “Increíble-ble-ble”.

jueves, 10 de marzo de 2005

Películas legendarias: 'El Exorcista'. El Miedo de Dios (y IV)

Hasta el post de ayer procedí a aglutinar todo tipo de reflexiones personales, anécdotas, rumorología, leyendas y epopeya que delimitaron un mito cinematográfico de la notoriedad y grandiosidad como ‘El Exorcista’, el gran clásico del cine de terror de 1973.
En 2000, como ya se apuntó anteriormente, William Peter Blatty, llevado por la usura habitual de los grandes productores, no quiso dejar pasar la oportunidad de volver a estrenar su película talismán. Retocó hasta la extenuación su obra maestra, saturando el clásico de superfluas imágenes subliminales insertadas junto a alguna nueva secuencia que poco o nada aportan a la original y la tituló ‘The Exorcist. Director’s Cut’.
Particularmente, de lo ‘nuevo’ que pudimos apreciar en esta superficial versión, hay que destacar la conversación entre Regan y su madre acerca de los sonidos y la vida de Georgetown, en Washington, cuando la adolescente le pregunta a su madre por la muerte. También es interesante, hasta cierto punto, el diálogo en las escaleras del padre Karras junto a Chris MacNeill, así como la extendida llegada de Merrin a la casa donde poco después se procederá al exorcismo. Así como los pequeños momentos en que el padre es mencionado o se hace referencia a él. Por otra parte la digitalización de muchos de sus planos, como la ya clásica secuencia de la araña (por las imágenes que se vieron antes de comprobar que realmente existía) redunda en un efectismo de poco valor para la historia. Así, el estudio y las cuestiones que le realiza el psiquiatra a Regan (cuando le insulta y saca la violencia que lleva dentro) y, sobre todo, ese final al más puro ‘estilo’ Casablanca hablando de una absurda versión de 'Cumbres borrascosas’ que está extraído de la novela original con Kinderman y O'Malley de extraña pareja, suplantando el final anterior en el que padre O'Malley (Dyer en la película) recibe un beso de Regan antes de que se vayan a Washington. La niña mira el alzacuello y siente la necesidad de creer. También se sustituye la atronadora música de Jack Nietzsche por la de Campoviejo.
En definitiva, que hay algún que otro retoque y añadido que transformaron un clásico de toda la vida en una víctima de las modas que hoy engullen Hollywood en su maquinaria comercial y patógena. Aún así la versión del 73 sigue siendo una de esas películas que cambió mi forma de ver el cine, que me aterrorizó y que me hizo preguntarme cosas que iban más allá del puro espectáculo del celuloide. Podría decir que es mi película favorita, pero nunca me ha gustado afirmar esto porque hay cintas que están, en mi gusto, a la misma altura. Otras por encima. Lo cierto es que es y será una inagotable fuente de inspiración.
Me sirvió de punta de partida en dos largometrajes que tengo escritos. La he visto sin sonido varias veces, he estudiado a fondo la narrativa visual que la compone, el fondo argumental, su montaje, su estructura… Me la sé de memoria. De Pe a Pa (qué estúpida frase, todo sea dicho).
Es, por ende, una de esas películas de las que he perdido la cuenta de las veces que la he visto. Una de mis obsesiones vitales.
Y sí, por suerte no tengo la única versión que hay en venta, sino que conservo como oro en paño la versión en DVD de esa gesta fílmica que William Peter Blatty y William Friedkin nos dejaron para el recuerdo hace ya 32 años.
Con esto concluyo este largo e inaudito (e inédito) dossier sobre una de mis películas de siempre.
Espero que os haya gustado y lo hayáis disfrutado leyendo tanto como yo redactándolo.

Muere Debra Hill, la pionera de las productoras

Hay veces en que la desconexión del mundo exterior, debido en gran parte a un buscado autismo existencial, te hacen excluirte de lo que sucede en este desequilibrado mundo. Ayer J.P. Bango me transmitió una triste noticia: Debra Hill ha fallecido. “Las catacumbas de la independiencia tiemblan”, apostilló este gran individuo y prosista.
Con la muerte de Debra hace un par de días, los amantes del cine (y más concretamente de John Carpenter –que es como si habláramos de la divinidad fílmica a la que glorificar-) hemos sentido una pequeña orfandad espiritual, una tribulación un poco más sentida del puro trámite de la misericordia anímica, del efímero lamento con el que temporizamos todas las muertes ajenas a nuestros vínculos más personales. Es decir, aquéllas que, sin ir más lejos, nos resbalan.
La desaparición de Debra no supone sólo la pérdida de una de las primeras mujeres productoras, una pionera dentro del mundo del cine. Decir que Hollywood ha perdido a una de sus escasas precursoras dentro de la producción es insuficiente. La razón es bien sencilla, ya que ella nunca estuvo inmersa en la maquinaria hollywoodiense. Su grado de integridad, de lealtad a sí misma, independientemente de las bogas perecederas, le hicieron correr con el axiomático débito que se le exige a un verdadero productor independiente: aceptar los riesgos haciendo las películas en las que creía. En una época, los 70, en que la mujer era un efectivo ornamento laboral en profesiones secundarias, como la de ‘script’ o maquillaje o peluquería, Hill aceptó el reto de luchar en un mundo de hombres.
Escribió en menos de diez días la película por la que hoy todo el mundo la recuerda, ‘Halloween’, junto al que sería entrañable paladín de la libertad cinematográfica, John Carpenter, con el que ha mantenido una indestructible ensambladura profesional determinada en la audacia y los designios menestrales de arriesgados proyectos donde la explotación de ignotos terrenos creativos ha sido el estimulante de una carrera intachable y honesta, que es lo mejor que se puede decir de esta gran dama del celuloide.
Junto a Carpenter creó además de ‘Halloween’ (una saga a la ha estado ligada hasta su última parte), ‘La Niebla’, ‘1997: Rescate en Nueva York’ y su secuela en Los Ángeles, títulos referenciales que la convirtieron en una productora capaz de apostar por un cine personal, consolidándose poco a poco en una jauría de ‘majors’ e intereses hasta fraguar una filmografía tan sincera y virtuosa como reivindicativa, a los que se fusionan ‘La zona muerta’, ‘Aventuras en la gran ciudad’ o ‘El Rey Pescador’ entre otras. Lo último hubiera sido la producción del innecesario ‘remake’ de ‘The Fog’ y la preparación de una película sobre los atentados del 11-M.
Con 54 años, Debra Hill abandonó este mundo tras perder una batalla contra el cáncer, la enfermedad que casi acaba con Carpenter tras una década de sufrimiento.

miércoles, 9 de marzo de 2005

Películas legendarias: 'El Exorcista'. El Miedo de Dios (III)

Un sueño hecho realidad
Tras cuatro meses de fatigosa post-producción, la polémica cinta se estrenó en Westwood el 25 de Diciembre (Día de la Natividad Cristiana) de 1973, pasando a la historia por batir todos los récords de taquilla logrados hasta entonces. Colas kilométricas de ávidos espectadores expectantes por ver la película, un desmedido interés y un éxito fulminante dieron a la Warner unos beneficios que nunca imaginaron. El público estaba como loco, entusiasmado, con ‘El exorcista’, la gente iba en masa a verla y repetía dos o tres veces. Se cuenta (y esta vez no son rumores publicitarios) que las secuencias más escabrosas producían desmayos y vómitos, la gente se mareaba y salía auténticamente traumatizada de las salas. Incluso se habló de un aborto en Nueva York producido por la película. Una leyenda acicalada también por la Iglesia Católica, plantada (como en la actualidad cuando se sienten molestos –siempre que no haya cheque mediante-) en cada ciudad en la que se estrenó con ridículas pancartas en las que se leía “sucia y blasfema”. El Vaticano y la Iglesia Protestante hicieron lo todo lo posible por evitar su exhibición, con amenazas de demanda a la Warner. Pero nada ni nadie pudieron parar el éxito rotundo y sin precedentes del magistral trabajo de William Friedkin y su equipo.
Eso, el riesgo tenía a los ejecutivos de la compañía angustiados, ya que el cineasta prometió desde el principio que no se pasaría de los 4 millones de dólares de presupuesto inicial del filme. ‘El exorcista’ acabó costando 11 millones cuando se finalizó la totalidad del proceso. Pero las lógicas reacciones de inquietud ante el estreno de la película por parte de Calley se apaciguaron con la fenomenal acogida del clásico. La película se ha embolsado a lo largo de los años la friolera de unos 450 millones de dólares (eso sin contar el reestreno en todo el mundo para conmemorar su vigesimoquinto aniversario, remasterizada y con nuevas secuencias).
Obtuvo nueve nominaciones al Oscar: Mejor película, actriz, actor secundario, actriz secundaria, dirección artística, fotografía, montaje, maquillaje y guión adaptado de la que se llevó los dos últimos. Además de cuatro Globos de Oro (mejor película, director, sonido y actriz secundaria para Linda Blair). El fenómeno ‘El exorcista’ se ha extendido hasta nuestros días, siendo hoy en día un auténtico hito, irrepetible, indescriptible...
El terror cotidiano
‘El exorcista’ continúa siendo más de tres décadas después una indiscutible obra maestra que todavía hoy guarda su frescura y magnificencia. La película de Friedkin irrumpió en un periodo en el que el género de terror estaba perdiendo su sentido, realizando una mixtura entre el género clásico en su ápice más psicológico. Fue la primera vez en que el ‘splatter’ de vómitos, sangre, cabezas viradas y sobre todo el dramatismo al que conlleva el terror, supusieron la mejor baza de la inquietud constante a la que es arrastrado el espectador, sin perder una invariable estética y una muy inspirada narración que bebe de la fuente del docudrama, contiguo a la realidad más abrumadora, siguiendo todo el proceso de posesión como si de un documento gráfico se tratara.
Expiando los demonios que cohabitan con la conciencia humana, ‘El exorcista’ combina una historia de terror donde se yuxtaponen, de forma ejemplar, un contexto existencial amenazante con un ambiente cotidiano y diario. Es en este terreno donde el núcleo central del guión de Blatty pasa a ser la emotiva relación materno-filial, mostrada al espectador con una sinceridad perfectamente creíble y vigorosa. En este entorno identificable, es en el que entra a formar parte una sofocante y hedionda degradación hacia una posesión satánica, que más que ficticia parece sacada de un documental inédito. De hecho, la realista transformación no es fruto de una imaginación perversamente genial, sino que fue extraída de los archivos Jesuitas con cintas de audio en las que se podía escuchar el desgarro humano que sufrieron personas anónimas en un pasado no tan lejano. Es entonces cuando la desesperación de una madre que ve a su hija enfermar (la secuencia de la punción sigue poniendo los pelos de punta) sin que nadie haga nada al respecto supone la clave del sufrimiento humano en el que se sustenta la acción, la posesión en sí misma representada como problema familiar.
Pero lo más importante son las múltiples lecturas de este clásico, que invocan directamente a una consecuente revisión de su fondo y forma. ‘El Exorcista’ es una obra de una grandeza enigmática, basada en la composición de unos elementos formales que no interceden en la estructura narrativa de la misma. La matemática puesta en escena, calculada en cada ámbito de espacio/tiempo obtiene como consecuencia una total coherencia, digna de alabar. La cinta de William Friedkin supuso una ruptura de códigos respecto a la narrativa fantaterrorífica jamás vista ni antes ni después de su estreno. La simplificación elíptica que rodea el proceso de develamiento de la posesión maléfica y la mella que hace en todo aquel que rodea a Regan es un claro paradigma de la corrección y grandeza que siguió el mejor cine clásico. La arriesgada y sobrecogedora trama diabólica que recorre la vida de unos seres muy próximos a la realidad, cuenta con momentos indisolubles en la memoria cinéfila; la primera conversación de Regan con Karras, la llegada del padre Merrin ante la penumbra en que yace la casa, la metamorfosis de Regan durante el filme, la terrible secuencia de la masturbación de la niña con un crucifijo...
Un ejemplo de todo lo expuesto hasta el momento se ve reflejado en el soberbio prólogo situado en Irak. En él, el padre Merrin (Von Sydow) empieza a sospechar que acaban de desenterrar una fuerza maligna al encontrar una pequeña figura y una medalla. Tras una majestuosa supresión de diálogos, la acción progresa mediante imágenes y sonidos ambientales (el zoco, los perros, la acción gradualmente inquietante), hacia el primer enfrentamiento entre el Bien y el Mal, representado en las figuras del clérigo y una estatua infernal. Todo en ella es perfecto, sin efectismos que valgan. No hay elementos que saturen una historia apropiada para ello. El guión está equilibrado, nada se sale de una línea que hoy en día continúa siendo una lección insuperable de cómo crear un tipo de clima infalible.
La película expone una fábula realista y agónica que ahonda en nuestra mente para producirnos la peor de las pesadillas: cómo la candidez de Regan puede transformarse en el ser más terrorífico (real o no) que vive en nuestro miedo más interno, Satanás dentro de la niña, realizando en el fondo, una atroz parábola de la pérdida de la inocencia en su vertiente más brutal e inimaginable. Pero en su interior, este filme de culto, implica más posicionamientos ante temas que disecciona de forma impecable. ‘El exorcista’ dilucida en torno a la medicina contemporánea, a la pérdida de la Fe católica en favor del cientifismo médico, de la explicación inútil de los neurólogos ante un caso que procede directamente de la religión. De la preferencia humana por el utilitarismo sustituyendo así el dogma católico y de la falsedad que todo ello encierra. Por eso, la película de Friedkin es una obra profundamente católica, que analiza y extirpa la mentalidad mística de la humanidad, poniendo en tela de juicio nuestra propia certidumbre (incluso Karras afirma tener una crisis de Fe). ‘El exorcista’ es, al fin y al cabo, un panegírico perfecto de la cultura cristiana (manifestado en el plano final en el que la pequeña Regan, tras la posesión, besa al padre Dyer y solidifica una Fe que nunca antes se había cuestionado).
Aún así, Blatty y su obra no dejan de hablar directamente del Mal en toda su índole y formas, representado en varios y fugaces planos que representan toda sociedad existente (desde el tuerto de Oriente Próximo, el mendigo de Georgetown hasta llegar a los desequilibrados de la residencia donde muere la madre de Karras). Llegados a este punto, cabe destacar el papel fundamental que tiene el universo maternal, el espíritu de lucha y sacrificio de las madres que aparecen en él (tanto Chris MacNeil, como la madre de Karras -Vasiliki Maliaros- representan al personaje idealizado). Como contrapunto, no deja ser axiomático el hecho en el cual gira en torno casi toda la acción, y es el sentimiento de culpa que corroe al Padre Karras con respecto a su madre (abandonándola en una residencia) y a Chris MacNeil (que a pesar del amor que siente por su única hija, no le dedica el tiempo suficiente). Ahí es donde el egoísmo entra a formar parte de una de las primeras simas que hará aflorar la emoción más humana de cada uno de ellos ante la aparición de Belcebuth. Por eso este clásico del terror lo es sólo en su concepción genérica, ya que se trata de un drama en todas sus líneas.
Friedkin y Blatty no volvieron a lucir de la misma manera desde aquel fructífero encuentro, pero una cosa quedó clara: habían dejado para la posteridad, para los fastos del celuloide, una de las películas imperecederas, que nos hizo (y hará) sufrir, temblar y que difícilmente será superada por otro filme que obtenga lo que logró ‘El exorcista’: analizar el miedo desde todos sus vórtices y provocar en el espectador todo tipo de sensaciones. Es, sin duda alguna, una de las mejores películas realizadas jamás. Una obra maestra de una majestuosidad aterradora.
Sencillamente perfecta y a la vez tan cercana.
Mañana... concluirá (y con un breve post de despedida).