lunes, 1 de diciembre de 2008

Review 'Red de mentiras' (Body of lies)'

La epidérmica esencia del ‘thriller’ de espionaje
Ridley Scott sigue sin encontrar sus agotados fueros en un filme de cierto atractivo e innegable acabado que se sustenta en una historia que da vueltas sobre sí misma.
Es un hecho que, tras el paso de las décadas, el cine de Ridley Scott ha pasado por muchas etapas. Desde el encumbramiento inicial con sus mejores películas, muchas de ellas consideradas como obras maestras (‘Los duelistas’, ‘Alien’, ‘Blade Runner’), pasando por su estabilización en una gran industria en la que comenzó a adecuarse a los calculados riesgos de ésta y a su ‘establishment’ comercial (‘Legend’, ‘Black Rain’, ‘La sombra del testigo’, ‘Thelma y Louise’), su precipitada decadencia y entrada en barrena con títulos infumables (toda su etapa desde ‘1492’ hasta ‘Hannibal’ y su recuperación parcial con algo de talento visual insuflado a películas cuyo cariz global podría definirse como mediocre (‘El reino de los cielos’ y ‘El buen año’), donde, sin embargo, destacan particularmente ‘Matchstick Men’ y la reciente ‘American Gangster’, muy por encima de lo que se espera de un autor tan irregular como grandilocuente. Ridley Scott pasó de ser considerado como un heredero de Kubrick a perpetrar un modelo de cine acomodaticio, comercial, que asimila los factores de grandeza de su innegable talento para someterlo a filmes hiperbólicos, visuales y que encajen en la denominación de filme taquillero. Es la condición bipolar de un director cuya sombra del pasado nunca ha llegado a superar.
Al igual que en su anterior y nada desdeñable filme, ‘American Gangster’, Scott recurre a su pericia, voluntad y empeño, para elaborar un producto con los condimentos del típico ‘thriller’ político, recurriendo a un guión de William Monahan, un autor que, sobre el papel, ofrece las suficientes garantías para abarcar con interés una trama que asuma para sus mimbres una cínica visión post 11-S que gire en torno la diversificación la política de Estados Unidos dentro de Oriente Medio y al funcionamiento de los servicios secretos en sus inestables cauces. Máxime si adapta un material tan jugoso como el ofrecido por David Ignatius en su best seller. Y para ello, ‘Red de mentiras’ sitúa al espectador en un mensaje de contundencia tan real como reflexiva; mientras el gigante americano asume su guerra total contra el terrorismo apoyándose en la tecnología, la hiperrealidad que proponen los intermediarios tecnológicos utilizados, el oponente enemigo es capaz de tejer una infranqueable red de contactos a través de estrategias mucho menos tecnificadas y analógicas.
Para el mundo moderno, ése simulacro de globalidad, no es más que una farsa dentro de los límites del integrismo islamista. Scott y Monahan concretan sus latitudes dentro de un filme de espionaje que describe los escenarios y las estrategias de una nueva guerra, moderna y silenciosa, llevada a cabo en dos bandos manchados de sangre, ya sea por los terroristas árabes, como por los agentes de los servicios secretos que conspiran en la sombra.
‘Red de mentiras’ pretende ir un paso más allá dentro de una subtrama inacabable de conspiraciones, dobles juegos, mentiras y utilización de personas para llegar a un objetivo común. Los planteamientos iniciales muy pronto se dictaminan hacia un solo frente; la contraposición de dos antagonistas del mismo bando, de las dos caras de la misma moneda que representan la suciedad mezclada de intereses y moral dentro de la Agencia Central de Inteligencia americana. Por un lado tenemos a Roger Ferris, la actitud casi suicida y entregada de un agente infiltrado en las ciudades más inestables de Irak, Siria y Jordania que actúa con débito empírico a las órdenes del segundo factor de la ecuación; Ed Hoffman, un hombre de familia que ejerce de impaciente ejecutor en la sombra, capaz de ordenar un asesinato mientras lleva a la cama a su hijo. Mientras que Ferris cree fervientemente en su trabajo dispuesto a manipular y mentir para llegar a la verdad, Ed es como el Dilbert de Scott Adams, un ser asocial que ve todo con la perspectiva de aquel que maniobra y ordena desde la distancia. Lo que importa, en este choques de personalidades diferenciadas en el empirismo de uno y el dogmatismo utilitarista de otro, es la visión que cada uno tiene de los acontecimientos, ya que su percepción e interpretación de los hechos es radicalmente distinto.
Por supuesto hay un tercer punto en el vértice, representado en Hani Saalam, jefe del Departamento de Inteligencia Jordano que se rebelará como auténtico conocedor de los campos en los que se mueven los agentes de la CIA que duda en confiar en el joven agente sospechando que es un peón más dentro de una trampa que gira en torno a la disposición, exhibida de forma bastante torpe, de un ficticio atentado que sitúe un nuevo brazo violento dentro de las filas de Al Qaeda para poder capturar a Al-Saleem, un sosías de Osama bin Laden.
El problema de ‘Red de mentiras’, como ya lo fue de ‘American Gangster’, es el de reflejar a toda costa la tensión adrenalítica del género, de un acción dinámica que, más que resultar épica, da vueltas sobre sí misma. La criba, además de una adaptación condescendiente con el libro de Ignatius, es que, pasado un comienzo muy poco prometedor, el desencanto se cristaliza en una trama desprovista cualquier tipo de emoción, con personajes planos, situaciones contagiadas de desinterés e indiferencia. La acción está inyectada con cierta compostura dentro del caos argumental, de tramoyas del subgénero de espionaje, pero no es más que el habitual efectismo del director, que cree fervientemente que la sofisticación y el buen hacer detrás de las cámaras es suficiente para moldear con consecuencia todo el afectado entramado.
¿Para qué dotar de profundidad intrínseca a sus personajes o dejar que el espectador vaya extirpando la psicología de estos si podemos ofrecer secuencias de explosiones, persecuciones y lucir una irrefutable elegancia y saber hacer? En este apartado, hay que reconocer que se perfilan unos personajes más que interesantes sobre el papel, pero que carecen de lógica en sus actuaciones, cayendo en el ridículo en más de una de sus adversidades y que, finalmente, no logran desasirse del tópico o del arquetipo.
Para colmo de males, Monahan incluye un innecesario escarceo romántico que da al traste con cualquier cavilación positiva para tomar en serio otro desacierto más del mayor de los Scott, que mira de reojo ése ‘Spy Game’ de su hermano Tony, en la similitud de esa perspectiva pesimista de la profesión de espía con la propagada relación muy cinematográfica entre veterano agente y su inquieto pupilo a los que les separa su enfoque de los problemas. Ridley no escatima en efectos pirotécnicos. Pero su opulencia fotográfica reposa esta vez en una planificación más clasicista, en el ímpetu de una vieja gloria que ha acabado abarcando la plétora ruidista de cuidada sofisticación de su hermano Tony y que aquí palía con una corrección formal adecuada a la historia.
Ridley Scott conoce perfectamente los entresijos de las superproducciones. Y tal sea ésa ambición perspectivista, la que ahogue cualquier voluntad de transgresión por parte de un director abatido por sus propias ínfulas. No se puede acusar a ‘Red de mentiras’ de no ser dinámica, de no abogar por gramática visual al amparo de una excelente labor de Pietro Scalia en la edición o un correcto acompañamiento musical por parte del habitual del director Marc Streitenfeld. Lo que sí se le puede imputar a ese engolado ‘thriller’ político ‘hi-tech’, a su concepto de la intriga, al juego de acatamientos y traiciones es que, en definitiva, resulta sumamente aburrida, epidérmica e insustancial.
A ‘Red de mentiras’ hay que agradecerle dos cosas; primero, la representación, despojada de maniqueísmos, de una crítica a la maquinaria patriótica yanqui, más cerca de la diatriba contra los métodos de los servicios de inteligencia estadounidenses que facturan en éxitos sus errores gracias a un servicio secreto jordano o del desprecio a una guerra respaldada por la burocracia que al panegírico antiimperialista enfrentado a la idea de un gobierno que ha propugnado la extensión del dominio de un país bien sea por medio de la fuerza militar, económica o política. Y segundo, a las esforzadas interpretaciones de Leonardo Di Caprio, Russell Crowe (aunque se siga sin entender a qué vienen los 12 kilos de más para un papel que no los requería) y el descubrimiento de Mark Strong.
Por lo demás, queda la sensación de un vacío total, que se consolida con un clímax convencional e irrisorio de un producto comercial y efectista que no ha tenido los huevos suficientes para consumar una propuesta mucho más arriesgada por la que pasa de puntillas esta cinta y que se justifica de forma conservadora en el manido adagio de “el fin justifica los medios” y lo que importa es la protección y seguridad, por mucho que se violen los derechos humanos y las leyes. En la mentira, en la eliminación de la conciencia humana, se encuentra la diferencia entre aquellos que organizan los conflictos bélicos y los que los ejecutan. Hubiera estado bien. Pero no es así.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

jueves, 27 de noviembre de 2008

Turning point

El ‘turning point’, conocido como punto de giro, es un término utilizado por los guionistas que consiste en la irrupción de un elemento dramático o argumental que cambia la acción desarrollada hasta el momento para hacerla avanzar y modificar la estructura del relato, haciendo que el modelo aristotélico siga su curso lógico. Es el sesgo que motiva que la acción pase a un estado impredecible para poder replantear la cuestión central y sus respuestas y encaminar así la historia a otro nivel narrativo superior.
En la vida, cuando todo parece ir por el camino correcto, cuando se disfruta de un lapso de merecido descanso o de una aparente calma, los acontecimientos se precipitan hacia el caos, hacia el descenso a los infiernos o la mala suerte… llámese como se quiera. En ése momento de incertidumbre, cuando la tragedia roza o golpea la vida real, el punto de giro no hace más que destruir los cimientos de todo lo que te rodea.
Afortunadamente, las cosas, por muy mal que vayan a tu alrededor, aunque no seas tú el protagonista del drama y lo sientas muy cerca, siempre hay que pensar que todo podría haber ido peor. La vida es una película imprevisible que guarda estos puntos de giro cuando más apacible es la historia. Hay que agradecer, no obstante, no se sabe muy bien a qué capricho del destino, el poder mantener la esperanza y la ilusión, poder ver la vida desde un prisma optimista. Es lo único que importa. El sosiego muchas veces se ve truncado por un aciago acontecimiento inesperado. Es el maldito ‘turning point’ vital. Cuando no te lo esperas, se vislumbra un giro total de la acción. Es cuando más se necesita saber que, por mucho que se sufra y que la vida traiga desgracias, siempre hay un ‘happy end’ que te espera.
Y así debe ser.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Vacaciones 2008

Amigos, discípulos, seguidores, detractores y visitantes ocasionales del Abismo: tocan vacaciones.
Este año son algo extrañas debido a la época y fechas en que se dan. Nos desplazamos hacia el norte, a hacer una gira por los bellos y diversos parajes que propone el Cantábrico en su extensión más prolongada; País Vasco, Cantabria, Asturias y Galicia serán los puntos por los que pasaremos para alejarnos de la rutina, para el lapso vacacional que dé tregua a los quehaceres diarios. Las capacidades y la plétora dactilógrafa que simbolizaron este blog antaño parecen de nuevo debilitadas. La innovación, la regularidad y la actualización se han vuelto a reducir. Ésta bitácora siempre encuentra su renovación anual después de un tiempo de asueto, de un cierre obligatorio que traiga renovados ánimos con los que afrontar nuevas críticas, reportajes, dossieres, enlaces, reflexiones sin sentido, historias varias y demás chorradas que pasan por este blog. Por eso, hay que fugarse del entorno blogger.
Es necesaria otra escapada para recuperar fuerzas y desconectar, en este caso, para poder reencontrarme con el mundo real, con la naturaleza, con otros entornos y sus gentes, con la gastronomía de esas ciudades y pueblos a los que regreso después de un tiempo para dejar espacio a la cavilación y la armonía, a la suspensión del mundo, escondida en la inactividad de unas vacaciones que se antojan ineludibles.
Brindaré con gran cantidad de bebida típica de cada región que visite por ustedes.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Review 'Max Payne (Max Payne)'

Excepcional material para un infumable despropósito
Con algún punto en común con el magistral videojuego, la versión cinematográfica de ‘Max Payne’ es un absoluto desperdicio, un despojo visual tan pobre en sus ambiciones que lo convierten en una de las peores películas del año.
A lo largo de los años se va consolidando la idea de que Hollywood fundamenta un éxito seguro si el guión deviene en ‘remake’, en una adaptación de cómic o en el videojuego de turno con legiones de seguidores. Son argucias comerciales que pretenden arrastrar no sólo a los fans del material primigenio para dichas traslaciones, sino a ése público denominado ‘mainstream’, que aboga por un cine comercial sin complicaciones, de puro divertimento expedito. Por supuesto, en casi todas las ocasiones, se cimienta en unos propósitos de beneficio seguro, por lo que para todo tipo de público se revoca la violencia y las verdaderas intenciones de los precedentes, anulando, en muchos de los casos, el espíritu y los atributos básicos que hicieron un éxito del producto en su medio natural.
En gran medida, y en este caso concreto, las películas que siguen esta usanza suelen ser infumables producciones que no logran despertar un interés más allá del efímero vistazo, de la aventura de acción hipertrofiada de secuencias sin sentido como las vistas en las dos entregas de ‘Tomb Raider’, ‘Doom’, ‘Alone in the Dark’, ‘House of the Dead’, ‘Bloodrayne’ o las más digna saga (aunque poco) de ‘Resident Evil’. A excepción de la sobresaliente ‘Silent Hill’, el formulismo y el agotamiento de la idea dejaban a una adaptación como ‘Max Payne’ un terreno idóneo para el cambio, para la correspondencia de calidad entre los dos géneros, el divertimento computerizado y el cinematográfico, que nunca se ha visto en una gran pantalla. La historia del juego creada por Sam Lake era la siguiente; Max Payne, un policía neoyorquino asiste horrorizado a la muerte de su mujer a manos de unos yonquis bajo la influencia de una poderosa droga llamada Valkyr. Tiempo después, trabajando para la DEA, la agencia antidroga estadounidense, se infiltra en una familia mafiosa neoyorquina dedicada a su distribución. Lo que era una operación perfecta, se convierte en una pesadilla de muerte y destrucción para descubrir que todo es una trampa y que alguien está jugando con él. La policía le persigue como autor del asesinato de su jefe y la mafia le quiere muerto. Max Payne inicia así su particular catarsis de venganza.
Obviamente, en esta versión cinematográfica dirigida por el incapaz John Moore se establecen muchos puntos en común con el magnífico guión del juego. Aquél supuso la revelación de una obra maestra del entretenimiento. Éste deslucido ‘Max Payne’ no es, ni mucho menos, esa superproducción de acción, con desarrollo clásico y final inolvidable que han vivido los jugadores de este revolucionario juego. Todos los que se han acercado al mundo digitalizado de Payne no lo recuerdan como una simple aventura en 3D, sino como un estado mental y adicción inolvidable. La elegante coreografía y la naturaleza cinematográfica del juego se pierde por la nula fidelidad hacia el personaje y sus motivaciones, desaprovechando el pilar dramático que mueve a este ser descarriado a su venganza, creando un falso universo interior que va en consonancia con el embarullado signo de la acción y el curso de los acontecimientos.
El gran responsable de tal desperdicio es el debutante Beau Thorne, que ha confeccionado un guión plano y absurdo, que cae desde su inicio en la más absorbente previsibilidad hasta el punto en que todo lo que sucede en pantalla parece ocurrir por simple inercia. Bajo los designios de semejante boceto raquítico, ‘Max Payne’, la película, recrea el universo de perversión y frialdad del original con tan poca capacidad de atracción que se convierte en un despojo visual, en un juego tan pobre en sus ambiciones, que ni John Moore ni sus responsables parecen ser conscientes de la bazofia fílmica que da como resultado una lamentable oportunidad perdida.
Existe cierto tono crítico tras tanto légamo de despropósito, que se centra, desmañadamente, en acusar a las grandes multinacionales de una evidente manipulación de las personas y el sistema. Pero poco más. Los elementos más característicos de un personaje como Payne están tratados de forma hiperbólica y risible. La condición de ‘outsider’ renegado del protagonista, de su oscuridad trágica, de su figura taciturna que acentúan su condición de antihéroe dramático está simplificada al máximo. El hombre vengativo es mostrado sin escrúpulos, sin humor, sin razón para vivir aparente… pero carente del humor negro y cinismo que hacían del personaje renderizado con ése elemento de humanidad y simpatía que aquí no existe. A cambio, Moore se apoya en el universo digitalizado de una ciudad estilizada a golpe de filtro pixelado, de artificiosa deformidad que, si bien logra cierto tono gélido de la segunda parte del juego, no consigue operar a ningún otro nivel; ni en el narrativo, ni cuando la acción reclama su protagonismo.
La intención era clara; la de revivir el espíritu ‘noir’ creando imágenes de barrios oscuros y ambientes nocturnos que simulen el videojuego. De algún modo, Max Payne, dentro del videojuego, era percibido como un claro homenaje a la novela negra americana desde una perspectiva muy europea. Pero la grandilocuencia de Moore y del fotógrafo Jonathan Sela desvinculan esta tradición hacia una circunstancia estética en continuo contraste monocromático bajo una puesta en escena sin alma creada con tanta imaginería digital. No hay nada que brille con luz propia dentro de este ‘Max Payne’ mortecino e infumable. Ni siquiera esa visualización del célebre e imprescindible ‘bullet time’ del juego, ni esos demonios alados de la mitología griega producto del Valkyr ligadas a la tradición nórdica. La espectacularidad, para Moore, es ofrecer un atropellado montaje de rácano lenguaje primario, tan inexpresivo como hueco.
Tampoco ayuda mucho la presencia de Mark Wahlberg interpretando a este duro policía. El actor da una inmejorable demostración de sus ocasionales errores dentro de una irregular carrera, dejándose llevar por ese tono impávido que impregna el total del metraje. Pero no es el único, ya que le siguen unos personajes secundarios completamente unidimensionales y arquetípicos, exentos de todo atisbo de carisma. De ahí que Chris “Ludacris”, Beau Bridges, Amaury Nolasco y un reaparecido Chris O’Donnell sean simples peones de una partida aburrídisima. Ni siquiera hay oportunidad de recrear la vista con la sugerente presencia de Olga Kurylenko, ya que su papel es inapreciable. Lo peor de todo es que la historia del videojuego de ‘Max Payne’ era la oportunidad perfecta para proponer de una vez por todas una vía de acercamiento alternativa fascinante entre los dos formatos que se unen, aprovechando lo mejor de ambos para crear un producto contundente, de una calidad por encima de la media. Si a eso añadimos que Marco Beltrami realiza una excelente composición orquestal que se pierde en la maraña de imágenes, mejor olvidarla por completo.
Lo tenía todo; un personaje traumatizado, acción a lo ‘Matrix’, éter pesadillesco, malvados de lujo y un inconfesable secreto a modo de giro narrativo y dramático más brutal visto en un producto audiovisual de este calibre. Sin embargo, Hollywood no se puede permitir traspasar el umbral de lo que dicte la taquilla familiar. A cambio, nos queda una de las más sonrojantes y aborrecedoras muestras de aburrimiento vistas en mucho tiempo. Además de desacreditar y profanar la idea de lo que hubiera sido una estupenda saga cinematográfica, ‘Max Payne’ es una de las peores películas de este 2008. Si no la más bochornosa de las vistas en este año.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 10 de noviembre de 2008

Saco de Mentiras

Llega a la red ‘Saco de mentiras’, una página dedicada a recopilar artículos y críticas cinematográficas y literarias que encuentran su metódico atractivo en la disposición de contenidos en función de la aparente desactualidad. Una web que recompone ficciones en forma de críticas, de miradas geométricas sobre creaciones que son rescatadas bajo el prisma de diferentes visiones, considerando la ficción, ésa mentira a la que alude su nombre, “como imprescindible para descifrar y soportar el mundo real”. Con un propósito de recuperación de obras y autores para que no caigan en el desuso de la memoria, ‘Saco de mentiras’ reúne a un grupo de colaboradores cuyo objetivo es, a través de una minuciosa coordinación, el de aportar con sus textos una conservación que alude a ése fardo de sueños que no debe malograrse en el tiempo.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Elecciones USA: Barack Obama y el cambio

Una de las primeras cosas por las que había que interesarse esta mañana, a primera hora, era si el sueño del cambio había llegado por fin a los Estados Unidos. Y así ha sido; Barack Obama se ha convertido en el primer presidente afroamericano de la historia del país más influyente del mundo. Y lo ha hecho destrozando todas las expectativas, derrotando por mayoría a John McCain, un rival republicano enflaquecido por una campaña electoral que nada tenía que hacer frente a la impoluta visión electoral que ha desplegado el partido demócrata. Obama ha cristalizado el sueño que simboliza nuevos aires de cambio y un enorme estribo a esa legitimidad de su modelo social basado en las oportunidades. Norteamérica, desde hoy, vuelve a ser el país con asideros utópicos, pese a que atraviese, como el resto del mundo, por una de las peores crisis económicas de los últimos años que ha generado un lógico malestar y temor en la sociedad.
El infame George W. Bush ha dejado un coloso tocado, un país que se enfrenta a una época de transformaciones necesarias urgentes. Estados Unidos ha entrado en un dilema monetario que se ha extendido como un cáncer al resto del mundo. Además, debe aminorar su dependencia energética, regular y sanear la gestión económica, instituir la democratización política, frenar el descenso de los ingresos de las familias trabajadoras, afianzar decisiones sobre la restauración de la política atlántica, tomar una decisión lógica sobre el Irán nuclear, Oriente Medio, Cuba o Venezuela y Latinoamérica en general. Sin olvidar el cambio climático… Muchas cosas pendientes que deben romperse al igual que ése letargo anestesiante, conformista y conflictivo que ha dejado Bush, el peor presidente del país de todos los tiempos, que ha dejado un modelo económico desplomado y ha arrastrado al resto de economías internacionales, vetando la democratización de organismos internacionales, sacándose de la manga una guerra ilegal que ha manchado de sangre las manos de una nación que necesita esta nueva eventualidad. Ha llegado la hora de Obama.
En estos tiempos de incertidumbre y desarreglos, es necesaria la figura de un líder capaz de reconciliar al estrato social con la esperanza y el sueño de la renovación. El discreto silencio y la nulidad del pueblo debe transformarse en exigencia y participación, en compromiso. O al menos, eso se espera, porque ya se sabe que los políticos siguen, después de tres siglos, acogiéndose a un camuflado despotismo ilustrado. Una vez que ganan olvidan a sus electores. Esperemos, por el bien de todo el planeta, que Obama no siga este concepto tan extendido por estos lares. Esperamos que represente lo que vende con ése rostro de cercanía y voluntad de transformación, que aporte una luz al mundo que traiga con su elección como presidente la alternativa y la puerta al sueño que se abra a un derecho común y a la justicia y que elimine las iniquidades y el desamparo. El mundo le necesita. Tiene su oportunidad. Veremos cómo responde.

martes, 4 de noviembre de 2008

Raúl Prieto, más que un actor

Hace poco, en Salamanca, se tuvo la oportunidad de ver representada la obra de August Strindberg ‘La señorita Julia’, dirigida por el veterano Miguel Narros. Cuando se cumplen 120 años de la publicación de la obra de teatro, los propósitos de este demencial autor sueco siguen vigentes en la actualidad; la infame e irresistible pasión de esta mujer avanzada a su tiempo, malcriada y caprichosa, liberal y atormentada, atraída irremediablemente por su criado, un joven con aires de grandeza, ambicioso y sin escrúpulos. Éste, a su vez, no soporta su posición social y se ensaña con la hija de su señor en una relación de perversas dualidades que van desde la clemencia al sadismo, en un sinuoso viaje interno a través del nihilismo, de la maldad, de la manipulación y los juegos psicológicos mezclados con los recuerdos y los deseos de unos personajes agobiados por sus dudas.
No se ha perdido ese prisma brutalmente antifeminista, donde el sexo es capaz de igualar las clases y llevar a una locura que acarrea unas inevitables consecuencias que devienen en un choque con los recuerdos, en una guerra de géneros en la que se libran armas como el insulto, la pasión y la artería emocional. Narros adapta con gran fortuna la obra de Strindberg. Tal vez se le puede reprochar que en su desenlace, tanto la puesta en escena como el devenir de los acontecimientos sea excesivamente plana y fría, lo que hace que ese trágico final no transmita la veracidad, la cercanía y la tribulación necesaria para poner la puntilla a una magnífica función. Lo más destacado, eso sí, son las interpretaciones que llevan a cabo sus tres únicos actores; Raúl Prieto, María Adánez y Chusa Barbero. Y en este punto es donde verdaderamente comienza el post.
Conocí a Raúl hace catorce años, cuando nuestros caminos se cruzaron el primer día de clase en aquel octubre en que comenzamos CC. de la Información en la Pontificia de Salamanca. Desde entonces, junto con otros cómplices comunes, como Quike Santiago o Amable Pérez, no hemos dejado perder el contacto. Ya desde entonces, este valenciano criado en Salamanca comenzaba a mostrar sus múltiples inquietudes artísticas. Además de su brillante paso por la facultad y de comenzar la carrera de Filosofía, Raúl tenía tiempo para dibujar en los míticos fanzines de ‘Fórmula Rave’ y empezar a hacer sus pinitos teatrales dentro del grupo ‘La Máscara’, donde participó en numerosas obras de diversa índole. La interpretación se convirtió en su objetivo vital, en su designio de futuro.
Viéndole en aquellas funciones, ya se intuía que este joven portento era una auténtica bestia interpretativa, haciendo plausible cualquier método categórico para llegar al fondo del personaje. Con su intachable y deslumbrante paso por la RESAD, Raúl se fue forjando en cortometrajes y, sobre todo, en las tablas del teatro, su gran pasión. Rafael Labín, Vicente Fuentes, Ricardo Pereira, Paco Vidal o David Boceta son sólo algunos de los directores con los que ha trabajado hasta la llegada de Miguel Narros, referente dentro del mundo teatral y director de sus últimas tres obras; ‘Salomé’, ‘Móvil’ y ‘La señorita Julia’. Series televisivas como ‘Amar en tiempos revueltos’ o, más recientemente, ‘La señora’, y el protagonismo de la película ‘La fiesta’ han mostrado el grado de versatilidad de actor un prolífico y de inagotable talento.
Raúl Prieto es uno de los mejores actores jóvenes de este país. Posee una facilidad descomunal para encarnar a personajes torturados, dando vida a mentalidades cubiertas de un esmalte de dureza, de maldad, pero que, en el fondo, esconden una delicada fragilidad. Poca gente hay que escudriñe todos los estratos intrínsecos de sus roles, aquéllos que lleven a entender y comprender sus movimientos. Es lo que le hace tan especial. Un actor que conoce y diferencia a la perfección los diferentes códigos interpretativos, para llevarlos al límite, a la genialidad. Raúl siempre se ha caracterizado por llevar su profesión hasta ése grado de desequilibrio que hace grande la profesión. Y lo hace con devoción, disfrutando de cada momento en el que despliega sus inabarcables aptitudes, haciendo de su trabajo un objeto de práctica hermenéutica, pero sabiendo poner los límites necesario de alejamiento. Es un interprete que lo tiene todo. Para Raúl el escenario, su medio predilecto, es una puerta a la verdad de unos personajes que desgrana con inteligencia y los hace suyos, bebiendo de la verdad de las pasiones, extrayendo toda la vida y el sentimiento posible perceptibles en sus memorables festejos teatrales o participaciones cinematográficas o televisivas.
Este joven actor sabe concebir la existencia y las relaciones humanas, la realidad y la ficción de un modo que determina siempre la esencia de la expresión artística, unificando una particular cohesión entre el lenguaje corporal y la técnica interpretativa. Pocos actores saben crear y desarrollar un discurso específico como lo hace él. Raúl Prieto tiene un don, como una antítesis del mago, cuyo propósito es convertir de forma diáfana la complejidad del mundo y del alma humana. Sabe como nadie transmitir y representar con dignidad ésa la paradoja del actor en su más alta esfera, es decir, la encarnación y la determinación dados en una admirable licuación de talento, ya sea en comedia o en drama.

viernes, 31 de octubre de 2008

Review 'Camino'

Amor terrenal por encima de los dogmas
Javier Fesser cambia de género para ofrecer una portentosa historia que, más allá de fijar su mirada en el anverso y el reverso del Opus Dei, supone una fábula fantástica sobre la independencia, la bondad humana, el amor y la muerte. Una experiencia vital y emocional irrepetible.
Lo más seguro es que ni a los seguidores del Opus ni a los sectores más comprometidos con el cristianismo beligerante una película como ‘Camino’ les haya hecho mucha gracia. Es una cinta que levanta ampollas por lo diáfano de su discurso y por los elementos reales que Javier Fesser utiliza para narrar su nueva y controvertida fábula. La gran controversia ha venido dada por una dedicatoria final, donde se ofrece la tercera película del cineasta madrileño a la memoria de Alexia González-Barros, personaje en el que se inspira libremente. Alexia fue una adolescente española que sufrió un doloroso cáncer que acabó con su vida con tan sólo 14 años. Según se cuenta, aceptó plenamente su dolorosa enfermedad desde el primer momento, ofreciendo el intenso sufrimiento y las numerosas limitaciones físicas que padecía a la Iglesia, al Papa y a todos los demás. Todo ello desencadenó que, después de su pérdida, se iniciara un proceso de canonización que está a punto de culminar.
En ningún momento, Fesser trata de hacer un ‘biopic’ postulador de una persona real, ni de acercarse a la vida de Alexia, ni a las profundas razones gracias a las cuales afrontó con tanta entereza su enfermedad. Fesser se limita a tomar como punto de partida un hecho real y su entorno familiar, donde no existen más analogías que aquellas que puedan molestar por la controvertible dialéctica de la fábula narrada por el director de ‘El Milagro de P. Tinto’. ‘Camino’ se distancia así del acontecimiento y se muestra como una experiencia vital y emocional de una inocente niña que padece una terrible dolencia y afecta a quienes la rodean, como muchas otras trágicas historias que tienen lugar cada día en todas las partes del mundo. De ése alejamiento surgen nuevas posibilidades, que Fesser utiliza para construir una ficción que poco tiene que ver con la realidad de la joven Alexia.
Tan sólo las une un similar enfrentamiento a la misma enfermedad, ya que aquí se asume otra vertiente concebida para redimensionar el mensaje testimonial con la inclusión de dos acontecimientos trascendentales en la vida de Camino; se enamora por primera vez y al mismo tiempo siente cómo su vida se apaga. Si a eso unimos que ‘Camino’, es el título del libro esencial escrito por el creador del Opus Dei Jose María Escrivá de Balaguer, la polémica está servida.
La película presenta a Camino, una joven muchacha de vitalidad y alegría contagiosa, preocupada porque a ella le gustaría dedicar su tiempo libre al teatro, mientras que su madre, acogida a las férreas y inescrutables consignas religiosas del Opus Dei, prefiere que siga el rumbo de su hermana, una numeraria de la “obra” que vive en Pamplona reclutada para seguir las órdenes que marcara Escrivá de Balaguer, fundador de esta peculiar sociedad religiosa-católica. Para Camino Dios, Jesucristo y el Opus pasa a un segundo plano cuando conoce a Cuco, Jesús, un chaval del que se enamora y que también actúa en la función teatral. Mientras, su padre José, más agnóstico ante el fanatismo de su esposa, adora a su hija simplemente como una jovial niña de 12 años que tiene toda una vida por delante. Sin embargo, los acontecimientos cambian cuando a Camino se le detecte un agresivo cáncer óseo que la postrará en una cama avocándola a una vertiginosa y amarga agonía. El arriesgado trabajo de Fesser traza un recorrido por una doble vertiente; la de los parajes existencialistas que ponen en duda las creencias católicas y la de un doble sentido de espiritualidad que utiliza para exponer, con calculada ambigüedad, la vida de aquellos que ponen su vida al servicio de un dogma al borde del fanatismo. Los mismos que viven su farsa persuadiendo a los demás a sus dominios y, de paso, delimitar la libertad. Es una mirada clara y contundente al anverso y el reverso de un santuario de doctrina con nombre propio: El Opus Dei.
Podría verse como una tentativa maniquea para poner en tela de juicio una institución sectaria amparada por la Iglesia Católica, sin embargo, ‘Camino’ no va de eso. Fesser es lo suficientemente sutil e inteligente a la hora de ejemplificar la cotidianidad de la “obra”, sin promover una idea demasiado negativa sobre sus costumbres y abnegaciones. Evidentemente aquél que haya vivido de cerca esta hermética sociedad religiosa sabrá reconocer la esencia radiográfica y el contexto que se le da a ciertos fragmentos de la película; sobre todo en lo concerniente a la hermana y su vida de numeraria auxiliar y sus tentaciones terrenales que deben ser martirizadas, al proselitismo interno, a la obsesión de la “obra” con la Iglesia Prelaticia en Roma, a la vida otorgada a Jesús y la constante grafía de Escrivá, siempre presente en su día a día. Así como la coacción e influencia religiosa, la falta del derecho a la intimidad y la necesidad de canonizar creencias místicas y milagrosas, como aspirar a la Santidad en lo cotidiano de cada día.
Los cuestionamientos de esta apasionante historia son mucho más trascendentales. Se superpone así la escala esencial del antropocentrismo, entendido como el enaltecimiento del ser humano como medio para llegar al conocimiento de la misericordia y no recurriendo a una figura incorpórea de divinidad aparente. Y lo hace sin ningún tipo de alarde ni afectación existencial. El terrible conflicto es evidenciado con sencillez y emotividad, desde un fino prisma de verdad, sin artificios dicotómicos (pese a que los curas sectarios sean demasiado caricaturescos), situado en un punto de libertad de expresión que apela a la independencia creativa y a la libertad de crítica hacia aquellos que ponen por encima de todo la actitud de evangelizar y vender a los demás su creencia.
Por eso, tal vez, el discurso duela por lo contundente, por la posición de acercamiento, con ímpetu de conocimiento hacia los límites y las fuentes de una realidad como es el fundamentalismo religioso. A través de la tragedia de la niña, también hay una diatriba contra las férreas supersticiones a las que se somete cierta parte de la sociedad que, paradójicamente, aleja la materialidad de muchos conceptos en los que se cree fielmente, como puedan ser el amor, la libertad y la vida. ‘Camino’ se adentra así en los oscuros cauces de una doctrina cuestionada desde la quietud y el naturalismo, sin caer en la provocación que, a buen seguro, florecerá dentro del seno de aquellos a los que se refiere esta conmovedora cinta.
La crítica existe, por supuesto. Pero está camuflada entre líneas de una inspirada y emotiva fábula de fantasía enfrentada a la cruel realidad. El director y guionista carga sus tintas contra un sector que tiene dentro de sus filas a fanáticos oportunistas capaces de inventar y vender milagros, de utilizar una vida infantil arrancada para ser utilizada como instrumento de glorificación de la voluntad de Dios. Pero no es tanto una crítica a los principios y creencias del Opus Dei ni al credo católico como lo es a la usurpación de las creencias y pensamientos de los demás y de los hechos que se narran. Para Camino, es más importante su ímpetu por sentir un amor real, de disfrutar de una vida sin condicionamientos, de querer vivir el día a día del falso salvoconducto vital que le propone su madre.
De ahí ese escapismo onírico que enfrenta con sueños idealizados y pesadillas en forma de tortura maternal y persecución del ángel custodio. Son los momentos en los que Fesser aprovecha para insertar sus reconocidos juegos fantásticos que irrumpen bruscamente en el tono hiperrealista, aprovechando tales inflexiones para proponer un apasionante juego gramatical y semántico, pero sobre todo visual. Más allá de la ejemplificación, más allá del Opus Dei, de la polémica y de los maniqueísmos que puedan verse desde una dualidad de pensamiento, ‘Camino’ es una fábula fantástica sobre la independencia sentimental, sobre la bondad humana y el primer amor, sobre la felicidad que no sabe de reconvención religiosa ni de dogmas.
Puede que haya quien vea la personificación de Gloria, la madre, como un personaje negativo, que infunde el odio del espectador y simboliza la maldad de una institución como es el Opus. Pero no es así. A pesar de significar esa represión cultivada, aplicada a su familia y derivada a su credo llevado al límite, no deja de ser otra víctima del entorno opresivo, que tiene momentos de duda y que sufre impotente una tragedia sin solución. Lo profano es visto como una amenaza a los ojos de esta madre, que no tiene más remedio que escindir la libertad de elección de Camino, metaforizada como ése pequeño ratón que entra una y otra vez en la jaula con queso, pero que gracias a la gran bondad de la niña, logra escapar siempre.
Otra cosa es que el padre sea mostrado como un ser mucho más tangible ante el dolor, que se muestra débil, dubitativo, aterrado e incapaz de no sufrir hasta el extremo con todo el periplo existencial que supone ver perder a su hija pequeña. Él es el confidente de Camino, su cómplice, su conexión real con los sentimientos fraternales, con el albedrío que genera la comprensión y el entendimiento. Es un hombre que no entiende porqué es anulado por ése “verdadero Padre” o por la figura de Escrivá, hecho por el que la película pasa apenas de puntillas, sólo remarcado en esas flores compradas para su hija que aparecen poco después bajo su terrorífica efigie. Es un hombre que, en último término, permanece inerme ante su mujer porque la quiere y la entiende, en su creencia y en su dolor. “Más recia la mujer que el hombre, y más fiel, a la hora del dolor”, se puede leer en la máxima 982 del libro de Balaguer.
Fesser juega desde su prodigioso prólogo a la confusión, a proponer una historia de falsas apariencias, donde Camino ve la luz divina de la “obra” en sus momentos finales, alcanzando el éxtasis de santidad que satisface, y de qué manera, a los que visten las sotanas de usuras que tan bien apelan a la farsa y a la manipulación. A lo largo del filme, Fesser irá desajustando esa realidad a través de la mirada inocente y pura de un ángel real, de esa niña con ganas de vivir intensamente el primer amor, de ir configurando sus sueños y devociones, que muy poco tienen que ver con lo cristiano. Lo que todo el mundo va interpretando como claras señales de santidad, no es más que un hermoso y desesperanzador amor infantil.
‘Camino’ es, ante todo, una historia de amor que, a lo largo del metraje, se va nutriendo de referentes fabulescos, como esa ‘Cenicienta’ de Charles Perrault o ‘Alicia en el país de las maravillas’, de Lewis Carroll. Referencias que Fesser aprovecha para definir con carga poética, visualizada con los habituales efectos especiales que se ponen al servicio de su punzante trasfondo, como una vía de escape, un espejo onírico y catártico. Es el modo de paliar el dolor y la tutela maternal convertida en visceral por su devota madre. Es un tránsito redentor hacia la luz y el amor, sí, pero nada tiene de beatífico.
Camino se muestra entregada y romántica a su pasión por Jesús. Pero es una ilusión. “Jesús, que yo haga siempre lo que tú quieras”, decía constantemente el personaje en el que se inspira. Camino, comparte la misma fortaleza, paz y alegría en su vía crucis, pero diferenciando lo divino y lo humano, puesto que el Jesús a quien la niña quiere tiene los rasgos de ese chaval de mirada triste que también bebe por sus vientos. El amor divino y la santidad poco tiene que hacer contra el amor terrenal. La salvación espiritual de la niña no comparte la visión religiosa de la vida y no comprende la actitud cristiana ante la muerte.
Tampoco deja espacio para la actitud masoquista, puesto que Camino sufre y se cuestiona sus creencias, porque, como ella misma afirma dentro del filme, todo lo que pide para los demás se cumple, pero no para ella. No entiende porque si Dios la quiere tanto la castiga de esa manera tan atroz. Sus últimos deseos no se corresponden a los aspectos doctrinales y el modo de vida de los integrantes de ese movimiento religioso oportunista. Ella propone un bello viaje a un Viena de ensueño con olor a dulce, en brazos de su auténtico padre y con un vestido rojo de oferta, para poder ver, por última vez, a su enamorado junto a la persona que lo da todo, absolutamente todo, por esta pequeña enferma.
Habrá quien tache a Fesser de neutralidad impostada o de partidista con énfasis de ateísmo negativo que pone en duda la existencia de un supremo creador. Se puede leer entre líneas que el problema de Dios, en esta película, es el mismo que el de Mr. Meebles. Que no existe. Como ése sillón vacío al que apunta la cámara de Super-8 donde debería estar Jesús, el hijo de Dios. ‘Camino’, propone un canto a la vida, a la fe y creencia de un amor tangible y humano en el que, no obstante, no falta la aparición del destino o del ‘Deus ex machina’.
La fe puede tener una doble variante; aquella que sirve para llegar a un estado de plenitud y felicidad y la que se utiliza como herramienta para afrontar los duros golpes de la vida. Es la certificación de que la fe teológica no es la única que puede albergar el auténtico camino al amor real y humano en contraposición del divino. Como la postura de Camino ante la historia de Bernardette Soubirius. Ante su misticismo entregado, la pequeña prefiere recordar las palabras de ese molinero al que dejó por fe divina. Eso, y no su devoción, es lo que pone realmente los pelos de punta.
Javier Fesser ha creado una película intensa, valiente y entregada, que rebasa los límites de lo emocional hasta llegar al paroxismo, que muestra esta agonía con una minuciosidad visual creada a partir del sentimiento. Puede que haya cierto engolamiento dentro de los sueños y pesadillas, pero sólo así es posible vincular de un modo tan íntimo la imaginación y la esperanza para poder superar el dolor y la muerte. También ha habido comentarios en contra de la explicitud con la que se muestra la tortura quirúrgica de Camino. Pero, en definitiva, el filme no deja de tratar sobre la enfermedad y la muerte, que encuentra, eso sí, su único defecto, en su excesivo final, por lo duradero y por lo dramático, por ésa puntilla crítica a unos insólitos aplausos en la muerte de Camino que tiene como objetivo crear la simple concordancia onírica de la niña y la realidad de su fallecimiento. Pese a ello, no desentona en su objetivo por conjugar las emociones con ésa realidad que golpea fuertemente en la retina del espectador.
Sería un error no destacar el elemento más sobresaliente de Fesser como director. Y es la concerniente a la labor interpretativa que realizan todos y cada uno de los actores y actrices que aparecen en ‘Camino’, por mínima que sea su presencia en la pantalla. Desde ese inconmensurable descubriendo de la angelical Nerea Camacho, capaz de reflejar el dolor y el amor que se mezclan en un trayecto de angustia que no elimina la esperanza, de la gran Carmen Elías, que logra transmitir la dualidad del amor y la devoción religiosa de una manera admirable o la entrega sacrificada de ese padre encarnado por Mariano Venancio con absoluta genialidad interpretativa. Sin olvidar la fragilidad que destila Manuela Vellés y secundarios como Ana Gracia, Jordi Dauder, Fernando Carrera, Lola Casamayor y los jóvenes Miriam Raya, Claudia Otero o Lucas Manzano.
Estamos ante una obra magna, de esas que huelen y subliman verdad. Ficción creada a partir de realidad, ‘Camino’ radiografía ciertas creencias y maneras de vivir donde cada personaje describe variantes dentro de la referencia social que utiliza, desde la creencia y desde la duda. Javier Fesser ha rodado su mejor película hasta la fecha y uno de los ejemplos más palmarios de grandeza del cine español en mucho tiempo. Su ambiciosa y arriesgada propuesta, excepcionalmente compleja y conmovedora se define por su intrincada polisemia pura, donde los significados y emociones se diversifican en una brutal muestra de cine con mayúsculas. Si ‘Camino’ no es una obra maestra, poco le falta.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

miércoles, 29 de octubre de 2008

Homenaje a Gerard Damiano, el clásico más grande del Cine X

1928-2008
Con el fallecimiento de Gerard Damiano, director de la cinta de culto ‘Garganta Profunda (Deep Throat)’, se va uno de los dinamitadores más emblemáticos de la moral americana y mundial. Uno de los guerrilleros diletantes más carismáticos de un género para adultos que crece a pasos agigantados bajo el yugo de la hipocresía. Damiano, con su obra fue ante todo, un cineasta que supo ver el excepcional potencial de un arte proscrito, que destapó la falsedad de un país cuando más lo necesitaba y que abrió las puertas de una industria que, más de tres décadas después, atraviesa un momento idóneo. Su filmografía desprendió el pecado que todos estaban dispuestos a probar, la libertad sin límites dentro de una pantalla. Incluso hoy en día, sigue viéndose como un clásico de culto.
‘Garganta Profunda’ es un filme pionero que sigue teniendo vigencia a través de los años con apenas unos 50 de títulos en su carrera, la mayoría encuadradros en el noble arte sicalíptico, siempre buscando la provocación inteligente. Incluso probó suerte en filmes de serie B de terror y cine ‘underground’. Pero lo cierto es que Damiano pasará a la historia como director de una película que sobresale por encima de su figura de cineasta maldito y que tanto influenció a una generación de artistas y público, que sigue respetando este clásico que hoy, aprovechando su reciente desaparición, es homenajeado en estas páginas, rescatando el dossier que ya apareció en este blog hace cuatro años.
La película X más grande de todos los tiempos sigue vigente a lo largo del tiempo
Gerard Damiano consiguió una admirable gesta tan reivindicativa como genérica para el X, género desvirtuado con el paso de los años.
Es un hecho fehaciente que el cine porno goza en la actualidad de una divulgación que hace algunas décadas no tenía. Cierto es que, allá durante principios de los 80, con la aparición del soporte electromagnético (es decir, el vídeo), muchos de los clásicos del género se prodigaron con profusión en muchas de las numerosas cintas que durante la época se multiplicaban. Hoy en día, el DVD primero y, sobre todo, las bandas anchas de internet, permiten un escandaloso flujo de porno que se ha multiplicado en un elevadísimo porcentaje en la última década.
Pero si tenemos que remitirnos al clasicismo de este X, del cine porno, de las maravillosas e insidiosas pasiones que siempre han requerido de nuestra curiosidad para ser descubiertas, la película clásica del X por tradición y convicción, nos tenemos que rendir ante ‘Garganta Profunda’, la joya de la corona de la historia de este tipo de cine tan denostado hipócritamente, la más aplaudida por el erotómano más romántico. Este mítico filme de culto dirigido por Gerard Damiano y protagonizado por la musa de diversas generaciones de onanistas recalcitrantes Linda Lovelace revolucionó a principios de los setenta todo el género, la concepción que se tenía de este tipo de cine y toda su iconografía, cambiando para siempre el género y otorgando al cine pornográfico una aura de magnificencia, de dignidad y creando un mito que permanece vigente a lo largo de los años, inalterable, eterno...
Cuando llegó la era del liberalismo hippie, la Guerra de Vietnam, el amor libre y la reivindicación de la libertad corrían los locos y excesivos años 70. Fue entonces cuando se pasó de proyectarse cortometrajes muy subiditos de tono a realizarse películas en formato de cine, con argumentos más o menos cuidados y con un determinante común: explícitas y cuidadas raciones de sexo. Es entonces cuando se estrena una de las películas más célebres de la historia del cine, ya no marginado al ámbito porno, sino que es uno de los pocos títulos que el público generalizado conoce (al menos porque lo han oído mencionar alguna vez). No se exagera cuando se alaba esta película engrandeciéndola hasta la divinidad, ya que contando con un reducido presupuesto de apenas 250.000 dólares llegara a estrenarse en casi todo el mundo, recaudara en un solo año 6 millones y haya amasado desde entonces una fortuna de más de cien millones de dólares, ahí es nada. Dejando la estética ‘beatnik’ y underground a un lado, Damiano abordó el género dotando sus secuencias con el tono ‘hardcore’ y atrevido que antes no habían conseguido sus congéneres, convirtiéndose así en el que se puede considerar como padre del X moderno. Es cierto que las películas posteriores de Damiano son las que de verdad interesan conocer debido al fondo reflexivo y argumental de la historia, como ‘El diablo y Mr. Jones’ o ‘Historia de Joanna’, historias llenas de angustia y consternación que narraban de un modo magnífico y certero la soledad e incomunicación del ser humano. Puede parecer un análisis artificiezazo, pero lo cierto es que si las películas de Damiano son grandes son, porque como el espíritu que imbuía a ‘Tras la puerta verde’, de los polémicos hermanos Mitchell (habrá que dedicar un estudio blogero a estos dos sediciosos), incluían en sus argumentos una línea dramática progresiva, en el que el sexo explícito siempre estaba a disposición de la trama y no al contrario, que es lo que suele suceder en la mayoría de los sucedáneos de X que aparecen en la actualidad.
Una joya entre la basura
‘Garganta profunda’ es una ágil película que sirvió (y sirve) como sano ataque a la hipocresía que rodea a la siempre melindrosa sociedad americana. Este mítico filme de Damiano es una embestida gamberra y hippie, que pese a que no es ni mucho menos una obra maestra, sí que sirve de reivindicación de lo que representa y es en realidad: el primer porno de la historia del cine en solventar un género que sigue hoy en día en la sombra de la ranciedad más humana, pero que es el hacedora de las posteriores obras que se han ganado un hueco en nuestros corazones. ‘Deep Throat’, su tílulo en inglés, es una película dinámica, ágil, con una estructura de guión que aporta un ritmo ilógico en lo habitual de una película de género, manteniendo esa frescura con la que Damiano rodó, con la presteza con la que Lovelace engulle miembros y un silogismo de lo que debe ser la diversión cinematográfica más políticamente incorrecta.
La historia se centra en la vida de Linda, una joven hippie liberal y sexualmente activa que tiene un grave problema que le impide disfrutar a tope de su ninfomanía y de su libertad sexual. Su problema: no alcanza el orgasmo. A pesar de buscar al hombre que la puede hacer gozar del amor libre, la compañera de piso de Linda, otra voluntariosa folladora nata, le anima a que visite al Doctor Young, un trastornado médico que descubre el gran secreto de Linda, que no es otro que el poseer un extraño defecto físico de nacimiento: no tiene el clítoris en la entrepierna, sino que el punto erógeno reside en su faringe, por lo que si quiere alcanzar el éxtasis sexual deberá profundizar en mejorar su ‘garganta profunda’, es decir, experimentar con las felaciones, para lo que el avispado doctor la contrata como enfermera de su clínica.
Resulta inolvidable el torrente de desparpajo que incluyen muchas de sus escenas (acopiadas en su mitad casi todas las secuencias con ‘materia’; como la Coca-Cola tan mítica) sobre todo aquellas en las que la Lovelace consigue sus orgasmos precedidos de fuegos artificiales y campanas celestiales. Lo más reivindicativo y más destacable como valor cinematográfico, que marcará una gesta dentro del cine de género, es la gran labor como director del propio Damiano, ya que conjuga unas bases que se escapan a la imaginación de cualquier depravado que pretende hacer los (casi siempre) patéticos pornos de diversos ámbitos con el despreciable objetivo de prostituir el cine a favor de un propósito económico tan deleznable como espeluznante. Damiano explora un terreno de montaje cargado de dinamismo, de ritmo y de brío, que hace que todas las secuencias que conforman una historia absurda, pero divertida, se encaminen acuciosas hacia un final lleno de color y profanidad, de pura transgresión.
Mucho se habló de la financiación de esta obra de culto dentro del Séptimo Arte, aunque sea en una vertiente que es totalmente disfuncional y basurera. Cuenta la leyenda ‘negra’ del filme de Damiano que la película surgió de apaños de blanqueo de dinero con respecto a la mafia más arraigada a la tradición ‘padrinesca’ (los productores fueron Lou Perry, Terry Levene y Phil Parisi) que sufragaron los gastos de ‘Deep Throat’ y negaron el sueldo a Damiano, que acabaría trabajando gratis. Estrenada en marzo de 1972 en un pequeño cine de Times Square con el consabido revuelo social y la inmediata acción de los sectores más conservadores y ñoños de la sociedad norteamericana. Aún así, los jóvenes de los Estados Unidos respondieron a la idea de Damiano y ante la curiosidad y el descubrimiento del género ‘Garganta Profunda’ llegaría a convertirse en una de las películas más vistas de aquel año, 1972, cosecha cinematográfica que dio al cine títulos como ‘El Padrino’, ‘Cabaret’ o ‘El candidato’.
En España, dominada siempre por la rusticidad más aplastante y por aquel entonces un fascismo absolutista con tintes nazis, ‘Garganta profunda’ se estrenó pasados ya los 80 y con un éxito fulgurante que le hizo rebasar con creces los 50 millones de pesetas de recaudación (toda una proeza hablando del género del que se habla). ‘Deep Troat’ queda, por tanto, como una de las películas de culto de todos los fastos de este noble arte que es el cine. No sólo por la libertad y tolerancia que lleva implícita entre líneas, sino por la maravillosa y noble labor de utopía artística (adyacente a la admirable idea del arte conceptual y loable del mítico Ed D. Wood Jr.) como es la de creer en lo que se hace y llevarlo hasta el último extremo, sin concesiones a la reprobación o circunscripción.
Linda Lovelace, la inolvidable diosa sexual
Es una de las musas del cine porno, una de esas mujeres que han marcado con su personalidad una era irrepetible dentro del género. Cansados muchas veces de tanta modelo que nos llevan a imaginar entelequias sexuales totalmente fantasiosas se echa de menos la era de las grandes inspiraciones, las chicas con gancho, arrebatadoras, como las auténticas y reverenciadas Marilyn Chambers, Georgina Spelvin y Terry Jones. De entre todas destaca la ‘X queen’ del momento, la mejor, la más cercana a cualquier humano, pero con la personalidad y carácter suficiente para pasar a la historia como la verdadera autócrata del género. Linda Lovelace era de aquellas chicas que un buen día se autoconfirió la etiqueta de rebelde para, cansada de la estúpida actitud social ante la insostenible situación de un país en ciernes, decidir llevar una vida liberal. Entre progre y cultureta, la Lovelave acudió al casting de Damiano sabiendo lo que hacía, convencida de autosuficiencia y sexualidad, con el sueño de ser actriz metido en la cabeza, esperando que, algún día, un productor de películas ‘serias’ le diera la oportunidad de ofrecer su talento al arte. Pero empezó por el porno. Cierto es que aquella chica de 21 años ya había tenido devaneos con el género, pero también lo era que la chica protagonizó algún que otro corto de marcado corte ‘serie B’.
Aunque durante el rodaje de ‘Deep Throat’ la Lovelace muestra una capacidad insuperable para las escenas dramáticas (es un decir, dentro de lo que cabe), la carrera posterior de esta pionera, de esta sencilla mujer de belleza arrebatadora, natural y sin necesidad de recurrir a un maquillaje espectacular para resultar hermosa, nunca fue lo que sus fans generacionales esperaban. Si bien ‘Garganta Profunda’ fue todo un éxito, las dos siguientes películas de ‘ambiente’ no fueron lo que se dice profusas en gloria. Ejemplos de esta vertiente de decadencia fueron títulos como ‘Las confesiones de Linda’, su interesante ‘Linda Lovelace for president’ o la autobiográfica ‘Ordeal’ que llevaría definitivamente a esta mujer al más rotundo fracaso.
La Lovelace acabaría desencantada de la vida, descubriendo lo que es en realidad el cine porno, otro método de prostitución que engloba una mafia de dinero e intereses y, paradojas de la vida, acabaría en una asociación ultra-católica en contra del sexo filmado dando una imagen que no queremos recordar. Lo que si es digno de mantener vivo en la memoria colectiva es el descaro y las habilidades que mostró en el clásico que nos ocupa en esta ocasión, ya que el dominio en escenas de salón y su magnificencia a la hora de mamar príapos (su heredera ha sido, hasta hace poco, la inigualable Jeanna Fine) hicieron de ella un mito que se ha engrandado con los años. Por aquella empresa de Damiano cobró tan sólo 1.200 dólares y dejó en el recuerdo una de las mejores sensaciones que se recuerden. Linda Lovelace es un icono, un mito, una reina que siempre permanecerá en el corazón de los aficionados.

lunes, 27 de octubre de 2008

Review 'Quemar después de leer (Burn after reading)'

Corrosivo retrato sobre la estupidez
Los hermanos Coen regresan a la comedia con su peculiar y mortífera visión de un ser humano actual absorbido por la idiotez, la ambición y la violencia en otra gran muestra de cine misantrópico que fagocita un estilo propio.
Si a principios de año, el cine de los hermanos Coen revivió el anhelado universo de referencias cinéfilas con ‘No es país para viejos’, filme que supuso su reconciliación con su estilo hiperreal y abruptamente complejo y la fertilidad compositiva de un ideal de cine que se iba echando de menos, ‘Quemar después de leer’ devuelve también el mejor cine de estos inquietos consanguíneos a las fronteras de la comedia que les caracteriza. Aquella que se muestra como exposición casi antropológica sobre la imbecilidad que anida en el hombre moderno, haciendo una crítica sardónica sobre la sociedad americana, donde, como viendo siendo habitual, se subraya la ambición, los miedos y la violencia. Es el regreso a su aplaudida misantropía. La vuelta a la gangrenosa perspectiva que tienen los hermanos Coen de Estados Unidos y sus defectos a través de los inconfundibles ‘losers’ sumidos en la mediocridad que aspiran a ocupar un estatus social o profesional mucho mayor que el que tienen.
‘Quemar después de leer’ se presenta como una comedia negra y coral, con personajes que chocan entre ellos por azar de un destino o bien por los desarreglos con la que actúan en sus diferentes y apáticas vidas. Un analista de la CIA es despedido por su adicción al alcohol. Su mujer le engaña con un agente del tesoro mujeriego y fracasado. Con ansias de venganza, decide verter sus conocimientos de la agencia secreta en unas memorias que acaban, por accidente, en manos de dos empleados del gimnasio Hardbodies. Comienza así un enredo de chantajes, extorsión, infidelidades y sucesos que van enrevesándose hacia una tragedia que resulta hilarante. Si en su anterior y ‘oscarizada’ película adaptaban la novela homónima de Cormac McCarthy, desarrollada en un contexto de rudeza extemporánea, situando esta áspera fábula en la Norteamérica rural, sucia y fronteriza, aquí la novela del almirante Stansfield Turner ‘Burn before reading: Presidents, CIA directors, and secret intelligence’ es una mera excusa para retratar la avaricia, la vanidad y la gilipollez de unos individuos obstinados, que no difieren al paradigma de los Coen, con la habilidad de vulnerar la cotidianidad y verse envueltos en una pesadilla de violencia e intereses ajenos donde el destino tiene la última palabra.
Como ya sucediera en películas como ‘Sangre Fácil’, ‘Fargo’, ‘El Gran Lebowski’ o la citada ‘No es país para viejos’, la narratividad que deviene de la causa y el efecto de las situaciones van enredando la madeja hasta límites insospechados, como suele ocurrir en casi todas las historias con el sello ‘Coen’. La cinta responde, en su inicio, a un género concreto, sin embargo, acaba por derivar hacia unos propósitos más caleidoscópicos que beben constantemente de la amalgama referencial, fagocitando sus propias costumbres, donde la superficie cómica difiere de los vastos parajes de su anterior obra, pero manteniendo una alusiva melancolía y pesimismo que domina sobre la puesta en escena con la ascética fotografía urbanita de Emmanuel Lubezki, que suplanta aquí al gran Roger Deakins, eterno colaborador de los Coen a lo largo de su filmografía.
Todo en ‘Quemar después de leer’ se utiliza como subterfugio de dobles intenciones; una comedia que acaba por proponer una película de espionaje e historias cruzadas de adulterios, un objeto aparentemente utltrasecreto que es manejado por gente de a pie como valiosa información y que no es más que un ‘McGuffin’ que no interesa a nadie (aquí, ni siquiera a los rusos) y que desencadena una serie de catastróficos incidentes y la imprevisibilidad de los acontecimientos, al igual que aquella alfombra meada en ‘El Gran Lebowski’. Los Coen manejan a la perfección los mecanismos narrativos. Saben inviertir las expectativas que genera la acción para transformarla, de comedia a ‘thriller’, de cinta coral a caricatura social donde reflejar las miserias de los fracasados irresponsables que representan la clase media alta norteamericana.
Además de la lógica cinefilia y la readaptación de los modelos clásicos, se sigue perpetuando un calculado engranaje de puntual precisión dentro del guión, donde juega un papel fundamental las simetrías y los contrastes, interconectando sátira y tragedia, dando como resultado todos los enfrentamientos y choques fortuitos de una frenética (a veces excesiva) comedia enloquecida. Llega un momento en que todo se vuelve arbitrario, complicándose de forma antiépica gracias a factores ocasionales y a las reacciones inesperadas de los personajes. De este modo, son ellos los que van urdiendo la esperpéntica trama, mediante su grotesca sordidez materialista. Por eso, desde ese relativismo licencioso, se resuelven de forma pragmática todo el trazado narrativo, por muy delirante y surreal que éste pueda parecer.
En ‘Quemar después de leer’ la idiotez parece transmitirse a todos los involucrados en la historia creando un sistema de equívocos, dejando en entredicho a la C.I.A., personificados en un agente y un alto cargo sumidos en la más profunda impericia, incapaces de investigar o reflexionar sobre los motivos que van hilvanando el enredo, riéndose, de paso, del miedo, de la conspiración y la paranoia que envuelve al pensamiento yanqui actualmente. Es, por tanto, ése enemigo invisible el responsable de tanta estupidez. ‘Quemar después de leer’ es una comedia en la que las suposiciones y las realidades no se corresponden, respondiendo a un guión que busca el absurdo con absoluta cognición de llegar a conclusiones mucho más preclaras de las que en un principio podrían darse. Los Coen sumen la función en el disparate y en la desmitificación de todos y cada uno de los elementos utilizados. El resultado es un ritmo constante y frenético, un ir y venir de acciones a cual más incoherente que produce una inagotable sensación de progresión.
En su nueva historia coral de enredos, tanta frivolidad, irracionalidad y delirio no podría alcanzar un altísimo nivel como el exhibido si no fuera por el mecanismo que sustenta todo el arsenal cómico, asentado en un reparto que, dentro del histrionismo, se luce con una capacidad interpretativa indiscutible; así John Malkovich se desmelena como vengativo analista de la CIA, George Clooney da una pátina de esplendor a un paranoico agente federal capaz de construir manualmente su gran secreto: una máquina de placer sexual casera. También la gélida frialdad de una extraordinaria Tilda Swinton o las reacciones de empanado del gran J.K. Simmons ante los argumentos de David Rasche. Pero la gran baza del mérito se la llevan tres actores muy diferentes entre sí; Frances McDorman sutiliza la candidez absurda de esa mujer obligada a la superficialidad que desea una operación de cirugía para atraer hombres, Brad Pitt, simbolizando con grandeza la simpleza estólida de un monitor de gimnasio adicto al chicle y al iPod, el único que se toma en serio la trama de espionaje, así como el veterano Richard Jenkins, dando vida a un profesor de gimnasio enamorado de su empleada que se ve salpicado por la mierda generada por un grupo de seres ignorantes que ocultan bajo su apariencia una estupidez que va más allá de la inocencia y se convierte en la mala hostia. Sería erróneo definir esta inclasificable película como un filme “menor” dentro de la carrera de los Coen, ya que ‘Quemar después de leer’, además de previsible ‘cult movie’ futura, es al enésima demostración de la magnificación de esa subversiva versatilidad que possen unos hermanos dispuestos a no dejar de sorprender.