martes, 16 de junio de 2009

Holanda City Zapping, 'trainacting' artístico

La emprendedora productora E-Magic Films ha lanzado una peculiar campaña para la Oficina de Turismo de Holanda con el fin de impulsar en España lo que se ha dado en llamar Holanda City Zapping, el nombre del viral que promociona la combinación de trenes que recorre las ciudades neerlandesas de Ámsterdam, Utrech, La Haya, Deft, Eindhoven, Deltf y Rótterdam. Una apuesta turística que invita a recorrer en tren parte de los Países Bajos y da conocer su cultura mediante un inteligente e imaginativo ‘spot’ realizado por Miguel Larraya que se inscribe en un género en boga: el ‘trainacting’. Estas piezas consisten en la ejecución de pequeños montajes organizados entre dos estaciones de metro, aprovechando con rapidez el poco tiempo de ejecución de las composiciones artísticas, montando y desmontando toda la representación en un breve periodo de tiempo. En este caso, el vagón se convierte de manera espectacular en la célebre obra ‘El dormitorio de Arles’, de Vincent Van Gogh, genuino icono del país.
Una coreografía inmediata, un grupo de elementos dispuestos para crear un ingenioso juego de perspectivas y un tempo medido y diligente convierten la pieza en una pequeña obra de arte visual y homenaje al país del “loco del pelo rojo”. El vídeo ha exprimido a la perfección las virtudes de la cámara EOS 5D Mark II, que ofrece extraordinarias prestaciones en una cámara de fotograma completo al disponer de grabación de vídeo Full HD. La productora de Amable Pérez y Rubén Sánchez Nieto expone así su habitual pulso para las creaciones de talento tanto publicitarias como fílmicas. Una campaña que ha utilizado también la ubicua red social de Facebook para promocionar su producto e invita al visitante a participar en el sorteo de un viaje a Holanda para 10 personas con sólo confirmar asistencia al evento en el perfil de la Oficina de Turismo de Holanda. Hoy es el último día para formar parte del sorteo, así que date prisa.
Aquí el ‘making of’ del vídeo.

lunes, 15 de junio de 2009

Los Lakers y Pau Gasol campeones de la NBA '09

Esta pasada madrugada sirvió para consolidar a Pau Gasol como el mejor jugador de baloncesto español de todos los tiempos. Los Ángeles Lakers volvieron a congregar la magia del baloncesto para, después de siete años de sequía, alcanzar el que supone el decimoquinto título de la franquicia angelina. Gasol ha escrito así su nombre con letras de oro dentro de la NBA, con un estilo de juego infranqueable, en constante evolución, tenaz y ambicioso, con una visión de juego que va almacenando experiencia y ha ido progresando de una forma geométrica y exponencial.
Gasol se ha ido adaptando a las exigencias de los dos equipos en los que ha participado dentro de la NBA; primero como estrella de un equipo pequeño como los Grizzlies y ahora como poderosa piedra angular de ese coloso del basket que son los Lakers. Sin él, el equipo de Phil Jackson no hubiera conseguido esta importante gesta. Por mucho que Kobe Bryant sea la figura que marca las diferencias, el ímpetu y el juego de Gasol se han hecho imprescindibles dentro del sistema de un entrenador con diez anillos de campeón a sus espaldas (superando así el imposible registro de Red Auerbach). Gasol ha sabido demostrar también cómo y de qué manera se puede anular la capacidad ofensiva de un mamotreto de envergadura como Dwight Howard, parte importante de ese rotundo 4-1 que los Lakers le han endosado a los Magic después de ese marcador de 86-99 que quedará en la memoria colectiva por simbolizar la gloria de uno de los deportistas más importantes que ha tenido este país.
Ya nadie se acuerda de la decepción del año pasado contra los Boston Celtics. Es el momento de disfrutar de la victoria, de aplaudir al nuevo campeón, a los nuevos ídolos del baloncesto. Es el momento de disfrutar del éxito de un soñador entusiasta y luchador que ha conseguido el sueño más importante de la vida de un jugador de élite.

domingo, 14 de junio de 2009

Absurda suma de parecidos (VIII)

Hace más de dos años que esta sección, otrora más activa e imaginativa, permanece desactualizada, por lo que era hora de volver a darle un pequeño hueco en este domingo de calor y sopor. Para la ocasión tenemos esa suma entre el actor Andrés Pajares, el futbolista Dani Güiza y el cantante Antonio Orozco.

domingo, 7 de junio de 2009

Review 'El milagro de Henry Poole (Henry Poole is here)'

Agnosticismo independiente y de periferia
El filme de Mark Wellington es un autocomplaciente drama con toques cómicos que enfrenta la incredulidad pesimista a la necesidad de la Fe y la creencia sobrenatural.
A priori, una película como ‘El milagro de Henry Poole’ debería ser una sugerente fábula visual de gran empaque debido, en gran parte, a la pericia de un cineasta como Mark Pellington, curtido en el mundo del ‘videoclip’ (Pearl Jam, Alice in Chains, Nine Inch Nails, Foo Fighters, U2 o Bruce Springsteen) y realizador de dos pequeñas obras suficientemente significativas como son ‘Arlington Road’ o ‘Mothman: La última profecía’. En éste aspecto, su último trabajo no deja de ser en apariencia interesante, puesto que a pesar de recurrir a los estilemas del cine ‘indie’ y de la depreciación de medios respecto a sus anteriores filmes, ‘El milagro de Henry Poole’ se autoinscribe en la popularización de una tipología fílmica que, sin embargo, revela sus verdaderas intenciones esquematizas de condescendencia con respecto al público más benevolente.
La historia va de un personaje bucólico y triste, deprimido porque ha conocido la noticia de una extraña enfermedad terminal que le deja pocas semanas de vida. Destrozado, alquila una de las casas anexas a su hogar suburbial de infancia donde las cosas tampoco fueron muy bien. En vez de encontrar la calma y la tranquilidad del último lapso de vida, la cosa cambia cuando una entrometida vecina descubre la plasmación del rostro de Jesucristo sobre una de sus paredes exteriores y descubre que es capaz de obrar milagros a aquéllos que lo necesiten y crean fervientemente. Se trata de otra aleccionadora (y no menos previsible) entelequia católica que enfrenta la incredulidad y el racionalismo pesimista a la necesidad de la Fe y la creencia sobrenatural.
Desde una posición más cercana al agnoticismo de Huxley que al ateísmo radical, Pellington y el debutante guionista Albert Serra brindan con estos dispositivos místicos una reflexión más o menos de manual sobre la vida y la muerte, de la lasitud de la existencia, que circunvala en todo momento el formulismo cursi con una visión más o menos encubierta acerca de la religión cristiana. Poole responde a la incognoscibilidad de toda supuesta realidad trascendente o absoluta puesto en contra de la tolerancia con la convicción pasional de cuantos le rodean.
Menos mal que dentro de este drama mustio con algún toque de comedia estrambótica hay algún riesgo de interés, como la total desinformación que se tiene de todos sus personajes, un efecto que refuerza el laconismo melancólico y que se aleja con cierta facilidad del sentimentalismo lacrimógeno de fáciles resultados. Aún así, es una pena que ‘El milagro de Henry Poole’ deje con demasiada facilidad que la superficialidad de su punto de inflexión mística postergue todo el entramado dramático que la envuelve. Y eso hace que, por ejemplo, se echen de menos momentos como la carrera de Poole por las enormes acequias hasta llegar al lugar donde, en una infancia marcada por la desunión familiar, escribió su nombre dejando constancia de su presencia. Parece que es más importante potenciar el esqueleto metafísico y contemplativo de esa enfermedad y negación ante los evidentes efectos milagrosos de la imagen de Cristo en la pared para, de paso, esteriotipar la creencia cristina carente de circunspección.
La totalidad de su solución dramática gira en torno a los conceptos de indulgencia y devoción ortodoxa, puesto que todos los personajes próximos al protagonista se unifican en símbolos positivos para el acercamiento a cierto optimismo católico. De esta forma, su vecina mexicana se llama Esperanza, una cajera de supermercado con la que entabla conversaciones trascendentales sobre textos de Noah Chomsky y que recupera la vista al tocar el rostro de la pared es llamada Patience (“paciencia”) o la atractiva vecina divorciada atiende al nombre de Dawn (“amanecer”). Quedan trazos de objetivos incumplidos, de camino iniciados que se quedan en un simulacro de mezcla de géneros sin mucho acierto.
Henry Poole podía haber sido un cascarrabias agotado por la soledad y el desamparo que sólo quiere que le dejen morir en paz sin atender a casualidades y personajes esperpénticos, pero entra demasiado pronto en el juego de bondades, enmiendas morales y terapéuticas que desembocan en la consecuente búsqueda de una felicidad conclusiva que atosiga con su empacho extático y romántico y desluce cualquier variación que, por otro lado, aquí es inexistente. Un drama amable, de meliflua banda sonora que se abastece de convencionalismos mantenidos en la constante mueca de sufrimiento lacónico de un Luke Wilson bastante insubstancial al que las actrices secundarias son capaces de arrebatarle el protagonismo cuando comparten plano con el cómico de rostro nostálgico y taciturno; desde las eficaces Radha Mitchell y Adriana Barraza hasta la pequeña niña Morgan Lily.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009

PRÓXIMAS REVIEWS:
'Coraline', de Henry Selick y 'Terminator Salvation', de McG

viernes, 5 de junio de 2009

Review 'The International (The International)'

Corrupción en tiempos de crisis
Un elegante ‘thriller’ político y ecuménico que, a pesar del buen hacer del alemán Tom Tykwer, se acaba transformando en una película sin dinamismo y sin ritmo.
En el ‘thriller’ contemporáneo se ha dado en reflorecer un subgénero que bebe directamente de las intrigas políticas y psicológicas de los años 70, de aquéllas cintas acusatorias llegadas de gente como Alan J. Pakula, John Frankenheimer, Sydney Pollack o en su rama europea Costa-Gavras. ‘The international’ opera en los límites de filmes como ‘Syriana’, ‘Michael Clayton’ o ‘La sombra del poder’. Todas ellas centradas en un contexto donde se advierte sobre los peligros de la globalización y el pernicioso papel que desempeñan las grandes compañías y corporaciones multinacionales. Están de moda los entornos de intereses de los países más poderosos sugiriendo que no conocen ningún límite en su ambición por el lucro y se engrandecen por el absolutismo económico que les hace acumular sistemáticamente beneficios a diversos peces gordos intocables y accionistas de peso.
En un ambiente de crisis internacional, cuando el sector financiero mundial pasa por su peor momento, ‘The International’ aprovecha la coyuntura para concretar la iniquidad en forma de villano incorpóreo a un gran ficticio y todopoderoso banco Internacional llamado el IBBC de Luxemburgo. Es una gran corporación sin escrúpulos dispuesta a hacer negocios millonarios a costa de los conflictos internacionales, encubriendo todo tipo de acciones ilegales como la venta de armas tecnológicas, el blanqueo de dinero o la financiación de grupos extremistas. Un entorno de intereses, nepotismo, influencias y corrupción que simbolizan un estrato superior que utiliza el déficit democrático para el propio usufructo, contagiando de aberraciones legales e injusticias el mal llamado mundo globalizado. Con este deprimente discernimiento sobre conceptos como el sistema de la justicia, un agente de la Interpol interpretado con gran facilidad (últimamente se está encasillando en el mismo personaje) por Clive Owen y una ayudante del fiscal de Nueva York a la que da vida la sensual Naomi Watts se aventuran a hacer justicia frente a uno de esos vigentes y supremos bancos internacionales.
El filme de Tom Tykwer se plantea de esta manera como un edicto ideológicamente sedicioso, que desnivela su báscula a favor de sus personajes más positivos, con ése Louis Salinger, personaje motivado por la conciencia del bien colectivo, un idealista escéptico y triste que no tiene lugar en la realidad de los tiempos actuales, pero sí en una utopía ficcional donde los antihéroes son íntegros y luchadores en contra de las injusticias. Sin embargo, si en ‘Syriana’ se sacaban a la luz las incestuosas relaciones entre el Estado, una CIA en decadencia moral sin freno, el sector jurídico y las multinacionales, aquí la Interpool es un erial de buenas personas con benevolencia y sentido de la equidad social llevada al extremo. Los demás personajes ejercen la función de simples peones en un tablero de ajedrez que van cayendo o saltándose las normas lógicas con tal de que funcione en armazón denunciatorio para que toda película funcione sin cortapisas dentro de sus escenarios internacionales. Las conspiraciones e intereses económicos que mueven el mundo no son más que otro factor para confundir la complicación de la trama con un baldío antojo, simplemente porque todo debe cuadrar y funcionar por encima de sus razonamientos.
‘The International’ es un tremendo ‘Mcguffin’ envuelto en los artificios narrativos de corte economico y político dentro de un paisaje global. La cuidada factura con la que Tykwer maneja la cámara, cuida sus encuadres y lleva a cabo exposición narrativa hace que su primera película ‘made in Hollywood’ alcance una nota sobresaliente en elegancia y composición. Su empleo del contexto, el pulso estético y la frialdad atmosférica y despersonalizada de Frank Griebe descubre la equilibrada inspiración entre el cine clásico y la cinematografía moderna. Pero poco más.
Es demasiado lineal para tomarse tan en serio a sí misma, con una profundidad adoctrinadora y frases lacónicas y solemnes que terminan por promover el aburrimiento entre tanto barrunto genérico en que se convierte. Por eso, cuando Tykwer se despega un poco de la dirección sobria y eminente, cuando la acción se vuelve explosiva en ése colosal y visceral tiroteo en el museo Guggenheim de Nueva York es cuando se deja constancia de lo que podría haber sido ‘The International’ y, a su vez, cuando más se destacan los defectos del filme. Si el guión de Eric Singer hubiera tenido en cuenta la equivalencia entre cine de género y su sujeción trascendental a la trama, el ‘thriller’ habría confluido en una obra dinámica y recreativa, más visceral en sus objetivos y no tan plana cuando se trata de esconder cartas y jugar a la orientación del éxtasis final.
Queda así un vaivén de viajes internacionales de turista fílmico, un apreciable ‘thriller’ ecuménico, ambicioso en sus desplazamientos tanto geográficos (Luxemburgo, Berlín, Lyon, Milán, Nueva York…) como en sus movimientos de guión que acaban cayendo en la impúdica grandilocuencia demagógica que reduce la ecuación a una reflexión final donde el dinero de las armas se utiliza para restablecer lo devastado por las mismas.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009

PRÓXIMAS REVIEWS: 'Henry Poole is Here', de Mark Pellington, 'Coraline', de Henry Selick y 'Terminator Salvation', de McG

jueves, 4 de junio de 2009

Ha muerto David Carradine, el pequeño saltamontes

1936-2009
Era uno de esos intérpretes que no pasarán a la historia por sus elogiosas actuaciones, pero sí por un imposible carisma. La noticia de su muerte a los 72 años ha empañado el día. La mirada penetrante, canalla y achinada de uno de los rostros más inquebrantables que ha dado el cine. Un mito icónico, un actor ejemplar que supo sacar partido a sus limitaciones y se desmarcó dentro de la serie B del personaje televisivo, Kwai Chang Caine, por el que todos le recordarán. Pero David Carradine era algo más. Carradine quedará en la memoria colectiva como un emblema, ya no sólo de las artes marciales, sino como un ejemplo de actor todoterreno.
Scorsese, Hal Ashby, Ingmar Bergman, Walter Hill, John Carpenter son la extraña variante de los directores que supieron ver en él un poderoso semblante, la imagen de un hijo de puta rebelde y contestatario, de tipo duro. El rostro del mismísimo Bill, el cabrón sin entrañas objeto de la venganza de la Mamba Negra en universo de deudas y ofrendas de Quentin Tarantino.
Adiós Carradine, viejo zorro. Te echaremos de menos.

martes, 2 de junio de 2009

La despedida de Jay Leno de 'The Tonight Show'

El pasado viernes, el presentador y humorista Jay Leno dio por zanjada su participación en el prestigioso ‘The Tonight Show’ después de 17 años al frente de uno de los programas más míticos de la televisión norteamericana de todos los tiempos. Leno agradeció a gente como Michael Jackson o Monica Lewinsky y Bill Clinton las horas de material que habían conferido a sus monólogos de los 90, pero también a los miembros de su equipo de trabajo que cada noche ha hecho posible que Leno se haya convertido en un icono catódico que pasará a la Historia por la originalidad y el humor subversivo con la que siempre ha despachado todos y cada uno de los temas y entrevistas que ha acometido. Como en una guardería, hasta 68 niños aparecieron en plató recordando hasta dónde ha llegado el ambiente familiar de la cadena y del programa en cuestión: “Este quiero que sea mi legado. Cuando estos chavales crezcan y le pregunten a sus padres ¿dónde os conocisteis? Ellos dirán que en los estudios del Tonight Show”.
Leno tampoco olvidó a su preceptor y anterior presentador del programa, el no menos antológico Johnny Carson, del cual recordó su más preciado consejo: “para mantener al público nunca hay que perder el buen humor, incluso en los malos momentos”. El promedio en todos estos años del show ha sido de 5,2 millones de espectadores y una cuota de pantalla del 21%. Han pasado casi dos décadas desde que Leno se pusiera al frente de este eterno programa de entretenimiento y entrevistas. Tanto es así que Leno recordó sus inicios con la sugerente frase para el recuerdo “Cuando empecé mi pelo era negro y el presidente era blanco”. ‘The Tonight Show’ es un clásico, una tradición que forma parte del folclore televisivo yanqui y cuyo alcance en España nunca ha trascendido, fundamentalmente porque aquí las imitaciones del formato han sido catastróficas y sin gracia. Jay Leno supo convertir el programa en un impulsivo show donde el ritmo jamás disminuyó su imperante estilo, ni donde el humor dejó de buscar el estrato más políticamente incorrecto, delimitando sus entrevistas con cierta improvisación, con la desvergüenza comedida de un genio del humor y conocedor del ‘showbussiness’. Se echarán de menos sus monólogos, sus inimitables entrevistas a lo más granado del mundo de la política, el espectáculo, la literatura y la ciencia o sus secciones de clasificados extraños, la de animales extraños y la de cosas raras que se pueden adquirir en eBay.
Sin embargo, Leno no abandona la caja tonta. Según sus palabras se va “a un lugar aislado, donde nadie me puede encontrar: el ‘primer time’ de la NBC”. A partir de la próxima temporada el público americano podrá encontrar a Jay Leno en un ‘show’ de creación propia en horario de máxima audiencia donde se enfrentará a todas las series de moda en USA. Al cargo de ‘The tonight show’ queda Conan O’Brien, otro de los presentadores que, junto a David Letterman y el propio Leno han sido artífices de una nueva forma de crear televisión. Hasta ahora había presentado ‘Late Night’, posterior al de Leno, donde podrá fructificar un estilo más hierático, sardónico y demoledor con ciertos toques intelectuales y políticos. Leno se mostró encantado con el relevo. “Tú eras la única opción, la alternativa perfecta”. Después de 3.775 programas Jay Leno se despide cerrando una de las etapas más resplandecientes de la historia de la televisión norteamericana. El cínico y elegante presentador, célebre por su enorme barbilla y su pelo encanecido, coleccionista de coches de lujo y amante del humor incisivo sin llegar a ser vulgar ni ofensivo se va… aunque con regreso incluído.
He aquí el mejor homenaje que se puede hacer a su etapa de 17 años en ‘The Tonight Show’.

lunes, 1 de junio de 2009

Review 'Ángeles y Demonios (Angels & Demons)'

Algo de masoquismo cinematográfico
Aunque supera en calidad a su antecesora, la cinta de Ron Howard es un gran juego de despistes que utiliza burdas argucias argumentales disfrazas de efervescencia y acción siguiendo los preceptos literarios del inefable Dan Brown.
Tanto la adaptación de ‘El Código Da Vinci’ como su secuela/precuela de descarada conveniencia explotadora ‘Ángeles y demonios’ tienen origen en el término ‘mainstream’, el producto que se acepta mayoritariamente en una sociedad sometida a la imposición de las modas. Dan Brown y su literatura son uno de los muchos ejemplos de esta habitual corriente que tiene como objetivo obtener un ostentoso beneficio económico con cualquier producto de entretenimiento (bien sean libros, programas de televisión, películas…). Por supuesto, si hay gente que ha leído con cierta facilidad de manipulación colectiva los ‘best sellers’ y las aventuras del profesor de simbología religiosa Robert Langdon, las adaptaciones a la gran pantalla no podían hacerse esperar.
En 2006, Ron Howard fue el encargado de darle forma visual al texto de Brown. El resultado fue ciertamente lamentable, pero la maquinaria de promoción que precedió al filme protagonizado por Tom Hanks dejó clara la intención de los productores, la respuesta del público y el éxito de la cinta. ‘El Código Da Vinci’ al utilizar sus supuestas alusiones negativas a ciertos estamentos de la Iglesia y de la secta Opus Dei como cebo produjo airadas protestas por parte de los católicos más intransigentes y ultraconservadores. Parece ser que el mismo guión se ha llevado a rajatabla con esta secuela que, paradójicamente y sobre el papel, es anterior a aquélla.
‘Ángeles y Demonios’ buscó antes de su estreno mundial en Roma un choque frontal con el ideario moral de las altas esferas vaticanas que no concedieron al equipo ninguna autorización para grabar en la Santa Sede y en ningún escenario de su propiedad. Además, el obispo Antonio Rosario Mennonna pidió la prohibición de la película por considerarla peligrosa para el estado psicofísico de los menores ¿Qué es todo esto? Otra provocación que trae como consecuencia un efecto de interés y polémica previa para la promoción de una superproducción de este calibre.
‘Ángeles y demonios’ es más de lo mismo, una trama policíaca a modo de inquietante ‘thriller’, conexiones políticas y religiosas, personajes estereotipados, conatos de trascendencia filosófica y una grafía plana y diligente. Aquí se olvida el descubrimiento de aquel Santo Grial reconvertido bajo el nombre oculto de María Magdalena y las Cruzadas como hordas de mercenarios en busca de la destrucción de la enigmática verdad sobre ésta que tenía lugar en ‘El Código Da Vinci’ para volver a los desaguisados de acción, aventuras y transcripciones de claves veladas. Por supuesto, se recupera la figura del profesor Langdom, que comienza a revelar evidencias del resurgimiento de una secreta y antigua hermandad conocida como los Illuminati, la organización clandestina más poderosa de la Historia que encuentra la excusa perfecta para acabar con el Vaticano con una cápsula de antimateria robada del CERN (Centro Europeo para la Investigación Nuclear). En su hazaña, Langdom también deberá enfrentarse a su enemigo más ferviente: la Iglesia Católica, que en esta ocasión ve secuestrados a los cuatro eclesiásticos que pueden llegar a ser el próximo Papa.
El filme de Ron Howard, que repite como director después del previsible éxito de ‘El Código Da Vinci’, se ciñe al gran juego de la Oca de Dan Brown, que convida al espectador a moverse entre burdas argucias argumentales disfrazas de efervescencia y acción, siguiendo los preceptos literarios del inefable autor. Tanto Howard como Brown se han caracterizado en sus carreras por ser dos prestidigitadores que utilizan ciertos toques de falsa innovación para volcar toda una farsa de engaños, giros narrativos y nula coherencia con avidez de provocación. En ‘Ángeles y demonios’ nada cambia con respecto a su predecesora, puesto que en la deshonesta miscelánea de ingredientes se entremezcla la religión y la ciencia se entremezcla el sentido del humor sin gracia, la truculencia de escaparate y los diálogos de gran estulticia en boca de personajes abstraídos por una linealidad sistémica. Sin embargo, estamos ante una gran adaptación cinematográfica. David Koepp y el siempre errónero Akiva Goldsman transcriben con milimétrica fidelidad el libro de Brown, calcando su progreso enfocado exclusivamente al énfasis por los requiebros, por la sorpresa y la narración rupturista que se acaba descomponiendo entre tanta ramplonería.
Por eso, no hay que negarles a ambos guionistas la profesionalidad con la que ha adaptado la novela. Lo ha hecho tan bien, que el resultado es el mismo que el del libro multiventas; la chapucera grafía, el lenguaje plano, el bochornoso tempo y un desastroso desarrollo que mantiene el interés, pero que termina su desequilibrado laberinto con un final de gran absurdo, de pirueta argumental desdibujada por el desatino con el que han ido fructificándose todo tipo de improbabilidades y estupideces históricas sin ningún fundamento, utilizadas únicamente para ir creando situaciones a cada cual más inconsecuente. Sorpresas, al fin y al cabo, que violentan la credulidad, entrando en el terreno del ultraje a la inteligencia del espectador.
No obstante, hay que agradecerle a Ron Howard el ímpetu de mejora. ‘Ángeles y demonios’, pese a ser un funesto producto, es mejor que su predecesora. El cineasta de medianía artística, después de haber parido la más que apreciable ‘Frost contra Nixon’, una de sus mejores películas junto a salvedades como ‘The paper’, ha vuelto a dejar la inspiración formal en casa para arrojar otro de esos mojones cinematográficos a los que es tan dado el que fuera ex niño prodigio actor que se ha quedado calvo y sin ideas como realizador. ‘Ángeles y demonios’ es así un película muy visual y preciosista, bastante digna en lo que a imaginería sensorial se refiere, podríamos decir que incluso atractiva en sus propuestas iniciales, pero insufrible en sus resultados. Se podría equiparar metafóricamente a confrontar al espectador a ver el exterior de una lujosa suite de hotel de categoría especial que escondiera montones de bolsas con desperdicios de algún enfermo con Síndrome de Diógenes en su interior.
Se trata, básicamente, de una superproducción de agiotaje económico, de estudiada obcecación para atraer a un público que disfruta sólo porque se ha leído los libros de Brown y les gusta Tom Hanks interpretando a Langdom. Pero en el fondo, es un ‘thriller’ superficial, tópico, que no desmerece en cuanto a filme de entretenimiento porque, básicamente, Ron Howard ha dejado a un lado su compromiso con la historia y se limita a ejercer de síndico del universo de mediocridad del literato Brown. Una mercancía suntuosa, que lleva consigo un movimiento geográfico de curioso turismo implícito, pero que aburre con su simbología desatinada, su innecesaria impresionabilidad, su ominosa música a cargo de un fallido Hans Zimmer y un apego por el artificioso formulismo que no son más que otro ejemplo de masoquismo cinematográfico.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'The International', de Tom Tykwer.

jueves, 28 de mayo de 2009

Álex de la Iglesia, presidente

Álex siempre ha sido bastante contestario hacia aquéllos sectores críticos que van contra el cine español, que comparan cifras de cintas foráneas y se escudan en argumentos antediluvianos y reiterativos. A partir del 21 de junio Álex de la Iglesia pasará a ser el nuevo Presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, ya que representa la única candidatura presentada para presidirla junto a la directora y actriz Icíar Bollaín y el director de producción Emilio Pina.
En principio, su objetivo, patente en su cine corrosivo y heterogéneo, es lanzar y apoyar un cine de género enfocado a llegar al público, dejando atrás cualquier prejuicio y localismo, arrojando algo de luz a proyectos que se consideran no tan españoles en su esencia. No en su lengua, sino en designios comerciales. La solución, según sus propias palabras: “pasa por intentar que nuestro cine sea menos español”. El cine español nunca ha sido un producto de mercado que pueda venderse en el circuito internacional. Es uno de los factores que hay que procurar cambiar. Eso sí, sin perder la identidad de nuestro cine. Hay que apoyar la cinematografía nacional, obviamente, pero con posibilidades a abrir puertas a la coproducción con otros países que deriven en grandes superproducciones. Como se escribió hace tiempo en este mismo blog, “no hay que ceñirse a la idea chovinista apoyada en la teoría de la defensa de un excelente cine nacional que sufre en detrimento de un siempre oportunista cine norteamericano”.
El cine como mercancía industrial en España nunca ha funcionado. Para Álex ha llegado el momento de pasar a la acción e implicarse para que las cosas cambien. Es algo necesario que venía pidiendo una transformación hace tiempo. Por primera vez en la historia de la Academia, un presidente refuerza los intereses comunes de un colectivo que debe despojarse de sus miedos y asumir riesgos. Hay que exigir un compromiso con el cine español. Primero y fundamental, por parte del público, sí, pero mucho más por la parte de quienes lo hacen. Esperemos que la entrega de tiempo y esfuerzo que invertirá el director de ‘El día de la bestia’ en esta titánica empresa signifique el principio de una etapa positiva para nuestro cine. Si esto no es así, recemos todos juntos para otra período de cataclismo cinematográfico dentro de nuestras fronteras. Lo más imperante que Álex tiene en sus manos es el marrón de desarrollar esa nueva Ley del Cine aprobada hace tiempo y que necesita un buen meneo logístico para que funcione como debe.
Suerte con todo, amigo.