lunes, 21 de febrero de 2005

El silencioso suicidio de Hunter S. Thompson


1939-2005
"I wouldn't recommend sex, drugs or insanity for everyone, but they've always worked for me."
Hunter S. Thompson.
He tenido que acudir a El Blog Ausente para enterarme. Ningún medio televisivo se ha hecho eco del suicidio de Hunter S. Thompson. Y eso me aflige. Porque somos muchos los que tenemos a este incendiario escritor como uno de nuestros iconos literarios y, porqué no decirlo, vitales y existenciales. Ayer el escritor creador del estilo ‘gonzo’ se ha voló la tapa de los sesos con una escopeta. Así de simple.
Sin ir más lejos, tuve la oportunidad de escribir aquí en el Abismo hace pocos meses sobre S. Thompson, sobre su particular forma de embarcarse en frenéticos viajes a medio camino entre la esplendidez y la demencia sin rehusar a ingentes bacanales de drogas, de ingestión sin freno de hachís, cocaína, marihuana, speed, hongos alucinógenos y, sobre todo, LSD. En noviembre leía ‘El diario de Ron’, último libro publicado por Anagrama de este bastardo incitador que tantos momentos gratificantes nos ha dado.
Realmente hoy es un día triste para el periodismo en general y para la contracultura en particular. Abanderado de la insurrección sarcástica, fue crítico desde la honestidad de aquel que no tiene pelos en la lengua a la hora de afrontar una columna crítica. Observador desde el delirio, preceptor de un estilo periodístico anexo al ‘Nuevo periodismo’ de Tom Wolfe (aunque algunos le atribuyen el movimiento al propio Thompson), pero más hiriente, asentándose en un inagotable talento auspiciado por sus inherentes dotes para la observación bajo un prisma trastornado que daba como resultado una visión más pura y ecuánime que la de aquel que analiza desde un posicionamiento ideológicamente partidista o personal. Hunter S. Thompson superó en intención a muchos de sus congéneres como Ken Kesey o Grant Morrison, difundiendo un periodismo temerario, caracterizado por el uso de la realidad distorsionada, el sarcasmo, la sorna, la exageración y muchas veces la blasfemia. El Dr. Thompson basó su estilo en la idea de William Faulkner "La ficción es a menudo la mejor realidad". Mientras aquello que reflejaba Thompson en sus libros y artículos se basaba en la veracidad, los dispositivos para llegar a ella pasaban por el filtro de la alucinación.
Considerado el gran tótem kamikaze de la literatura, comenzó a escribir bajo el influjo de la ‘Genereación Beat’, influido por autores fundamentales para entender el declive americano en tiempos de guerra; Burroughs, Cassady, Ginsberg… pero sobre todo Jack Kerouac y su novela ‘On the road’, una pieza que Thompson consideró como la gran obra de la literatura americana. Hunter Stockton Thompson utilizó la droga para enfocar una perspectiva periodística diferente, revolucionaria, sumida en una espiral de locura y lucidez pocas veces repetida en la historia del periodismo. Una insidiosa grafía que expió todos los fantasmas del malogrado ‘sueño americano’ desde el espíritu, de ideas y palabras. La droga, al fin y al cabo, no fue más que un medio para reforzar una posición con la que poder desprenderse de cánones sociales inmersos en prácticas automatistas conservadoras. Con ella, tanto él en función de narrador y el lector como espectador imaginativo eran arrastrados a una experiencia radical, transgresora, de choque, llegando a límites de alucinación extática, dando lugar, en palabras de Vaneigem, a la “realidad que cambia la vida y transforma el mundo”.
Fue el archiconocido creador del llamado periodismo ‘gonzo’, un sistema protocolario en el cual el cronista se convertía en lo que vivía, en primera persona, escrutando cada arista de una personalidad sugestionada por los narcóticos. Como todo en esta vida, Thompson lo atribuyó al azar, a la definición de un amigo de Oakland que utilizaba la palabra ‘gonzo’ para definir a aquellos que estaban tan zumbados o más que los desequilibrados mentales recluidos en psiquiátricos. La primera vez que denominó este tipo de escritura bajo el nombre de ‘gonzo’ fue en un artículo titulado ‘Kentucky Derby is Decadent and Depraved’ escrito para la revista ‘Scanlan's’ e ilustrado por Ralph Steadman. El ‘gonzo’ viene a ser una especie de ‘cubismo literario’ que profana todas las reglas periodísticas tradicionales para centrarse en la objetividad, sin caer en las limitaciones impuestas por la profesión.
Hunter S. Thompson nació en Louisville (Kentucky) en 1939. Fue delincuente juvenil, estuvo varias veces en prisión, tonteó con la heroína y se enganchó definitivamente a los alcaloides, teniendo éstos la culpa de sus brillantes y más recordados escritos en medios como el ‘New York Herald Tribune’, el ‘National Observer’, la revista ‘Esquire’, el ‘New York Times’, ‘Nation’, ‘Reporter’, ‘Harper’s’… hasta su llegada al reconocimiento cuando trabajó como redactor jefe de la revista ‘Rolling Stone’. Sus novelas más destacadas: el mencionado ‘Diario de Ron’, ‘La gran caza del tiburón’, ‘The Curse of Lono’, ‘The Highway’ y ‘Miedo y Asco en Las Vegas’, título reconocido por el gran público por la adaptación cinematográfica que hizo Terry Gilliam de esta historia, considerada la obra maestra del genio, que narra la autobiográfica extravagancia itineraria del propio Hunter S. Thompson en compañía de Oscar Zeta Acosta, reformulados en Raoul Duke y Dr. Gonzo en un viaje alucinógeno a Las Vegas. Aunque si bien todos reconocen la aportación tan coherente y fiel de Gilliam al mundo caótico y sensorial de Thompson, hay que destacar ese olvidado clásico del cine de los 80 que es ‘Where the Buffalo roam’, de Art Lison protagonizada por Bill Murray y Peter Boyle que describe el mismo periplo en los subterfugios de la alucinación narcótica, el tránsito lisérgico a la ciudad de los neones y el juego.
Como recuerdo, además de su irrepetible fraseología y narrativa, y como bien señala Absense en su blog, nos quedan influencias reconocidas de este autor maldito como en el cómic ‘Transmetropolitan’, de Warren Ellis y Darick Robertson donde su protagonista, Spider Jerusalem, es un periodista adicto a todo tipo de drogas, irascible, antisocial, malhablado que utiliza todo tipo de argucias para llegar al fondo de la investigación, como el mismo Thompson.
Ha muerto un mito, amigos. Y de qué forma.
D.E.P.

domingo, 20 de febrero de 2005

FRED OLEN RAY, el rey de la serie Z

Serie Z, ‘bimbo pics’, sangre y gamberrismo
A lo largo de dos décadas, el padre de las ‘scream queens’ Olen Ray ha acumulado una profusa e interesante obra perdida en las estanterías de los videoclubes.
Afín a la generación de cineastas desarraigados surgidos en la década de los 70 como Dave DeCocteau, Joseph Mercy, Grant A. Waldman, Jim Wynorsky o Michael Herz, el cineasta Fred Olen Ray ha subsistido a lo largo de casi tres décadas ofreciendo un cine que, si bien nadie logra situar en año y categoría, sí ha generado una horda de ‘fanfreaks’ que han hecho de su cine un objeto de culto lleno de matices nostálgicos y de gamberrismo en altas dosis visuales, tanto de forma indeliberada como delimitando el aspecto más sedicioso de su débil fondo argumental. Durante muchos años el ‘arte’ de Olen Ray, desdibujado por la serie Z, ha estado perdida en las sepulcrales estanterías de los videoclubes, extraviada entre polvo de carátulas llamativas y evocando una era de apogeo electromagnético en la que sus filmes eran el lapso recreativo de una generación descendiente de la enajenación de Burroughs.
Entretanto, este émulo de Ed Wood, quijotesco y eminente dinamitador del arte cinematográfico más refinado, ha permanecido escribiendo, produciendo y dirigiendo películas de carácter beneficioso no tanto para el cine como para él mismo. La revista Variety, en una ocasión, le describió como ‘el especialista de la fantasía mugrienta’, representando, junto a Wynorsky, la alegoría del lema fructuoso de Roger Corman al aplicar las principales bases creativas a las del peor Al Adamson. Es decir, hacer de lo radicalmente barato y risible un negocio rentable. Inagotable descubridor de nuevas perspectivas analíticas de toda la globalidad del cine fantástico y de terror, Olen Ray puede considerarse como uno de los progenitores de las ‘scream queens’, del cine cutre con evocación de los filmes de los 50, de las ‘bimbo pics’ voluptuosas ligeras de ropa, de los sustos en cadena o del triste monstruo de goma sujetado con hilos de pescar. Un compositor de una ironía y humildad constante que procede del puro escarnio con el que Olen Ray ha sabido impregnar sus películas.
Puede que su cine sea un mal ejemplo de arte insondable y reflexivo en el epítome cinematográfico, pero hay que dignificar la pretensión de su esquema narrativo, pleno de engarzados lugares de acción y de una reacción fílmica determinada por significativos momentos de esplendidez simplista. Catedrático del reutilizamiento, Ray ha sabido proteger en todo momento una línea fiel al fantástico, evitando contagiar sus alocadas e irregulares historias de cualquier moda transitoria con artes marciales o sexo explícito. También conocido con los pseudónimos Bill Carson, Roger Collins, Sherman Scott, Peter Daniels, Sam Newfield, Ed Raymond, Sherman Scott, Freddie Valentine y su ‘nick’ más utilizado, Nicholas Medina, Olen Ray debutaría en el cine como asistente de maquillaje en ‘Shock Waves’, una absurda historia de terror en la que los protagonistas eran unos zombies submarinistas. Su ópera prima ‘The Brian Leeches’ es una casposa película rodada en 16 mm. que recuperaba la tradición de babosas mutantes que germinaban en la cabeza de las personas para controlar la mente humana y en donde su didactismo fue la nota predominante del rodaje, abarcando casi todas las funciones posibles en una producción. Su segundo filme, ‘The alien dead’, perpetuó su estilo demencial recuperando la figura en declive del ‘Flash Gordon’ catódico Búster Crabbe, en la que la sobreinterpretación y unos efectos ciertamente patéticos provocaron una comedia enloquecida acicalada de un humor ‘camp’ nunca buscado. Aspecto éste que ha impregnado varios momentos inolvidables del cine de Olen Ray.
Este insigne agitador del cine de serie Z ha fundamentado una ejemplar mezcla de géneros (a veces sin sentido) que urde sus objetivos en un campo de interés que alude, por su generalidad, al cine ‘trash’, consciente de la imposibilidad de consecución de las líneas marcadas por el cine comercial masivo. La mayor virtud del cine de Olen Ray es ésa intensidad creativa que infiltra su providencia, la pasión cinéfaga y el desvergonzado divertimento basado en un estilo propio que no deja títere con cabeza. Elementos que serían la tónica de sus siguientes filmes: la obra de culto ‘Scalp’, la desgarradora ‘Biohazard’, ‘El tesoro de la tumba egipcia’, ‘Star Slammer’, ‘Command Squad’ y la apoteósica ‘Las Dreggs’, donde el protagonismo recayó en Michelle Bauer, la musa onanística de una generación habituada a babear y manipular con ciertos órganos con Linnea Quigley, Brinke Stevens y Monique Gabrielle, las ‘scream queens’ que Olen Ray lanzó (siempre en pelota picada) al éxito videográfico, al culto irrepetible. John Carradine, actor fetiche en los primeros años de la carrera de Ray afirmó en una ocasión: “yo no sé porque termino haciendo sus casposas películas. Son malas de cojones, pero siempre me convence”.
Filmes de acción, de mutantes del espacio, tramas de espionaje y pseudoproductos comerciales llenos de demencia le llevarían a realizar su gran obra maestra, ‘Hollywood chainsaw hookers’, la cinta que marcaría el signo de un cine inolvidable lleno de hermosas y lozanas chicas sin ropa portando una motosierra, en defensa del mismísimo Gunnar ‘Leatherface’ Hansen. A partir de entonces, con absurdos éxitos de taquilla y, sobre todo, en soporte videográfico, Olen Ray magnifica la caspa de su cine al amparo de la libertad creativa y la improvisación, sin seguir ninguna regla genérica y encontrando su grandeza en un ámbito del ente fílmico donde la fascinación, la emoción, el aburrimiento y el espectáculo dantesco se redimensionaban en un cúmulo de novedades y refritos de solemne casposidad. El cine de Ray, correlacionado con la ‘fast food’ de la esfera culinaria, dio a lo largo de los 80 títulos sin los que el videoclub no tendría sentido. ‘Warlods’, ‘Demon sword’, ‘Spirits’, ‘Bad girls from Mars’, ‘Terminal force’ o ‘Alienator’ son algunas de las míticas cintas en las que un guión exiguo y temible era camuflado con las constantes de su cine: chicas desnudas, desparpajo e irreverencia artística.
Con la llegada de los 90, Ray empezaría a caer en las redes de la TV. por cable metido en ‘thrillers’ policíacos subidos de tono en el que la estética cuidada enturbió sus propias tendencias, destacando de esta etapa ‘Inner sanctum’ y ‘Over the wire’. Sin perder la constante roña de su celuloide, Ray se ha unido al otro mago de la serie Z actual, Jim Wynorsky, para azotar a sus fans con su medicina favorita; más tetas, mutantes, tiroteos, sangre y sustos con ‘The Coven’, ‘Dinasour Island’ y la grandiosa ‘Scream Queen Hot Tub Party’, con las musas ochenteras contando historias de miedo en una bañera. El cine ceremonial, disonante e irregular, áspero y en constante búsqueda de un desequilibrio que se ajusta al ‘muzak’ visual que tanto atrae al público generalista, queda patente en sus algunos de sus últimos filmes de éxito ‘Mamá es invisible’ (con una recuperada Dee Wallace), ‘Bikini Drive-In’, ‘Inferno’ o ‘El profeta’.
Sus últimos trabajos han sido directamente distribuidos en vídeo/DVD con guarrerías cachondonas inscritas en el porno como ‘Emmanuelle’ y ‘Emmanuelle 2001’, con la espectacular actriz genérica Holly Sampson y cintas como ‘The Bikini Escort Company’, ‘Bikini Airways’ y ‘13 Erotic Ghosts’ destapando (literalmente) bombones de la talla de Regina Russell, Julie Strain, Jezebelle Bond, Beverly Lynne, Stacy Berk o la chica a la que todos querríamos tener en nuestra cama: Aria Giovanni. Hace un par de años, Olen Ray sorprendió a los seguidores de Waldemar Daninsky (habéis oído bien: Jacinto Molina, Paul Naschy al ataque) en esa extrañeza llamada ‘Tomb of the Werewolf’ y donde no podía faltar además del actor español recuperando el licántropo que le hizo famoso mundialmente, Jay Richardson, el actor fetiche de este enloquecido cineasta.
Fred Olen Ray continua, por ende, manteniendo su extraña dualidad de extrañeza y discontinuidad que dan como consecuencia enloquecidas paradojas visuales de cine basura, pero amparado siempre en el objetivo fundamental del género. En conclusión, cine dinámico y pretendidamente vacío que, paradójicamente, abre nuevas puertas a la profundidad abisal de un universo apasionante. Descontextualizador de los submundos eróticos, policíacos, científicos y sangrientos, ha conseguido con su cine, vilipendiado e insultado hasta la saciedad, la complacencia de aquellos que sólo quieren disfrutar de una buena ración de serie B, Z, o ‘trash’, como queráis llamarlo...

Ha ganado el SÍ


Como era previsible.

Se me pone una mala hostia...

Me estoy dando cuenta que de si me pasara cinco días conectado a Internet, estaría dos más de 48 horas esperando, perdiendo el tiempo hasta que todo se carga.
¿La razón?
Impresiona ¿eh?
Tardo...
… En bajar el correo de Outlook (media de 5 minutos)
… En abrir cualquier página normal (42 segundos)
… En abrir una página diseñada con Flash (más de 2 minutos)
… Abrir el blogger de Blogspot (50 segundos)
… Colgar un post en el Abismo (más de 1 minuto –cuando no tengo problemas-)
… Bajarse algún programita o archivo de más de 3 megas (más 1 hora y media)

sábado, 19 de febrero de 2005

Pues yo voy a votar que NO

Mañana se supone que hay que votar.
¿Y qué es lo que hay que votar? Pues según quién te lo dicte. El gobierno (y la oposición con la boca pequeña) te sugieren obligatoriamente que votes que “sí” ¿Por qué? Pues sencillo, porque la abstención y el voto negativo les vienen mal para su papel político en Europa.
Lo curioso de todo es que el referéndum de mañana no tiene más fuerza vinculante que el de hacer saber al pueblo que ellos ya han decidido que sí, visto en esos lúcidos eslóganes tipo “si no votas, no estás ejerciendo la democracia” ¿Democracia? ¿Intimidar a la ciudadanía para que se vote con un “sí” es democracia? También es curioso (y no por ello menos repelentes) los ‘spots’ creados para la ocasión con un grupo de famosillos, líderes de opinión que se arriman al sol que más calienta, ex futbolistas que marcaron época, intelectuales venidos a menos, famosillos (me hace gracia cómo han mezclado a los dos niños de las series más vistas en España), anuncios que pretenden convencer a los Españoles de que la Constitución Europea es el lenitivo sociopolítico a nuestras vidas como europeos.
Esta constitución europea está creada por una serie de tecnócratas encabezados por Giscard d´Estaing en beneficio de los intereses exclusivos de Francia y Alemania, que han logrado hacer que un tratado económico en beneficio de algunos cuantos dirigentes parezca una constitución que se preocupa por el pueblo. Una carta otorgada, vamos, que no una constitución. Pero esto da lo mismo, porque es igual lo que votemos porque no es vinculante. Pero no estaría mal abstenerse o votar no, ya que el referendum se está convirtiendo en un plebiscito. Se trata de una pregunta mal planteada y encuadrada en una cruzada tramposa que simula dar importancia a nuestra opinión en un asunto con praxis meramente moral. Que votemos mañana no es más que el último paso para que los gobernantes y oposición se queden a gusto, siguiendo su extendido despotismo ilustrado de “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, consigna seguida en la política actual de todo el mundo. Sólo se acuerdan de los ciudadanos cuando a ellos les viene bien. Algo que todos conocemos históricamente como oligarquía.
Para ZP es muy importante que mañana salga “sí” como autoafirmación de que lo está haciendo bien, así el pueblo español respaldaría la gestión de su Gobierno. Yo voté en marzo por ellos, no voy a negarlo. Por eso mañana me a conceder el lujo de votar que “NO”. No estoy dispuesto a apoyar un proyecto exigido y en el cual se ha ejercido la desinformación. Un proyecto europeo del que se sabe apenas que es farragoso y lleno de despropósitos.
La partida se juega en la participación. Si vota mucha gente ganará el “Sí”. Si la abstención es alta aumenta el riesgo de un triunfo del “No”. Así que habrá que tocar los cojones un rato y dejar el “Sí” para el día que nos casemos, nos inviten a la segunda copa, una rubia espectacular nos proponga relaciones sexuales o nos pregunten por una subida de sueldo.

Miss McDonald, ejemplo de absurdas frases axiomáticas

Un colega mío del que no diré su nombre al que le gusta colocarse a todas horas fumando marihuana mientras ve la televisión disfrutando del cine más ‘freak’ y escuchando a todas horas rap, hip-hop, música 'gangsta' y cualquier otro grupo 'hardcore', una especie de Floyd (elegíaco y entrañable personaje de la película de culto ‘True Romance’, de Tony Scott), me dijo el otro día filosofando a su manera: “la gente está colgada, tío”. Esta frase no dejaría de ser como una especie de muletilla generalizada entre todos los devotos a todo tipo de alcaloides, si no fuera por noticias como esta que os narro a continuación.
Resulta que existe una mujer allende en Filipinas que está obsesionada con Ronald McDonald, el desagradable y aborrecible payaso de la cadena de ‘fast food’ McDonald’s (con esa execrable comida que tan reflejó Morgan Spurlok en ‘Super Size Me’). Tanto se ha traumatizado con el clown, que directamente se cree él. Esta irracional jovencita filipina (que su morbo tiene, porqué no decirlo) posee una esperpéntica página web explicando con todo lujo de detalles gráficos cada apasionante hora en su día en su día a día como Miss McDonald, clarificando que una desequilibrada, trastornada por la globalización, también lleva una vida cotidiana, normal, como la de cualquier payaso Ronald McDonald, claro está.
Es entonces, en el momento en que uno descubre estas incoherencias mentales (reafirmarse como mascota de una gran multinacional) cuando la frase de mi embelesado amigo adquiere el nivel de axioma. Y es que es cierto que, como bien dice, “la gente está colgada”.

Traci Lords: la gran diosa del porno 'ochentero'

Hoy le voy a dedicar un hueco existencial a uno de los iconos mejor conservados gracias a su incandescencia sexual en la memoria colectiva del pajero, de aquellos que la hemos amado mirando la televisión a una sola mano. Me refiero, como no podía ser de otra manera, a la soberbia Traci Lords. Cuentan los rumores de la época que desde sus inicios tuvo un especial enfrentamiento con la otra gran diva del género porno, Ginger Lynn, una rivalidad y enemistad irreversible entre ambas actrices que se extendió durante toda la década de los 80, periodo tan proclive para este género de prosapia más bien encendida. Ambas, además de poder considerarse como dos de las más grandes divas del porno, han otorgado a la historia visual e indecorosa títulos imposibles de olvidar gracias a una fantástica química desplegada en la pantalla.
Mientras Ginger la iba llamando en cuanto podía “pequeña puta”, nuestra heroína, lejos de cortarse un pelo, le arrebataba al pavo con el que estuviera la diosa Ginger. Una lucha que duró toda la vida, a lo largo y ancho de sus respectivas carreras profesionales. Pero no es para echarse a llorar, ya que, como sabrán los grandes aficionados al X, ambas trabajaron juntas antes de que dejaran de ser ‘amiguitas’ para siempre. Todos recordamos ‘Those young girls’ (tal vez, la más rememorada de todos sus trabajos comunes) con el enorme Harry Reems viendo cómo tan preciadas damas rivalizaban por su kilométrico falo. Títulos como ‘New Wave Hookers’, ‘Miss Passion’ o ‘Girls on fire’ en los que coincidiría la ‘creme’ de la ‘creme’ pornográfica: léase Gina Carrera, Kimberly Carson, Peter North, Nina Hartley, Annette Haven... han hecho de esos roces el punto de diana ideal para los grandes mitómanos del género X.
A estas alturas sería una estulticia empezar a poner en duda la gran capacidad de esta mujer o de fluctuar a la hora de subirla a los altares del cine X porque ha sido, es y será la gran Diva del cine porno de los 80, la cual alcanzaría una fama demedida por el incidente que protagonizó y que hizo que ocupara portadas de medio mundo con su sorprendente caso. El publicitado hecho no fue otro que el juicio al que se vio sometida al descubrirse que filmaba sus productos hardcore y mega-guarros siendo una pequeña pícara, una lolita, vamos, una menor de edad. La inteligencia y belleza de Traci Lords parecía no tener límites, ya que el angelito les había mostrado a los productores de su primera etapa documentos de identidad falsos cuando ella aún no había cumplido dieciséis años. Traci nació un 7 de Mayo de 1968 en Steubenville, Ohio y de todos es conocida su evasión de la casa familiar para escapar de los abusos de su padre alcohólico. Un hecho que le llevó a partir rumbo a la costa oeste en 1983. “Nada mas ver una palmera me quedé extasiada. California era totalmente distinta al lugar de donde venía. Mi piel era tan blanca que parecía una extraterrestre. Jamás había tomado sol para ponerme morena. Esas cosas no se hacen en Ohio”, asegura.
Ya instalada en Los Angeles, se cambió el nombre y falsificó su fecha de nacimiento. Su primer escalón al estrellato: modelo para revistas masculinas. No hace falta decir que rápidamente fue nombrada playmate favorita de los lectores. El resto de la historia de su llegada al ‘mondo porno’ no tiene mayor rémora. “Empecé a posar desnuda para ganar dinero, pero me tenía acostar con tipos asquerosos para conseguir más sesiones fotográficas. Pronto decidí que era más rentable acostarse diariamente con tipos delante de una cámara de cine o de video y que me paguen por ello. Sin intermediarios”. Así, sin cortarse un pelo. Ella misma recuerda que una de las primeras veces que trabajó para la agencia de modelos de Jim South, la sesión de fotos de sexo simulado tuvo que interrumpirse cuando Lords dejó de simular para pasar a la acción. La entusiasta nueva actriz porno debutó con ‘What Gets Me Hot’ y ‘Joys of Erotica’, sus dos primeras películas de este género.
Para inaugurar su nuevo status laboral Nora Louise Kuzma decidió cambiar de nombre, así nació Traci Lords. Y aunque todo el mundo crea que se hizo llamar así por el personaje que interpreta Katharine Hepburn en ‘Historias de Filadelfia’, asegura no haber visto esa película por aquellos días. De esta manera se abrió paso en el mundo pornográfico. En sus primeras películas trataban de disimular su aspecto inocente con maquillajes recargados. De esta manera la pequeña lolita empezó a sonar en los ambientes obscenos visuales. Sólo en 1984 intervino en casi 20 películas, cifra que multiplicó al año siguiente consiguiendo imponerse como la número uno de la profesión. Se montó su propia productora ‘Traci Lords Company’ y se agenció una casa en Malibú al lado de las grandes estrellas de Hollywood.
El 11 de Junio de 1986, la policía interrumpió en su casa para llevársela a la comisaría, acusada de haber trabajado en el negocio pornográfico sin haber cumplido la mayoría de edad. Esto provocó uno de los procesos judiciales más notorios en la historia del cine X. Entre sus films porno rodados cuando era menor de edad se destaca ‘Lust in the Fast Lane’, en el que actúa otra estrella del hardcore de la época, la rival Ginger Lynn. Otros Títulos: ‘Those Young Girls’, ‘Night of Loving Dangerously’, ‘Hollywood Heartbreakers’, ‘Open Up Traci’ y ‘Sexy Traci’. Todas ellas realizadas entre 1984 y 1986.
Tras esta incómoda interrupción en su carrera pornográfica, en 1988 fue convocada al cine de clase B por Roger Corman en su producción ‘Not of This Earth (De Otro Mundo)’, que dirigió Jim Wynorski, rehaciendo el film homónimo del propio Corman de 1957. Wynorsky dejó de trabajar con ella porque decía que “la muy zorra no aceptaba papeles desnuda”. En 1990 hizo un pequeño papel en la comedia de John Waters 'Cry Baby’, interpretando un papel a su medida: el de Wanda Woodward, la chica más sexy del colegio, sacando pecho y adoptando poses provocativas con la ropa ceñida al cuerpo, a pesar de ser, en el fondo, una inocente virgen incomprendida. El rey del cine trash la volvió a llamar para una aparición en ‘Serial Mom’ (1994). Entre el puñado de films de bajo presupuesto en los que actuó se destaca el thriller clase B ‘As a Good As Dead (Amistad Fatal)’, dirigido por Larry Cohen.
A finales de los 90 Traci Lords se dedicó a la música pop editando varios trabajos: su talento como cantante se pudo apreciar también en las bandsa sonoras de ‘Cementerio Viviente 2’ y ‘Mortal Kombat’ y en el disco de Los Ramones ‘Acid Eaters’, donde hizo los coros en un cover del clásico hippie de Jeferson Airplane ‘Somebody to Love’. En cine, destacó en pequeños papales de alguna gran producción como ‘Virtuosity’, de Bret Leonard, ‘Nowhere’, de Greg Araki y ‘Blade’, de Stephen Norrington dando vida a la vampiresa Raquel. Tsui Hark la llamó para ‘Black Mask 2: City of Masks’ y lució palmito en la serie televisiva creada por Cynthia Saunders ‘Profiler’, pero Traci sigue teniendo un hueco en las tv-movies y cine de serie B con títulos desconocidos como ‘You are Killing me’, ‘Extramarital’, ‘Frostbite’, ‘The Chosen one’, con el actor de culto extraviado en los mismos círculos que Lords, Tim Curry. Lo último de esta musa sexual es una autobiografía en la que cuenta todos los pormenores de su agitada vida en la autobigrafía ‘Traci Lords: Unnerdneath in all’.
El caso es que nuestra pequeña gran Traci siempre persistirá en nuestra memoria como aquella ninfa menor de edad que gemía y gritaba de un modo tan peculiar que es imposible olvidar. Y hoy en día, incluso, sigue siendo la referencia de actriz porno de la que todo el mundo ha oído hablar alguna vez.

jueves, 17 de febrero de 2005

Review 'Million dollar baby'

El riesgo de vivir un sueño
Clint Eastwood propone una valiente, inquebrantable y enternecedora obra maestra que establece lo mejor del clasicismo cimentado en una sencillez y una pureza exultantes.
Parecía difícil que tras ‘Mystic River’, sombría y pesimista obra de sólidos pilares acerca de la más cruel y oscura naturaleza del ser humano y la violencia de la sociedad americana actual, Clint Eastwood volviera a arriesgar tanto en su nueva propuesta. Sólo un cineasta como él, consolidado como uno de los últimos clásicos del cine moderno, era capaz de atravesar el umbral dramático de la dureza y destemplanza que había situado con su anterior filme para explorar la amistad, el dolor y la muerte en un ámbito honesto y real con la propia condición humana como es su nuevo trabajo.
Eastwood lleva décadas componiendo con sus inmejorables cintas los capítulos de la gran tragedia americana, de lo doloroso de aquellos personajes a los que el cine de su país no dedica una sola mirada, ‘outsiders’ en continuo conflicto con los valores que le rodean. Y ‘Million DollarBaby’, no iba a ser una excepción. La emotiva historia presenta a Frankie Dunn, un preparador de boxeadores víctima de algunas decisiones vitales que le han convertido en un ser resentido y triste, debido a la pérdida de contacto de una hija que le desprecia hace tiempo. En su gimnasio, los únicos vínculos humanos que mantiene son un prometedor púgil que está a punto de dejarle para fichar con un gran manager y Eddie ‘Scrap’, un ex boxeador malogrado por la pérdida de un ojo que cuida y mantiene el recinto. En su vida irrumpirá Maggie Fitzgerald, una joven e inculta camarera dispuesta, pese al inicial desprecio de Frankie, a alcanzar su único sueño de lograr pelear por un título. Algo que Frankie nunca consiguió como entrenador.
Pero, al contrario de lo que pueda pensarse, ‘Million Dollar baby’ no es un filme centrado en el boxeo (muchos quieren compararla con los paradigmáticos clásicos de Rossen, Mark Robson, Robert Wise o John Huston), al igual que ‘Sin perdón’ no era un western. Ambos géneros (en este caso subgénero) son simples pretextos para ahondar en algo mucho más profundo, en aristas vitales, errores o estigmas pretéritos que endurecen toda una vida. Si en su ‘oscarizado’ western se adentraba en complejas cuestiones morales y sociales como la redención, el valor de la vida y la venganza, en su nueva y magistral película, Eastwood escarba en los sueños de la vida y los riesgos que se deben tomar para lograrlos, a modo de inigualable introversión sobre la muerte en un mundo de desarraigados unidos por imperfecciones y defectos comunes, donde la deuda de las ilusiones supera las frustraciones vitales en un entorno de fortaleza mental, representado en un cuadrilátero que delimita la vida de unos seres que solventan en él gloria y sufrimiento.
El contexto pugilístico sirve perfectamente para utilizar sus criterios, reglas, germanía y combates para metaforizar así la soledad humana, el amor, el dolor y la culpa de unos antihéroes clandestinos, fuera del contexto social cotidiano, pero que existen en el mundo real, persiguiendo sueños que se saben imposibles. Una atípica historia de superación sobre perdedores que se resisten a ser considerados como basura y que, con mucho sacrificio, muestran el triunfo humano en lo que para muchos es una vida de fracaso.
Apoyado en guión equilibrado y sobrio, Paul Haggis adapta un relato corto de Jerry Boyd (más conocido como F.X. Toole) que Eastwood aprovecha para ofrecer un recital de clasicismo, acomodando en este género utilizado como simple excusa para adentrarse en lo que de verdad el importa, en las tinieblas más oscuras y políticamente incorrectas de un drama universal como es el desamparo emocional, ejerciendo de cronista del ocaso y consagrando un estudio psicológico donde las decisiones trascendentes nunca fueron tan significativas para el destino de unos personajes que poseen la nobleza, integridad y constancia como único modo de vida. Y es ahí donde encuentra su armazón espiritual, en aquellas resoluciones que cambian la existencia. Ya en su primera secuencia podemos observar cómo Frankie no escapa al hecho de asumir riesgos, pero siempre desde la protección, haciendo que su mejor púgil salga al ring con el ojo destrozado aconsejándole que se deje golpear una sola vez para obstruir la herida. Un golpe más y tendrá difíciles consecuencias. Para Frankie asumir riesgos se ha convertido en un suplicio desde que su mejor amigo perdiera un ojo por no tirar la toalla a tiempo.
De este modo, se ha convertido en un ser huraño, poco comunicativo, derrotado y aislado en su incurable soledad que se ha propagado debido a la indiferencia de una hija que no le habla ni quiere saber nada de él. Posiblemente, por algo que el propio Frank hiciera en el pasado. Algo terrible, porque todas las cartas que ha enviado a lo largo de los años le han sido devueltas sin abrir (siempre con el membrete de “devolver al remitente”). Sin adoctrinar ni dramatizar, el dolor de Frankie se aprecia en su ajado rostro, por una punición incurable que no encuentra ninguna moralizante recompensa. Lo único que le queda es su modesto gimnasio, la lectura de Yeats y su autodidacta forma de aprender gaélico. El único contacto fuera del boxeo lo tiene con un pobre y paciente cura al que putea con preguntas bíblicas de enigmático esclarecimiento.
La aparición de Maggie va a cambiar su vida. Esta inculta y obstinada chica economiza y reserva todo su dinero para entrenarse y progresar como boxeadora, trabajando para ello como camarera y subsistiendo de las propinas y de las sobras de sus clientes. Una actitud que convencerá al viejo Frankie de que la ilusión y la ambición todavía pueden devolverle la esperanza de seguir entrenando a un nivel de primera. Dos mundos que chocan, pero que acabarán complementando sus carencias, compartiendo un espíritu en común y descubriendo el sentido de familia que habían perdido tiempo atrás.
‘Million Dollar Baby’ enuncia la determinación de una mujer por conseguir un reto que encuentra a la única persona que, no queriendo saber nada de ella y despreciando su empeño, acaba por darlo todo por esta luchadora en todos los sentidos de la vida en un poderoso y brutal acto de amor. Frankie pasará a simbolizar al amado padre que Maggie perdió siendo niña y el veterano entrenador encontrará una segunda oportunidad para exorcizar la herida emocional que tanto daño le está haciendo.
Clint Eastwood aborda lo arduo de la situación con una comprometida simplicidad del cine clásico que, en manos del director, consigue la sobriedad del más que difícil ejercicio de denotar lo profundo a través de lo sencillo, en una frontera realista en la que no existe la poética ni el lirismo y donde nada está embellecido, filmado con una elegancia y moderación que sólo puede darse desde la experiencia vital de quién ha vivido y sabe lo que es la vida, especulativo con todas las respuestas vitales que ofrece este maravilloso drama. Un ejercicio epistolar, donde su tenebroso realismo se alimenta del inescrutable dolor y sosegante serenidad que subliman unas imágenes cuyo ritmo parece contenerse en cada fotograma, haciéndolo progresar la historia silenciosamente, hacia una desgarradora tragedia.
Eastwood huye en todo momento de la artificialidad auspiciado en su autoridad narrativa e inspiración artística, con un virtuoso tratamiento de las emociones y situaciones, dotando a los personajes de voz propia, retratándolos sin evadir sus miedos, sus defectos o vestigios sentimentales, pero dejando espacio para la ironía y la sonrisa, capaz de pasar, en un solo cambio de plano, de la tragedia al toque de humor sin que se debilite el fondo de la película en la enésima lección de progresión dramática. Si algo destaca en ‘Million DollarBaby’ es la facilidad con la que el espectador se identifica con los personajes, con su situación y sus miserias, encaminados a una dolorosa resolución humana, a un imperecedero descenso a los infiernos morales más profundos que se puedan dar en esta vida. En este sentido, la película de Eastwood es una de las experiencias emocionales más intensas, dolorosas y asfixiantes que se hayan podido contemplar en una pantalla en la última década.
Eastwood, rehusando cualquier canon establecido, la impugnación de la moral y la fe hegemónica y sin coartadas esteticistas en lo más doloroso de una forma directa, asume una de las historias de amor paternofiliales más emotivas que se hayan visto en mucho tiempo. Un drama que, a pesar del desasosiego que llega a provocar, nunca cae en el sentimentalismo fácil, ni mucho menos en el maniqueísmo, mirando a sus personajes a un nivel humano cuando ejecutan sus actos o toman esas trascendentales decisiones. Una cinta de una belleza imponderable, reflejada en varias secuencias de dejan ver el calado de integridad de los caracteres y de Eastwood como director, simbolizado, por ejemplo, en el plano en que Maggie, después de ganar un importante título, recuerda lo único que la hizo feliz cuando observa a través de la ventana del coche a una niña que le sonríe, mientras, simbólicamente, Frank limpia los cristales del coche, que no son más que las lágrimas de la joven.
O el trato que se le da desde su guión al humanizado y comprensivo cura, el padre Horvak (Brian O'Byrne), de una forma positiva y amparadora del dolor, algo inusual en una sociedad moderna apóstata y peyorativa con la Iglesia. Otra lección de ‘Million Dollarbaby’, que no juzga una creencia sino a las personas. Incluso ahí, la película de Eastwood se muestra como una visión retroactiva a los mejores clásicos del cine. Todo funciona como un engranaje de insuperable magnificencia; el determinante claroscuro cinematográfico de la espléndida fotografía de Tom Stern (que comienza con el logo de la Warner en blanco y negro), los largos silencios, el lenguaje corporal de los actores (magnífico aquel plano en que Hillary Swank ensaya el juego de piernas mientras sirve como camarera), la utilización más que sutil y al mismo tiempo poderosa de la ‘Voz en off’, la dirección de producción austera y emocional de Henry Bumstead, hasta llegar a los acordes de guitarra y piano que el propio Eastwood ha compuesto para la ocasión.
Tal vez lo único innecesario sea esa prolongada subtrama que tiene como protagonista a la despreciable familia de Maggie, egoísta y estereotipada, que pesa en algún momento sobre un guión férreo, de construcción milimétrica. Una imprevisión que se encubre bajo las miradas cómplices de Frankie y Maggie, la admonición de ‘Scrap’ a favor de ese entrañable personaje retrasado llamado “Peligro” y el sentimiento de culpa que pesa sobre cada uno de estos pobres sufridores multiplican la dramaturgia con sus derrotas personales y albergan la esperanza de las segundas oportunidades.
En el apartado de reparto, Morgan Freeman aporta su habitual pátina de sabiduría interpretativa en un papel que por fin se corresponde a una altura actoral como la suya. Por su parte, Hilary Swank, apuntala con una inabordable solidez el alma de la película, acreditando una sublime miscelánea de fisicidad e interpretación que merece todos los elogios del mundo, increíble en su fusión de rudeza palurda y candidez inocente. Pero es Clint Eastwood quien merece una mención aparte, ya que en este terreno en el que empezó y se convirtió en estrella, es donde jamás estuvo tan estupendo, mostrando su parte más humana en un elogio a la vulnerabilidad, a la emoción contenida. Sin duda alguna, Eastwood ha creado la mejor interpretación de su carrera.
‘Million Dollar Baby’ acoge el existencialismo tratándolo con ecuanimidad el amor y de dolor, la compasión y el horror, hasta llegar al momento cumbre de solidaridad y despedida. Una de las películas más personales, heterodoxas y arriesgadas que han surgido durante la última década en Hollywood. Muchos la califican de obra maestra. Y no están muy lejos de acertar en sus muchos y merecidos ponderativos.
Miguel Á. Refoyo © 2005

La Primera de la Tercera Década

Pues esta mañana me he levantado con un año más. Acabo de entrar en la treintena. Tres décadas. 10.950 días -restando los días correspondientes a los años bisiestos (ni por calcularlos)-. La verdad es que esto de cumplir años siempre es lo mismo. Ahora cada vez que pasa un año no significa que menos para pasártelo bien. Hoy en día, cuando uno se mira al espejo advierte a un individuo cada vez más gordo, con más barba, más calvo y más flemático. El otro día, sin ir más lejos, descubrí horrorizado que me había salido un pelo en la oreja ¿Qué coño significa esto ¿Pertenezco a algún macabro episodio de ‘En los límites de la realidad’? Me veo en breve jugando una partida de 'chinchón' con un grupete de abueletes aficionados a los toros.
Treinta años después de haber visto la luz, aquí estoy, delante de una pantalla escribiendo para quién sabe quién. Hablando conmigo mismo sobre qué escribir en esta demencial jornada. Un episodio más en este Abismo, otro día de indolencia y resignación vegetando en esta ridícula ‘sitcom’ de humor negro en que se ha transformado mi vida. Con tres décadas a mis espaldas lo lógico sería hacer un balance o un postulado, en este caso inverso. He llegado a un momento en el que me encuentro internamente estigmatizado, sin nada residual ni ímpetu vital. Por fortuna nunca me he dejado llevar por absurdos traumas y algún día de estos me propondré salir de esta espiral de apatía que me circunda diariamente las ganas de reconciliarme con el mundo. Leeré a L. Ron Hubbard a ver qué aconseja.
Y es que los cumpleaños ya no son lo mismo. Cuando eras un crío llevabas unos cuantos Sugus al colegio y todos te cantaban el cumpleaños feliz. Te hacían sentir especial; te consentían meter un gol en el recreo, la chica que te gustaba te sonreía, tu madre te hacía tu comida favorita, te regalaban ridículos pijamas de osos y alguna que otra novela de Dan Simmons o Dean Koontz. Vale, siempre estaba el típico hijo de puta que te tiraba de las orejas el número de veces que años cumplías o las postales ‘divertidas’ propensas a la arcada. Ahora no. La gente que se acuerda queda bien felicitándote con total autosatisfacción y las gracias agradeciendo el gesto (pero por dentro piensas “regálame algo, cabrón” –el materialismo es a lo que arrastra-). Una letanía centenaria. Sin embargo, yo creo que a todo el mundo, el cumpleaños, llega un momento en que le da lo mismo.
Estaría bien que alguien llegara el día de tu cumpleaños con un ‘cheque-regalo’ a la puerta de tu casa, felicitándote y entregándote 5.000 euros, por ejemplo. Eso estaría bien. Qué digo bien. Sería la hostia. O que una confitería de prestigio te enviara una tarta enorme de chocolate de la que saliera, por ejemplo Kyla Cole, lujuriosa y escandalosamente inmoral, con una copa de champán dispuesta a brindar por la conmemoración haciendo del día un ‘Cumpleaños especial y sexual’ que evocaras por siempre jamás (sí, vale, ya no sé qué excusas inventar para colocar una foto de una escultural señorita mostrando una vistosa y sexual complexión desnuda). Ahora recuerdo de qué forma tan sensual le cantó la epicúrea Marilyn el ‘Happy Birthday’ a Kennedy… Eso es un cumpleaños. Lo demás son gilipolleces.
¿A qué me lleva todo esto, amigos? A la irrefutable utilización de esta inconsecuente circunstancia anual para afianzar en mi cuerpo serrano la primera gran cogorza de la tercera década. Una fiesta acojonante dipsomaníaca me espera esta noche. Y mañana, la resaca.
Oye, que esto escrito así suena bien “La primera de la Tercera Década”, muy ‘Star Trek’.
Basta.
PD: Vaya un post tan deplorablemente ególatra me ha salido. Tomaré el comodín de “es mi cumpleaños” para excusarme.
PD2: Me estoy dando cuenta escribiendo este weblog de que soy un individuo bastante raro y mohíno.

La realidad supera a la ficción (otra vez)

Vamos con la siguiente historia...
Peer Larson es un muchacho de Greenfield, Wisconsin. Tiene 17 años, le gusta la Coca Cola, los Menús Big Mac, masturbarse con la mano izquierda mientras oeja una Hustler de segunda mano que le ha conseguido Robby Barbs, un amigo ‘skater’ que fuma marihuana y le da caladas de vez en cuando. Peer también es fan de la trilogía de ‘El señor de los Anillos’ y le gusta perder el tiempo viendo la MTV. Está enamorado de Wendy Holmes, una niña pija fan de Brittney Spears que ni siquiera sabe que el chaval existe.
Hasta ahí muy normal en cualquier adolescente de USA y de cualquier lugar del mundo.
Pero Peer últimamente está muy contestatario y rebelde. Sus padres, preocupados, han acudido al pastor Henry Buttley, que les ha sosegado expresando que son cosas de la edad y que no le den importancia.
El año pasado, un día de frío invierno por la mañana, el hermano menor de los Larson llamó “puta” a una profesora del Whitnall High School. Fue un tremendo incidente que pudo haberle costado la expulsión. Pero lo peor (o mejor, en este caso) estaba por llegar. El profesor de cálculo de Larson, Aaron Bieniek, sabiendo de sus problemas con las matemáticas, decidió mandarle unos cuantos deberes durante las vacaciones para mejorara en esta asignatura.
Peer se volvió y le dijo: “Te va a caer un paquete por esto, cabrón negrero”.
La cosa es que… Peer Larson llevó a cabo su amenaza denunciándole en el primer juzgado que encontró de camino a casa, alegando que “le había arruinado las vacaciones, cuando se supone que cuando alguien está de vacaciones no tiene que hacer ningún tipo tarea”. Puede resultar absurdo, pero parece que el proceso sigue adelante, ya que la demanda legal apunta a circunscribir la tarea para el hogar a los 180 días que conforman el año escolar y terminó convirtiendo a Larson y a su padre, Bruce, en unos héroes para los chavales de su ciudad natal. Es otro ejemplo de la llamada “cultura de la compensación”, totalmente fuera de control en Estados Unidos. Lo divertido de todo es que hay posibilidades de que a Peer se le tenga que indemnizar con una cuantiosa suma de dinero que oscila entre 100.000 dólares y un millón por ello. “La mayoría de las escuelas están cubiertas por daños físicos, como por ejemplo si un chico se lesiona practicando un deporte, pero los seguros prácticamente no existen en los casos de acoso verbal, donde las indemnizaciones son potencialmente elevadas y las juntas escolares terminan atrapadas”, apunta el abogado Walter Olson.
Y no sólo eso. Hay ejemplos que apuntan a esa posible victoria, como sucedió en Nueva York, en el mes de enero un ex profesor disconforme que presentó 18 demandas legales contra la junta escolar de la ciudad desde 1987, pidiendo un resarcimiento de varios millones de dólares en concepto de daños y perjuicios, tuvo que pagar 3.000 dólares de multa y, además, se le impidió iniciar cualquier acción futura.
Esto me recuerda muchísimo al episodio 306 de ‘South Park’, el mismo que protagonizada el Panda del acoso sexual. Cuando esta mascota de ayuda al niño para que acuse a quien le pueda acosar, sirve de excusa para que de South Park comienzan a acusarse mutuamente de acoso y demás imputaciones (ilegítimas o no). Es cuando el padre de Kyle se aprovecha de la situación para engrosar su cuenta bancaria llegando un momento en que los niños de South Park acuden a la escuela totalmente desvalijada por pagar las demandas impuestas contra ella.
Una vez más, la realidad supera, de un modo más que naturalista, a la ficción.
Creo que mañana, sin pensarlo, pienso demandar a alguien. Quién sabe, igual tengo suerte y gano algo de dinero a costa de algún pardillo.
(Tararead conmigo)
¿Quién vive al este del bosque? El panda del acoso sexual! ¿Quién te lo explica a ti y a mí? El panda del acoso sexual.