martes, 9 de septiembre de 2014

Diez años de textos abismales (III): Dossier especial INDIANA JONES (22/05/2008)

El regreso de la legendaria épica de Indy
Desde hace mucho, demasiado tiempo… esta semana y este día han tenido un nombre propio. De hecho, lo que llevamos todo el año pasado y parte del que está en curso lo lleva teniendo. Desde el mismo instante en el que George Lucas y Steven Spielberg confirmaron el rodaje de una nueva entrega de la Saga de aventuras más importante de la Historia del Cine contemporáneo. El retorno de Indiana Jones a la gran pantalla ha despertado la nostalgia y ha resucitado al mito de toda una generación que espera este filme con la esperanza de reconquistar la ilusión comercial y fílmica del eterno personaje interpretado por Harrison Ford.
La petición pública y la nostalgia han logrado desempolvar una de sus legendarias figuras más lucrativas, asumiendo que, en los turbulentos y aburridos tiempos de Hollywood, era necesario dar una nueva lección de hegemonía por parte de los dos pirotécnicos más listos del mundo del cine, de devolver a la actualidad a una de las supremas efigies en cuanto comercialidad clásica se refiere. Ni Lucas ni Spielberg iban a dejar pasar la oportunidad de ofrecer al espectador una aventura más del arqueólogo más famoso de todos los tiempos. Y aquí está, diecinueve años después. Como si por él no hubiera pasado el tiempo.
El vitalista icono imperecedero, arquetipo del acrisolado héroe clásico, reanuda sus hazañas desde que en 1989 se alejara de la aventura después, eso sí, de alterar y revolucionar la concepción mercantilista del cine, de haber insuflado un transformación y una aplastante ruptura en todos los aspectos, no ya sólo en un entorno cultural y estético, sino como aportación de un mito de carácter universal. Indiana Jones vuelve al cine para restituir el crédito del cine de entretenimiento, de la magia de unos años evocados con melancolía. Spielberg, inmerso en una evolución temática y estilística que no tiene límites, no podía dejar pasar la oportunidad de recordar sus mejores y viejos tiempos y retorcer hasta el génesis de su propia genialidad, cuando era apodado como “Rey Midas” y avasallaba con su talento, supeditando al espectador a la sortilegio cinematográfico como nadie lo había hecho hasta el momento.
Es la hora, por tanto, de aparcar prejuicios y lanzarse de lleno a la esfera escapista y fantástica de la ficción, aquella que convirtió a este personaje en una reconocida figura de fisonomía y rasgos inmortales. La hora de que Indy ofrezca lo mejor de sí mismo en otro ‘tour de force’ de descomunal vigor y luminiscencia dentro del apagado panorama del cine entendido como distracción, como arma de ocio. Del mismo del que tanto echan de menos los ‘blockbuster’ actuales, sin lustre. Es la hora de que Steven Spielberg rescate al niño que todos llevamos dentro y reformule la embrionaria entidad de su cine, la inagotable capacidad autóctona de deleitar al público y manifestar por enésima vez su brillante inventiva visual, esta vez de la mano de un guionista en racha como es David Koepp.
Echar un vistazo al génesis de Indiana Jones es reiterar un cúmulo de anécdotas, efemérides e historias alrededor de su consecución, de su origen y prosperidad. Desde ese encuentro vacacional, según cuenta la leyenda, en el Hotel Mauna Kea de Hawai, por parte de Lucas y Spielberg tras el agotante rodaje de ‘Star Wars’ y el fiasco comercial de ‘1941’, respectivamente, la Saga pasó a ser de una idea brillante a una optimista realidad. La idea inicial fue adoptar una ciencia como la arqueología para transformarla en otra categoría bien diferente, la de un universo de hazañas y riesgos que, obviamente, está fuera de cualquier raciocinio. Indiana Jones (nacido Indiana Smith), debía aportar un aire fresco al cine comercial, simbolizando a un antihéroe canalla y socarrón, sin muchos prejuicios morales en su ‘modus operandi’, un profesional que trabaja al margen de sus funciones laborales. Indiana Jones debía ser un hombre escéptico de métodos disidentes e iconoclastas, pero con gran sentido del humor y gran atractivo de cara al gran público.
Desde su creación, la arqueología ha sido otra de las muchas excusas que han configurado la personalidad del épico rol, símbolo innato del héroe ‘spielbergiano’. No hay una intención antropológica en las aventuras del héroe del látigo, puesto que en vez del estudio teorizante sobre el pasado de aquellas reliquias que rastrea el intrépido aventurero, de la funcionalidad social de los vestigios culturales o la exhumación histórica, se encuentra la simple función del espectáculo expuesto como un gran juego de artificio, muchas veces en contra de la realidad y de la Historia, pero sin olvidarse de ella. Jones es la antitesis de los arqueólogos elitistas y decimonónicos, dotado con la dualidad característica de todo superhéroe, consistente en la dualidad. Por una parte, del erudito hombre que ejerce como docente universitario. Por otra, de intrépido viajero que dedica su tiempo libre a recuperar la historia perdida para que repose en los museos abordando con aticismo el riesgo que pueda haber en sus misiones.
Steven Spielberg consideró al personaje como el icono homérico ideal que otorgar desde su particular visión del cine narrativo e ilusorio, dotado con esencia épica. Era oportunidad de oro para desarrollar una inventiva visual inexplorada hasta la fecha. El cineasta, genial narrador de sobrado talento y oficio, ya en los años 80, define en pantalla al personaje con admirable soltura, sin perder de vista el tono clásico, proporcionando las dosis de acción con sutilidad y contundencia, siempre en función de una exigente correlación entre el espectador y el espectáculo al que es sometido, al sufrimiento físico al que es sujeto un arqueólogo que padece, sufre, sangra, suda y corre cuando está en peligro. Aspectos muy alejados de la reciedumbre e imbatibilidad del arquetipo heroico tradicional.
Por supuesto, en una Saga como esta, no falta el elemento fantástico, la nigromancia de las ciencias ocultas o las creencias teologales que imponen una cierta incógnita al devenir lógico de los acontecimientos. En las aventuras de Indiana Jones, la aventura afecta a todos los grados de la narración. Es el factor que mueve a sus personajes, muy por encima de todos los demás aspectos sobre los que gravitan los argumentos, logrando la difícil tarea de esquivar sutilmente la complejidad subjetiva del rol, aportando pequeñas ráfagas de profundidad íntima del personaje, reducido a algunos retazos biográficos; como su fobia a las serpientes, su irónica visión ante algún que otro aspecto de la vida o de su profesión, puntualizadas en breves retazos anecdóticos de su pasado.
Es la quintaesencia del cine de aventuras, donde Spielberg supo contribuir al Cine de los 80 el gran secreto de su éxito: la sencillez con la que se utiliza el esquema clásico, donde el héroe inicia un viaje en busca del tesoro y en cuyo camino se enfrentará a temibles enemigos que también quieren lo mismo, contando para ello con aliados y una chica que le acompaña en su hazaña. La poderosa iconografía de Indiana Jones simboliza, en su fin más inmediato, un concepto de heroísmo universal, que concreta sus aventuras en un contexto atemporal y se desvincula de sus antecedentes con un estilo cimentado en el ritmo, en la cadencia sin freno de los acontecimientos, en la mera improvisación. Indiana Jones se transformó así, en el héroe más carismático del Cine y sus andanzas arqueológicas se convirtieron, con el paso de los años, en las aventuras cinematográficas más grandes jamás contadas.
Llegados a este punto, es cuando toca echar mano del tópico documentalista; de recordar que Indiana se debe al nombre del perro del propio George Lucas o que Spielberg fue quien lo apellidó Jones, que Marion era el nombre de la abuela del guionista Lawrence Kasdan. Pero también de evocar que el personaje, como tal, nace de nombres como Jim Steranko, títulos como ‘Terry y los piratas’, ‘The seven cities of Cibola’ o géneros provenientes de la literatura ‘pulp’ y las funciones de ‘matinees’ de aquellos sábados que tanto influyeron en Lucas y Spielberg en sus respectivas infancias. Indiana Jones nace de la nostalgia aventurera, de los seriales de los años 30 y 40, con reminiscencias del Fred C. Dobbs de Bogart en ‘El tesoro de Sierra Madre’ o el vestuario Charlton Heston de ‘El secreto de los Incas’ y la inevitable influencia clásica de cineastas del crédito de Siodmak, Tourneur, Ford, Lang o Curtiz, sin relegar la idea primigenia de homenajear al James Bond de Ian Flemming.
La efigie de Indiana Jones, luciendo un fedora de copa alta de Herbert Johnson comprado en la tienda Saville Row de Londres, proyectada como una sombra es, hoy en día, una de las imágenes más representativas e iconográficas de los fastos cinematográficos. La leyenda de ese vestuario con cromatismo desértico, chaqueta de piel roída, eterna bandolera y un látigo como arma distintiva ha pasado a determinar una imagen imborrable y reconocible en cualquier parte del universo.
La inicial disposición de la historia que defendió en el cine clásico Cecil B. DeMille, la de comenzar con una explosión de intensidad que vaya ‘in crescendo’, con la fuerza de un terremoto, ha sido siempre la pauta estatutaria de la Saga, de su esencia frenética por hacer un homenaje y ofrenda al cine de siempre. Sin embargo, Indiana Jones se convirtió en algo mucho más importante, haciendo de su leyenda el máximo exponente del cine americano. El personaje responsable, como era de prever y con todo el merecimiento posible, de que Steven Spielberg alcanzara, a la precoz edad de 35 años, la divinidad cinematográfica y el Olimpo de Hollywood.
‘En busca del Arca Perdida’ (1981)
Tras el monumental fracaso de ‘1941’, comedia ambientada en la II Guerra Mundial y que urdió un inesperado decrecimiento en el crédito de Spielberg dentro de la gran industria después de que la precedente ‘Encuentros en la Tercera Fase’ fuera considerada a su vez una obra excesivamente temeraria, a George Lucas le costó convencer a los peces gordos de la Paramount que su amigo Steven y él podrían abarcar el proyecto inaugural de la Saga de Indy con tan sólo 20 millones de dólares. ‘En busca del Arca Perdida’ podría haber sido pasto de la televisión, pero la perseverancia de ambos acabaron por insuflar la vida necesaria al proyecto y sacarlo adelante en una tenaz negociación con los directivos de la Paramount Pictures, que terminaron aceptando el reto propuesto.
Se ha contado mil veces que actores como Tim Matheson, Peter Coyote y, sobre todo, Tom Selleck (que estuvo a punto de llevarse el papel), fueron los candidatos más importantes para interpretar a Indiana Jones. También que George Lucas no quería que Harrison Ford se encasillara en sus producciones como Robert De Niro lo había hecho en las películas de Martin Scorsese, así como que que fue Spielberg el que insistió para que fuera el no menos mítico Han Solo el encargado de dar vida a Indy. El gran valor de Ford fue el de adaptar el rol a su personalidad, de aportar desde el principio una línea carismática y caricaturesca identificativa y reconocible por el gran público. Asimismo es conocido por todos que tanto Sean Young como Debra Winger podrían haber encarnado a Marion Ravenwood, pero fue Karen Allen, después de su sensacional y cómica presencia en ‘Desmadre a la americana’ quien acomodó el vigoroso carácter de la heroína del filme a su pecoso rostro. No hay que olvidar en este recuerdo historiográfico que el director y guionista Philip Kaufman fue quien concibió al Arca de la Alianza como el principal elemento argumental que más tarde Lawrence Kasdan materializaría el libreto de la primera de las aventuras del arqueólogo.
La cinta arranca en una frondosa jungla de América del Sur en 1936. Ya en su comienzo se presenta un elemento gráfico que acompañará a la trilogía, el de jugar con el logotipo de la Paramount integrándolo dentro de una imagen que da inicio a las cintas. La acción se centra en un prólogo donde Indiana Jones busca una figura de la diosa azteca Tlazolteotl, con los indígenas hovitos pisándole los talones y sin saber que su acompañante Satipo es un traidor que se vende al mejor postor. En un comienzo magistral, la película muestra a un villano encantador, otro arqueólogo francés llamado Rene Belloq (Paul Freeman) y una huida del peligro pintoresca y determinante en la forma de actuar del héroe. Un bloque que da como consecuencia la presentación del aventurero que sirve de pretexto para afrontar con ritmo y sin demora la nueva aventura del héroe; la búsqueda del Arca de la Alianza, lugar en donde se cree que los hebreos depositaron los mandamientos que Dios había otorgado a Moisés y cuya leyenda atribuye un invencible poder. Un hecho por el que Hitler y los nazis quieren obtener a toda costa.
El detallismo con el Spielberg siempre ha cuidado la puesta en escena tiene su apogeo en la definición con la que están rodadas las escenas de acción, contribuyendo aquí con un tonelaje narrativo que deviene en emoción, haciendo que la historia transmita una viveza que no pierde su continuidad a lo largo de todo el metraje. ‘En busca del Arca Perdida’ nunca decae y muestra la capacidad de Spielberg para amplificar un estilo apenas invisible, pero de una autoritaria pujanza dentro de la adrenalítica acción, reforzada siempre por la fanfárrica presencia de un proverbial John Williams que supo extraer musicalmente la entidad genérica con unas partituras memorables.
Pese a ese otro reconocible elemento narrativo de la saga, la de las transiciones elípticas de los viajes a través de un mapa del globo terráqueo, Spielberg jamás escatimó en localizaciones, enriqueciendo así la ubicuidad geográfica del héroe en sus aventuras a lo largo y ancho del mundo. Con ello, en Indiana Jones, como otro de sus factores intrínsecos, destaca la importancia del viaje más allá de la consecución de la pieza arqueológica de turno, lleno de peripecias y experiencias, como en el ‘Ítaca’, de Konstantínos Kaváfis, en un trayecto cargado de características trampas mortales que buscan una y otra vez la sofisticación más sorpresiva.
Es el ejemplo más paradigmático de la capacidad sin límites de Spielberg como director, como creador de sublime esencia cinematográfica. Una película que juega constantemente a sorprender al público, con un incandescente ánimo de profanación de los clásicos con los que él y Lucas soñaron con llevar a la gran pantalla. Para el recuerdo quedarán la destrucción del arquetipo de mera comparsa atractiva que acompaña al héroe, la eterna Marion, con la nostalgia de Irene Dunne y Carole Lombard en el recuerdo, en la secuencia de la taberna nepalí tumbando a un bigardo en una puja de beber chupitos, las persecuciones por las calles de Egipto, la entrañable amistad forjada entre Indy y Sallah (John Rhys-Davies), la burla a los nazis y su saludo fascista que hasta un mono puede reproducir, el disparo de Indy a un gigantón egipcio que le reta blandiendo una espada cimitarra, el malévolo Toht (Ronald Lacey) y el ‘gag’ del instrumento de tortura que resulta ser una percha o todos los términos bíblicos (ésa ciudad de Tanis, el bastón de Ra, el Pozo de las Almas…) que suceden a la descripción perfecta por parte de uno de los agentes de inteligencia de Indiana Jones “profesor de arqueología, experto en ocultismo y… ¿cómo se dice?... ‘conseguidor’ de antigüedades raras”.
Un filme que, extendido a sus dos secuelas posteriores, en su retrospectiva temporal, simbolizan un tiempo y una forma perdida de hacer cine con mayúsculas, creando un personaje y un mundo desde el admirable tamiz de la artesanía, donde los efectos especiales, las maquetas y los trucos de prestidigitador convirtieron a Spielberg (heredada esta peculiaridad de Lucas) en lo que hoy es.
‘En busca del Arca Perdida’ es, en la actualidad, un emblema del Cine que, más allá del género de acción, puede considerarse como una de las obras maestras más poderosas de la década de los 80. Y, por qué no, de los anales del Séptimo Arte.
‘Indiana Jones y el Templo Maldito’ (1984)
La película llegó después de que Spielberg se consolidara como el nuevo mecenas dentro de Hollywood, no sólo por su afianzamiento comercial y estilístico con la gran obra maestra ‘E.T. El extraterrestre’ (los nostálgicos de esta película, que entren aquí), sino por empezar a perfilarse como uno de los productores con mayor olfato comercial de la década. ‘Indiana Jones y el Templo Maldito’ era la segunda de las tres películas que Lucas y Spielberg habían apalabrado con Paramount con el arqueólogo como protagonista.
Dado el éxito de ‘En busca del Arca Perdida’, las expectativas con respecto al futuro de Indiana Jones eran una incógnita. El nivel de exigencia era muy alto y tanto productor como director sabían que no podían fallar. El objetivo era no decaer en los propósitos de entretenimiento del filme original. Lucas, que pasaba por una época personal de altibajos debido a su divorcio, insinuó que la secuela de Jones podría ser la más oscura de las tres, como lo había sido su ‘Episodio V: El Imperio Contraataca’ dentro de ‘Star Wars’, pero sin perder el ritmo estilístico y narrativo, conservando el humor cínico de Jones y alguna que otra situación de absurdo, pero en los términos preestablecidos, incluso yendo un paso más allá en el expresión visual de la aventura.
‘Indiana Jones y el Templo Maldito’ se muestra, tras el prólogo que introduce a Indiana Jones vestido como el Agente 007 en el Club Obi Wan de Shanghai en 1935 (es decir, que estamos ante una precuela), como la muestra más contundente de cine de acción de Spielberg por aquella época. Pese a comenzar con un colorista musical a lo Busby Berkeley coreografiando el ‘Anything goes’, de Cole Porter, cantado en chino por la sensual Willie Scott (Kate Capshaw -a la postre, esposa de Spielberg-) y una trama de trapicheos con diamantes y reliquias orientales con pelea caótica de taberna que recuerda al estilo de Victor McLaglen, pronto el espectador descubrirá que el filme tiene dos partes muy diferentes. El doble comienzo da la sigue los patrones de un filme visiblemente aparatoso y opulento. Y no es para menos. La aventura está ideada como una distracción frenética, vibrante y envolvente, donde impera el sentido del humor, la identificación del espectador infantil a través de los ojos de un niño chino que conduce coches y que responde al nombre de Tapón (Jonathan Ke Quan), encargado de compartir aventuras con el arqueólogo. Se sustenta además gran parte de la comedia inicial en la confrontación típica del ‘Screw Ball Comedy’ clásico de Hollywood entre Indiana y la bella Willie con varios ‘gags’ de lucha de sexos, que se rompe por completo cuando se desvela el verdadero periplo de riesgo para los personajes.
La diferencia de ‘Indiana Jones y el Templo Maldito’ no sólo radica en una drástica ruptura argumental y cromática en relación a su antecesora, sino que esa disolución rupturista se da dentro de la propia secuela. Indiana, con sus dos antagónicos ‘partenaires’ de hazaña descubren en su camino a Delhi el pueblo de Mayapor, de donde ha sido robada una de las piedras de Shankara (aquellas que otorgan a su poseedor “Fortuna y Gloria”) por parte de un grupo de fanáticos ‘thuggees’ seguidores de la diosa de la muerte hindu Kahli, liderados por el despiadado Mola Ram (Amrish Puri) en una mina secreta construida en el interior del palacio de Palacio de Pankot, en cuyas entrañas se han esclavizado a niños robados de las aldeas a trabajar y realizar con ellos sacrificios humanos en nombre de su diosa.
Spielberg aprovecha la coyuntura con entusiasmo y cognición fílmica, haciendo que la mixtura de géneros sea equilibrada por la fuerza de unas imágenes que desfilan por el ojo del espectador, sin dar tregua. Musical, acción, comedia, aventura y momentos de humor absurdo dan paso a una oscura narración de terror, de un trama de contenido sangriento y oscurantista. De repente, los escarceos entre Indy y su gritona y caprichosa compañera femenina que representa el espíritu de las atractivas acompañantes del héroe del cine clásico de los años 30 o el humor sobrevenido del pantagruélico menú del maharajá Zalin Singh (serpiente con sorpresa, sopa de ojos, sorbete de sesos de mono…), se transforman en una oscura pesadilla donde no faltan ritos satánicos, malos tratos infantiles y esclavitud, alternadas con secuencias de vudú e incesantes peleas hasta el clímax en el que se descubre al Indiana Jones del Arca Perdida. El hombre vulnerable que asume su condición de arquetipo y logra salir adelante, no sin ciertas dificultades, en un fin de fiesta apoteósico con la extensa secuencia de las vagonetas en la mina, en una suerte de montaña rusa donde prolifera el exceso de ritmo impulsivo y sin respiro en una exhibición de énfasis visual e inmediatez de montaje por parte de Spielberg y su socio en el departamento de edición Michael Kahn.
Lucas y Spielberg fueron muy inteligentes al solicitar a los guionistas Willard Huyck y Gloria Katz (que ya habían trabajado con el primero en ‘American Graffiti’) la sorprendente concesión de introducir un rol infantil entre tanta turbiedad argumental, consiguiendo una efectiva identificación de Tapón con respecto al espectador infantil, para, sin previo aviso, reemplazar la comedia por una cinta de horror y tragedia. ‘Indiana Jones y el Templo Maldito’ es la película más arriesgada de la Saga y fue criticada por el exceso de truculencia de muchos de sus capítulos. Algo que, años después, Spielberg ha reconocido incluso con cierto arrepentimiento. Ya se sabe que ahora Spielberg aboga por no mostrar gratuitamente el contenido violento. Pero a la postre, continúa siendo su mejor y más reconocible baza, una perversa revisión de ‘El flautista de Hamelin’ que, ya desde sus primeros compases, escapa a las constantes tipológicas del género que no sean las preconcebidas por la propia saga, donde sigue persistiendo la autoparodia, la diligencia y el espíritu de un Indiana Jones que se, pese a que no obtuvo los mismos resultados que su filme anterior, aseguró la continuidad de la saga en una última función que tendría lugar con la finalización de la década.
‘Indiana Jones y la última cruzada’ (1989)
Tuvieron que pasar cinco años para que Harrison Ford volviera a vestir la cazadora de Indy y ponerse su Fedora en busca de nuevas aventuras. Era ya uno de los actores mejores pagados de Hollywood, ya que en este lapso de tiempo recrearía algunos de sus más recordados personajes en ‘Único testigo’, ‘La costa de los mosquitos’, ‘Armas de Mujer’ o ‘Frenético’, tal vez papeles que le separasen del papel de héroe de acción que retomaría con más ímpetu que nunca. Spielberg, por su parte, volvió a saber lo que era el fracaso con dos obras también con intenciones artísticas muy alejadas de la Saga de Indy; por una parte el monumental batacazo con la romántica ‘Always’, y por otra, el rechazo comercial de un magnífico retrato bélico sobre la infancia con la adaptación de la biografía de J.G. Ballard en ‘El Imperio del Sol’.
Lucas, por su parte, tampoco había afinado mucho en sus proyectos como productor, ya que películas como ‘Howard, el pato’, ‘Ewoks’ o el proyecto de su amigo Francis Ford Coppola ‘Tucker, un hombre y su sueño’ tampoco habían contado con el apoyo del gran público, aunque sí funcionaran ‘Dentro del laberinto’ o ‘Willow’. ‘Indiana Jones y la Última Cruzada’ significaba así la vuelta a por los fueros comerciales y un reconstituyente para los tres nombres propios de la franquicia. Una jugada segura.
Para esta tercera (y última, por aquel entonces) parte de la trilogía, Lucas y Spielberg llevaron a la gran pantalla el guión de Jeffrey Boam, que hasta el momento había adquirido cierto prestigio con el éxito de algunos de sus libretos como los de ‘La Zona Muerta’, de Cronenberg o algunas cintas más comerciales de la época como ‘El Chip prodigioso’, de Joe Dante y ‘Jóvenes Ocultos’, de Joel Schumacher. Como esta nueva entrega debía ser un éxito sin concesiones al riesgo, se jugó sobre seguro y no se dejó espacio para la filigrana multigenérica, como se había hecho en ‘Indiana Jones y el Templo Maldito’. Se centró la atención en algo que hasta entonces había permanecido ajeno al personaje; su propia exploración dentro de una ampliación biográfica que se valía del habitual prólogo ubicado en Utah, en 1912, para mostrar al espectador el entusiasmo arqueológico de un adolescente Indiana interpretado por el malogrado River Phoenix, dando ciertas pistas de claro corte nostálgico sobre algunos de la grafía iconográfica del héroe, presentando a un padre incorpóreo absorto en sus estudios que no tiene tiempo para escuchar las historias de su hijo al que hace contar hasta veinte en griego.
También se juega a reconstruir el origen de su cicatriz en la barbilla, de su ofidiofobia o la primera toma de contacto con el látigo y el regalo del sombrero que le acompañará en sus aventuras, el mismo que sirve para situar a Jones en la costa portuguesa persiguiendo la Cruz de Coronado, la misma joya del inicio, conectando tiempos y reiterando la misma estructura que ‘En busca del Arca Perdida’, con la que esta nueva aventura tiene tantos puntos en común. Cabe destacar la introducción de alguna novedad para agilizar y renovar el sentido épico del aventurero, como la disposición de una acompañante femenina que difiere a sus otros dos referentes. Esta vez no es una aliada ni una chica florero, sino que se perfila la ‘femme fatale’ del género negro, sin bando definido más que aquel que sacie sus deseos, en este caso de poder. Una fría mujer austriaca sin principios ni respeto hacia la historia interpretada por Allison Doody.
No obstante, se devuelve al célebre profesor al ambiente universitario y docente de la primera parte, así como la recuperación de personajes desaparecidos en la primera secuela, como Marcus Brody y Sallah y se adhiere a un personaje clave para el éxito del filme, el de Henry Jones, progenitor de Indy, interpretado por Sean Connery, curiosamente el Bond original. Porque ‘Indiana Jones y la Última Cruzada’ aborda la búsqueda del Santo Grial por todo el mundo, hasta su ubicación en Alejandreta o İskenderun (concretamente en Petra, Jordania) con el desarrollo de una leyenda artúrica que mezcla interrogantes sobre la Fe y el teologismo, que no es más que una metáfora del alejamiento paternofilial de Indiana Jones y su padre, de la relación perdida entre ambos y que será solventada con el descubrimiento de la copa utilizada por Jesús en la Última Cena y en donde se supone que José de Arimatea vertió su sangre en la cruz.
La historia de nazis, traiciones, viajes e investigaciones históricas representan, otra vez, la materia esencial de las historia de la Saga; la utilización de un poderoso ‘McGuffin’, ya sea el Arca de la Alianza, las Piedras Sagradas de Shankara o el Santo Grial, excusas argumentales que motivan a los personajes y al desarrollo de una historia que, si bien tienen el peso fundamental sobre estos elementos, en realidad carecen de relevancia por sí mismos. Aquí, poco importa que todos vayan detrás del cáliz santo, ya que lo verdaderamente importante es el reencuentro entre padre e hijo. También se pone a prueba el agnosticismo de Indy, enfrentándolo frente a las firmes creencias de su padre y colisionando en su idea de toda reliquia antigua debe ser expuesta en un museo.
Spielberg utiliza el cuestionamiento paterno, humanizando el héroe a través de los ojos de su padre, para abordar la temática arqueológica, volviendo al funcional esquema narrativo clásico de este tipo de aventuras, proyectada con la omnisciencia del genio visual únicamente siguiendo el camino para conmocionar al espectador mediante la creación de situaciones de acción acumulativas. ‘Indiana Jones y la Última Cruzada’ persiste en una métrica estimulada por las interpretaciones de Harrison Ford y Sean Connery, confrontados en un pasado por la falta de afecto y comunicación, pero unidos en sus discordantes ideologías en un mismo fin.
Aquí, Indy no tiene el mando de la situación, Basta recordar ese plano en el que el padre le da una torta a su hijo como si de un niño se tratase. La figura del padre y del hijo y su relación es retratada desde la comedia, definida en un universo imperfecto donde la búsqueda del tesoro va más allá de la alcance de la pieza histórica de turno y donde no es tan importante la dicotomía entre el Bien y el Mal.
Fue el reencuentro con un cine comercial que ahogaba sus últimas gotas de genialidad con el final de la década, dejando para el recuerdo algunas de escenas de explosiones, persecuciones a caballo entre tanques y bombas o inolvidables ‘gags’ que hicieron de esta última función un homenaje a la propia trilogía, con un afectivo ‘happy end’ que siempre dejó al espectador (convertido en fan de estas tres películas) con ganas de más, como las grandes gestas cinematográficas.
‘Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal’ (2008)
La ilusión y expectación despertada por la cuarta entrega de ‘Indiana Jones’ después de casi dos décadas desde que Harrison Ford diera vida a uno de los más importantes y destacados iconos de la Historia del Cine hacia prever que, más allá de todo lo que ha precedido a su consumación, la larga espera, el lógico interés y los innumerables rumores, esta nueva entrega dirigida por Steven Spielberg fuera un filme de conflicto entre los seguidores menos exigentes que finalmente la han recibido con entusiasmo, la irreconciliable contrariedad de los ‘fans’ más exigentes y la indiferencia más o menos positiva de muchos espectadores de las nuevas generaciones que han descubierto en sus postrimerías al célebre arqueólogo.
No era fácil contentar a todo el mundo. Básicamente, porque el nivel de exigencia era tan elevado que la empresa, desde el anuncio de su rodaje, se antojaba como una odisea. De fondo, emergía con gran potestad en el mar de dudas la nostalgia pretérita, el ansia perdida de muchos espectadores por recuperar efímeramente aquella experiencia emocional que vivieron en la década de los 80. Y eso, obviamente, ya era un lastre. Primero, porque el cine, desde hace tiempo, ha perdido aquélla magia de antaño. Segundo, por ni Steven Spielberg ni George Lucas (sobre todo éste) iban a dejar pasar la oportunidad de abarcar a todo tipo de público. Con el tiempo se han convertido en dos de los más poderosos cineastas de Hollywood y su perspectiva se ha visto muy condicionada para llevar a cabo esta propuesta de las aventuras de uno de sus más lucrativos personajes. A ‘Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal’ le ha pasado, digámoslo ya, lo mismo que le sucedió a la reciente Nueva Trilogía de ‘Star Wars’ de Lucas. Es un filme que recupera un concepto (eso sí, desprovisto de su significación primigenia) para concebir un ‘blockbuster’ estratosférico y titánico, ideado para no defraudar a nadie. Y ésa autoindulgencia es la que acaba por conferir un tufo de desengaño y frustración a una cinta de aventuras que, si bien está por encima de la media en un género poco frecuentado por la gran industria, se traduce en un alarde de recursos tremendamente decepcionante en relación a sus precedentes.
Ya desde su apertura Spielberg y Lucas anuncian que esta gesta heroica será diferente. La nueva película de Indiana Jones comienza a contracorriente, sin un entrañable prólogo que muestre al héroe en un episodio preliminar que meta de lleno al espectador en su nueva ventura. Tampoco hay espacio para introducir el logo de Paramount de forma ingeniosa, sino con un guiño de humor extravagante. A cambio, Spielberg comienza con un alarde de dirección, de conocimiento absoluto del medio, con una secuencia que entremezcla el impulso ‘rocker’ y automovilístico alocado y juvenil de los 50 con una estampa militar que se sumerge en la acción principal, situada muy cerca de Nevada, en el centro de la Nellis Air Force Base, más conocido como Área 51, lugar de experimentación aeronáutica y nuclear, pero también centro secreto donde supuestamente se estudia y experimenta con tecnología de procedencia extraterrestre. Un hecho excesivamente anticipativo para el desarrollo de la hazaña vespertina del Dr. Jones y que entronca las dos grandes pasiones de Spielberg: la aventura y el contacto con seres de otros planetas.
En otro orden de cosas, los malos ya no son los nazis. La Guerra Fría es el escenario de fondo de ‘Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal’. Es Stalin quien sustituye a Hitler en su propósito de adueñarse de un ancestral objeto que permitirá a los rusos dominar el mundo. Y, por supuesto, Indy sigue siendo el peón necesario para dar con él. El objetivo carece en esta ocasión de tintes religiosos (el Arca de la Alianza o el Santo Grial), ni siquiera con fundamento extático y nigromántico (como las Piedras de Shankara). Ahora todos persiguen la calavera de cristal de Akator, icono de procedencia maya y azteca que, según la leyenda, cuando completa una serie de trece traerá el conocimiento a la Tierra y detendrá el mundo. A simple vista, la nueva misión de Jones mantiene la ordenación estructural básica de la saga, donde el arqueólogo, apoyado por el joven Mutt Williams, su antiguo amor Marion Ravenwood, su compañero de fatigas Mac y un viejo que ha perdido el juicio se enfrentarán a unos no tan pérfidos soviéticos liderados por la maquiavélica Irina Spalko para seguir la pista de un misterio insondable. En el camino, sortearán varios obstáculos, trampas y encontronazos para impedir que la Calavera de Cristal caiga en las manos equivocadas que les llevará tras la pista de El Dorado y la cuna de Orellana.
Sobre el papel, la cosa no parece tan calamitosa; el guionista David Koepp, marioneta de talento en manos de George Lucas, compone una miscelánea en ofrenda al ‘pulp’ de saldo, en el que no falta el miedo atómico, aventuras selváticas, heroísmo extemporáneo, secretos nacionales, especulación extraterrestre y ciencia-ficción de serie B. Todo muy a tono con los años 50. Aunque también con sobredosis de influencia de Hergè o de Rosinski y Van Hamme. Que la calavera de cristal pertenece a un alienígena es algo tan evidente que cuesta creer que los protagonistas vayan de aquí para allá con un cráneo de metacrilato buscando respuestas. Los preceptos son tan evidentes que el ‘McGuffin’ de turno pierde todo su alcance. En ese sentido, Koepp evidencia que puede ser capaz de ofrecer lo mejor y lo peor, con más grandilocuencia en esto último. Esta cuarta entrega es el episodio más confuso, con falta de conexión entre segmentos y con más graves carencias de profundidad y relación entre los personajes de toda la saga.
La sombra de Lucas y de Spielberg planean en todo momento en el forzado tono familiar de la historia, de prole disfuncional que representan los acompañantes de Indiana Jones; que si un hijo desconocido, que si el reencuentro con la eterna Marion, la amistad perdida con un ex compañero de facultad que parece su padre con Alzheimer, un amigo que es a su vez agente doble o triple o simplemente un buscador de fortuna... La falta de coherencia parece total dentro de este terreno, delimitando a los roles a una inflexión caricaturesca y lineal, que incluso afecta a un personaje tan poderoso como esa interesante antagonista soviética sedienta de conocimiento. Y esto, factor determinante en cualquier historia, deviene en una indolencia y reiteración que se percibe en una constante búsqueda de la afinidad participativa por parte del público que jamás se llega a producir.
Tan sólo existen cierto efluvio pasado en el personaje de Indiana Jones, más cansado y más viejo, que rememora en ocasiones lo que fue pero que, sin embargo, adolece de un cinismo que se echa en falta. Por supuesto que hay elementos que no podían faltar en una película con Indy como protagonista; como el retórico odio a las serpientes del héroe, el continuo encontronazo con los malos de la función, persecuciones, fugas, explosiones, algún que otro diálogo ingenioso y una proclamación de amor otoñal realmente hermoso y un tanto ñoño… Pero no es suficiente. Koepp (o Lucas, o Spilberg… es lo mismo) es incapaz de adaptar la acción de la saga, a adelantarse al espectador, a jugar junto a él como las anteriores películas. Se opta por un acopio de secuencias ensambladas con cierta pericia, sin ninguna apostura, haciendo gala de una sonrojante escasez de lucimiento argumental, alimentándose de arquetipos propios sin mucho tiento en la parodia de la que bebían sus precedentes. Se dan demasiadas suertes casuales, peleas desprovistas de impacto, negligencia a la hora de aportar el barniz cómico esperado y una serie de requiebros de guión no por sorprendentes incomprensibles. Incluso se muestra rácana en localizaciones internacionales, pues esta vez la acción se limita a explotar la selva amazónica, tras un apreciable intento por marcar diferencias en su incio, en su representación de los años 50 universitarios y sociales.
Que la acción sea aquí el núcleo que acopla a los personajes con el devenir de los acontecimientos ayuda a que esta cuarta aventura del Dr. Jones, Henry Jones Jr., “Jonsey” o como se quiera llamar a este nuevo Indiana Jones, no decaiga en ningún momento en cuanto a parámetros de entretenimiento se refiere, ni siquiera cuando se abusa tanto del “todo vale”, el conocido “más difícil todavía”. Y no es un problema que resida en la verosimilitud. Todos los espectadores de las anteriores cintas conocen de primera mano que la ficción adulterada y sobrexpuesta a la realidad siempre fue uno de los factores de divertimento de estas aventuras.
Parece que con salpicar con algo de humor algo trasnochado las andanzas de Indiana Jones con parajes exóticos, culturas milenarias, artefactos divinos, cráneos de alien multifuncionales que sirven como improvisadas máquinas de tortura y algún guiño nostálgico es suficiente para encubrir la escalofriante oquedad que se percibe en su interior. Eso sí, Spielberg continúa siendo el visionario que fue, brindando una nueva muestra de la maestría que le precede, fiel a su inconmensurable perspectiva fílmica, meticuloso con la responsabilidad visual de la cinta, pero en ningún caso en la reinvención o restablecimiento del arqueólogo de antaño. Uno de los grandes inconvenientes de este nuevo Indiana es que la glorificación del héroe acaba por convertirse en una forma de restarle atributos míticos y reconocibles.
Por no entrar valorar las “irónicas” coceaduras a la historia y al pasado, a su paródico juego con el comunismo y el estalinismo de corte ufológico, la amenaza nuclear, el heroísmo militar y los ya habituales desagravios históricos, que aquí son acentuados por la desinformación absoluta con la que se va hilvanando las partes del filme, apiñando a mayas y nazcas como una tribu común, presentando Cuzco como un pueblo campesino y no costero donde suenan rancheras mexicanas, situando la desaparición de la tumba de Orellana en el año 1500, cuando el descubridor no había nacido… Por si fuera poco, y es ahí donde todo se viene abajo, ‘Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal’ dinamita la idea de un cine artesanal confeccionado “a la antigua”, un concepto por el que gravitaban las anteriores tres cintas del arqueólogo y que aquí ha no se ha respetado en lo más mínimo, ya que la puesta en escena, las secuencias de riesgo, incluso la propia fotografía de un desorientado Janusz Kaminski están filtradas por el ordenador hasta la saciedad. Son los nuevos tiempos, obligados a recurrir a las avanzadas tecnologías de CGI. Los mismos que hicieron que Lucas confiera esa anacrónica y citada Nueva Trilogía ‘Star Wars’ y que afecta, en gran parte, a Steven Spielberg y a esta obra.
Lo más reprochable es que hayan abusado tanto de las redes de la fantasía digital, dejando la impresión de que esa pose de noción de videojuego moderno es una táctica comercial para abarcar a las nuevas generaciones descendientes de la viodeconsola de última generación. Una idea que choca de bruces con la artesanía y la disposición del cine clásico que mantuvo a lo largo de una década el gran héroe arqueológico visto aquí con un regusto nostálgico, tal vez perdido para siempre. Una razonamiento por parte de sus autores que, en su médula, se percibe como lógica y coherente dentro del Cine Moderno. El mercado y la taquilla lo imponen. Por tanto, ésa puede ser la causa de la disconformidad y el conflicto que suscita esta nueva entrega con su anterior Trilogía.
La película logra funcionar a ratos por algunos de sus ‘set pieces’ bajo unos exiguos requisitos de funcionalidad, demasiado aleatorios y sin ímpetu de trascendencia que pretenden rememorar la quintaesencia de la Saga. No lo consiguen en ningún momento. Tan sólo Harrison Ford desempeña el sugestivo residuo de antaño. Sin mucho esfuerzo, el actor desprende su habitual carisma y recompone con asombrosa comodidad la efigie de la reminiscencia. Ni siquiera importa cómo interprete a su personaje, enfrentado de nuevo al agnosticismo, a la contraposición del cientifismo enfrentado a la teología o que haya una insuficiente tentativa por escarbar en la imposibilidad del ser humano en su elucubración de lo absoluto, como sucedía con Belloq o con Elsa Schneider y Walter Donovan. Él está por encima de todo eso. Él es el único que hace revivir a Indiana Jones. Muy por encima de un reparto que cruza por el filme sin pena ni gloria; desde una Karen Allen a la que los años no han tratado tan bien como a Ford y que aquí interpreta a la heroína con rostro de paranoica como una sombra oscurecida por su pasado, pasando por la eficacia silenciosa del joven talento Shia LaBeouf, el grotesco papel de Ray Winstone o el demencial rol que le ha tocado en suerte al pobre John Hurt.
Tan sólo parece estar a la altura Cate Blanchett, que confirma con habilidad su versatilidad y condición de estrella todoterreno. Por lo demás, esto no es más que un conjunto de secuencias de acción, con un ritmo impecable lleno de ingenio y repleto de efectos especiales donde hay espacio para recrear macacos amigos en inverosímiles persecuciones ‘tarzanescas’, irreales ejércitos de hormigas carnívoras, cascadas a modo de monumental parque acuático o secuenciaciones de calaveras en una sola como conclusión corpórea de todo el meollo. La falta de inspiración afecta incluso a un John Williams incapaz de componer algo destacable más allá de la reiteración de los ‘scores’ más conocidos y celebrados de las anteriores entregas. La sensación final es que ha sido una ocasión desaprovechada en la que tampoco tiene cabida la genialidad de Michael Kahn en la edición. La esencia se ha volatilizado con el paso de los años. Y hay que aceptarlo así.
‘Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal’ es un ostentoso juguete que pretende contentar a todos, un gigantesco divertimento que no molesta a nadie y que tampoco duda en utilizar la evocación del héroe de los 80, del aliento del cine de aventuras definido por Spielberg hace dos décadas, como un simple pretexto con el que el espectador pueda introducirse en el deleble histerismo de una nueva aventura digitalizada y totalmente innecesaria. La mercadotecnia ha sido siempre la que ha dictado el pasado, el presente y el futuro del cine. Sólo si uno logra asumir todo esto y dejar a un lado el pasado y los prejuicios es posible disfrutar de esta nueva aventura del héroe por antonomasia, por mucho que haya perdido por completo la substancia original. Lo que sí hay que tener en cuenta es que, y haciendo un símil retroactivo con la ya penúltima parte de la Saga, para Lucas y Spielberg el Grial no es esa copa de carpintero, artesanal y añorada, sino que es un cáliz dorado y lleno de joyas. ‘Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal’ es ahora una recreación artificiosa de la aventura, donde lo atractivo ya no es la memoria de los viejos tiempos, sino lo que más brilla.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Diez años de textos abismales (II): Homenaje Santo Enmascarado de Plata (26/01/2005)

La leyenda del héroe azteca
El Santo Enmascarado de Plata es uno de los héroes más importantes del cine y un icono cultural y fenómeno sociológico en México.
Bien es sabido por los conocedores y amantes de los cómics y las leyendas que los superhéroes han encontrado sus raíces en la antigua mitología. Las grandes figuras legendarias, aquellos defensores de la masa popular que velan por la paz y la justicia han pasado a través del noveno arte, la literatura e incluso en la tradición oral a formar parte de la mal llamada cultura de masas, iconos sociales que se han acabado integrando en la erudición más inveterada. Es cierto que son sólo unos pocos son los que pasan con letras de oro a la profusa antología de héroes, mitos, celebridades que se aúnan en la memoria colectiva para traspasar así cualquier papel (ya sea de cómic como de literatura) para consolidarse como iconos en la vida de los que saben justipreciar el noveno arte; léanse los grandes clásicos como Batman, Superman, Iron Man, Spiderman... Seres de apariencia humana, algunos de ellos más humanos que el vecino que compra el periódico cada mañana y lleva una aburrida vida cotidiana, que ejercen una meritoria vocación de protección y defensa de la Humanidad vista eternamente desde una perspectiva idealista, adquiriendo poderes en circunstancias accidentales (cuando una explosión o la ingestión de una droga provocaron extrañas mutaciones en su estructura) o provenían de planetas lejanos.
También es indefectible que hayan sido productos basados en el mensaje subversivo (para bien o para mal) en la viñeta triunfalista instituida en un patriotismo exacerbado (generalmente de los yanquis) para deleite de las inquietas mentes sedientas de aventuras y sergas. Maravilloso, pero escasamente relevante. Por eso, más de cincuenta años después de su nacimiento, hay que reivindicar a uno de los héroes más desconocidos en estas lindes españolas, pero que ha marcado con su sencillez una leyenda en un país tan excepcionalmente atrayente (por su cultura, su gente y su entorno nigromántico) como es México. Un superhéroe que rompe los cánones, que ha sido capaz de delimitar su propio territorio ante la tiranía viñetística americana. Por supuesto, el mítico y poco valorado Santo Enmascarado de Plata, una de las efigies más fundamentales en la idiosincrasia azteca que debería ser conocido como un héroe ecuménico y significativo en cualquier parte del planeta. Nacido de la inspiración de ‘El fantasma’, personaje creado en 1955 por Lee Falk, Santo Enmascarado se ha consolidado como una figura imprescindible, símbolo de una tradición que ha llevado consigo la admiración y furor no sólo de los propios mexicanos, sino de aquellos que saben descubrir hipnóticos emblemas reveladores de otras culturas exóticas, fascinantes, mágicas.
Santo no se parece a los superhéroes a los que estamos acostumbrados a leer, a aquellos dibujos de contornos perfectos surgidos de la pluma de Stan Lee, Jack Kirby o Simon Bisley, sino que (salvando las distancias) está más cerca de los trazos violentos y decididamente bizarros de C.C. Beck e Infantino. Este héroe mexicano encuentra la grandeza que le rodea y le hace más extraordinario que otros ídolos en su nacimiento del pueblo, en la realidad social de la que surge. Santo es original, fundamentalmente, por su procedencia: un campeón de lucha libre que se enfrenta a sus regios enemigos cimentado exclusivamente en sus grandes facultades físicas, en unos poderosos y diestros puños preparados para la lucha y en esa peculiar e incomparable máscara que todo el mundo conoce, aún sin haberle visto nunca. Su mitología se acrecentó (eso sí, con escasa repercusión fuera de sus fronteras) al convertirse en el protagonista de un genial y desagraviado género cinematográfico que se sale de todos los referentes habidos y por haber. Un cine basado en los luchadores mexicanos. Algo que aquí puede sonar indiferente pero que en su tierra asigna una impronta bastante cardinal. Entre 1952 y 1983 Santo ha agrandado su figura a lo largo de medio mundo gracias a más de 150 películas centradas en esta enseña sudamericana.
Antes de que el luchador Rodolfo Guzmán Huerta encarnara al hombre que se ocultaba tras la máscara plateada y diera vida a ese ser fantástico combativo y aguerrido durante más cuarenta y cuatro años consecutivos, los cómics auspiciados por Jesús Lomelín y dibujados por José G. Cruz habían llenado de ocio y mitología una figura de gran envergadura tanto cultural como social, que alcanzó su máximo esplendor en los años 60, sin duda alguna donde residen las mejores películas de este icono mexicano.
La primera aparición de Santo tuvo lugar en 1952, cuando René Cardona adaptó uno de los cómics de G. Cruz y se llevó a cabo ‘El Santo Enmascarado de Plata’, una película de serie B que, a medio camino entre el experimentalismo y la viñeta más zafia, ofrecía la mejor perspectiva del luchador que nunca se plasmó en pantalla, un héroe (casi semidiós) protector de los menos favorecidos económicamente, un superhéroe atómico e invencible, lo más parecido al cómic visto en la gran pantalla que se ha creado en México (y en el fondo extensible a los fastos cinematográficos). El productor Alberto López vislumbró el potencial de aquella efigie de éxito fulminante y firmó un contrató exclusivo con un producto que se convertiría en el más rentable de la historia de México.
Desde su primer filme oficial, bajo el inconfundible sello de la productora de López llegaría ‘Santo contra el cerebro del Mal’, la inolvidable cinta de Joselito Rodríguez, que abrió un auténtico filón engrandeciéndose a continuación con numerosos filmes, entre los que destaca ‘Santo contra los hombres infernales’, autentico génesis de una filmografía que acompañaría a Guzmán Huerta hasta su muerte en 1984. Tras siete filmes (sobresaliendo particularmente ‘Santo contra los zombies’) el luchador del antifaz dejó el cine para dedicarse a su verdadera vocación: la lucha libre. Pero ante el clamor de una enorme nación como es la chicana, volvería en 1962 con ‘Santo contra las mujeres vampiro’, bajo las órdenes del carismático Alfonso Corona Blake, una de las cintas con mejor acabado y guión sobre este personaje. El cine del Santo Enmascarado de Plata es un cine sin pretensiones, divertido, optimista, en la que la cultura mexicana se refleja a modo de radiografía social y convierte al Santo en la representación de una esperanza, de una quimera del México más pobre, del ideal de los estratos sociales más necesitados de héroes como Santo.
Por eso en películas como ‘Profanadores de tumbas’, ‘El hacha diabólica’ o ‘El tesoro de Moctezuma’ Santo siempre es derrotado temporalmente, como signo evidente de afinidad con el pueblo, pero que, en finales apoteósicos de lucha y violencia, el héroe logra vencer de forma indiscutible, con victorias a favor del bien y de los grandes valores occidentales y religiosos. Lo que es, en realidad, el anhelo del vulgo a quien iban dirigidas este tipo de filmes. Además, Santo siempre estuvo rodeado de bellas y exuberantes mujeres, algunas representadas también en inexorables adversarias, como las misteriosas Lorena Velázquez y Ofelia Montesco en ‘Santo vs. las mujeres vampiro’ o las turbadoras Maura Monti y Eva Norvind de ‘Santo contra la invasión de los marcianos’; otras, como las esculturales Elizabeth Campbell o Amedée Chabot fueron subyugadas por el donaire del hombre de la máscara plateada. Pero a todos los que hemos seguido desde nuestra infancia las aventuras de este peculiar héroe quedará en la retina el cuerpazo desnudo de Meche Carreño en los episodios de ‘El barón Brákola’.
Todo un género con su propia tradición. Lucha sin límite de tiempo y sin tregua, en constante actitud beligerante contra el mal, ante su impasible máscara de plata han desfilando los villanos más insospechados de la literatura o el cine: un estrangulador que opera en un teatro de variedades (‘Santo contra el estrangulador’), marcianos invasores (en estética muy hermanada a la de Edward D. Wood Jr.), villanos del ring, cazadores de recompensas, mafiosos terroríficos, momias vengativas (‘Santo contra las momias de Guacajanato’), Frankenstein, Drácula (‘Santo en el tesoro de Drácula’), monstruos, muertos vivientes, asesinos de otros mundos, secuestradores y el ‘asesino de la televisión’ (figura mítica en la cultura catódica mexicana), algunos de los muchos enemigos de este mítico superhéroe que vería su fuerza duplicada con otro mito del cómic mexicano como lo es ‘Blue Demon’ en filmes como ‘Santo y Blue Demon en el mundo de los muertos’ y ‘La Atlántida’.
Muchos fueron los grandes cineastas que compartieron filmografía con Santo, cineastas que con su desparpajo y gran visión de la aventura cinematográfica crearon uno de los géneros dentro del fantástico que muy pocos conocen de verdad y en toda su extensión: el cine ‘psicotrónico’ mexicano. Películas de serie B y Z centradas en los mitos alquímicos provenientes de la religión y creencia azteca que otorgaron creadores de la talla de Gilberto Martínez Solares, René Cardona, Alfredo B. Crevenna, José Díaz Morales o el mencionado Alfonso Corona Blake. Directores de culto que representan el ideal del auténtico sentimiento de lo que es el fantaterrorífico más genuino y valedero.

Los fascinantes diseños de Ben Chen

El oscuro sentido del humor del ilustrador y diseñador de Taipei (Taiwán) Ben Chen se cimienta en dos elementos cardinales para entender su fascinante obra; el amor por la cultura pop y un humor que no entiende de leyes y fórmulas de ilustración a la hora de reflejar toda esa amalgama de referencias culturales basadas en extrapolaciones sobre personajes literarios, cinematográficos, de videojuegos o de animación que se filtra a través de los parámetros de la trascendencia iconográfica y, desde una distancia cínica y bastante cruel, alterarlas con un giro humorístico y llegar hasta el paroxismo del ensañamiento mórdido.
En el imaginario experimental de Chen está guiado por la sátira, por el ‘mash up’ y el ‘crossover’ combinativo. Una mirada fresca y cómica que no olvida nunca ese poso incómodo que destaca entre su trazo de viveza colorista; desde la irrupción de Garfield en el poster de ‘El Padrino’, cómo unos cuervos le sacan los ojos a Snoopy en su más famosa efigie, Humpty Dumpty cascado a la mitad mientras Alicia, el Sombrerero y el Conejo Blanco se disponen a comer un huevo frito con el té, el Hombre de Paja ardiendo en una fogata mientras Dorothy, el León y el hombre de Hojalata queman unos marshmallows y se calientan en la noche, varias ridiculizaciones del pobre Pinocho, un búho cuya presa es SuperRatón o la caricatura de varias obras de arte inmortales esgrimiendo fetiches de esa cultura popular moderna como Batman, Indiana Jones, Hellboy o Harry Potter.
Ben Chen no deja indiferente con estas ilustraciones únicas que ofrecen una mirada fresca y cómica alejada del convencionalismo para sorprender con la locura de unos diseños fraguados en geniales ideas sin límites a la imaginación. Según sus propias palabras “su cerebro no para de correr”.
- Disfrutad de su Flickr y alucinad con el talento.
- Su página de Threadless, donde se venden productos con sus diseños.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Diez años de textos abismales (I): Chris Cunningham: Cuerpo y tecnología (20/11/2004)

Salamanca es conocida en el mundo entero por su entorno arquitectónico y porque se presume de que es una orbe cosmopolita y muy cultural. Pues es mentira, amigos. La cultura llega con bastante poca frecuencia. Tras llenarse los bolsillos las instituciones con el publicitado eslogan de ‘Salamanca 2002. Capital Cultural Europea’, la cosa pareció mejorar, pero no. Aquí no llega cultura. No importa. Es ignorada. Aún así, existen pequeñas joyas que caen como gotas de agua en un desierto. Y cuando llega, tengo que reconocer que lo bueno se hace esperar.
El Domus Artium 2002, más conocido como DA2, está desarrollando su  función en este aspecto. Por ejempo, dar a conocer al público fases como el ‘Come to Daddy’ de Chris Cunningham, el visionario moderno dómine en el terreno del ‘videoclip’. El título de esta parte de la exposición y de un reconocido DVD pertenece a una canción y un videoclip inolvidable, irrepetible, que Cunningham creo para Aphex Twin. El vídeo de las niñas diabólicas con el inquietante rostro de Richard D. James, que repite en otro vídeo espectacular como ‘Windowlicker’ también para Aphex Twin, es un producto identificativo de este nuevo genio audiovisual. En él podemos ver a estas criaturas salir de un agujero en la pared con ganas de sembrar con violencia en el barrio Thamesmead, en Wollwich, en el Londrés más Oriental. Las criaturas (no sé porqué me viene a la cabeza ‘The Brood’, de Cronenberg) corren llamados por su creador, un monstruo desfigurado y esquelético que sale de un aparato de televisión y encuentra en una viejecita que pasea a su perro a la víctima perfecta. “Quiero tu alma. Me comeré Tu alma”, le grita desde la televisión. Imponente la factura técnica, acojonante esa reunión de los niños y el creador en su infierno particular.
Nacido en Londres en 1971, Cunningham es uno de los directores con más futuro dentro de Hollywood y todavía no ha realizado un solo largometraje. Su propensión hacia la oscuridad con la que plantea sus temas, la visualidad incómoda, gris, mortecina, llena de intersecciones, siempre inclinada a la exploración de los cuerpos, de las formas, reconvertidas en seres infrecuentes, figuras extrañas y espeluznantes monstruos. Niño prodigio del medio (a los 16 años trabajaba en el departamento de efectos especiales de los estudios Pinewood), Cunnigham es experto en dar forma y carácter a monstruos deformes, como demostró en sus reconocidos trabajos cinematógraficos de ‘Razas de Noche’ y ‘Alien 3’, reformulando la célebre criatura de H.R. Giger. Los escenarios futuristas y postindustriales, la atmósfera angustiante y una afección por el organismo y el cuerpo humano son elementos necesarios en una obra tan fascinante como perturbadora.
El estilo y la puesta en escena de Cunningham encuentra lugares comunes con el cineasta David Fincher, ya no sólo en su parecida forma de fotografiar sus trabajos (muy evidente en el mejor vídeo, a mi juicio, de este autor; el ‘Afrika Shox’, para Leftfield and Afrika Bambaataa -de hecho está fotografiado por Darius Khondji, que trabajó con Fincher en 'Se7en' y 'Panic Room'-), sino en su concepción narrativa, en su ritmo, en la innovadora y revolucionaria forma de planificar y una capacidad imaginativa unida a un innegable atrevimiento visual de un trabajo que le ha llevado a ser considerado uno de los directores más importantes de su generación.
Sus influencias parecen claras; casi todo el mundo coincide en señalar el ‘cyberpunk’ como entorno personal, los cómics y la “sci-fi” como temas recurrentes, la literatura de J.G. Ballard, William Gibson, Paul Di Filipo, Bruce Sterling como temática imperante y la actitud de David Lynch o el mencionado Cronenberg son los dispositivos referenciales de un director que muestra sin escrúpulos el impacto provocado por la tecnología en la cultura moderna y, sobre todo, en las relaciones humanas. Las extrañas asociaciones de Cunningham se materializan, para ello, en criaturas dibujadas por él mismo, en conjunto con las imágenes tratadas digitalmente, cuyo objetivo es un realismo extrañamente impactante. Sin embargo, el autor no parece darle importancia a su propia trascendencia: “Tal vez no debería presumir de esto, pero todos saben que con los videos de música no hay demasiada inteligencia detrás. No estoy tratando de manifestar una realidad social ni tampoco intento comunicarle al público lo que siento. Estos videos son simplemente la manipulación del sonido con la imagen y la mayor parte de las decisiones son actos reflexivos”, ha dicho.
Sin duda alguna, el vídeo estrella de la exposición es 'All is full of love', elaborado para la islandesa Björk. Es aquí donde mejor se aprecia la preocupación por lo tecnológico y lo mecánico, todo ello observado desde una erótica humana que en la que dos robots se abrazan despertando a la sensualidad. Música e imagen, anatomía y robótica, se mezclan en una combinación que indaga en un cosmos morfológico impresionante. Lo aséptico del espacio, la luz y la acción amatoria de los cyborgs contrastan en un fondo humano entre dos máquinas que descubren el amor, en una sinergia perfecta de robótica, industrialización, sexo y oda a la anatomía femenina. Un tema también presente y esencial en ‘Second Bad Villbel’, realizado para Auterche, en el que aparecen los robots que el británico utilizó para su trabajo en ‘Inteligencia Artificial’, durante una breve temporada, en el proyecto de Stanley Kubrick (con el que trabajó durante dos años sometido al maestro) que terminó dirigiendo Steven Spielberg.
La lucha de sexos y el amor más escabroso es el tema del único cortometraje de ficción de Cunnigham, 'Flex', en realidad un oscuro ‘performance’ visual donde los cuerpos vuelven a ser el reclamo para inquirir en una sensualidad agresiva y violenta, de una intensidad lograda a través de la luz y el sonido. En una pelea de violencia extrema, la pareja descubre su necesidad recíproca, sumidos en la confusión del ambiente, ensangrentados, asfixiados, exhaustos por el dolor, mitigada por la crudeza sexual y pornográfica de dos seres que, en ese momento sexual, se unen, fundiéndose el uno en el otro. Ella se arrastra buscando al hombre hasta lograr encontrarlo en la luz de su principio. Fascinante.
Squarepusher, donde una niña japonesa intenta escapar de un hospital infantil en el que se realizan experimentos tecnológicos. La unión de música, imágenes enloquecidas y un ambiente frío e inquietante, vuelven a ser elementos necesarios en un trabajo sorprendente. ‘Frozen’, para Madonna y ‘Only You’, para Portishead se ven en la misma pantalla dejando una sensación de exquisitez artística encomiable. Su frase: "mucha gente piensa que mis trabajos son terroríficos. Personalmente, yo los encuentro hilarantes. Terroríficos para mí son, por ejemplo, los vídeos de las Spice Girls" dio la vuelta al mundo, dejando ver su vena más cínica y ‘outsider’ en un mundo envenenado por la carencia de originalidad.
Y cuando Cunningham debute en el cine, lo hará por la puerta grande. En una superproducción sin límites, en una aventura más que arriesgada, traducir a imágenes ‘Neuromante’, la novela de William Gibson que dio origen al ‘cyberpunk’ y que definió los conceptos de un género multifuncional y difícil. El británico ha contado con un guión escrito por el propio Gibson (que ha definido en repetidas ocasiones a Cunningham como el hombre "perfecto para ese trabajo") y una banda sonora a cargo de Richard D. James, es decir, de Aphex Twin.
El genio del nuevo siglo espera su turno para dejar su impronta en un cine que necesita de talentos visionarios como el de Chris Cunningham.
La exposición 'Come to Daddy' está compuesta por:
Videos Musicales
'Second Bad Vilbel', para AUTECHRE.
'Come To Daddy', para APHEX TWIN.
'Only You', para PORTISHEAD.
'Frozen', para MADONNA.
'Afrika Shox', para LEFTFIELD. feat. AFRIKA BAMBAATAA.
'Come On My Selector', para SQUAREPUSHER.
'Windowlicker', para APHEX TWIN.
'All Is Full Of Love', para BJORK.
Making of ‘All Is Full Of Love’, con entrevistas a Bojrk y Chris Cunningham.
Otros trabajos
'Monkey Drummer', con música de Aphex Twin
'Flex', con música de Aphex Twin.
'Mental Wealth', aununcio de Sony Playstation.
'Photocopier', anuncio inédito para Levis.
'Engine', anuncio para Nissan con música de Boards of CanadaWindowlicker.
Completada la exposición con: Lise Sarfati, Rosemary Laing, Edward S. Curtis...

viernes, 5 de septiembre de 2014

‘Un mundo desde el Abismo’ cumple diez años

Este blog que leéis nació como un acto de inconsciencia e irreflexión, como casi todo lo que hago en mi vida. Hoy justo hace diez años del primer post. Atraído por la novedad de esa nueva forma de comunicación llamada blog, decidí embarcarme en una emocionante aventura llamada ‘Un Mundo desde el Abismo’. Y de eso hace 3.652 días. Por aquel entonces, los blogs eran una alternativa novedosa en los que plasmar todo tipo de inquietudes. Las bitácoras nacieron dentro de un estrato personal, con vocación de intimidad. Sin embargo, no enfoqué su contenido hacia ese propósito. Desde el principio, el objetivo fue convertir mi voz en la red en un cúmulo absurdo y desordenado de referencias e inquietudes donde el cine fuera la columna vertebral de sus textos, contagiado por todo tipo de géneros, esgrimido en un arduo ejercicio de entrega y disposición. Lo concebí de la manera en que un náufrago mete sus mensajes en una botella y después los lanza al océano, sin saber si alguien los leerá o no.
Y resultó que sí. Los primeros años, ‘Un Mundo desde el Abismo’ se propagó como un caótico espacio donde encontré un sitio exhumando mis ideas, textos, críticas, reflexiones sin sentido y obsesiones varias en los albores de aquella ‘blogoesfera’ que irrumpía con fuerza en una innovadora ventana al mundo, una nueva herramienta periodística. Era la oportunidad de venderme con un fulano con recursos y aptitudes para la escritura, inmerso en esa nueva etapa de la comunicación 2.0, procurando, eso sí, entretener con gran variedad de temática adecuada a un lector que buscara pasar el rato. De repente, el blog abismal era una referencia mencionada en foros, otros blogs, libros sobre internet, finalista en concursos de blogs, ponente en charlas universitarias. El blog gozaba de más de dos mil visitas diarias y generaba comentarios apasionados y multitudinarios, además de diálogos con otros bloggers que copaban este universo que tiene cierto componente de egocentrismo, porqué negarlo. Y era reconocido como un influente foco de opinión. Surgieron enemigos, envidias y encontronazos, pero también amigos que entraron en un blog que siempre ha estado abierto a todo el mundo y se quedaron para siempre. Ésa es la mejor parte de todo este tiempo al frente de un proyecto que, en su origen, pareció abrir incluso alguna puerta laboral. El blog pasó a ser un privilegio único.
El esfuerzo de los primeros años prolongó su titánica profusión dactilográfica, llenando cada día el vacío internauta de abundantes textos, de análisis, de cientos de críticas de cine, de estudios, de dossieres, de artículos, secciones que fueron yendo y viniendo… Todo parecía en aquellos primeros años un vía de canalización hacia algo ilusionante, hacia algún desafío relacionado con la escritura, con el hecho de volcar aquellos deseos e ilusiones o de reafirmar el dudoso talento que atesoraba aquel veinteañero a punto de cumplir los treinta que inició uno de los viajes más maravillosos de su vida con una dirección cada vez menos clara. Hoy en día, todo aquello ha desaparecido. Diez años después, entiendo en primera persona el título de aquel blog. Diez años después estoy en el mismo punto, mirando al precipicio sin atisbar un futuro concreto, al borde de ese Abismo que da título a todo esto. Es triste, pero al menos me queda como consuelo de que este producto abismal no haya sido uno de esos blogs destinados a desaparecer como tantos y tantos otros que se han quedado en la red tras un paso más o menos reconocido por la blogoesfera. Y aunque no sé hasta cuándo durará el hechizo de este periplo sin rumbo (puede que seis meses más, un año, dos… incluso otros diez), la voluntad invariable es seguir divirtiéndome con lo único que sé hacer en esta vida: escribir.
El modelo ‘blogger’ se abandonó como un juguete roto con la aparición de las redes sociales. El mundo cambió, como era de prever. Y los blogs dejaron de ser interesantes, porque Facebook y sobre todo Twitter proponían un escenario de inmediatez alucinante. De pronto, todo el mundo se abrió una cuenta en estas dos redes de moda en busca de amigos y followers; los 140 caracteres se leen antes que un texto de ochocientas palabras y es más expeditivo el flujo comunicativo y la interactuación. El ‘feedback’ es mucho más urgente y efímero. El Crtl+C+V de noticias o fotos han sublimado el hecho instantáneo de compartir nuestra vida, afianzando esta idea como meta, como el espíritu de esta nueva práctica. El sentido y la finalidad que diferencia cada época fue haciendo que ‘Un Mundo desde el Abismo’ no aglutinara el mismo número ingente de visitas o comentarios. Algo lógico, por otra parte. Pese a ello, nunca abrí el blog con un objetivo numerativo o de posicionamiento de contenidos segmentados.
En ese sentido, la pureza de su nacimiento mantiene el mismo concepto de preservar como principal postulado un propósito de actualización centrado en la atención a la temática de ocio, al arte, de diseño, de cultura, de deporte, de cine… o de temas a los que aportar una opinión propia. El fondo sigue siendo hacerse eco de referencias desde un punto de vista subjetivo y sin perder el sentido del humor. Creo que no he incumplido la promesa que me hice a mí mismo. Algún día vendréis aquí y os preguntaréis qué ha pasado al conocer el imprevisto final de una trama que se ha perpetuado por encima de la década fabulando con una idea clara de transmitir una opinión crítica. Os aseguro que sobre quise divertir y que esto no fuera el coñazo que empieza a ser este post de cumpleaños. Se supone que en estas onomásticas hay que celebrar y no contar las miserias. Es como si el invitado achispado y nostálgico alzara la copa ante el estupor de los demás. Y no ése el plan. Así que abramos una cerveza bien fría y brindemos por la salud de este blog. Yo lo estoy haciendo en este momento.
Diez años, amigos. Desde aquel primigenio Abismo, hemos pasado juntos muchas cosas. Y espero que así siga siendo. El 5 de septiembre de 2004 se abrían las puertas de este garito virtual con aquellas palabras de presentación al universo 2.0: “A partir de ahora tengo el privilegio de ir aportando pequeñas reflexiones, mis críticas, reportajes, relatos, paranoias, movidas, pensamientos infectos y neuras en este espacio dedicado a desvaríos varios, cultura inmunda y disgregaciones sin mucho sentido”. En cualquier caso, este blog nació por la bobada del intento y su inspiración fue Rafa Gil, padrino de excepción del Abismo y responsable, en parte, del nacimiento del blog. Si no os gusta esto, echadle también la culpa a él.
Hubo un lapso de tiempo en el blog iba sufriendo cambios, alguno de ellos innovador y revolucionario en la red, dinamizado siempre por la búsqueda de una adaptación estética que fuera siempre en conjunto con la comodidad de lectura. Qué tiempos aquéllos. Reconozco que el blog se ha quedado anticuado y hay que insuflar esa alegría de progresar y no dejar que, más allá del contenido, ese rango obsoleto y abandonado se modernice. Hay que inyectar otro aire a todo esto. La intención es renovar todo este entorno por completo, ejercer un golpe de efecto a una página personal que unifique ideas y la materialización de ese prometido gastroblog llamado REFOgones. El futuro depara sorpresas imprevisibles y depende de muchos factores su continuidad. Es cuando surge una frase que debe aflorar en los momentos de duda: “¡qué cojones!”. Y es ahí donde vuelve a florecer la intención insana de que ‘Un Mundo desde el Abismo’ siga, al menos, otros diez o veinte años más… ¿Os imagináis? ¿Qué os parece la idea?
Llegados a este punto, quiero agradecer la aportación a Myrian, que materializó los cambios que hicieron crecer estéticamente el Abismo. Casualmente supone el mismo aniversario con idéntica cifra de años que me une a ella. Pero sobre todo, quiero daros las gracias por enésima vez a todos vosotros, por haber estar ahí cada día y soportar con interés de ida y vuelta las reflexiones de este pobre diablo que creó este espacio sin saber que llegaría este día, sin saber sabe muy bien a qué expectativas respondía el inicio un blog que formará parte de mi vida para siempre. Estimados lectores y amigos. A pesar de las dificultades del momento, aún persisto como un gilipollas en el empeño de que todos estos diez años de escritura, con esas 2.223 entradas y las horas incontables de trabajo delante del ordenador, han sido fructuosas y valiosas.
Por eso, a todos los que alguna vez visitasteis cada día esta habitación sin ordenar, a los que aún lo seguís haciendo con asiduidad (a vosotros a los que más), a los que os olvidasteis el Abismo, a los despistados que entraron una sola vez por casualidad, a los que criticasteis desde la educación e incluso el ultraje ‘trollero’, a los que no habéis vuelto a pisar y se os echa de menos… os agradezco vuestra pequeña contribución a la historia de ‘Un Mundo desde el Abismo’.
Todos tenéis mi agradecimiento y cariño eterno.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Cómo montar un monstruo siguiendo las instrucciones de IKEA

Si por algo se caracteriza la multinacional escandinava IKEA es por esas instrucciones de montaje que facilitan el ‘made your self’ tan peculiares para facilitar al cliente que sea él mismo quién establezca el acoplamiento de las piezas de los muebles. Para algunos es un mero trámite, para otros es una guía críptica poco menos que dibujada como un jeroglífico en el que la acción termina con el resultado de varias piezas sobrantes.
Sea como fuere, con este extraño submundo del bricolaje casero el artista y dibujante de cómics Ed Harrington lo ha tomado como modelo para crear una divertida colección de instrucciones y consejos de montaje al más puro estilo de IKEA para mostrar cómo confeccionar una serie de icónicos monstruos cinematográfico a través de sus concepciones fílmicas; ‘Alien’, ‘Hellraiser’, ‘La mosca’, ‘Viernes 13’ o ‘El ciempiés humano’ configuran su inventario que hace juegos con la conocida nomenclatura de la cadena de venta minorista de muebles y objetos para el hogar y decoración.
Esta serie de montajes de monstruos de terror puede verse en su Tumblr personal. Y no dejéis de echar un vistazo al resto de su catálogo de diseños. Un crack este Harrington.

'La Otxoa, sin complejos', un documental de Joseba Gorordo

Un artista a contracorriente
Sobre el escenario del teatro Campos Elíseos de Bilbao, tan sólo iluminado por un foco, emerge la figura de José Antonio Nielfa, conocido por todos como “La Otxoa”. Él mismo se presenta: “¿Ustedes se preguntarán qué hace este señor aquí. Les explico…”. Con esa declaración de intenciones comienza el documental de Joseba Gorordo ‘La Otxoa, sin complejos’, un viaje que recorre desde la primera persona de quien protagoniza el filme determinados aspectos de la vida personal y artística de un artista confeccionado a base de detalles; que van desde sus duros comienzos sin el apoyo de unos padres que no veían con buenos ojos que su hijo fuera ni futbolista ni cantante (“Mi padre quería que le saliera ‘txikitero’ como él y le salí folclórica”) hasta su zenit como figura reconocible en el mundo de la farándula y hostelero de éxito.
Fuera de los términos de Vizcaya, “La Otxoa” es conocido por una generación que reconoce al mito que representa al ser uno de los adalides más reconocidos dentro del movimiento gay español cuando todavía era un tema tabú y la homofobia se hallaba muy activa en el pensamiento retrógrado de la sociedad española anclada en la raigambre censora e intransigente que aún hoy persiste en las esferas de la ideología más reaccionaria. El documental repasa la vida de este artista desde su voz y memoria, rememorando su origen en el barrio de San Francisco en Bilbao, en el que trabajó en un local llamado ‘8A’ (de donde toma su nombre artístico) hasta su partida, en pleno franquismo, a Torremolinos, donde trabaja de camarero en un bar de ambiente en busca de su propia identidad y de la libertad que se le había negado durante tantos años.
A finales de los 60, fascinado por el ambiente que se vivía en los círculos de espectáculos de cabaret de la Avenida del Paralelo, se mudó a Barcelona a trabajar en otro local, en el que fue detenido y encarcelado por su condición de homosexual en virtud de la infausta ley franquista de “vagos y maleantes”, al ser considerado como un “peligro social”, obligándole a convivir en un entorno hostil entre rejas donde fue recluido sólo por ser diferente a los demás.
Cuenta “La Otxoa” que 1979 fue “su peor año y también el mejor”, puesto que coincidieron el fallecimiento de su madre y de uno de sus mejores amigos con la llegada del éxito y reconocimiento nacional. Tomó su nombre artístico en la Aste Nagusia de aquel año y se convirtió en uno de los rostros reconocibles y pioneros del transformismo en España. Desde aquel instante, pasó a ser un innovador con el suficiente arrojo que encontró en la canción ‘Libérate’ el himno de la lucha contra la opresión y reivindicación por la libertad de su condición sexual.
‘La Otxoa, sin complejos’ se limita a escuchar, a través de sus anécdotas, esa época oscura y gris, atendiendo a un diálogo donde se manifiesta la personalidad de este genuino personaje, beligerante, carismático y lleno de aristas e inquietudes. Nielfa pasó también por Madrid, en una época especialmente proclive al cambio en el que abanderó y fue una de las voces principales de la denominada y célebre “movida madrileña”, que se dio como movimiento sociocultural en la capital de España a finales de los años 70 y principios de los 80. Anticipándose a los albures del cambio hacia la transición posterior, legitimó su esencia y emergió el personaje destinado a hacer de él un icono de la heterogenidad de la época, logrando grabar una decena de discos (‘Toma bacalao’, ‘Todas al fútbol’, ‘Libérate’, o ‘Mariloka’, entre muchos otros) y participando en películas como ‘La muerte de Mikel’, de Imanol Uribe, recordada por su interpretación de su éxito ‘Todas al fútbol’.
La idea motriz del documental es, en realidad, una reflexión sobre el cambio de los tiempos, sobre la nostalgia de lo vivido, sobre la muerte y el paso del tiempo, la creencia de Dios o la inmortalidad de su figura, desarticulando los tópicos fáciles, con un anclaje de añoranza en los recuerdos desde una condición ajena a la mal considerada “normalidad”. Así, con voz propia, se va acompañando su diálogo con imágenes de un importante componente de manifestación estética y liturgia en el plano más teatral e interpretativo del cantante.
En su documental, Gorordo acierta en su enfoque al narrar la historia de un hombre hecho a sí mismo, que luchó contra los prejuicios como un superviviente, retratando mediante sus pequeñas historias un mundo que se resiste al cambio. El documental tiene el mérito de indagar en esos resquicios de una vida insólita que definen entre líneas las sombras del desamor, buceando en ámbitos que aborda desde el respeto y la disciplinada distancia, algo muy complicado cuando se trata de hablar de sentimientos. Y lo hace apelando a lo emotivo y al compromiso con la mirada traslúcida de un hombre a contracorriente que ama, sobre todas las cosas, a la ciudad que le vio nacer y donde es un elemento cultural de referencia.
‘La Otxoa, sin complejos’ viene a ser un gran trabajo de campo que consigue reflejar en la pantalla la vida y obra de un personaje provocador, afianzado en la pertinaz idea del libre albedrío más allá de las consecuencias que se exponen ante la cámara, con el desparpajo que le caracteriza y que guía al espectador por un itinerario biográfico trufado de anécdotas, cuya fórmula opta por asentar su contexto en las respuestas por parte del entrevistado. La gran virtud de este documental es, no obstante, la dedicación de centralizar su corpus en la propia construcción de sus pasiones y vida mediante la palabra, profundiza en significados baladíes dentro de la vida de este hombre, personaje insólito, tan popular como provocador y entrañable.
‘La Otxoa, sin complejos’, de Joseba Gorordo, se estrena esta noche en ETB-2 a la 00:30.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Ser del Athletic

Siempre se ha dicho, porque es verdad, que el Athletic es mucho más que un club.
Ser del Athletic es sentir la simbiosis entre equipo y afición más allá del terreno de juego e incluso del propio deporte. Es una forma de ver la vida, un aliciente confeccionado con el tejido de los sueños que se traduce en la devoción de una afición modélica por un club único en el mundo. Ser del Athletic es identificarse con la salvaguardia de las señas de identidad que defienden un estilo ajeno a la marabunta de intereses en la que se ha convertido el fútbol moderno, desde la honestidad de esa idea que cohesiona el compromiso con la tradición, con el rugido del león y las bufandas al viento en la Catedral del fútbol.
Pero sobre todo… ser del Athletic es responder esto cuando eres un niño de Murcia y alguien te pregunta por tu condición de 'athleticzale'.

martes, 2 de septiembre de 2014

Inmortalizarse

"Si, pues, la mente es divina respecto del hombre, también la vida según ella será divina respecto de la vida humana. Pero no hemos de seguir los consejos de algunos que dicen que, siendo hombres, debemos pensar solo humanamente y, siendo mortales, ocuparnos sólo de las cosas mortales, sino que debemos, en la medida de lo posible, inmortalizarnos y hacer todo esfuerzo para vivir de acuerdo con lo más excelente que hay en nosotros".
Aristóteles, ‘Ética a Nicómaco’ (X, 7, 1177b28-1178a).

lunes, 1 de septiembre de 2014

Dossier Especial: 30 Aniversario de ‘Gremlins’, de Joe Dante

El lado más siniestro de la Navidad
El pasado jueves se cumplieron nada más y nada menos que tres décadas desde que se produjera el estreno en España de ‘Gremlins’. Por muy extraño que pueda parecer, una película circunscrita a una celebración tan representativa e invernal como es la navidad y que supuso uno de los clásicos de este período anual se estrenó en España un 28 de agosto de 1984, en pleno estío de aquel calor bochornoso de un año que dejó algunos de los eventos socioculturales más icónicos de una década tan nostálgica y añorada como aquélla. En USA no fue diferente, ya que la ‘premiere’ mundial tendría lugar un 8 de junio, en plena fiebre por el lanzamiento de ‘blockbusters’. La idea primigenia fue la de lanzar el filme producido por Steven Spielberg en Navidades atendiendo al contexto de la cinta. Sin embargo, Warner Bros. cayó en la cuenta de que no tenían un estreno veraniego que pudiera hacer frente a películas como ‘Cazafantasmas’, ‘Kárate Kid’, ‘Tras el corazón verde’, ‘Indiana Jones y el templo maldito’ o ‘Un, dos, tres... splash’… A pesar de lo arriesgado de la apuesta, ‘Gremlins’ sería la cuarta película más taquillera de aquel año tan representativo en el ‘box office’ norteamericano.
El origen del filme procede del imaginario de Chris Columbus, que a la postre escribiera otras joyas como ‘El secreto de la pirámide’, ‘Los Goonies’ y dirigiría las dos primeras entregas de ‘Solo en Casa’ y de la saga de ‘Harry Potter’. Entonces un joven estudiante de NYU que había logrado vender un guión que nunca sería producido. Por aquel entonces Steven Spielberg, alentado por el éxito de la producción de ‘Cuentos asombrosos’ y la traslación al cine de ‘En los límites de la realidad’, se lanzaría al sueño anhelado por los integrantes del Hollywood de principios de los 80: crear una productora de éxito sin las necesidades de otras alternativas como American Zoetrope o Lucas Films LTD. El proyecto empresarial se llamaría Amblin y apalearía a la fantasía con el logo de la silueta de la bicicleta de ‘E.T. El extraterrestre’ surcando una inmensa luna llena.
Convertido hoy en un icono cinematográfico y al amparo de Universal, Spielberg contó con Kathleen Kennedy y Frank Marshall en su aventura de albedrío como productor y formador de nuevas generaciones de directores. Amblin iba a apostar por un cine de objetivos familiares y comerciales, aderezado con efectos especiales y donde se exigía una tarifa de comedia e imaginación que no traicionara las expectativas del sinónimo de calidad que la productora se había marcado como designio. ‘Gremlins’ constituiría el primer envite que luciría por primera vez en su historia el emblemático logotipo para lograr sus objetivos en un corto plazo: erigirse con el secreto y la receta de un prototipo de cine capacitado para vincular afinidades e inquietudes a través de la infalibilidad de sus aventuras, fantasía y diversión y que forma parte de la educación sentimental y fílmica de toda una generación. Títulos como ‘Los Goonies’, ‘El secreto de la pirámide’, la trilogía de ‘Regreso al futuro’, ‘El color púrpura’, ‘Esta casa es una ruina’, ‘El chip prodigioso’, ‘Nuestros maravillosos aliados’, ‘¿Quién engañó a Roger Rabbit?’, ‘El imperio del sol’, ‘Hook’ o ‘Parque Jurásico’ son sólo algunos ejemplos de lo conseguido.
Sin embargo, el guión de Columbus no parecía comportar las directrices marcadas por una mirada infantil hacia el fantástico, sino que, al contrario, abogada por la libertad creativa alejada de los estigmas del cine más convencional enfocado a la familia. Cuando Spielberg descubrió la historia, ni siquiera se trataba de un guión al uso, ya que era un ‘spec script’, es decir, un guión especulativo lleno de anotaciones personales que se escribe sin esperar retribución, como si se tratara de una tarjeta de presentación o muestra del talento del guionista. De entre las miles de ideas en este formato que llegan a los grandes estudios, Spielberg siempre afirmó que era una de las propuestas más atrevidas y originales que había leído en su vida. El siguiente paso fue contratar al guionista, que entonces tenía veinticinco años, para reescribir junto a él hasta cuatro versiones a lo largo de un año en un ‘bungalow’ de la Universal.
Inspiraciones, directores, calificación y reparto
Los elementos imaginativos del guión de Columbus se definieron en un par de ideas que dieron como consecuencia esta obra de culto inolvidable; por una parte, el cuento de Roald Dahl ‘The Gremlins’, basada en unas legendarias criaturas traviesas muy conocidas dentro del campo de la aeronáutica relacionadas con la Royal Air Force británica que, tras construir una fábrica de aviones en un bosque que servía de hogar para estos seres, éstos respondieron saboteando los aviones ingleses en forma de venganza para terminar alternando este dictamen cuando se trató de combatir contra las fuerzas del III Reich. Estas creaciones serían utilizadas en varias fábulas sobre la II Guerra Mundial, como el corto de Bugs Bunny dirigido por Bob Clampett titulado ‘Falling Hare’, del mismo modo que el episodio ‘Nightmare at 20,000 feet’ de The Twilight Zone protagonizado por William Shatner.
Por otra, según cuenta el propio Columbus, también aludía a unos ratones que vivían de un modo clandestino bajo el suelo de un loft de Manhattan mientras estudiada en la escuela de cine de la Universidad de Nueva York: “Durante el día apenas se percibía su presencia. Sin emabrgo, por las noches sonaban como un ejército de ratones que podían aparecer en cualquier instante en medio de la oscuridad. Lo que me provocaba una sensación espeluznante”.
Spielberg supo apreciar una miscelánea intencional que reunía y relacionaba lo cotidiano y lo inexplicable de un universo dialéctico apoyado en esa ruptura del contexto cotidiano y familiar por una situación imprevista y terrorífica que afecta a sus protagonistas con elementos de corte fantástico. En ‘Gremlins’ lo ficticio y lo mundano se entremezclaban con divertida perversidad, sin dejar escapar la posibilidad de criticar la sociedad tras ese mensaje proteccionista tan arraigado a la cultura estadounidense de no comprar productos foráneos, como advierte Murray Futterman, personaje chovinista, alcohólico y neurótico interpretado por el gran Dick Miller. A la hora de designar al director de un proyecto tan especial, el “Rey Midas” de Hollywood pensó en alguien joven para tomar las riendas de la película. Se especuló con la posibilidad de que Tim Burton, en aquélla época un prometedor cineasta que había triunfado con su cortometraje ‘Frankenweenie’, tomara las riendas de la película. Finalmente su inexperiencia en el mundo del largometraje hizo que se confiara en un autor más curtido.
El elegido fue Joe Dante, dado a conocer desde la factoría de nuevos talentos de Roger Corman que confluirían en una época de esplendor creativo de lo que se llamó nuevo cine americano. Acostumbrado a filmar pequeñas cintas de ‘drive-in’ para pasar a propuestas a medio camino entre la abstracción y lo explícito, la serie B y lo comercial. Dante se granjeó cierto estatus gracias a ‘Piraña’, desenfadada proclamación de amor al ‘Tiburón’ de Spielberg, que bajo la excusa de ese "terror acuático", encuentra una personalidad propia en el desenfado y la rotundidad de sus imágenes. Y otra obra de culto como ‘Aullidos (The Howling)’, donde la licantropía es mostrada mediante la oscuridad atmosférica de un relato de efectos especiales y labor de maquillaje del gran Rob Bottin, subrayada por una apreciable puesta en escena. Estos atributos y el juego de sarcasmo e imaginación que prevalecían frente a la carestía de medios hicieron de Dante el director ideal para llevar a cabo la filmación de la película.
Antes de su rodaje habría de superar otro escollo. ‘Gremlins’ no renunciaba a las estrategias genuinas del género ordenadas dentro de una disposición de corte familiar, sin embargo, a su vez estaba envuelta en un nada disimulado cinismo y violencia que le valieron la clasificación moral de “R”, que significa que un menor de 17 años debía ir acompañado por un padre o tutor legal. Este hecho parecía fulminar el target infantil que venía se ansiaba dentro del sello de garantía y éxito en las futuras de producciones de Amblin. No obstante, Spielberg tuvo la última palabra al sugerir a la MPAA una calificación a medio camino entre “PG” (Guía Paternal Sugerida para menores de diez años) y la restrictiva “R”. De ese escollo nacería el “PG-13” (Guía Paternal Estricta), que fue el ‘rating’ que obtuvo ‘Red Dawn’, de John Milius y que aprovecharía Spielberg no sólo para ‘Gremlins’, sino también para ‘Indiana Jones y el templo maldito’. Y a la vez fue la apertura del cine de acción a un público más generalista y amplio.
Para su reparto, se pensó originalmente en cierto perfil de adolescente comercial como Emilio Estévez y Judd Nelson, pero fue el propio Spielberg quien designó a Zach Galligam por la química que desprendió en la audición con Phoebe Cates. La elección de la actriz fue un tanto controvertida, puesto que su ‘top less’ en ‘Aquel excitante curso (Fast Times at Ridgemont High)’ cuando sólo tenía diecinueve años puso el grito en el cielo. Con los secundarios no hubo ningún problema; Hoyt Axton y Frances Lee McCain tenían una sólida carrera televisiva, Dick Miller ya había trabajado con Spielberg y venía siendo (y todavía lo es) el actor fetiche de Dante y tanto Judge Reinhold como Corey Feldman llegaron al proyecto con la vitola de promesas con futuro asegurado de dentro de Hollywood.
Las tres reglas
El filme exhibe desde su inicio una clara intención narrativa referida a los cuentos de tradición oral por medio de Rand Peltzer: “Soy inventor y tengo una historia que contarles. Sí, ya sé… ¿quién no tiene una historia que contar? Pero nadie tiene una como esta”. Se trata pues de un cuento infantil transmutado en una pesadilla, con una cosmogonía particular que acerca al espectador a los bajos fondos de la Chinatown de San Francisco bajo una atmósfera onírica y misteriosa, donde las reglas comunes del universo visible dejan de funcionar y la magia es una realidad. Dejándose llevar por un chaval asiático hasta la tienda de un viejo comerciante, mientras intenta colocarles su invención más prometedora (el compinche del aseo), el hombre encuentra el regalo ideal para su hijo. Se trata de un “mogwai”, una mascota de la que se advierte que implica muchas responsabilidades. Pese a la negativa del anciano, el chico consigue venderle la criatura bajo unas estrictas reglas que debe seguir a rajatabla:
1. “Que no lo dé la luz. Odia la luz brillante, sobre todo la del sol. Le mataría”.
2. “Que esté lejos del agua, que no se moje”.
3. “Pero lo más importante y que nunca debe olvidar… es que por mucho que llore, por mucho que suplique, nunca, nunca, debe comer después de medianoche”.
Obviamente, ya instalados en el día a día del idílico Kingston Falls, el descubrimiento del pequeño “mogwai”, al que llaman Gizmo, provocará que, paulatinamente y a excepción de la primera, se rompan las otras dos directrices de forma involuntaria. Tras salpicar un vaso de agua en el encantador espécimen surgen cinco nuevos “hermanitos” que estimularán la infracción de la tercera regla, transformándose de peluches encantadores en pequeños monstruos verdosos que sembrarán el caos y el pánico en la Nochebuena de un pueblo que vivirá su peor tragedia colectiva.
Llegados a este punto, el caos colectivo se corporeiza en los temores compartidos y los materializa hasta convertirlos en un emblema con el rostro unificado de unos turbadores seres que rezuman rebeldía y proponen una forma radical de actitud contestataria contra lo establecido, contra las normas y el automatismo que rige una sociedad encaminada hacia la conformidad de códigos de conductas y de vida homogénea. La llegada de los gremlins supone una especie de movimiento ‘punk’ llevado al extremo. De ahí, que el líder de este enjambre de monstruos esté liderado por uno que luce una carismática cresta blanca e invoque a la rebeldía a todos los demás, atribuida a la mitología del movimiento contestatario musical circunscrito a una actitud independiente y transgresora a la hora de romper las normas estipuladas y los estigmas sociales.
Se produce un choque entre la realidad sumergida en la fantasía que pervierte la nomotética de lo cotidiano, en una cínica ficción repleta de humor negro en la que la idealización de la sociedad se fragmenta con la llegada de estas alimañas que aportan una multiplicidad de lecturas, subvirtiéndolas hacia una parábola moral desde la perversión. La naturaleza imprevista de ese “mogwai” provoca una metamorfosis de sus hermanos, generados espontáneamente a través del contacto con el agua, pasando por una fase de pupación o periodo de incubación. La consecuencia es la transformación de estos lindos animales en auténticas bestias salvajes con aviesas intenciones por poner al descubierto todo el horror inherente a los valores típicos que definen la sociedad moderna y las relaciones sociales que, dicho sea de paso, tan poco han cambiado desde entonces. Como se dice, “para romper las reglas hay que conocerlas”.
Estereotipos y críticas metafóricas
En su acepción asiática, “mogwai” significa demonio o diablo. En la primera versión escrita por Columbus, este fascinante y suave animal con piel de terciopelo se transformaba con la ingesta de comida en el mismísimo Stripe, pero Spielberg sabía que en pantalla el público iba a reclamar la presencia de la criatura de carácter positivo e hizo que se optara por la dicotomía entre el bien y el mal que existe entre Gizmo y Stripe (con la voces de Howie Mandel y Frank Welker, respectivamente). Si algo tenían claro Columbus, Spielberg y Dante era que ‘Gremlins’ no iba a esconder sus cartas a la hora de exponer a la audiencia esa sutil crítica ideológica bajo su condición de ‘fantastique’.
La ostentación del estereotipo americano que se presenta con ese municipio perfecto llamado Kingston Falls se asienta en el tópico de ciudad sublimada en la idealización burlando deliberadamente cualquier resquicio de realidad. De hecho, el escenario es reconocible en otras películas y series de televisión clásicas como ‘Vivir de ilusión’, ‘Rebelde sin causa’, El sheriff chiflado (The Dukes Of Hazzard), ‘Tarantula’ o posteriormente por ser también otro mítico enclave como el Hill Valley de ‘Regreso al futuro’. Quizá por eso, no es de extrañar que, de inmediato, se identifique con aquel Bedford Falls del clásico cinematográfico del subgénero navideño ‘Qué bello es vivir’, con la que ‘Gremlins’ comparte ciertas referencias y espacios, ambas basadas en la concepción de esa pesadilla vivida en un entorno idílico dentro de la celebración navideña alterada por una variación de corte fantástico.
Si en la obra maestra de Frank Capra, la historia de George Bailey se entreveía como una excusa para lanzar una dura crítica al ‘New Deal’ de Roosevelt bajo un cuento con esencia de Dickens para hablar entre líneas de una filosofía individualista, de un hombre cuya generosidad ha convertido su vida en un fracaso luchando por el bienestar colectivo, en ‘Gremlins’ el objetivo principal fue la sátira “demonizante” del consumismo, con un mundo occidental en medio de la recesión por la no regulación económica del libre mercado. El trasfondo socioeconómico de esta cinta de 1984 no está muy lejos de lo que sucede en este momento a nuestro alrededor, como si se lanzara un mensaje no exento de mala uva con el lema “lo que se siembra se cosecha”, lanzando sus dardos hacia la competencia capitalista frente al idealismo o la pugna entre el ‘american way of life’ del individualismo y el materialismo, en pugna contra una amenaza natural (puede decirse que ecologista) de los instintos primarios.
Con ello, la prosperidad dentro del filme se fragua en esa bruja del cuento, la señora Ruby Deagle (Polly Holliday), una mujer rica y ferozmente mezquina que ansía matar al perro de Billy y que no es más que un modelo a medio camino entre Ebenezer Scrooge, la Malvada Bruja del Oeste y Henry Potter. La revelan como viuda de cierto empresario millonario llamado Daniel Clamp (juego de palabras obvio en Donald Trump) y es axiomática su maldad al sugerir a una pobre mujer endeudada delante de sus hijos que si necesita dinero “ya sabe lo que tiene que pedirle a Santa Claus”. O incluso Gerald Hopkins (Judge Reinhold), un arribista “lameculos” que alardea de sus logros con sólo veintitrés como subdirector de un banco, tiene apartamento de lujo con vídeo y asegura que con treinta será millonario. “El mundo cambia Peltzer y hay que cambiar con él”, le espeta como una frase de banco y paradigma del eslogan del progreso capitalista.
La “era Reagan” estableció un modelo de sueño americano que estaba destinado al fracaso, la destrucción y la decadencia en una época en el que el optimismo americano se profería de un modo omnipresente. Sin embargo, analizando los parámetros de personalidades de ‘Gremlins’, nadie parece tener las cualidades de un antihéroe como modelo ejemplarizante articulado en función del bien común siguiendo los patrones universales del mismo. Todo lo contrario. Billy Peltzer es un perdedor con aspiraciones de ser dibujante de cómics que vive encima del garaje de sus padres, trabaja sin ganas en banco sin futuro y es el soporte económico de su familia. Cierto es que los Peltzer encauzan su vida siguiendo la pauta idealista de cumplir los sueños (“si crees, puedes hacerlo”) que representa su padre, un hombre que sigue luchando por su sueño de ser un inventor de prestigio.
Tampoco Billy parece muy listo y se rige por el credo y los prejuicios comunes al creer que la Navidad es la época más feliz de la vida. En el momento que Kate Beringer le confiesa que no celebra la Navidad, él le responde “¿eres hindú o algo así?”. Sin ir más lejos, descubriremos que como héroe también es un poco inepto, ya que será el pequeño Gizmo quien logre acabar con Stripe ante la incapacidad del joven por finalizar su rol de salvador. En una sociedad basada en el precepto de bienestar colectivo, son los propios gremlins los que parecen evidenciar las falsas premisas que rigen la sociedad estructurada en modelos erráticos, siendo los que sacan lo peor del ser humano y manifestándose como una catarsis, casi de necesidad de quebrantar los códigos sociales en función y defensa de ese vehemente regocijo vandálico.
Se trata de un choque de perspectivas, como una metáfora de libre flotación en la que el célebre monólogo de Kate esgrime un contundente argumento para exterminar el espíritu navideño por medio de una trágica historia que supone el pilar intencional del filme. En él, la chica narra con una frialdad absoluta cómo su padre trató de meterse en la chimenea vestido de Santa Claus para dar una sorpresa a la familia en estas fechas tan señaladas y fue encontrado muerto días después de romperse el cuello en el intento. Un dramático trauma que cae como un jarro de agua fría sobre el espectador y que estuvo a punto de quedar fuera en la sala de montaje. Date lo evitó. Y se glosó como una de las secuencias más recordadas de la película. Tras ese inquietante y macabro sentido del humor, el crítico Rogert Ebert se refirió a él como el cimiento de la substancia crítica de la cinta al adulterar el periodo de las guirnaldas y convertirla en otra tradición bien distinta “la de los chistes oscuros y enfermos de las viñetas de los 50”.
No fueron las únicas lecturas de fondo que se sustrajeron; como las supresiones freudianas en las que se podía percibir una interpretación de la confluencia de horror y comedia con la que el público se reía de las víctimas en confabulación y simpatía con los monstruos. Hay algo cierto en ese cuestionamiento que lleva a cuestionar nuestra naturaleza malévola, haciendo incluso que el espectador nunca se cuestione el origen o la procedencia de estos seres, pero sí llegue a disfrutar y alentar su fechorías. Llevado al extremo del paroxismo, algunos críticos afirmaron tras su estreno que los gremlins no eran más que un reflejo de los estereotipos más negativos de los afroamericanos, considerando ciertas secuencias como la que tiene lugar en el Dorry Tavern parodiaban ciertos estilemas del ‘blaxploitation’, con ese Gremlin que toca el piano con gafas de sol emulando a Ray Charles u otro que baila el ‘moonwalk’ de Michael Jackson que termina por desembocar en la prosapia alegórica de la paranoia suburbana en los años 80.
Más allá de esa predilección conspiranoide, ‘Gremlins’ supone una exhortación ilustrativa y aleccionadora sobre la irresponsabilidad del ser humano, destinado en todo momento a destruirse a sí mismo y a todo lo que le rodea. No es más que una película alegórica que funciona en gran parte como una fábula moral dirigida a los adolescentes sobre las consecuencias de no seguir las reglas. Como expresa en su discurso final el viejo Mr. Wing (Keye Luke): “Ustedes han hecho con Mogwai igual que su sociedad ha hecho con todos los dones de la naturaleza. Ustedes no entienden. No están preparados”.
Dante y la codificación cinéfila de sus propósitos
La elección de Joe Dante fue un acierto en toda regla, pues había demostrado que era un artesano centrado en el interés romántico por seguir estrictamente la metodología clásica del guión estructurado en tres actos, pero sin que esta pauta fuera un óbice para desplegar dentro de ella una fumigación de rebeldía satírica poco menos que irresistible en esa ruptura de convenciones desde el estereotipo. Siguiendo las pautas de un alejamiento del sentido lírico para establecer su eficacia en la sencillez y frontalidad de sus imágenes al margen del narrador clásico, Dante supo crear con ‘Gremlins’ lo que ya tanteó con ‘Piraña’ y ‘Aullidos’. Basándose en la creación de una arquitectura fílmica asentada en la dosificación de los instantes de terror que se producen con una armonía encaminada al flujo del humor negro, lograba desgranar el equilibrio de su nivel discursivo a través de una puesta en escena que significó el mejor trabajo de este autor a reivindicar.
Aquí, Dante mantiene una progresión dramática establecida en el metodismo, sin perder de vista la esencia terrorífica del fondo del relato, sabiendo jugar en todo momento con el suspense y la expectación generada en el espectador y utilizarlo como una ventaja para anticiparse a lo concebido dentro del género. Si a ello añadimos la representación distintiva y ejemplarizante del ‘slapstick’ cercano al ‘cartoon’ de Frank Tashlin, Tex Avery, Friz Freleng o Chuck Jones (que tiene un cameo en la película como habitual de la taberna), ‘Gremlins’ supone un hallazgo generacional en ese tratamiento distante y átono, abordado desde una perspectiva de diversión en la deformación de la bestia como un pequeño ser salvaje desvergonzado que disfruta llevando el mal hasta extremos de divertida e insana locura con ciertas reminiscencia artísticas. Es lo que estimula la subversión desconcertante del jolgorio de estos bichos verdosos que desvelan no sólo el escepticismo hacia los medios, sino un profundo respeto por el espectador. Algo que tendría su continuidad en las excelentes ‘Matinee’ y ‘Pequeños guerreros’.
Es como si su propósito fuera contaminar la mencionada idoneidad sentimental de ‘Qué bello es vivir’ con esas criaturas violentas, sádicas y anti-sociales que devienen en la ruptura de esas reglas irrazonables y arbitrarias. A todo esto hay que añadir una mixtura de referencias cinéfilas codificadas que adquieren su propio sentido dentro del desarrollo de la trama; desde la alusión puntual de títulos clásicos y por entonces modernos, como la emisión de ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’, un poster del ‘Mad Max’ de George Miller, la máquina del tiempo de ‘El tiempo en sus manos’ durante convención de inventores, donde vemos al mismísimo Spielberg junto a Robby, el mítico robot de ‘Planeta prohibido (Forbidden Planet)’ hasta el golpe de efecto de una película como ‘Indianápolis’, película de carreras de coches con Clark Gable que sirve como elucidario para consumar el final del maléfico Stripe.
Sin olvidar esa vena autorreferencial al universo incipiente del cine de Spielberg que llevó a ver en los cines de Kingston Falls el anuncio en cartelera de dos títulos como ‘A Boy’s Life’ o ‘Watch Skies’, dos títulos que escondió ‘E.T. El extraterrestre’ para mantener el secretismo del rodaje. O el rótulo del programa radiofónico de Rockin' Ricky Rialto, que remite directamente al logotipo de ‘Indiana Jones’ y que no es otro que el rostro de Don Steele. Pero si por algo recordaremos ese testimonio de cine dentro del cine es por el poder de fascinación cinematográfico que tiene en su punto culminante cuando la horda de ‘Gremlins’ descubre el séptimo arte a través de ‘Blancanieves y los siete enanitos’, dejando intuir que es el cine es el arte que despierta la candidez y el apaciguamiento de la bestia.
Como se ha señalado a lo largo de este extenso estudio, ‘Gremlins’ evidenció una capacidad sorprendente para convertirse en una deconstrucción de la tradición americana del ‘blockbuster’, gracias, entre otras cosas, a su rango de falsificación de la posmodernidad, abarcando los estatutos de las grandes cintas comerciales para conferir una calidez especial con un aire de cinta de serie B incluyendo como reclamo marionetas, modelaje y ‘animatronics’ sin el obsesivo prejuicio de que lo que desfila por la pantalla fuera dotado de un realismo verosímil. El trabajo a ese respecto de Chris Walas es absolutamente maravilloso. Hay algo en ‘Gremlins’ que la hace diferente. Y es la inteligente culminación por crear ilusiones con la consecuencia de la invisibilidad de las costuras y los trucos, haciendo factible el lema de las tarjetas de visita de Rand Peltzer: “Ideas fantásticas para un mundo fantástico. Hacer de lo lógico lo ilógico” y revertirlo, como hace el propio Dante, conquistando una mayor credibilidad y cercanía que las actuales y mastodónticas creaciones digitales ambicionan sin conseguirlo.
Otro de los aspectos que contribuyen en gran medida a su modélico corolario reverencial es esa profusión de violencia que dispensa un sentido del espectáculo tamizado con filtro salvaje y anárquico cuyo el resultado final acabó siendo original e imprevisible. La aparición de esas crisálidas con el componente de suspense que va forjando desde su incógnita por la apariencia de los bichos es el mejor ejemplo del imperceptible filo que separaba que ‘Gremlins’ fuera demasiado aterradora para los niños o complaciente con el género para los más adultos. Así, siguiendo ese equilibrio narrativo, el público asistió a algunas de las secuencias más voraces vistas en una cinta de este calado familiar; como a esa madre, víctima y verdugo de los primeros ejemplares de gremlins, con cuchillo en mano, triturando a uno de ellos en una licuadora, salpicando con la explosión dentro de un microondas de otro o decapitando con una espada medieval a otro más. Lo que pocos saben es que en el primer guión que Columbus presentó a Spielberg incluía una retahíla de escenas que no se llegaron a plantear por lo truculento de su naturaleza; desde que los pequeños y bestiales seres verdes se comieran al perro familiar y tuvieran inclinaciones caníbales, hasta que uno de estos agresivos bichos cortara la cabeza de la madre de Billy y que ésta cayera rodando por las escaleras. El rey Midas aconsejó reconducir estos excesos circunscritos al ‘gore’ hacia otro tipo de violencia más rebajada.
Sin embargo, lo que hizo de estos destructivos gremlins atrajeran la confabulación y el guiño con el público fue el asentamiento reconocible de su insubordinación a las normas, del ‘carpe diem’ que se despliega en un descenso a las profundidades de la fiesta, de la ingesta de alcohol hasta perder el conocimiento, del divertimento sin fin, de convertir esa apacible ciudad en una algarabía desordenada en la que cabe asaltar casas cantando villancicos, sabotear los semáforos de la ciudad, conducir una máquina quitanieves hacia las casas prefabricadas o atacar la misma comisaría de policía en la que unos funcionarios patanes comen donuts y han desoído la advertencia preventiva que Billy les acaba de confesar. Muchos observadores culturales de la época tildaron ‘Gremlins’ como una obra reaccionaria, apelando a la paranoia estadounidense y atacando la lección de conducta moral y social que se podía leer entre líneas. El derivación comercial fue radicalmente opuesta.
La consagración de una obra de culto
Pese a que hay grandes incógnitas dentro de la historia (¿por qué Billy lleva a su perro al trabajo? ¿los niños de Kingston Falls tiene clase el día de Nochebuena? ¿Por qué el padre asiste a una convención de inventores en una fecha tan comprometida?), ‘Gremlins’ fue un éxito sin parangón, fomentado por el revuelo que levantó el hecho de que muchos padres salieran escandalizados e indignados por esa disposición de un filme familiar caracterizado por el hervor sádico de esas grotescas criaturas verdes. Vehemente y sugestiva, su éxito primordial reside en la dimensión que ha adquirido en nuestro subconsciente como esa representación del lado oscuro navideño, desde la subversión de la imaginación o el sentido de la observación y la crítica social traducida en una fantasía de tintes realistas de horror viscoso. Tanto es así, que tuvo una ramificación como fenómeno cultural dentro del cine de serie B, con la aparición de multitud de ‘rip offs’ de inferior abolengo con sagas como ‘Critters’, ‘Ghoulies’, ‘Troll’ o películas de similar temática como ‘Munchies’ u ‘Hobgoblins’.
La película de Joe Dante constituye una propuesta que va más allá del cine de entretenimiento, siguiendo la tradición más antigua del cuento infantil e historia mágica categorizada como una comedia de humor negro que circunvala la barbarie capaz de compensar el hartazgo de almíbar, las luces de neón y consumismo que supone el periodo navideño. ‘Gremlins’ quedará en la memoria colectiva punteada bajo esa inolvidable banda sonora de Jerry Goldsmith cargada de ‘leit motives’ sintetizados que supone otro ingrediente insustituible dentro del cómputo global de la película. Una obra maestra provocadora que fue la última película rodada con película Eastmancolor 125T, como otro atributo más para la nostalgia cinéfila, la verdadera naturaleza de esta película que ha cumplido tres décadas y que mantiene el mismo vigor que desde entonces.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2014