lunes, 19 de mayo de 2014

El cubo de Rubik, icono generacional

Cuando el profesor de arquitectura húngaro Erno Rubik inventó su célebre cubo en 1974 no sabía que su eclosión de ventas durante la década siguiente haría de él uno de los elementos más identificables para muchas generaciones posteriores que aceptaron el desafío tridimensional y geométrico de resolverlo. La nostalgia ha sido el principal componente del cumplimiento de estas cuatro décadas como uno de los pasatiempos por el que tiempo parece no pasar. Fagocitados por una era tecnológica y del 2.0 casi totalitaria, es sorprendente que sus seis caras compuestas por nueve cubos más pequeños continúe siendo un clásico y el juguete más vendido del mundo, con más de 350 millones de unidades.
En todos estos años, la locura por resolver el cubo con la mayor rapidez posible mediante todo tipo de sistema de memorización y algoritmos existentes ha marcado la evolución que va más allá del simple pasatiempo, viendo en las figuras de Tomas Rokicki y Jessica Fridrich dos de los estudiosos que hacieron frente a la complejidad de movimientos para componer un patrón de resolución desde cualquier movimiento inicial y solventar el reto en poco más de una veintena de movimientos y apurando los segundos hasta lo inimaginable. El holandés Mats Valk estableció el récord de rapidez en 5,55 segundos, el que más cubos ha logrado armar en menos tiempo Marcin Kowalczyk (41 cubos resueltos de 41 intentados) y Erik Limeback el que mayor número de cubos solventados e un solo día: 5800 cubos. Entre otros muchos y rocambolescas mejores marcas.
Para el resto de los mortales, hoy es un día que señala una aniversario de un juguete convertido en un icono que remite a una época tan identificable como fueron los 80. Tanto es así que, a modo personal, este elemento de ocio (y también decorativo por aquéllos que no fueron capaces de resolverlo) tiene su pequeña aparición en mi último cortometraje ‘3665’, que trata, precisamente, sobre la importancia de los recuerdos.

Athletic 2013.2014: Una temporada de ensueño

Consumó el Athletic la mejor temporada de los últimos años. Concretamente, la más brillante desde que hace dieciocho años fuera subcampeón de liga. El mismo tiempo que el equipo zurigorri no regresaba a la máxima competición continental. Se han cumplido unos objetivos que, a principio de campaña, nadie esperaba y que se han ido fraguando en la solidez de un equipo que ha exhibido un nivel de rendimiento lustrado por el esfuerzo y la cohesión que ha cristalizado el técnico de Viandar de la Vera Ernesto Valverde, auténtico artífice de la armonía y el equilibrio que este equipo venía necesitando tras una temporada en la que el Athletic había vivido el agridulce devenir de un entrenador tan personal y carismático como Marcelo Bielsa.
Este Athletic ha emergido como un bloque consistente, capaz de hacer fluir un fútbol de garra, vistoso y natural, de presión, recuperación y movimiento de balón inteligente, sustentado en unos criterios de determinación y confianza que se han materializado sobre todo en este nuevo talismán que es el inexorable San Mamés, que ha pasado a ser un fortín en el que el equipo local sólo ha dejado escapar seis puntos, feudo en el cual se le ha dado la vuelta al marcador hasta en cinco ocasiones y se han granjeado unos números que el club no vivía desde la temporada 1986-1987. Sería un error individualizar este gran logro, porque la consecución de esta cuarta plaza deriva de un funcionamiento general y una revitalización del colectivo y de la complicidad de todos los jugadores que han capacitado con su trabajo una línea ascendente con la precisión de un reloj suizo hasta completar una segunda vuelta de ensueño; cediendo sólo dos derrotas en campo propio y una única en campo ajeno.
Ha demostrado ser un equipo de una solvencia férrea y la precisión de un concepto futbolístico con el que los leones han sabido identificarse con la convicción de interiorizar la creencia en sí mismos, de superar paulatinamente cada reto que se ha puesto por delante del camino. Un Athletic caracterizado por la visceralidad de no someter su fútbol a un dictado previsible, sino abordando cada partido con el esfuerzo máximo de unos luchadores aunados en esa caballería clásica que venía haciendo falta para recuperar la raigambre athleticzale y la esencia de un equipo que, después de aquella primera temporada con Bielsa, parecía haberse difuminado en la incertidumbre.
El resultado: 70 puntos, récord del equipo (las últimas dos ligas se ganaron con menos puntos) y la mejor marca de un cuarto clasificado en la liga de tres puntos, igualando la del Real Madrid de la temporada 2003-2004. Tal dulce resurrección ha logrado relegar los fantasmas de aquel “bienio negro” en la que el equipo se salvó en una dramática última jornada contra el Levante de la 2006-2007. Forma parte del pasado. Ahora, el Athletic se ha reencontrado con su carácter, con la naturaleza de un equipo que hoy se codea de nuevo con los más grandes. Esta temporada será difícil de olvidar, puesto que el trabajo y el débito por el escudo, otra vez en esa inquebrantable alianza entre jugadores y afición, han contribuido a reavivar la grandeza de este club mítico y especial.
A partir de este momento, la ilusión porque esta idea siga prevaleciendo transformada en logros abre las expectativas de un próximo curso en el que el Athletic deberá trabajar duro por mantener el bloque e intentar conjugar esfuerzos para que ciertas piezas no descoloquen la composición del equipo ganador y asumir el desgaste de las tres competiciones que están por venir.
Para ello, presidente y junta tienen un verano de negociaciones que solidifiquen la madurez que todos pronostican en un año lleno de ilusión y desafíos. El primero de ellos, superar el complicado escollo de la previa de Champions en agosto para poder estar finalmente en el bombo de los elegidos. Después, seguir manteniendo su afán de mejora en un duro trayecto, entendiendo como se ha hecho siempre que esta institución va más allá de lo deportivo, conjugado con una voluntad en el terreno de juego que nace directamente del corazón de un símbolo: el Athletic. Este equipo del "Txingurri" (sin olvidar los cimientos asentados por Caparrós y “El loco” Bielsa) ha vuelto a poner sobre la mesa que más que un club de fútbol, es una forma de vida y un sentimiento colectivo. Y llegados al final de una temporada mágica, es hora de disfrutar y celebrar lo conseguido.
AUPA ATHLETIC!

miércoles, 14 de mayo de 2014

Una década sin 'Frasier'

Este pasado lunes se cumplían diez años de la finalización de una ‘sitcom’ que estaba destinada a convertirse en un clásico inmortal, pasando a formar parte de las elegidas en el pináculo de las comedias de situación a perpetuar dentro de los fastos televisivos. ‘Frasier’ fue una apuesta arriesgada. Cierto es que ya era un personaje conocido dentro de otro mito catódico como fue ‘Cheers’, pero el hecho convertir esa condición de secundario en protagonista y sustento de un ‘spin-off’ a un psiquiatra intelectual y fanfarrón pomposo no era algo fácil. La NBC apostó por una serie circunscrita alejamiento de su propia genealogía, rechazando el prototipo para blandir su mejor arma en una calculada y metódica racionalidad que recurría al sarcasmo inteligente y relamido con unos diálogos de progresión lapidaria.
La serie retrata a Frasier Crane (Kelsey Grammer), un entrañable urbanita acomodado de mediana edad depositario de una nulidad exacerbada en cuestiones existenciales y familiares, que regresa a Seattle, su ciudad natal, después de haber vivido ciertas experiencias traumáticas en Boston. Allí, se reencontrará con un espejo deformado de sus defectos, su hermano Niles (David Hyde Pierce) y su padre Martin (John Mahoney), un policía retirado tras recibir un disparo que le ha dejado cojo para el resto de su vida. A ellos se les unirán Daphne Moon (Jane Leeves), la fisioterapeuta de Manchester que atiende éste último y Roz (Peri Gilpin), la amiga y productora del programa radiofónico de consultas que Frasier dirige en la cadena local KACL.
Con esos ingredientes, David Lee, David Angell y Peter Casey crearon una idiosincrasia inconfundible, dándole la vuelta a lo establecido con un giro en los planteamientos de comicidad sobre la clase alta, tamizada con la sofisticación sutil que exponía personajes excéntricos y pretenciosos que vinculaban su personalidad al estatus, contrapuestos a otros caracteres más agrestes y mundanos con el objetivo de conformar un contrapunto ideal de colisión humorístico. Lo académico contra la experiencia de la vida o la mezquindad de lo complejo enfrentado a lo placentero de la sencillez se evidenciaba en las reflexiones que suscitaban dudas y comportamientos estudiados hasta el más mínimo detalle. Entre pretensiones y cappuccinos, controversias acerca de Freud y Jung, literatura clásica, ópera, catas de vinos y restaurantes de postín, ‘Frasier’ reiteraba la incapacidad de sus habitantes por resolver problemas vitales y disfrutar de las pequeñas cosas, en un enredo donde la neurosis, el narcisismo y el elitismo social en el que las apariencias son preeminentes se afinaba hacia una accesibilidad dirigida a cualquier tipo de público.
El riesgo se tradujo en un empuje sustancialmente más divertido, motivado por la falta de respeto de los estamentos estructurales de cualquier ‘sitcom’, no buscando la identificación con el público, de tal modo que ese clasismo aristócrato de abigarrada gramática y modales exquisitos se satirizaron hasta vulgarizar los conflictos hasta un extremo mucho más cercano de lo que en principio podría aparentar, afrontando la banalidad y la metáfora profunda con idéntica jerarquía. Con ello, ‘Frasier’ fue urdiendo variantes que tuvieron como tema soterrado el punto débil de los tres Cranes; la incapacidad de encontrar a una mujer que satisficiera sus exigencias.
Durante todas las temporadas, Frasier se mostró un patán seductor, víctima de sus complejos y miedos psicoanalistas, incapaz de olvidar a Diana (Shelley Long) o su ex mujer Lilith (Bebe Neuwirth) y tropezando una y otra vez con su ineptitud en esta parcela idealizada. Niles, por su parte, atado a una castradora esposa Maris (que se convirtió en un ‘gag’ recurrente al no aparecer su rostro en toda la serie), vinculó su afecto romántico a Daphne e incluso Martin, el más coherente de los Crane, tampoco acabó por abandonar su condición de viudo con personajes interpretados por Wendie Malick y Marsha Mason. Al fin y al cabo, los trazados del guión de la serie venían a incidir en problemas universales con un ‘timing’ cómico invulnerable, por mucha opulencia y refinamiento que rodeara a sus personajes. Un padre y un hijo que se ven obligados a convivir a su pesar, un hermano infeliz e insatisfecho con su vida, un perro que juega a interminables desafíos de miradas y personajes satélites llenos de complejos defectos que no hacen más que confrontar sus antológicas personalidades.
Una ‘sitcom’ excepcional
El hecho de adaptarlos a un contexto distinto (psiquiatras pijos y adinerados comportándose como auténticos cretinos con actitud infantil) y proyectar o sublimar cualquier tipo de cuestión social y sentimental sin sortear su materia evasiva, hizo de ‘Frasier’ una serie abierta a todo tipo de público. Fue el factor que determinó un éxito que arrasó durante sus 264 episodios ubicados en 11 temporadas. ‘Frasier’ acumuló un total de 37 premios Emmy (cinco de ellos de forma consecutiva a la mejor serie de comedia) y tres Globos de Oro, todo un récord en el azaroso universo de la pequeña pantalla, consecuciones que alzaron a esta imponderable serie a la prestigiosa gloria de los fastos de las 625 líneas.
Hasta el momento, Kelsey Grammer sigue siendo el actor que más tiempo ha acumulado interpretando el mismo rol, sólo superado por James Arness en ‘La ley del revólver’. A lo largo de sus once años de emisión más de 130 personajes del mundo del cine, de la música y la televisión pusieron voz a los radioyentes que llamaban al programa del doctor Crane y la noche de los jueves pasó a ser una cita obligatoria e ineludible para todos los amantes de la televisión inteligente, del genio sin fin, de la lucidez lúdica que en cada episodio definía su propia razón de ser: articular mediante el humor la sofisticación de sus personajes ‘snob’ con situaciones afines a cualquier espectador, desplegando mediante sus ‘gags’ y optimizados argumentos.
‘Frasier’ atesoró durante su existencia un sentido del humor inagotable que la convirtió en la auténtica esencia de su éxito para hacer de ella un clásico de la pequeña pantalla en Estados Unidos y en el resto del mundo. Una comedia que durante once años hizo que el 35 % de los estadounidenses no conocieran un mundo sin ‘Frasier’. Durante dos décadas el telespectador vivió junto a Grammer (desde su aparición en ‘Cheers’ al final de ‘Frasier’) y ahora se cumplen otros diez desde que esta mítica sitcom finalizara. A modo personal, uno de los momentos más emotivos que he vivido frente a un televisor fue cuando se produjo esa despedida con el episodio de una hora de duración titulado ‘Adiós Seattle’. Fue un momento aciago aquel que obligaba a despedirse Grammer, David Hyde Pierce, Jane Leeves, John Mahoney y Peri Gilpin. Así como del revoltoso y entrañable terrier Moose (o Eddie, como queráis). De algún modo, esta serie ha logrado lo que tan sólo alguna otra excepción (léase ‘Búscate la vida’ o ‘Seinfled’) había conseguido: formar parte de mi vida y sufragarme con su ironía y humor un apoyo inmensurable en varias etapas de mi vida. Incluso una prueba de guión de un episodio de esta serie escrito por mí me proporcionó mi primer trabajo como guionista de televisión. Fue muy efímero, pero inolvidable experiencia de la que algún día escribiré.
‘Frasier’ es, por tanto, una serie que alcanza el mito de la magnificencia, la prosapia de una fantasía imposible de igualar, la de las grandes series, aquéllas que permanecen vivas en la memoria colectiva, encomiadas por todo el que echa un vistazo atrás en el tiempo y recuerda con nostalgia un esplendor catódico insuperable. ‘Frasier’ ha sido una serie que puede presumir de haber ofrecido opulencia en su máxima expresión de la refinada ironía, de una particular elegancia sin perder su perfilada perspectiva de la cultura. Frasier y los suyos son algo más que simples personajes televisivos. Frasier y los suyos se convirtieron en aliados de la diversión, en miembros de nuestros mejores recuerdos, en compañeros acaudalados a los que nunca olvidaremos.

martes, 13 de mayo de 2014

H.G. Giger y el oscuro mundo biomecanoide

(1940-2014)
Nos ha dejado H. R. (Hans Rudolf) Giger, uno de los diseñadores más transgresores y visionarios que coronó el universo del arte con sus entes y organismos de carácter mecánico trenzados siempre con elementos orgánicos, en inolvidables híbridos de tecnología biomecánica. Su estudio de los cuerpos, alejado del arquetipo, se desarrolló dentro de surrealistas paisajes de materia onírica, en un oscuro mundo subconsciente, con influencias de Salvador Dalí (con el que mantuvo una excelente relación y complicidad) hasta los escenarios y morfologías de H.P. Lovecraft. La esencia ‘cyborg’ infundó las obsesiones por esa metamorfosis que siempre estuvo presente en los diseños del artista suizo.
La clave de su extensa y prolífica obra se traduce en una composición casi perfecta entre la técnica, la mecánica y el poder visual de sus criaturas, con cuerpos invadidos por prótesis, sometidos a una modelación tecnológica que eliminan, en cierta manera, el límite entre lo humano y la máquina, sin dejar de recurrir casi siempre a una visión libidinosa de carácter erótica, como si la técnica perdiera funcionalidad y alcanzara un estado a medio camino entre lo somático y lo inorgánico, con cierto tono de sucio materialismo.
Desde las portadas para discos; ‘Koo Koo’, de Debbie Harry, ‘Brain Salad Surgery’ de Emerson, Lake & Palmer, la controvertida ilustración de ‘Frankenchrist’, de los Dead Kennedys o ‘Hallucinations’ de Atrocity, su reconocimiento popular a gran escala llegaría de la mano de Dan O’Bannon y Ridley Scott y su terrorífica criatura extraterrestre con ‘Alien. El octavo pasajero’, que repetiría con David Fincher en ‘Alien III’ y ampliaría su trayectoria cinematográfica con películas de corte fantástico como ‘Poltergeist 2’, ‘Tokio: The Last Megalopolis’, ‘Species’ o ‘Prometheus’, de nuevo junto a Scott.
Sin embargo, su arte se extiende a lo largo de más de cuatro décadas donde la delectación tecnofílica de su autor marca esa fascinación por la cybercultura y los parajes post-apocalípticos. ‘Passagen’, ‘Necronomicon 1 & 2’, ‘Biomechanics’, ‘ARh+’, ‘Skizzen 1985’, ‘Icons’… y tantas otras obras vienen a decir que la intensidad del mundo de Giger reposa en la sustitución del cuerpo infectado por la tecnocracia de una ucronía corporal, con una intención profética de un futuro post-humano. Es como si Giger hubiera transcrito a imágenes la substancia de J.G. Ballard, en ese desgarro de la corporeidad por la hibridación de la ortopedia de estructura ‘high-tech’ para abrir la puerta a diversas interpretaciones.
Esa reconocible frialdad de una visión morfológica esculpida en acero, cristal líquido, elastómero, fuselajes, cables y exoesqueletos perpetran un estilo inconfundible, de promiscua atracción por la biomecánica hacia mecanismos erotizados que sugieren esas máquinas de un submundo industrial y apocalíptico. Desde su excepcional manejo del aerógrafo hasta sus diseños arquitectónicos o composición de imposibles medios de locomoción, Giger trasciende cualquier espacio simbólico llamado a desplegar una amplia perspectiva de ‘tecnosurrealismo’, donde lo mecánico alcanza un grado de divinidad y motivación sexual adulterada con la carne y el metal, en una mutación de cartografía ‘biomecanoide’. Es la forma en que Giger plasmó en sus obras maestras, con evidentes pretensiones insinuantes, su virtuosa reflexión acerca de evolución forzada a un merecido fracaso y su final extinción.

domingo, 11 de mayo de 2014

Francois Dourlen y la integración

El fotógrafo francés Francois Dourlen presenta una serie de curiosas fotografías realizadas con su iPhone en las que superpone instantes cinematográficos, televisivos o imágenes recurrentes e identificativas de la cultura popular para integrarlas dentro de la cotidianidad que le rodea. El efecto consiste en una unificación perfecta de ficción y realidad, cuidando todos los detalles de la perspectiva combinativa de estos dos factores.
Más de esta divertida técnica en su página de FaceBook y cuenta de Instagram.

viernes, 9 de mayo de 2014

"Pásame una birra" o el malabarismo cervecero de los Almost Twins

“Pásame una birra” es una frase que todos hemos dicho alguna vez (algunos hasta el infinito) y que no resulta nada extravagante o inusual. Todo lo contrario. Cuando esto sucede, alguien se acerca al frigorífico amablemente y te trae una lata o una botella bien fresquita. Ahí acaba el propósito de esta acción. Sin embargo, para Jack Packard y Tim Higgins, en su sección de ‘Almost Twins’ de la exitosa web de humor ‘Funny or Die’, eso sería muy fácil ¿Por qué no complicarlo un poco más? Lo divertido de pasar una birra se condiciona a múltiples y creativos estilos con el mismo objetivo: que el receptor acaba abriendo la lata. En 2012 ya iniciaron esta particular afición a arrojar la cerveza de un modo rocambolesco, rozando lo malabarístico.
Pues bien, acaban de presentar la secuela de este absurdo ‘Hey, Pass Me A Beer’ también con la marca de cerveza Old Milwaukee como promotora de la idea. Eso sí, aplicando el más difícil todavía, ejerciendo de auténticos Globetrotters de la cerveza.
La próxima vez que alguien os pida una cerveza, recordad: lanzadla de forma creativa, al estilo Packard y Higgins. A ver si el receptor está a la altura de la expectativas de estos dos vídeos.

jueves, 8 de mayo de 2014

Especial 'El Exorcista (The Exorcist)', de William Friedkin (II)

La oscura leyenda de un rodaje infernal
Siguiendo con el especial abierto el pasado día 21 de abril sobre este clásico del cine de terror, uno de los aspectos que se ha destacado siempre que se habla de ‘El exorcista’ ha sido el maleficio que cayó sobre el equipo técnico por tratar de un modo documental un escabroso tema como es el Mal, su aparición física en nuestro día a día y la posesión paranormal. A pesar de que el departamento de prensa aseguró, una vez estrenada la película, que se trataba de una argucia comercial para vender un filme que no necesitaba mucha propagación de noticias para convertirse en un éxito de taquilla, los mitómanos recurren a la veracidad de ciertos hechos que acaecieron en varias de las localizaciones donde tuvo lugar la filmación de este clásico. Mucho se ha escrito y hablado sobre los efectos posteriores del filme acerca de una presumible condena maléfica que sufrieron los participantes en la mítica cinta de culto. Pero también es cierto que dado lo áspero de la trama, lo ideal era concebir una especie de leyenda negra en torno al rodaje y sus supuestas consecuencias fatales.
Si bien es cierto que la carrera de William Friedkin (que estaba llamado a ser uno de los mejores directores del cine contemporáneo) no volvió a levantar el vuelo tras esta obra maestra, obras posteriores como ‘Carga maldita’, ‘El salario del miedo’ o ‘Vivir y morir en Los Ángeles’ (injustamente hundidas por crítica y público) o títulos mediocres como ‘Blue Chips’, ‘Jade’ o ‘The Hunted’ son una muestra clara para pensar ¿en qué punto del camino malogró toda su fama y talento Friedkin? La respuesta puede ser más sencilla si afirmamos que no supo elegir sus películas, ya que ‘A la caza’ (1979) estuvo a punto de volver a situarle en lo más alto. Durante años estuvo sumido en el ostracismo, con pequeños conatos por regresar a un primer nivel, como ‘Jade’ o ‘Las reglas del compromiso’. Sin embargo, en los últimos años ha encontrado un hueco en el circuito comercial gracias a dos pequeñas producciones que han resucitado su talento y poder narrativo; ‘Bug’ y, sobre todo, ‘Killer Joe’.
La historia de uno de sus productores, Noel Marshall, es mucho más inquietante. Se empeñó en sacar adelante un proyecto en 1981, ‘El gran rugido (Roar)', junto a su familia de ensueño: Tippi Hedren y la hija de ésta, una jovencísima Melanie Griffith. El rodaje duró tres años y el resultado fueron los más de cincuenta puntos en la cabeza de la actriz fetiche de Hitchcock por un accidente y una prematura cirugía estética a la pobre Melanie debida a una dentellada de león, hechos que configuraron a la película como uno de los rodajes más escabrosos que se recuerdan. Ni que decir tiene que tanto sufrimiento no valió para nada, pues la cinta supuso un sonado fracaso. Tanto, que casi ni vio distribución. A su vez, William P. Blatty quiso ser director. Y aunque escribió alguna comedia de éxito para Blake Edwards o la desacertada adaptación de 'Soy leyenda' con 'El último hombre vivo', de Boris Sagal; fue ignorado por completo para participar en ‘El exorcista II: El hereje’ (1977), de John Boorman. Su deseo era llevar al cine “la verdadera secuela de ‘El exorcista’”, la adaptación de una novela homónima bajo el título ‘Legión’, que él mismo había escrito para la gran pantalla. Sucedió lo mismo, ya que supuso un fiasco que seguiría sumando números a su éxito editorial: 'El exorcista III', en 1992. Antes, se había estrenado como director con la importuna ‘La novena configuración (The Night Configuration)’, otro fracaso. Una carrera sin pena ni gloria que ha acabó a la fea costumbre de reincidir en los temidos ‘director’s cuts’, volviendo a lanzar una y otra este clásico en 2000 y en sucesivas ediciones para DVD y BluRay, con nuevas secuencias, más documentales sobre el rodaje, efectos especiales y filmaciones inéditas, que dieron algo de brío a sus arcas. Lo último fue la participación en el guión de ‘The Exorcist: the beginning’, viéndose envuelto en una polémica de directores que fueron y vinieron como Renny Harlin y Paul Schrader y que, en efecto, también supuso un nuevo desacierto en una carrera aciaga que remite a aquélla maldición generada por el efecto de su clásico más recordado.
Pueden parecer coincidencia, mala suerte, pero no fue así. También la pobre Linda Blair no consiguió que su carrera despegara en ningún instante. El éxito de sólo una película la convirtió en un juguete roto de forma prematura, fue detenida en varias ocasiones por posesión de drogas, aunque su peor consecuencia por el supuesto golpe maléfico fue caerse de un caballo con tan mala fortuna de quedar infecunda para el resto de su vida. Hace algunos años, volvió a la palestra con unas polémicas declaraciones contra el fallecido Christopher Reeve, cuando afirmó que la culpa del terrible accidente que le dejó tetraplégico al protagonista de ‘Superman’ fue únicamente suya, no del caballo o la mala suerte. Muy despiadada (pero no sin falta de razón) declaró que el actor, que era muy alto y por entonces pesaba una barbaridad, no encontraba caballos a su medida, perjudicando gravemente a muchos equinos y probándolos para seguir montando. Otro hecho real que concernió a este estilema maligno fue, por ejemplo, pequeños matices personales, como el de Paul Bateson, un técnico de rayos X de la NYU Medical Center y que aparece en el filme en la secuencia de arteriografíade Regan. Pues bien, este sujeto resultó ser un asesino en serie que dedicaba su tiempo libre acudiendo a bares de ambiente gay, donde seducía a sus víctimas para desmembrarlos posteriormente. Uno de ellos, fue el crítico de cine Addison Verrill.
Las leyendas que vertebran esta evocación satánica sobre el rodaje infunden más interés a una película que permanecerá por siempre en nuestro más oscuro recuerdo. Se cuenta que durante la filmación (que comenzó en agosto de 1972) se unieron a una lista de desgracias de producción, hechos que obligaron a retrasar el rodaje (y aumentar, de paso, el ya de por sí elevado presupuesto), como la pérdida de la escultura del prólogo de la película (precisamente el símbolo de Pazuzu). Otra, apunta a un incendio de parte de un estudio atribuido a fuerzas sobrenaturales y que la única estancia que quedó indemne fue el set de la habitación de la niña; rollos velados, cámaras estropeadas, accidentes inexplicables (un par de técnicos perdieron alguna falange) y miembros del equipo con gripe crónica a causa de las secuencias del exorcismo (debido al frío y no a la presencia del Maligno, como lo vendieron) fueron algunas de las historias que se contaron y que forman hoy en día un misterio sobre su veracidad. Todo un suplicio que Thomas Bermingham, sacerdote por entonces, se negó a seguir, sin creer en los miedos paranormales, y no santificó todos los días el estudio para evitar males mayores. Uno de los hijos de Jason Miller fue atropellado por una moto en el lapso del rodaje, aunque alejado de la ubicación de la filmación de 'El Exorcista'.
Sin embargo, la psicosis colectiva se engrandeció hasta consecuencias tétricas y morbosas cuando uno de los actores principales, Jack McGrowan, murió prematuramente de influenza antes de que el rodaje concluyera. Al igual que la constatación del fallecimiento del bebé a punto de nacer de uno de los auxiliares de cámara y un vigilante nocturno. Sucesos que acabaron por crear un auténtico desequilibrio general entre los miembros de un equipo sometido a la neurosis perfeccionista de Friedkin, convencido de estar haciendo una especie de ‘El Padrino’ del género de terror, obsesionado cada día que pasaba, por evitar caer en la utilización excesiva de efectos especiales y repitiendo tomas y tomas hasta conseguir la adecuada. Dick Smith (el maquillador de ‘Taxi Driver’, otro de los clásicos a venerar) recuerda: “era demoledor, quería una perfección que nos obligó a pensar en cada mínimo detalle. Tanto, que llegué a pensar que aquel trabajo era lo mejor que había hecho jamás. Recuerdo que trabajamos casi un mes con Macel Vercoutere en la cabeza que giraba 360º sobre un cuerpo de poliester para una de los planos más terroríficos del filme”.
Pero no todo fue malo, Mike Oldfield obtuvo pingües beneficios con su ‘Tubular Bells’ (tema principal de la película), el maquillador Dick Smith sigue siendo un tótem dentro de la profesión, Ellen Burstyn ganaría el Oscar como mejor actriz principal años más tarde con ‘Alicia ya no vive aquí’ (1975), de Scorsese o su soberbia interpretación de ‘Providence’ (1976), de Alan Resmais.Además, actualmente trabaja como una de las mejores profesoras del prestigioso Actor’s Studios y ha permanecido activa con grandes interpretaciones como en 'The Yards', 'Requiem for a dream', 'The Fountain', éstas dos últimas a las órdenes de Darren Aronofsky. Fue ella la que dijo hace algunos años, durante una rueda de prensa, en el Festival de Cannes: “he leído toda clase de historias sobre lo que sucedió a raíz del rodaje y el estreno, pero mucho de todo eso es falso. Es verdad que algunos de los acontecimientos que tuvieron lugar allí son inexplicables, que había un ambiente enrarecido y que todos tuvimos mucho miedo, pero se ha exagerado la historia hasta límites insospechados”.
El descubrimiento de un mito de doce años
Sin duda alguna, aparte de la perfección narrativa, de la labor de un equipo que se dejó la piel en el rodaje y del global de todo lo que supuso en la época una película como ‘El exorcista’, el filme de Friedkin descubrió a la única actriz infantil capaz de conferir todos los estados por los que atraviesa el personaje de Regan MacNeil. Y con ello, una interpretación  para la posteridad. La pequeña Linda Blair tampoco era ajena a la dureza del rodaje, aunque todos coincidieron en que siempre respondía al director con una sonrisa. Al casting se presentaron más de 500 niñas. Pudieron ser más, porque lo normal es que las madres que intentan colocar a sus pequeñas en el 'star system' hubieran aceptado de buenas a primeras que sus hijitas se metieran en la piel de una niña poseída por Satanás. Cuando Friedkin vio a Blair, se encendió la clarividencia que otrora le caracterizara. La joven allí presente había nacido en Connecticut, el 22 de enero de 1959, es decir, que tenía 12 años, y había trabajado en pequeños roles de películas como ‘The way we live now’ (1970), de Barry Brown y sobre todo ejerciendo como sonriente rostro para anuncios televisivos. En la entrevista final, nadie podía creer que aquella señorita fuera tan madura para una niña de su edad. Aseguró haberse leído el guión dos veces, aprendiéndose los pasajes más escabrosos del mismo. Blatty y Friedkin fueron más allá y le preguntaron sobre el argumento.
Blair, sin ninguna vergüenza o recelo aseveró “...sobre una posesión diabólica. Sobre una niña poseída a la que le pasan cosas malas por tener el Diablo dentro...” o del estilo de “yo creo que es una deliberada exposición de la pérdida de la Fe en la actualidad...”. Esto puede llevar a la reflexión sobre cuál era el grado de aprendizaje que la madre imponía en los monólogos que le pasaban a su hija en los ‘castings’. Pero cuando Friedkin le preguntó acerca de la secuencia del crucifijo, la pequeña Blair le miró a los ojos y le concretó “¿la de la masturbación?...”. Friedkin atónito le replicó “¿sabes lo que es masturbarse?”, la actriz dijo “Oh, claro, se hace para llegar al orgasmo”. Blatty batió su puntilla al inquirir “¿y tú te masturbas?” A lo que Blair aseveró ganándose a ambos con su personalidad abrumadora al responder “Por supuesto ¿y tú?”.
Linda Blair iba a componer una de las mejores interpretaciones infantiles que se recuerden en la Historia del Cine. Durmiendo cuatro o cinco horas al día ante la exigente actitud de Friedkin, la pequeña nunca se mostró cansada o caprichosa. En la secuencia en que la cama se tambalea por primera vez, el movimiento era tan brusco y doloroso en la espalda de la niña que gritó "haz que pare, haz que pare...". Los técnicos, creyendo que era el guión, siguieron un buen rato, ante las lágrimas reales de Blair producidas por el sufrimiento. Jamás se quejó. Recuerdan que un día, tras 17 horas de rodaje, Linda no pudo más y cayó dormida, siendo luego recriminada por Friedkin. En seguida, la actriz le dio una de las mejores tomas de la película. La profesionalidad que mostró en todo momento era incomprensible para una actriz de su edad. Ellen Burstyn la recuerda como “un cielo de persona. Trabajar con ella fue lo mejor de un rodaje brutal. No sé cómo aguantó, siempre con aquella sonrisa angelical”.
Producción le asignó un psicólogo a Blair. Pero en vez de trabajar con la niña, tuvo que atender a los demás miembros del equipo porque a ella no le hacía falta. Incluso embutida en el pesado maquillaje de Dick Smith y profanando toda clase de improperios y barrabasadas, Linda afirmaba: “es el papel que interpreto, Regan no es ella, es el Demonio y éste actuaría así”. El aguante que toleró la actriz no se vio recompensado con el Oscar al que fue nominada en 1974 por su labor como actriz secundaria. Paradójicamente lo perdió frente a Tatum O’Neall por ‘Luna de Papel’, de Peter Bogdanovich. O’Neall tenía 11 años. “Me lo merecía más, pero ha sido maravilloso. Otra vez será” respondió a los medios de comunicación tras la entrega de las estatuillas.
Pero nada iba a estar más lejos de la realidad. Como se ha mencionado antes, sus futuras películas no fueron ni mucho menos exitosas, todo lo contrario. Su meteórico estrellato le hizo caer en el lado oscuro del éxito a edad temprana. Con 20 años fue acusada de tenencia de estupefacientes y nunca más volvió a levantar el vuelo. Filmes como ‘Nacida Salvaje’, ‘Sarah T. Portrait of a Teenage Alcoholic’ (una semibiografía de su carrera cinematográfica), ‘Stranger in the House’ o breves papeles en películas como ‘Aeropuerto 75’ o ‘Victoria en Tenbee’ no sirvieron para devolverla al estrellato que se había ganado con sólo doce años. De hecho, cuando en 1977 Boorman la llamó para hacer un papel secundario en la archimaldita (pero reivindicable) ‘El Exorcista II: El hereje’, Blair era ya una casi una mujer. En cualquier caso, su trayectoria profesional nunca sería en exceso destacable.
Nunca se pudo quitar de encima un personaje que, a pesar de darle la fama, también coartó para siempre una carrera con posibilidades. Convertida en actriz de culto la pudimos ver haciendo cameos autoparódicos en la primera parte de la saga ‘Scream’ de Wes Craven y en ‘The Blair Witch Project’ y protagonizando telefilmes (donde es una de las reinas norteamericanas) o multitud de series televisivas o TV movies. Eso sí, nunca falta a ninguna convención sobre 'El Exorcista' o la presentación de nuevos montajes o lanzamientos en DVD o BluRay. Al fin y al cabo, siempre será nuestra niña poseida favorita, la inmortal Regan MacNeil.
CONTINUARÁ...

martes, 6 de mayo de 2014

Bill Murray multiplicado

Como bien sabéis, Bill Murray es uno de los tótems de este blog y es algo sistematizado que su figura sea mencionada por estos lares. En este caso, el dibujante de cómics y periodista canadiense Steve Murray (también conocido como "Chip Zdarsky") ha creado un fascinante collage de ilustraciones titulado ‘The many faces of Bill Murray’ que recoge, a modo de compilación, todos sus personajes; desde 'Los incorregibles albóndigas (Meatballs)' hasta ‘Grand hotel Budapest’. Tan sólo hay dos excepciones que corresponden a una etapa anterior a la mencionada cinta dirigida por Ivan Reitman; en sendas cintas de animación a las que puso voz como un reportero (‘Shame of the jungle’) y como un dragón (‘B.C. Rock’) respectivamente.
Es un trabajo para el National Post que podéis ver en su totalidad en la página del diario online. En este mismo link encontraréis un  un vídeo en el que se define cada representación de los personajes que integran los variados rostros de uno de los actores más carismáticos y eternos del cine contemporáneo.

lunes, 5 de mayo de 2014

El 5 de mayo de 1984 y el último título del Athletic

Un 5 de mayo de hace tres décadas se disputó la final de la Copa del Rey entre el F.C. Barcelona y Athletic de Bilbao. El Barça venía de ganar a Las Palmas y el club rojiblanco se desprendió de un Real Madrid en pleno apogeo después de una emocionante tanda de penalties. A las 20:15 arrancaba una final polémica, salpicada de controvertidas declaraciones cruzadas a largo de toda la temporada, sobre todo entre Diego Armando Maradona, que entonces era el buque insignia del club blaugrana, y el técnico Javier Clemente. La tensión tenía su origen en la lesión sufrida por Maradona en aquel duro lance del juego provocado por una entrada de Andoni Goikoetxea que ya había encendido los ánimos entre las respectivas aficiones y cuerpos técnicos. El 29 de abril de aquel mismo año, el equipo ‘zurigorri’ se había proclamado por octava vez en su historia en un derdy antológico contra Real Sociedad y un doblete de “Rocky” Liceranzu, en un cruce de resultados que llegó a poner como campeones de liga al Barça y el Real Madrid en diversos momentos de los respectivos encuentros de liga.
Aquel Athletic personificaba una fuerza que no entendía de especulaciones, que comenzaba sus partidos con una intensidad fuera de lo normal, fustigando al contrario desde que el esférico echaba a rodar por el césped. Y así se plantó en la capital, dispuesto a hacer efectiva esta tendencia frontal. El once titular; Zubizarreta, Urkiaga, Liceranzu, Goikoetxea, Núñez, Patxi Salinas, De Andrés, Urtubi, Dani, Endika y Argote. Por parte del club blaugrana que dirigía César Luis Menotti; Urruti, Sánchez, Migueli, Alexanco, Julio Alberto, Víctor, Schuster, Rojo, Marcos, Maradona y Carrasco. El Bernabéu parecía San Mamés. El color rojiblanco inundaba las gradas y la afición ‘athleticzale’ hizo suyo el estadio suponiendo un 80% de la entrada total de aquella tarde, apoyando y gritando con fervor cada toque de balón de su equipo. La alegría no tardaría en llegar. Corría el minuto trece cuando, tras un córner botado por Argote era despejado por Schuster hacia la posición del jugador del Athletic, que colocaría el balón en la frontal del área donde Endika controlaría con el pecho para enviar con un zurdazo a la red.
El delirio pareció apoderarse de un ambiente que se empezó a encender dentro y fuera del campo. Con el comienzo de la segunda parte, el partido no tuvo más historia que la gran presión defensiva de De Andrés, Salinas y Urtubi, anulando a un rival que tuvo un par de oportunidades sin importancia. Se pasó a un cúmulo de patadas y juego duro por parte de los dos conjuntos después de una entrada Schuster a Urkiaga. Patadas, piscinazos, la devolución de objetos lanzados al campo por parte del jugador alemán y poco juego que quedará como una final deslucida en cuanto a lo deportivo, pero que será recordada cuando el colegiado Franco Martínez pitó el final del encuentro.
Fue entonces cuando Maradona, frustrado por la derrota, impulsó la batalla campal llena de furia y violencia que dejó un triste recuerdo del título rojiblanco. “El Pelusa” propinó un rodillazo en la boca de Miguel Ángel Sola, que tuvo que ser retirado en camilla, lo que encendió los ánimos encrespados de los jugadores que fueron a increpar y agredir al argentino, de nuevo en un enfrentamiento con Goikoetxea y Sarabia, transformándose en una tangana colectiva en la que Migueli lanzó una patada voladora a De Andrés y Schuster intentaba repartir todo tipo de puñetazos y golpes, Clos a Patxi Salinas, Dani había dado lo suyo a Sánchez, que fue retirado del campo... Incidentes que no lograron deslucir un hecho histórico por parte del Athletic. Con el capitán Dani levantando la Copa de campeones (la vigesimocuarta de su historia), el Athletic había conseguido el triplete (Supercopa incluida) y convertir así el sueño en realidad que hizo que una generación entera de aficionados volviera a cantar de nuevo el tan propiamente vizcaíno “alirón”.
Las celebraciones posteriores también forman parte de la historia del Athletic y del Botxo, cuando más de un millón de bilbaínos se reunieron para dar la bienvenida en masa a los héroes deportivos en un acontecimiento que marca la evocación y la herencia del amor incondicional por un equipo único. La Gabarra surcando las aguas del Nervión flanqueada por innumerables embarcaciones que la escoltaron hacia el puente de Deusto representa una imagen simbólica de ese orgullo hacia unos colores que conllevan la inculcación de valores éticos y deportivos de concepción excepcional. Fue el último título del Athletic hasta el momento, pero también el fin de una era futbolística que transformaría el deporte rey hacia otra dimensión que, exceptuada por casos puntuales, ha definido lo que viene siendo la rutina binomial, pues tras aquella liga el F.C. Barcelona y el Real Madrid se repartirían los once títulos siguientes.

domingo, 4 de mayo de 2014

Sam Fuller y la bandera

“Al decir “No me nombre la mierda de la bandera”, Edgar Hoover lo rechazó en mi presencia, en casa de Romannoff y con Zanuck. Negaba que un americano dijese, en plena guerra Fría con Rusia, “no me nombre la mierda de la bandera. Y Zanuck me dijo “tiene razón, quitaremos lo de mierda” Hoover se enfadó muchísimo: “sabes perfectamente bien que no es eso a lo que me refiero”. Y Zanuck se explicó de manera sencilla. Era su amigo, lo conocía. “Es un personaje el que habla y a ese personaje le importa una mierda la bandera. A él no le dice nada ¡Ninguna bandera! Tiene que ser ese personaje. De lo contrario lo que haremos será una película propagandística y nosotros no hacemos esa clase de películas”.
Samuel Fuller, sobre ‘Manos peligrosas’ (1989).