jueves, 17 de febrero de 2005

Review 'Million dollar baby'

El riesgo de vivir un sueño
Clint Eastwood propone una valiente, inquebrantable y enternecedora obra maestra que establece lo mejor del clasicismo cimentado en una sencillez y una pureza exultantes.
Parecía difícil que tras ‘Mystic River’, sombría y pesimista obra de sólidos pilares acerca de la más cruel y oscura naturaleza del ser humano y la violencia de la sociedad americana actual, Clint Eastwood volviera a arriesgar tanto en su nueva propuesta. Sólo un cineasta como él, consolidado como uno de los últimos clásicos del cine moderno, era capaz de atravesar el umbral dramático de la dureza y destemplanza que había situado con su anterior filme para explorar la amistad, el dolor y la muerte en un ámbito honesto y real con la propia condición humana como es su nuevo trabajo.
Eastwood lleva décadas componiendo con sus inmejorables cintas los capítulos de la gran tragedia americana, de lo doloroso de aquellos personajes a los que el cine de su país no dedica una sola mirada, ‘outsiders’ en continuo conflicto con los valores que le rodean. Y ‘Million DollarBaby’, no iba a ser una excepción. La emotiva historia presenta a Frankie Dunn, un preparador de boxeadores víctima de algunas decisiones vitales que le han convertido en un ser resentido y triste, debido a la pérdida de contacto de una hija que le desprecia hace tiempo. En su gimnasio, los únicos vínculos humanos que mantiene son un prometedor púgil que está a punto de dejarle para fichar con un gran manager y Eddie ‘Scrap’, un ex boxeador malogrado por la pérdida de un ojo que cuida y mantiene el recinto. En su vida irrumpirá Maggie Fitzgerald, una joven e inculta camarera dispuesta, pese al inicial desprecio de Frankie, a alcanzar su único sueño de lograr pelear por un título. Algo que Frankie nunca consiguió como entrenador.
Pero, al contrario de lo que pueda pensarse, ‘Million Dollar baby’ no es un filme centrado en el boxeo (muchos quieren compararla con los paradigmáticos clásicos de Rossen, Mark Robson, Robert Wise o John Huston), al igual que ‘Sin perdón’ no era un western. Ambos géneros (en este caso subgénero) son simples pretextos para ahondar en algo mucho más profundo, en aristas vitales, errores o estigmas pretéritos que endurecen toda una vida. Si en su ‘oscarizado’ western se adentraba en complejas cuestiones morales y sociales como la redención, el valor de la vida y la venganza, en su nueva y magistral película, Eastwood escarba en los sueños de la vida y los riesgos que se deben tomar para lograrlos, a modo de inigualable introversión sobre la muerte en un mundo de desarraigados unidos por imperfecciones y defectos comunes, donde la deuda de las ilusiones supera las frustraciones vitales en un entorno de fortaleza mental, representado en un cuadrilátero que delimita la vida de unos seres que solventan en él gloria y sufrimiento.
El contexto pugilístico sirve perfectamente para utilizar sus criterios, reglas, germanía y combates para metaforizar así la soledad humana, el amor, el dolor y la culpa de unos antihéroes clandestinos, fuera del contexto social cotidiano, pero que existen en el mundo real, persiguiendo sueños que se saben imposibles. Una atípica historia de superación sobre perdedores que se resisten a ser considerados como basura y que, con mucho sacrificio, muestran el triunfo humano en lo que para muchos es una vida de fracaso.
Apoyado en guión equilibrado y sobrio, Paul Haggis adapta un relato corto de Jerry Boyd (más conocido como F.X. Toole) que Eastwood aprovecha para ofrecer un recital de clasicismo, acomodando en este género utilizado como simple excusa para adentrarse en lo que de verdad el importa, en las tinieblas más oscuras y políticamente incorrectas de un drama universal como es el desamparo emocional, ejerciendo de cronista del ocaso y consagrando un estudio psicológico donde las decisiones trascendentes nunca fueron tan significativas para el destino de unos personajes que poseen la nobleza, integridad y constancia como único modo de vida. Y es ahí donde encuentra su armazón espiritual, en aquellas resoluciones que cambian la existencia. Ya en su primera secuencia podemos observar cómo Frankie no escapa al hecho de asumir riesgos, pero siempre desde la protección, haciendo que su mejor púgil salga al ring con el ojo destrozado aconsejándole que se deje golpear una sola vez para obstruir la herida. Un golpe más y tendrá difíciles consecuencias. Para Frankie asumir riesgos se ha convertido en un suplicio desde que su mejor amigo perdiera un ojo por no tirar la toalla a tiempo.
De este modo, se ha convertido en un ser huraño, poco comunicativo, derrotado y aislado en su incurable soledad que se ha propagado debido a la indiferencia de una hija que no le habla ni quiere saber nada de él. Posiblemente, por algo que el propio Frank hiciera en el pasado. Algo terrible, porque todas las cartas que ha enviado a lo largo de los años le han sido devueltas sin abrir (siempre con el membrete de “devolver al remitente”). Sin adoctrinar ni dramatizar, el dolor de Frankie se aprecia en su ajado rostro, por una punición incurable que no encuentra ninguna moralizante recompensa. Lo único que le queda es su modesto gimnasio, la lectura de Yeats y su autodidacta forma de aprender gaélico. El único contacto fuera del boxeo lo tiene con un pobre y paciente cura al que putea con preguntas bíblicas de enigmático esclarecimiento.
La aparición de Maggie va a cambiar su vida. Esta inculta y obstinada chica economiza y reserva todo su dinero para entrenarse y progresar como boxeadora, trabajando para ello como camarera y subsistiendo de las propinas y de las sobras de sus clientes. Una actitud que convencerá al viejo Frankie de que la ilusión y la ambición todavía pueden devolverle la esperanza de seguir entrenando a un nivel de primera. Dos mundos que chocan, pero que acabarán complementando sus carencias, compartiendo un espíritu en común y descubriendo el sentido de familia que habían perdido tiempo atrás.
‘Million Dollar Baby’ enuncia la determinación de una mujer por conseguir un reto que encuentra a la única persona que, no queriendo saber nada de ella y despreciando su empeño, acaba por darlo todo por esta luchadora en todos los sentidos de la vida en un poderoso y brutal acto de amor. Frankie pasará a simbolizar al amado padre que Maggie perdió siendo niña y el veterano entrenador encontrará una segunda oportunidad para exorcizar la herida emocional que tanto daño le está haciendo.
Clint Eastwood aborda lo arduo de la situación con una comprometida simplicidad del cine clásico que, en manos del director, consigue la sobriedad del más que difícil ejercicio de denotar lo profundo a través de lo sencillo, en una frontera realista en la que no existe la poética ni el lirismo y donde nada está embellecido, filmado con una elegancia y moderación que sólo puede darse desde la experiencia vital de quién ha vivido y sabe lo que es la vida, especulativo con todas las respuestas vitales que ofrece este maravilloso drama. Un ejercicio epistolar, donde su tenebroso realismo se alimenta del inescrutable dolor y sosegante serenidad que subliman unas imágenes cuyo ritmo parece contenerse en cada fotograma, haciéndolo progresar la historia silenciosamente, hacia una desgarradora tragedia.
Eastwood huye en todo momento de la artificialidad auspiciado en su autoridad narrativa e inspiración artística, con un virtuoso tratamiento de las emociones y situaciones, dotando a los personajes de voz propia, retratándolos sin evadir sus miedos, sus defectos o vestigios sentimentales, pero dejando espacio para la ironía y la sonrisa, capaz de pasar, en un solo cambio de plano, de la tragedia al toque de humor sin que se debilite el fondo de la película en la enésima lección de progresión dramática. Si algo destaca en ‘Million DollarBaby’ es la facilidad con la que el espectador se identifica con los personajes, con su situación y sus miserias, encaminados a una dolorosa resolución humana, a un imperecedero descenso a los infiernos morales más profundos que se puedan dar en esta vida. En este sentido, la película de Eastwood es una de las experiencias emocionales más intensas, dolorosas y asfixiantes que se hayan podido contemplar en una pantalla en la última década.
Eastwood, rehusando cualquier canon establecido, la impugnación de la moral y la fe hegemónica y sin coartadas esteticistas en lo más doloroso de una forma directa, asume una de las historias de amor paternofiliales más emotivas que se hayan visto en mucho tiempo. Un drama que, a pesar del desasosiego que llega a provocar, nunca cae en el sentimentalismo fácil, ni mucho menos en el maniqueísmo, mirando a sus personajes a un nivel humano cuando ejecutan sus actos o toman esas trascendentales decisiones. Una cinta de una belleza imponderable, reflejada en varias secuencias de dejan ver el calado de integridad de los caracteres y de Eastwood como director, simbolizado, por ejemplo, en el plano en que Maggie, después de ganar un importante título, recuerda lo único que la hizo feliz cuando observa a través de la ventana del coche a una niña que le sonríe, mientras, simbólicamente, Frank limpia los cristales del coche, que no son más que las lágrimas de la joven.
O el trato que se le da desde su guión al humanizado y comprensivo cura, el padre Horvak (Brian O'Byrne), de una forma positiva y amparadora del dolor, algo inusual en una sociedad moderna apóstata y peyorativa con la Iglesia. Otra lección de ‘Million Dollarbaby’, que no juzga una creencia sino a las personas. Incluso ahí, la película de Eastwood se muestra como una visión retroactiva a los mejores clásicos del cine. Todo funciona como un engranaje de insuperable magnificencia; el determinante claroscuro cinematográfico de la espléndida fotografía de Tom Stern (que comienza con el logo de la Warner en blanco y negro), los largos silencios, el lenguaje corporal de los actores (magnífico aquel plano en que Hillary Swank ensaya el juego de piernas mientras sirve como camarera), la utilización más que sutil y al mismo tiempo poderosa de la ‘Voz en off’, la dirección de producción austera y emocional de Henry Bumstead, hasta llegar a los acordes de guitarra y piano que el propio Eastwood ha compuesto para la ocasión.
Tal vez lo único innecesario sea esa prolongada subtrama que tiene como protagonista a la despreciable familia de Maggie, egoísta y estereotipada, que pesa en algún momento sobre un guión férreo, de construcción milimétrica. Una imprevisión que se encubre bajo las miradas cómplices de Frankie y Maggie, la admonición de ‘Scrap’ a favor de ese entrañable personaje retrasado llamado “Peligro” y el sentimiento de culpa que pesa sobre cada uno de estos pobres sufridores multiplican la dramaturgia con sus derrotas personales y albergan la esperanza de las segundas oportunidades.
En el apartado de reparto, Morgan Freeman aporta su habitual pátina de sabiduría interpretativa en un papel que por fin se corresponde a una altura actoral como la suya. Por su parte, Hilary Swank, apuntala con una inabordable solidez el alma de la película, acreditando una sublime miscelánea de fisicidad e interpretación que merece todos los elogios del mundo, increíble en su fusión de rudeza palurda y candidez inocente. Pero es Clint Eastwood quien merece una mención aparte, ya que en este terreno en el que empezó y se convirtió en estrella, es donde jamás estuvo tan estupendo, mostrando su parte más humana en un elogio a la vulnerabilidad, a la emoción contenida. Sin duda alguna, Eastwood ha creado la mejor interpretación de su carrera.
‘Million Dollar Baby’ acoge el existencialismo tratándolo con ecuanimidad el amor y de dolor, la compasión y el horror, hasta llegar al momento cumbre de solidaridad y despedida. Una de las películas más personales, heterodoxas y arriesgadas que han surgido durante la última década en Hollywood. Muchos la califican de obra maestra. Y no están muy lejos de acertar en sus muchos y merecidos ponderativos.
Miguel Á. Refoyo © 2005

La Primera de la Tercera Década

Pues esta mañana me he levantado con un año más. Acabo de entrar en la treintena. Tres décadas. 10.950 días -restando los días correspondientes a los años bisiestos (ni por calcularlos)-. La verdad es que esto de cumplir años siempre es lo mismo. Ahora cada vez que pasa un año no significa que menos para pasártelo bien. Hoy en día, cuando uno se mira al espejo advierte a un individuo cada vez más gordo, con más barba, más calvo y más flemático. El otro día, sin ir más lejos, descubrí horrorizado que me había salido un pelo en la oreja ¿Qué coño significa esto ¿Pertenezco a algún macabro episodio de ‘En los límites de la realidad’? Me veo en breve jugando una partida de 'chinchón' con un grupete de abueletes aficionados a los toros.
Treinta años después de haber visto la luz, aquí estoy, delante de una pantalla escribiendo para quién sabe quién. Hablando conmigo mismo sobre qué escribir en esta demencial jornada. Un episodio más en este Abismo, otro día de indolencia y resignación vegetando en esta ridícula ‘sitcom’ de humor negro en que se ha transformado mi vida. Con tres décadas a mis espaldas lo lógico sería hacer un balance o un postulado, en este caso inverso. He llegado a un momento en el que me encuentro internamente estigmatizado, sin nada residual ni ímpetu vital. Por fortuna nunca me he dejado llevar por absurdos traumas y algún día de estos me propondré salir de esta espiral de apatía que me circunda diariamente las ganas de reconciliarme con el mundo. Leeré a L. Ron Hubbard a ver qué aconseja.
Y es que los cumpleaños ya no son lo mismo. Cuando eras un crío llevabas unos cuantos Sugus al colegio y todos te cantaban el cumpleaños feliz. Te hacían sentir especial; te consentían meter un gol en el recreo, la chica que te gustaba te sonreía, tu madre te hacía tu comida favorita, te regalaban ridículos pijamas de osos y alguna que otra novela de Dan Simmons o Dean Koontz. Vale, siempre estaba el típico hijo de puta que te tiraba de las orejas el número de veces que años cumplías o las postales ‘divertidas’ propensas a la arcada. Ahora no. La gente que se acuerda queda bien felicitándote con total autosatisfacción y las gracias agradeciendo el gesto (pero por dentro piensas “regálame algo, cabrón” –el materialismo es a lo que arrastra-). Una letanía centenaria. Sin embargo, yo creo que a todo el mundo, el cumpleaños, llega un momento en que le da lo mismo.
Estaría bien que alguien llegara el día de tu cumpleaños con un ‘cheque-regalo’ a la puerta de tu casa, felicitándote y entregándote 5.000 euros, por ejemplo. Eso estaría bien. Qué digo bien. Sería la hostia. O que una confitería de prestigio te enviara una tarta enorme de chocolate de la que saliera, por ejemplo Kyla Cole, lujuriosa y escandalosamente inmoral, con una copa de champán dispuesta a brindar por la conmemoración haciendo del día un ‘Cumpleaños especial y sexual’ que evocaras por siempre jamás (sí, vale, ya no sé qué excusas inventar para colocar una foto de una escultural señorita mostrando una vistosa y sexual complexión desnuda). Ahora recuerdo de qué forma tan sensual le cantó la epicúrea Marilyn el ‘Happy Birthday’ a Kennedy… Eso es un cumpleaños. Lo demás son gilipolleces.
¿A qué me lleva todo esto, amigos? A la irrefutable utilización de esta inconsecuente circunstancia anual para afianzar en mi cuerpo serrano la primera gran cogorza de la tercera década. Una fiesta acojonante dipsomaníaca me espera esta noche. Y mañana, la resaca.
Oye, que esto escrito así suena bien “La primera de la Tercera Década”, muy ‘Star Trek’.
Basta.
PD: Vaya un post tan deplorablemente ególatra me ha salido. Tomaré el comodín de “es mi cumpleaños” para excusarme.
PD2: Me estoy dando cuenta escribiendo este weblog de que soy un individuo bastante raro y mohíno.

La realidad supera a la ficción (otra vez)

Vamos con la siguiente historia...
Peer Larson es un muchacho de Greenfield, Wisconsin. Tiene 17 años, le gusta la Coca Cola, los Menús Big Mac, masturbarse con la mano izquierda mientras oeja una Hustler de segunda mano que le ha conseguido Robby Barbs, un amigo ‘skater’ que fuma marihuana y le da caladas de vez en cuando. Peer también es fan de la trilogía de ‘El señor de los Anillos’ y le gusta perder el tiempo viendo la MTV. Está enamorado de Wendy Holmes, una niña pija fan de Brittney Spears que ni siquiera sabe que el chaval existe.
Hasta ahí muy normal en cualquier adolescente de USA y de cualquier lugar del mundo.
Pero Peer últimamente está muy contestatario y rebelde. Sus padres, preocupados, han acudido al pastor Henry Buttley, que les ha sosegado expresando que son cosas de la edad y que no le den importancia.
El año pasado, un día de frío invierno por la mañana, el hermano menor de los Larson llamó “puta” a una profesora del Whitnall High School. Fue un tremendo incidente que pudo haberle costado la expulsión. Pero lo peor (o mejor, en este caso) estaba por llegar. El profesor de cálculo de Larson, Aaron Bieniek, sabiendo de sus problemas con las matemáticas, decidió mandarle unos cuantos deberes durante las vacaciones para mejorara en esta asignatura.
Peer se volvió y le dijo: “Te va a caer un paquete por esto, cabrón negrero”.
La cosa es que… Peer Larson llevó a cabo su amenaza denunciándole en el primer juzgado que encontró de camino a casa, alegando que “le había arruinado las vacaciones, cuando se supone que cuando alguien está de vacaciones no tiene que hacer ningún tipo tarea”. Puede resultar absurdo, pero parece que el proceso sigue adelante, ya que la demanda legal apunta a circunscribir la tarea para el hogar a los 180 días que conforman el año escolar y terminó convirtiendo a Larson y a su padre, Bruce, en unos héroes para los chavales de su ciudad natal. Es otro ejemplo de la llamada “cultura de la compensación”, totalmente fuera de control en Estados Unidos. Lo divertido de todo es que hay posibilidades de que a Peer se le tenga que indemnizar con una cuantiosa suma de dinero que oscila entre 100.000 dólares y un millón por ello. “La mayoría de las escuelas están cubiertas por daños físicos, como por ejemplo si un chico se lesiona practicando un deporte, pero los seguros prácticamente no existen en los casos de acoso verbal, donde las indemnizaciones son potencialmente elevadas y las juntas escolares terminan atrapadas”, apunta el abogado Walter Olson.
Y no sólo eso. Hay ejemplos que apuntan a esa posible victoria, como sucedió en Nueva York, en el mes de enero un ex profesor disconforme que presentó 18 demandas legales contra la junta escolar de la ciudad desde 1987, pidiendo un resarcimiento de varios millones de dólares en concepto de daños y perjuicios, tuvo que pagar 3.000 dólares de multa y, además, se le impidió iniciar cualquier acción futura.
Esto me recuerda muchísimo al episodio 306 de ‘South Park’, el mismo que protagonizada el Panda del acoso sexual. Cuando esta mascota de ayuda al niño para que acuse a quien le pueda acosar, sirve de excusa para que de South Park comienzan a acusarse mutuamente de acoso y demás imputaciones (ilegítimas o no). Es cuando el padre de Kyle se aprovecha de la situación para engrosar su cuenta bancaria llegando un momento en que los niños de South Park acuden a la escuela totalmente desvalijada por pagar las demandas impuestas contra ella.
Una vez más, la realidad supera, de un modo más que naturalista, a la ficción.
Creo que mañana, sin pensarlo, pienso demandar a alguien. Quién sabe, igual tengo suerte y gano algo de dinero a costa de algún pardillo.
(Tararead conmigo)
¿Quién vive al este del bosque? El panda del acoso sexual! ¿Quién te lo explica a ti y a mí? El panda del acoso sexual.

miércoles, 16 de febrero de 2005

¿Arrebato 'ochentero'?

Esta mañana me he comprado el número 342 de la excelente revista cinematográfica 'Dirigido por...'. Y en su portada, ya me ha extrañado comprobar cuál es el estudio al que se dedica la publicación este mes: un exhaustivo dossier sobre tres, a priori, estudios independientes de Hollywood. Pero claro, viendo a los tres directores que copan su anverso a uno le da por pensar qué es lo que se va encontrar en el interior de sus páginas.
El estudio es todo un curioso contrapunto al cine transgresor y autónomo de aquellas productoras que hacen pequeñas películas que no se estrenan a un nivel comercial sino en sintetizados círculos de festivales, Quim Casas, escruta a modo de exploración analítica e histórica el pasado y presente de tres productoras tan célebres e imperecederas como la Zoetrope de Coppola, la Amblin de Spielberg y la Lucas Ltd. del tío George.
La pregunta es ¿Qué es lo que lleva a una revista de este calibre a centrarse en un tema tan anacrónico como este? ¿Están de actualidad por alguna razón en concreto? ¿Es que esto es un claro ejemplo de contagio ‘ochentero’ del que muchos padecemos y se está extendiendo a los medios considerados ‘serios’?
Curioso, al menos, no deja de ser.

Boquitas y bocazas

"Nunca en mi vida he visto los Oscars. Me parece un ridículo desfile de moda. Además ¿Qué negro se sienta allí y los ve? Para mí estos premios son una puta gilipollez”.
Chris Rock
(Una semana y media antes de presentar la gala de los Oscars)

martes, 15 de febrero de 2005

‘Centauros del desierto’, el gran icono del 'Western'

Considerada como una de las mejores películas de la historia del Séptimo Arte, ‘Centauros del Desierto’ es, por derecho propio, una de esas piezas que agotan elogios y acaparan estudios, que permanece constante en nuestra memoria colectiva con su espléndida vivacidad y atemporalidad. Como se ha empeñado en reiterar en multitud de ocasiones ‘Centauros...’ es el western por definición pura, el género americano que incluye en sus fastos obras imborrables, indelebles.
El filme de John Ford puede ser considerado a estas alturas como "el western que se sitúa por encima de todos" (al igual que el rótulo que decoraba uno de sus carteles más memorables). Nos encontramos ante una obra terminante, de complejísima y consumada construcción, de la cual pocas cosas se pueden decir ya, debido a los exhaustivos análisis que se han extraído, interpretando cada secuencia y giro hasta el delirio. Esta película del Oeste representa la afirmación del arte, la emoción y el espectáculo como jamás nadie ha sabido exhibir en una pantalla de cine. Por eso, la constante revisión de la obra de Ford es una nueva oportunidad de engrandecer la más descriptiva cinta fordiana. En algún momento de la historia, Ford reflexionaba sobre ‘The Searchers’ (su título original) comentando que era “simplemente la tragedia de un hombre solitario. De un hombre que regresó de la Guerra de Secesión, probablemente se fue a México y volvió a casa convertido en un bandido que luchó para Juárez o Maximiliano, sabiendo que nunca hubiera podido ser realmente el miembro de su familia que hubiera querido...”. Este es el arranque, el prólogo, la sinopsis de la historia, el comienzo del rumbo que sigue una trama de dimensiones ciclópeas para perpetuar un sentido narrativo inusual y arriesgadamente envolvente.
La historia de Ethan (John Wayne), un tipo solitario obsesionado durante años con rescatar a su sobrina Debbie (Natalie Wood), raptada de pequeña por los indios cuando éstos asesinaron a toda su familia, trata sobre la búsqueda de los vínculos familiares que quedaron rotos en el mismo instante en que el Jefe Cicatriz los asesinó y se llevó a la pequeña. Pero lo hermoso de este clásico es todo el armazón de relaciones, analogías, parentescos, traiciones y simbología que alcanza un nivel de acopio excepcional en la larga carrera de Ford, destruyendo e redescubriendo a la vez, de forma soberbia, todas las bases de la narración clásica.
Desde el apoteósico comienzo con la llegada del hijo pródigo, del héroe atormentado a casa de su hermana Laura (Vera Miles) observamos hasta dónde puede llegar la amargura y el desencanto de un hombre, víctima de un existencialismo que marca uno de los personajes más logrados en la ‘época dorada’ del Hollywood más añorado, tal vez resultado del contraste revisionista con respecto a la película desde una óptica de escepticismo, de madurez en la perspectiva de Ford. Un aspecto éste excepcional con respecto al personaje de un John Wayne que marcará una disposición elegíaca en la posterior tradición de los (anti)héroes de la obra de uno de los genios más alabados de la historia del cine. Acumulando la línea narrativa de falsos aforismos (fugaces, efímeros, a veces incompletos) para que el espectador saque su propia conclusión, de forma interpelativa (¿cómo olvidar el célebre plano que abre y cierra la película?) para que entremos, como privilegiados asistentes, de un modo directo en la narración para captar el sentido total de los personajes y luego, al final, devolvernos a nuestra realidad.
Todo el viaje que realiza Ethan no se limita a ese rastreo en busca de su sobrina por todo el vasto Oeste, que bien podía ser la metáfora de la búsqueda homérica de su propia identidad, de autoexploración interior sumido en la soledad del territorio que le rodea y le cerca a la vez. También lo es para evidenciar la insociabilidad de un personaje oscuro, privado de hogar, con dificultad para amar. En este ámbito, la lectura que se extrae en su relación con su acompañante de viaje, el repudiado sobrino Martin (Jeffrey Hunter), otro ser herido debido a su mestizaje y el rechazo que sufre por parte de Ethan es la clave fundamental de ‘Centauros...’. Ya que Martin es una especie de sustento de la familia que quiere cerrar un círculo abierto para sentirse integrado en una comunidad a la que ya no pertenece nadie, a una familia que no tendría la oportunidad de sobrevivir como tal.
Narrativamente ‘Centauros del desierto’ (ahora mismo recuerdo las ridiculeces que soltó el bocazas de Amenábar sobre esta película en sus comienzos, dignas del más deficiente inculto cinéfilo) es uno de los escasos ejemplos de perfección, un modelo de majestuosidad, de excelencia. El uso reiterado de la célebre elipsis característica del filme da como consecuencia que el relato camine accesible hacia la magnificencia de un argumento épico, de naturaleza trágica y búsqueda moral, encontrando además un origen estructural de películas con personaje en búsqueda obsesiva y catártica, forzado a un destino de soledad y marginación (Paul Schrader fue durante años el paradigma más clarividente de esta connotación –sobre todo con su particular y duro homenaje en ‘Hardcore’).
A todo esto contribuye, conjuntamente, la espléndida utilización del tiempo, un tremolante tratamiento del paso de los seis años transcurridos en la búsqueda de Debbie, marcando con pequeños matices las personalidades de ambos protagonistas. Y también lo es el hecho de la nueva disposición con la que Ford incorpora la leyenda del sueño americano, nunca enjuiciado con una conducta tan distinta a las expuestas hasta aquel momento. Un personaje, Ethan, que alude a la idea de un itinerario hacia una esperanza que se torna en la pesadilla de sus propios temores, una pesadilla de la que no puede salir y en la que América idiosincrásica del ‘western’ está engañada por ella misma.
Remarcada con una percepción estética realmente maravillosa, un concepto de la luz revolucionario y una precisión y encuadres usados en torno a un uso dramático en el que las sombras y la captación del espacio son tan rotundas, encontramos un contenido emocional que evoca el más hermoso de los expresionismos. Un clásico que mantiene intacta su frescura y contundencia. ‘Centauros...’ es una obra (por definición y calidad) imprescindible, necesaria para entender la evolución del cine, de la imagen y de este arte que engloba sueños y realidad. Por eso, cada vez que se ve esta cinta de culto cinéfago se desentierran nuevos matices, nuevos motivos de reflexión que se hacen inagotables en la esencia de la perfección de aquello épico, pero a la vez sencillo y perentorio.
‘The Searchers’ es la aproximación más definitoria de lo sublime, de lo inalcanzable. Es una de las obras más carismáticas e inolvidables del cine que, con su narración y a pesar del paso de los años, sigue respondiendo de forma sutil y directa a preguntas y necesidades muy concretas. Indiscutiblemente, una película que marcó con letras de oro su propia leyenda en un arte que pocas veces encontró tan de cerca la corrección.

Un enlace para rockeros

Os dejo una interesante página con las fuentes de algunos grupos de rock míticos, de esos que han marcado generaciones enteras.
Simplemente, curioso enlace el de Rockrage.
Sin más.

lunes, 14 de febrero de 2005

'Wonder boys': La complejidad de lo elemental

‘Jóvenes prodigiosos’ engloba en su fondo conceptual una búsqueda que se identifica con la indagación de Curtis Hanson a la hora de encontrar un proyecto a la altura de las circunstancias y salir, de paso, del núcleo dramático y solemne en el que se vio después de esa maravilla que es ‘L.A. Confidential’. Para su vuelta al cine antes de la injustamente infravalorada ‘8 millas’, Hanson escogió el espléndido guión de Steve Kloves, centrado en la patética vida de Grady Tripp (Michael Douglas), un profesor de inglés cincuentón que no publica desde su última novela considera una obra maestra, ‘La hija del pirómano’, sintiendo todo tipo de dudas respecto a su futuro como literato y a su vida en general. Sin embargo, el encuentro con James Leer (Tobey Maguire), uno de sus mejores alumnos, va a hacer que su vida se invierta de forma radical.
Partiendo de esta base, Kloves se volvió a adentrar, como ya lo hiciera hace casi una década con ‘Los fabulosos Baker boys’ (película clave en el cine contemporáneo –una de mis grandes favoritas-) en la figura del perdedor y de su necesidad de encontrar un sentido a una vida opaca. Un hecho al que muchos ya nos hemos acostumbrado y vemos como algo cotidiano e identificable. Esta fabulosa comedia, diligente y fértil con cada uno de las significaciones que se emprenden acerca de la soledad del autor, el fracaso, la necesidad y la creatividad imposibilitada, transita incólume por senderos de una negrura que alcanza su mayor virtud en la sencillez de cada término, en la simplificación de sus momentos cómicos provistos de una intensidad infrecuente.
Hanson moderó, de un modo cálido e impetuoso, la soterrada clave de la trama para llevar al espectador hacia un esplendoroso viaje a través del complejo proceso de reencuentro del desencantado profesor consigo mismo, de los valores que el genio encuentra en su ‘alter ego’, un joven embustero que le hace abrir los ojos mostrándole que, a pesar de su fama, vive también en una mentira constante. El escepticismo y la grávida funcionalidad de su fondo (la metáfora de las más de dos mil páginas de la nueva novela del maduro profesor hace evidente el propósito) hacen de ‘Jóvenes prodigiosos’ una insólita excelencia en la comedia americana, una perfecta combinación entre talento y sencillez, entre magistralidad y elementalidad.
A la magnificencia de esta pequeña joya no es ajeno un Michael Douglas colmado de una idoneidad que parecía perdida hace años (y que, por supuesto, no ha vuelto a recuperar), realizando aquí una de sus mejores aportaciones al mundo del celuloide, oscureciendo con su admirable composición de Grady las sensacionales intervenciones de Tobey Maguire, Robert Downey Jr., Frances McDormand y Katie Holmes (incluso ella está bien) que acaban por completar una obra que, si bien no es redonda, sí sitúa su altura al nivel de aquello que busca su propio protagonista: la genialidad.
‘Jóvenes prodigisos’ habla, en último término, del anhelo de madurar, de los sueños, de los miedos que aletargan nuestra esperanza de conseguirlos, de la necesidad de cambios vitales para conseguirlos... de ése amor responsable que acojona. Bajo las letras agridulces de una de esas bandas sonoras casi perfectas; desde Bob Dylan pasando por John Lennon, Van Morrison, Neil Young hasta llegar al desgarro de Leonard Cohen, Hanson despelgó una película que desborda talento y dignidad.
Un filme que, al menos a mí, se me antoja inolvidable.

San Valentín ha muerto

Como ya escribí y confesé en los principios del Abismo, no creo en el amor. Soy un misántropo que renunció hace tiempo a esperar que esa persona especial aparezca. No creo en la dualidad espiritual del amor. Por lo que hoy, día de los enamorados, San Valentín, es un día me la sopla de un modo espeluznante. Me es indiferente todo el sentido de esta jornada y la mercadotecnia hipócrita (como cada celebración multitudinaria y plural) que encierra. Eso que me ahorro.
Tampoco no soy un impío escéptico, un ascético suspicaz desalentado ante estas cuitas emocionales. Ni mucho menos. Siempre he optado por esa extraña y familiar forma de ‘pseudoamor’ que se ha dado en definir como amor sentimental, el cual recoge su esencia en un amor que sólo se experimenta en la fantasía, en la creación propia o ajena de este tipo de idolatría pasional y engañosa que algunos han dado en llamar amor. Imposible que nada salga mal. Todo es perfecto y existe cabida para un final feliz. Antepongo esa gratificación amorosa sustitutiva que experimenta uno cuando lee un libro, ve una película, disfruta un cómic (porque los cómics se disfrutan, no se leen) o escuchar alguna canción genérica (me refiero a las baladas, claro está). El aquí y ahora de la relación con otra persona lo dejo para el puro placer de una concordancia sicalíptica. Nada más. Puede que sea un síntoma arquetípico de mis deseos insatisfechos de unión, avenencia e intimidad, pero es lo que creo desde hace tiempo. Ya tendré tiempo de cambiar de perspectiva cuando irrumpa en mi vida ELLA.
Elijo, por tanto, ser un espectador del amor. Así de fácil.
Ahora que lo pienso... ¿Qué es lo que decía Tonino Carotone en su más célebre y escatológica canción de amor? Sí, ésa. Pues lo mismo.

domingo, 13 de febrero de 2005

CLINT EASTWOOD: Las 10 claves de un clásico

Las 10 claves de Clint Eastwood
Su última película ‘Million Dolar Baby’, supone otra obra maestra que se une a una filmografía tan personal como apasionante y ha terminado por definirle por enésima vez como ‘el último gran clásico del cine contemporáneo’.
Actor
Clint Eastwood durante bastantes años como limpiador de piscinas hasta que logró un minúsculo papel en una producción de bajo presupuesto llamada ‘Revenge of the criature’. Desde entonces, pasando por un curso de interpretación organizado por la Universal, Eastwood no cejó en su empeño hasta obtener su oportunidad en la serie televisiva de la CBS ‘Rawhide’, inspirada en el clásico ‘Río Rojo’ y emitida de 1958 a 1966. Sus primeros papeles fueron pequeñas apariciones en películas como ‘Lady Godiva’ o ‘Escapada en Japón’, ambas de Arhur Lubin. Hasta la fecha Eastwood ha protagonizado 47 títulos, significados, en su totalidad, por una heterogeneidad prolífica, siempre en busca de nuevos retos y aspectos que aportar a su ya de por sí magnánimo estilo. ‘El jinete pálido’, ‘Bronco Billy’, ‘El aventurero de medianoche’, 'Los violentos de Kelly' o ‘Joe Kidd’ son algunos de ellos. Eastwood ha sabido unificar títulos de gran recaudación como la extraña ‘Duro de pelar’ con producciones independientes como ‘En la cuerda floja’, de Richard Tuggle, conduciendo por un sendero de coherencia cada elección, cada intención, hermanando esa constante a su labor como director, conciliando a la perfección el cine personal y el comercial. Algo tremendamente difícil, pero que ha fomentado a lo largo de su carrera.
Sus antihéroes, personajes individualistas, atormentados y solitarios, han descrito gestas que, alejándose de la insensibilidad y la unidimensionalidad habituales en esta categoría, han dispuesto espacios inhabituales en la reflexión y el sentimiento. En esta perspectiva se sitúan sus títulos más notorios, cintas con la estirpe de ‘Infierno de cobardes’, ‘Brezzy’ o ‘Ruta suicida’ y preconizada en sus últimos trabajos como actor: ‘Poder Absoluto’ o ‘Deuda de sangre’ pero, sobre todo, sobresaliendo en su madura ‘Cazador blanco, corazón negro’ y la melancólica ‘Los puentes de Madison’. Su último trabajo a las órdenes de otro director fue dando vida al guardaespaldas Frank Horrigan en ‘En la línea de fuego’, de Wolfgang Petersen en 1993.
Director
Dotado de una exacerbada inteligencia cinematográfica vinculada a una cáustica sensibilidad ha conducido su carrera como sus personajes suelen conducir sus vidas: con fría determinación y férrea voluntad, fuera de cualquier convencionalismo. Desde que 1971 asumiera el gran reto de ponerse tras la cámara siguiendo los consejos y el aprendizaje impartidos por los maestros Siegel y Leone, se dejó llevar por la gran influencia de Brian G. Hutton en ‘Escalofrío en la noche’, donde se comprobó, por primera vez, la gran capacidad de Eastwood con un thriller con trasfondo intimista, de forma ajena a lo que venía siendo el género. Desde entonces, Clint Eastwood ha dirigido 24 cintas más y se ha consolidado definitivamente (aunque siempre lo haya sido) como un cineasta de incontestable categoría, sublime narrador de historias inolvidables, eternas, clásicos modernos.
Tras la llegada de su ‘oscarizada’ obra maestra ‘Sin perdón’, la obra filmográfica de Eastwood ha seguido, bajo el calor de la crítica y el público, hacia un horizonte que le ha consolidado como uno de los últimos clásicos de los fastos del cine. Una de las más bellas historias de amor jamás contadas como ‘Los puentes de Madison’, ‘Poder absoluto’, ‘Medianoche en el jardín del bien y el mal’, ‘Ejecución inminente’ y, sobre todo, ese portentoso trabajo que es ‘Mystic River’ auguran que el talento de este veterano ‘outsider’ seguirá fiel asimismo durante muchos años. Eastwood ha pasado a ser un visionario accidental, un preceptor que marcará a las nuevas generaciones que deben ver en él a un demiurgo con cine y jazz en sus venas, con vehemente poesía artística que le ha ido fundando un pináculo de maestría del que será imposible bajarle. Un cineasta movido por una especial sensibilidad fílmica en muchos aspectos del proceder de varios de los más grandes directores del séptimo arte que le han convertido en un referente necesario del cine moderno.
Influencias
Eastwood ha manifestado muchas veces su admiración hacia los grandes clásicos del cine: John Ford, seguramente, es uno de los referidos más claros cuando se habla de influencias. Al igual que Ford, ha ido edificando una obra de historias e imágenes privativas, que a su vez resultan cercanas, aparentemente fáciles de crear. Como tal vez sólo Ford lo hubiera hecho, es capaz de pasar, en un solo cambio de plano, de la tragedia al humor, sin que se debilite el fondo dramático de la película.
Eastwood filma lo sencillo como si fuera nuevo y su aspecto renovador lo obtiene con la impavidez de los grandes clásicos. Anthony Mann, Howard Hughes, Wellman y John Huston también son identificables como atribuciones al cine de este genio nostálgico, que sabe dosificar la emoción contenida en su sobria planificación, la violencia sin tapujos éticos y una hosquedad camuflada en una disfrazada ternura que han transformado su cine en una isla de pureza y corrección incomparables en el cine contemporáneo.
Maestros
De todos es sabido que Clint Eastwood dedicó su mayor obra maestra hasta el momento, ‘Sin perdón’, a dos de los cineastas menos reconocidos en su época, pero que hoy en día son considerados dos cineastas de relevancia intachable: Sergio Leone y Don Siegel. Una proclamación de influencias que Eastwood ha seguido en un modo conceptual a la hora de filmar y captar la esencia del cine clásico. Un método casi extinguido.
De Leone, Eastwood ha adquirido la consecución de lo creíble, de lo legendario y lo poético, logrando transmitir mediante la imaginación y la poesía una transgresión de la pantalla al espectador que asiste a través de la catarsis fílmica a la realidad, derivada de un creador capaz de dilucidar con una perspectiva artística lo más oscuro del ser humano.
Del cine de Siegel, Eastwood ha impregnado su obra con un ‘modus operandi’ dignificador de los grandes clásicos, con un estilo directo, sin circunloquios ni falsos mensajes. De forma directa y sencilla, ambos se han caracterizado por la economía de tiempo y dinero apoyándose en un estilo diligente y pausado, subrayando lo trascendente de la violencia, del amor y de la vida y la muerte, sin falsos mensajes subversivos.
Con Siegel Eastwood fue cómplice creativo en ‘La jungla humana’, ‘Dos mulas y una mujer’, ‘El seductor’, ‘Harry, el sucio’ y ‘Fuga de Alcatraz’, mientras que con Siegel, la impronta conjunta dejaría esa ‘Trilogía del hombre sin Nombre’, el génesis del ‘spaghetti western’.
Malpaso
Malpaso es el eterno nombre que irá asociado al actor y cineasta. Malpaso es la productora que dio sus primeros pasos a finales de los 60 creada Eastwood que, con sabia decisión y voluntad de aprendizaje en el mundo de la dirección, contrató para protagonizar sus primeros filmes como productor a directores reconvertidos en sus propios mentores. Ted Post, su antiguo director en ‘Rawhide’, fue el primero en dirigir una película producida por Eastwood: ‘Cometieron dos errores’, vehículo inspirado en el cine de Leone que sigue teniendo como gran valor ser una película de culto, un insólito híbrido entre el ‘western’ norteamericano y el europeo, tan oportunista como sugestivo.
Malpaso sentó unas bases productivas y fílmicas que nunca ha traicionado: películas baratas y humildes, casi artesanales, como un constante antagonismo al exceso de dinero de las grandes superproducciones. Para el sobrio Clint, Hollywood es un mundo obsceno. Aunque Eastwood es accionista de la Warner Bros. (que distribuye y confecciona los filmes que el actor y director quiere), su productora Malpaso sigue funcionando en un pequeño bungalow de los Burbank Studios de Hollywood.
Million Dolar Baby
Es otra de esas obras maestras tan difíciles de encontrar en el cine actual. Su reflexión sobre la vida y la muerte, en un mundo de desarraigados unidos por imperfecciones, defectos, donde la deuda con los sueños supera las frustraciones vitales en un entorno de fortaleza mental, a la que auxilia un recuperado sentido de la amistad, del sacrificio, de la superación y del triunfo humano en lo que para el mundo real es fracaso, es una delicia visual y emocional.
La historia de una chica que quiere boxear y necesita un preparador, encarnado por un reacio y duro Clint Eastwood, es una aparente historia de perdedores vista como un ejercicio epistolar, donde su tenebroso realismo se alimenta del inescrutable dolor y sosegante serenidad que subliman unas imágenes cuyo ritmo parece contenerse en cada fotograma, haciéndolo progresar silenciosamente. ‘Million dolar baby’ es una de las películas más personales, heterodoxas y arriesgadas que han surgido durante la última década en Hollywood. Muchos la califican de obra maestra. Y no están muy lejos de acertar en sus muchos y merecidos ponderativos.
Música
Clint Eastwood es un reconocido amante del jazz, con una pasión por el piano que le ha llevado a componer varias bandas sonoras al lado de su inseparable Lennie Niehaus, haciendo de las partituras de Eastwood verdaderas joyas musicales. Hace poco, el cineasta realizó un documental sobre leyendas vivas del género como Pinetop Perkins, Jay McShann, Dave Brubeck y Marcia Ball, donde indagaba en las influencias de estos artistas y qué les llevó a dedicarse a la música ‘blues’ para piano.
Filmes como ‘Bird’ y ‘El aventurero de medianoche’ muestra el gran respeto y admiración por una música que confiere a sus películas un ambiente que también recuerda a los mejores clásicos. Desde 1980 con ‘Bronco Billy’ ha compuesto algunas de las partituras de las películas que ha dirigido, incluyendo su último y gran ‘score’ en ‘Million Dolar Baby’. Destacan, además de la disposición jazzística de ‘Bird’, ‘Los puentes de Madison’ o ‘Medianoche en el jardín del bien y del mal’.
Política
La personalidad y el carisma de este insólito galán no pasaron desapercibidas para la población americana, ventaja que le llevaría a convertirse en 1986 en alcalde de la ciudad de Carmel (California). Un hecho que nunca recuerda con notable evocación. Más de una vez ha afirmado que su mayor aportación a la comunidad fue la regulación para la venta de helados. Eastwood, siempre ha declarado que sus puntos de vista en la política y en la vida tienden a la libertad, pero durante años la etiqueta de ‘fascista’ colgó en su endurecida imagen. ‘Harry el sucio’ levantó la ira de ciertos sectores progresistas yanquis, que vieron en Harry Callahan a un tipo identificable con Clint (algo ridículo); un tipo solitario, misógino y misántropo. Don Siegel decía de su filme: “Si hago una película sobre un asesino, no quiere decir que lo justifique, al igual que si hago una película sobre un agente de policía con métodos resolutivos”. Sus siguientes títulos con el duro policía, ‘Harry, el fuerte’, ‘Harry, el ejecutor’ e ‘Impacto Súbito’ corrieron la misma surte.
Con ‘El sargento de hierro’, también se repitió la polémica vertida en un malhablado militar Tom 'Gunny' Highway que insultaba constantemente a sus reclutas durante la instrucción. Un filme antiblecista que algunos quisieron ver como un alegato a la violencia. A pesar de que pudiera ser encasillado, Eastwood quiso desquitarse con ‘Sin perdón’ y, tras los reconocimientos, volvió a contribuir con otra joya para los fastos con ‘Un mundo perfecto’, obra de madurez con propósitos éticos que entroncó admirablemente con la esencia del clasicismo cinematográfico.
Premios y Oscars
1993, fue su gran año en este apartado. ‘Sin perdón’, obtuvo nueve nominaciones a los Oscar, de los que se llevó cuatro: mejor película, mejor director, mejor actor secundario y mejor montaje. Ese mismo año, también obtuvo el premio del ‘Director’s Guild’, el Globo de Oro al mejor director, el premio de la National Society of Film Critics a la mejor película, mejor director, mejor actor secundario y mejor guión y el Premio de la Crítica de Nueva York al mejor actor secundario. Eastwood es también un habitual en el Festival de Cannes, donde fue presidente del jurado en 1994 y presente en el Sección Oficial a concurso por ‘Cazador blanco, corazón negro’ en 1990, por ‘El jinete pálido' en 1985 y por ‘Bird’ en 1988 (que se llevó los premios al mejor actor y al mejor sonido).
Ya reconocido como uno de los grandes, recibió el prestigioso premio Irving G. Thalberg Memorial de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas y el premio a toda una carrera del American Film Institute en 1995 y1996, respectivamente.Este año también ha sido una excelente cosecha de galardones; con varios premios de la crítica a la mejor película, mejor director y para su reparto, los Globos de Oro al mejor director y a la mejor actriz dramática y siete nominaciones que pueden hacer de ‘Million Dolar Baby’ la gran triunfadora en la noche del 28 de febrero.
Western
"Me pareció que cuanto menos dijera el Hombre Sin Nombre, más potente se volvería en la imaginación del público. No se sabría quién era, de dónde venía o qué haría". Es la definición de Eastwood sobre el personaje que le daría la fama internacional gracias a esos filmes de serie B que Sergio Leone se sacó de la manga para que revolucionar el cine de género más característico de Estados Unidos: el ‘western’. La europeización genérica se entronizaría con ‘El Bueno, el Feo y el Malo’, ‘Por un puñados de dólares’ y ‘La muerte tenía un precio’, modélicas y paradigmáticas cintas de un Oeste alternativo, que supieron moldear el ‘dramatis personae’ con líneas argumentales sostenidas en tres pilares de la condición humana: la codicia escéptica, la venganza sediciosa y el crimen megalómano.
Una vuelta de tuerca que marcaría la aparición de Eastwood en títulos como la desmitificación de ‘Solo ante el peligro’, ‘Infierno de cobardes’, la antirracista ‘El jinete pálido’, la obra de culto ‘El fuera de la ley’ o la ya mencionada ‘Sin Perdón’, su obra maestra, la definición de un ‘antiwestern’ que utilizó el género con una mirada revisionista, diáfana y sombría a la vez, poética y antidualista sobre los mitos y héroes del antiguo oeste americano. En esa esfera clásica y lírica, ‘Sin perdón’ es una magna obra sobre complejas cuestiones morales y sociales como la redención, el valor de la vida, de la amistad y la muerte o el progreso sensible y emocional del individuo.
Miguel Á. Refoyo © 2005