lunes, 10 de agosto de 2009

'Up (Up)', de Pete Docter y Bob Peterson

Otro pequeño milagro
La nueva experiencia de Pixar sigue los preceptos estéticos, narrativos y tecnológicos de sus precedentes en una conmovedora aventura que mezcla drama y aventuras para hace comulgar realidad y fantasía.
La cognición con la que la factoría Pixar acomete cada nuevo proyecto se desglosa en dos habilidades bien reconocibles; primera, la correspondiente a la superación técnica, que bordea un nivel gráfico de excelsitud tecnológica (en esta ocasión acoplando a su tecnología la revolución del 3D). Y segunda, y más importante, la impecable trayectoria de la factoría creada por John Lasseter, el detallismo progresivo con el que conforman sus historias, ésas fábulas que obedecen a los designios del corazón más allá de los formulismos o sorpresas que puedan deparar. Después de diez películas, que han ido invariablemente en honesta progresión, ‘Up’ es el nuevo testimonio que encumbra la competitividad de la productora a la hora de espolear la fascinación del espectador, llegando a la ternura y universalidad de sus conceptos narrativos y argumentales por medio de la inteligencia y la sensibilidad.
Por ello, ‘Up’ responde otra vez a las expectativas en una obra que no adultera las reglas básicas que se han ido estableciendo desde ‘Toy Story’, su primera obra maestra. La cinta de Pete Docter y Bob Peterson no defrauda en ése sentido. Estamos así ante una película familiar, cimentada en el cuidado de cada fotograma, de su historia dialéctica, que se muestra al público como una delicia visual donde es tan importante que prevalezca el mensaje de tenue moralina y ejercer como amplio divertimento tanto para los niños como para los adultos.
Siguiendo su particular plasmación de la artesanía cinematográfica, ‘Up’ incide en la idea primigenia de Lasseter y sus acólitos, que no es otra que la de llevar el entretenimiento hasta nuevos límites inexplorados. La historia que se narra es, desde luego, una de las más atípicas de Pixar, un filme insólito y arriesgado desde su propia concepción. Que la pareja protagonista esté formada por un entrañable viejo cascarrabias y un niño ‘boy scout’ algo obeso simbolizan el compromiso con la historia y la libertad con la que se instituyen los proyectos dentro de esta factoría de sueños animadas. Se trata, en el fondo, de una extraña ‘buddie movie’ que devuelve a esos antihéroes cotidianos que lleva utilizando Pixar desde su rotunda irrupción en el género de animación digital. Carl Fredricksen, es un viejo que ha crecido desde su infancia enamorado de su mujer Ellie, con la que comparte un espíritu aventurero confinado a una vida apacible con un sueño común; viajar a las Cataratas Paraíso (que se asemeja al Salto del Ángel, ubicado en el Parque Nacional Canaima, en el estado Bolívar, Venezuela) y emular las hazañas de su ídolo de niñez, Charles Muntz, un popular héroe que viaja en zeppelín hacia tierras incógnitas. Pero cuando está a punto de hacer su sueño realidad, ya es demasiado tarde. Sumido en la soledad de un mundo que evoluciona, que le enfrenta a la modernidad y no entiende de recuerdos y sentimientos, Carl decide volar hacia Sudamerica en su propia casa, arrastrada por los aires por millones de globos, sin saber que, el destino le hará compartir su periplo con Russell, un chaval de ocho años que acude a su casa en busca de una insignia de ‘boy scout’ a la ayuda de los mayores.
La gran secuencia de ‘Up’ (y probablemente una de las mejores de la factoría Pixar y, con convicción, del cine moderno) deviene en una admirable y prodigiosa elipsis que repasa, en unos pocos minutos, una vida de amor y vivencias, de adversidades y sueños comunes que perfilan con asombrosa sencillez las vidas de Carl y Ellie, sin ningún tipo de diálogo ni afectación en su dramático final. Una solemne lección de sobriedad narrativa llena de pasión y melancolía que desprende el romanticismo necesario y cimienta, con pasmosa facilidad, el fundamento de autenticidad que establece de inmediato un vínculo emocional entre el espectador y el mejor personaje de Pixar hasta la fecha. A través de la música del siempre gratificante Michael Giacchino, la fábula cambia de colorido, de derroteros y de género cuando la casa despliega su enorme y colorista motor aerostático de globos, en otro simbolismo de albedrío y fragilidad que personifican al personaje desde ese momento.
Con el público entregado, el filme no tiene muy difícil el reto de llevar sus elementos fantásticos al extremo, de jugar con imposibilidades de guión específicas; como la de que una casa sea elevada por millones de globos, que aparezca un enorme pájaro “gamusino” de plumaje ‘naif’ y aspecto imposible, que haya perros que hablen gracias a un sistema codificador de voz canina o que el ídolo reconvertido en villano debido a su obsesión por el singular ave no haya logrado capturarle durante toda una vida y nuestros héroes sean lo primero que encuentran a su llegada a Sudamérica. Se pasa de este modo a un estrato de acción y aventuras, de cierto convencionalismo, sin perder de vista los conceptos del género.
Hasta ese instante, la cinta de Doctor y Peterson ha logrado comulgar realidad y fantasía, llevándolas a unos términos de magia y poesía visual que, en esta ocasión, se sitúan ligeramente por detrás de las personalidades de sus personajes. Es curioso, no obstante, que Pixar, asumida su supremacía dentro del género manteniéndose fiel a su compromiso con la calidad, haya adoptado el futuro del cine en 3D para ponerlo al servicio de la historia y no al revés. De esta suerte, la empresa pionera dentro del mundo de la animación digital ha utilizado la técnica estereoscópica para destacar algunas secuencias de acción o potenciar visualmente ciertos instantes, pero nunca con abrumando y mareando al espectador con golpes de efecto.
‘Up’ se cierne más a la vena del cine humanista de la productora absorbida por Disney que al simple espectáculo. El retoque moral de los personajes, en el que tanto tiene que ver el guionista Tom McCarthy (director de ‘Station Agent’ y ‘The Visitor’) y la gnosis guionística de sus directores, originan el efecto de combinación de sentimientos y valores que dan como consecuencia una envidiable armonía sus elementos. El desarrollo del relato, como en todas las cintas de Pixar, bordean lo tópico, es cierto, pero también lo es que evitan caer en el exhibicionismo dentro del drama, la acción o la aventura con una astucia envidiable. Sólo así una película de fondo adulto, que explora la aceptación y superación de la pérdida de un ser querido y la necesidad de renunciar a los recuerdos y los sueños truncados de una vida para poder seguir adelante, puede oscilar hacia la aventura sin complejos, volando más allá de los límites de la imaginación, para que Carl, acompañado por un niño repipi e inocente, pueda hacer realidad sus fantasías infantiles en otra de esas bienquistas historias de superación y empeño que albergan instantes de verdadera fuerza nostálgica.
‘Up’ además compone un discurso de esperanza y vida, cuando el cuaderno de bitácora de Ellie, que debía haberse llenado de aventuras y viajes, depara una sorpresa aleccionadora fundamentada en esos pequeños momentos de aburrimiento que son más importantes que las grandes aventuras, como los que Russell recuerda junto a su padre contando los coches rojos y azules mientras comían helado. Retazos de vida que son los que se echan de menos, los que conforman una verdadera aventura. La misma que Carl ha mantenido en su vida en común con Ellie. Es primordial equiparar la esencia de la imagen heroica extraída de ‘El Mundo Perdido’, de Conan Doyle, desnudando con gran facilidad la idolatría para revelar a la gente que uno muchas veces admira en auténticos enemigos como el hecho de valorar el discurso, su mensaje emotivo sobre la condición humana en la relación paternofilial de Carl y Russell que llena sus respectivos vacíos.
‘Up’ juega a trascender el mundo de la animación exhibiendo una esencia cinematográficamente incorruptible. Y aunque haya algunas películas de la factoría Pixar que puedan estar por encima o por debajo de los preceptos cualitativos de esta nueva aventura en 3D, se equipara a sus antecedentes con la concesión de un virtuosismo épico entronizado en la acción del viaje a un mundo ajeno lleno de peligros y sorpresas. Inteligente y cordial, pero sobre todo conmovedora, la nueva cinta de Pixar vuelve a consolidarse en otro pequeño milagro capaz de proseguir con su genuina exquisitez con una narrativa donde lo técnico y estético se funden al amparo de personajes inolvidables.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'Asalto al tren Pelham 123', de Tony Scott

viernes, 7 de agosto de 2009

Fallece uno de los padres del cine de los 80, John Hughes

1950-2009
La vida cinematográfica de muchos adolescentes que pertenecieron a la década de los 80, que vivieron el cine como parte de su vida y aprendizaje a través del celuloide o que, simplemente, recuerdan alguno de los títulos que componen su legendaria (y poco prolífica) filmografía lo comprenderán. El hecho de que John Hughes nos haya dejado es un triste suceso. Se quiera o no. Quizá no tanto como algunas glorias musicales que marcaron con su legado un pináculo difícil de superar, pero sí dejará en el recuerdo un puñado de títulos como testamento a recordar como parte nostálgica de una época que ya echamos de menos con un pesar adulto que da hasta mal rollo. Hablar de John Hughes no es sólo precisar los conceptos del cine ‘teen’ o juvenil en su genealogía primigenia, de su inocente lógica a la hora de exponer factores y problemáticas comunes a la juventud más de ayer que a la de hoy.
Puede que sus mejores obras, ‘El club de los cinco’, ‘Todo en un día’, ‘Mejor solo que mal acompañado’, ‘Solos con nuestro tío’, producciones como ‘La chica de rosa’, ‘¡S.O.S.! Ya es Navidad’, parte de la saga de ‘Solo en casa’ y algún puñado de títulos como guionista no pasarán como emblema catedralicio del cine, obviamente, pero sí serán recordados con cierto cariño por algún adulto con añoranza de una tipología genérica que ahora se está volviendo a poner de moda, pero sin el carisma y la distinción con la que, sobre todo en su primera etapa, supo conferir este hombre que hoy pasa a formar parte del extenso obituario de Hollywood. Y debe hacerlo por la puerta grande. Porque Hughes es el padre de muchas comedias que son y seguirán siendo parte de la historia del género, un espejo en el que contemplarse.
Echando un vistazo a su filmografía, quizá no se reconozca, a priori, su importancia. Eso sí, los que sabemos la significación de su cine en nuestra educación fílmica, en el recuerdo que evocan algunos de sus filmes, hoy nos entristecemos de la pérdida de este cineasta y guionista que merece un hueco destacado ya no en la Historia del Cine, que algunos considerarán, erróneamente, desbordada, si no en la huella que dejó en una época lejana, ya perdida, que muchos echamos de menos en la actualidad. Hablar de John Hughes es hablar de Cine de los 80. Y eso, para algunos, simboliza demasiado como pasar por alto el fallecimiento de uno de sus más ilustres abanderados.
Me voy a ver ahora mismo ‘El club de los cinco’, como homenaje a este creador de realidades juveniles que, por mucho que pasen los años, seguirán vigentes en la memoria.
D.E.P.

miércoles, 5 de agosto de 2009

La noche evocada

"La desembocadura estaba bloqueada por un negro cúmulo de nubes, el apacible canalizo que conducía a los más remotos rincones de la tierra fluía sombrío bajo un cielo cubierto; parecía conducir hacia el corazón de una inmensa oscuridad".

lunes, 3 de agosto de 2009

Del 'surf' al abismo

Desde la inexperiencia, la frase “pillar una ola” es una expresión aleatoria que uno utiliza ninguna o muy pocas veces en la vida. En la jerga ‘surfera’ es mucho más común y tiene más relación con el hecho de sostenerse a una experiencia espiritual que a una expresión playera o deportiva. El equilibrio, la habilidad conjugada con la agilidad y la coordinación acontecen en elementos necesarios a la hora de adentrarse en una ola, donde la tabla es la extensión del cuerpo, asiendo los pies de la voluntad y el conocimiento para deslizarse por el mar. El surf reúne máximas y preceptos vitales, los mismos que en la vida hacen sortear las dificultades que se acometen como si de una ola sinuosa se tratara. Esta pasada semana he podido vivir de cerca mi primer contacto con esta filosofía adictiva, con los primeros escarceos sobre una tabla en nexo con el oleaje, con esa sensación de libertad, de cercanía con los elementos y de la devoción hacia un estilo de vida náutico y apasionado. En la hermosa playa de San Lorenzo, con un monitor de enfatizada cognición en varios temas existenciales y fílmicos que van más allá del surf como es nuestro grandísimo amigo Jim-Box y con la compañía en el oleaje de amistad y fraternidad de Iván Sáinz-Pardo, se sucedieron a lo largo de una tarde todo tipo de anécdotas y sensaciones comunes sobre una tabla de surf. No puedo considerarme ‘surfista’ o ‘surfero’, pero sí como un entusiasta neófito que, a buen seguro, seguirá los dogmas de esta doctrina inexplicable. Pronto, muy pronto, regresaré a impregnarme de esos ‘take off’ iniciales, de los primeros ‘bottom turns’ y quién sabe si algún ‘cut back’ o un improvisado ‘Snap’.
Han sido unos días de asueto marcados por la belleza natural de un entorno envidiable como es Asturias, tierra enraizada en la belleza de sus parajes, en la gastronomía suculenta y tradicional, en su fusión de espiritualidad y naturaleza. Siempre acompañado de Myrian e Iván, en varias ocasiones con Jimmy, éste ha sido uno de esos improvisados viajes perdurables en la memoria común, que eluden y dejan a un lado las problemáticas presentes y venideras en las que es mejor no pensar. Asturias es el marco ideal para aparcar contrariedades y fundirse, una vez más, en un espacio donde las playas, calas y acantilados se ensamblan con los conjuntos dunares, yacimientos jurásicos, paisajes protegidos y monumentos arquitectónicos y sobre todo naturales. La conciliación cantábrica ha quedado atrás para volver a la gris rutina. Es el habitual contexto al que somete la vuelta de las vacaciones. El regreso al abismo, ésta vez con una connotación más cercana a su significado práctico.

lunes, 27 de julio de 2009

Sexploitation World

Aquí os dejo una dirección donde podréis encontrar una galería dedicada a algunos de los posters pertenecientes al movimiento de las 'cheeky movies' (algo así como películas descaradas), que vienen a ser un equivalente de las películas que en España fueron calificadas 'S' a finales de los 70, el género admitido socialmente por todos los aperturistas a la libertad del momento y broquel visual del onanista recalcitrante más característico de la transición española.
Con esto me despido hasta la semana que viene, que es hora de un pequeño relax estival, de verano, de esos que tan bien sientan al cuerpo.

Segundo Tour de Contador

En un ambiente de polémica, desestabilizado por las continuas provocaciones de un equipo fragmentado por la incoherencia y caprichos de un antiguo líder como Armstrong, Alberto Contador ha dado otra victoria final del Tour de Francia a los aficionados a un deporte que subsiste a controversias y férreos controles antidopaje. Ha ganado solo, sin la totalidad del apoyo de sus compañeros y el desentendimiento del director del equipo Johan Bruyneel, abandonado en muchos de los finales de etapa por el Astana a la suerte de su regreso al hotel.
Ni la guerra psicológica ni la dureza de una carrera tan prestigiosa como el Tour han sido impedimentos para que Contador se haya llevado su segunda victoria en la ronda gala con una facilidad pasmosa, demostrando en todo momento quién y porqué es el mejor corredor en activo que está capacitado y con futuro para seguir escribiendo su historia en el ciclismo con letras de oro y victorias tan rotundas como la vivida este último mes.

jueves, 23 de julio de 2009

Review 'Brüno (Brüno)'

Otra ración de humor ‘hardcore’ y kamikaze
Al igual que ‘Borat’, ‘Brüno’ se presenta como una experiencia extrema que no conoce los límites morales de lo políticamente correcto para reflexionar sobre la hipocresía social que rodea a la sociedad moderna.
El humor radical que fomenta, de forma pervertida y sin límites, Sacha Baron Cohen no es apto para todos los públicos. De hecho, sus ejercicios de provocación, subversivos, desvergonzados y siempre con un toque un poco zafio, pueden llegar a ser molestos para según qué espectadores poco curtidos en adentrarse en esta suerte de ‘performances’ que utilizan la manipulación de la realidad como vía para la denuncia social por medio de la comedia más extrema. Si con ‘Borat’, el cómico británico, siempre absorbido por sus personajes, realizaba una cruel parodia de la visión tercermundista del norteamericano ante los países que considera subdesarrollados para patentizar la desmedida incultura encubierta en la absurda y elitista prepotencia con la que Estados Unidos mira al resto del mundo, en ‘Brüno’ la línea es similar en sus conceptos y propósitos. Baron Cohen utiliza así un humor sarcástico e inmediato, que va en contra de cualquier convención social en busca de una consecuencia tajante, como es el humor que deriva de la crítica social, jugando la indiscreción, dinamitando los códigos éticos para ofrecer de este modo un pendenciero análisis sociológico sobre los defectos y los artificios que constituyen los principios morales de la sociedad actual.
Brüno es un reportero de moda austriaco muy homosexual y libertino que ve cómo, de la noche a la mañana, es despedido de su programa de máxima audiencia tras ser expulsado de un desfile de modelos enmarcado dentro la semana de la moda de Milán por lucir un traje de velcro. Inmerso en las listas negras europeas de la fama, decide triunfar en Los Angeles, donde el ex fenómeno sigue las pautas y claves que se utilizan en Estados Unidos para poder ayudarle a convertirse en una fulminante estrella. El insurrecto cineasta Larry Charles y Baron Cohen siguen los criterios de ‘Borat’, en su definición de falso documental, donde la realidad y la ficción, de ‘cámara oculta’ y el guión se mezclan en función de un recorrido que desprende un pretendido feísmo que persigue las reacciones de sus víctimas con unos contextos de verismo muy adecuados a las exigencias provocativas de sus creadores. ‘Brüno’ corre el riesgo de incapacitar su insolencia en la repetición del formulismo de su anterior cinta, pero lo cierto es que, a la hora de llevar a cabo este ensayo análogo, nadie vuelve a quedar fuera del sarcasmo y la parodia subversiva, de las intenciones de ridiculizar los estereotipos expuestos por parte de Brüno.
El mundo de la moda es una excusa con la que iniciar el periplo de invectivas. Las bambalinas y la pasarela son estereotipadas con demasiada facilidad en las estúpidas palabras de una supermodelo que asiente ante las acometidas de Cohen, que en seguida entra a provocar al espectador con lo que realmente les interesa, que es llevar a cabo una crítica brutal a la fama efímera y los métodos para conseguirla. Por eso, a muchos escandalizará la inicial sodomía rutinaria de sexo desenfrenado y llevado al paroxismo de Brüno y su amante pigmeo en una imposible suerte de posturas de penetración anal dignas del puro ‘cartoon’ para adultos que ver, en un momento del filme, a unos aterradores padres negligentes que son capaces de poner en peligro la vida sus hijos pequeños con tal de que conseguirles un trabajo como modelos o actores en cualquier campaña. En un doble juego, Charles y Baron Cohen se divierten y hacen divertir con esa confrontación exagerada entre los tabúes del sexo confrontada con la hipocresía social.
Pese a las correrías sexuales explícitas de Brüno, para el que todo este tipo de actividades es lo más normal del mundo, Hollywood se muestra como deleznable cosmos de agentes retrógrados y ambiciosos, de asesores que se dedican a orientar a los famosos sobre las causas humanitarias que están de moda, de ‘médiums’ para famosos que escuchan lo que las estrellas quieren oír (impagable la escena de mímica con la felación imaginaria del protagonista al malogrado Rob Pilatus, de los Milli Vanilli). Es una forma desdibujada de altruismo público, donde figuras del mundo del espectáculo venden su imagen de falsedad filantrópica con el único objetivo de acaparar las páginas de revistas. De ahí que Brüno quiera poner paz y abrir el diálogo entre judíos y palestinos, consiguiendo en apenas unas secuencias de encuentros con representantes de los diversos estratos políticos y religiosos hacer ver la caricaturesca evolución de los fundamentalismos islámicos.
Por si fuera poco, Baron Cohen lleva el desafío de incitar a la polémica paseando por las calles de Jerusalén con pantalones ajustados y cortos, escarneciendo la vestimenta de los judíos ortodoxos y levantando la ira de los viandantes que quieren agredirle. Es la estrategia de ‘Brüno’. Su humor puede percibirse, de una forma errónea, como la búsqueda del altercado fácil, de la polémica estúpida que utiliza mecanismos y argumentos grotescos para lograr su propósito, pero lo cierto es que, dentro del entramado de situaciones absurdas, sus creadores llevan las bromas y entrevistas hasta el extremo, bien sea con interlocutores puestos en ridículo por la superioridad del interrogante que manipula al interlocutor, como de aquéllos que se dan cuenta del juego y reaccionan de formas inesperadas, como en esa impagable entrevista a Ayman Abu Aita, uno de los jefes del grupo extremista al-Aqsa Martyrs, al que le suelta que Osama Bin Ladem parece “un mago sucio y un Santa Claus sin techo”.
‘Brüno’ aprovecha cualquier excusa para someter la realidad a un escarnio de sarcasmo y abusos de toda índole. Así, como en ‘Borat’, las desventuras del supermodelo austriaco se transforman en un viaje al lado más genuino de la América Profunda. Es cuando Baron Cohen se sumerge de nuevo en cúmulo de manifestaciones de intransigencia y provincianismo símbolo del ‘white trash’ yanqui; desde esos afroamericanos enardecidos por el ingenio cabrón de Cohen en una demostración de vacuidad televisiva de este tipo de ‘shows’, así como la apática hombría de unos cazadores plenamente ‘rednecks’, la bravata de entrevista y acoso sexual que le marca al congresista de Texas y ex candidato a presidente norteamericano Ron Paul o el hilarante ‘set piece’ que tiene lugar en una reunión de ‘swingers’ en el que hombres y mujeres se reúnen en cabañas para llevar a cabo un cambio de parejas para sus relaciones sexuales.
Pero lo que más interesa es ir destapando la esencia del manifiesto ácido y corrosivo que pone contra el paredón a los homofóbicos. Cuando entra en juego la clave del filme, en la búsqueda de encontrar la heterosexualidad, al igual que estrellas como John Travolta, Tom Cruise y Kevin Space, que han logrado difuminar su supuesta homosexualidad excluyendo públicamente la condición de ‘gay’ de sus vidas. Cierto es que ‘Brüno’ muestra en ocasiones la homosexualidad como un mundo de perversión y el exceso, pero únicamente lo hace para ejemplificar que los tabús sobre el sexo delimitan en muchas ocasiones la libertad de las personas.
Sólo así es posible que existan predicadores que siguen la palabra de Jesús que aseguran poder curar la homosexualidad, clases de autodefensa contra algún gay que pudiera atacar con vibradores multirraciales o la humillación marcial en ese campamento militar de candidatos en Alabama. Hasta llegar a ése punto álgido del filme, cuando pasados unos meses, Brüno se ha reconvertido en Dave “El hetero”, un macho que hace chistes sobre ‘gays’ en un ‘Blue Collar Brawlin’, evento que une lucha libre, cerveza barata y varios inmoderados homófonos de Arkansas para acabar con una antológica secuencia romántica y homosexual por parte de dos hombres besándose en un ring al son de ‘My Heart Will Go On’, de Celine Dion. Como era de esperar, el hecho levanta la cólera de unos espectadores con rostros desencajados, que gritan y blasfeman y arrojan sillas al cuadrilátero. Es el mejor ejemplo del violento prejuicio que sigue suscitando un tema que debería estar superado y que evidencia la intransigencia que prospera de modo solapado en el seno de la modernidad, donde el prejuicio y la ignorancia afectan sobremanera a nuestra sociedad.
‘Brüno’, al igual que hacía ‘Borat’, enfrenta al mundo desarrollado a verse reflejado en un espejo donde la falsa tolerancia se escuda en una aparente democracia artificialmente laica, pero que encubre la impostura de las relaciones sociales y pierde el sentido de comprensión e indulgencia. Es la consecuencia de la imbecilidad mediática, de la doble moral que se exterioriza en forma de buenos modales, pero que hace pensar en el tipo de sociedad infectada que sigue perviviendo dentro lo políticamente correcto. La utilización del ridículo y los mecanismos de irritación y provocación por parte de Sacha Baron Cohen y Larry Charles pueden resultar descompensados (que a veces lo son –y mucho-), vulgares, soeces, escandalosos y fuera de lugar, pero lo cierto es que sus provocaciones de efectos inmediatos provocan en el público sentimientos de incredulidad o rechazo, pero también de entendimiento y diversión.
El humor ‘hardcore’ y kamikaze de esta nueva experiencia extrema no conoce los límites morales de lo políticamente correcto y más allá de la gamberrada cáustica, de la exhibición de humor descontrolado, ‘Brüno’ se presenta como una comedia inteligente y hábil, pero, cómo se decía en el inicio, no apta para todos los públicos.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW:'Up', de Pete Docter.

lunes, 20 de julio de 2009

El hombre en la luna, 40 años después

Hoy se cumplen cuarenta años desde que Neil Armstrong, Edwin “Buzz” Aldrin y Michael Collins culminaran lo que el presidente JFK definió como “la aventura más grande y peligrosa en la que jamás se ha embarcado el ser humano”. La nave espacial Apollo 11 hacía su alunizaje en lo cerca del sur del ‘Mare Tranquilitatis’. Desde Observatorio Parkes (Australia) el evento se retransmitió a todo el mundo, que observó cómo Armstrong pisaba por primera vez la Luna y dejaba la célebre frase para la Historia: “Un pequeño paso para el hombre y gran salto para la Humanidad”. La gesta se transformó, automáticamente, en el acontecimiento más trascendental de la época y uno de los momentos televisivos más esperados y seguidos de todos los tiempos. Todo era admiración y popularidad para un evento que marcó a todos aquéllos que asistieron atónitos por medio de la televisión a la proeza espacial americana. Sin embargo, con el paso del tiempo las dudas se han ido haciendo evidentes y el escepticismo ha crecido hasta negar su autenticidad, asegurando que lo que millones de espectadores siguieron en la tele fue un montaje promovido por la NASA con el fin de mostrar su superioridad en la carrera espacial frente a los soviéticos y no perder su importante concurso en el presupuesto nacional entregado a sus investigaciones.
Hoy en día, el 94% de los americanos tiene dudas sobre la credibilidad del alunizaje del Apolo 11. En el filme ‘A Funny Thing Happened On the Way To the Moon’, de Bart Sibrel (al que Aldrin cruzó la cara por sus persistentes provocaciones), se recapitulan varias evidencias de la falsificación del aterrizaje. También se conjetura sobre la figura de Stanley Kubrick como posible director de la escenificación en un ‘set’ a las afueras de Londres, donde hubiera tenido lugar el rodaje de las escenas en el documental ‘Opération lune’, de William Karen. Ambos podrían entrar de lleno en el ‘falso documental’, pero lo cierto es que existe una diatriba histórica sobre lo que sucedió en aquel 20 de julio de 1969 ¿Realmente el hombre ha estado en la luna alguna vez o es sólo una gran mentira histórica? Tanto con una respuesta afirmativa como con una negativa, nadie puede poner en duda el alcance y la magnitud de un evento pasó a los fastos de la Historia de la Humanidad. Y hoy el Mundo celebra la conmemoración de la aventura del Apolo 11.
En la excelente web Microsiervos llevan algunos días rememorando la historia de la nave de la NASA.
Alguna información conspiratoria en The Faked Apollo Landings, Moonmovie o en Wikipedia (Acusaciones de falsificación en los alunizajes del Programa Apolo).

viernes, 17 de julio de 2009

Review '¿Hacemos una porno? (Zack and Miri make a porno)'

La decrepitud fílmica de un viejo talento
El último filme de Kevin Smith deja claro que su evolución ha ido depreciándose, pretendiendo unir las dos perspectivas de su cine; el fresco urbano malhablado y la edulcorada comedia sensiblera.
En la mitad de los 90, desde su ópera prima (y a la postre mejor película de su filmografía -y a título personal una de mis películas favoritas-) ‘Clerks’, Kevin Smith pasó con una pastosidad asombrosa de definir una nueva generación de comedia americana con gusto por la insurrección, la originalidad, el atrevimiento o la mordacidad directamente a la nada, al vacío de talento e ideas, dejando en el camino ese fondo argumental sobre subrepticios juegos de preguntas y respuestas e hipótesis indubitables acerca del amor, la amistad y la sexualidad. Smith fue decayendo paulatinamente en un insípido caldo de autoreferencias onanistas que, sin olvidar la hoy apreciables ‘Mallrats’ o ‘Persiguiendo a Amy’, aseguraron su calimotosa evolución para tocar fondo en ‘La chica de Jersey’, infumable melodrama romántico y familiar que destapó al verdadero Kevin Smith.
El rebelde contestatario se había convertido en un ascético sentimentaloide que ha utilizado, en gran medida, sus armas de provocación escondiendo un mensaje didáctico o moraleja más o menos ilustrativa. Por supuesto, después del batacazo tanto comercial como crítico de la cinta protagonizada por Ben Affleck y Liv Tyler, Smith optó por volver a la guerrilla del cine más sedicioso, a sus antihéroes de la contracultura, con la secuela de ‘Clerks’. Sin embargo, el cine de Smith se había quedado anticuado, ya que su tentativa era sólo una excusa indefectible por la necesidad de recobrar forzadamente la esencia de aquélla pequeña película que descubrió a irrepetibles personajes como Dante, Randall, Jay y Bob “El silencioso”.
Su nuevo trabajo no es diferente. La historia nos presenta a una pareja de amigos, interpretados por Seth Rogen y Elizabeth Banks, que comparten gastos de piso, amistad y complicidad, sin evitar que las deudas y la crisis empiecen a hacer mella en su día a día. Viendo que no pueden hacer frente a tanto problema económico, hasta el extremo de no poder pagar la luz o el agua, maquinan una idea descabellada para la salida de sus problemas. Se les ocurre un modo de obtener dinero fácil: rodar una película porno para colgarla en Internet. ‘¿Hacemos una porno?’ pretende, sin suerte, reunir ambas perspectivas del cine de Smith. Por un lado, el fresco urbano donde no falta la alusión a los genitales, ‘gags’ sobre todo tipo de locuras ‘freaks’ y palabras malsonantes embutidas en diálogos que han perdido su brillantez, pero que albergan cierta nostalgia gamberra y, por otro, la más edulcorada comedia romántica de libro, pródiga en desaborida cursilería endulzada por una infame y patética congoja sensiblería.
Si echamos un vistazo atrás, la filmografía de Smith ha estado poblada por pequeños ‘losers’ que oscilan entre la inmadurez y la admisión de su edad, inmersos en un mundo cerrado que se hace abismal con la presencia de un problema “de adultos”. Obviamente, aquí sigue la misma línea. Lo que pasa es que hoy en día parece haber perdido su voluntad narrativa, aquélla que transgredía con su provocación y se salía de las normas del género al que estaba sujeto. Por eso, ahora Kevin Smith, aunque siga inmerso en cruzadas de confrontación entra la inmadurez y la aceptación del compromiso, se acerca descaradamente a la nueva comedia americana abanderada por Judd Apatow, primero con la sustitución de su actor fetiche Ben Affleck por el ubicuo Seth Rogen, con la intención comercial de asumir dócilmente las reglas de un juego actual del que él mismo fuera hace tiempo uno de sus genuinos innovadores que perdieron la oportunidad de ir escalando en un género que se le quedó grande o no supo crecer dentro de él, como sus propios personajes.
Se evidencia en ‘¿Hacemos una porno?’ una redundancia de lo peor del cine de Smith, en su aparente interés de sinopsis que crea expectativas con un formulismo de desprejuicio y diálogos que se reblandecen rápidamente con la vena emotiva y delicada de su desarrollo romántico de amores imprevistos y deliberaciones idealistas sobre la persona amada. Dicho de otro modo y claramente; Smith no tiene los huevos suficientes para capear con la actitud más socarrona del mal gusto y llevarlo hasta el extremo como hace con su historia de amor. Por mucho que se diga 200 veces la palabra “fuck”, que quiera aparentar un desprejuicio en su sarcasmo, a Kevin Smith le pesa demasiado su gusto por el olor a golosina, su apego a un guión que va de cabeza a la moraleja adoctrinadora con una previsibilidad insultante.
Lo que en sus principios era simplicidad y desparpajo se ha convertido en un forzado signo por resultar gracioso, de provocación sin sustancia, doblegando la estructura y la temática a una comodidad que evita cualquier riesgo. El cine de Smith se ha convertido una flatulencia sonora que aspira a invitar a unas risas, pero que se tira sin ganas, afogonada en su propio convencionalismo. El reciclaje del universo de su director ha terminado por fagocitarle y transformar su cine en continuo bucle donde tiene tantísimo peso la figura de John Hughes, las alusiones a su idolatrada saga ‘Star Wars’ (aquí en una previsible chanza con el título de ‘La guarra de las galaxias’) o sus ingeniosos pero efímeros monólogos sobre los cómics (en concreto Superman y su imposibilidad de mantener una relación sexual plena con Lois Lane).
Esa perpetua dependencia de una pareja predestinados a estar junto pero que no quieren o no pueden decírselo por miedo a cambiar las cosas sigue siendo la losa que aplasta lo mejor de esta cinta, que no es otra cosa que secundarios extraídos directamente de una película contemporánea de John Waters y que ejecutan su libertad dentro de un cine malhablado y sedicioso, fundamentalmente porque aquí hay autolimitaciones impuestas por el lado más comedido y conservador del director de ‘Mallarats’. Y es una pena, porque los personajes de Jason Mewes (que se sale en esa exposición de la ‘paja recíproca’ sin tocarse), Jeff Anderson, Craig Robinson, Ricky Mabe y dos estrellas del porno; una de hoy, Katie Morgan, otro icono de ayer, Traci Lords, podrían haber aportado mucho más el hecho presencial de sus papeles.
Cuando todo es aburrido y el producto se consolida en un filme sumamente fláccido, poco imaginativo y rotundamente convencional. Incluso se desperdicia la idea de ése subtexto autobiográfico sobre lo difícil que supone sacar una película de bajo presupuesto que lleva los protagonistas a utilizar el lugar de trabajo como improvisado ‘set’ y no tener final para la película por falta de presupuesto. Tal y como sucedió con ‘Clerks’.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'Brüno', de Larry Charles:

jueves, 16 de julio de 2009

El odio y la espera

Ayer por la mañana aproveché mi asumida vida de entropía y desorganización, para involucrarme en el mundo real una vez más. Primero, yendo a las oficinas del INEM, que en Castilla y León ahora se llama ECyL, como si fuera más sofisticado y moderno. Después, a renovar el D.N.I., la matrícula y número asignado para diferenciar a un individuo de la masa gris con la que uno se cruza a diario por la calle o espera las largas colas en ambas oficinas. Es curioso observar los rostros de la gente en estas mañanas de verano anodinas, de personas como yo, sin empleo, que asumen sus desengaños y decepciones esperando que le sellen un papel trimestralmente sin esperanza para una escapatoria real a sus problemas. El olor a sudor, el aroma a perfume, incluso a vino, crea una extraña miscelánea cuando se articula a la sensación de desánimo por parte de la concurrencia.
Es como una distopía que hermana a un grupo de desafortunados esperando su turno para recibir la aprobación y consentimiento de un mes más de mínima paga estatal, amenazada siempre por el temor de no llegar a tiempo, por pasarse de los límites establecidos, de que sea el último mes. Hay gente que pide con antelación el citado sello porque asegura que tiene que irse de vacaciones y no puede asistir el día señalado. Una mueca de ironía se deja ver en varias personas de la cola, puesto que es algo ilógico cuando se presume que el arduo panorama laboral está intrincándose a medida que pasa el tiempo como para tomarse unos días de asueto fuera de la ciudad. Otros, resignados, entregan el papel en silencio, reflexionando en diversos temas relacionados o no con el asunto.
Somos rostros apagados, desapacibles, que se van encendiendo hacia la furia cuanto más espera n, cuanto más calor hace. Las largas colas involuntarias reúnen bajo su estructura grandes dosis de odio. Tampoco es muy diferente en la cola para renovar el D.N.I. o pasaporte.
La inutilidad institucional ha creado un nuevo concepto internauta en una web paupérrima. Lo dan en llamar “Conexión al Sistema de Cita Previa”, donde cualquier usuario puede elegir la hora a la que asistir para ahorrarse la eterna espera. Sin embargo, algo falla, porque las colas siguen siendo eternas e inacabables. El sopor se acumula sin aire acondicionado. Las mujeres se abanican acaloradas por el clima, pero poco a poco, lo hacen porque el ambiente se enrarece, se llena de una aversión insostenible por la dilación, por el alargamiento insultante de esos “pocos minutos” que reza el cartel de las supuestas novedades informáticas que la Policía ha puesto al servicio del ciudadano, pero que no surgen efecto. El concepto “en el acto” no tiene cabida en esta mejora. Hasta que una señora de pelo mal teñido estalla y arremete contra un agente del orden barrigón y con bigote al que uno imagina resentido con la antojadiza jerarquía que le ha arrojado a una rutina de nombres y papeles, de explicaciones y reproches. Seguro que le gustaría estar poniendo multas, patrullando la ciudad, cortando alguna calle como parte de organización de alguna fiesta de barrio o simplemente delante de un ordenador, sin hacer nada.
El veterano policía se encara con la mujer y le recrimina su actitud beligerante. Ella insiste en el mal funcionamiento del sistema. El hombre es tajante: “Siguiente”, grita enojado. “Miguel Ángel Re… Ref”. Antes de que pueda acabar, porque el pobre hombre se ha liado con un apellido que no es ni García, ni Martínez, ni Gómez… -no puedo pedir más, es policía-, me apresuro a decir: “Soy yo…”. Lo hago con energía y sarcasmo, divirtiéndome con la situación, disfrutando con la hostilidad colectiva que se respira. Y paso ante la mirada de animadversión de ambos, con un simpático giño que no parece hacerles mucha gracia; ni al policía, que lleva una 9 mm. en la cartuchera, ni a la señora, a la que descubro una cara bastante patética con gesto de resquemor. Una vez tramitado el documento, de abonar los 10 euros por la renovación, de esperar durante una hora en cada uno de los sitios y de zanjar tanta burocracia, abandono la comisaría habiendo experimentado otra de esas sensaciones de realidad asfixiante. Unos metros más allá, vuelvo a la burbuja de entelequia que supone entrar en un bar, beber una cerveza y comer un pincho moruno. Es decir, desconectar del mundo.