lunes, 27 de diciembre de 2010

Review 'Balada triste de trompeta', de Álex de la Iglesia

Payasos en la lavadora
Álex de la Iglesia sazona de barbarie y esperpento su película más salvaje y personal narrando la historia de dos payasos, dos bandos opuestos cuyas cicatrices asumen la brutal relectura de la guerra y la postguerra, del tardofranquismo y los primeros coletazos de la democracia de España.
De entrada, hay algo que impone cierta distancia cuando uno asiste a un espectáculo tan despiadado, libre y grotesco como es ‘Balada triste de trompeta’. Como viene siendo habitual en su personal filmografía, Álex de la Iglesia se ha empeñado en condimentar ese enérgico estilo con varias obsesiones reconocibles dentro de su cine. Su reincidente imaginería, desde la libertina capacidad creativa de anteriores y reconocibles obras, junto a las numerosas virtudes sostenidas en la capacidad de riesgo del cineasta para contar un terrible drama humano en forma de chiste se dan cita aquí en un difícil terreno que busca narrar una dramática fábula como si fuera una indiscutible comedia. No cabe duda de que De la Iglesia ha llegado a definir un estilo propio e intransferible. Por ello, no falta su concepción global y visual dentro de una trastornada genialidad cuyos cimientos se perpetúan en los límites de lo excesivo. Como en ‘El día de la bestia’, ‘Muertos de risa’ o ‘Crimen ferpecto’ se busca la intencionalidad llena de furia y de ritmo, con voluntad transgresora y oligofrénica que, en este caso, dinamita una hecatombe subvertida en la que la comedia está ensombrecida por lo contundente de la función, por una belicosa melancolía de cine radical que no tiene ninguna reticencia a la hora de escupir al público la sinceridad honesta con la que está confeccionada.
Así es ‘Balada triste de trompeta’. Poco complaciente. Se aúna barbarie y esperpento, referencias personales e intenciones donde, por mucho que se anhele, no existe el humor. No hay comedia. Al menos, no en el modo en que De la Iglesia había venido haciendo. Estamos ante una cinta retorcida, creada y llevada a la pantalla desde las entrañas de un fulano quemado con el mundo. De entrada, ‘Balada triste de trompeta’ es una alegoría casi filosófica sobre el rencor y el amor imposible. Es tan inclemente y agresiva que provoca un doble sentimiento irreconciliable en sus límites extremos: una adhesión progresiva o un rechazo total según entendimientos. No es, de este modo, un filme que genere indiferencia, pero lo cierto es que la libertad sin tapujos es lo que hace de su línea de coherencia un producto tan extraño y discontinuo, lo que ofrece el verdadero sentido de enloquecida entidad que caracteriza el cine de este peculiar creador de pesadillas tragicómicas.
Ya desde su inicio, con un perentorio prólogo se deja clara la destructiva índole del filme, que sitúa al espectador durante la guerra civil, en el Madrid de 1937, con un pequeño circo que es azotado por la conflagración y asaltado por una avanzadilla republicana que rompe con la tradición circense bajo el mando militar de un agresivo soldado que recluta a los payasos y demás artistas para plantar cara a los nacionales. Una de las primeras imágenes, la de un payaso vestido de niña asestando sangrientos machetazos y abriéndose paso entre el fragor de la guerra, define gráficamente lo que va a ser el resto de la película; una elegía de tumefacción fraticida de ese pasado gris que carcome la historia de nuestro país. Ese payaso advierte a su hijo que la única vía de redención, antes que seguir sus pasos de ‘clown’, debe ser un sentimiento de venganza. Con este referente, De la Iglesia regresa a una figura insinuante en su filmografía, el payaso como figura grotesca y descontextualizada.
Es entonces cuando el salto temporal hacia 1973 dibuja una España pesimista, donde tiene lugar una historia de rivalidad y odio entre Julián, aquel hijo de infancia arrebatada, convertido en un ingenuo y taciturno aspirante a payaso triste y Sergio, el payaso tonto, admirado por los niños y que esconde un ser dominante, posesivo, maltratador y alcohólico. Ambos pugnan, desde sus deformadas personalidades, por el amor de Natalia, una trapecista de curvas escandalosas que duda entre el amor radicalmente opuesto de los dos hombres. Una historia de dos personalidades enfermas que camuflan sus deterioros psíquicos con el maquillaje circense y donde la chica es el objeto de deseo de dos bestias, dos bandos opuestos cuyas cicatrices asumen la relectura salvaje de la guerra y la postguerra, del tardofranquismo y los primeros coletazos de la democracia de España.
El subconsciente de Álex de la Iglesia queda expresado en cada una de las ideas y metáforas que van tejiendo el extraño patrón del filme. Desde un retorcido espíritu ‘valleinclanesco’ que deforma la realidad, recargando sus rasgos grotescos, somete a la historia a una elaboración muy personal. El lenguaje coloquial y desgarrado, con un tono bipolar que persigue la alegoría sobre la índole demoledora del fascismo y el entorno republicano, deja en evidencia a esos ideólogos de la destrucción del país que dicen amar. De este modo, la película no abandona una idea: la violencia engendra violencia. Los dos payasos de ‘Balada triste de trompeta’ terminan por convertirse en monstruos, hijos del desafuero desunido por el lóbrego periplo de cuatro décadas de caudillaje en España. Javier, ese payaso triste que no ha tenido infancia, es como un niño que encarna la lucha republicana, el perdedor que se siente rechazado por Natalia, que siente lástima por él. De alguna forma, la trapecista es la España que alberga esperanzas de libertad, de seguridad junto a este payaso apocado y destrozado por dentro. Pero ésta es poseída a la vez por Sergio, el payaso tonto, un violento y poderoso dominador que sexualmente la satisface, aunque sea capaz de darle palizas y humillarla a las primeras de cambio.
Todos parecen depender de Sergio. Le tienen miedo, como a ese poder represivo y fanático que impera en la sociedad. Javier es el único que logra plantarle cara. Sin embargo, las dos insanas personalidades confluyen en una misma deformación generada por la locura; la de ese rostro de Sergio deformado y mutilado por sus propias atrocidades que se han vuelto contra él y la locura de Javier, que impone su monstruosidad disfrazada de venganza, en el dolor del rechazo y la memoria perdida. Los dos símbolos ideológicos aman a la chica, la nación, con un ímpetu posesivo, alienado y sedicioso dentro de un contexto de circo metafórico como es la España de Franco. La sumisión, la rebeldía frente al trauma represivo, la renuncia de los sueños y la angustiosa tristeza son elementos que Álex de la Iglesia esgrime a la hora de dibujar estos payasos en una lavadora de centrifugado de referencias solapadas de dolor y resentimiento.
‘Balada triste de trompeta’ se conforma como un manifiesto visceral, guiado por un capitán fílmico temerario y suicida que utiliza la enardecida explosión de violencia como admonición acerca del olvido de nuestro pasado, de los errores circunscritos a un ámbito localista, cuya universalidad está licuada por un filtro histórico excesivamente simbolista, utilizado por su autor como exorcismo de sus demonios con un fin catártico. En todo este laberinto demoníaco se nota falta de su habitual guionista, Jorge Guerricaechevarría, sobre todo en algunos de los enflaquecidos diálogos y en su idea de consecución de fatalismo agridulce. A veces se echan de menos evidencias y apostillas dentro de ese carnaval sangriento de tanta acentuación expresiva y en muchos momentos de artificiosa arbitrariedad que debe asumirse dejando la racionalidad a un lado para que el viaje resulte gratificante. Hay tramos desiguales, que imponen cierta distancia por parte del espectador dentro de esta muestra de cine de hipérbole sociohistórica que esconde una sociedad sanguinaria y rencorosa con su pasado reciente. Como por ejemplo, ese tramo que concentra a Javier como perro de presa de cacería con un Franco entrañable y tierno o la del mismo rol, sentado en una cafetería armado incoherentemente, para descubrir la canción de Raphael y estallar con el único deseo de verle disparar al aire con dos metralletas en una simbólica imagen irresistible, pero carente de significación o ubicación dentro del relato.
Defectos y virtudes de una obra radical
Llega un momento en que De la Iglesia no logra acanalar tanta furia y mugre histórica, haciendo de su esperpento un manifiesto tan pujante como imprudente. Como la inserción forzosa del atentado de Carrero Blanco como excusa para soltar una de las frases más lúcidas y cabronas de los anales de nuestro cine. Dentro de unos parámetros circenses que desentierran el alma de otros cineastas como Browning, Buñuel o Fellini, en ese circo estrafalario donde sus personajes secundarios apenas tienen voz en el entramado, más que para apaciguar la brusquedad intemperante y evocar cierta ‘berlanguismo’ en su conjunto, se echan de menos mecanismos que ensamblen su eficacia hacia la grandeza de la que podría haber sido la mejor película de su autor. Éste termina por parir una cinta imperfecta, un monstruo deforme que simboliza lo mejor del cineasta, pero también lo peor. Aunque tal vez ahí es donde reside su atrayente fuerza y grandeza. Por eso, dejando a un lado cualquier índole defectiva, esta última granada de mano llega a sublimar de forma intensa su discurso acerca de la lucha política y violenta que es perpetrada por imbéciles que en su pasado y en un presente destruyeron y destruyen España, en un ciclo iterativo de crueldad y sinsentido.
El director de ‘Perdita Durango’ sigue fomentando un cine instintivo, acondicionado al espectáculo con brío visual, donde el ingenio arrolla al público con una explosión de emociones, con momentos de inspirada imaginería, de alucinantes piruetas visuales, de sugerente apariencia y paranoia anticolorista, así como arrobamientos abrumantes y enérgicos que desembocan en ese enfrentamiento con sabor a Hitchcock en las alturas con un icónico escenario reconocible, faraónico sepulcro que representa el tumor histórico de forma sacra como es el Valle de los Caídos, ése puñal clavado en el corazón de España que nos recuerda los errores del pasado, la miseria humana y la herida que sigue abierta y no cicatriza. En ese sentido, ‘Balada triste de trompeta’ es un ‘thriller’ inquieto, perfectamente hilvanado, donde estalla esa sugestiva violencia con un compás sofocante que apela a la aberración trastornada de un fin de fiesta apoteósico. De ahí, que requiera a un espectador lanzado a sus defectos, a un tiovivo destructivo donde el realizador da rienda suelta a su lado más perturbado y personal.
No se le puede negar ambición y genio. Su última película tiene tanta visceralidad que puede percibirse hasta como amoral en la consecución de un esperpento cargado de mala hostia, humor negro y furores sangrientos. Es decir, todo aquello que caracteriza el cine del actual Presidente de la Academia de Cine. En ese descomedimiento, en su desorden y caos, en su irregularidad que salpica incompostura es donde se encuentra la razón de ser de un filme que se refuerza en su atmósfera feísta y oscura gracias al intuitivo Kiko de la Rica, que sabe barnizar el cromatismo con un tono entre el pesimismo y expresionismo, dotando de entidad ruda y sin color la antifábula que se beneficia (y de qué manera) de la magnífica puesta en escena de Eduardo Hidalgo y Federico del Cerro al reproducir entre ruinas un circo absurdo y tiñoso, donde la destrucción convoca esos fantasmas de los que habla el realizador.
Pero si hay algo que aporta la personalidad de las grandes obras es la partitura de Roque Baños. Una vez más, el músico funciona como el pulmón enérgico de cada plano. Su talento golpea el alma del público con una partitura memorable transformando las notas musicales en sensaciones perceptivas de ecos ‘herrmannianos’. Tampoco está de más alabar la labor de De la Iglesia como director de actores, en la fuerza de un Antonio de la Torre peligroso y avieso, la sensual capacidad de Carolina Bang para reconducir su personaje hasta límites de tensión sexual palmarios y el retribuido talento de sus comparsas; desde Santiago Segura hasta Sancho Gracia, pasando por Enrique Villén, Manuel Tallafé, Gracia Olayo, Alejandro Tejería, Luis Varela, Terele Pávez… Todos están maravillosos. Pero si alguien debe ser el centro de los elogios ése un genial y asombroso Carlos Areces, que ofrece una memorable caracterización de ese payaso educado por las ansias de venganza paternal que choca contra los deseos y frustraciones de un personaje complejo. Lo mejor de esta cinta extraña y estrambótica.
‘Balada triste de trompeta’ va mucho más allá en su prosopopeya de incorrección política. Es una cinta que cuando pierde el equilibrio sabe sobreponerse y levantarse, con sus rocambolescos deslices y desaciertos, en su condición de película valiente y todoterreno. Porque sabe ser fiel a sí misma, llevando su riesgo hasta las últimas consecuencias. Estamos así ante un cine cuya seriedad se pierde por la contundencia de lo excesivo y no tanto por la búsqueda de los mecanismos cómicos. Se deja llevar por un grueso sentimiento extremo, donde la brutalidad y lo tragicómico alimentan el espíritu de un iracundo y redentor ejercicio anárquico y sádico. En esta película nacida para ser incomprendida, por lo grotesco y antropófago de su condición. El amor es algo imposible, como una España destinada a entenderse, capaz de ironizar y concebir ese pasado que murió y que llora como expresa la canción de Raphael que da título a la película. Se trata, en conclusión, de una extravagancia perturbadora, de genuina locura que anida en la mente del espectador mucho después de haber acabado.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010

viernes, 24 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD 2010, amigos del Abismo

Siempre que coloco una bola en el árbol de Navidad me gusta mirar reflejado mi rostro, distorsionado hacia una especie de dibujo animado con cara de gilipollas, alterado por la ficción que supone la propia fantasía de esta celebración de luces y de colores. Ya está aquí de nuevo este periplo que tiene su excusa en la diversión y el dispendio comercial, un pretexto más para evitar trascendentalizar las variadas situaciones que asolan nuestro mundo general y nuestras miserias personales. La estrella que se pone en lo alto de los abetos saca a relucir una época bastante deslucida, donde la celebración este año es una justificación disimulada de esa sonrisa esconde cierta preocupación. Los hay que odian estos días, como modernos Scrooges ‘dickensianos’ a los que la Navidad les parece otra pérdida de tiempo capaz de sacar lo peor de la gente. Para otros muchos, se trata de una coartada perfecta para disfrutar sin complejos y meterse unos buenos viajes al hígado y al colesterol, sumidos en una espiral de convite y brindis varios. Lo cierto es que la Navidad sigue teniendo una esencia que va más allá de las campañas de mercadotecnia de los grandes almacenes a pesar de que los portales de Belén vivientes se hayan convertido en centros comerciales abarrotados de gente dispuesta de dejarse lo poco que ganan en regalos. Y es que la confusión atávica ante el inexorable ciclo vital, del invierno y del verano, ha creado celebraciones de solsticios para todos los gustos. Y hay que asumirlo. Y lo que es más importante, llevarlo al extremo. Lo divertido de todo es ser cínico, socarrón y saber disfrutarlo con divertimento y alegría.
La Navidad es la época ideal para reírse con más fuerza de aquellos a los que no les gustan y a los que quieren cambiar el nombre a la celebración por la absurda denominación de “fiesta de invierno”. Tampoco es momento de reflexionar sobre su génesis católico, ni de conjeturar sobre lo que en realidad se celebra, ni de aludir a cualquier residuo de antiguas fiestas paganas de los nórdicos o aquella celebración romana en honor a Saturno. Lo importante es celebrarlo y pasarlo bien, de ingerir sin freno opulentas cenas y comidas con compañeros, amigos y familiares. De dejarse de malos rollos y el odio en Nochebuena, de seguir comiendo y bebiendo en Navidad. Cómo no, continuando con más brío en Nochevieja, engarzando la comida de Año Nuevo con cenas de antiguos compañeros y habituales cogorzas semanales...
Como cada año, desde estas líneas quiero desearos una FELIZ NAVIDAD 2010 y que disfrutéis de la manera que más os guste estos días.
Un abrazo a todos, queridos amig@s.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

79.250: El Gordo y la felicidad

“¡Ni una puta perra!” es la frase recurrente que mi padre heredó de mi abuelo y que se hace extensible a mí. Se pronuncia en mi familia anualmente, siguiendo la tradición de adversidad en los juegos de azar. Cada 22 de diciembre, cuando el sorteo de Navidad termina y, haciendo cálculos, uno se da cuenta de que lo poco que ha jugado no sirve para nada es el momento de elucidar con esta frase tan castiza. Bueno, en principio, estos rollos alimentan la ilusión. Que de eso también se vive. O eso dicen. Es entonces cuando sólo te queda ver cómo el Gordo se va a otra ciudad, a otras manos, a otra gente que es feliz por momentos y que luego sale en televisión medio etílica, diciendo paridas y bajo el desenfreno de una complacencia y ventura que pocos consiguen saborear en primera persona. Esta mañana, en el Palacio de Congresos de Madrid, lugar elegido tras más de cuarenta años organizando este popular evento en el salón de sorteos de la calle Guzmán el Bueno, concretamente a las 11.13 horas, Iván Quintero, un niño con un aire a “El Bola” que evidencia y personaliza el mal que está haciendo Cristiano Ronaldo a esta sociedad y Adreas López, un chaval más circunspecto y espigado, han cantado el premio gordo: el 79.250.
Alicante, Barcelona, Cerdanyola del Vallés (Barcelona), Garachico (Tenerife), Cáceres, Éibar (Guipuzcóa), Zaragoza, Alcorcón (Madrid), Madrid capital, Molina de Segura (Murcia) y Saldaña (Palencia) han sido las localidades que en estos momentos están celebrando que exista una pequeña ventana a la crisis. Los demás, han visto cómo la esperanza depositada en una posible y lejana etapa de respiro, saliendo de la asfixia económica para olvidar penas, darse algún capricho o la recurrente frase de albañilería “tapar agujeros” se han diluido con la misma facilidad que el día a día te devuelve a la dura realidad. Hoy en día, tal y como está el panorama gris y turbio, sin posibilidad de escape a la ruina y a la tragedia, lo más cabal es que aquellos que tengan la suerte de tener un trabajo y una remuneración mensual levanten la copa la copa de cava y brinden porque ellos son los verdaderos afortunados. Esperemos que la suerte se esconda detrás de algunos otros acontecimientos mucho más prosaicos que hacerte rico jugando a un juego prácticamente imposible.
A los premiados, muchas felicidades. A los que no, estáis acostumbrados. Así que Feliz Navidad a todos.

martes, 21 de diciembre de 2010

Los peligros de la polémica "Ley Sinde"

Hoy es un día fundamental para los que utilizamos Internet. La “Ley Sinde”, ese proyecto de censura autocrática de Internet escondida dentro del proyecto de Ley de Economía Sostenible, puede afectar, y de qué manera, a un país que vive en continuo ‘offline’. Es el momento de saber si esta Ministra de Cultura*, títere de marionetas, empecinada en un tema único como son las descargas legales y la mal llamada “piratería” (aquélla que no se lucra en el sistema de compartir información y archivos entre usuarios), tiene vía libre y despotismo para ejercer la dictadura dentro del mundo virtual. De este modo, el futuro de la comunicación internauta sería mutilado, despojado de su esencia y su sentido, poniendo en seria duda cualquier tipo de libertad y haciendo que esa colaboración masiva que supone la red, de libertad para dosificar información global deshaga los nudos de la cultura y sirva para derribar la universalidad a favor del dominio y control político. Lo que nos faltaba.
El hecho de anular la independencia y el albedrío que existe en la red, con un control exhausto por parte del Ministerio de Cultura y la Audiencia Nacional, convertiría en un caos un tema que no es en absoluto baladí. Por supuesto, aquellas páginas que se lucran con la difusión de material con copyright deberían haber acabado hace años. Pero el problema no es ése. Esta ley impositiva también afectará a la red P2P con páginas en la que se comparte información de una manera libre, descentralizada y pública. Después llegaría el cierre de otro tipo de páginas molestas a sus intereses o que discrepen con tipos de decisiones o actitudes, alcen la voz o contengan información que a los gobiernos no les interese que se difunda. Es el germen de la auténtica y peligrosa distopía totalitaria, el nuevo modelo de absolutismo dentro de la cada vez más debilitada y ridícula democracia. Esta forma de control gubernamental anularía el Estado de Derecho que tanto fomentan y amparan. La libertad de expresión y de opinión está, si se diera efecto a este proyecto, muy por debajo de esa cuestión que pone como factor de importancia a la gente que ve películas o escucha música de una forma gratuita. Parece que es lo único que importa aquí ¿Por qué? Porque existen una serie de empresas yanquis muy poderosas capaces de mover a países a su antojo con tal de salvaguardar sus imperios económicos.
Esa parece ser la razón: una imposición servilista de los intereses yanquis, con la subordinación definitiva de nuestro país al imperio norteamericano, que ha utilizado a un rostro reconocible encantada de conocerse así misma como es la guionista que prefirió retirar su nombre del “peliculón” ‘Mentiras y gordas’ (paradójico título que se identifica con la actual situación gubernamental) para consolidar esa idea de malversación interesada con acciones legislativas que protejan la supremacía financiera que hace que el poder supremo sea ejercido por un reducido grupo de personas que han llevado a la crisis en la que estamos. Gracias a Wikileaks se pone en evidencia que las presiones de la industria cultural acerca de Internet están ordenadas por ese dominante imperio autocrático con el resto del mundo que es Estados Unidos. Se han filtrado vasos comunicantes diplomáticos en los que se amenazaba a España con incluirla en una “lista negra” si no establece una legislación para controlar y fragmentar la libertades de la red. A las entidades de derechos de autores y editores, junto a las multinacionales de la industria cultural, le beneficia todo esto. No porque sea positivo o mejore su situación, sino porque así no tendrán que renovarse y adaptarse a las exigencias de la evolución internauta. España está demostrando, una vez más, que es un país torpe y inepto. La inclusión de este modelo censor para la antidescarga desubicada dentro de un contexto que basa su interés en transformar el ideal productivo para enfocar el futuro de un país una de las peores crisis de su Historia es, como mínimo, cuestionable. Seguimos siendo, queramos o no, un país de pandereta. Dejemos que los gobernantes la toquen, cantando un villancico que se ría de nosotros en nuestra puta cara.
* En la foto, la Ministra Ángeles González-Sinde posa con Mayor OREJA.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Blake Edwards: otra sonrisa de Hollywood apagada

1922–2010
La comedia perdió el pasado viernes otra parte fundamental para entender la comedia y su evolución dentro del cine. Desde que comenzara como guionista de Richard Quine y debutara con deslucidas películas para gloria del cantante Frankie Laine, el gran Blake Edwards emprendió su carrera dentro de los límites del aprendizaje, de la constante mezcla de géneros, de un potencial cómico inabordable. Muy amigo del ‘slapstick’, afianzado en una tradición clásica que le vincularía por parte de la crítica como heredero del mismísimo Ernst Lubitsch, no fue un director al que le gustaran las etiquetas, de ahí que obras maestras como ‘Días de vino y rosas’ o ‘Desayuno con diamantes’ escapen de la comedia hacia el melodrama más gris y descorazonador. Nos regaló al genio insustituible de la comedia norteamericana: el magnánimo Peter Sellers (la saga de ‘La Pantera Rosa’ o la antológica ‘El guateque’), siempre buscando el contraste entre el pretensión egoísta de la personalidad humana y la anarquía existencial que rodea al individuo para ser feliz con su habitual juego de espejos de la comedia y la realidad que hacía de las desgracias una comedia sin fin. Siempre elegante con la cámara, con un cine de emoción que marcó su estilo dejan un poso de tristeza en el mundo del cine en un año especialmente cruel con las desapariciones de grandes nombres del Séptimo Arte. ‘Peter Gunn’, ‘Operación Pacífico’, ‘Vacaciones sin novia’, ‘S.O.B. Sois honrados bandidos’, ‘¿Víctor o Victoria?’, ‘Micki y Maude’, ’10, la mujer perfecta’, ‘Una cana al aire’ o ‘Asesinato en Beverly Hills’ son algunas películas que conforman una pequeña muestra de su contribución como ese cineasta respetado y adorado por todos. El hombre que supo sacar con su genio una sonrisa con su sátira y talento.

Review sucinta de 'Biutiful', de Alejandro González Iñárritu

Tremendismo a flor de piel
La carrera de Alejandro G. Inárritu viene marcada por los estigmas narrativos de su primera y excepcional ópera prima ‘Amores perros’. A través de sus siguientes trabajos, ‘21 gramos’ y ‘Babel’, el cineasta mexicano ha porfiado esa tendencia a la narración discontinua, en la que abogar por el nerviosismo de cámara bajo una atmósfera desangelada y sucia que explora la soledad afectiva de unos personajes olvidados, cuyas familias están escindidas por el dolor y que sobreviven en una sociedad llena de obstáculos en la que la incomunicación es el peor y más pesado de los lastres. Alejado de esa narración afásica y entrecortada de Guillermo Arriaga, Iñarritu asume la labor del guión abandonado a la suerte de un solo personaje, Uxbal, un enfermo terminal cuya caducidad física se consume bajo el crepúsculo moral que rodea su entorno.
Parece que el director está estancado en unos moldes caracterizados por los cánones estéticos que formula en su mensaje social de miseria acuciante. La cinta explota un dolor lleno de insufrible moralismo en el seguimiento de un hombre sumido en un misérrimo trance vital que, a pesar de los muchos problemas que asolan su miserable existencia, lucha por ser mejor persona y asumir la recta final con la coherencia ética y la corrección que se espera de un padre de familia ejemplar.
Llega un momento, en el que todo el peso argumental recae en los hombros de un Javier Bardem que se convierte en el epicentro de la película, transmitiendo con su desnudez emocional la importancia narrativa de todo el tinglado. El actor español se queda sin halagos ante un trabajo memorable, lleno de dureza y complejidad, con un desgarro que toca la fibra del espectador y llena la pantalla con otra de sus lecciones de magistral interpretación. La pena es que esto no sea suficiente para salvar del descalabro a una cinta como ‘Bituful’.
Tanto sufrimiento y tanta búsqueda de emoción a flor de piel le pasa factura. Se queda sin espacio, por ejemplo, para profundizar en la corrupción y usufructo de empresarios con respecto a la economía sumergida y acaba por ser un ejercicio sobreexpuesto al dramón, donde termina por pesar más su desequilibrio y su tono pretencioso que el alcance del dolor multicultural y la crítica apagada que se pierde en sus mediocres subtramas. Con ello, ‘Biutiful’ termina por ser un amago de lacrimógena ‘tear jerker’ social escandalosamente reiterativa y tremendista.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Balada triste de trompeta', de Álex de la Iglesia.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Regresa la Nochevieja Universitaria a Salamanca

El año pasado sucedió lo siguiente: se iba a celebrar la quinta Nochevieja Universitaria en la ciudad que albergó desde su origen este fenómeno. La manera simbólica de despedir el año por parte del sector estudiantil es capaz de congregar a unos 50.000 jóvenes con ganas de dar todo en la fiesta más escandalosamente divertida del año. Sin embargo, no contaban con un inesperado enemigo con la fisonomía del alcalde de Salamanca Julián Lanzarote, que se negó a acoger otro de esos eventos que lucran a una ciudad que vive de este tipo de actos donde la hostelería es la que más sale beneficiada del asunto. Se oficializó en Zamora, donde el Ayuntamiento recibió con los brazos abiertos la iniciativa.
En Salamanca hubo quejas. No entendían que la excusa fuera que se imposibilitara tal celebración escudándose en los gastos de los servicios de limpieza y de las horas extras de la Policía local. El alcalde sugirió que la Ciudad Patrimonio de la Humanidad no era un vomitorio, ni un marco para una borrachera colectiva o botellón masivo camuflado. La cosa no quedó ahí. Los universitarios de Salamanca se lanzaron en tromba a las calles de la ciudad para seguir la tradición pese a la prohibición, pero chocaron con una decisión que impidió que la conmemoración perdiera su sentido; por orden del máximo edil no sonaron las campanadas del reloj de la Plaza Mayor, por lo que los universitarios no pudieron seguir la letanía de esta noche.
¿En qué diablos consiste esta Nochevieja Universitaria? Se trata de una excusa navideña más, convertida en una tradición inexcusable que consiste en adelantar las campanadas del próximo día 31 para sustituir las tradicionales uvas por gominolas, por chupitos de whisky o por tragos de champán y pelotazos de litronas furtivas. La jubilosa dipsomanía y la turbación alcohólica de grado superior se dan cita así entre los más jóvenes de la ciudad. Unos universitarios en plena fase de sublevación y ganas de disfrutar, a punto de descubrir que la verdadera sabiduría académica, donde realmente uno aprende cómo funciona la vida, está en las cafeterías de las facultades y en los bares más recónditos de la ciudad, se reúnen para pasar una noche de alcohol y diversión. Se ha establecido así una reunión que recoge masivamente a una horda de chavales en la espectacular Plaza Mayor, entre el hedor destilado de ebria exultación, los estudiantes esperan impacientes las doce campanadas que darán inicio a una de las noches más multitudinarias y largas del año.
El año pasado hubo pérdidas. Obviamente, en año de crisis, el alma de la fiesta regresa con apoyo institucional a las calles charras para acoger a la muchachada que incluso viene de otras provincias para participar en esta verbena colectiva. Está claro; hay unidad desprejuiciada siempre que haya fiesta y bullicio, jolgorio y posibilidad de pillar cacho. Después de las campanadas, la fiesta se traslada a los más diversos establecimientos que hacen el agosto con esta desquiciada madrugada donde todo es posible. Pese a quien pese, Salamanca se ha consolidado como uno de los corazones mundiales de la fiesta, de la algarabía, de la nocturnidad, del pecado, de la holganza estudiantil, del poderoso caos etílico…

Campanadas con esencia a Telecinco clásico.

Vuelve el espíritu del Telecinco Clásico a la cadena. Rostros guapos, cuerpos voluptuosos, alegría femenina con cierto toque sofisticación tirando de cheque es el aliciente de Nochevieja de este año con Sara Carbonero, Pilar Rubio y Marta Fernández a la hora de dar las uvas el próximo día 31. Como rival, en Cuatro, la sugerente Anna Simón deberá dar el do de pecho, junto a los chicos de ‘Tonterías las justas’, para poder batir a estos tres ángeles de Paolo Basile. Los tiempos han cambiado. Ahora las chicas Chin-Chin presentan telediarios, deportes y variedades. Por el bien de todos, no habrá que soportar al insufrible Jorge Javier Vázquez y a ese esperpento ibérico que es Belén Esteban.

martes, 14 de diciembre de 2010

La semana de la 'Operación Galgo'

Hace tan sólo unos meses España se relamía de los éxitos del deporte español. Éramos los mejores. Porque en este terreno, los éxitos individuales y de equipo se convierten con pasmosa facilidad en propiedad pública. Los medios se cuestionaban con certeza si el deporte español podría contemplarse como el mejor del mundo. Éramos una gra potencia. El país a batir. En sólo tres meses, la impoluta reputación de las esferas del ciclismo, en la que Alberto Contador obtenía su tercer Tour de Francia y el acreditado afianzamiento del atletismo español, se venían abajo como un castillo de naipes mal ejecutado, volátil y quebradizo, con sendos escándalos salpicados por el oscuro mundo del dopaje. Lo primero que sucede es que se pone en tela de juicio la ley antidopaje aprobada en el 2006. Desde entonces, ha habido casos en estos deportes en los que deportistas de élite han saltado a la palestra y han caído en el olvido, en el calabozo de sus propios errores, haciendo, en muchos casos, que los suministradores de estas sustancias prohibidas siguieran lucrándose en un universo en el que los deportes menos favorecidos económicamente parecen ser el centro de los dedos acusadores.
¿Hasta que punto es legítimo cuestionar todos esos éxitos que se dan para gloria de esta nación? En seguida, Xavi Hernández se ha apresurado a decir que la selección española ha ganado el Mundial de Fútbol porque nadie se ha dopado ¿Por qué? Se da por hecho y absolutamente nadie hubiera pensado en mirar, por ejemplo, al fútbol como posible foco extensible de esta corrupción deportiva. A veces, como en el inexacto caso de Carlos Gurpegui, surgen casos excepcionales que se suelen dar en equipos pequeños que ejemplifican esta traba y dejan una diluida certeza de limpieza general en los que el dinero y la propagación popular son un factor de beneficio para la sociedad. Imagínense, en un caso hipotético, que de repente Cristiano Ronaldo diera positivo en un control antidoping. El basto universo del fútbol mundial se tambalearía hasta unos límites insospechados.
No es plan de cuestionar nada. Sólo es un ejemplo para enfocar el asunto. En el atletismo no sucede lo mismo. Tampoco en el ciclismo. Son deportes no sólo machacados por una dureza física extrema, sino que sus condiciones económicas a la hora de levantar figuras y conseguir retos son mucho más complejas. Al atletismo le hace falta imponer un recorte de tiempo en el periplo que hay entre los mundiales, rebajándolo tan sólo a dos años y no cuatro como ante ¿Por qué? Porque para poder seguir un ciclo de competición exigente y para que la popularidad y proyección internacional (es decir, su economía) subsista ante la creciente repercusión de estos encuentros no basta con esperar casi un lustro, con Olimpiadas de por medio, para alcanzar objetivos. Digámoslo así: el atletismo no es un deporte tan global como otros. No veremos a miles de personas reunidas en una plaza para seguir una final de atletismo. En esta tesitura aparece otro factor. Visto lo visto, la ciencia, el imperativo del triunfo a cualquier precio, parece que va muy por delante de la competición. Y es una pena que ahora nos olvidemos de gente como Abascal, González, Cacho, Peñalver, Myers… porque los logros de Marta Domínguez hayan quedado tiznados de sospecha tras su incriminación en la Operación Galgo (paradójica terminología). Lo mismo en el caso del ciclismo, con los logros de Bahamontes, Luis Ocaña, Pedro Delgado o Carlos Sastre ante un deporte cuestionado y maltrecho como es el ciclismo moderno, donde, hay que seguir recordando, que Contador aún no es culpable de absolutamente nada, hasta que se demuestren las pruebas que le acusan de haber ingerido clembuterol.
Lo cierto es que este trance, trágico y con muchas más consecuencias de las que a priori se vislumbran, no llegan en buen momento. El deporte siempre ha sido un trampolín perfecto para la imagen pública de los países vencedores y para quienes los representan en ese momento. Pero no sólo eso. Con todo este entramado, se ha perdido una credibilidad fundamental, que llevara consigo no sólo en la merma de financiación de sponsors y marcas deportivas, sino a una disminución de prestigio que afectará a futuras consecuciones y éxitos. Todo ello estalla a año y medio de que comiencen las Olimpiadas de Londres 2012, en las que el desorden de entrenadores implicados, atletas supuestamente metidos a camellos, presidentes de federaciones que no asumen responsabilidades sino victimismos y el cuestionamiento de la legalidad hacen del entorno, en estos instantes, un orbe debilitado y sumido en el caos. Dentro del mundo del atletismo tampoco se ve mal esta revelación, porque saneará los cimientos de su moralidad, de la justicia para aquellos que, sin logros ni medallas, siguen con esfuerzo su entrenamiento y dándolo todo en las competiciones. Sin embargo, es más confuso. Vivimos rodeados de intereses, el sistema esconde promotores en la sombra que urden con corrupción dentro de una falsedad en la que incluso no interesa la limpieza del deporte.
Y es injusto, sobre todo para nombres como Chema Martínez, Ruth Beitia, Arturo Casado, Jesús España, Mayte Martínez, José María Peña, Manuel Martínez, Marc Orozco, Josué Mena, Eusebio Cáceres, Oscar González, Elena García, Diana Martin, Sonia Bejarano, Gema Barrachina, Alexandra Aguilar, Angel David Rodríguez, Javier Guerra, Javier López, David Solís, María José Poves, Alberto Gavaldá, Mercedes Chilla, Tamara Sanfabio, Pedro Nimo, Benjamín Sánchez, Ignacio Sarmiento, Pablo Villalobos, Carles Castillejo, Miguel Angel López, Iván Mocholi y Luis lberto Marco, Isabel Macías, Rafael Iglesias, Javier Cienfuegos, Kevin López, Francisco España, Juan Carlos Higuero, Igor Bychkov, Cristina Jordán, Esther Desviat, Mark Ujakpor, Begoña Guarrido, Laura Redondo, Sabina Asenjo, Jesús España, Irene Pelayo, Jacqueline Marti, Francisco Arcilla, Gema Martin-Pozuelo, Pedro José Cuesta, Mayte Martínez, Luis Fernando Moro, Javier Bermejo, Víctor Corrales, Arturo Casado, Carlota Castrejana, Luis Manuel Corchete, Mikel Odriozola, Naroa Aguirre, Ruben Pros, Irene Alfonso, Felipe Vivancos, Chema Martinez, Ruth Beitia o Ursula Ruiz. Todos ellos atletas españoles que aunque reconocen lo positivo de la inmovilización con respecto a la impunidad para con el tramposo, se verán afectados por este lamentable incidente, de una u otra forma. Esperemos que las aguas vuelvan a sus cauces. Aunque no es empresa fácil.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Review 'Los otros dos (The others guys)', de Adam McKay

Los héroes subrogados
‘Los otros dos’ mezcla ‘thriller’ policial y comedia enloquecida, equilibrando como contrapunto el humor verbal y la acción física para condensarlo todo en un asumido carácter ‘nonsense’. Sin embargo, McKay lo que pone de relieve en esta comedia es la confrontación actoral de Ferrell y Walhberg.
Adam McKay y Will Ferrell son uno de los binomios más prolíficos dentro de la comedia americana o lo que se ha dado en llamar la Nueva Comedia Americana. Gente como Judd Apatow, Ben Stiller, Jared Hess, Jon Hurwitz, Hayden Schlossberg, los hermanos Paul y Chris Weitz o Greg Mottola pertenecen a la generación que representa ese cambio o modulación en la universalización de los cánones clásicos de la comedia bajo una perspectiva sardónica del mundo contemporáneo, abordando, de forma soterrada, el irónico declive de un mundo adulto reacia a abandonar el infantilismo, sumida en una ‘post juventud’ donde el ‘gag’ dispara sus flechas hacia la falta de madurez o la imbecilidad en estado puro. La diversión y la empatía con todo tipo de personajes y situaciones identificables son llevadas al extremo.
Muchos de ellos provienen del criadero de humoristas que supone el clásico televisivo Saturday Night Live. Uno de sus más destacados guionistas y su estrella más consolidada en el mundo de la comedia son los encargados de esta ‘Los otros dos’, después de haber unido y definido sus designios en aplaudidas cintas como ‘El reportero: La leyenda de Ron Burgundy’, ‘Pasado de vueltas’ y ‘Hermanos por pelotas’, teniendo como extensión en el medio televisivo la serie ‘De culo y cuesta abajo’. Las cartas de McKay y Ferrell se sostienen en la anarquía y sagacidad de la relectura, del simplismo llevado por la insensatez. Su humor requiere del espectador la confabulación para seguir el juego. Como dirían los entendidos en este duplo de cómicos “hay que hacerse amigo de los osos” para filtrar todo ese vendaval de incontinencia, de ensordecedor delirio.
La presentación de dos superpolicías de Nueva York, Christopher Danson y P.K. Highsmith (Dwayne Johnson y Samuel L. Jackson), escandalosos y descomedidos, viene a ser el puntal de ese frenesí por la anarquía. El arranque no puede ser más estridente y espectacular. Son los putos amos de la ciudad, idolatrados por la opinión pública y hasta por sus propios compañeros de departamento. A la sombra de tanta repercusión, pululan por allí otros dos agentes segundones, Allen Gamble (Will Ferrell) y Terry Hoitz (Mark Wahlberg). Uno, encantado con su vida gris de papeleo y burocracia. El otro, un amargado inspector forzado a compartir mesa con éste tras cometer un error aciago en su pasado. Son los antagonistas que adquirirán el papel protagónico una vez que sus heroicos compañeros cometan un error fatal y choquen, por casualidad, con un caso de evasión fiscal creada por una sociedad de inversión a cargo de un tal David Ershon (Steve Coogan).
McKay utiliza el género policiaco y la comedia como un juego de géneros, para dejar a un lado el sentimiento de nostalgia o de utilización de ella y rememorar un pasado no tan pretérito. Con ello se casca una película de acción moderna, utilizando las líneas tópicas e iconografía como vehículo cómico en el siempre recurrente subgénero de las ‘buddy cop movies’. Esgrimiendo su dibujo con unos personajes desubicados a los que les sobrepasa tanta adrenalina, en su deconstrucción de los estilemas de esta tipología de filmes, McKay los subvierte hacia un humor que se relativiza con cierta intrascendencia, que rebaja sus intenciones e ilustra su eficacia cuando deja paso al efecto de la agitación, amplificada en el absurdo y con pocos prejuicios sobre el humor de brocha gorda. Su interés se centra en la facilidad con la que el guión, firmado por el propio director y Chris Henchy, no se toma en serio a sí mismo en ningún momento, llegando hasta extremos a los que Kevin Smith, con ‘Vaya par de polis’, otro ejemplo de ofrenda paródico al género, no consiguió alcanzar.
La caricatura de esos superpolicías Danson y Highsmith, ‘testosterónicos’ ejemplos de superagentes que representan la burla del ‘action hero’, son tan heroicos y están acostumbrados a ser tan alucinantes que no dudan en lanzarse de un rascacielos esperando caer en un par de árboles que les salve. Sin embargo, a su vez, existen policías encerrados en un despacho. Es la divergencia entre la masculinidad y la emasculación, entre los extremos y la continencia. McKay realiza una promiscua mezcla dentro de la comedia, sin perder de vista no tanto ese añorado machismo de las películas de Steven Seagal o del choque de personalidades como la de Roger Murtaugh y Martin Riggs en ‘Arma letal’ (con homenaje a un suicida incluido) como el referente inmediato que supone el ‘Hot Fuzz’, de Edgar Wright. McKay equilibra como contrapunto el humor verbal y la acción física, condensando todo en un asumido carácter ‘nonsense’, manifiesto en ésa réplica que le da Gamble cuando Hoitz pone de ejemplo a un león y a un atún para describirle sus sentimientos frustrados hacia él.
No falta así la mujer florero, explosiva y sexual sin mucho que decir, como el personaje que interpreta Eva Mendes, ni ese capitán de la comisaría al que da vida con gran acierto Michael Keaton, un estoico y condescendiente hombre incapaz de llegar a fin de mes que no duda en añadir algunos ingresos extras ejerciendo el pluriempleo como gerente en una tienda de colchones… sin olvidar la réplica de dos compañeros que intentan reírse siempre de ellos (Rob Riggle y Damon Wayans Jr.), conmemorando, entre algunas otras, a parejas de policías incompatibles con los protagonistas como la que formaban Dan Lauria y Forest Whitaker en otro clásico del género, ‘Procedimiento ilegal’, de John Badham. ‘Los otros dos’, sin embargo, poco tiene de esencia ‘hardboiled’, haciendo que la evolución narrativa del filme se deje llevar por un sistema mucho más actual que retroparódico, estilizando el humor hacia una vía más ajustada a la ‘vis cómica’ de sus protagonistas que a la perforación dramática o explicativa del argumento.
De hecho, su pretexto se plantea de un modo difuso, como una excusa con la que dotar de cierta profundidad a la trama, desvirtuando el núcleo, pero sin abandonar su idea de divertimento lleno de ‘gags’ que trascienden la personalidad de sus personajes, como ese incidente del pasado en el que Hoitz dispara por accidente a la estrella de los Yankees Derek Jeter y supone el lastre de su carrera policial. Es una lástima que el cotejamiento del bullicioso arranque con el fondo de corrupción empresarial quede en un segundo plano. Aún así, la idea queda clara: las autoridades le dan más importancia a la lucha contra la droga (en este caso la incautación de cien gramos de marihuana por la que condecoran a los superpolicias), mientras que hace oídos sordos a las alertas sobre el verdadero villano, un asesor financiero, un criminal de cuello blanco que sigue el modelo de abuso cuyos efectos en la sociedad actual han sido dramáticos. La impunidad de la industria financiera para desfalcar billones de dólares es uno de los temas más recurrentes de la cinta, pero a McKey no es lo que le importa realmente.
Lo que pone de relieve la comedia es la confrontación actoral de Ferrell y Walhberg. Ferrell está convincente y efectivo porque reduce su habitual tono de histeria estilizada, que explota en un par de instantes donde el ‘gag’ absurdo tiene sus mejores resultados. Su papel está urdido desde el espíritu “nebbishy”, es decir, el de un tipo sin voluntad y apocado, timorato y conformista que es tan estúpido hasta para ser humillado al ser inducido a disparar su arma dentro de la comisaría. Un tipo que escucha Little River mientras encamina una persecución al grito de “¡¡América!!”. Walhberg, por su parte, sale beneficiado después de una serie de catástrofes consecutivas en su carrera como ‘Max Payne’, ‘The Lovely Bones’, y, sobre todo, ‘El incidente’. Precisamente, ha logrado salir del bache gracias a encadenar dos comedias enloquecidas como ‘Noche loca’ y ésta que nos ocupa.
Su gran éxito, que se extiende a la hilaridad del filme, es que mientras Walhberg incrementa su interpretación desde la insensibilidad y el hastío hasta la sutilidad cómica en golpes de humor que se sostienen por lo visual, como el hecho de que Hoitz haya aprendido a bailar perfectamente ballet sólo por sarcasmo, Ferrell invierte la interacción en su vertiente contraria, pasa de la tolerancia que roza la ataraxia a la explotación de una doble personalidad expuesta en un ‘flashback’ donde se revela que, en su juventud, el agente adoptó el apodo de “Gator” (Caimán, en español) para transformarse en un proxeneta violento y sin escrúpulos, cualidad aprovechada por McKay para rescatar el cliché del “poli bueno y poli malo” en uno de sus más acertados ‘gags’.
‘Los otros dos’ funciona con diligencia y divertimento y se muestra contundente en su finalidad de desarticular nuestras propias expectativas acerca del género policial. No obstante, hay una evidente colisión entre propósitos y resultados, que se nota cuando deja de ajustarse al mencionado desconcierto genérico que ridiculiza, tornándose así en una película demasiado acumulativa, para caer sin remisión en todas las convenciones del género, pese a pasarlas por el filtro de la satirización. McKay logra, por encima de todo, dos reflexiones finales. La que muestra esos créditos como epílogo con las estadísticas desalentadoras que han dado como consecuencia la crisis financiera reciente, pese a que los grandes inversores capitalistas hayan aumentado sus arcas a costa de ella y un enfoque sobre el género policiaco y de acción, pasado por el tamiz de la comedia, acerca de los deseos e utopías de un heroísmo en tiempos en la que su escasez es apabullante.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Biutiful (Biutiful)', de Alejandro González Iñárritu.