martes, 26 de octubre de 2010

'2k11': El alucinante juego de la nostalgia

A veces surge un imprevisto júbilo que provoca la satisfacción de lo inesperado. Una placa base y una tarjeta gráfica de hace cuatro años, vieja e inoperante a priori, antidiuvianas por decreto de uso, se preveían como incapaces a la hora de abordar el juego más esperado de los últimos años. Al menos, desde un prisma subjetivo. El nuevo prodigio de 2KGames que incorpora la figura de Michael Jordan en su NBA ‘2k11’ se planteaba como un deseo inalcanzable. Sin embargo, algo ha sucedido. Exactamente, no sé muy bien qué ha sido. Pero lo cierto es que el juego se ejecuta con lujosa perfección y rapidez, con una contundencia gráfica inusitada. La felicidad consiste en un pequeño instante como el de descubrir que tus tiempos de ocio van a estar marcados por el que es el mejor juego de nostalgia deportiva baloncestística creado jamás sirve para despertara antiguas entelequias y estremecimientos. Poder asumir la personalidad del que ha sido el ídolo de infancia y juventud, volver a sentir el rechinar de las botas sobre el parqué, tener la necesidad de anotar, de ofrecer espectáculo, de meterse en la piel de la leyenda total deportiva de toda la Historia supone un regalo impagable.
Es tiempo de rescatar recuerdos y retazos de una sensación perdida, escondida en la memoria. Como un ‘flash’ que aviva la juventud, que despierta la fantasía, la ilógica de una ilusión que venía de un futuro que hoy es presente y que, de repente, con la edad, se materializa con un lujo de detalles inaudito. Este juego es un sueño para los que vivimos con fervor aquellos años de magia irrepetible ofrecidos por el 23 y los suyos. Se aviva la pasión de unos años donde el baloncesto se anteponía a todo, donde el balón era una extensión de tu mano y lo demás pasaba a un segundo plano. Los partidos con amigos hasta que se iba el sol eran el preludio de la realidad televisada, donde, primero Ramón Trecert y después Montes y Daimiel narraron un pedazo de nuestra vida con aquéllos primeros anillos, el juego inalcanzable, la retirada amarga del genio, su posterior regreso y resurrección como el Ave Fénix para traspasar la frontera de la leyenda. Forma parte fundamental de una vida deportiva que hemos tenido el privilegio de sentir en primera persona. Y lo más importante, una época que echamos de menos.
‘2k11’ es capaz de suscitar la memoria y poner la piel de gallina con gran facilidad. Su fichaje estrella es este demiurgo del basket que, a pesar de retirarse en 2003, sigue siendo un referente e imagen recurrente dentro del mundo de la canasta. Su perfección alcanza en este edición unas cotas deslumbrantes, con una jugabilidad suave y fluida que constituye lo más parecido a jugar estar jugando un partido con una recreación natural del juego en pista absolutamente admirable. Los movimientos han adoptado una sutilidad que mejora con creces sus ya inmejorables ediciones anteriores, creando una experiencia sensorial que se antoja insuperable. A través del juego, uno tiene la sensación de poder sentir y expresar el juego del gran Michael Jordan, que representa la gran y esperada novedad del simulador. En esta edición, el usuario puede revivir algunos de los mejores partidos que marcaron el devenir del baloncesto moderno transformándose en aquellos guerreros que rodearon al mito en sus tiempos de gloria; desde sus eterno compañeros Scottie Pippen, John Paxon, B.J. Armstrong, Horace Grant, Bill Cartwright, Tony Kukoc, Steve Kerr, Dennis Rodman, Horace Grant, Stacey King, John Paxson, Will Purdue, Scott Williams… hasta aquellos homéricos rivales que sucumbieron tras dejar una estela de maestría con rúbrica inmortal; los Celtics de Bird, Johnson, Ainge, McHale y Parish, los Lakers de “Magic”, Worthy y Scott, los aguerridos ‘Bad Boys’ de Detroit con Isiah Thomas y Joe Dumars a la cabeza, aquellos sorpresivos Blazers comandados por Clyde Drexler de las finales del 92, a los Dominique Wilkins, Shawn Kemp, Patrick Ewing o Larry Nance. Incluso aquel último baile que simbolizó el sexto partido de las finales contra Utah frete a Malone y Stockton, en el que Jordan selló su mito con la que puede ser la jugada perfecta de los anales del basket. No falta de nada. Hasta incorpora una galería de zapatillas de la marca ‘Air Jordan’ que, según vayamos alcanzando retos, despertará aún más la melancolía y el recuerdo. Aprovechando la modalidad y la sección del mito, los de 2KGames saben dejar un lado el mero reclamo publicitario para implantar un modo de juego alrededor de MJ ajustado a la reverencia que merece.
‘El desafío Jordan’ da la oportunidad de disputar aquellas finales o partidos míticos metiéndose en la piel del jugador en 10 partidos históricos en los que habrá de igualar o superar sus legendarios registros. Una vez superado, el usuario tiene la oportunidad de iniciar una carrera con Jordan por la trayectoria de los partidos proverbiales de los Chicago Bulls en sus añorados tiempos de la NBA. ‘2K11’ ha logrado aunar Historia y Épica a unos niveles imponderables. A esto se suman las habituales secciones de temporada, asociación, el NBA Blacktop (donde se pueden jugar 21, concursos de triples y mates o partidos callejeros…). Tampoco faltan los PlayOffs, ligas interactivas o mi equipo NBA. Este año, destaca la opción ‘Mi jugador’, que vendría a ser lo mismo que el ‘Ser una leyenda’ iniciado por el PES hace algunas temporadas. Es decir, uno se puede crear a partir de cero e ir escalando hasta convertirse en un jugador importante dentro de la liga como jugador individual; desde los primeros campus y partidos iniciales, para pasar por el ‘draft’ e ir adquiriendo minutos y juego hasta consolidarse como una figura en pleno crecimiento dentro la NBA desarrollando una carrera completa.
Por lo demás, este juego ha mejorado hasta límites insospechados. De momento, su realismo es alucinante. No hay ‘bugs’ que favorezcan al CPU respecto al tema de la IA y, muy importante, su juego se sutiliza a raíz del entendimiento del partido que se está disputando. Es decir, que hay que saber cómo se le tiene que jugar a cada rival. Es ahí donde la táctica se convierte en un factor importante. Su realismo se basa en la capacidad del jugador en saber delimitar las individualidades cuando son necesarias, al juego en equipo cuando toca, a la búsqueda de espacios, a la rotación, a la defensa inteligente... En definitiva, a vivir el baloncesto en primera persona con un detallismo y un acabado que será difícil de mejorar en años venideros, aunque con margen para seguir avanzando hacia la excelencia. De momento, este ‘2k11’ es el juego de la nostalgia, pero también el simulador imprescindible si uno ama este emocionante deporte.
Jordan is back…

viernes, 22 de octubre de 2010

Review 'La Red Social (The Social Network)', de David Fincher

La nueva (in)comunicación de masas
David Fincher borda su película más dialéctica, que convierte en un filme casi de acción. Subido a los altares fílmicos como cronista de la sociedad moderna, el director de ‘El club de la lucha’, en conjunción con un prodigioso guión de Aaron Sorkin, desmantela el populismo de Facebook, que es señalado como un artificio de la soledad a la que conlleva esta tipología de comunicación de masas.
La primera secuencia deja muy clara la personalidad distintiva del Mark Zuckerberg de ‘La Red Social’, ese chaval que pasó de ser un anónimo fuera de serie de la programación a convertirse en uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Se trata de una ruptura de pareja tan contundente como brillante. El verbo precipitado, el doble sentido de las preguntas y respuestas, la actitud críptica y segura, casi arrogante, se sostiene en un diálogo fundamentado en la dificultad que existe de destacar entre una multitud de gente superdotada, de los que se enfrentan a esa peculiar institución de Harvard, conocida como ‘final clubs’, sociedades de élite exclusivas en las que se distingue no tanto el talento como la apariencia física y los dotes sociales. Su interlocutora, una estudiante llamada Erica Albright, deja de seguirle la corriente cuando, aludiendo a su intelecto y habilidades como programador, le promete que podrá ver de cerca la estructura social de Harvard. Un hecho, a su parecer, imposible para una chica como ella.
La respuesta es categórica y, de paso, la mayor verdad irrefutable que presenta al antihéroe del filme: “Tendrás éxito y serás rico. Pero llegará un momento en que pensarás que a las chicas no le gustas porque eres un friki. Y quiero que sepas, desde el fondo de mi corazón, que eso no será cierto. Será porque eres un gilipollas”, le asevera la chica. Con este dibujo tan descriptivo, David Fincher y su guionista Aaron Sorkin definen un mundo de ambiciones, talento y pugna por la encarnizada sociabilidad de alto ‘standing’. ‘La Red Social’ arranca con una multitudinaria macrofiesta de una fraternidad universitaria en la que un autobús lleno de chicas invitadas, rodeadas de fuertes medidas de seguridad para la entrada al evento, marca el proceso de gloria social dentro de este tipo de Campus. Mientras que los más privilegiados beben alcohol y se contonean al ritmo de la música dance con voluptuosas señoritas, otro tipo de universitarios, los ‘geeks’, esa tipología de ‘freaks’ fascinados por la tecnología, se reúnen en sus habitaciones para crear programas y departir sobre informática, ordenadores y nuevos adelantos con una cerveza en la mano.
La historia no se ahorra el hecho de escupir como real esa leyenda urbana en la que Zuckerberg inventó los prolegómenos de Facebook borracho y despechado, insultando vía blog a su ex novia, aludiendo a su relleno de sujetador y creando en un par de horas FaceMash, una web cuya programación permitía comparar y clasificar a las estudiantes residentes de Harvard mediante sus excelencias sobre una base de fotos ‘hackeadas’ de los directorios de los propios estudiantes. Una broma viral logró derribar el servidor de una universidad como Harvard y, en pocos minutos, ser conocida y generalizada por muchos de sus alumnos, llegando incluso a aquéllos que bebían y bailaban en esas fiestas exclusivas. La anticipatoria teoría de Zukcerberg se había cumplido. De un modo u otro, estaba dentro de esos privilegiados círculos. El origen de Facebook, por tanto, se configura sobre el espíritu vengativo de un joven que quería impresionar a una chica y mejorar su estatus dentro del colectivo estudiantil. Al igual y con mejor fortuna que ‘Piratas de Silicon Valley’, el docudrama no autorizado escrito y dirigido por Martyn Burke, que describía la tortuosa y antagónica relación entre Apple y Microsoft, ‘La Red Social’ no responde tanto a un relato fundacional de Facebook y su conversión en el elemento social archiconocido como al análisis pormenorizado de ese microcosmos aparentemente hermético surgido en las habitaciones de la Universidad de Harvard. De este modo, lo que trasciende es el germen de amistad y colaboración que gestó este nuevo modelo de comunicación 2.0 para trascender al mundo como una comunidad global y que, al contrario del progresivo crecimiento de la red social, se resquebrajó cuanto más avanzaba el tifón económico y de intereses que desató.
‘La Red Social’ se centra en cómo Zuckerberg creó TheFacebook.com con el respaldo financiero de su amigo, Eduardo Saverin y el apoyo de Chris Hughes y Dustin Moskovitz, sus compañeros de habitación. Tampoco escatima en detalles sobre el supuesto latrocinio de la propiedad intelectual al que aluden los gemelos Tyler y Cameron Winklevoss que, junto a otro estudiante llamado Divya Narendra, aseguraron haber contactado con Zuckerberg con la intención de llevar a cabo una idea propia consistente en crear una red social para poner en contacto a compañeros y antiguos alumnos de Havard. Lo que comienza como un pequeño negocio entre amigos rápidamente se inclina hacia una incómoda situación de mordacidad y litigios en los que miles de millones de dólares entran en un juego de traiciones, donde el ego, la avaricia y la licenciosa naturaleza del ser humano juegan un papel importante para el devenir de los acontecimientos.
Fincher y Sorkin, cómplices perfectos
El nuevo filme de Fincher encuentra el núcleo de su grandeza en un portentoso guión de Aaron Sorkin basado en el libro ‘The Accidental Billionaires’, de Ben Mezrich, configurado una tragedia griega inmersa en la juventud, con elementos dramáticos que valora los negocios ‘on-line’, la nueva economía donde una idea brillante con poco capital y la infraestructura necesaria es el factor clave del éxito. También de cómo en todo éxito corporativo, los desafíos internos y la lucha por la parte del pastel enfrenta a sus jóvenes protagonistas a un mundo de abogados y querellas, demoliendo su inocencia y su amistad ante la ambición y el talento de los elegidos. Fincher hilvana su película más dialéctica, que se convierte en un filme casi de acción, determinada en los diálogos y movimientos verbales de sus protagonistas, nunca por el apresuramiento de la convulsión física. Esto va de gente sentada, hablando, atacándose y defendiéndose, refiriendo testimonios ante el tribunal de los Zuckerberg, Saverin y los hermanos Winklevoss, haciendo de su estructura de los hechos una sucesión de diversos puntos de vista.
Sin embargo, ‘La Red Social’ no es una película judicial, ya que Sorkin estimula al espectador desde el reposo elocuente como esencia dentro de las audiencias preliminares de las demandas contra Zuckerberg. Un espacio de conflicto donde se aprecia la soledad del personaje, donde la falta de amistad y afectos son evidentes, rodeado de juristas y letrados defendiendo su imperio. El creador de Facebook, paradójicamente, es un inadaptado con un invento de contacto que utilizan millones de personas. Tanto Fincher como Sorkin sabe dotar de texturas las frases para que la procacidad y el sarcasmo tengan el protagonismo necesario dentro del entramando dialogístico y se confabulen para hacer prevalecer la accesibilidad para que el espectador se acerque a los entresijos del drama, sin que el hecho de que Internet, las nuevas tecnologías y su lenguaje sean ningún impedimento en relación con la enésima representación del búsqueda del sueño americano.
David Fincher se rebela de nuevo como minucioso cronista de la sociedad moderna, desgranando sus vicios y defectos, donde el populismo de Facebook no acaba siendo más que un artificio de la soledad a la que conlleva esta tipología de comunicación de masas. A través de Zuckerberg, se refleja el estado de aislamiento e hipnotismo que dictan las nuevas tecnologías, que olvidan la intercomunicación, entendiendo este éxodo y servilismo de la sociedad hacia una esfera virtual cuyas consecuencias son imprevisibles. El entramado y rivalidades, la posición de un avispado Zuckerberg ante los poderosos y atractivos caballeros de Harvard que siguen un código ético como representan los Winklevoss incorporan los polos opuestos del desafío por la paternidad de Facebook. Además, varios factores son los que hacen que el desarrollo progresivo de la película resulte fascinante y ambiguo; desde la glamorosa irrupción de Sean Parker, polémico fundador de Napster, figura mefistofélica que se presenta como inspirador y preceptor de Zuckeberg para la consecución de la multimillonaria empresa, hasta la traición de Saverin al que dejan abandonado en la cuneta cuando Facebook corporativiza su escandaloso éxito, pasando por los enfrentamientos jurídicos que pasan a ser un perverso juego de moralidades.
Lo más destacado, sin duda alguna, es la conjunta habilidad de Fincher y Sorkin para no valorar las personalidades de sus personajes, sin conceptuar sus acciones, ni juzgarlos en sus respectivos retratos. En ‘La Red Social’ no hay lugar para la demagogia ni maniqueísmos que establezcan una división entre buenos y malos en un conflicto judicial que separa lo que un algoritmo matemático unió en un proyecto mastodóntico. De hecho, no existe un fondo descriptivo de la personalidad del joven Zuckerberg, ni de su procedencia ni afectividades. Fincher se centra en narrar un acontecimiento y sus consecuencias y efectos dentro del círculo que afecta a ese descubrimiento, del momento justo que desencadena la mayor red social del mundo. Que el espectador pueda percibir a Zuckerberg como un ser mezquino, inadaptado, arrogante y condescendiente responde al hecho de la objetividad con la que se plasman sus incuestionables razonamientos al increpar, por ejemplo, a quienes le acusan de plagio por no haber puesto en marcha Facebook si, como ellos dicen, tuvieron la idea originaria. Tampoco de su originalidad, ya que por entonces ya existía MySpace o Friendster.
Interesa la inmediación de lo que acontece, que está tan próxima al instante en que se cuenta que el doble ‘flashback’ que parece tener lugar en el desarrollo vigente de la historia, con un margen de los sucesos e imputaciones muy cercano, casi instantáneo, a lo que refleja como pasado. ‘La Red Social’ diserta, en cierto modo, sobre el devenir de la historia reciente como un instante fugaz, efímero, como lo que será esta novedad que idiotiza y está de moda, como lo fue en su día Messenger y Myspace o lo es Tuenti y Twitter.
Fincher vuelve a erigirse como el gran maestro de la narración cinematográfica de su generación, captando con maestría cada plano, cada movimiento, con una precisión creativa y técnica abrumante, dotado de una coherencia y disciplina envidiables. ‘La Red Social’ sigue su itinerario metódico dentro del abisal subconsciente de la sociedad norteamericana con la sensatez de un cineasta cuyo posmodernismo no elude su responsabilidad con la historia que cuenta, desentrañando las fórmulas del lenguaje cinematográfico. Podría entenderse como un contrasentido el hecho de que Fincher haya huido de retratar ese submundo de ceros y unos, del universo de informática y ordenadores, desde la distancia, en la que la tecnología y avances queden anulados desde una perspectiva humana antes que virtual. Por eso, Facebook es un elemento central invisible que convoca la atención de todos y cada uno de los personajes involucrados, pero que apenas tiene protagonismo en pantalla.
Fincher buscada la frialdad clasicista de una realización fragmentada y palpitante, con idas y vueltas en el tiempo que apenas se perciben, alejándose de su exhibición estilística o de cualquier pretexto para la innovación con recursos expresivos ni dispositivos que distraigan la atención del filme. Únicamente deja aflorar ese director transformador con utilización de la técnica fotográfica ‘Tilt-Shift’ como aplastante metáfora visual de la competitividad de esos hermanos Winklevoss empequeñecidos que pierden no sólo la importante carrera de remo a la que se enfrentan, sino la partida final sobre la paternidad de Facebook. Fincher sigue sublimando lo conceptual y lo moral a través de las imágenes, de su metodología narrativa, donde lo diegético y lo metatextual, junto a ciertas intenciones ambiguas, están al servicio de la historia que se cuenta y no al contrario. Por eso, puede sorprender la neutralidad sobria con la que Fincher filma ‘La Red Social’ que, en el fondo, esconde una recurrente apariencia crítica.
Heredera de la Nueva Era de la Comunicación
Cine discursivo que se deja llevar por la cadencia y el dinamismo que responde al texto emocional que impone Sorkin a través del cromatismo elegante de Jeff Cronenweth y la espectacular eficiencia de esa hipnótica partitura trazada por Trent Reznor y Atticus Ross. Pero, sobre todo, a la excelencia de unos actores jóvenes que ofrecen algunos de los mejores momentos interpretativos del año; desde ese cada vez más familiar Jesse Eisenberg, capaz de hacer entrañable a Zuckerberg tanto en los instantes sarcásticos como en su constante fragilidad desorientada, como el aura canalla y seductora de un Justin Timberlake que le da a su papel el necesario brillo de estrella multimedia, como esos hermanos Winklevoss a los que da doble vida Armie Hammer, así como los secundarios que rodean la acción; Rooney Mara, Max Minghella, Rashida Jones, David Selby… Pero si hay que destacar a la auténtica alma actoral, la gran revelación interpretativa, ése es Andrew Garfield (antes de ser Peter Parker en el nuevo ‘Spiderman’), capaz de envolver a su personaje de matices y tal hondura que no destacar su gran composición sería imperdonable.
Por último, podría apuntarse a ‘La Red Social’ como una crónica oportunista de un fenómeno pasajero. Algo que es lógico si pensamos en la idea de Facebook como un imperativo inevitable, un axioma cultural de nuestros días. Se trata más que nunca de una película hija y heredera de un tiempo concreto, el que vivimos en estos instantes, que pertenece al momento en que se leen estas líneas. La red de amigos virtuales ofrece una visión desesperada de esta colectividad sumergida en la tecnología y las relaciones sociales, donde la victoria y la celebridad están más cerca del naufragio personal que de la superación.
Facebook, al fin y al cabo, no deja de ser mostrado como un invento de aceptación social que reúne a más de quinientos millones de personas. Mientras, Zuckerberg, en la conclusión del filme, acaba sólo, esperando que esa antigua novia que ha sido la única capaz de decirle la verdad a la cara le acepte, mostrando de un modo demoledor la alienación y consecuencias de su gallina de los huevos de oro. Facebook emerge así como una simulación falaz en la que la comunicación es una excusa que aleja aún más al usuario de una realidad que no cambia por mucho que se le dé a la tecla de refresco del ordenador. No existe una representación categórica e idealista de la grandeza de la Comunicación 2.0, sino todo lo contrario. Es esa dualidad moral, el pulimento falible y vulnerable de sus creadores, lo que hace tan seductora y patéticamente palpitante la intrahistoria de Mark Zuckerberg y sus acólitos.
‘La Red Social’ es, ante toda abstracción trascendente, una profunda reflexión sobre la amistad y sus condicionantes cuando hay poderosos intereses de por medio, cuando la deslealtad y la traición se anteponen a los sentimientos y las necesidades en un mundo actual donde se cuestiona el significado real de la palabra “amigo” y su acepción en la nueva era de la Información (o mejor dicho, de la sobreinformación). Todo ello conlleva varias incógnitas de fondo; sobre la inutilidad de un mecanismo que fomenta los aspectos prosaicos del ser humano metido en una espiral de popularidad y narcisismo, sobre la cultura de la adhesión que excluye muchas veces la interacción. Una idea que escarba sin concesiones en la soledad y la estúpida necesidad de hacer pública una vida desprovista de privacidad.
De lo que, en el fondo, tanto Fincher como Sorkin están alertando con esta paradoja trágica del poderoso invento de conectividad a cargo de ‘geeks’ solitarios y necesitados de afecto, es sobre los peligros de ese empeño del hombre moderno por encontrar vías que reemplacen las carencias dentro de un entorno social que está negando, de un modo u otro, la realidad. En la era de Internet, no se puede permitir lo que le sucede a ese genio desorientado y multimillario con millones de amigos pero que, sin embargo, la realidad ha dejado de ser tangible por todos los acontecimientos que han provocado la explosión de su arma de amistad y sociabilidad.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010

martes, 19 de octubre de 2010

Controversia 'A Serbian Film' o el problema de no distinguir realidad y ficción

Confundir la realidad y la ficción siempre ha provocado que la ignorancia prevalezca sobre la sensatez. Es también un acto de indisciplina, un error bastante normalizado en las corrientes de opinión que salpican los segmentos catódicos. Como decía en un texto a raíz de mi cortometraje ‘El límite’ hace años, está generalizada una equivocación respecto a la narración visual y los efectos que puede provocar cierto tipo de violencia cuando se reconoce y define en un marco textual susceptible de respaldar un empirismo simultáneo, que se hace común tanto al sujeto creador como al espectador en relación al choque que supone explicitar un acto violento, consintiendo la superficie antropológica y cultural de la relación de cualquier sujeto con la intertextualidad de la violencia en un núcleo que nos va a dar una aproximación de lo real y lo ficticio, de la crueldad o salvajismo y su representación.
El radical y provocador filme de Srdjan Spasojevic ‘A Serbian Film’ ha generado una polémica bastante arcaica y gratuita en cuanto a su contenido (no menos gratuito), suscitando un débil debate respecto a las imágenes que en ella se pueden ver. La controversia se enflaquece cuando desde una grada televisiva en la que se opina de todo se confunde ficción con la realidad, equiparando dos percepciones diametralmente opuestas. Sólo un ignaro, alguien indocumentado de verbo fácil que no tiene ni idea de cómo funciona el lenguaje cinematográfico y la narrativa de ficción es capaz de confundir una película con el tema representado, en este caso pornografía pedófila o como podrían ser otras parafilias de patrones sexuales de índole enfermo. No es un tema nuevo, ni mucho menos. Hace décadas el Género ‘Mondo’ de mano de gente como Umberto Lenzi y su explícita ‘El paese del sesso selvaggio’ o Ruggero Deodato con ‘Holocausto Caníbal’ representaron esa especie de ‘snuff’ recreado para una pantalla.
El tratamiento visual que se da al espectador de una imagen de ficción sobre una imagen documental o real ofrece un perturbador espectáculo cinematográfico, pleno de violencia y crueldad, que suscita la curiosidad morbosa o repugnante de una situación que no es cómoda a la hora de contemplar, promoviendo una mezcla de repulsión y malestar. Podemos negar la existencia de la realidad, del mal como amenaza, como parte de la Humanidad y el lado más oscuro y siniestro que albergan algunas personas. Negando la realidad, esa repulsa hacia el miedo, se provoca que cerremos los ojos ante lo que sucede a nuestro alrededor. Si ‘A Serbian Film’ ha sido proyectada en Sitges es porque, evidentemente, es una película de terror explícito, insisto DE TERROR, que busca, más allá de su calidad como obra artística, provocar una reacción de pánico en el espectador utilizando ciertos elementos de la realidad que no resultan muy gratificantes, como tampoco lo es ver un secuestro, un asesinato, una agresión, una violación o un desmembramiento, por poner otros ejemplos. Estoy convencido de que se han proyectado muchas y peores aberraciones en cuanto a contenido como a calidad.
A mí me dan más miedo las reacciones y argumentos de los contertulios de ‘Las mañanas de Cuatro’ que el gratuito y provocador efectismo que ha llevado al señor Spasojevic a reflejar las barrabasadas y truculentos actos que se exhiben en su película. Su intención era ofender y desagradar. Y parece que lo ha conseguido. El contraste demuestra una categórica verdad que todos sospechamos y conocemos; que los contertulios opinan de todo expectorando engolados argumentos sin tener mucha idea de nada. Lo escribo así por dejar una frase adecuada al respeto y el decoro. Y máxime, cuando molesta escuchar esa pretensión por dictar y prohibir desde su posición de tribuna popular el excepcional trabajo de Angel Sala, director de uno de los mejores festivales que tenemos en este país que, para colmo, está especializado en géneros cruentos, espeluznantes y muchas veces violentos como es el fantástico y el terror. Aberraciones y atrocidades vemos y escuchamos todos los días en televisión. Y nadie dice nada. Ojo al rechazo calificador de Antonio San José, indignado porque una película de ficción retrata ciertos hechos que se producen en la triste realidad que nos rodea. Y para quitar un poco de hierro al asunto, Concha García Campoy aboga e incide en señalar que todos los que comparten la mesa “son muy abiertos”, concluyendo que “nos estamos poniendo muy calentitos” para zanjar un tema para el que un comentario como éste resulta muy poco adecuado. Ya que estamos sacando las cosas de contexto…
¿La segunda parte del debate con ‘El ciempiés humano’, de Tom Six?

lunes, 18 de octubre de 2010

¿Será este el futuro de las opiniones?

¿Sería esta la crítica más indicada para hablar de la última película de David Fincher? Posiblemente, sí. "Me gusta". Ya está. Nada más ¿Para qué explayarse? Lo virtual, las redes sociales, cada vez abogan inexorablemente por este tipo de consideraciones instantáneas y fugaces. Afortunadamente, la crítica abundante en palabras y reflexiones sobre la nueva y gran película de Fincher estará a finales de semana en este espacio considerado primitivo como es un blog.

domingo, 17 de octubre de 2010

Review 'Machete (Machete)', de Robert Rodriguez y Ethan Maniquis

Entre la serie B y la crítica
La nueva película de Rodriguez supone un cóctel de referencias infraculturales que pasan de la excentricidad paródica y excesiva a una crítica antisistema a la polémica Ley SB 1070 de Arizona.
‘Machete’ nació de una broma en plan ‘fake-trailer’ del duplo ‘Grindhouse’, en la que el director mexicano Robert Rodriguez dirigió ‘Planet Terror’ y su socio y amigo Quentin Tarantino ‘Death Proof’. Del germen de aquel experimento insurrecto a las modas como ofrenda a las ‘70’s splattery movies’ se plantea la historia de un antihéroe desgarbado, mostrenco y feo, que simboliza al más genuino ‘badass’ de los federales fronterizos, ahora retirado, que busca venganza por ser traicionado por sus propios hombres a instancias de un capo de la droga llamado Torrez que asesina a su mujer y contra un senador de Texas que dispara a los inmigrantes ilegales como si de un deporte se tratase. ‘Machete’ está co-dirigida por Rodríguez y su editor de toda la vida, Ethan Maniquis en otro testimonio como declaración de amor a la serie B, que vive por y para la incorrección del hálito implícito ‘tex-mex’ que caracterizan las gamberreadas de desproporción e invectiva cinematográfica del director de ‘El mariachi’.
Rodriguez nunca se toma en serio así mismo. Y en esta ocasión tampoco iba a ser una excepción. Quien no sepa que esto es un descerebrado desvarío, con mafias, traficantes, senadores corruptos y “espaldas mojadas” armados hasta los dientes esperando entrar en guerra se equivoca de película. También de crítica para leer. Estamos pues ante un cóctel de referencias infraculturales que van desde los subgéneros a los que ofrenda, como el ‘grindhouse’ de serie Z, las ‘trash movies’ o las chorradas de acción y erotismo ‘light’ que conducen hacia el caos del desenfreno, donde la hilaridad y la violencia gratuita encuentran su condición de entretenimiento sin contemplaciones ni vericuetos subversivos.
‘Machete’ es una ‘mexploitation’ de acción urbana, con cierto sabor a tequila añejo peleón, de pura esencia mexicana donde no falta el ‘spanglish’ azteca, los tacos picantes y los burritos, la “migra”, malvados con máscaras de lucha libre o coches ‘low rider’ de sistema hidráulico ‘pumper’ que identifica esa pasión tan chicana como estrambótica de hacer saltar los automóviles en símbolo de fuerza y agresividad. Un híbrido de cine de explotación y de cómic ultraviolento con el que Rodriguez sigue escarbando en la estrafalaria comicidad de la violencia transgresora, lanzada al público como un entretenimiento apostado en la truculencia y macabro sarcasmo, que sabe sacar partido al humor irreal de la hemoglobina para llega hasta límites grotescos de carnicería con triples decapitaciones o esa esperpéntica fuga del hospital gracias a rebanar a un enemigo el estómago, extraerle el intestino y utilizarlo como maroma para saltar por una ventana y aterrizar en el piso de abajo. Materia que suscita la gruesa comicidad del ‘cartoon’ más salvaje conjugada con una retribuida caspa fílmica imposible de evitar en este tipo de productos. Una película que alterará a los que viven en la hipocresía de la corrección y el buen decoro y a los que les moleste un sacerdote violento y armado en su iglesia que es crucificado, cómo asistir al disparo a bocajarro de una inmigrante embarazada como si fuera una presa de caza o a una mujer desnuda extraer su móvil directamente de la vagina para hablar con su jefe. Todo es sintomático de la juerga intrínseca, como el hecho de comprobar cómo las más bellas mujeres caen rendidas ante un hombretón salvaje y rudo como Machete, que no hacen sino confirmar la subsistencia de una jocosidad que penetra en el núcleo de un filme nacido para la provocación y el despiporre, para la glorificación de la testosterona más inmunda y disoluta.
En la crítica americana se ha llegado a definir como “una basura con sentimiento de indignación ante ciertos problemas que abundan en la frontera de Estados Unidos y México”. Y es que ‘Machete’, además de un combinado salvaje de comedia desvergonzada y acción, es también una crítica antisistema que no entra en la catalogación hollywoodiense al uso, convertida en alegato a la inmigración en Estados Unidos, bien sea legal o ilegal. Puede parecer otra argucia hiperbólica, pero ese oportunista senador texano McLaughlin (Robert De Niro) que hace de la inmigración ilegal un instrumento para conseguir votos con la promesa de levantar una valla electrificada para acabar con los “pollos” no está muy lejos de la gobernadora Jan Brewer. O su mano armada, Von Jackson (Don Johnson), bien podría ser el espejo del sheriff del condado Maricopa, Joe Arpaio, conocido por su postura antiinmigración. De forma implícita, ‘Machete’ es también una patada en los huevos en forma de crítica a la polémica SB 1070 de Arizona, por la que cual se subraya como delito estatal ser inmigrante indocumentado, dando vía libre a la autoridad para ejercer con mano dura medidas ante cualquier sospechoso. McLaughlin vendría a compartir linaje, de forma caricaturesca, con conocidos mandatarios como Lyndon B. Johnson, Rush Limbaugh o George W. Bush.
‘Machete’ es excesiva y capaz de perderse en el acopio de violencia como volver de ella con una carcajada en forma de salpicón o sensual movimiento curvilíneo. Sin embargo, hay algo en esta barrabasada que puede desconcertar al espectador más avezado, pudiendo percibir erróneamente cierto descuido, con la impresión de que la cinta resulta no llega a las cotas gratificantes de ‘Planet Terror’, principalmente debido a que parece que el ‘status’ de calidad va en descenso en cuanto a calidad técnica si se le compara con aquélla. Algo de razón hay en ello. Basta con analizar esa pelea final que debería suponer el cenit explosivo y excesivo de la cinta y únicamente se queda en una especie de pelea de patio de colegio un tanto anodina y vacía de espectáculo ¿Homenaje fidedigna a la Serie Z? No tan posible como se puede creer. Algo que desluce un poco el conjunto final de la broma. Sin embargo, no hay que olvidar que ‘Machete’ sigue la voluntad asumida de ‘crappy old movie’, en toda su esencia, por lo que atesora toda la honestidad con la que esta demencial película podía llegar a hacerse y que podría venir producida por el mismísimo K. Gordon Murray.
Lo mejor, sin duda alguna, es un Danny Trejo dándolo todo. Después de ciento cuarenta películas como figurante o secundario, el actor mexicano tiene su oportunidad de oro para ser el protagonista total de la función. Su fuerza es innegable; rezuma autenticidad, implacable y cruel con ese granítico rostro que mezcla arrogancia, gravedad y humor lacónico. Rodriguez sabe sacar partido a su fisonomía para reflexionar acerca de la soledad del héroe en un facsímil casi lírico del vengador de buen corazón que deja escapar incluso a aquéllos esbirros que renuncian en el último momento a enfrentarse contra él. La fría estoicidad de aquel que es invulnerable queda patente con esa frase que quedará para los anales del cine: “Machete don’t text (Manchete no manda mensajes)”. En un divertimento de este calado, todos parecen disfrutar del enardecido rol que les ha tocado. Tal vez sean Steven Seagal y Robert De Niro los que más gratifican su interpretación. El primero, con su oratoria entorpecida a lo “español” y su enfrentamiento final chulesco y cómico con una ‘katana’ con la que se hace un harakiri o De Niro, vestido de chicano inmigrante sacar a punta de pistola a un conductor de un taxi que rememora a aquel ataúd de metal de Travis Bickle para morir electrificado en su propio estatuto. Por lo demás, Michelle Rodríguez como Luz/Shé, propietaria de una caravana de tacos bien que esconde a una líder de la resistencia revolucionaria que acumula armas en un garaje para suministrarlas a su movimiento para luchar contra los vigilantes fronterizos sale mucho más favorecida, sexy y potente que Jessica Alba dando vida a Sartana, una agente del INS en busca de La Red, centro de una organización secreta de inmigrantes ilegales. Jeff Fahey, como ayudante del senador mal, Cheech Marin como el hermano sacerdote de Machete, Don Johnson como el líder de una milicia de vigilantes fronterizos. Tampoco faltan algunos de los rostros habituales en el cine de Rodriguez como Tom Savini, Daryl Sabara, Felix Sabates o las Crazy Babysitter Twins (Elise y Electra Avellan). En cuanto a Lindsay Lohan, es una pena que su papel sea totalmente inoperante, a pesar de autoparodiarse interpretando a las hija cachonda de Booth adicta a las drogas y el alcohol que acaba vistiendo hábito de monja blandiendo cuchillos y disparando pistolas.
‘Machete’ es película superficial y consciente de su intranscendencia, que no va más allá de la excentricidad paródica y sucia, donde la mugre y la diversión se dan la mano y que se ríe de su condición de subproducto anunciando un hipotético regreso con el cierre de una trilogía con dos títulos que llevarían sendos títulos de ‘Machete Kills’ y ‘Machete Kills Again’ ¿Una broma o un desafío probable? De Rodriguez, lo seguro es apostar por lo segundo.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'La Red Social (The Social Network)', de David Fincher.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Se acerca el momento de la celebración

Se acerca el momento de la celebración, del recuerdo... 25 años no son nada. Y menos si tenemos un DeLorean para asumir ciertos viajes.
Habrá que ir preparando algo abismal, una ofrenda como es debido para recordar su estreno en España.
¿No creéis?

martes, 12 de octubre de 2010

Se va Manuel Alexandre, el actor más entrañable del cine español

Su rostro despertaba tanta cercanía y bondad entrañable que hoy cuesta sobreponerse a la noticia de la pérdida de uno de los actores más admirados y queridos de nuestro cine. Con el fallecimiento de Manuel Alexandre la cinematografía patria no sólo pierde a ese personaje bienquisto, trabajador y apreciado, si no a uno de los últimos bastiones de una generación de intérpretes cómicos que han dado a nuestro cine la personalidad y el carisma necesario para los grandes clásicos sean hoy auténticas joyas comparables a cualquier obra maestra de esplendor dentro del noveno arte. Alexandre tiene en su filmografía varias de ellas. Películas que sin su presencia no hubieran sido lo que son: parte de nuestras vidas. Su rostro forma parte de la memoria, con esa sensación de contigüidad, que siempre ha estado ahí, haciéndonos disfrutar con su trabajo. Desde que debutara en la gran pantalla con ‘Dos cuentos para dos’, de Luis Lucia y seguir con una de tantas obras cumbre de Berlanga ‘Bienvenido Mr. Marshall’, siguiendo colaborando junto al mítico cineasta en importantes títulos como ‘Calabuch’, ‘Los jueves, Milagro’, ‘Tamaño natural’, ‘¡Biba la banda!’, ‘Todos a la cárcel’ o ‘París-Tombuctú’, su figura se hizo imprescindible para dotar de talento y cordialidad a sus personajes. Películas de la talla de ‘Muerte de un ciclista’, ‘La vida por delante’, ‘El salario del crimen’, ‘Luces de bohemia’ y ‘Los ladrones somos gente honrada’ situarían a Alexandre en referente dentro de los secundarios más capacitados del cine español.
Y con ellas se afianzó para la posteridad individualizando las cualidades constitutivas de un rol sobre el que edificó toda su carrera, el del buen hombre, de perfil amable, de particular e inconfundible voz benevolente, de naturaleza cándida y próxima, de ésa sencillez en su carga emocional que ha dignificado la amabilidad y el afable carácter de un actor querido por todos. Siempre será el imperecedero Benítez de ‘Atraco a las tres’, el tío Julián de ‘Plácido’ que roba una cesta de Navidad para poder compartirla con su familia o también, como para toda una generación que le identificó con su personaje, Don Matías, el profesor de los miembros del grupo musical Parchís en ‘La guerra de los niños’, así como Roque Freire en ‘El bosque animado’. Con la muerte del adorado Alexandre el cine pierde a uno de sus emblemas de la comedia y se queda si el calor y la fragilidad de ese actor nostálgico que deja en el recuerdo una carrera intachable y plena, con más de trescientos títulos a sus espaldas y el cariño de un gremio que hoy llora su muerte demostrando la tristeza del gran mito que se ha ido. Alexandre hoy se ha despedido para siempre, pero seguirá vivo en nuestros corazones.

lunes, 11 de octubre de 2010

Review 'Enterrado (Buried)', de Rodrigo Cortés

Estimulante y macabro juego de claustrofobia
La sensacional ‘Buried’ es un ‘thriller’ de tensión insostenible que encuentra en la progresiva destreza y cognición de un director sobre los impedimentos escénicos el elemento fundamental para el complejo funcionamiento de un cautiverio agónico y emocionante.
Los créditos iniciales rememoran a Hitchcock en su esencia máxima. La estética y el espíritu de Saúl Bass y la música desafiante del compositor salmantino Víctor Reyes, que evoca las notas de Bernard Herrmann, acompañan a una espiral que cae en picado y se desdobla hacia la oscuridad de un ataúd en un prólogo que se dilata hasta llegar a su premonitorio arranque. Se escuchan jadeos, toses y gritos de incomprensión y agonía. Tres minutos sin imagen. La nada como elemento introductor. La oscuridad se establece como la gran protagonista de un viaje estático, dentro de un féretro de madera envejecido. Fulminantemente, el espectador se mete de lleno en la desquiciada tragedia de Paul Conroy, un padre de familia de Michigan que trabaja como conductor contratista de una empresa de transportes destinada en Irak. Despierta en la penumbra para descubrir que permanece enterrado vivo en un ataúd en medio del desierto.
En esta agónica tesitura límite plantea su segunda y valiente propuesta largometrajística el director Rodrigo Cortés, configurada como un ‘thriller’ de tensión insostenible. ‘Buried’ es un salto al vacío, una propuesta que no pretende escapar al realismo de su historia en una cinta de emoción sin pausas ni vacíos. De entrada, hay que enaltecer la dialéctica subliminal del realizador a la hora de presentar un planteamiento condenado a un complejo aparato formal para involucrar al espectador dentro de él, siguiendo la reclusión en la magnífica creación de una compleja sensación de asfixia, de precisa atmósfera dramática que conecta directamente con la platea. La película se asienta, de este modo, en un formulismo nada simple como es lograr el agobio extremo, conduciendo al protagonista por un trayecto que se lanza al público como un torbellino de emociones desasosegantes, estableciendo una comunicación emocional perfecta. Son 94 minutos metidos en una caja, sin posibilidad de salida, entregados a la consternación de este anómalo contexto.
Cortés es consciente en todo momento de sus estrictas limitaciones narrativas, sujetas al portentoso guión de Chris Sparling, pero afronta el reto y resuelve sus medidos avances bajo un pulso de indiscutible maestría en una situación cuyo tratamiento está envuelto en una difícil puesta en escena. ‘Buried’ empieza fuerte, sin guardarse los trucos que se esperan de un arranque frenético. Agotados todos los recursos narrativos y argumentales, es cuando comienza a aflorar la progresiva destreza y cognición de un director sobre los impedimentos de la lógica que adjudica esta película. El dominio sobre el proceso de exposición psicológica, la manipulación del tempo y el notable control sobre aparato formal evitan cualquier cesión al reduccionismo para afrontar la complejidad de un lenguaje cinematográfico que se impone sobre las connotaciones de un espacio tan cerrado.
Cortés sabe en todo momento cómo y cuándo tiene que mover la cámara, con determinadas angulaciones, acrecentando las motivaciones del personaje y su sentido fílmico a través de cada plano con cámara al hombro, ‘travellings’, grúas o aproximaciones y alejamientos al rostro del protagonista, que poseen un peso específico dentro del filme. ‘Buried’ utiliza el suspense como mecanismo psicológico, haciendo que el tiempo y el espacio fílmico se superpongan a la realidad para aproximar la verosimilitud y agonía de todo el entramado que se va construyendo según avanza el filme. Así, las conversaciones de Conroy con el exterior son la única arma de acercamiento a la realidad, instantes en los que el espectador puede imaginar e identificar acciones o rostros, como ese comando de insurgentes que atacó su camión, la desesperación y amenazas de Jabir, la frialdad asumida de Brenner, el inhumano y mecánico cuestionario de Davenport o la fragilidad de su madre aquejada con la enfermedad de Alzheimer. A partir de estos módulos, los secundarios cobran un protagonismo fundamental en sus apariciones invisibles a través del teléfono móvil.
Dentro de este signo genérico, siguiendo cierta significación modélica a la hora de sublimar el ‘thriller’, todos los elementos que aparecen en la trama; desde el primordial teléfono, el mechero Zippo, una navaja, una pequeña petaca, el bolígrafo y los demás artilugios que van apareciendo tienen una finalidad dramática condicionada a un propósito concreto y vital para la permanencia de la atención del público y sus posteriores desencadenantes dentro del acontecer del argumento. El director de ‘15 días’ consigue, de este modo, convertir un aparente desafío visual en toda una experiencia física. Cortés impone furia y fatalismo para contrastarlas con la inmovilidad de su personaje en un montaje certero, que funciona con su consecuente riqueza en la variedad de registros, variando su agilidad o estatismo en función del suspense o del drama que procedan dentro de esta apasionante aventura claustrofóbica. En ‘Buried’, el cineasta hace fácil lo imposible, logrando que el ‘thriller’ tenga un ritmo frenético dentro de una caja bajo tierra. Incluso se permite jugar en contadas ocasiones con algo de humor negro que no hace más que tensar el nudo que vincula al protagonista con el espectador, en los resortes de lo que parece una macabra estructura de comedia aplicada las evolutivas rémoras de su protagonista gracias a ese magnífico guión de Sparling.
Si en su anterior y ópera prima, ‘Concursante’, Cortés profundizaba en los corrompidos entresijos del capitalismo y ofrecía una sardónica perspectiva sobre la manipulación y el funcionamiento del sistema financiero internacional, donde los bancos se benefician y vampirizan a sus clientes, que además servía de anticipación profética sobre quimeras fiscales, aquí sitúa al espectador ante un miedo ancestral como es ser enterrado vivo. El ataúd sería un ‘Macguffin’, una simple excusa para encubrir la terrible realidad que asola a Conroy, su desnudez, soledad y angustia ante una burocracia que parece haber caído en la atroz indeferencia que no atiende a éticas ni problemas, instrumentalizando a cualquier ser humano perdido en la frustración de saberse un simple peón prescindible. Además, la Guerra de Irak se muestra como otro pretexto para hablar de la inutilidad de un conflicto bélico que sigue generando muertes y secuestros, donde el enemigo no es tanto el árabe que le ha metido bajo tierra y exige dinero a cambio de su vida como la empresa para la que trabaja o los servicios secretos a los que pide auxilio. Tanto en su ópera prima como aquí, los personajes son asediados y encerrados por la falta de escrúpulos de un sistema social que se mueve exclusivamente por la prioridad de la normativa, los intereses y la falsedad. ‘Buried’ simboliza la lucha contra el reloj de un hombre hacia su muerte, que es tratada con cruel indiferencia en una exposición de capacidad subversiva por parte de Cortés y Sparling, que hacen que lo que en principio se presente como un ‘thriller’ de tensión extrema vaya bifurcándose hacia una extraña conspiración llevada al drama y a la denuncia social.
‘Buried’ es, digámoslo ya, una de las mejores y más sorpresivas películas del año. Y por extensión, una de las más elogiables del último cine español. Por muchas razones. Más allá de su calidad como incómodo ejercicio narrativo lleno de fuerza y talento, hay hallazgos que potencian su magnificencia, teniendo como punto destacable la espectacular labor del departamento de sonido de James Muñoz, fundamental a la hora de poner resonancia a un cautiverio agónico, en la que su rigurosa utilización se convierte en una pieza clave para sacar el máximo partido a la agonía de Conroy, con cada exhalación, grano de arena que cae dentro del ataúd, el sonido vibratorio del móvil o los espasmos de ansiedad provocan que la sensación de impotencia de Conroy se haga todavía más enfermiza en la búsqueda del suspense e identificación con el público. Nunca antes el sonido había sido tan ilustrativo en una película española. Cortes cuenta asimismo con una extraordinaria fotografía que dota del cromatismo necesario a la oscuridad, con una gama de opacidad que desfila por la pantalla para llenar de texturas el desazón gracias al quirúrgico ojo de Cortés en colaboración con esa promesa de la fotografía que es Eduard Grau, a la hora de abrir y cerrar los fundidos a negro o darle todo el tono trágico a los planos detalle del sudor, la sangre o las lágrimas de Conroy.
A ‘Buried’ no le sobra nada, ni siquiera ese controvertido recurso final de esperanza, que deja ver lo que el público hubiera esperado en un epílogo sofocante que se vincula, por definición y género, al terror psicológico más puro y desconcertante. Con ello, Cortés redondea su macabro juego donde ofrece lo que el espectador podría esperar, para después volver a tapar la caja y hacer que la arena vaya agotando el tiempo y el oxígeno se apague con las bocanadas de ese descubrimiento actoral que es Ryan Reynolds. No por que sea desconocido. Todo lo contrario. Es una estrella de Hollywood desde hace tiempo. Tampoco por su valía interpretativa. Sin embargo, a Reynolds se le vincula a ese rol de guaperas con carisma y aquí, finalmente, llena de matices un registro muy difícil de llevar a buen puerto, haciendo que su presencia sea fundamental a la hora de darle credibilidad a esta pesadilla.
‘Buried’ es así un incómodo espectáculo que supone una transgresión velada, pues se presenta con el más absoluto realismo dentro de los cánones de un género restrictivo como es el ‘thriller’. Hay quien se ha aventurado a tachar al filme como un simple ejercicio demostrativo. Sin duda lo es. Pero también es un ejercicio abrumante, de insólita frescura y atrevimiento, creado desde una inteligencia envidiable y una erudición cinematográfica muy destacada. ‘Buried’ se disfruta desde el sufrimiento, desde la sumisión espeluznante que revela a un director con un talento descomunal a la hora de hacer de la esencialidad una auténtica montaña rusa de sensaciones.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Machete (Machete)', de Robert Rodriguez.

sábado, 9 de octubre de 2010

'La mirada circular': tragedia de terror y supervivencia

Es difícil escribir sobre un proyecto en el que uno ha estado involucrado, que ha visto nacer y crecer y que ha sido rodado delante de sus ojos. No obstante, siguiendo los designios ‘hegelianos’ procuraré ser subjetivo ante la objetividad y objetivo ante la subjetividad según sea posible. Siempre hacia la realidad. Este lunes tendrá lugar la presentación internacional de ‘La mirada circular’, el nuevo cortometraje de Iván Sáinz-Pardo, Dirk Soldner y “Jim-Box” que han vuelto a unir en este nuevo trabajo después de su excelente y exitoso ‘La Marea’. Y lo hace en el marco incomparable de privilegio que es, nada más y nada menos, que en la Sección Oficial del Festival Internacional de Cinema Fantastic de Catalunya Sitges 2010 que tiene lugar estos días en la localidad del Garraf. ‘La mirada circular’ es un ‘thriller’ que tiene como núcleo la exploración de la violencia que se presenta como irracional e injustificada, de súbito, cercenando la fábula en dos, directo a la yugular del espectador al que no deja respiro. La cercanía con la que se presentan su argumento y los elementos que lo componen; un juego, unos bocadillos, una familia feliz, un día de playa… se transforma con extrañeza onírica en una tragedia de terror y de supervivencia, donde la claustrofóbica es la unidad modular que favorece las intenciones de opresión que se persiguen desde el comienzo de la trama. No se dan más pautas. La tensión es el objetivo. Y se consigue con creces. El corto se centra así en un centelleo de emociones que van de la sonrisa, a la curiosidad, de la transcendencia de un comentario hasta romperse con la pesadilla de una persecución de antología.
‘La mirada circular’ descontextualiza su género para escarbar en cuestiones más profundas, que ofrece una visión terrorífica sobre un tema que es la esencia de su discurso y que, a la postre, será definitivo para el aplauso o el rechazo. Ya se avisa desde estas líneas, que el discurso no será plato de buen gusto para todos los públicos. No obstante, los directores saben jugar con el espectador, con su conciencia y con su estado anímico. Lo importante es la implicación directa del que mira, formulando un juego de múltiples facetas donde lo interno únicamente varia según se acepte el ángulo con el que se aprecie. Hay una esforzada identidad metalingüistica que recorre la historia, como parte de un proceso de ficción y realidad, de imaginación cíclica que anticipa todo el entramado argumental antes de comenzarlo, con una sutilidad capaz de crear una atmósfera incomoda. El guión de Sainz-Pardo desentierra los miedos tradicionales surgidos de una incógnita a modo de juego infantil para edificar una extraña pesadilla de verdugos y víctimas.
Por poner algún inconveniente, se echa en falta una dosis más sádica y realista de desgarro y dramatismo, sobre todo de pánico interpretativo a la hora de agarrotar con la terrible historia que se cuenta. Por ello, el terror queda algo deslustrado, pero cuando se vincula al dominio de los resortes genéricos, éste logra su imposición en la gran ejecución narrativa envolvente, con la soberbia música de Philipp F. Kölmel, marcando la pauta y en ese montaje frenético que no da tregua para que la asfixia y el temor del relato no encuentre ningún tipo de catarsis. Algo que sucederá en ese gran desenlace que se despliega en otro más, abriendo nuevos enigmas sobre la propia percepción de lo visto. ‘La mirada cicular’ vendría a formular un extraño puzzle en el que los movimientos internos del guión pueden ser modificables, sin embargo lo axiomático, la intención de su guionista y realizadores, es evidenciar que la violencia no lo es. Un corto en el que el tema fundamental es la muerte, que vertebra el relato con las dudas y las evidencias a las que nos quieren llevar los autores, integrardas en una mirada esférica que pone en duda lo objetivo. Una narración que depende y sostiene su interés en un armazón argumental que estalla en un giro final y que dilucida el misterio y abre algún otro con una loable complejidad. Se le puede atribuir cierto maniqueísmo en su espíritu de respeto hacia una materia que suscita debates sociales acerca de su incoherencia o justificación. Argumentos, no obstante, que sirven como vehículo para poder teorizar sobre la sociedad moderna, sus costumbres, sus vicios y posibles consecuencias. Un corto que no dejará indiferente a nadie que lo disfrute.

Una instantánea para mis recuerdos

Un momento histórico compartido por millones de corazones que vibraron en una noche para recordar, que nunca olvidaremos. El 11 de julio de 2010, vivimos hasta la extenuación el partido más importante de los anales del fútbol. Minuto 116 de la prórroga contra Holanda en la final de la Copa del Mundo de Sudáfrica el tiempo se detuvo para alcanzar la gloria. Un instante mítico que jamás podrá borrarse de la memoria colectiva. Todas aquellas sensaciones revivieron en otro segundo, el que dejó para la posteridad personal el encuentro con el preciado trofeo.