viernes, 5 de junio de 2009

Review 'The International (The International)'

Corrupción en tiempos de crisis
Un elegante ‘thriller’ político y ecuménico que, a pesar del buen hacer del alemán Tom Tykwer, se acaba transformando en una película sin dinamismo y sin ritmo.
En el ‘thriller’ contemporáneo se ha dado en reflorecer un subgénero que bebe directamente de las intrigas políticas y psicológicas de los años 70, de aquéllas cintas acusatorias llegadas de gente como Alan J. Pakula, John Frankenheimer, Sydney Pollack o en su rama europea Costa-Gavras. ‘The international’ opera en los límites de filmes como ‘Syriana’, ‘Michael Clayton’ o ‘La sombra del poder’. Todas ellas centradas en un contexto donde se advierte sobre los peligros de la globalización y el pernicioso papel que desempeñan las grandes compañías y corporaciones multinacionales. Están de moda los entornos de intereses de los países más poderosos sugiriendo que no conocen ningún límite en su ambición por el lucro y se engrandecen por el absolutismo económico que les hace acumular sistemáticamente beneficios a diversos peces gordos intocables y accionistas de peso.
En un ambiente de crisis internacional, cuando el sector financiero mundial pasa por su peor momento, ‘The International’ aprovecha la coyuntura para concretar la iniquidad en forma de villano incorpóreo a un gran ficticio y todopoderoso banco Internacional llamado el IBBC de Luxemburgo. Es una gran corporación sin escrúpulos dispuesta a hacer negocios millonarios a costa de los conflictos internacionales, encubriendo todo tipo de acciones ilegales como la venta de armas tecnológicas, el blanqueo de dinero o la financiación de grupos extremistas. Un entorno de intereses, nepotismo, influencias y corrupción que simbolizan un estrato superior que utiliza el déficit democrático para el propio usufructo, contagiando de aberraciones legales e injusticias el mal llamado mundo globalizado. Con este deprimente discernimiento sobre conceptos como el sistema de la justicia, un agente de la Interpol interpretado con gran facilidad (últimamente se está encasillando en el mismo personaje) por Clive Owen y una ayudante del fiscal de Nueva York a la que da vida la sensual Naomi Watts se aventuran a hacer justicia frente a uno de esos vigentes y supremos bancos internacionales.
El filme de Tom Tykwer se plantea de esta manera como un edicto ideológicamente sedicioso, que desnivela su báscula a favor de sus personajes más positivos, con ése Louis Salinger, personaje motivado por la conciencia del bien colectivo, un idealista escéptico y triste que no tiene lugar en la realidad de los tiempos actuales, pero sí en una utopía ficcional donde los antihéroes son íntegros y luchadores en contra de las injusticias. Sin embargo, si en ‘Syriana’ se sacaban a la luz las incestuosas relaciones entre el Estado, una CIA en decadencia moral sin freno, el sector jurídico y las multinacionales, aquí la Interpool es un erial de buenas personas con benevolencia y sentido de la equidad social llevada al extremo. Los demás personajes ejercen la función de simples peones en un tablero de ajedrez que van cayendo o saltándose las normas lógicas con tal de que funcione en armazón denunciatorio para que toda película funcione sin cortapisas dentro de sus escenarios internacionales. Las conspiraciones e intereses económicos que mueven el mundo no son más que otro factor para confundir la complicación de la trama con un baldío antojo, simplemente porque todo debe cuadrar y funcionar por encima de sus razonamientos.
‘The International’ es un tremendo ‘Mcguffin’ envuelto en los artificios narrativos de corte economico y político dentro de un paisaje global. La cuidada factura con la que Tykwer maneja la cámara, cuida sus encuadres y lleva a cabo exposición narrativa hace que su primera película ‘made in Hollywood’ alcance una nota sobresaliente en elegancia y composición. Su empleo del contexto, el pulso estético y la frialdad atmosférica y despersonalizada de Frank Griebe descubre la equilibrada inspiración entre el cine clásico y la cinematografía moderna. Pero poco más.
Es demasiado lineal para tomarse tan en serio a sí misma, con una profundidad adoctrinadora y frases lacónicas y solemnes que terminan por promover el aburrimiento entre tanto barrunto genérico en que se convierte. Por eso, cuando Tykwer se despega un poco de la dirección sobria y eminente, cuando la acción se vuelve explosiva en ése colosal y visceral tiroteo en el museo Guggenheim de Nueva York es cuando se deja constancia de lo que podría haber sido ‘The International’ y, a su vez, cuando más se destacan los defectos del filme. Si el guión de Eric Singer hubiera tenido en cuenta la equivalencia entre cine de género y su sujeción trascendental a la trama, el ‘thriller’ habría confluido en una obra dinámica y recreativa, más visceral en sus objetivos y no tan plana cuando se trata de esconder cartas y jugar a la orientación del éxtasis final.
Queda así un vaivén de viajes internacionales de turista fílmico, un apreciable ‘thriller’ ecuménico, ambicioso en sus desplazamientos tanto geográficos (Luxemburgo, Berlín, Lyon, Milán, Nueva York…) como en sus movimientos de guión que acaban cayendo en la impúdica grandilocuencia demagógica que reduce la ecuación a una reflexión final donde el dinero de las armas se utiliza para restablecer lo devastado por las mismas.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009

PRÓXIMAS REVIEWS: 'Henry Poole is Here', de Mark Pellington, 'Coraline', de Henry Selick y 'Terminator Salvation', de McG

jueves, 4 de junio de 2009

Ha muerto David Carradine, el pequeño saltamontes

1936-2009
Era uno de esos intérpretes que no pasarán a la historia por sus elogiosas actuaciones, pero sí por un imposible carisma. La noticia de su muerte a los 72 años ha empañado el día. La mirada penetrante, canalla y achinada de uno de los rostros más inquebrantables que ha dado el cine. Un mito icónico, un actor ejemplar que supo sacar partido a sus limitaciones y se desmarcó dentro de la serie B del personaje televisivo, Kwai Chang Caine, por el que todos le recordarán. Pero David Carradine era algo más. Carradine quedará en la memoria colectiva como un emblema, ya no sólo de las artes marciales, sino como un ejemplo de actor todoterreno.
Scorsese, Hal Ashby, Ingmar Bergman, Walter Hill, John Carpenter son la extraña variante de los directores que supieron ver en él un poderoso semblante, la imagen de un hijo de puta rebelde y contestatario, de tipo duro. El rostro del mismísimo Bill, el cabrón sin entrañas objeto de la venganza de la Mamba Negra en universo de deudas y ofrendas de Quentin Tarantino.
Adiós Carradine, viejo zorro. Te echaremos de menos.

martes, 2 de junio de 2009

La despedida de Jay Leno de 'The Tonight Show'

El pasado viernes, el presentador y humorista Jay Leno dio por zanjada su participación en el prestigioso ‘The Tonight Show’ después de 17 años al frente de uno de los programas más míticos de la televisión norteamericana de todos los tiempos. Leno agradeció a gente como Michael Jackson o Monica Lewinsky y Bill Clinton las horas de material que habían conferido a sus monólogos de los 90, pero también a los miembros de su equipo de trabajo que cada noche ha hecho posible que Leno se haya convertido en un icono catódico que pasará a la Historia por la originalidad y el humor subversivo con la que siempre ha despachado todos y cada uno de los temas y entrevistas que ha acometido. Como en una guardería, hasta 68 niños aparecieron en plató recordando hasta dónde ha llegado el ambiente familiar de la cadena y del programa en cuestión: “Este quiero que sea mi legado. Cuando estos chavales crezcan y le pregunten a sus padres ¿dónde os conocisteis? Ellos dirán que en los estudios del Tonight Show”.
Leno tampoco olvidó a su preceptor y anterior presentador del programa, el no menos antológico Johnny Carson, del cual recordó su más preciado consejo: “para mantener al público nunca hay que perder el buen humor, incluso en los malos momentos”. El promedio en todos estos años del show ha sido de 5,2 millones de espectadores y una cuota de pantalla del 21%. Han pasado casi dos décadas desde que Leno se pusiera al frente de este eterno programa de entretenimiento y entrevistas. Tanto es así que Leno recordó sus inicios con la sugerente frase para el recuerdo “Cuando empecé mi pelo era negro y el presidente era blanco”. ‘The Tonight Show’ es un clásico, una tradición que forma parte del folclore televisivo yanqui y cuyo alcance en España nunca ha trascendido, fundamentalmente porque aquí las imitaciones del formato han sido catastróficas y sin gracia. Jay Leno supo convertir el programa en un impulsivo show donde el ritmo jamás disminuyó su imperante estilo, ni donde el humor dejó de buscar el estrato más políticamente incorrecto, delimitando sus entrevistas con cierta improvisación, con la desvergüenza comedida de un genio del humor y conocedor del ‘showbussiness’. Se echarán de menos sus monólogos, sus inimitables entrevistas a lo más granado del mundo de la política, el espectáculo, la literatura y la ciencia o sus secciones de clasificados extraños, la de animales extraños y la de cosas raras que se pueden adquirir en eBay.
Sin embargo, Leno no abandona la caja tonta. Según sus palabras se va “a un lugar aislado, donde nadie me puede encontrar: el ‘primer time’ de la NBC”. A partir de la próxima temporada el público americano podrá encontrar a Jay Leno en un ‘show’ de creación propia en horario de máxima audiencia donde se enfrentará a todas las series de moda en USA. Al cargo de ‘The tonight show’ queda Conan O’Brien, otro de los presentadores que, junto a David Letterman y el propio Leno han sido artífices de una nueva forma de crear televisión. Hasta ahora había presentado ‘Late Night’, posterior al de Leno, donde podrá fructificar un estilo más hierático, sardónico y demoledor con ciertos toques intelectuales y políticos. Leno se mostró encantado con el relevo. “Tú eras la única opción, la alternativa perfecta”. Después de 3.775 programas Jay Leno se despide cerrando una de las etapas más resplandecientes de la historia de la televisión norteamericana. El cínico y elegante presentador, célebre por su enorme barbilla y su pelo encanecido, coleccionista de coches de lujo y amante del humor incisivo sin llegar a ser vulgar ni ofensivo se va… aunque con regreso incluído.
He aquí el mejor homenaje que se puede hacer a su etapa de 17 años en ‘The Tonight Show’.

lunes, 1 de junio de 2009

Review 'Ángeles y Demonios (Angels & Demons)'

Algo de masoquismo cinematográfico
Aunque supera en calidad a su antecesora, la cinta de Ron Howard es un gran juego de despistes que utiliza burdas argucias argumentales disfrazas de efervescencia y acción siguiendo los preceptos literarios del inefable Dan Brown.
Tanto la adaptación de ‘El Código Da Vinci’ como su secuela/precuela de descarada conveniencia explotadora ‘Ángeles y demonios’ tienen origen en el término ‘mainstream’, el producto que se acepta mayoritariamente en una sociedad sometida a la imposición de las modas. Dan Brown y su literatura son uno de los muchos ejemplos de esta habitual corriente que tiene como objetivo obtener un ostentoso beneficio económico con cualquier producto de entretenimiento (bien sean libros, programas de televisión, películas…). Por supuesto, si hay gente que ha leído con cierta facilidad de manipulación colectiva los ‘best sellers’ y las aventuras del profesor de simbología religiosa Robert Langdon, las adaptaciones a la gran pantalla no podían hacerse esperar.
En 2006, Ron Howard fue el encargado de darle forma visual al texto de Brown. El resultado fue ciertamente lamentable, pero la maquinaria de promoción que precedió al filme protagonizado por Tom Hanks dejó clara la intención de los productores, la respuesta del público y el éxito de la cinta. ‘El Código Da Vinci’ al utilizar sus supuestas alusiones negativas a ciertos estamentos de la Iglesia y de la secta Opus Dei como cebo produjo airadas protestas por parte de los católicos más intransigentes y ultraconservadores. Parece ser que el mismo guión se ha llevado a rajatabla con esta secuela que, paradójicamente y sobre el papel, es anterior a aquélla.
‘Ángeles y Demonios’ buscó antes de su estreno mundial en Roma un choque frontal con el ideario moral de las altas esferas vaticanas que no concedieron al equipo ninguna autorización para grabar en la Santa Sede y en ningún escenario de su propiedad. Además, el obispo Antonio Rosario Mennonna pidió la prohibición de la película por considerarla peligrosa para el estado psicofísico de los menores ¿Qué es todo esto? Otra provocación que trae como consecuencia un efecto de interés y polémica previa para la promoción de una superproducción de este calibre.
‘Ángeles y demonios’ es más de lo mismo, una trama policíaca a modo de inquietante ‘thriller’, conexiones políticas y religiosas, personajes estereotipados, conatos de trascendencia filosófica y una grafía plana y diligente. Aquí se olvida el descubrimiento de aquel Santo Grial reconvertido bajo el nombre oculto de María Magdalena y las Cruzadas como hordas de mercenarios en busca de la destrucción de la enigmática verdad sobre ésta que tenía lugar en ‘El Código Da Vinci’ para volver a los desaguisados de acción, aventuras y transcripciones de claves veladas. Por supuesto, se recupera la figura del profesor Langdom, que comienza a revelar evidencias del resurgimiento de una secreta y antigua hermandad conocida como los Illuminati, la organización clandestina más poderosa de la Historia que encuentra la excusa perfecta para acabar con el Vaticano con una cápsula de antimateria robada del CERN (Centro Europeo para la Investigación Nuclear). En su hazaña, Langdom también deberá enfrentarse a su enemigo más ferviente: la Iglesia Católica, que en esta ocasión ve secuestrados a los cuatro eclesiásticos que pueden llegar a ser el próximo Papa.
El filme de Ron Howard, que repite como director después del previsible éxito de ‘El Código Da Vinci’, se ciñe al gran juego de la Oca de Dan Brown, que convida al espectador a moverse entre burdas argucias argumentales disfrazas de efervescencia y acción, siguiendo los preceptos literarios del inefable autor. Tanto Howard como Brown se han caracterizado en sus carreras por ser dos prestidigitadores que utilizan ciertos toques de falsa innovación para volcar toda una farsa de engaños, giros narrativos y nula coherencia con avidez de provocación. En ‘Ángeles y demonios’ nada cambia con respecto a su predecesora, puesto que en la deshonesta miscelánea de ingredientes se entremezcla la religión y la ciencia se entremezcla el sentido del humor sin gracia, la truculencia de escaparate y los diálogos de gran estulticia en boca de personajes abstraídos por una linealidad sistémica. Sin embargo, estamos ante una gran adaptación cinematográfica. David Koepp y el siempre errónero Akiva Goldsman transcriben con milimétrica fidelidad el libro de Brown, calcando su progreso enfocado exclusivamente al énfasis por los requiebros, por la sorpresa y la narración rupturista que se acaba descomponiendo entre tanta ramplonería.
Por eso, no hay que negarles a ambos guionistas la profesionalidad con la que ha adaptado la novela. Lo ha hecho tan bien, que el resultado es el mismo que el del libro multiventas; la chapucera grafía, el lenguaje plano, el bochornoso tempo y un desastroso desarrollo que mantiene el interés, pero que termina su desequilibrado laberinto con un final de gran absurdo, de pirueta argumental desdibujada por el desatino con el que han ido fructificándose todo tipo de improbabilidades y estupideces históricas sin ningún fundamento, utilizadas únicamente para ir creando situaciones a cada cual más inconsecuente. Sorpresas, al fin y al cabo, que violentan la credulidad, entrando en el terreno del ultraje a la inteligencia del espectador.
No obstante, hay que agradecerle a Ron Howard el ímpetu de mejora. ‘Ángeles y demonios’, pese a ser un funesto producto, es mejor que su predecesora. El cineasta de medianía artística, después de haber parido la más que apreciable ‘Frost contra Nixon’, una de sus mejores películas junto a salvedades como ‘The paper’, ha vuelto a dejar la inspiración formal en casa para arrojar otro de esos mojones cinematográficos a los que es tan dado el que fuera ex niño prodigio actor que se ha quedado calvo y sin ideas como realizador. ‘Ángeles y demonios’ es así un película muy visual y preciosista, bastante digna en lo que a imaginería sensorial se refiere, podríamos decir que incluso atractiva en sus propuestas iniciales, pero insufrible en sus resultados. Se podría equiparar metafóricamente a confrontar al espectador a ver el exterior de una lujosa suite de hotel de categoría especial que escondiera montones de bolsas con desperdicios de algún enfermo con Síndrome de Diógenes en su interior.
Se trata, básicamente, de una superproducción de agiotaje económico, de estudiada obcecación para atraer a un público que disfruta sólo porque se ha leído los libros de Brown y les gusta Tom Hanks interpretando a Langdom. Pero en el fondo, es un ‘thriller’ superficial, tópico, que no desmerece en cuanto a filme de entretenimiento porque, básicamente, Ron Howard ha dejado a un lado su compromiso con la historia y se limita a ejercer de síndico del universo de mediocridad del literato Brown. Una mercancía suntuosa, que lleva consigo un movimiento geográfico de curioso turismo implícito, pero que aburre con su simbología desatinada, su innecesaria impresionabilidad, su ominosa música a cargo de un fallido Hans Zimmer y un apego por el artificioso formulismo que no son más que otro ejemplo de masoquismo cinematográfico.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'The International', de Tom Tykwer.

jueves, 28 de mayo de 2009

Álex de la Iglesia, presidente

Álex siempre ha sido bastante contestario hacia aquéllos sectores críticos que van contra el cine español, que comparan cifras de cintas foráneas y se escudan en argumentos antediluvianos y reiterativos. A partir del 21 de junio Álex de la Iglesia pasará a ser el nuevo Presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, ya que representa la única candidatura presentada para presidirla junto a la directora y actriz Icíar Bollaín y el director de producción Emilio Pina.
En principio, su objetivo, patente en su cine corrosivo y heterogéneo, es lanzar y apoyar un cine de género enfocado a llegar al público, dejando atrás cualquier prejuicio y localismo, arrojando algo de luz a proyectos que se consideran no tan españoles en su esencia. No en su lengua, sino en designios comerciales. La solución, según sus propias palabras: “pasa por intentar que nuestro cine sea menos español”. El cine español nunca ha sido un producto de mercado que pueda venderse en el circuito internacional. Es uno de los factores que hay que procurar cambiar. Eso sí, sin perder la identidad de nuestro cine. Hay que apoyar la cinematografía nacional, obviamente, pero con posibilidades a abrir puertas a la coproducción con otros países que deriven en grandes superproducciones. Como se escribió hace tiempo en este mismo blog, “no hay que ceñirse a la idea chovinista apoyada en la teoría de la defensa de un excelente cine nacional que sufre en detrimento de un siempre oportunista cine norteamericano”.
El cine como mercancía industrial en España nunca ha funcionado. Para Álex ha llegado el momento de pasar a la acción e implicarse para que las cosas cambien. Es algo necesario que venía pidiendo una transformación hace tiempo. Por primera vez en la historia de la Academia, un presidente refuerza los intereses comunes de un colectivo que debe despojarse de sus miedos y asumir riesgos. Hay que exigir un compromiso con el cine español. Primero y fundamental, por parte del público, sí, pero mucho más por la parte de quienes lo hacen. Esperemos que la entrega de tiempo y esfuerzo que invertirá el director de ‘El día de la bestia’ en esta titánica empresa signifique el principio de una etapa positiva para nuestro cine. Si esto no es así, recemos todos juntos para otra período de cataclismo cinematográfico dentro de nuestras fronteras. Lo más imperante que Álex tiene en sus manos es el marrón de desarrollar esa nueva Ley del Cine aprobada hace tiempo y que necesita un buen meneo logístico para que funcione como debe.
Suerte con todo, amigo.

lunes, 25 de mayo de 2009

Michael Haneke: experiencia radical

Ayer ‘Das weisse Band’, de Michael Hanake, se llevó la Palma de Oro del 62º Festival Internacional de Cine de Cannes. Ayer, otra vez, otra película de este intransigente cineasta volvió a dejar claro el asombro y la radicalidad que provoca su cine. Si por algo se caracteriza el director de ‘Funny games’ es por la difícil aproximación a su particular universo cinematográfico. Las imágenes de Haneke, envueltas en un estilo fraccionado y aislado, se imponen con insensibilidad y frialdad a un espectador que debe dejarse llevar en sus juegos narrativos que exigen un alto grado de interpelación entre el filme y el público. Es la consolidación de una inteligente búsqueda de la reflexión del que mira, sin ningún tipo de acatamiento al didactismo indulgente, arrancando interrogantes, sin ofrecer ninguna explicación demostrativa. El mundo fílmico de Haneke es opresivo. Para él, la realidad debe ser expuesta en un tono donde la ficción es una excusa metalingüística de la realidad donde, a menudo, el plano secuencia sirve para definir su proceder visual, la contigüidad encontrada paras seguir a los personajes con espeluznante realismo, desprendido de cualquier fragor emocional que desarticule sus estudiadas intenciones de observación depravada que constatan el apego del cineasta alemán por la ambigüedad.
Su cine se basa en el acercamiento casi entomológico a la culpabilidad, a la incomprensión, a la soledad y la incomunicación en una sociedad que engendra una forma de violencia contenida que tiene que reventar en algún momento. El objetivo es la confrontación del hombre moderno a su responsabilidad individual dentro de un orden asfixiante y de apariencias, puesto que, de algún modo, cualquier elemento desestabilizador derroca los pilares consolidados de las familias, del individuo como dispositivo de un todo que se viene abajo con gran facilidad. La sobriedad invisible y la audacia argumental esconden una enfermiza turbiedad imperceptible que desemboca en la catástrofe moral y psicológica de su extraña fauna humana. Haneke ejecuta un cine que cuestiona no sólo los propios límites de la narración convencional, sino la naturaleza y la fiabilidad de sus imágenes, ya sea dietéticas o no. El cine de Michael Haneke se transforma siempre en una experiencia radical que nunca puede dejar indiferente.

viernes, 22 de mayo de 2009

Review 'Star Trek (Star Trek)'

El renacer de un clásico
J.J. Abrams recupera la clásica ‘space opera’ despojándola de cualquier cripticismo y actualizando su esencia para la difícil comunión entre los ‘trekkies’ de siempre y los nuevos espectadores.
Cuando en 1966, Gene Roddenberry creó aquella ‘space opera’ televisiva titulada ‘Star Trek’, nadie podía presagiar que, pese a su poca repercusión inicial, se iba a convertir en un clásico de culto dentro del género de la Ciencia Ficción. Además de crear una multitudinaria caterva de ‘fans’ conocidos como ‘trekkies’, el concepto ‘Star Trek’ ha visto, a lo largo de todos estos años, seis series de televisión y diez largometrajes, además de haber pasado a la cinefilia como un mito incuestionable dentro del género y de la cultura popular. El director J.J. Abrams, considerado como el ‘Rey Midas’ de la televisión actual con pelotazos revolucionarios como ‘Alias’ o ‘Fringe’, pero sobre todo ‘Perdidos’, narra el regreso a los orígenes y nueva etapa para la historia situándose en la génesis de la saga, haciendo así una relectura totalmente novedosa que tiene como objetivo relanzar el interés de una franquicia que parecía agotada en la serie B.
Abrams reestructura así su filme con los primeros encuentros de la tripulación del Enterprise y las complicadas relaciones iniciales entre sus personajes más carismáticos, el capitán James Tiberius Kirk y el comandante vulcaniano Spock. Supone con ello el regreso a los orígenes y nueva vuelta de tuerca perfectamente estudiada consignada para la comunión tanto de aquéllos habituales seguidores de esta flota que parece que va en pijama como los que se acerquen por primera vez a las aventuras espaciales del Enterprise. Es decir, que no hace falta ser un ‘trekkie’ de toda la vida para introducirse y disfrutar el extrovertido universo que propone, totalmente actualizado, el imaginario visual de este ambicioso director.
Esta nueva ‘Star Trek’ es una precuela, pero también un ‘remake’, que procura en todo momento dotar de emoción, sorpresa y frescura su línea argumental y que, aunque no llegue a ser todo lo sorpresiva que se pudiera esperar de un tipo como Abrams, sí hay que reconocerle el mérito con el que ha resucitado la saga del ostracismo de la serie B para lustrar el recuerdo de los fanáticos, desde el respeto y el alejamiento con el que asume esta superproducción de primer rango. A ‘Star Trek’ no le falta ningún elemento del ‘space opera’; una trama llamativa situada en un entorno espacial y futurista, un punto dramático y de enfrentamiento entre sus héroes protagonistas, grandes escenas de acción y un villano cruel y torturado. Hay muchos recursos por los que la película se gana al público desde los primeros compases de su trágico inicio, con un arranque antológico de expiación espacial que deja un impecable prólogo con ese arcaicismo retrofuturista de la infancia de Kirk conduciendo un coche clásico en un enrarecido espacio ultramoderno en paralelo a la condición de semihumano con emociones e ira del pequeño Spock.
La primordial partida con la que juega este aparatoso ‘revival’ es que ha sabido despojarse de cualquier tono críptico que pueda alejar al neófito del primer contacto con la saga, acercando el producto al ‘mainstream’, con el acatamiento del espíritu de la serie original y, por si fuera poco, comprometido en un enfoque distanciado que se resume en dos palabras: tradición y modernidad. En ése sentido, esta nueva versión no se deja carcomer en exceso por la nostalgia, ni por el continuo homenaje, siguiendo sus propios pasos para narrar una historia desde un punto de vista de reinvención del serial desde su origen.
Abrams es muy listo y dota durante al filme de una genialidad e ilusión visual que está muy por encima de cualquier hallazgo o novedad formal, de un estilo reconocible, utilizando todo lo convencional para ofrecer un espectáculo de cine escapista, sin ningún tipo de condicionamiento o coacción a los clásicos o la tradición del subgénero. ‘Star Trek’ está ideada, única y exclusivamente, dentro de los parámetros del mero juego de artificio que se le puede pedir a un producto comercial de estas dimensiones. La utilización de los recursos formularios ya exhibidos en sus series o del sentido del espectáculo por encima de otros objetivos, hacen de este nuevo inicio de saga un ejemplo de diversión inteligente, que esquiva con talento la inercia de la simplicidad. Estamos ante un engranaje de precisión estudiada, que se beneficia del equilibrio entre el drama, la acción y unas gotas sutil humor. También en la justa proporción con la que los mecanismos narrativos y visuales van en función de la sorpresa, de la alucinación del espectador.
Es por ello que sus esquemáticos personajes, contra toda lógica, se escabullan con cierta facilidad de la linealidad de exposición con un cómputo de diversidad entre emociones, traumas, iras o ambiciones que sirven para la rápida identificación con el público. ‘Star Trek’ propone un juego de contrapesos entre los dispositivos genéricos, contribuyendo a crear una fuerte carga de adrenalina en sus momentos álgidos de acción sin freno, pero a la vez sumando calma y sosiego en sus instantes íntimos (el encuentro de Spok con su madre o la contención emocional de éste frente a Nyota Uhura), puntuado todo, eso sí, con la imprescindible música del genial Michael Giacchino.
Aunque no todo es definitorio dentro de la renovación del clásico de la ciencia ficción. Si bien es justo reconocer su armonía y dinamismo en las dos horas que dura el filme, también lo es que una cinta de aspiraciones tan ambiciosas caiga muchas veces en el desacierto que desequilibra estos elementos ya comentados; como el tratamiento de un villano totalmente descafeinado como ése Nero que interpreta Eric Bana, así como los caprichos y vaivenes que producen los giros del guión de Roberto Orci y Alex Kurtzman al plantear todo tipo de paradojas temporales y advenimientos estelares típicos de la saga que no desvirtúan el conjunto, pero sí restan exactitud a toda la maquinaria de cuidada minuciosidad.
Es incomprensible cómo en el instante en que aparece Leonard Nimoy, el gran actor clásico de la saga primigenia, el filme sigue sus derroteros de montaña rusa, sin embargo, sin que se perciba a simple vista, empiece a perder esa fascinación que ha ido logrando a lo largo del filme. En parte, por la caprichosa identificación de ciertos pasajes de calado ‘starwarsianos’ (a todo el mundo le llegará la visión del mundo helado de Holh –monstruo incluido- o antes la esencia académica de ‘Starship troopers’). No obstante, sus grandes dosis de acción, saturadas de diligencia y emoción compensan cualquier menoscabo. Las andanzas juveniles y viajes iniciáticos de Kirk, inmortalizado por William Shatner, ahora en la piel del guaperas resultón Chris Pine y de Spock, en la excelente recreación de Zachary Quinto tienen un futuro asegurado bordo del Enterprise, la legendaria nave espacial cuya tripulación tiene por misión explorar el Universo desconocido y llegar a donde ningún hombre ha llegado jamás.
‘Star Trek’ es un juguete de puro y renovado espectáculo ‘sci-fi’ a medio camino entre la concordia con el legado ‘trekkie’ y la desmitificación que imponen los avances tecnológicos del cine actual. Un entretenimiento desinhibido, que reformula con acierto el revisionismo reverencial con la búsqueda consecuente del ‘blockbuster’ que es la nueva aventura cinematográfica del genio televisivo Abrams, con lo bueno y malo que ello conlleva.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'Ángeles y Demonios', de Ron Howard.

jueves, 21 de mayo de 2009

La frase del día, desde Cannes

“Recuerdo que Quentin vino un día a casa con un guión bajo el brazo. Estuvimos hablando toda la noche. A la mañana siguiente recuerdo que había cinco botellas de vino vacías en el salón. Al parecer había aceptado rodar la película”.
(Brad Pitt).

miércoles, 20 de mayo de 2009

Los alegres recuerdos en el fallecimiento de mi abuela Mercedes

“No hay alegría más alegre que el prólogo de la alegría. Hay que defender la alegría como un derecho, defenderla de Dios y del invierno, de las mayúsculas y de la muerte, de los apellidos y las lástimas, del azar… y también de la alegría”.

Son palabras de Mario Benedetti, pero este texto no trata de la reciente desaparición del poeta uruguayo, ni de su autoridad poética o uniformidad de la pertenencia a un estatus de colosal bardo que supo entender la humanidad y cercanía literaria desde la emoción y el sentimiento hacia el lector. La palabra alegría es lo que acerca a un suceso mucho más subjetivo y personal que se ha producido en estos días de ausencia obligada. El pasado viernes se produjo la muerte de Mercedes Orozco, mi abuela materna. Un triste acontecimiento que simboliza la pérdida irrecuperable en nuestras vidas de ésa alegría que siempre supo desprender sin aparente dificultad, del sentido del humor entusiasta, de la esperanza positiva, de la animación desenfadada y la inocencia con la que supo vivir y disfrutar de las pequeñas cosas que la hacían feliz; un simple abanico, un beso en la mejilla, una mirada cómplice, hacer cojines, los Bitter Kas, los helados de cono, un pasodoble bien bailado con mi abuelo, una larga siesta después de comer, mirar plácidamente el mar desde alguna terraza de Salou, cualquier plato de cocina tradicional disfrutado como si fuera una ‘delicatessen’, así como regar sus plantas para deleitarse con todas aquellas flores que hicieron durante muchos años que el balcón de su casa pareciera poco menos que una selva exótica. En resumen, mi abuela adoraba la sencillez de la vida y supo reconocer la felicidad en los pequeños resquicios de un optimismo accesible y en la alegría del día a día.
Atrás quedan tantos y tantos veranos de infancia en Reus, Tarragona, donde se acumulan los recuerdos de esa familia unida desde la distancia, los momentos de nostalgia solaz, de confluencia con la algaraza, con el guiño copartícipe de la ahora añorada abuela Mercedes. Todo ello rememora su esencia en la placidez con la que asumió su vida. Ni siquiera hace años, cuando el cruel Alzheimer fue mermando sus capacidades, renunció a la esperanza, a ésa alegría que formó parte de ella y nunca la abandonó. Supo contagiar con despreocupación el sosiego vital que se hace ineludible a la hora de recordarla en los amargos y tristes momentos de duelo. Desde un prisma particular, siempre la recordaré como aquélla mujer oronda, de belleza eterna y mirada afectiva que, siendo pequeño, me achuchaba en su regazo y me decía “quiéreme mucho, pero ahora”. Es el mejor ejemplo de su filosofía tranquilizadora, del ‘carpe diem’, aprovechar la vida como una oportunidad de ofrecer lo mejor de uno mismo, sin miedo a sentir o a amar, tampoco a tener miedo, pero siempre en busca del lado positivo de las cosas.
Obviamente ha sido una semana de emociones fuertes, de tristeza y de luto. Sin embargo, también se han dado entre la familia materna momentos de hilaridad, de historias narradas con humor, de chistes y recuerdos que han levantado la sonrisa. Hemos compartido lágrimas y sentimientos, pero también risas y carcajadas. Es el mejor homenaje que se le podía hacer a una mujer que se ha reservado un lugar de privilegio en los corazones de sus seres queridos por la capacidad con la que supo transmitir el júbilo con el que hay que vivir. Como suele ser habitual en estos casos fúnebres, estos recuerdos sentimentales de bondad son los que hacen que aquél que se ha ido permanezca eterno e inmortal. Y así será. Quiero pensar en los momentos que pasé con ella como ejemplos de serenidad inagotable, teniendo presente su disposición a catequizar la alegría con una eterna sonrisa a los problemas de la vida. Pero hay algo que tengo que agradecerle de una forma trascendental, y es la grata herencia del humor en cualquiera de sus aristas, así como las ganas de vivir, de disfrutar de la fiesta como escape funcional a los empequeñidos dramas que nos montamos por hechos de nimia importancia.
Abuela Mercedes, sé que te gustaría haberlo oído más menudo, pero sabes que no te querré ahora, que te querré siempre y que nunca olvidaré esa alegría que supiste transmitir a todo aquel que te rodeó. Sé que descansarás en paz, como a ti te gustaba. En el sosiego y el cariño que te hizo tan entrañable.