miércoles, 10 de marzo de 2010

"Los Coreys" pierden a Haim

Los mitos de los 80 mueren cada día. Dejados en el olvido de una estantería en forma de película de culto, de omisión o superación de una edad que ya nunca se volverá a vivir o, en este caso, trágicamente, como es el repentino fallecimiento de Corey Haim, el más rebelde de los “Coreys”. Junto a Corey Feldman fue considerado el icono juvenil de una época a la que puso rostro. Es curioso que su primera película fuera ‘First Born’ y que coincidiera con el que ha sido otro de esos rebeldes que estuvo a punto de caer en las garras de la adicción sin retorno, Robert Downey Jr.. Éste pudo recuperarse y emerger como la estrella que es. Haim, hundido desde hace años en su propia miseria de niño prodigio transmutado por los años en otro juguete roto, nunca superó sus propios fantasmas y su fracaso como estrella de Hollywood.
Atrás quedaron aquellos títulos que se instauraron como ‘cult movies’; ‘Miedo azul’, la serie ‘The Edison Twins’, ‘Jóvenes Ocultos’, ‘Lucas’, ‘Papá Cadillac’… El joven que tenía el mundo en sus manos, pronto empezaría, como muchos otros prematuros ídolos de barro, a caer en los insondables abismos de la droga y de los excesos. Durante casi toda su juventud, Corey Haim se mantenido como un espectro de lo que fue. El documental ‘My myself and I: The Corey Haim video diary’ ya dejaba claro que poco o nada tenía que hacer en el mundo del espectáculo. Sin embargo, su nombre seguía en la memoria de los aficionados a aquellas películas que marcaron a una generación. Y no abandonó del todo la industria cinematográfica. Aunque, es cierto, que su apagada estrella nunca volvió a brillar. Un puñado de títulos innombrables directamente estrenados en el mercado videográfico bajo la etiqueta de la más cochambrosa serie Z es su más representativo legado.
Ni siquiera aquel reencuentro con Feldman en ‘National Lampoon's Last Resort’ reverdeció sus laureles quemados. Saltar de nuevo a la rumorología de los narcóticos más excesivos, de promover una estrambótica personalidad de estrella acabada vendiendo vello corporal y dientes a través de Internet no ayudó a su reinserción ni a su salvación. Tampoco sirvió el enésimo cruce de caminos con su tocayo Feldman en ‘Los dos Coreys’, emitida entre 2007 y 2008. Ni mucho menos el vacuo intentó de rescatar a los míticos ‘Jóvenes ocultos’ repitiendo el papel de Sam Emerson en una secuela trasnochada. Corey Feldman, que siguió una tortuosa adolescencia y juventud similar a la de Haim, logró encarrilar su vida, asumiendo su papel dentro del mundo. Corey Haim, no. Y ha representado hasta el final de su prematura muerte las consecuencias de lo que él mismo personificó con su alocada juventud. Por eso, no sorprende la noticia de su sobredosis y fallecimiento con 38 años. Sin embargo, sí entristece por aquellos recuerdos que su nombre siempre ha traído a nuestra memoria de cinéfilos ‘ochenteros’.

lunes, 8 de marzo de 2010

82ª Edición de los Oscar

La gesta de Bigelow y una gala para olvidar
No corren buenos tiempos para la gala de los Oscar. Uno de los eventos más multitudinarios de la televisión mundial lleva unos años sumida en la apatía y el declive. Durante la pasada madrugada se confirmó la indolencia de un espectáculo que ha tocado su fondo más abisal, que no puede evitar el descalabro que produce el bostezo, la parquedad de magia o la absoluta falta de esparcimiento. El desinterés se ha transformado en un incómodo aliado de uno de esos acontecimientos en los que se espera algo de diversión. La gala de la 82ª edición de estos premios pasará a la historia porque es la primera vez que una mujer, Kathryn Bigelow, obtiene una estatuilla en la categoría de mejor dirección, pero también pasará como una de las más nefastas que se recuerden en la memoria reciente.
Ni siquiera la correspondiente a la del año 2008, también una de las más infumables que se evoquen, se puede comparar. Es más, incluso la del año pasado, que arrancó de forma ejemplar para ir apagándose hasta el vacío del ostracismo poco tiene que ver con el bochorno vivido ante la pantalla por parte del indolente teleespectador que ha sufrido un varapalo contra las ganas de pasarlo bien. El caso es que por mucho que las expectativas tuvieran un nivel medio o bajo, sin muchas esperanzas de alcanzar un ‘show’ por encima de la media, lo cierto es que estos Oscar pueden ser considerados como los más plomizos y con el peor guión y desarrollo de la Historia. Y eso, si tenemos en cuenta el condicionante de que han sido, a su vez, unos de los más sucintos y breves de los que se recuerde. En definitiva, un horror huérfano de ‘entertaiment’.
La batalla entre ‘The Hurt Locker’ y ‘Avatar’, que enfrentaba a una de las ex parejas más célebres de Hollywood, Kathryn Bigelow y James Cameron, ni siquiera estuvo disputada. La cinta de la directora de ‘Le llaman Bodhi’ arrasó al pueblo Na’vi de Cameron que partía como favorita, sabiendo que, en el fondo, el cine de calidad lo ponía esa cinta bélica sobre la Guerra de Irak que el idealista universo embellecido por las nuevas técnicas digitales servida por el autodenominado “rey del mundo”. Hoy, ya no lo es. La pugna no existió desde los primeros compases y Bigelow aplastó las posibilidades de su ex marido demasiado pronto. Que Steve Martin y Alec Baldwin fueran encomendados para presentar el cotarro proponía la oferta cómica desde un principio con ciertas garantías. Su empatía y su buen momento profesional eran un seguro de éxito. Todo lo contrario. La gala se abrió con todos los actores nominados saliendo a saludar y darse un baño de masas. Algo que descolocó un poco la logística de este tipo de saraos tan ‘bigger than life’ que les gusta a los yanquis. El hecho de que sobre el siempre impresionante Kodak Theather, que este año estaba más limitado en su escenografía y juegos de artificio y visualidad, apareciera el genial Neil Patrick Harris con un número musical al estilo Broadway recordó por momentos a los brillantes primeros instantes que tuvo Hugh Jackman el pasado año.
La aparición de Baldwin y Martin sobre el escenario iba a marcar la pauta de lo que vendría a lo largo de la noche. Sus ‘speechs’ y ‘gags’ sobre los nominados de la noche levantaron las primeras risas y aplausos del personal, pero es cierto que ya se intuía un cierto convencionalismo en los toques de humor de ambos presentadores, con chistes fáciles y demasiado obvios, empezando por sus alusiones a Meryl Streep, ponerse unas gafas 3D para buscar a Cameron entre el público y fumigar ‘lonatayas’ del planeta Pandora. Lo único relevante fue la complicidad de George Clooney que participó como él sabe en estos guiños paródicos mostrándose adorablemente “mosqueado” con los comentarios de los anfitriones. El cambio de estructura dentro del guión que rompió con la tradición en 2009 se redundó la pasada madrugada y en seguida comenzaría el reparto de muñecos dorados. Penélope Cruz aparecería para presentar el Oscar al mejor actor de reparto, que fue a parar a Christoph Waltz por su inolvidable papel del oficial nazi Hans Landa de ‘Malditos Bastardos’. Una de las cosas a destacar fue que la frase “the Oscar goes to…” que se popularizó allá por 1988 ha sido sustituida otra vez por el mítico y más popular “and te winner is…”. Pura anécdota para la posteridad.
El tema de las diez películas nominadas, de las que, siendo benévolos, sobra la mitad de ellas (si no más), se presenta con un actor o actriz que tenga relación con el director o la película nominada. Ryan Reynolds es el encargado de decir unas palabras de ‘The Blind Side’, ya que ha compartido cartel con Sandra Bullock, una de las estrellas de la noche, en ‘The Proposal (La Propuesta)’, otra de esas comedias románticas en las que la actriz está especializada y que suelen ser sonados fracasos. Algunos de estos clips en relación a sus presentadores sí tenían más sentido, como que Jeff Bridges presentara el de ‘Un tipo serio’ (cómo olvidar su Jeff Lebowski junto a los Coen), el actor fetiche de Jason Reitman, Jason Bateman, presentara el de ‘Up in the air’ o que John Travolta lo hiciera con ‘Malditos Bastardos’, de Quentin Tarantino. Ya en el momento en que Steve Carell salió con Cameron Díaz a presentar los candidatos del premio a la película de animación se empezó a intuir que algo no iba bien. El actor de ‘The Office’ salió desubicado, sin frases ingeniosas o algo de improvisación que arrancara una mísera sonrisa. Y eso, con Carell es mala señal. ‘Up’, de Pete Docter, que exhibió unos pabellones auditivos exageradamente llamativos, estaba destinada a ser la película animada de este 2009 pasado. Y no hubo sorpresas.
Steve Martin y Alec Baldwin apenas tenían frases para presentar a los presentadores. Como esas muñequitas ‘barbies’ que responden al nombre de Miley Cyrus y Amanda Seyfried que le dieron el Oscar a la mejor canción a ‘The weary kind’, de la película ‘Crazy heart’. Otra cosa. No hubo posibilidad de escuchar las canciones nominadas porque los responsables de la gala han vetado este tradicional hábito. El arranque no podía ser peor; ni clips de video con esos montajes tan fascinantes que suelen ofrecer, ni chispa a la hora de presentar, nada de fanfarrias de ningún tipo, con más publicidad… Todo hacía presagiar que estos premios, por muy expeditivos que fueran, no iban a deparar nada bueno. De hecho, al igual que el año pasado, el anuncio del Show de Jimmy Kimmel, tumbado en la cama con Ben Affleck y con aparición estelar de Jennifer Garner para promocionar su programa fue más efectivo que cualquiera de los minutos cómicos (si es que se puede aludir a este término) de la gala. ‘The Hurt Locker’ conseguía su primer Oscar con Mark Boal en la categoría de guión original. Se habló de Tarantino como favorito, pero el filme de Bigelow comenzaba a labrar su palmarés con una Tina Fey acompañada de Robert Downey Jr. dejando el tipo de presentación brillante para darle dinamismo al tema. Sin embargo, fue un espejismo.
De repente, un WTF sorprendente y gratificante, pero no por ello desubicado. En el escenario aparecen Matthew Broderick y Molly Ringwald dando paso a un emotivo homenaje a John Hughes, mítico exponente de un cine extinto que supo exponer factores y problemáticas comunes a la juventud de la década de los 80. Seguido de un vídeo por su aportación al mundo del celuloide, se unen al recordatorio Anthony Michael Hall, Macaulay Culkin, Jon Cryer, Ally Sheedy y Judd Nelson y tienen un gesto emotivo para con la familia del fallecido Hughes. Lo más irónico o chocante de esto es observar los rostros de estupefacción de Kristen Stewart y Taylor Lautner, ídolos de una generación que ni siquiera sabe quienes son los actores que acaban de desfilar en escena y la importancia que ha tenido en una generación perdida. Para el Oscar al mejor cortometraje se elige, no se sabe aplicando qué baremo, ganadores en esta disciplina que llegaron a hacer películas. Taylor Hackford que ganó en 1979 por ‘Teenage Father’, David Frankel que haría lo mismo en 1996 con ‘Dear Diary’ o el gran John Lasseter, que ganara con su corto de animación ‘Tin toy’ en 1988 son los encargados explican sus sensaciones cuando recogieron el Oscar y su posterior consecuencia que les llevaría a saltar al largometraje. Entonces empieza a cuajarse el desastre que todos sospechaban. Este año, la prioridad de la Academia no ha sido, visto lo visto, ni el guión, ni el humor, ni el espectáculo, ni la calidad del acontecimiento. Lo realmente importante era establecer unos tiempos delimitados para que la gala durase un tiempo estipulado. La movida debía tener un estricto absolutismo en cuanto a agradecimientos y duraciones se refiere. Se había publicado que estaba prohibido llorar para evitar pérdidas de tiempo.
Así, con los cortometrajes se han dado situaciones esperpénticas. Es decir, que ‘Music by prudence’, gana al mejor corto documental y Roger Ross Williams empieza a hablar pero es interrumpido por su codirectora Elinor Burkett que le deja a cuadros y encima son cortados por la organización en su extravagante discurso de agradecimientos. Es lo mismo que sucede con ‘Logorama’, del cual habla uno de sus directores y el otro se queda con las ganas. Y eso fue algo que se vería una y otra vez cuando los ganadores eran más de… ¡uno! Por supuesto con la obligación de no hablar más de 20 segundos, porque si no, la organización hace sonar la música y te cierran el micro. Y no sale un gorila de seguridad a darte una patada porque se emite para todo el mundo, que si no… El que siempre pone el listón muy alto es Ben Stiller. Da igual que todo esté muy anodino y sin chispa. Él sabe arrancar las carcajadas de la noche y convertirse en uno de los factores más positivos de toda la fiesta. En esta ocasión apareció maquillado como un Na’vi y se luce como cómico al presentar el premio de mejor maquillaje por la que ‘Avatar’ no está nominada. Curioso. Barney Burman, Mindy Hall y Joel Harlow, ganadores por ‘Star Trek’, tardan más en llegar al escenario que en agradecer. Y, cómo no, también son casi echados a patadas del escenario. A estas alturas de la noche ni las sorpresas sorprenden. Jason Reitman era el favorito para llevarse el guión adaptado, pero fue Geoffrey Fletcher por ‘Precious’ en alzarse con el Oscar. Tuvo una emotiva proclama de agradecimiento al borde de las lágrimas. Pero como habían prohibido llorar, el pobre hizo de tripas corazón y pudo terminar de hablar antes de que sonara la música de expulsión. Uno de estos años colocarán debajo del premiado una trampilla para que al pasarse del tiempo caiga en un foso y se ahorre tiempo. Por si fuera poco, la realización enfoca a todos los miembros del equipo de la película de Lee Daniels. Y a Morgan Freeman, como estipendio, por eso de que también es negro y no tiene nada que ver con ‘Precious’.
Si ya es triste que hayan destrozado tradiciones y hayan querido renovar el espectáculo mirando más los intereses comerciales que la índole primigenia de estos galardones, más lo es que los Oscar honoríficos se den meses atrás y, tras unas imágenes fugaces, hacer saludar a los homenajeados y… se acabó. Otro apartado más, arruinado. Dos figuras memorables como Roger Corman y Lauren Bacall no merecen este trato. Por mucho Oscar que se le otorgue. Robin Williams siguió los pasos de Carell. Un cómico con sobradas aptitudes para el humor que parece que viene de funeral. Le entrega el Oscar a la preferida por las quinielas. Mo’Nique se llevó, con todas las de la ley, el distintivo a la mejor actriz secundaria por su despreciable personaje de ‘Precious’. Me hace mucha gracia como los medios españoles han enfatizado en titular su cabecera con que la actriz afroamericana “le ha robado el premio a Penélope Cruz”. Ridículo.
La palabra “coñazo infumable” empezaba a propagarse por los círculos de cinéfilos que han seguido durante esta noche la gala más importante de Hollywood. Menos mal que Charlize Theron sale a continuación de Sarah Jessica Parker para subsanar la esperpéntica efigie que se ha labrado la protagonista de ‘Sexo en Nueva York’. De repente, sin mucha coherencia en su planteamiento, aparecen los jóvenes efebos de la saga ‘Crepúsculo’ Kristen Stewart y Taylor Lautner y presentan un vídeo de grandes clásicos del cine de terror que repasa en imágenes algunos de los títulos más representativos del género. Con esto se deja claro que cualquier propósito de hacer algo bien no tiene cabida en esta noche, por mucho que a Quentin Tarantino le haya gustado el ‘clip’. Es cuando ‘The Hurt Locker’ se lleva los premios de sonido y comienza a tomar ventaja sobre su rival directa ‘Avatar’ ¿Y Steve Martin y Alec Baldwin? Tampoco importa mucho porque apenas aparecen en escena y cuando lo hacen, pasan desapercibidos. Aunque sería injusto no reconocer que su parodia de ‘Paronormal Activity’ fue de lo poco bueno que concedieron en sus aportaciones como conductores de la gala.
Es importante no perder tiempo, por lo que Sandra Bullock presenta la categoría de fotografía sin que al menos nos dejen ver algo del trabajo de los magos de la luz. Gana Mauro Fiore por ‘Avatar’. Y llegó otro instante para el olvido. Demi Moore, espectacular, se desliza con la música de ‘Ghost’ para presentar a James Taylor, que canta ‘In My Life’ mientras tiene lugar el vídeo que repasa la gente del cine que ha fallecido a lo largo de 2009. Comienzan por Patrick Swayze y acaban por Karl Malden, pero parece ser que Farrah Fawcett no contaba para la Academia porque han pasado de recordar que ella también murió tras una larga enfermedad. De hecho, para el poco sentimiento y la falta de emotividad que dejó esta revisión, casi mejor. Sam Worthington (que presentaba con Jennifer Lopez) se puso unas gafas enormes para presentar los candidatos de banda sonora. Sobre el escenario, había preparada una coreografía para acompañar los ‘scores’ nominados. Lo que podría haber recordado a otras galas de hace tiempo, en la que también se siguió este sistema de combinar música y danza, aquí roza lo grotesco. Mientras sonaban las partituras de los nominados, los bailarines serpentean, hacen el robot, bailan en plan ‘break’ con estertores de singular actividad física. Y es espectacular, cierto es. Pero que no pegan ni con cola. Y la idea del número musical luce como una descoordinación que acaricia lo estrambótico. El gesto de George Clooney a cámara después de la coreografía lo dice todo. Eso sí, por lo menos gana Michael Giacchino por ‘Up’. ‘Avatar’ gana los efectos especiales, por supuesto. Los de ‘The cove’, el largo documental ganador, se quedan con el papel de agradecimiento en la mano porque son muchos y sólo agradece a toda hostia el primero de ellos. El montaje es para ‘The Hurt Locker’, que sigue con ventaja respecto a ‘Avatar’.
Otro momento extraño llega con la concesión del Oscar a la mejor película extranjera. Ver a Pedro Almodóvar y a Quentin Tarantino unidos para presentar es, por lo menos, chocante. Cuando no raro. El destino no quiere que a ellos se una Michael Haneke (hubiera sido todavía más extraño) y se lleva el premio ‘El secreto de sus ojos’, de Juan José Campanella, que está a punto de que le corten el discurso debido a que se prolonga en sus palabras. Lo mejor de la noche, hasta ese momento, era saber que sólo restaban los premios gordos y que todo iba a acabar. Reducen tiempos y cercenan todo el lujoso dispositivo audiovisual visto hace años. No hay casi frases ingeniosas. La catástrofe es un hecho. Lo que no puede faltar es la poco brillante y extensa idea (inaugurada el año pasado) de sacar cinco intérpretes que piropeen con una arenga de adjetivos ponderativos inacabable a los nominados en las categorías interpretativas. Curiosamente, en esta chorrada anidó el instante más conmovedor y especial de toda la noche. Michelle Pfeiffer, que había compartido pantalla con Jeff Bridges en 1988 en esa obra maestra que es ‘Los fabulosos Baker Boys’, recordó aquella experiencia antes de que al protagonista de ‘Crazy Heart’ le concedieran ese Oscar tan merecido. Bridges fue lo mejor de la velada, con su sincera alegría, con su felicidad desatada mientras la totalidad de la platea en pie aplaudía sin cesar. Su interpretación como Bad Blake es merecedora de este reconocimiento que sirve como homenaje a una carrera llena de actuaciones memorables y a un actor con un talento maravilloso. El mismo sistema de actores o actrices adulando al candidato correspondiente también se sigue en la actriz. Aquí es Oprah Winfrey la que tiene su minuto de gloria y hace llorar a su protegida, la actriz de ‘Precious’ Gaboury Sidibe, con un discurso lleno de sentimiento y ternura. Hubiera sido una sorpresa muy agradable que la oronda actriz hubiese recogido el galardón a la mejor actriz. Como dijo Oprah minutos antes, “todo es posible”. Pero no fue así. Sean Penn, acaparador de injusticias en este tipo de saraos, entregó el Oscar a Sandra Bullock por ‘The Blind Side’ horas después de que fuera reconocida como la peor actriz del año con un Razzie. Hollywood es así. Un mundo de extremos. La actriz estuvo muy bien en su agradecimiento en homenaje a las madres de todo el mundo.
Quedaban los dos últimos premios de la noche que desvelarían quién sería la vencedora de la noche. Cuando Barbra Streisand apareció para adjudicar el premio al mejor director las pistas se destaparon como evidentes y previsibles. Y así fue. Las palabras de Streisand al abrir el sobre eran significativas “the time has come (el momento ha llegado)”: Kathryn Bigelow se convertía en la primera mujer de la historia de los premios en recibir un Oscar en el apartado de mejor director. Por supuesto, no faltó en su discurso gratitud aludir al ejército de marines con claras connotaciones patrióticas. Lo último, lo que faltaba por ver para redondear el desbarajuste. Bigelow aún no había abandonado el escenario cuando ha salido Tom Hanks a gran velocidad. El momento emocionante de saber cuál era la mejor película de 2009 para la Academia no podía incluir vídeos, ni siquiera de recordar cuáles eran las nominadas. Hanks ha abierto el sobre con cierta prisa y ha dado a conocer, de forma vertiginosa, a ‘The Hurt Locker’ como la gran ganadora del año ¿Para qué darle un poco de emoción? Un poco más y grita el nombre de la ganadora desde el ‘backstage’.
Han agradecido los productores de la cinta (entre las que se encuentra la propia Bigelow) y seguidamente han salido a matacaballo Martin y Baldwin a despedir y la función ha finalizado. Así, a todo trapo, con precipitación. Lo peor de esta gala es que deja la sensación de que el futuro de los Oscar no vislumbra un cambio positivo. La de esta madrugada ha sido una velada para el olvido, donde no existió el ‘sketch’, ni el humor, ni el espectáculo, que careció de cualquier atisbo de diversión. Por no haber, no hubo ni anécdotas para recordar durante la gala. Ya pueden cambiar mucho la concepción de este espectáculo cinematográfico porque la de este año ha sido horrorosa, plagada de despropósitos y sin ápice de esa lucidez que se le exige a uno de los programas televisivos más seguidos del año. En resumen, cuatro horas para decir que ‘The hurt locker’ se alzaba con seis estatuillas y dejaba a ‘Avatar’ como la gran derrotada de la noche. Poco más. Un consejo: en la próxima ocasión que le den un cheque en blanco a Billy Cristal, por favor. Él es el único que ha demostrado que puede dirigir la ceremonia con ese talento cómico que se echa en falta estos últimos años.
LO MEJOR
- El regreso de Michelle Pfeiffer a los Oscar después de muchos años. Vestida de rojo, en homenaje a su personaje de ‘Los Fabulosos Baker Boys’ Suzie Diamond, para alabar la carrera del otro figura de la noche: Jeff Bridges.
- Que ha durado ¿poco?
- Ben Stiller, que suma otro éxito como cómico en unos Oscar. Se ha convertido en una garantía de humor asegurado. Podían aprender de él. Es más, podría ser él el próximo presentador de los Oscar.
- Charlize Theron, siempre. Y George Clooney, por lo mismo.
- En el apartado de estilismos, vestidos y elegancia destacaron Penélope Cruz, la radiante Kate Winslet (posiblemente la más guapa de la ceremonia), Sandra Bullock, Demi Moore, Tina Fey, Helen Mirren, Anna Kendrick, Elizabeth Banks y la gran protagonista de la noche Kathryn Bigelow, que dice que tiene 58 años y parece que tiene 45.
- No ha habido discurso del presidente de la Academia.
- El homenaje a John Hughes que ha permitido ver lo mal que han envejecido la generación que se hizo famosa al amparo de este cineasta, incluido el ‘Joselito de Hollywood’ Macauley Culkin.
- Como cada año, la Academy Press Photo Area, por suministrarme las imágenes de la noche.
- Que acabara la gala.
LO PEOR
- La falta de anécdotas antes y durante la gala.
- La realización. Otros años, por muy mala que sea la gala, en este apartado suele funcionar todo a la perfección. Este año, ha dejado que desear bastante ¿La crisis ha afectado también a los Oscar?
- No saber si Mo’Nique al final se ha depilado los pelarros de las piernas que lució orgullosa en los Globos de Oro.
- La ausencia de sentido del humor y lo desordenado y caótico de todo. Una organización penosa y un guión que ha brillado por su ausencia.
- Steve Martin y Alec Baldwin. Muy mal. Bill Mechanic, productor de los Oscar, había prometido risas. Y estos dos cómicos no han estado a la altura.
- Sarah Jessica Parker, que además de dar una grima (por no decir repulsa) llevaba un vestido horrible y masticaba chicle en el patio de butacas. Con lo pija que es ella.
- Que no estuviera Jack Nicholson.
- Ese aire de superioridad y aires de grandeza que dejaron ver Kristen Stewart y Taylor Lautner en cada instante en que han aparecido.

domingo, 7 de marzo de 2010

Sandra Bullock se presenta a recoger su Razzie

El vídeo del día es este. Como ya hiciera Halle Berry en 2005, la actriz Sandra Bullock ha pasado a ser la última figura de Hollywood que ha asistido a recoger su Razzie a la peor actriz del año por su película ‘Loca obsesión (All About Steve)’. La intérprete se ha presentado con un palet lleno de dvd’s de la película en cuestión agradeciendo el premio, pero asegurando que si se ve la película no está tan mal. Buena estrategia comercial y ejemplo de buen humor, Bullock también está nominada al Oscar como mejor actriz por ‘The Blind Slide’ y tiene posibilidades reales de llevarse esta noche la estatuilla por su papel de buena samaritana que acoge en su familia adinerada a un introvertido chico de color que se convertirá en una estrella de fútbol americano. Así que podría hacer el extraño doblete en un mismo año que, hasta el momento, sólo tiene el guionista Brian Helgeland, la única personalidad de Hollywood que ostenta este privilegio. Obtuvo el Golden Raspberry por ‘Mensajero del futuro’ y horas después ganaba el Oscar por ‘L.A. Confidential’. El hecho de que Sandra Bullock haya ido a recoger su premio no le dará más posibilidades de obtener el Oscar, pero sí le ha granjeado las simpatías de buena parte del público y del mundo del cine. Su interpretación en el filme de John Lee Hancock es francamente agradecida a un personaje bondadoso y que estereotipa el sentimentalismo dulzón que tanto gusta a los norteamericanos. Esta noche, Bullock podría completar un año especialmente acertado de esta actriz tan criticada a lo largo de su errática carrera. Por mucho que haya ganado un Razzie.
Por lo demás, los Razzies han dejado un poco más de lo mismo que todos los años: Premios insustanciales para películas sin sustancia.
PEOR PELÍCULA: ‘Transformers: Revenge of the Fallen’.
PEOR(ES) ACTOR(ES): Los tres Jonas Brothers, ‘Jonas Brothers: The 3-D Concert Experience’.
PEOR ACTRIZ: Sandra Bullock, ‘All About Steve’.
PEOR PAREJA: Sandra Bullock & Bradley Cooper, ‘All About Steve’.
PEOR ACTOR SECUNDARIO: Billy Ray Cyrus, ‘Hannah Montana: The Movie’.
PEOR ACTRIZ SECUNDARIA: Sienna Miller, ‘G.I. Joe: The Rise of Cobra’.
PEOR PRECUELA, REMAKE, RIP-OFF O SECUELA: ‘Land of the Lost’.
PEOR DIRECTOR: Michael Bay, ‘Transformers: Revenge of the Fallen’.
PEOR GUIÓN: ‘Transformers: Revenge of the Fallen’ escrita por Ehren Kruger & Roberto Orci & Alex Kurtzman.
PREMIOS RAZZIES ESPECIAL 30º ANIVERSARIO
PEOR PELÍCULA DE LA DÉCADA: ‘Battlefield Earth’ (ganadora de ocho Razzies, incluida peor película de los últimos 25 años).
PEOR ACTOR DE LA DÉCADA: Eddie Murphy, ‘Adventures of Pluto Nash,’ ‘I Spy,’ ‘Imagine That,’ ‘Meet Dave,’ ‘Norbit,’ ‘Showtime’.
PEOR ACTRIZ DE LA DÉCADA: Paris Hilton, ‘The Hottie and the Nottie,’ ‘House of Wax,’ ‘Repo: The Genetic Opera’.

jueves, 4 de marzo de 2010

Review 'Shutter Island (Shutter Island)', de Martin Scorsese

Los insondables abismos de la locura
Scorsese consigue la obra moderna más clásica de cuantas han intentado recuperar esa esencia perdida basando sus virtudes en la ambigüedad que despierta su insondable índole, que prevalece en lo farragoso por encima de su enmascarada linealidad.
Sólo leyendo la sinopsis ‘Shutter Island’ podría parecer una película que no encaja en la filmografía del gran maestro del cine contemporáneo Martin Scorsese: "El agente federal Teddy Daniels se dirige junto a su nuevo compañero hacia Ashecliffe a un psiquiátrico ubicado en Shutter Island para investigar la desaparición de una paciente que ha matado a sus tres hijos. Allí tratarán de descubrir que ha pasado con esa mujer. Además, Daniels buscará a Andrew Laeddis, el hombre que mató a su mujer y que se encuentra recluido en el sector más peligroso de la isla". Se trata de una cinta inscrita en un género entre el ‘thriller’ psicológico con ciertos componentes del cine de terror. Sin embargo, cuando se trata de acercarse a la locura desde una perspectiva de misterio, casi de fascinación, de siniestra independencia por encima de cualquier límite moral, ‘Shutter Island’ compone un vademécum de los vínculos argumentales más arraigados al mejor cine de su creador.
Este viaje a la autodestrucción o, mejor aún, a la construcción de una alineación conformada como una aventura terrorífica de tortura interior y exterior vendría a identificarse, sin mucho esfuerzo, a esa escisión de culpa expiatoria de personajes surgidos del universo del cineasta italoamericano como Travis Blickle, Henry Hill, Rupert Pupkin, Jake La Motta, Jack Pierce o Howard Hughes, sumidos todos ellos en un proceso de confusión gradual entre la paranoia y la lucidez. De esta manera, se analizan los caudalosos latifundios de la psicología desordenada que dan como consecuencia el desarreglo entre realidad y ficción, con juegos de espejos que enfrentan a los personajes contra sí mismos, aumentando la autoconservación contra la desnaturalizada realidad.
‘Shutter Island’ es un ‘thriller’ debido a sus mecanismos narrativos, que mezclan con arrojo otros constituyentes sobre el lado oscuro de la existencia humana; desde el relato gótico imbuido de cine clásico, pasando por el bélico, el suspense y atribuyéndose ese fondo de ‘mad doctors’ que practican sus radicales terapias psicofarmacológicas en pacientes. Este dispositivo suscita parte del interés del público a través de la investigación de los dos agentes referida a los inhumanos instrumentos que rebasan los límites curativos y científicos a favor de aterradores experimentos con la mente humana, al igual que hicieron los nazis con los judíos. La intrusión en un orbe tan tentador como las instituciones psiquiátricas recuerda al ‘Corredor sin retorno’ de Samuel Fuller, en la sugestión que despierta la enajenación que rodea la isla, pero también en la visualización de los ‘flashbacks’ de la II Guerra Mundial en relación al director de ‘Uno Rojo: División de choque’, con imágenes llenas de dolor y pesadillas del campo de concentración alemán de Dachau que ocasiona esa mácula de terror incrustada en la mentalidad torturada del protagonista.
Bajo las pautas de la ‘scorsesiana’ narración subjetiva, construida desde el punto de vista del protagonista, ‘Shutter Island’ supone una demostración fastuosa de la imaginería de Scorsese y su eterna voluntad de estilo clásico, que respira con un magnífico estrato gótico, recargado de detalles visuales, siempre ampuloso en su excelso manejo de cámara, partiendo de una historia aparentemente de género que se impregna en seguida de un éter tan enfermizo como malsano y expresionista. Su nueva obra es una jugada lanzada con mucho riesgo, que acumula tantas virtudes sobre sus defectos que hace de ‘Shutter Island’ se convierta en la obra moderna más clásica de cuantas han intentado recuperar esa esencia perdida, poblada de una entusiasta cinefilia que va de Val Lewton a Jaques Tourneur, de Edward Dmytryk a Otto Preminger e incluso se podría aludir a Alfred Hitchcok o a obras modernas como ‘El corazón del ángel’, de Alan Parker o el epigrama argumental del videojuego da Sam Lake ‘Max Payne’. Asimismo, no deja de tener ciertos recursos del cine de Brian De Palma.
De esta manera, los acontecimientos no se subrayan en arreglo a ningún subtexto o acentuación impositiva de la investigación, sino que van encaminados a un giro final que explique el proceso de aislamiento del agente Daniels en su propia locura por descubrir una verdad que, en apariencia, no es existe. De ahí que vaya señalándose a lo largo del metraje por medio de apariciones espectrales de su mujer fallecida, de una niña muerta en trágicas circunstancias y de algún fantasma de un pasado traumático que no consigue cicatrizar. ‘Shutter Island’ es un juego de apariencias, de astutos artificios que van componiendo mediante sus piezas un puzzle en el que no importa un desenlace que, en mayor o menor medida, el público intuye fácilmente, sino que radica en la contextura y desarrollo de todo el entramado, en los porqués, en la sutileza abrumante con la que Daniels llega a la clave del delirio y consuma sus pesquisas en el diálogo con una nueva personificación de un personaje clave como Rachel Solando (Patricia Clarkson) en su propia fantasía.
Scorsese concentra sus esfuerzos en visualizar el guión de Laeta Kalogridis, que procede de la novela original de Dennis Lehane, desmantelando la expoliación de los elementos narrativos sustancialmente manipulados para acabar describiendo las evidencias de una realidad paralela a la historia que se está contando. Un universo desasosegante contextuado en un sostenido éter narrativo donde los paisajes y ambientes opresivos están cargados de significado a través de esas tres fases figuradas; dos de ellas, en sendos centros de reclusión psiquiátrica y la otra, en un faro de experimentación cerebral. Los espacios laberínticos y la contextura gótica crean una atmósfera de complejidad, confusión e hipnotismo que marcan la pauta de los objetivos a escrutar para llegar al fondo de la cuestión, que no es otra que el viaje hacia sí mismo de Teddy Daniels, que supera tormentas reales y metafóricas desatadas como producto de un acercamiento a una dolorosa verdad dentro una isla que no es más que un simbolismo más dentro de un laberinto de insania y desconcierto. No faltan así términos e imágenes que acentúan ese goticismo y asemejan su funcionalidad a la psiquiatría y sus problemas; una tempestad, la huida y el escape, descubrimientos fantasmagóricos en un acantilado, un inquietante faro con un terrible secreto y una negación de escabrosas consecuencias.
El filme de Scorsese puede parecer dilatado tanto en su evolución como en su metraje (140 minutos), buscando por todos los medios describir una metamorfosis, pero en un trance velado e incorpóreo, con una conclusión que había prevenido con cierto enfoque previsible hacia un desdoblamiento (en varios sentidos) convenido con los convencionalismos más descarados del género, deja una puerta a la reflexión. A ‘Shutter Island’ se le puede reprochar que no alcance toda la emotividad que hubiera sido necesaria ante la tragedia desvelada, sobre todo en las apariciones de Dolores Chanal (parte de culpa la tiene Michelle Williams), que deberían ser, como en el libro de Lehane, el segmento más emocional. Uno tiene la sensación de estar ante un abusivo ejercicio basado en una materia excesivamente convencional en sus giros sorpresivos, que no termina de definir su intención de generar inquietud en los golpes de terror, mucho más eficaces cuando se trata de perseguir el desasosiego del suspense. Pero Scorsese no está interesado en esta parte comercial de su película. Importa la complejidad con la que se trenza ese apasionante estudio sobre la locura y sus condicionamientos, las maquinaciones psicológicas de los personajes dentro del ‘vía crucis’ de un hombre enfermo en busca de la salvación porque el conflicto moral y el peso de la culpa pesan demasiado sobre su conciencia.
Lo más gratificante de ‘Shutter Island’ es la ambigüedad que despierta su insondable esencia, que prevalece en lo farragoso por encima de su enmascarada linealidad. Scorsese pervierte su propio cine hacia un nuevo nivel donde las nuevas técnicas son puestas al servicio de su estilo y cuenta, de nuevo, con un aliado a la altura de las circunstancias, un Leonardo Dicaprio dando otro recital de valía dramática en esta pesadilla de soledad y claustrofobia que evidencia la bestia que duerme en cada ser humano y la disyuntiva entre asumir las consecuencias y coexistir dentro de una ficción constante.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'The Hurt Locker', de Kathryn Bigelow.

martes, 2 de marzo de 2010

Los poderosos "cesars" de Laetitia Casta

La pasada 35ª edición de los Premios César pasará a la historia reciente no sólo porque ‘Un profeta’, la cinta de Jacques Audiard, obtuviera nueve galardones. El vestido vaporoso de Laetitia Casta se convirtió en el reclamo de todas miradas como el objeto de deseo más solicitado de la noche. La modelo y ocasional actriz dejó ver sus encantos con poco espacio para la imaginación. Fue curioso ver los rostros de los nominados a mejor actor secundario, el premio que Casta entregó, ya que estos tenían los ojos puestos en una parte concreta de la poderosa anatomía de la modelo más que en otra cosa. Ganó Niels Arestrup por ‘Un profeta’, que subió al escenario y vio de cerca el fenómeno corporal que tuvo bastante berraco al personal en una gala en la que ni siquiera el premio a una carrera a Harrison Ford entregado por la ‘avatariana’ Sigourney Weaver restó protagonista al gratificante (y feo, por otra parte) vestido de la mujer que pusiera busto a la alegórica Marianne de la Revolución francesa.
Pinchad en las fotos si queréis verlas en grande.

lunes, 1 de marzo de 2010

Operación en welovecinema: 'Álex de la Iglesia: De la tradición a la innovación'

El proyecto ‘welovecinema’ nació como idea de asociar, bajo una serie de textos y reflexiones, a muchos de los profesionales relacionados con el cine (críticos, profesionales del cine, ilustradores, artistas…) con la sana intención de, a través de dossieres, críticas y columnas, abrir el debate sobre diversas materias relacionadas con un tema en concreto. El primer número de esta iniciativa con un nuevo formato editorial online que se ha centrado en publicar todos días ha extendido sus textos durante los meses de enero y febrero, una vasta exploración de lo que se ha llamado “Nuevo cine español del milenio (2000 - 2010)”.
Uno de los últimos dossieres de la sección ‘Operación’ correspondientes a este número viene firmado por un servidor. Se trata de una disección del que es, desde un punto de vista objetivo, uno de los cineastas que más ha cambiado la evolución del cine español en las dos últimas décadas con su mirada personal y revolucionaria del cine: el cineasta y ahora Presidente de la Academia de Cine, Álex de la Iglesia.
“…Para entender su prolífica obra es necesario reconocer la integración de tradición y modernidad dentro de sus historias, la gesta de jugar con inteligencia con las lecturas lógicas correspondientes a cada género, mezclándolas, reciclándolas, sometiéndolas a su antojo narrativo, con el propósito de aunar espectáculo y reflexión, de descolocar las expectativas de su público…”.
El texto íntegro aquí, en Welovecinema.

jueves, 25 de febrero de 2010

Review 'Invictus (Invictus)', de Clint Eastwood

La beatificación de Mandela
Clint Eastwood narra una historia de patriotismo acercado a un entorno democrático y la esfera deportiva llevada por el sensacionalismo emocional con la que está dibujada la personalidad del líder Nelson Mandela.
Con ‘Gran Torino’, el maestro Clint Eastwood ofreció una testamentaria fiesta final como intérprete, en la que brindaba la oportunidad de volver a disfrutar de su oficio como actor en una muestra de capacidad con un personaje lleno de aristas, además de otra de esas lecciones de sutilidad detrás de las cámaras. ‘Invictus’ sería un cine más ambicioso, más cercano a la gramática de superproducción de ‘El intercambio’, a la ambición con la que expone su habitual clasicismo de cámara, su sabiduría cinematográfica, aquí más ostentosa que en otras ocasiones.
Eastwood ha escogido para este trabajo un relato del periodista John Carlin, ‘El factor humano’, para ilustrar varios acontecimientos históricos que vivió Sudáfrica con el final del ‘apartheid’, que dio como consecuencia la liberación de Mandela y su elección como presidente de un país que estaba a punto de vivir un cambió radical con un acontecimiento muy concreto: el mundial de rugby de 1995 que unió a esa nación separada durante tantos años por afrikaners y negros. En su camino, Madiba, como se conocía al guía espiritual, entabla amistad con François Peenar, el capitán de la selección sudafricana para acometer esa parábola que ensambló el deporte y la política con un objetivo de fraternidad y concordia legendario.
Eastwood sigue haciendo de la simplicidad su mejor aliado, su atributo más distinguido y admirable. No hay nada que reprochar en la circunspección con la que mueve la cámara, en el pausado proceder para intentar captar la epopeya dentro y fuera de los campos de rugby o de los despachos presidenciales. Sin embargo, ‘Invictus’ se explota en seguida como un panegírico hagiográfico de Mandela, prolongando sus cualidades de liderazgo e inteligencia hacia la bondad heroica que hizo de su astucia su mejor arma a la hora de instrumentalizar el rugby como sentimiento colectivo de esfuerzos y virtudes que convocaran el consenso y la solidaridad de un país que estaba destinado al odio. En este caso concreto, no hay que obstinarse en el modélico patrón audiovisual que firma Eastwood, de una elegancia tradicional y clásica. Esta vez, empero, el significado histórico queda deslucido por un drama deportivo lleno de tópicos que van saliendo a flote desde los primeros instantes del filme y que se dilatan a lo largo de todo el largometraje.
La historia de patriotismo acercado a un entorno democrático y la esfera deportiva como ese opio del pueblo que amansa los rencores se trasmite desde el minimalismo enraizado en la perspectiva narrativa del maestro. Sí, muy bien. Pero también Eastwood se deja llevar por el sensacionalismo emocional con la que está dibujada la personalidad de Mandela, desde el conservadurismo didáctico y ético, encumbrando su figura a la beatificación. Ejemplo de esto son las buenas intenciones de ese Mandela que no quiere cobrar como presidente porque es demasiado peculio para él o el enfrentamiento entre sus componentes del dispositivo de guardaespaldas, el racismo del padre de Peenar contrarrestado con la tolerancia de éste, la visita del equipo de los Springboks a la cárcel en la que estuvo recluido Mandela o su acercamiento de confraternización con los niños negros del gueto y las decisiones políticas del mandatario siempre adheridas al interés y al bien común de su nación.. Mucho de lo elemental de ‘Invictus’ es resultado de un búsqueda demasiado artificial, de algo forzado para ser emotivo. Y si esto fuera poco, encima falta énfasis de grandeza tanto en su épica como en sus aspectos íntimos. Todo fraguado en el convencionalismo, en el progreso previsible con la que se avanza hacia la final deportiva como corolario de conciliación de un país.
El problema del filme es que esa épica que se busca y se exige a un evento histórico tan poderoso está carente de la grandeza que se sobrentiende en la fuerza de sus grandes ideas y discursos. El esquematismo de los personajes, la sincera pero arquetípica descripción de la actitud apaciguadora en el terreno sociopolítico de Mandela no deja lugar a la exploración de la bondad de un hombre único que, agraviado durante tantos años, optó por profesar el perdón y el camino de la paz. A Eastwood, con el guión de Anthony Peckham de por medio, se le va mano en la descripción superficial del entorno de Mandela, así como en lo sintético que tiene la moralidad del discurso interno.
Falta épica. Y esos desaciertos son más perceptibles en la recreación de los partidos de rugby, donde no existe ni un ápice de intensidad narrativa. No basta con puntualizar cada subrayado con esa lánguida música de Kyle Eastwood, que reitera los mismos acordes sonoros de las últimas películas de su padre, sin apenas variar en su estructura sinfónica, intentando seguir los pasos de su progenitor o del sugerente y añorado Michael Ballhaus. ‘Invictus’ es un tipo de película para el lucimiento interpretativo, esta vez por parte de Morgan Freeman, con una metamorfosis del líder político aportando dicción, matices y calado dramático que destila carisma, empaque y una gran y estudiada composición. Algo que contrasta con la apatía que desprende un Matt Damon que ha cuidado en exceso la parte física de su personaje, olvidando cualquier calado interno. Aunque eso es algo que afecta mucho más a su director que al actor de la saga Bourne.
Es así el último trabajo de Eastwood un canto que pretende ser inspirador y modélico. Una oda que, en estos días actuales en los que los políticos cada vez dan más asco y repugnan (sean del partido que sean) al ciudadano, mira en un pasado no tan lejano, para ejemplarizar algunas decisiones para unir los intereses de un país. La humanidad, honestidad y respeto de la que habla ‘Invictus’ hoy en día son poco menos que una utopía. Tanto o más, que esa iluminación de Mandela cuando leía en la cárcel el poema de William Ernest Henley que da título a un filme que, además de una historia de superación y de reconciliación donde el perdón es tan importante, es una película que pierde su poesía a medio camino.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW:'Shutter Island', de Martin Scorsese.

martes, 23 de febrero de 2010

Mis palabras y yo

Últimamente no hablo mucho. Es un problema, porque siempre he sido un orador compulsivo, un contador de historias, un hombre de palabras. Y ante tal inconveniente, decidí ir al médico.
Doctor ¿qué me pasa?
Tras una inspección rutinaria y una polipectomía virtual a través de los problemas de los nuevos modelos de relación a través de la red, me recetó una buena dosis de palabras. Palabras de tonelaje etimológico. Nada de palabras banales.
¿Sólo palabras?
También un poco de saber escuchar y meditar.
He leído cosas al respecto, acerca de importancia terapéutica de la palabra. Según algunas teorías, las palabras tienen un potencial beneficioso para la salud. Es bueno hablarle a las plantas, dialogar frente al espejo, atender a los interlocutores y mostrarse abierto al diálogo. Y es cierto. Me siento más sociable. Cuando abro el frigorífico departo sobre cuestiones de actualidad con la leche del desayuno mientras ambos leemos el periódico, charlo distendidamente con los alimentos mientras cocino, tengo alguna que otra disputa con la ropa al sacarla de la lavadora... Incluso una vez me descubrí leyendo un libro en alto, con sus palabras formando frases con un sentido absoluto. Desde entonces, con el único que no hablo es con el monitor del ordenador. El teclado tampoco me cae muy bien, aunque tenga que utilizarlo para escribir estas palabras, narradas en alto y, por supuesto, parloteando con una lata de cerveza en el transcurso. Las palabras ayudan a la concordia y al entendimiento. O eso es lo que me digo a mí mismo.

lunes, 22 de febrero de 2010

Recuento cumpleañero

1.- Mazinger Z (Figura 45 Cm) NECA.
2.- Pack 2 Figuras Michael Jordan modelo B, 18 cms. NBA Upper Deck.
3.- Pack Coleccionista “Celebrando 400 Años de Monty Python”. Universal.
4.- Figura Stripe Gremlins Head Knocker (20 centímetros). NECA.
5.- Poster ‘Scarface: I trust me’ Dollar.
6.- Cómic ‘Criminal: Mala noche’, de Ed Brubaker y Sean Phillips. Panini Cómics.
7.- Cómic ‘Terror Inc. El Plan Desmembrador’, de David Lapham y Patrick Zircher.
8 .- Cómic ‘Los muertos vivientes 9’, de Robert Kirkman, Charlie Adlard, Cliff Rathburn. Planeta DeAgostini.
9.- ‘Por un Puñado de Dólares - Ed. Coleccionista 45º Aniv.’, de Sergio Leone. Warner.
10.- ‘Whopee Cushion’, máquina de pedos.
11.- ‘Padre de Familia, Algo, Algo del Lado Oscuro’, de Dominic Porcino. Fox.
12.- Videojuego PC-DVD ‘2K10’, de 2K Sports.
13.- ‘Orgullo y prejuicios y zombies’, de Jane Austen y Seth Grahame-Smith. Editorial Umbriel.
14.- Professional Poker Chips.
15.- Camiseta ‘El equipo A: Me encantan que los flanes salgan bien’.
16.- ‘Déjame Entrar - Edición Especial + Libro’, de Tomas Alfredson y el autor de la novela, y guionista de la cinta, John Ajvide Lindqvist. Karma.
Para ampliar, hacer click sobre la foto.
Mi agradecimiento especial a tod@s y cada un@ de los que asistieron a la mejor y más memorable fiesta que hemos organizado en todos estos años. También a los que no pudieron disfrutar de este enloquecido evento pero aportaron su granito de arena para que la mesa de arriba luzca de tan lustrosa manera.

jueves, 18 de febrero de 2010

Review 'La Carretera (The Road)', de John Hillcoat

La poética esperanza del Apocalipsis
John Hillcoat traslada a imagen la obra maestra de Cormac McCarthy con un sacrílego respeto a la obra original, indagando en el fondo de los sentimientos humanos dentro de un entorno hostil y apocalíptico donde un padre y un hijo luchan por sobrevivir.
Uno de los miedos de la sociedad actual, lejos de leyendas y supersticiones, reside en la impotencia y el pesimismo con el que se mira a un futuro poco alentador. Las catástrofes naturales, cada día más sistematizadas, la crisis y la caída de la bolsa, la desconfianza extrema o el temor a una pandemia acreditan una reflexión metafórica de unos tiempos avocados al fin del mundo. El Apocalipsis es un concepto menos proverbial y cada vez más inmediato. La ficción ha dejado de ser algo ilusorio para devolvernos a esa terrible profecía que se va acercando con sigilo, que vislumbra, con cierto discurso fatalista, un mundo en el que la tragedia final dejará un temible “día después”. El mismo día en el que los últimos supervivientes de una sociedad devastada por alguna catástrofe tendrán que empezar de cero, volviendo a los orígenes de la conservación que, desgraciadamente, apunta a una lógica deshumanización del ser humano que ya ha contagiado en cierta medida la conciencia colectiva. Las imágenes de esa destrucción colectiva siguen perpetuando una extraña fascinación que pocas veces se ha tratado desde un prisma intrínseco, ajeno al artificio de los efectos visuales y la hecatombe gráfica.
‘La carretera’, adaptación de la novela ganadora del Premio Pulitzer de Cormac McCarhty, habla de un hipotético futuro no tan lejano, donde (y a pesar de lo que avanzaba el engañoso trailer), John Hillcoat ofrece con un sacrílego respeto la fidelidad una visión post-nuclear sin necesidad de entrar en causas o consecuencias. No es necesario asistir a ese posible fin del mundo ni recibir ningún tipo de explicación enfática de una admisible detonación nuclear, de una plaga destructiva o de las gigantescas derivaciones del venidero cambio climático. Basta con un par de paisajes, un resplandor entre el sonido de unos gritos desconsolados para saber que la civilización exangüe del filme vaga por un mundo sin futuro.
La colosal grandeza de un texto como el de McCarthy hacía presagiar una labor irrealizable a la hora de concebir una trascripción narrativa y cinematográfica que sostuviera la equidad literaria a esa tortuosa travesía de un padre y su hijo al borde de la inanición a través de áridos e inhóspitos parajes de naturaleza muerta, donde los ríos, como el cielo, son grises y mortecinos, como las propias expectativas de un rumbo hacia costa sureste de Estados Unidos, de un trayecto a ninguna parte. El guionista Joe Penhall consigue trasladar, bajo la batuta visual de un inspirado Hillcoat, ese mundo alegórico sin futuro, haciendo posible la ardua labor de asemejar en pantalla el lenguaje incisivo y minimalista de las descripciones del autor literario, alejándose del vistoso lucimiento de efectos especiales que pudieran restar un ápice de credibilidad y autenticidad al original.
El filme sigue la férrea trayectoria de ese padre e hijo que sobreviven y siguen adelante pese a su improbable éxito, arrastrando sus menguadas adquisiciones en forma de mantas, comida y bebida en un carrito de supermercado. Dentro de esa parquedad de caracteres, se va fraguando la ética y la estética unidas en un vínculo formal y de contenidos arrolladores. ‘La carretera’ sigue como puede, con firmeza y talento, las directrices de esa obra literaria impresionante, de una expresividad y riqueza intensas en su visualización del horizonte sombrío y de incertidumbre. La película no se olvida de ningún detalle, de la descripción nada complaciente de ese padre arisco y pragmático a la hora de proteger a su cachorro, cansado y desconfiado, que no se rinde ante la adversidad y teme cualquier contingencia que incomode su fatal viaje a una esperanza que no existe. En contraposición, el chico, que vive con la esperanza perdida del padre, con la necesidad de creer que no todo el mundo supone una amenaza y que echa de menos el vínculo familiar que han ido perdiendo en su huída, presente en la memoria de esos ‘flashbacks’ que rememoran retazos del mundo antiguo, cuando todavía había perspectivas y éstas se fueron cangrenando por la pérdida de autoconfianza.
‘La carretera’ se fija en esa divergencia del pesimismo del padre y la inocencia del chico, como subterfugio moral frente a la realidad anémica de optimismo. Y mientras, el ser humano es puesto en tela de juicio. La humanidad escindida entre aquellos que mantienen intacta su dignidad como personas y los que se han dejado llevar por los más oscuros instintos ancestrales. El hombre frente a su bestialidad, dibujado esos “malos” que son residuos de una raza humana que practica la antropofagia, volviéndose cruel cazadora de sí misma. El contexto del filme no deja lugar a dudas: el pasado se ha perdido en la memoria como una mentira y no existe ningún porvenir. El destino ha definido su esencia a una circunstancia llevada a una cuestión de vida o muerte, donde aquellos que respeten los valores arraigados a la condición racional podrán seguir subsistiendo como auténticos hombres. El ser humano, puesto en situaciones límites, va descomponiéndose moralmente hasta la deshumanización más brutal.
Es cuando el hombre sin nombre, el padre, llega a un punto de insensibilidad con el prójimo, desconfiado y aleccionando a su pequeño para que llegue al suicidio en caso de máximo peligro, como salvaguardia de su inocencia. Lo cotidiano es un terreno hostil donde cada encuentro con un semejante supone una amenaza. El peligro está a la vuelta de cualquier esquina, detrás de cualquier árbol, acechando en forma humana por llevarse algo a la boca, bien sea desde la sensibilidad del que hurta por comer o en el salvajismo de caníbales que guardan carne fresca humana en un sótano. La carretera es el símbolo de ese peligro, pero también la senda que lleva a una falsa expectativa por encontrar un lugar donde habite gente en concordia. En realidad, el padre no busca una escapatoria real para su hijo, sino una educacional iniciativa de supervivencia, imbuida de unos valores efectivos y afectivos que le valgan para protegerse dentro en el tortuoso orbe devastado, de transferir su resistencia al chico y así hacerle fuerte ante el desastre.
Lo que se niega a ver es que el chico es el único capaz de creer en la bondad, en la compasión y en la libertad. Tanto la obra de McCarthy como la cinta de Hillcoat continúan hablando de la utópica y muy arcaica idea literaria de Faulkner o Beckett acerca de una rebelión del hombre ante una adversidad fatal. ‘La carretera’ no es una tragedia que gire en torno al hambre o la miseria. Ni siquiera sobre el futuro. Su núcleo tampoco se mantiene en esa perspectiva de supervivencia extrema. ‘La carretera’ aboga por escrutar el fondo de los sentimientos humanos. De ahí que sea tan importante ese “fuego interior” que ayuda a no desistir en el duro proceso de sobrevivir. Habla de la razón que supera al oscurantismo, en una pugna en la que impera la fe, la esperanza o el amor. Una oda al paternalismo, a la dureza de la educación y a la sustancia en un ámbito de incomprensión y violencia.
Si bien se echa en falta un punto de emoción, de subrayados sentimentales del padre hacia el hijo, de algo de ternura que vislumbre el amor ciego del progenitor en el planteamiento narrativo de su adaptación fílmica, Hillcoat sabe captar el realismo sucio de la palabras de McCarthy. La identidad visual y el ascetismo se trasladan al celuloide con una puesta en escena de la épica rodeada de podredumbre con un buscado equilibrio de reflexión, evocación y suspense. Como película sabe reflejar con sus agónicas imágenes la introspección del libro, avanzando en su psicología interna, sin renunciar a los matices que arrastran al relato hacia una sórdida profundidad existencialista. ‘La carretera’, como película, se sostiene con un perfecto grado de lirismo sombrío que define ese infecundo paisaje cubierto de ceniza por el que el padre y el hijo encaminan sus pasos en un indefinido éxodo hacia la nada. Nada que objetar a su magnífica adaptación. No olvida el constante tono angustioso, la monotonía hipnótica o el desasosiego fruto de la inteligente utilización de esos sonidos de zozobra y congoja o de algunos golpes de efectos de suspense realmente efectivos.
Sin embargo, hay elementos que culminan en grandeza dentro de sus aciertos. Como es el caso de esa fotografía de Javier Aguirresarobe, digna de aplauso, que logra aturdir con el sobrecogimiento de ese glaucoma frío que enturbia el ambiente, con una utilización de gamas cromáticas oscuras y sombrías, poniendo así en evidencia el intenso deseo de expresar la miseria y los sufrimientos de la humanidad. También ayudan (y de qué manera) las inolvidables aportaciones de un soberbio Viggo Mortensen y el descubrimiento infantil Kodi Smit-McPhe, con sendas interpretaciones materializadas con el alma, con el desgarro tributado a dos personajes que beben de la correspondencia recíproca para alcanzar la superioridad. El elogio queda fuera de toda duda porque sus composiciones van más allá de la desnudez emocional y física.
‘La carretera’ es una de las mejores adaptaciones de una novela al cine que se hayan visto en mucho tiempo. Un drama que acaricia con gran crédito otros géneros que le son afines, como el catastrofista, el terror, el ‘western’ crepuscular, la ‘road movie’ o la ciencia ficción anticipativa. Su melancólico pesimismo, sacudido por una necesidad de creencia alcanzan en su discurso final una metáfora de la vida absolutamente excepcional, por mucho que Hillcoat y Penhall hayan suavizado la fiereza hiriente de McCarthy, deja un sabor agridulce y la certeza de que, en algún momento del futuro, reencontrarse con esta obra convertida, desde el silencio, en una película de culto que ha sabido respetar la esencia de una obra maestra de la literatura. Hasta entonces, quedarán esas últimas palabras del padre al hijo (y viceversa) bajo las conmovedoras notas de Nick Cave y Warren Ellis, dejando caer una lágrima de color ceniza, símbolo de que la bondad y el amor perdurarán por muchos desastres que aniquilen el mundo que conocemos hoy en día.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'Invictus', de Clint Eastwood