miércoles, 6 de julio de 2005

Review 'War of the worlds'

Descompensada invasión alienígena
Steven Spielberg demuestra su gran logro del espectáculo como arte cinematográfico en un guión descompensado que desluce su prodigioso trabajo visual.
Poco parecen haber cambiado las cosas desde que en 1898 H.G. Wells escribiera ‘La guerra de los mundos’, una de las obras pioneras de la ciencia ficción moderna que escondía tras su narración naves espaciales y sus devastadores efectos futuristas, el mensaje de los peligros de la globalización y una organización de auxilio internacional cuando se dan desastres de siniestras proporciones una peculiar concepción del colonialismo de la época. Después de que Orson Welles sembrara el pánico el 31 de octubre de 1938 con su realista y amenazadora adaptación radiofónica y Byron Haskin se encargara de llevar la célebre novela a la gran pantalla en 1953, Steven Spielberg se ha encargado de revisar desde nuestra sociedad modernizada las claves que motivaron la escritura de esta obra maestra literaria.
En los tres casos, más allá de los subversivos planteamientos políticos que sobrellevan sus diferentes enfoques, los puntos comunes de la acción siguen conservando la esencia de sus propósitos, basados en ‘El origen de las especies’, de Charles Darwin y su significativa admonición acerca del hombre como simple animal que ha obtenido la supremacía terráquea por error y que su existencia no resultó más que otro accidente de una larga cadena. ‘La guerra de los mundos’, versión Spielberg, no olvida que la sociedad ha avanzado, pero no ha logrado transformarse en una colectividad igualitaria ni solidaria, sino todo lo contrario. La película, en su nueva y flamante versión contemporánea del clásico de Wells, sigue describiendo la extraordinaria batalla que se libra para salvar al género humano, ésta vez a través de los ojos de una familia estadounidense y su lucha por sobrevivir. Ray Ferrier (el omnipresente Tom Cruise) es un estibador de muelle de Nueva Jersey (homenaje a Welles), divorciado y defectivo padre que deberá salvaguardar su vida y la de sus hijos de los inesperados ataques alienígenas contra la Tierra tras una tormenta eléctrica que será el preludio a la aparición de unos gigantescos trípodes de origen desconocido que comienzan a sembrar la destrucción masiva por todo el mundo.
A medio camino entre el cine homenaje a los años 50 de ciencia ficción, el cine de anticipación y el género catastrofista, Spielberg brinda una de sus mejores demostraciones de pirotecnia, de dominio visual y portentosa exposición en su realismo narrativo con un enérgico, intenso y sobresaliente logro cinematográfico totalmente apabullante. Ya desde el comienzo de la película, el Rey Midas de Hollywood juega a demostrar hasta que punto llega su conocimiento del medio, su saber hacer como director de acción, como alquimista visual con sus planos imposibles de explicar de un modo teórico, no sólo en la presentación efímera de sus personajes (tan fulminante y prototípica que hará que su unidemensionalidad imposibilite un crecimiento interno de los mismos), sino en el apresuramiento por mostrar la fatalidad humana ante los extraterrestres.
Spielberg, en ese sentido, acomete la acción sin ningún tipo de tregua. Pasados diez minutos, el público intuye que se encuentra ante una desbordante acumulación de secuencias realistas dentro de la ilógica del espectáculo de efectos digitales, con encadenadas secuencias llenas de tensión, reciclando emociones y consiguiendo que el público se mantenga boquiabierto ante la aparición de los visitantes, su particular manifestación como promesa de trágico acontecimiento apocalíptico. Tormentas de luz, fortuitos cráteres, destrucción de iglesias y edificios y la aparición del clásico trípode espacial denotan el sentido del espectáculo de un Spielberg capaz de mostrar mejor que nadie que la tecnología extraterrestre es más avanzada que la disponible por la sociedad finisecular, haciendo que los imprevistos invitados eliminen el motor vital de la sociedad moderna como primer plan de conquista de nuestro mundo aniquilando la energía eléctrica.
Con un atractivo encandilamiento en su visión catastrófica donde el objetivo es imbuir al espectador en el miedo y peligro, de las emociones de inseguridad recurriendo a unas persecuciones que ponen la más alta tecnología al servicio de la narración (el plano secuencia en que Cruise conduce por la autopista y la cámara sortea todo lo que se cruza en su camino para volver al interior del vehículo escapa a toda lógica), sus escenas de destrucción y terror de multitudes, Spielberg deja claro su aventajada soberanía superándose a sí mismo en cada escena, más sorprendente e impactante que la anterior, con su habitual brillantez en la concesión de los objetivos de espectáculo con la obtención de la ansiedad, supervivencia y dramatismo que aúna en su primera mitad ‘La Guerra de los Mundos’. Por lo que atañe a los dispositivos psicológicos, el tono catastrofista en la disposición de los temores colectivos, la incertidumbre y la hiperbolizada ficción es intachable, desglosando a su vez la voluntad de hacer ver la poquedad del ser humano dentro del incógnito universo en el que pervive.
Pero cuando todo está dispuesto para una innecesaria evolución de los personajes, tan enquistados en la acción y huida de unos marcianos de los que apenas conocemos nada de ellos (salvo algunas pinceladas), llega esa velada reflexión sobre el miedo y la búsqueda de unos valores familiares perdidos. Precisamente, donde la cinta comienza a disminuir su interés. El relato está orquestado en torno a la familia y su consolidación como cristalización de un cimiento de seguridad, uno de los temas favoritos del director, tema que le permite narrar la historia desde una perspectiva que pretende no perder en ningún momento el carácter intimista sin por ello renunciar a la épica del espectáculo.
Un propósito conseguido a medias, ya que si bien es cierto que a través de los protagonistas se consigue una sensación de miedo y angustia más creíble y cercana, también lo es que el brío insuflado en su comienzo y desarrollo se pierde por completo en el mismo momento en que Ferrier y su hija Rachel (la pequeña actriz prodigio Dakota Fanning) entran en contacto con Ogilvy (Tim Robbins), un hombre desequilibrado debido a un inadecuado instinto de supervivencia que es erradicado por un hecho todavía más cruel, el que comete Ferrier para proteger su vida y la de su hija. Es un momento clave, ya que supone la esperada visualización de los aliens, pero llega a carecer de cualquier fascinación por la reiteración del funcionamiento de la intriga, muy mal llevada, importunando el buen cauce del filme derivando en secuencias posteriores sin ningún atractivo, tal vez por la celeridad con la que se rodó el final de la cinta. Spielberg se deja llevar por el efectismo, cubriendo con momentos sensoriales, musicales y emocionales lo que no puede obtener con este ínfimo tramo de la historia, disipando la grandeza que hasta entonces latía en el interior de la narración.
La inevitable aparición de los políticos y militares intentando hallar la forma de desarmar al inexpugnable invasor (ahora es Asia y no Europa la mejor aliada de USA), la latente alegoría de la amenaza terrorista y la paranoia colectiva de los yanquis tras el 11-S (las pistolas como símbolo de protección familiar) y un extraño decrecimiento del espacio geográfico hacen que, a pesar de ese tono gris e imperfecto donde el desabrigo está presente en cada arista de los planteamientos iniciales, con una temerosa nación tocada en su seguridad y una familia desunida con un contexto social donde el ascetismo parece amparar el individualismo por encima de la colectividad, la película se transforme en un producto inestable gracias a un indigesto fin de función cargado de moralismo, triunfalismo y pronóstico previsible.
Hay que agradecer al menos, el respeto que David Koepp y Josh Friedman han firmado en el desenlace de su muy desequilibrado guión, concluyendo el filme con una imposible alacridad antropológica, en la que los marcianos quedan aniquilados víctimas de los microorganismos, los seres más diminutos de nuestro planeta que demuestran la humildad de lo imperceptible ante una época dominada por el avance y progresión de la técnica, dejando que la humanidad, como reflexión derivada de Copérnico, pase de ser el centro de la creación a convertirse en un ínfimo componente del universo.
Aún así, Steven Spielberg relumbra con su imaginería el arte de la destrucción en pantalla, del cataclismo generado por el ordenador al servicio de la narración, confirmando que no hay quien le supere en la mezcla de la acción en torno a una amenaza de difícil superación humana con la concesión de escenas dramáticas y crudas (la niña observando un río que se va llenando de cadáveres y destrucción, el exterminio volatizado de los seres humanos en manos de los trípodes…), destacando la capacidad de eficacia en la parte interpretativa con un Cruise magnífico, con un Robbins ejemplar y, sobre todo, una Dakota Fanning que sobresale del resto del reparto en su intensificación de emociones y cambios de ánimo (impresionante a sus 11 años).
‘La Guerra de los Mundos’ es un gran espectáculo cinematográfico idóneo para un verano desguarnecido de títulos de interés, con unos objetivos de entretenimiento muy estudiados, con aspiraciones no conseguidas de cine inteligente en su genérica aspiración de ciencia ficción catastrófica y con su despliegue de efectos especiales al servicio de un argumento descompensado que deja, en definitiva, una de las muestras más fláccidas e inoperantes de la evolutiva progresión que había manifestado Spielberg en sus últimas y fantásticas películas.
Miguel Á. Refoyo © 2005

Hasta el próximo día 12, amigos

Amigos de Internet, camaradas del despropósito cibernáutico, imperecederos indagadores de pérdidas de tiempo en la red, de minúsculos áreas de entretenimiento en la apatía que supone vivir frente a un ordenador.
Me vuelvo a ir. Sí, otra vez. En esta ocasión serán cinco jornadas las que pasaréis, inevitablemente, sin un Abismo que empieza a amainar su fertilidad debido al extenuación acopiada hasta el momento, justo cuando está a punto de cumplir un año de existencia.
Los Movidens (mis amigos de la infancia desde que tenía cinco años) hemos preparado las maletas y estamos dispuestos a pasar estos días en Galicia, concretamente en el festival de música celta de Ortigueira, donde se produce una dipsomaníaca invasión folk del pueblo. En realidad, no deja de ser una burda excusa para pasar las vacaciones de acampada en Morouzos, hermoso paraje que verá de nuevo en primera línea nuestras barrabasadas etílicas, nuestras risas, historias y excesos de todo tipo.
Por ello, os dejo nuevamente para respirar aires nuevos y volver así con las pilas cargadas el próximo día 12 de julio, día en el que volveré a reencontrarme con este blog que cada día tiene menos visitas (todo sea dicho). Tal vez porque precisa también de este descanso. Tal vez porque la gente se empieza a cansar del Abismo y busca nuevas motivaciones bloggeras.
Un saludo, y hasta el día 12, amigos.
Y para que no me echéis mucho de menos, os dejo la esperada review de 'War of the worlds', de Steven Spielberg.

martes, 5 de julio de 2005

¿Embrujada o Entorzada?

La bebida, los brindis y la devoción por empinar el codo y alzar el brazo en un reiterativo brindis parece que era otro estímulo más en la ya clásica ‘Embrujada’, la serie de los 70 protagonizada por Elizabeth Montgomery dando vida a la inolvidable Samantha Stephens, la bruja más célebre de la historia de la televisión. Serie que tiene su inminente versión actualizada y cinematográfica a punto de estrenarse con los rostros de >Nicole Kidman y Will Ferrell como intérpretes principales.
Tal vez este subrepticio alcoholismo era el causante de que Samantha moviera la nariz de aquélla forma tan graciosa y de que Dick Cork (además de tener nombre de órgano) asumiera su condición de resignado marido con aquel inolvidable rostro de empanado soseras.
Todos los pelotazos de 'Embrujada' están minuciosamente detallados en Cocktail Hour.

'Femme Fatale', puro y genuino De Palma

Apasionante juego de manipulación
‘Femme Fatale’ inicia su preludio con las imágenes de un clásico del cine negro como es ‘Perdición’, de Billy Wilder, con Phyllis Dietrichson (Barbara Stanwyck) intentando matar a Walter Neff (Fred MacMurray) y tras esto, cayendo en sus brazos, un hecho que se puede interpretar como un signo de que la última cinta del maestro Brian de Palma hasta el momento (esperamos ansiosos su ‘Dalia Negra’) no sólo comienza proponiendo la historia de una mujer arpía que hará lo que sea por salirse con la suya y que manipulará a todo aquel que se ponga por delante sino que, además, se intuye que todo el argumento se va a mover en un doble juego.
‘Femme Fatale’ inicia su periplo con Laure Ash (Rebecca Romijn-Stamos), seductora y peligrosa mujer a punto de cometer un robo que utiliza a sus compañeros para quedarse con el botín: un valiosísimo collar de diamantes lucido durante el Festival de Cannes. Tomando una nueva identidad, Laure escapa con la carísima alhaja dejando su pasado en manos del destino. Siete años después, el paparazzo Nicholas Bardo (Antonio Banderas) vuelve a sacar a escena a Laure, que será perseguida por sus ex socios. Todo ello no es más que otro de los magníficos ‘McGuffins’ al más puro estilo Hitchcock que el cineasta utiliza para concertar un epigrama de suspense calculado por completo para obtener como resultado algo tan difícil como lo es el engaño. Para ello, el ojo narrativo de De Palma sigue constantemente a sus personajes de cerca, como condición ‘vouyerística’ propia de su cine, cerrando los movimientos para buscar así la cercanía y adhesión a los roles.
Para ello, el director juega a plantear rasgos equitativos al cine del gran maestro del suspense y de otros muchos ‘auteurs’ europeos, pero tomando a su vez como referencia muchos de los momentos de su propia filmografía: desde ese plano del robo de ‘Misión Imposible’, la duplicidad de aspecto de ‘Doble Cuerpo’ o ‘Vestida para matar’, la intensidad europeísta de ‘Fascinación’ o la utilización de la ‘split-screen’ de ‘Hermanas’. Todos ellos elementos narrativos y visuales que revelan el factor de dualidad tan buscado a lo largo de su obra y que está presente en la intención argumental y posterior desarrollo de una ensoñación un tanto tramposa (pero inocente y traslúcida) y en el ímpetu por centrarse en pequeños detalles, objetos determinados y en situaciones clave que confluirán en un desenlace que desglosa una buscada correspondencia análoga a todo lo que hemos visto. ‘Femme Fatale’ es así un cúmulo de situaciones en el que el desequilibrio argumental tiene su equivalente en un final sorpresa que De Palma ha sabido desplegar en toda su filmografía.
La persistente insistencia de la suplantación de personalidad como medio de escape es explotada aquí para hacer que esta confusión provoque una reflexión sobre el azar y el destino de un personaje que nace y muere, que manipula y controla el destino de todos y cada uno de los personajes que aparecen en el filme. De ahí que muchos de los contextos inverosímiles e imprecisos diálogos estén resueltos con secuencias de sexo, colmadas de un erotismo subconsciente que De Palma resuelve con inspirada perspectiva hacia el deseo, la tentación y el acto. En esa extraña combinación de realidad y ficción, los pequeños elementos que producen los golpes de efecto de la trama, ésos instantes que se repiten y que descolocan al espectador, no son más que un ingenuo juego de despiste que el director esgrime en pos de un epílogo que aún siendo tramposo y manierista da como consecuencia un producto muy personal sin los complejos y prejuicios ‘hitchcockianos’ de su cine, empero la música de Ryuichi Sakamoto conmemore el espíritu de Bernard Herrmann.
A pesar de una subvertida frialdad ambiental adaptada a un Paris en exceso europeo y sofisticado, necesario como precepto característico de la gélida y hermosa Rebecca Romjin-Stamos , De Palma vuelve a recurrir a mecanismos imprescindibles en la obra de este incomprendido genio del cine. Por eso no es casual que tanto el Romjin-Stamos como Banderas (ambos magníficos en sus papeles) adopten el objetivo de una cámara de fotos como instrumento metafórico de su deseo sexual e indiscreta tendencia a mirar. ‘Femme Fatale’ puede verse como una película sobre el ‘vouyerismo’, pero también sobre lo que se ve y parece ser visto, sobre la mirada de los personajes y lo que el espectador parece ver pero no está viendo.
Un juego de ardides en los que no solamente caen los caracteres que rodean a esta peligrosa mujer, sino a los que sucumbe el propio público. Elementos subversivos que dan claves pistas extemporáneas, como la camisa llena de sangre del líder del robo, la detención del tiempo durante gran parte del metraje (percibida en los relojes) o la acción futura de los acontecimientos son parte de la utilización a la que somete la ‘femme fatale’ del título a todos y cada uno de los personajes que le rodean, pero también al propio espectador, ya que toda la película es una gran puesta en escena creada para una de las mejores manipulaciones cinematográficas y argumentales del último cine actual.
‘Femme Fatale’ es por tanto un juego de apariencias, donde el destino confunde ficción y realidad onírica en una cinta que supone un sorprendente ejercicio de estilo y artesanía llevados a cabo por un director que con esta fantástica cinta dejó de ser (aunque nunca lo fuera) el copista de Hitchcock para convertirse en uno de los últimos clásicos del cine contemporáneo.

lunes, 4 de julio de 2005

Hoy es el día de la independencia yanqui

God bless America!

Palabra de Leonard

Reglas de Elmore Leonard sobre la escritura
Las siguientes reglas las postuló el gran Elmore Leonard en una entrevista concedida al New York Times. De ellas, extraemos algunos de los trucos que utiliza uno de los escritores más prolíficos e interesantes de la literatura moderna.
1. Nunca empieces un libro hablando del clima.
Si sólo te sirve para crear atmósfera y no es una reacción del personaje al clima, no debes usarlo demasiado. El lector buscará las reacciones del personaje. Hay algunas excepciones, claro. Si te llamas Barry Lopez y conoces más maneras de describir el hielo y la nieve que un esquimal, puedes hablar del clima tanto como te de la gana.
2.Evita los prólogos.
Pueden resultar molestos, especialmente un prólogo después de una introducción que viene antes de la dedicatoria. Pero en no ficción son muy habituales. En una novela, el prólogo cuenta los antecedentes de la historia, pero no hace falta contarlos al principio, puedes ponerlos donde quieras.
Siempre hay excepciones, claro. 'Dulce jueves' de John Steinbeck tiene prólogo, pero me parece bien porque es un personaje del libro que deja claras las reglas, que nos explica como le gusta que le cuenten las cosas. Lo que hace Steinbeck en 'Dulce jueves' fue titular los capítulos a modo de indicación, aunque algo oscura, de lo que tratan. Hay dos capítulos que llega a titularlos “hooptedoodle” (palabrería) en los que avisa al lector: “Aquí haré vuelos espectaculares con mi escritura, y no se entremezclará con la historia. Sáltatelos si quieres”.
'Dulce jueves' se publicó en 1954, cuando yo empezaba a publicar, y nunca olvidaré el prólogo. ¿Me leí los capítulos hooptedoodle? Cada palabra.
3. No uses más que “dijo” en el diálogo.
La frase, en el diálogo, pertenece al personaje. El verbo viene a ser el escritor husmeando donde no debería. El verbo “decir” es bastante menos intruso que “gruñir”, “exclamar”, “preguntar”, “interrogar”... Cierta vez leí un “ella aseveró” al final de una frase de un personaje de Mary McCarthy y tuve que parar de leer para buscarlo el diccionario.
4. Nunca uses un adverbio para modificar el verbo “decir”
Usar un adverbio de esta manera (o de casi cualquier manera) es un pecado mortal. El escritor se expone a interrumpir el ritmo de intercambio cuando usa este tipo de palabras. Un personaje cuenta en uno de mis libros cómo solía escribir sus romances históricos “llenos de violaciones y adverbios”.
5. Controla los signos de exclamación.
Se permiten alrededor de dos o tres exclamaciones por cada 100.000 palabras en prosa. Si tienes el don de Tom Wolfe con ellos, puedes usarlos profusamente.
6. Nunca uses palabras como “de repente” o “de pronto”.
Esta regla no requiere ninguna explicación. Me he dado cuenta de que los escritores que usan exclamaciones como “de repente” suelen tener menos control sobre sus signos de exclamación.
7. Usa términos dialectales muy de vez en cuando.
Si empiezas a llenar la página de diálogo ininteligible, no podrás parar. Un buen ejemplo sería Annie Proulx, que es capaz de captar muy bien el sabor del habla de Wyoming.
8. Evita las descripciones demasiado detalladas de los personajes.
Steinbeck lo hacía. Pero en 'Colinas como elefantes blancos' Hemingway por ejemplo, usa una única descripción para el personaje de la mujer que acompaña al americano: “Se quitó el sombrero y lo dejó en la mesa”. Es la única referencia física en la historia, pero aún y así vemos a la pareja y sabemos de ellos por su tono de voz... sin adverbios que los acompañen.
9. No entres en demasiados detalles al describir lugares y cosas.
Si no eres Margaret Atwood, que pinta escenas con el lenguaje o no puedes describir el paisaje como lo hace Jim Harrison, no lo hagas. Incluso si estás dotado para las descripciones, ten en cuenta que el meollo de la historia debe ser la acción, no la descripción.
10. Trata de eliminar todo aquello que el lector tiende a saltarse.
Esta regla se me ocurrió en 1983. Piensa en lo que te saltas cuando lees una novela: largos párrafos de prosa con demasiadas palabras. ¿Qué está haciendo el escritor? Hablar del tiempo, o ha entrado en la mente del personaje y el lector o bien sabe qué es lo que piensa el personaje, o bien no le importa. Me apuesto lo que sea a que no te saltas el diálogo.Mi regla más importante es una que las engloba a las diez. Si suena como lenguaje escrito, lo vuelvo a escribir.Si la gramática se inmiscuye en la historia, la abandono. No puedo permitir que lo que aprendí en clase de redacción altere el sonido y el ritmo de la narración. Es mi intento de permanecer invisible, no distraer al lector de lo que es escritura obvia (Joseph Conrad habló una vez de las palabras que se inmiscuyen en lo que quieres contar). Si escribo una escena, siempre desde el punto de vista de un personaje (el que me da la mejor visión de la vida en esa escena en particular) puedo concentrarme en las voces de los personajes contando quienes son y cómo se sienten, qué ven y qué sucede. Así es como desaparezco de la escena.
Elmore Leonard.

domingo, 3 de julio de 2005

David Fincher: Spots Publicitarios (VIII)

David Fincher realizó en 1993 el spot de la cerveza Budweiser ‘Pool Hall’ con la productora AT&T.
Sacado del hábitat concurrido por muchos Eddie Felson amantes de la diversión solaz que promueve un salón de billar, los amigos, las apuestas y, cómo no, una buena cerveza fría. Son los elementos utilizados como refrendados recursos de este anuncio donde la pregunta final queda clara: ¿Ginger or Marianne?

Max Payne al cine

Hace mucho que no me engancho a un videojuego. La razón puede ser que no tengo una Playstation 2, motivo suficiente que demuestra mi desapego por el esparcimiento tecnológico de última generación. La otra viene dada por mi selecta exigencia cuando se trata de perder mi tiempo de ocio.
Uno de los juegos que ha suscitado mi entrega y entusiasmo en los últimos años (además de esa joya llamada ‘Mafia’) ha sido ‘Max Payne’ –y secuela-, un perfecto ejemplo de juego de calidad que reúne como peana una imposible mixtura de divertimento, progresión narrativa en su historia oscura a modo de ‘thriller’, un acabado envidiable lleno de efectos especiales, la noche y su simbología como entorno metafísico y el espíritu de insurrección que lo ha convertido en uno de los mejores juegos de los últimos años.
Con esto, no era difícil vislumbrar que la adaptación cinematográfica de ‘Max Payne’ se convertiría en un hecho en un margen de tiempo limitado. La Fox ya tiene los derechos del juego para llevar a la gran pantalla una de las historias más desasosegantes que uno pueda ver en el cine. Eso sí, si la adaptan bien, claro está. Max Payne es un policía con problemas de amnesia que se ve inmerso en un homicidio del que a priori parece inocente. Un hombre entre la espada y la pared capaz de resolver el problema del tráfico de una droga mortal y descubrir, con estupefacción, una verdad para la que no está preparado.
Habrá que esperar si las ingentes dosis de violencia se mantendrán en su versión cinematográfica y si respetarán el tramo final en el que Payne exhuma el terrible secreto de sus vacíos mentales.

sábado, 2 de julio de 2005

Jet Li, indiscutible héroe de las artes marciales

El rey del ‘Wu Shu’, carisma de una inquietante mirada
El pequeño Jet Li se ha convertido en un dinamitador del género de las artes marciales que ha logrado hacerse un hueco en el cine occidental como héroe de acción.
Desde que diera a presentar en Occidente con la cuarta entrega de ‘Arma Letal’ y tuviera su oportunidad como protagonista absoluto, auspiciado por Luc Besson, en ‘El beso del dragón’, de Chris Naoh, autoconsciente de una asumida faceta de ‘nuevo rey de las artes marciales’, Jet Li pasó de ser un desconocido en la pantalla internacional a ser un auténtico fenómeno del cin de género, donde su nombre empieza a ser un reclamo a la hora de acudir en tropel a ver sus filmes heroicos, acrobáticos y castrenses. Jet Li ha pasado a ocupar el trono que comparte desde este momento con el inigualableJackie Chan. Este pequeño malabarista de los golpes y la espectacularidad de la lucha marcial es uno de los artistas de artes marciales más prestigiosos y populares del actual panorama internacional del cine de acción.
El Wu Shu, técnica de la que Li es el legítimo artista y emperador, es el nombre con el que se designa a la descripción del arte interpretativo desarrollado por las autoridades de Mainland a partir de la ópera de Pekín, la gimnasia y las artes bélicas tradicionales chinas. Jet Li lleva años siendo el gran mito de esta técnica como genial malabarista de las patadas y los giros imposibles, siendo el dómine de esta compleja técnica desde que tenía tan sólo 7 años, tras una visita a la Academia de Wu Shu en Pekín, ciudad donde desarrollaría sus impresionantes actitudes dentro de una sistema de entrenamiento tan duro como lo es el chino. Y la historia de su vida dejó para la galería la leyenda de este inquieto luchador. A los once años ya era un prodigio insuperable de esta categoría marcial. Con esta corta edad ya tenía colgadas en su habitación 5 medallas de oro del campeonato nacional de Wu Shu. Cansado de ser el número uno en la disciplina, con 17 años se convirtió en el entrenador nacional más joven de todos los tiempos. El deporte como búsqueda de la verdadera esencia de esta modalidad fue abandonado cuando en 1980 recibe una propuesta de una productora de cine que ve en él al nuevo héroe de las cintas de lucha niponas.
Lanzado como el nuevo Bruce Lee, Jet Li protagonizó ‘Shaolin Temple’. El éxito de esta cinta convirtió a Li en el nuevo requerimiento del público. Su fama se desborda en China con su contratación para la superproducción ‘Erase una vez en China’, la catapulta perfecta internacional ya no sólo de Li a niveles de circuitos de culto, sino para la vigorización de su nombre de manos del que es uno de los mejores cineastas de acción del mundo: el prolífico Tsui Hark. Tras encarnar en tres entregas al mítico personaje del héroe chino de Wong Fei-Hung y protagonizar la fabulosa ‘The Swordman 2’, la nueva estrella china Jet Li funda su propia productora cinematográfica, con la que consigue afianzarse como una superestrella del género y conseguir para sus arcas lucrativos y espectaculares éxitos como la saga de ‘La leyenda de Fong Sai Yuk’, la explosiva y dinámica ‘The Tai Chi Master’ o ‘El guardaespalas de Beijing’, donde Li despliega su portentosa capacidad de hacer posible lo inimaginable.
A partir de este rotundo éxito Li se independizó y comenzó a trabajar en proyectos propios, coproducidos por él mismo, al tiempo que procuraba su proyección internacional. El cine protagonizado por Li cuenta con grandes dosis de acción desenfrenada, donde las imprevisibles y terribles actitudes de este verdadero coreógrafo de los movimientos imposibles y las patadas grandiosas son el gran atractivo de unas películas nada pretenciosas y que ofrecen al espectador lo que se busca. Además, su mirada fría e inquietante le ha convertido en uno de los referentes a la hora de recrear personajes oscuros, enigmáticos, algo asexuados, con muy mala hostia, de los que casi no se sabe nada e intimidan, resultando mortífero para sus enemigos.
Una de sus mejores obras es ‘Fist of legend’, cinta de culto que tiene un sorprendente guión que aúna, con gran inteligencia y acierto, un inolvidable enfrentamiento que no se queda simplemente en lo físico, sino también en lo político. La acción se sitúa en la época de los avances japoneses sobre China, pero Li se resiste a caracterizar la situación en términos obvios, es decir, japoneses malos y chinos buenos. En ‘Fist of Legend’ Li entronca su técnica con la del legendario Bruce Lee, cuyas técnicas de combate tampoco suscribían a una única escuela o tradición, sino que se basaban en la idea de practicar una estrategia dinámica, flexible, para proporcionar la adaptación al adversario.
Una de las proclamas de los filmes de Li es una abrumante búsqueda de que cada situación sea más compleja que la anterior, cada antagonista es más peligroso, hasta que llega la batalla decisiva y esta se despliega siempre con recursos que superan todo lo que acaba de verse. Otra de las concepciones de sus personajes es una profunda castidad a la hora de perfilar sexualmente sus héroes. Los personajes a los que da vida Li no tienen el más mínimo interés en mantener contactos con mujeres más allá de su rescate o salvaguarda.
Sus roles suelen ser titanes indestructibles, capaces de lo inverosímil, pero a su vez, alejados de cualquier interés por la bella fémina que le acompañe en su arriesgada misión. En sus producciones norteamericanas o con claro destino comercial dentro de Occidente, Jet Li protagonizó ‘Arma letal 4’, en el que interpretaba a Wah Sing Ku, un misterioso e inquietante chino aficionado a sus cuentas de un rosario muy especial, un cabrón vengativo que se consolidó como el más carismático de los villanos de la maravillosa saga de Richard Donner (una de mis absurdas debilidades iconográficas).
‘Romeo debe morir’ fue la consolidación del nombre de Li en la frontera comercial norteamericana. Una cinta junto la actriz afroamericana fallecida en un accidente de avión Alayah, en la que, a pesar de tener varias escenas juntos, sólo se compenetraban en las secuencias que intentó filmar, sin mucha suerte, Andrew Bartkowiak. Aún así, quedó claro que Jet Li podía y debía tener su propio hueco en el cine de acción americano. Y su perseverante carrera comercial ha ido en aumento; ‘El beso del Dragón’, ‘The One’, ‘Cradle 2 the Grave’, ‘Rise to Honor’ y su regreso por la puerta grande al cine oriental con ‘Hero’, de Zhang Yimou han demostrado la capacidad de Li como reclamo, siempre encasillado en su rol de temerario luchador sin límites físico, pero eficaz en su cometido taquillero. Jet Li parece haber asumido su condición de antigalán, de rey de las artes marciales y ha logrado a constatar que esos inexistentes romances en pantalla sean otro acierto respetable, como lo es su obra y carrera como actor.
Desprovisto de cualquier guiño, ironía o comicidad (elemento que representa el cine de Jackie Chan), las películas de Jet Li engloban una seriedad académica que ha ido perdiendo con su salto a la colosal industria hollywoodiense y que queda patente en la muy irregular ‘Danny the Dog’. Quizá por haber nacido en China continental, Jet Li mantiene una cierta distancia con respecto a otros cofrades marciales que han tenido éxito tanto en Oriente como entre nosotros. Mientras Jackie Chan tiene claro que su modelo y su objetivo es el cine norteamericano, las películas de Jet Li tienen una relación con la madre patria mucho más intensa que la que puede verse en la mayor parte de las películas orientales, aunque también estén hechas allí. Quizá sea a causa de cierto perfil obstinadamente nacionalista, como el que supo tener Bruce Lee, o por carecer de los conflictos de pertenencia cultural que evidencian muchos creadores de Hong Kong.
Por la razón que sea, en todo caso, sus películas no sólo constituyen óptimos ejemplos del mejor cine de acción del mundo, sino que además contienen una mirada distinta sobre la fascinante cultura que las produce.

viernes, 1 de julio de 2005

Conclave obscurum: tenebrosa página

Si Edgar Allan Poe hubiera tenido conocimientos de flash aplicados a una página web, probablemente habría creado Conclave Obscurum, una oscura e inquietante url que contiene un extraño espíritu imperecedero y romántico, de tintes tenebrosos, erigida al tenue albor de una noche de tormenta, en un diseño impregnado de un envolvente sentimiento de perversidad.
Esta pequeña obra de arte pertenece a Art Lebeved Studio, empresa de diseño de webs parece entender que la inspiración se da bajo el rigor del análisis visual, entendido como el desarrollo que emerge del desbordamiento de la imaginación artística.
Apasionante link.