sábado, 21 de septiembre de 2013

Eurobasket Eslovenia 2013: Una decepción de errores y malas decisiones

Ya durante las dos primeras fases este equipo de Juan Antonio Orenga había proclamado los errores y las dudas que se solidificaron en la semifinal contra Francia, dentro de un partido aparentemente dominado que se fue distorsionando de la esperanza en los aciertos hasta otro bien distinto. España volcó sus inseguridades en un final de encuentro bajo una presión que parece que les supera. Sucedió con Eslovenia, reiteró sus errores ante Grecia y sucumbió de un modo similar contra Italia, jugando una prórroga desastrosa. A priori, los despropósitos deberían haber servido de aprendizaje en un partido tan complejo y de rivalidad de juego como era el de Francia, un rival más equilibrado que ese paseo de autoconfianza que la selección se permitió en cuartos frente a Serbia.
La defensa zonal y la presión comenzaron a imponer ese desafío de pugnar con la explotación que venía caracterizando a Francia a lo largo de todo el campeonato, la de unos recursos físicos punteados con la figura de un colosal Tony Parker. Sin embargo, había una sensible diferencia que viene de la pizarra, los franceses tienen a Vincent Collet que, perdiendo de catorce, empezó a agitar el banquillo y a recuperar fuelle tras el descanso, cuando España parecía tener controlado el choque. Nuestra selección, por su parte, demostró que con Orenga las decisiones tácticas no iban a dilatar la comodidad en el marcador. Por si fuera poco, la falta de acierto en el tiro (sin olvidar esos diez balones perdidos) en los dos últimos cuartos tampoco fue la idónea. La consecuencia fue que España jugó de maravilla en los dos primeros cuartos. Y Francia, de idéntica forma en su primera mitad. Todo terminó en tablas, con un empate en un final dramático igualado a 65 puntos, que pudo ahuyentar los fantasmas y dar un pase a la final después de un tapón a Parker, dejando el destino en manos de Calderón, que erró un triple decisivo y un posterior palmeo de Claver que tampoco encontró cesta. Y así sucedió lo inevitable…
Esta generación de jugadores que tantas satisfacciones ha dado al deporte español, que ha jugado establecido en la profesionalidad, el sacrificio, la generosidad, la confianza y el respeto mutuo parece haber perdido otro de sus distintivos, que es el de sobreponerse a la adversidad y lograr la gesta cuando parece que las cosas están peor. Con Orenga se describe el otro lado de la moneda, pasando de ese juego que anticipa la hazaña factible a otro que vaticina la catástrofe. Faltó sentido común, de lectura para saber abrir la soldadura defensiva gala en esos fatídicos cinco minutos extra. Los de Collet chocaron de bruces con la mala suerte y los destellos defensivos de los españoles. España tampoco aprovechó la inconsistencia del momento, las dudas generadas por la desconfianza mutua. Fue una prórroga fea, sin canastas por parte de los dos bandos, que evidenció las carencias técnicas de un entrenador cuestionado durante todo el campeonato. España se mostró incapaz de sostener un ataque de aclarados y bloqueos para soltar la bola en una jugada que acabara en el interior de la zona antes de los 24 segundos, forzando tiros exteriores poco menos que imposibles. Tampoco supo deliberar sobre lo que supone el diseño de las rotaciones o las soluciones tácticas como ese último triple necesario para el empate que lanzó Marc Gasol cubierto por dos jugadores franceses. Es la situación más simbólica y rocambolesca de un equipo al que la brillantez y la fantasía se le han deslustrado por situaciones como las exhibidas ayer. 72-75 el marcador final. Parker y los suyos habían derrotado a su bestia negra. Los españoles reflejaron ese rostro de fracaso ilustrativo cuando no se pasa a una final. Y lo triste es que tampoco se puede acudir a la mala suerte o una injusta derrota. Ganó el mejor supo gestionar el partido. Así de simple.
En 2010 fue Teodosic, en el Sinan Erden de Estambul, con aquel triple en el último segundo el que dejó a España fuera de la semifinal en el Mundobasket de 2010. Ayer, en el Stozice Arena contra Francia fueron Orenga y una selección errática y desorientada obligada a cerrar un ciclo el año que viene, cuando ponga fin a un inolvidable periplo de alegrías, victorias y medallas que será muy difícil de repetir en el futuro. Y lo hará en el Mundobasket de España de 2014. Bonito marco para observar el nostálgico ocaso de este grupo de brillantes jugadores que ya ha escrito con letras de oro su propia leyenda. Pudo haberlo prolongado en la velada de ayer, pero varias ausencias clave y la inconsistencia de ese planteamiento baloncestístico de bajos vuelos, han hecho que se luche por un bronce que, sin despreciar la importancia del metal, deja una sensación de frustración y la impresión de abandonar el campeonato sin los deberes hechos. Una lástima.

jueves, 19 de septiembre de 2013

El duelo en la cumbre del miedo entre H.P. y Sigmund

Contemos una historia... Empieza con la tortuosa vida de H.P. Lovecraft. Es sabido por los lectores más apegado al género que profesó el autor, que la infancia y juventud del jovial Howard Phillips la pasó rodeado de su viuda madre, sus indulgentes tías y su abuelo, en un ambiente intelectual pero conservador que rigieron un férreo control sobre su vida más precoz. Además de unos primeros años de enfermedades, cuenta la leyenda que Lovecraft no dormía durante la noche y que escribía sin parar hasta el amanecer, que es cuando el buen escritor conciliaba el sueño rendido ante las horas de trabajo. Así, se ahorraba aguantar a su familia más cercana. De esta rutina acontece lo que iba a ser la fuente de inspiración del gran genio. Lovecraft contó siempre que escribía lo que soñaba. El escritor se refería a los sueños (y pesadillas) que experimentaba noche a noche como manifestaciones muy reales en las que vivía, según palabras del propio Lovecraft, "una extraña sensación de expectación y aventura, relacionada con el paisaje, con la arquitectura y con ciertos efectos de las nubes en los cielos, donde sólo había monstruos y bestias inmunes". Pues bien, esto que todos conocíamos fue algo que provocó el indirecto enfrentamiento con Sigmund Freud y sus teorías del psicoanálisis.
Lovecraft siempre se negó a creer las teorías y  la corriente esgrimida por Freud. Por su parte, éste siempre negó que los escritos H.P. fueran producto de una influencia de sus pesadillas. El célebre neurólogo austriaco aseguraba que los escritos eran producto de su imaginación, que no los soñaba, cosa que al de Providence nunca le sentó muy bien. Como Freud estaba acostumbrado a reducir sus disquisiciones a un plano sexual, tomó a H.P. como un degenarado por este tipo de lóbregos y angustioso sueños, en cuanto que el autor de ‘En las montañas de la locura’ dejó constancia a lo largo de su obra el desprecio que tenía al psicoanalisis de Freud. Desde sus primeros textos, inspirados en Poe, pasando por las narraciones derivadas de Dunsany, hasta los catorce cortos relatos de ‘Los Mitos Cthulhu’, hizo apreciar un elemento subversivo hacia esta antipatía mutua.
También hubo una disputa teórica en las conjeturas que ambos tenían sobre el miedo; Freud lo achacó a una ruptura del inconsciente, al ‘uncanny’, ligado al efecto de lo ‘unheimlich’, es decir, aquello que no es familiar, que nos resulta extraño. El resultado psicológico puede ser experimentado en mayor o menor grado, según la experiencia individual y única de la lectura fantástica. Por contra, Lovecraft señaló que lo fantástico precisamente, radica en la experiencia del lector, en el elemento psicológico que imparte su carácter fantástico, sosteniendo que el horror absoluto es lo desconocido, mientras Freud nos decía que el horror definitivo es aquel que nos conduce hasta lo más familiar e íntimo. Lovecraft sabía que sus analogías con lo conocido para describir lo desconocido eran el arma natural de su cerebro, algo que no compartía Freud.
Es más, la segunda antología monumental de la obra ‘lovecraftiana’ editada por Arkham House hacía ver que sus sueños chocaban con el conocimiento de los profesores de idiomas y de economía política de la universidad Miskatonic o de los palurdos de Catskill Mountain eran una metáfora de la incredulidad de Freud al extraño gnosticismo de parasomnia de Lovecraft. Todas las tumbas ancestrales, la legendaria y encantada Rrkham envuelta en sudarios de niebla y los monstruos creados por el genio literario fueron tan terribles que Freud no quiso analizarlos. No porque no quisiera o pidiera, sino por el hecho de que escapaban al intelecto y al análisis del mejor psiquiatra de todos los tiempos (con permiso de Jung).

lunes, 16 de septiembre de 2013

Inauguración del nuevo estadio San Mamés: Del “agur” al “ongi etorri”

Hoy es un día extraño para los aficionados del Athletic. Después de seguir con gran pesadumbre la demolición de uno de los iconos del fútbol internacional, San Mamés ha resurgido de sus cenizas en un imponente estadio adecuado a los nuevos tiempos. Sin embargo, todos los adelantos técnicos, toda esa infraestructura monumental que convierten al coloso en un campo de Categoría 4 avalado por la UEFA, tiene un complejo reto: el de hacer olvidar el antiguo hogar, la catedral que ha coleccionado poderosos recuerdos, marcando a varias generaciones que han vivido algunos de los momentos más imborrables dentro de un terreno clásico, insustituible en los corazones de todos aquellos que aman el fútbol. San Mamés poseía un poder sentimental ajeno a los cambios dentro de los cambiantes fundamentos económicos que esgrimen la triste situación de la liga española y el fútbol moderno, porque empapó durante décadas el recuerdo de lo genuino, con aquella impresionante sensación de fortín inconquistable, con un ambiente único que convirtió aquel campo hoy extinto y llorado en el talismán de un equipo diferente.
No era su arquitectura, que se caracterizó con un emblemático arco que ha desaparecido como efigie del club, ni esa visión del escudo en la Tribuna General llamando la atención desde hace más de un cuarto de siglo en la a calle Licenciado Poza, San Mamés era un templo sagrado, un santuario rojiblanco que se hacía inmenso por el griterío de todos esos discípulos que sienten el escudo del Athletic como parte de sí. Su transcendencia se marcó en la historia por un ambiente capaz de recrear emociones indescriptibles y sensaciones únicas, de profusas alegrías y tristezas. Todo el que haya asistido, al menos una vez, a aquel viejo San Mamés, entenderá estas palabras.
Pero los tiempos cambian. Y hay que adaptarse a la antojadiza transformación que impone la modernidad. El mágico estadio bilbaíno ha ido consumiéndose a lo largo del verano, dejando paso al imponente nuevo campo, el mismo que dejará en los fastos de los más veteranos que el primer gol del viejo San Mamés lo marcó Rafael Moreno "Pichichi" contra el Racing de Irún en 1913 y Ramón Belaustegigoitia “Belauste” de forma oficial. Sus nombres serán reemplazados por el del jugador del Athletic o del Celta que marque esta noche (esperemos que sea local) en el sofisticado estadio que inaugura una nueva era. San Mamés cumplió cien años en plena destrucción física y se desplaza, dentro del mismo escenario, algunos metros más cerca de la ría. Es deber la aceptación del cambio, la rápida asimilación de la novedad, la sustitución de un escenario tradicional por un ilusionante nuevo marco inacabado.
Al fin y al cabo, el corazón de un estadio, lo que hace que un sentimiento arraigado a la emoción y al sentido de pertenencia cuyos objetivos son lograr que un equipo desafíe a los elementos es, en último término, la afición. Y en eso, el Athletic no tiene rival. Esta noche se inaugura la nueva casa ideada por el arquitecto César Azcárate, en la que no faltará esa habitual sonoridad de un público entregado siempre a su club, ampliada con un estudiado detalle para que la acústica del campo se catequice a lo acostumbrado para no perder ese signo de identidad rojiblanco. El futuro ya está aquí. Y ello debe servir de incentivo hacia una nueva oportunidad para pasar de vivir de esos recuerdos imborrables de los triunfos históricos del Athletic en el llorado San Mamés a otros nuevos que reaviven la esencia ganadora con grandes gestas dentro de este nuevo y modificado entorno.
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Sea como sea, jamás olvidaremos el viejo estadio, la Historia y la nostálgica memoria estarán ahí para siempre. Hoy estamos de inauguración, así que disfrutemos del momento.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Doce años después del 11-S, Nueva York tiene nuevo símbolo

Ayer fue 11 de septiembre. Y más allá de esa cadena humana que simboliza un sentimiento independentista dentro de nuestro país, hay algo que prevalece por encima de la diada y coincide con esta fecha que alberga ese recuerdo de una herida abierta más recordada por el mundo. Más de una década después, el planeta sigue recordando la de aquel 11-S de 2001, cuando el terror se apoderó del mundo occidental las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York cayeron con aquellos imborrables atentados suicidas que implicaron el secuestro de cuatro aviones de pasajeros para consumar el ataque que encendió la alerta roja del país más poderoso del mundo.
Doce años después ¿qué es lo ha sucedido en la Zona Cero además de la anual ofrenda a los más de 3.000 muertos de un atentado que encogió los corazones de todos los ciudadanos del mundo? En aquella zona, donde se especuló con todo tipo de proyectos arquitectónicos, se ha ido erigiendo la Torre de la Libertad, con unos simbólicos 541 metros que lo convertirán en el edificio más alto del hemisferio occidental. Earthcam ha capturado todo el proceso en con el método ‘Time-Lapse’, registrando la construcción del nuevo coloso neoyorquino a lo largo de de nueve años (de octubre de 2004 a septiembre de 2013). La ciudad que nunca duerme tiene un nuevo símbolo que recordará por siempre jamás aquel fatídico día donde una espectacular masacre narrada en directo hizo que perdiéramos algo de inocencia con una acontecimiento histórico que dejó imágenes que jamás olvidaremos.

El estreno de '3665' ya tiene día D y hora H

Ha llegado el momento de estrenar ‘3665’, la primera visualización pública en uno de los mejores escaparates que ofrece el mundo del cortometraje en nuestro país; la presentación tendrá lugar dentro de la octava edición del proyecto Cortópolis, con el I Festival de Cortometrajes Internacional de Madrid, en los cines Kinépolis de Madrid (C/ Edgar Neville, s/n. Ciudad de la Imagen) ¿La fecha? El 26 de septiembre de 2013, a las 20:30. El corto será proyectado junto a otros trabajos nacionales e internacionales que también ven por primera vez la luz. Por lo tanto, es una noche especial dentro del festival porque será la primera vez que todas las proyecciones sean estrenos oficiales.
La entrada será gratuita, así que no tenéis excusa. El único requisito imprescindible es el modo de conseguir la entrada para el evento. Habitualmente, Cortópolis pone a disposición del espectador una invitación única por dirección de correo electrónico y se adquieren sólo por Internet, a través de un evento creado en la página Eventbrite, que el festival pondrá a disposición del público un par de días antes de la velada, sobre las 12:00 del mediodía. Una por persona. Pero no os preocupéis porque desde el mismo ordenador se pueden obtener varias entradas. Eso sí, con los diferentes correos electrónicos y nombres de los asistentes que deseen acudir a una noche de cortos inolvidable. Tan sólo tendréis que registrar en la página vuestro nombre y el e-mail y recibiréis la entrada en su correo electrónico. Cuando se vaya acercando el momento, desde aquí, volveré a incidir en este sencillo proceso. Y el mismo día, tanto a través de esta página y de las redes sociales del corto como del Facebook de Cortópolis se publicará el enlace para conseguir las entradas. El aforo es de 700 personas. Y aunque pueda parecer fácil hacerse con una, tendréis que estar rápidos porque en las ediciones precedentes las entradas se agotaron en el mismo día de su lanzamiento. En Salamanca, aún no hay fecha de estreno oficial, pero estamos trabajando porque sea lo más pronto posible una vez se produzca este estreno. De momento, vamos a centrarnos en lo más inminente, que es Cortópolis.
‘3665’ llega así al final de un infierno inacabado, de un proceloso cauce de situaciones y complicaciones sin fin que tienen como colofón este estreno: la conclusión y un comienzo de otra nueva pesadilla. Sólo espero que os animéis a venir a esta oportunidad única y que disfrutéis al menos la mitad de lo que yo estoy sufriendo con este trabajo. Si eso es así, será una estupenda señal. Os mantendré informados sobre este esperado evento.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Alan Ladd y Veronica Lake, unidos por el destino

Él era bajito y no fue jamás una estrella de su tiempo. Con ella sucedía lo mismo. Ambos fueron eclipsados dentro de la estirpe genérica por Bogart y Bacall. Sin embargo, llegaron antes. Son Alan Ladd y Veronica Lake (de cuya muerte se han cumplido cuarenta años el pasado mes), dos figuras que grabaron su nombre efímeramente en el género del cine negro, en ese sucio universo del crimen poblado de gángsteres donde los delincuentes transgredían el orden legal, con la explotación del detective o investigador subordinado a las tensiones de un entorno corrupto y a la hermosa ‘femme fatale’, atractiva y seductora, que jugaba peligrosamente en el límite de la turbiedad.
Ladd había interpretado todo tipo de antihéroes a lo largo de su poco reconocida filmografía; hasta esa época, había aparecido en una veintena de títulos, algunos de ellos sin acreditar, incluida su participación en ‘Ciudadano Kane’, de Orson Welles, sin mucho reconocimiento de labor actoral. Ladd procuró dejar una impronta de ‘tipo duro’ con rostro angelical capaz de ser un hijo de puta manipulable, una víctima del género negro. Ella venía respaldada con el éxito de ‘Los viajes de Sullivan’, de Preston Sturges. Su voz ronca y envolvente, su esencia de fémina agresiva, elegante y sofisticada, muy sugerente y sensual, la habían revelado como una actriz de estilo inconfundible. Su peinado, el mítico ‘peek-a-boo-bang’, con su inconfundible cabello rubio platino ondulado tapándole un ojo, sería imitado y definido como el peinado del siglo. Ambos dieron vida a algunos de los roles más emblemáticos del cine negro de los años 40, simbolizando ese estado de ánimo que se vislumbra en una época de crisis sociopolítica y moral, con las mentiras como protagonistas de los clásicos que protagonizaron, aportando con sus rostros una apertura a los límites de cualquier categoría, en una tipología fílmica que pasaba del expresionismo al barroquismo casi minimalista, donde la dosis de violencia y fascinación erótica determinaron la genealogía del ‘noir’. Y ellos son parte de esta historia.
‘El Cuervo’, de Frank Tuttle marca el inicio de su matrimonio cinematográfico. Basada en una novela de Graham Greene, narra la historia de ese asesino sin escrúpulos llamado Raven, contratado para que cometa un asesinato sin saber que está siendo víctima de una peligrosa trampa de la que debe sobrevivir a toda costa. Una fotografía de claroscuros, atmósfera umbrosa y clima indefinido contrastaban a la perfección con la tribulación de un portentoso Ladd en divergencia con el penetrante rostro de Lake. Desde entonces, sus relaciones dentro de la pantalla estuvieron definidas por la apariencia utilizada como intriga. ‘La llave de cristal’, de Stuart Heisler, es una obra maestra que sigue los preceptos literarios de Dashiell Hammett en su perfecta conjunción de cine de gángsteres, ‘thiller político’ y cine negro con la historia de un líder mafioso que decide apoyar a un candidato reformista en las elecciones, viéndose envuelto en un asesinato de estado que no ha cometido. Es la simbología de aquello que prevalece detrás de una realidad figurada, donde la violencia ya se ha instalado como moneda de cambio para llegar al poder. Es en éste filme de rotunda clarividencia en el que Ladd y lake funcionan como pareja, él como Ned Beaumont, guardaespaldas que investiga el homicidio del hijo del senador Henry. Lake como la inolvidable Janet Henry, encargada de ayudar en las pesquisas de Beaumont.
‘La dalia azul’, de George Marshall y adaptación al cine de Raymond Chandler, reiteraría de algún modo ese personaje especulativo que tan bien interpretaba Ladd, el de un veterano de guerra que en su regreso a casa, comprueba que su esposa tiene un amante que es el propietario de un ‘nightclub’ llamado como la propia película. Cuando ella es asesinada, él se convierte en el principal sospechoso. De nuevo, el regreso del hombre a los descontrolados tiempos de corrupción y falsedades a descubrir, de nuevo con la ayuda del personaje de Veronica Lake para resolver el caso que le exculpe de todo. Su asociación fílmica terminaría con ‘Saigon’, fábula oriental a modo de ‘pulp magazine’ dirigida por Leslie Fenton y ubicada en el Shanghai de postguerra, donde tres pilotos se ven involucrados en un suculento negocio de dinero negro a través de un magnate que va acompañado por una hermosa secretaria a la que da vida, como no podía ser de otro modo, por Lake. Enfrentamientos, traiciones y una extraña historia de amor se entremezclan en este filme que, además de un fracaso de crítica y público, supuso el final del idilio cinematográfico de Ladd y Lake.
Desde ese momento, ambos caerían en una análoga decadencia salpicada por algún que otro éxito. En el caso de Ladd, proseguiría con una carrera titubeante en la que trabajó con cineastas de renombre como Mitchell Leisen, Raoul Walsh o Delmer Daves. Y fue con ‘Raíces profundas’, en 1957, donde alcanzaría su mejor y más valorada interpretación. Sería su nuevo momento de gloria. Pero duraría poco. Desde ahí, a los descensos del fracaso que terminarían con un trágico final cuando se suicidó con una sobredosis de barbitúricos y alcohol. Con Lake sucedería algo similar. A pesar de casarse con André de Toth, protagonizó un estrepitoso fracaso de la Fox como ‘Stronghold’ que acabó su fama. Deambuló como actriz en alguna serie de televisión, fue investigada por evasión de impuestos y comenzó a darle a la bebida de forma descontrolada. Trabajó como camarera y regreso al celuloide en alguna infecta y olvidable muestra de serie Z. En los últimos años de su vida, fue encerrada con un cuadro de paranoia esquizoide y, tras publicar su autobiografía, murió a los 50 años, sin amigos y enemistada con su familia, por una insuficiencia renal provocada por su alcoholismo.

Madrid 2020: Sorprende la sorpresa

Este pasado sábado se citaba la nueva sede olímpica en Buenos Aires, donde Madrid aspiraba con la convicción que su tercera candidatura consecutiva era la definitiva para conseguir esas Olimpiadas de 2020 tan deseadas por unos cuantos comisionados que han vuelto a emerger ofreciendo al mundo la cruda realidad de este país. Más allá de la rotación continental a la que suele acudir el Comité Olímpico Internacional (COI) a la hora de designar las sedes elegidas, Madrid se quedó fuera de la disputa por la concesión de esos JJ.OO. a las primeras de cambio, siendo Estambul y Tokio las que pugnaron por los votos finales. Fue ésta última la que acabó llevándose tan preciado objetivo. Tokio empezó asumiendo en su discurso el golpe que supuso el terrible tsunami de Fukusima acontecido en 2011 como inicio de una brillante argumentación con el respaldo de un país creciente en estabilidad y potencial comercial.
Por su parte, Madrid envío a un grupo de ineptos abanderados por Ana Botella, simulacro y paradigma político que ilustró el carácter incompetente del rostro más desagradable de la candidatura; su inhabilidad con el inglés, sus gestos cargados y artificiosos, su pose absurda al contestar a una periodista de Associated Press que le consultó sobre qué hacía un país con una tasa del 27 % de paro y una profunda crisis social y económica presentándose a un proyecto olímpico de tal envergadura con otra respuesta estudiada sobre las infraestructuras urbanísticas, han hecho que la imagen de España tuvieran un merecido rincón de pensar en la carrera por estas olimpiadas de 2020.
Mientras los japoneses se refirieron en todo momento, ante la prensa y en su compromiso reflexivo, a una presentación tranquilizadora como gran potencia capaz de asumir el reto de unos juegos de alta calidad, Madrid escondió la situación de España, la crisis financiera, el desempleo o la incesante corrupción política apelando a la deslucida emoción del discurso de Antonio Samaranch en recuerdo de su padre o la insulsa alegación de Alejandro Blanco, destacando la labor del príncipe Felipe en apoyo de la candidatura, escapando a justificar la austeridad de su proyecto y no sabiendo refutar todo el entramado del dopaje de la Operación Puerto, entre otros muchos errores. Ganó Tokio, sí. Y con este rotundo fracaso, debe frenarse la enloquecida idea de otra nueva presentación como sede olímpica por parte de Madrid; una década de gastos con un agujero que se plasma en más de 6.500 millones de euros, un dinero en el que un porcentaje podría haberse destinado a la financiación de los planes de formación de deportistas que, con los desfalcos y recortes monetarios a los que nos han acostumbrado desde el poder, ven incumplidas las promesas y alejarse sus sueños. En comunión con el sentimiento nacional de impotencia y rabia ante esos impresentables que viven en el lujo de una farsa hipócrita sin fin.
Unos Juegos Olímpicos no hubieran sido una solución a estos problemas de financiación deportiva, Madrid 2020 hubiera sido otra de esas tantas excusas de aquéllos que prefieren soñar con unas Olimpiadas que en salvar de la muerte la Educación y Sanidad Pública. Tokio se muestra como una ciudad orientada a ejemplarizar una estructura financiera poderosa dentro del ámbito mundial. Madrid está en pleno declive con la devastación de servicios e infraestructuras públicas ¿Qué esperábamos? Mejor, respirar tranquilos y tomar un “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”.

lunes, 2 de septiembre de 2013

'A Colt Is My Passport (Koruto Wa Ore No Pasupooto)', de Takashi Nomura o el film 'noir' tamizado con el spaghetti

Takashi Nomura no es muy conocido por estos entornos, pero una maravilla como ‘Koruto Wa Ore No Pasupooto’, más conocida con su título anglosajón, ‘A Colt Is My Passport’, no debería quedar sin espacio en la galería de películas de culto pertenecientes a ese género tan denostado como es el cine de acción. Un filme de referencia trazado con las coordenadas de un clásico donde el mito heroico está diseccionado dentro de un fresco con los elementos que se acercan a conmemoradas obras del estilo del ‘Bob le Flambeur’; un submundo del hampa donde hasta los traidores poseen un código de honor, cinismo, traiciones y hasta una ‘femme fatal’. El resultado es una confabulación de ese realismo lanzado al espectador como representación de un mundo criminal con cierta sofisticación.
Parece que en esa trama donde un asesino a sueldo (el legendario Jo Shishido) que es contratado para acabar por un reconocido personaje del hampa local está destinado a esquivar la muerte por las ansias de venganza de los hombres de confianza de este objetivo, podría parece un cliché en estos tiempos de sequía creativa. Sin embrago, en 1964, este universo de yakuzas y acción sostenían una percepción de un mundo amenazante novedosa y revolucionaria, la más representativa de la emblemática compañía Nikkatsu.
Nomura cree férreamente en una narrativa propia y se permite jugar con elementos ajenos al mecanismo argumental, potenciando la estela de maestría que apuntan algunas intenciones ciertamente extravagantes (como esa mariposa artificial que reverenciara Jim Jarmusch en ‘Ghost Dog’), pero sin perder de vista esa subtrama de alegato a favor de la lealtad y la amistad donde dar rienda suelta a una puesta en escena de salvaje efectividad que escapa a la catalogación de cualquier fábula moral desde los pasos de una senda contracorriente, atreviéndose a traspasar cualquier frontera. Como si sus tiroteos explosivos, persecuciones y el espíritu que corroe cada fotograma de esta película evidenciaran una impronta ‘hard boiled’ de coreografía en la que la acción armoniosa, de furioso lenguaje, estuviera destinada a culminar en su desértica escena final que dibuja toda la majestuosidad existencial de una obra maestra sin concesiones.
Por si fuera poco, la banda sonora puede apreciarse como una lección de magnificencia dentro de la musicalización cinematográfica e inspiración intuitiva de las artimañas sonoras de Quentin Tarantino a lo largo de su carrera, adulterando de un modo prodigioso los momentos más intentos del filme con música de diversa índole; desde tradicional japonesa, en un ‘in crescendo’ sinfónico hasta llegar a las melancólicas notas de jazz, sin olvidar la tradición del ‘spaghetti western’ para, como Melville en ‘El silencio de un hombre’, recrearse en un número musical, esta vez en la figura y la voz de Chitose Kobayashi, con una balada de tintes ‘enka’ inolvidable.

viernes, 23 de agosto de 2013

Review 'Guerra Mundial Z (World War Z)', de Marc Foster

Los zombies del ‘mainstream’
Dejando a un lado las pautas críticas que incluía el libro de Max Brooks, la cinta de Marc Foster es una aventura de acción familiar que busca la autosatisfacción y la rapidez de asimilación por parte de la audiencia.
En la cultura popular, el zombie ha pasado, gracias fundamentalmente a la literatura y al cine fantástico, como esa recurrente metáfora social de diversas vertientes, designada, en sentido figurado, a preservar la imagen de unos autómatas privados de voluntad que se mueven mecánicamente con un sólo objetivo e instinto irracional. Un zombie sirve para analizar casi cualquier artefacto cultural. El miedo no viene marcado por la zombificación, si no que invoca al análisis reflexivo y al sustrato metafórico de unos conceptos del subgénero que reposan en el terror a ser controlado y actuar de forma indeliberada, al conformismo llevado al extremo, al sometimiento. Poco a poco, la sociedad se ha ido poblando de zombies involuntarios sujetos a una disciplina que odia, a unos cánones impuestos donde la individuación se ha manifestando a sí misma dentro de un contexto de tenebrosidad maldita. Sin darnos cuenta, nos hemos convertido en hordas de estos no-muertos en vida. La masa social permanece desposeída planes o ambiciones, convertidos en piezas y elementos del engranaje de un colectivo impersonal valedor de cierta infrahumanidad. En un marco de crisis global económica, donde negocios, empresas o bancos subsisten como muertos vivientes que no parecen asumir su condición, las películas de cine fantástico permiten hablar de un escenario actual, representado con un relumbrón post-apocalíptico tan acorde a estos tiempos. Parece como si en la actualidad ese infectado no estuviera muy lejos de los trabajadores manipulados por las circunstancias, del asalariado que no cobra o víctima alineada que vive una ‘bare life’ desposeída de sentido.
Max Brooks en su ‘best seller’ ‘Guerra Mundial Z’, propuso una catastrófica visión crítica por medio de un relato confeccionado por multitud de entrevistas ficticias realizadas a los propios supervivientes, cuyos testimonios orales iban reconstruyendo la aparición de una pandemia mundial originada en China que ocasiona distintas fases como el “plan naranja”, la crisis, los años oscuros o las consecuencia planetarias de esa plaga andante. Las líneas principales de su crítica geopolítica residían en una cínica visión sobre los intereses yanquis en Oriente Próximo, el inacabable antagonismo entre Israel y Palestina, la dictatorial situación que se vive en Corea del Norte o la ineficacia de las Naciones Unidas en cualquier altercado mundial. En ella, defendía la integridad de supervivencia en un mundo gobernado por imbéciles sin capacidad de reacción en cuanto a materia de política estratégica, desflorando esta triste realidad con un detallismo técnico y tecnológico que acababa por proponer una defensa de adaptación del hombre al ecosistema surgido por la infectación vírica que está a punto de acabar con la humanidad a través de narraciones que remodelaban con inteligencia el mito zombie, actualizándolo y transformando su esencia. Pues bien, toda esta multiperspectiva es lo primero que desaparece en la adaptación cinematográfica pergeñada desde su faceta de productor por Brad Pitt, que vehicula la intención comercial de esta libre adaptación (si se puede llamar así) del libro de Brooks para entregar al gran público un ‘thriller’ de acción familiar en el que la estrella de Hollywood da vida a un investigador de la ONU retirado que, ante la inminente alerta que está provocando un virus que infecta a la humanidad y los convierte en zombies, regresa a su peligroso trabajo para salvar al planeta de esta terrorífica pandemia.
El título es el mismo, sí. A partir de ahí, el engranaje de ‘blockbuster’ veraniego fagocita cualquier alusión a las páginas de la novela. Marc Foster, director inclasificable y prolífico, construye una montaña rusa bastante descafeinada que se sostiene en la destreza de una puesta en escena irreprochable, que funciona como un videojuego de plataformas en las que tampoco existe el guiño al cine ‘gore’ o a la esencia excesiva de lo esperado. Ahí, ‘Guerra Mundial Z’ es inflexible. Pese a su presupuesto hipertrofiado, este itinerario de viaje global en busca de una solución al terrible virus es una muestra de continencia moderada que no trasciende a los márgenes del género, exhibiendo, mediante las sugerentes imágenes icónicas que se han llevado parte del presupuesto y que simbolizan esa ambición visual, un ‘tour de force’ de acción persecutoria, sin una línea muy definida a la hora de abordar un recital de tópicos que se imponen como una excusa para dignificar esta pandemia a lo ‘mainstream’, sin manchar de sangre al respetable, estableciendo los tópicos que emergen ordenadamente según avanza su metraje (incluso no falta el típico predicador, en este caso radiofónico, que anuncia alarmado una plaga relacionada con el Infierno).
‘Guerra Mundial Z’ quiere funcionar a otro nivel desarrollado en las demarcaciones del cine de acción, anulando de paso cualquier intención crítica, pese a que emerjan ciertas puyas sangrantes contra la condición extrema planteada ante el virus por naciones como Corea del Norte e Israel. “El movimiento es vida”, dice en un momento del comienzo Gerry Lane, personaje interpretado por Pitt. Y es lo que parece perseguir en todo momento la cinta de Foster: mucho ruido y situaciones rocambolescas (esa situación en un avión contagiada por el virus es categórica) que hagan funcionar un espectáculo que termina quedándose a medio camino entre la autosatisfacción del producto familiar neutro y la inquietud por mostrar los estilemas del cine zombie, con ritmo, sin perder sus objetivos comerciales. Sin embargo, la acción dinámica parece adueñarse de cualquier otra intención con personajes corriendo de acá para allá, con el énfasis de sugerir las consecuencias desagradables de la masa más que mostrarla.
Aquí la amenaza de esos no muertos se exhibe con cuando tiritan en reposo y corren como jaguares en movimiento, pero sin presenciar el contagio o la crudeza de sus ataques. No vaya a ser que se escandalice la audiencia. Lo que han conseguido de este modo es evitar cualquier tentativa de reinventar el modelo zombie. Y lo que han hecho es ajustarlo a un eficaz producto que tiene un ‘target’ tan alejado de los estilemas de un género popularizado en la última década con gran variedad poliforme. Si bien es cierto que consigue conformar una cierta atmósfera opresiva en su último tramo, dentro de un centro de investigación del virus de la OMS en Cardiff, cuando todo está sosegado y filmado de forma minimalista y que contrasta con el resto del filme, de ‘Guerra Mundial Z’ uno prefiere quedarse con ese enjambre de infectados saltando un colosal muro para invadir Jerusalén que con ese discurso final moral y edulcorado que parece reacio a reflexionar sobre los pilares que movieron al hombre a crear estos muertos vivientes que siguen creciendo dentro de los patrones culturales y manifestaciones audiovisuales y literarias.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2013

miércoles, 21 de agosto de 2013

Elmore Leonard y su eterno 'keep it simple'

1925-2013
- Pregúntale a este tipo por qué me acusa – dijo Harry mirando como el Zip se acomodaba en el sillón reclinable y comenzaba a mover el reposapiés, subiéndolo y bajándolo. - Me gusta este sillón, es cojonudo para ver la tele.
(Diálogo de ‘Pronto’ -1993-).
Se ha ido el gran maestro de la literatura ‘pulp’ contemporánea. Hace muchos años, aquí ya apareció aquel catecismo literario aparecido en The New York Times con una serie de reglas sobre la escritura. Elmore Leonard redefinió los ambientes detectivescos y criminales, envueltos en un halo de misterio, pero acercándolos a esa condición de sencillez directa, con una voz narrativa fresca y atrevida. Bajo las tapas blandas y hojas de papel barato de sus novelas, parecía avisar al lector que dentro de esa trama policial de lenguaje corriente, despojada de largos monólogos internos y exposiciones paisajísticas, había algo mucho trascendente y complejo, sin rodeos, mostrándose impaciente a la hora de dialogar la acción y ponerse en primera persona desde la perspectiva de sus creaciones llenas de vida y contradicciones.
Comenzó escribiendo como redactor publicitario (lo que hoy llaman ‘copy writer’) hasta que logró publicar algunos relatos de ‘westerns’ en la revista Argosy. A partir de ese momento, pasó a formar parte de una generación de escritores de culto suscritos al género de novela policiaca como Mickey Spillane o Ross MacDonald. Muchos fueron los que definieron su escritura como “antiestilo”, un autor capaz de construir acción narrativa únicamente sobre diálogos. Lo cierto es que configuró una fuerza palpitante y ágil que desafió cualquier pauta con su constante diligencia adaptada a la jerga de sus personajes, muchas veces políticamente incorrectas, trufadas de palabras malsonantes y llena de sinuosidades que tenían como objetivo el entretenimiento implacable y sin freno. Enemigo de los adverbios, su adictiva literatura está poblada de personajes carismáticos y villanos recurrentes, pragmáticos, que profesionalizan el crimen con una ética intachable; bien sean corredores de apuestas, traficantes de armas o de drogas, timadores, prestamistas o simples ladrones. En el fondo, son una raza que alcanza cierta virtud y honestidad en un mundo amoral que se desvanece con la corrupción y la suciedad de sus personalidades más lustrosas. ‘Swag’, ‘The Switch’, ‘Joe LaBrava’, ‘Bandidos’, ‘Almas paganas’, ‘Ciudad salvaje’, ‘Hombre desconocido 89’, ‘Cóctel explosivo’, ‘Freaky Deaky’, ‘Riding the Rap’, ‘Cuba libre’, ‘Chantaje mortal’, ‘Mr. Paradise’, ‘Rum Punch’ o la icónica y magistral ‘Pronto’, entre muchísimas otras, retrataron con un escalpelo descriptivo estampas de ese país a veces desconocido que es Estados Unidos, dentro de ciudades que se convierten en un personaje más, perceptivas de esos bajos fondos urbanos ambientados con realismo sucio, donde sus protagonistas son empujados a un mundo escabroso por circunstancias imprevistas.
La ironía fue siempre esa esencia transgresora que caracterizó a este maestro del suspense y la acción, mostrando personajes desde diversos ángulos, deteniéndose en detalles aparentemente triviales, esgrimiendo bajo su acción, llena de personalidad y verborrea, una intrahistoria dentro de la novela negra, género predilecto en el que se saltaba constantemente las reglas academicistas. Leonard era un rebelde, un maestro habilidoso que solía embadurnar sus páginas de estructuras laberínticas, perpetuando una cierta sofisticación accesible, tan atractiva como satisfactoria. Puro nervio. De ahí que su vinculación con el cine se transformara en un matrimonio constante de adaptaciones y guiones para la gran pantalla. Ya en sus comienzos, con aquellas novelas del Oeste, Martin Ritt elevaría la efigie del gran Paul Newman con ‘Un hombre’, además de ‘El infierno del whisky’, de Richard Quine, ‘Los Cautivos’, de Budd Boetticher o las dos versiones de ‘El tren de las 3:10’. Quentin Tarantino profesaría su amor por el autor en la que puede ser su mejor película hasta el momento, ‘Jackie Brown’, donde el sentido literario de Leonard comulgó con la verborreica narrativa del cineasta en una ofrenda reinventada hacia el ‘blaxploitation’ de los 70, que conjugó con el tono crepuscular y pesimismo tan afín al universo del escritor. ‘Get Shorty’, de Barry Sonnenfeld, ‘Un romance muy peligroso’, de Steven Soderbergh, en los 90 o la más actual y catódica ‘Justified’ describen esa correlación entre autor e industria.
Pocos se atreven a afirmar que Leonard ha sido un hacedor obras maestras absolutas y sempiternas. Sin embargo, no es así. La trascendencia de su obra, su inmortalidad, queda atestiguada en las creaciones de mundos erigidos alrededor del lector, de su complicidad y adhesión a un estilo inconfundible. Fue un espléndido manipulador del lenguaje cuyas historias describen el comportamiento humano de un modo paradigmático y que colocan a Leonard en la misma división de nombres clásicos del género como Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Jim Thompson o Chester Himes. Hemos perdido a uno de los mejores y más importantes escritores de la Historia. Así de contundente.