lunes, 1 de junio de 2009

Review 'Ángeles y Demonios (Angels & Demons)'

Algo de masoquismo cinematográfico
Aunque supera en calidad a su antecesora, la cinta de Ron Howard es un gran juego de despistes que utiliza burdas argucias argumentales disfrazas de efervescencia y acción siguiendo los preceptos literarios del inefable Dan Brown.
Tanto la adaptación de ‘El Código Da Vinci’ como su secuela/precuela de descarada conveniencia explotadora ‘Ángeles y demonios’ tienen origen en el término ‘mainstream’, el producto que se acepta mayoritariamente en una sociedad sometida a la imposición de las modas. Dan Brown y su literatura son uno de los muchos ejemplos de esta habitual corriente que tiene como objetivo obtener un ostentoso beneficio económico con cualquier producto de entretenimiento (bien sean libros, programas de televisión, películas…). Por supuesto, si hay gente que ha leído con cierta facilidad de manipulación colectiva los ‘best sellers’ y las aventuras del profesor de simbología religiosa Robert Langdon, las adaptaciones a la gran pantalla no podían hacerse esperar.
En 2006, Ron Howard fue el encargado de darle forma visual al texto de Brown. El resultado fue ciertamente lamentable, pero la maquinaria de promoción que precedió al filme protagonizado por Tom Hanks dejó clara la intención de los productores, la respuesta del público y el éxito de la cinta. ‘El Código Da Vinci’ al utilizar sus supuestas alusiones negativas a ciertos estamentos de la Iglesia y de la secta Opus Dei como cebo produjo airadas protestas por parte de los católicos más intransigentes y ultraconservadores. Parece ser que el mismo guión se ha llevado a rajatabla con esta secuela que, paradójicamente y sobre el papel, es anterior a aquélla.
‘Ángeles y Demonios’ buscó antes de su estreno mundial en Roma un choque frontal con el ideario moral de las altas esferas vaticanas que no concedieron al equipo ninguna autorización para grabar en la Santa Sede y en ningún escenario de su propiedad. Además, el obispo Antonio Rosario Mennonna pidió la prohibición de la película por considerarla peligrosa para el estado psicofísico de los menores ¿Qué es todo esto? Otra provocación que trae como consecuencia un efecto de interés y polémica previa para la promoción de una superproducción de este calibre.
‘Ángeles y demonios’ es más de lo mismo, una trama policíaca a modo de inquietante ‘thriller’, conexiones políticas y religiosas, personajes estereotipados, conatos de trascendencia filosófica y una grafía plana y diligente. Aquí se olvida el descubrimiento de aquel Santo Grial reconvertido bajo el nombre oculto de María Magdalena y las Cruzadas como hordas de mercenarios en busca de la destrucción de la enigmática verdad sobre ésta que tenía lugar en ‘El Código Da Vinci’ para volver a los desaguisados de acción, aventuras y transcripciones de claves veladas. Por supuesto, se recupera la figura del profesor Langdom, que comienza a revelar evidencias del resurgimiento de una secreta y antigua hermandad conocida como los Illuminati, la organización clandestina más poderosa de la Historia que encuentra la excusa perfecta para acabar con el Vaticano con una cápsula de antimateria robada del CERN (Centro Europeo para la Investigación Nuclear). En su hazaña, Langdom también deberá enfrentarse a su enemigo más ferviente: la Iglesia Católica, que en esta ocasión ve secuestrados a los cuatro eclesiásticos que pueden llegar a ser el próximo Papa.
El filme de Ron Howard, que repite como director después del previsible éxito de ‘El Código Da Vinci’, se ciñe al gran juego de la Oca de Dan Brown, que convida al espectador a moverse entre burdas argucias argumentales disfrazas de efervescencia y acción, siguiendo los preceptos literarios del inefable autor. Tanto Howard como Brown se han caracterizado en sus carreras por ser dos prestidigitadores que utilizan ciertos toques de falsa innovación para volcar toda una farsa de engaños, giros narrativos y nula coherencia con avidez de provocación. En ‘Ángeles y demonios’ nada cambia con respecto a su predecesora, puesto que en la deshonesta miscelánea de ingredientes se entremezcla la religión y la ciencia se entremezcla el sentido del humor sin gracia, la truculencia de escaparate y los diálogos de gran estulticia en boca de personajes abstraídos por una linealidad sistémica. Sin embargo, estamos ante una gran adaptación cinematográfica. David Koepp y el siempre errónero Akiva Goldsman transcriben con milimétrica fidelidad el libro de Brown, calcando su progreso enfocado exclusivamente al énfasis por los requiebros, por la sorpresa y la narración rupturista que se acaba descomponiendo entre tanta ramplonería.
Por eso, no hay que negarles a ambos guionistas la profesionalidad con la que ha adaptado la novela. Lo ha hecho tan bien, que el resultado es el mismo que el del libro multiventas; la chapucera grafía, el lenguaje plano, el bochornoso tempo y un desastroso desarrollo que mantiene el interés, pero que termina su desequilibrado laberinto con un final de gran absurdo, de pirueta argumental desdibujada por el desatino con el que han ido fructificándose todo tipo de improbabilidades y estupideces históricas sin ningún fundamento, utilizadas únicamente para ir creando situaciones a cada cual más inconsecuente. Sorpresas, al fin y al cabo, que violentan la credulidad, entrando en el terreno del ultraje a la inteligencia del espectador.
No obstante, hay que agradecerle a Ron Howard el ímpetu de mejora. ‘Ángeles y demonios’, pese a ser un funesto producto, es mejor que su predecesora. El cineasta de medianía artística, después de haber parido la más que apreciable ‘Frost contra Nixon’, una de sus mejores películas junto a salvedades como ‘The paper’, ha vuelto a dejar la inspiración formal en casa para arrojar otro de esos mojones cinematográficos a los que es tan dado el que fuera ex niño prodigio actor que se ha quedado calvo y sin ideas como realizador. ‘Ángeles y demonios’ es así un película muy visual y preciosista, bastante digna en lo que a imaginería sensorial se refiere, podríamos decir que incluso atractiva en sus propuestas iniciales, pero insufrible en sus resultados. Se podría equiparar metafóricamente a confrontar al espectador a ver el exterior de una lujosa suite de hotel de categoría especial que escondiera montones de bolsas con desperdicios de algún enfermo con Síndrome de Diógenes en su interior.
Se trata, básicamente, de una superproducción de agiotaje económico, de estudiada obcecación para atraer a un público que disfruta sólo porque se ha leído los libros de Brown y les gusta Tom Hanks interpretando a Langdom. Pero en el fondo, es un ‘thriller’ superficial, tópico, que no desmerece en cuanto a filme de entretenimiento porque, básicamente, Ron Howard ha dejado a un lado su compromiso con la historia y se limita a ejercer de síndico del universo de mediocridad del literato Brown. Una mercancía suntuosa, que lleva consigo un movimiento geográfico de curioso turismo implícito, pero que aburre con su simbología desatinada, su innecesaria impresionabilidad, su ominosa música a cargo de un fallido Hans Zimmer y un apego por el artificioso formulismo que no son más que otro ejemplo de masoquismo cinematográfico.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'The International', de Tom Tykwer.

jueves, 28 de mayo de 2009

Álex de la Iglesia, presidente

Álex siempre ha sido bastante contestario hacia aquéllos sectores críticos que van contra el cine español, que comparan cifras de cintas foráneas y se escudan en argumentos antediluvianos y reiterativos. A partir del 21 de junio Álex de la Iglesia pasará a ser el nuevo Presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, ya que representa la única candidatura presentada para presidirla junto a la directora y actriz Icíar Bollaín y el director de producción Emilio Pina.
En principio, su objetivo, patente en su cine corrosivo y heterogéneo, es lanzar y apoyar un cine de género enfocado a llegar al público, dejando atrás cualquier prejuicio y localismo, arrojando algo de luz a proyectos que se consideran no tan españoles en su esencia. No en su lengua, sino en designios comerciales. La solución, según sus propias palabras: “pasa por intentar que nuestro cine sea menos español”. El cine español nunca ha sido un producto de mercado que pueda venderse en el circuito internacional. Es uno de los factores que hay que procurar cambiar. Eso sí, sin perder la identidad de nuestro cine. Hay que apoyar la cinematografía nacional, obviamente, pero con posibilidades a abrir puertas a la coproducción con otros países que deriven en grandes superproducciones. Como se escribió hace tiempo en este mismo blog, “no hay que ceñirse a la idea chovinista apoyada en la teoría de la defensa de un excelente cine nacional que sufre en detrimento de un siempre oportunista cine norteamericano”.
El cine como mercancía industrial en España nunca ha funcionado. Para Álex ha llegado el momento de pasar a la acción e implicarse para que las cosas cambien. Es algo necesario que venía pidiendo una transformación hace tiempo. Por primera vez en la historia de la Academia, un presidente refuerza los intereses comunes de un colectivo que debe despojarse de sus miedos y asumir riesgos. Hay que exigir un compromiso con el cine español. Primero y fundamental, por parte del público, sí, pero mucho más por la parte de quienes lo hacen. Esperemos que la entrega de tiempo y esfuerzo que invertirá el director de ‘El día de la bestia’ en esta titánica empresa signifique el principio de una etapa positiva para nuestro cine. Si esto no es así, recemos todos juntos para otra período de cataclismo cinematográfico dentro de nuestras fronteras. Lo más imperante que Álex tiene en sus manos es el marrón de desarrollar esa nueva Ley del Cine aprobada hace tiempo y que necesita un buen meneo logístico para que funcione como debe.
Suerte con todo, amigo.

lunes, 25 de mayo de 2009

Michael Haneke: experiencia radical

Ayer ‘Das weisse Band’, de Michael Hanake, se llevó la Palma de Oro del 62º Festival Internacional de Cine de Cannes. Ayer, otra vez, otra película de este intransigente cineasta volvió a dejar claro el asombro y la radicalidad que provoca su cine. Si por algo se caracteriza el director de ‘Funny games’ es por la difícil aproximación a su particular universo cinematográfico. Las imágenes de Haneke, envueltas en un estilo fraccionado y aislado, se imponen con insensibilidad y frialdad a un espectador que debe dejarse llevar en sus juegos narrativos que exigen un alto grado de interpelación entre el filme y el público. Es la consolidación de una inteligente búsqueda de la reflexión del que mira, sin ningún tipo de acatamiento al didactismo indulgente, arrancando interrogantes, sin ofrecer ninguna explicación demostrativa. El mundo fílmico de Haneke es opresivo. Para él, la realidad debe ser expuesta en un tono donde la ficción es una excusa metalingüística de la realidad donde, a menudo, el plano secuencia sirve para definir su proceder visual, la contigüidad encontrada paras seguir a los personajes con espeluznante realismo, desprendido de cualquier fragor emocional que desarticule sus estudiadas intenciones de observación depravada que constatan el apego del cineasta alemán por la ambigüedad.
Su cine se basa en el acercamiento casi entomológico a la culpabilidad, a la incomprensión, a la soledad y la incomunicación en una sociedad que engendra una forma de violencia contenida que tiene que reventar en algún momento. El objetivo es la confrontación del hombre moderno a su responsabilidad individual dentro de un orden asfixiante y de apariencias, puesto que, de algún modo, cualquier elemento desestabilizador derroca los pilares consolidados de las familias, del individuo como dispositivo de un todo que se viene abajo con gran facilidad. La sobriedad invisible y la audacia argumental esconden una enfermiza turbiedad imperceptible que desemboca en la catástrofe moral y psicológica de su extraña fauna humana. Haneke ejecuta un cine que cuestiona no sólo los propios límites de la narración convencional, sino la naturaleza y la fiabilidad de sus imágenes, ya sea dietéticas o no. El cine de Michael Haneke se transforma siempre en una experiencia radical que nunca puede dejar indiferente.

viernes, 22 de mayo de 2009

Review 'Star Trek (Star Trek)'

El renacer de un clásico
J.J. Abrams recupera la clásica ‘space opera’ despojándola de cualquier cripticismo y actualizando su esencia para la difícil comunión entre los ‘trekkies’ de siempre y los nuevos espectadores.
Cuando en 1966, Gene Roddenberry creó aquella ‘space opera’ televisiva titulada ‘Star Trek’, nadie podía presagiar que, pese a su poca repercusión inicial, se iba a convertir en un clásico de culto dentro del género de la Ciencia Ficción. Además de crear una multitudinaria caterva de ‘fans’ conocidos como ‘trekkies’, el concepto ‘Star Trek’ ha visto, a lo largo de todos estos años, seis series de televisión y diez largometrajes, además de haber pasado a la cinefilia como un mito incuestionable dentro del género y de la cultura popular. El director J.J. Abrams, considerado como el ‘Rey Midas’ de la televisión actual con pelotazos revolucionarios como ‘Alias’ o ‘Fringe’, pero sobre todo ‘Perdidos’, narra el regreso a los orígenes y nueva etapa para la historia situándose en la génesis de la saga, haciendo así una relectura totalmente novedosa que tiene como objetivo relanzar el interés de una franquicia que parecía agotada en la serie B.
Abrams reestructura así su filme con los primeros encuentros de la tripulación del Enterprise y las complicadas relaciones iniciales entre sus personajes más carismáticos, el capitán James Tiberius Kirk y el comandante vulcaniano Spock. Supone con ello el regreso a los orígenes y nueva vuelta de tuerca perfectamente estudiada consignada para la comunión tanto de aquéllos habituales seguidores de esta flota que parece que va en pijama como los que se acerquen por primera vez a las aventuras espaciales del Enterprise. Es decir, que no hace falta ser un ‘trekkie’ de toda la vida para introducirse y disfrutar el extrovertido universo que propone, totalmente actualizado, el imaginario visual de este ambicioso director.
Esta nueva ‘Star Trek’ es una precuela, pero también un ‘remake’, que procura en todo momento dotar de emoción, sorpresa y frescura su línea argumental y que, aunque no llegue a ser todo lo sorpresiva que se pudiera esperar de un tipo como Abrams, sí hay que reconocerle el mérito con el que ha resucitado la saga del ostracismo de la serie B para lustrar el recuerdo de los fanáticos, desde el respeto y el alejamiento con el que asume esta superproducción de primer rango. A ‘Star Trek’ no le falta ningún elemento del ‘space opera’; una trama llamativa situada en un entorno espacial y futurista, un punto dramático y de enfrentamiento entre sus héroes protagonistas, grandes escenas de acción y un villano cruel y torturado. Hay muchos recursos por los que la película se gana al público desde los primeros compases de su trágico inicio, con un arranque antológico de expiación espacial que deja un impecable prólogo con ese arcaicismo retrofuturista de la infancia de Kirk conduciendo un coche clásico en un enrarecido espacio ultramoderno en paralelo a la condición de semihumano con emociones e ira del pequeño Spock.
La primordial partida con la que juega este aparatoso ‘revival’ es que ha sabido despojarse de cualquier tono críptico que pueda alejar al neófito del primer contacto con la saga, acercando el producto al ‘mainstream’, con el acatamiento del espíritu de la serie original y, por si fuera poco, comprometido en un enfoque distanciado que se resume en dos palabras: tradición y modernidad. En ése sentido, esta nueva versión no se deja carcomer en exceso por la nostalgia, ni por el continuo homenaje, siguiendo sus propios pasos para narrar una historia desde un punto de vista de reinvención del serial desde su origen.
Abrams es muy listo y dota durante al filme de una genialidad e ilusión visual que está muy por encima de cualquier hallazgo o novedad formal, de un estilo reconocible, utilizando todo lo convencional para ofrecer un espectáculo de cine escapista, sin ningún tipo de condicionamiento o coacción a los clásicos o la tradición del subgénero. ‘Star Trek’ está ideada, única y exclusivamente, dentro de los parámetros del mero juego de artificio que se le puede pedir a un producto comercial de estas dimensiones. La utilización de los recursos formularios ya exhibidos en sus series o del sentido del espectáculo por encima de otros objetivos, hacen de este nuevo inicio de saga un ejemplo de diversión inteligente, que esquiva con talento la inercia de la simplicidad. Estamos ante un engranaje de precisión estudiada, que se beneficia del equilibrio entre el drama, la acción y unas gotas sutil humor. También en la justa proporción con la que los mecanismos narrativos y visuales van en función de la sorpresa, de la alucinación del espectador.
Es por ello que sus esquemáticos personajes, contra toda lógica, se escabullan con cierta facilidad de la linealidad de exposición con un cómputo de diversidad entre emociones, traumas, iras o ambiciones que sirven para la rápida identificación con el público. ‘Star Trek’ propone un juego de contrapesos entre los dispositivos genéricos, contribuyendo a crear una fuerte carga de adrenalina en sus momentos álgidos de acción sin freno, pero a la vez sumando calma y sosiego en sus instantes íntimos (el encuentro de Spok con su madre o la contención emocional de éste frente a Nyota Uhura), puntuado todo, eso sí, con la imprescindible música del genial Michael Giacchino.
Aunque no todo es definitorio dentro de la renovación del clásico de la ciencia ficción. Si bien es justo reconocer su armonía y dinamismo en las dos horas que dura el filme, también lo es que una cinta de aspiraciones tan ambiciosas caiga muchas veces en el desacierto que desequilibra estos elementos ya comentados; como el tratamiento de un villano totalmente descafeinado como ése Nero que interpreta Eric Bana, así como los caprichos y vaivenes que producen los giros del guión de Roberto Orci y Alex Kurtzman al plantear todo tipo de paradojas temporales y advenimientos estelares típicos de la saga que no desvirtúan el conjunto, pero sí restan exactitud a toda la maquinaria de cuidada minuciosidad.
Es incomprensible cómo en el instante en que aparece Leonard Nimoy, el gran actor clásico de la saga primigenia, el filme sigue sus derroteros de montaña rusa, sin embargo, sin que se perciba a simple vista, empiece a perder esa fascinación que ha ido logrando a lo largo del filme. En parte, por la caprichosa identificación de ciertos pasajes de calado ‘starwarsianos’ (a todo el mundo le llegará la visión del mundo helado de Holh –monstruo incluido- o antes la esencia académica de ‘Starship troopers’). No obstante, sus grandes dosis de acción, saturadas de diligencia y emoción compensan cualquier menoscabo. Las andanzas juveniles y viajes iniciáticos de Kirk, inmortalizado por William Shatner, ahora en la piel del guaperas resultón Chris Pine y de Spock, en la excelente recreación de Zachary Quinto tienen un futuro asegurado bordo del Enterprise, la legendaria nave espacial cuya tripulación tiene por misión explorar el Universo desconocido y llegar a donde ningún hombre ha llegado jamás.
‘Star Trek’ es un juguete de puro y renovado espectáculo ‘sci-fi’ a medio camino entre la concordia con el legado ‘trekkie’ y la desmitificación que imponen los avances tecnológicos del cine actual. Un entretenimiento desinhibido, que reformula con acierto el revisionismo reverencial con la búsqueda consecuente del ‘blockbuster’ que es la nueva aventura cinematográfica del genio televisivo Abrams, con lo bueno y malo que ello conlleva.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'Ángeles y Demonios', de Ron Howard.

jueves, 21 de mayo de 2009

La frase del día, desde Cannes

“Recuerdo que Quentin vino un día a casa con un guión bajo el brazo. Estuvimos hablando toda la noche. A la mañana siguiente recuerdo que había cinco botellas de vino vacías en el salón. Al parecer había aceptado rodar la película”.
(Brad Pitt).

miércoles, 20 de mayo de 2009

Los alegres recuerdos en el fallecimiento de mi abuela Mercedes

“No hay alegría más alegre que el prólogo de la alegría. Hay que defender la alegría como un derecho, defenderla de Dios y del invierno, de las mayúsculas y de la muerte, de los apellidos y las lástimas, del azar… y también de la alegría”.

Son palabras de Mario Benedetti, pero este texto no trata de la reciente desaparición del poeta uruguayo, ni de su autoridad poética o uniformidad de la pertenencia a un estatus de colosal bardo que supo entender la humanidad y cercanía literaria desde la emoción y el sentimiento hacia el lector. La palabra alegría es lo que acerca a un suceso mucho más subjetivo y personal que se ha producido en estos días de ausencia obligada. El pasado viernes se produjo la muerte de Mercedes Orozco, mi abuela materna. Un triste acontecimiento que simboliza la pérdida irrecuperable en nuestras vidas de ésa alegría que siempre supo desprender sin aparente dificultad, del sentido del humor entusiasta, de la esperanza positiva, de la animación desenfadada y la inocencia con la que supo vivir y disfrutar de las pequeñas cosas que la hacían feliz; un simple abanico, un beso en la mejilla, una mirada cómplice, hacer cojines, los Bitter Kas, los helados de cono, un pasodoble bien bailado con mi abuelo, una larga siesta después de comer, mirar plácidamente el mar desde alguna terraza de Salou, cualquier plato de cocina tradicional disfrutado como si fuera una ‘delicatessen’, así como regar sus plantas para deleitarse con todas aquellas flores que hicieron durante muchos años que el balcón de su casa pareciera poco menos que una selva exótica. En resumen, mi abuela adoraba la sencillez de la vida y supo reconocer la felicidad en los pequeños resquicios de un optimismo accesible y en la alegría del día a día.
Atrás quedan tantos y tantos veranos de infancia en Reus, Tarragona, donde se acumulan los recuerdos de esa familia unida desde la distancia, los momentos de nostalgia solaz, de confluencia con la algaraza, con el guiño copartícipe de la ahora añorada abuela Mercedes. Todo ello rememora su esencia en la placidez con la que asumió su vida. Ni siquiera hace años, cuando el cruel Alzheimer fue mermando sus capacidades, renunció a la esperanza, a ésa alegría que formó parte de ella y nunca la abandonó. Supo contagiar con despreocupación el sosiego vital que se hace ineludible a la hora de recordarla en los amargos y tristes momentos de duelo. Desde un prisma particular, siempre la recordaré como aquélla mujer oronda, de belleza eterna y mirada afectiva que, siendo pequeño, me achuchaba en su regazo y me decía “quiéreme mucho, pero ahora”. Es el mejor ejemplo de su filosofía tranquilizadora, del ‘carpe diem’, aprovechar la vida como una oportunidad de ofrecer lo mejor de uno mismo, sin miedo a sentir o a amar, tampoco a tener miedo, pero siempre en busca del lado positivo de las cosas.
Obviamente ha sido una semana de emociones fuertes, de tristeza y de luto. Sin embargo, también se han dado entre la familia materna momentos de hilaridad, de historias narradas con humor, de chistes y recuerdos que han levantado la sonrisa. Hemos compartido lágrimas y sentimientos, pero también risas y carcajadas. Es el mejor homenaje que se le podía hacer a una mujer que se ha reservado un lugar de privilegio en los corazones de sus seres queridos por la capacidad con la que supo transmitir el júbilo con el que hay que vivir. Como suele ser habitual en estos casos fúnebres, estos recuerdos sentimentales de bondad son los que hacen que aquél que se ha ido permanezca eterno e inmortal. Y así será. Quiero pensar en los momentos que pasé con ella como ejemplos de serenidad inagotable, teniendo presente su disposición a catequizar la alegría con una eterna sonrisa a los problemas de la vida. Pero hay algo que tengo que agradecerle de una forma trascendental, y es la grata herencia del humor en cualquiera de sus aristas, así como las ganas de vivir, de disfrutar de la fiesta como escape funcional a los empequeñidos dramas que nos montamos por hechos de nimia importancia.
Abuela Mercedes, sé que te gustaría haberlo oído más menudo, pero sabes que no te querré ahora, que te querré siempre y que nunca olvidaré esa alegría que supiste transmitir a todo aquel que te rodeó. Sé que descansarás en paz, como a ti te gustaba. En el sosiego y el cariño que te hizo tan entrañable.

jueves, 14 de mayo de 2009

Review 'La Vergüenza'

Peces encerrados
El debut de David Planell expone una encrucijada afectiva y sentimental mediante diálogos y réplicas que profundizan en las relaciones de una pareja en conflicto con el compromiso de ser padres.
Si por algo se ha caracterizado David Planell a lo largo de su granada y premiadísima trayectoria como cortometrajista es por la habilidad con la que dirige a los intérpretes de sus proyectos. Trabajos como ‘Carisma’, ‘Banal’, ‘Ponys’ y ‘Subir y bajar’ son ejemplos de la capacidad como director de actores y actrices y muestras de la devoción con la que cuida los diálogos que devuelven sus intérpretes con una dádiva de afectividad con respecto a los personajes. Planell no se ha diferencia por la utilización de alardes visuales, más bien por un cine cercano, respaldado en la efectividad de sus mejores armas dramáticas y que utiliza un montaje funcional sin mucha exhibición técnica.
Para su debut como largometrajista, estos elementos siguen intactos. La historia es la siguiente: Pepe y Lucia forman una pareja joven y capitalista que tienen dificultades con la conducta y el carácter difícil e introvertido de Manu, un niño peruano que lleva viviendo con ellos en régimen de acogida casi un año. Por mucho que ponen de su parte, el pequeño parece cerrado en sí mismo. La empleada del hogar, también de origen peruano, es la única que parece relacionarse con el niño. Pepe no conecta ni entiende su actitud. Lucía es más tolerante y cree que el chico podrá cambiar de actitud. La duda sobre devolverlo, la confrontación que provoca la divergencia entre ellos y la llegada de asistenta social de la Comunidad de Madrid que les evalúa para la adopción desencadena una serie de acontecimientos imprevistos.
La dificultad de ser padres no es más que una excusa para profundizar en las relaciones de pareja, en el día a día, en el amor que se va resquebrajando con el roce, con los silencios, con los secretos y las verdades a medias. ‘La vergüenza’ es un dramático periplo por un mal día de una pareja burguesa y concienciada socialmente que ve cómo su mundo se desmorona ante la incertidumbre de las segundas oportunidades y abordar la madurez como los padres que no saben ni pueden ser. Se levanta así un ideario de lo que supone la convulsión de los valores modernos, de los prejuicios y aprensiones de una sociedad de consumo que se cree estable, autocomplaciente con la integración y el ‘buenrollismo’, pero que esconde un infranqueable conflicto intrínseco que reside en la incomunicación y la pérdida existencial. Es el triste naufragio de un matrimonio incapaz de abordar sus problemas, desabastecida de los vínculos necesarios para solidificar una familia y todo lo que ello conlleva. Planell expone una encrucijada afectiva, donde las texturas humanas dotan de emoción al relato, nutriéndolo de diálogos y réplicas de una pulcritud y un realismo dramático que son rotos, de una forma muy inteligente, lúcida e imprevisible, con golpes de humor asequibles a situaciones de vulnerabilidad. La verosimilitud se edifica, por tanto, en el equilibrio, en las profundas aristas humanas que transita, haciendo de la naturalidad y la sencillez la mayor de sus armas, trazando unos retratos que suscitan la afinidad del espectador.
Y lo consigue a pesar de que la historia paralela de esa sirvienta peruana de vínculo pretérito con el niño al que cuida se narre con cierta condescendencia y ruptura con el tono costumbrista y moderado de todo el filme. Podría haber caído fácilmente en el culebrón, en el melodrama sensiblero, pero Planell sabe alejarse del ámbito alambicado o sentimentaloide para escarbar en las emociones por medio de la contigüidad a sus personajes, sin necesidad de subrayados verbales, ni excesos trágicos, ni recurrir a inflexiones didácticas que recalquen los miedos, la inseguridad o las vergüenzas poliédricas que se dan a lo largo de la película; al miedo, al fracaso, a la decepción con ellos mismos, vergüenza por tener que asumir el paso del tiempo, al pasado de unos y al futuro lleno de incógnitas de otros. En definitiva, la cobardía de asumir la vida como un duro camino al conocimiento interno, a decir la verdad y compartir el miedo y los errores.
Es de resaltar el ajuste de ‘La Vergüenza’ a la parvedad de medios, a sus empeñecidos escenarios que oprimen a sus personajes en un entorno existencial, donde los reducidos decorados no sucumben al convencionalismo de pensar, con error, que esta elección se trata de falta de presupuesto. Son necesarios esos espacios teatrales para precisar con detalle lo importante de la película, el alma que mueve sin fisuras narrativas la historia que deviene en claustrofobia sentimental. Se trata de la interacción de los actores, de la demostración interpretativa de todos ellos; desde el comedido dramatismo de un cada vez mejor actor Alberto San Juan y su química con la joya del filme, Natalia Mateo, cuya aportación de generoso talento hace fluir la credibilidad de las confrontaciones y pequeñas miserias de los personajes. No obstante, tampoco le quedan a la zaga una Norma Martínez que manifiesta el desgarro interno de una mujer rota por su pasado que quiere una nueva oportunidad o la moderación de Marta Aledo, que sabe inculcar a su rol una antipatía entrañable.
‘La Vergüenza’ es una radiografía a nuestra sociedad, al infortunio moral que la rodea y que hacen infelices a aquellos que no saber encontrar la verdadera felicidad. Los personajes del excelente debut de Planell son peces encerrados en una pecera de aguas turbulentas que necesitan la libertad de expresar lo que tanto tiempo llevan guardado, son como ése agua que no llega, obstruida en las tuberías de un edificio que se cierra ante ellos como una jarra de agua que les impide ver lo que hay a su alrededor. Es y será, una de las mejores películas españolas de este 2009 de contrastes; mientras estupideces desvirtuadoras del cine nacional se hinchan a ganar dinero con formulismos caducos y rostros de efímero calado adolescente, el buen cine, como es el caso, se hace con el vacío de un espectador que sigue cegado ante el poco talento que vale la pena reconocer.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'Star Trek (2009)', de J.J. Abrams.

martes, 12 de mayo de 2009

Final Copa del Rey ’09: Recuperar la Historia

Hace más de cien años, concretamente, ciento once, un grupo de chavalotes del norte se reunieron en el gimnasio Zamacois y decidieron crear un club de fútbol al más puro estilo inglés. A lo largo de la historia, el Athletic Club de Bilbao ha simbolizado para sus aficionados la tradición sustentada a través de los años en la creencia a unos colores, a una camiseta, a una peculiar tradición invariable y a un equipo que hoy regresa a la final de la Copa del Rey, a su competición más carismática e identificativa. De las 24 Copas del Rey que ha conseguido a lo largo de su historia, el Athletic posee tres trofeos en propiedad, los tres por sendos triples campeonatos en años consecutivos (1914 a 1916, 1930 a 1932 y 1943 a 1945), los mismos que el F.C. Barcelona.
Mañana, tanto el ayuntamiento, como en edificios, comercios e incluso la estatua del fundador de la villa, Diego López de Haro, se volverán a vestir de rojiblanco con más ilusión que nunca. Hay generaciones de aficionados que no han vivido una final. Hijos de aficionados que han oído hasta la extenuación historias del Athletic luchando por títulos, consiguiendo gestas que nos se han vuelto a repetir, como aquéllas legendarias hazañas de los 80, cuando el fútbol era equitativo y se medía por los méritos deportivos y no económicos, antes de que entrara en vigor la conocida “Ley Bosman”, aquél decreto que, según Joseph Blatter y muchos aficionados al fútbol de la época, consideraron el principio del fin de una era futbolística, el golpe de efecto que sirvió para aumentar las distancias entre clubes ricos y los humildes.
Pero esos días forman parte del pasado. El Athletic vuelve a estar en una final. En la final de la Copa del Rey. La nuestra. La que más ilusión hace. Pero no será fácil. Todo lo contrario. Delante está el glorioso Barça de Guardiola. Por supuesto, el F.C. Barcelona, heredero del siempre mal llamado ‘Dream Team’ (el único y genuino fue el combinado de USA que ganó la medalla de oro en baloncesto en las Olimpiadas de 1992), es el gran favorito, el todopoderoso club de estrellas capaz de hacer magia y haberse granjeado, con un juego sorprendente y admirable, la fama y la categoría de los mejores clubes de fútbol de los últimos tiempos. En esta final son el Goliat, el gigantesco equipo globalizado que aspira a redondear una temporada envidiable. El Athletic es el pequeño David con ansias de devolverle a la afición una alegría más, de recuperar el unánime sueño de un título. Los galones que los diferencian no serán un problema. El Barça estrena logo en esta copa como el equipo con más 24 Copas del Rey. No importa. El Athletic también lucirá ocho estrellas que simbolizan sus 24 títulos de Copa (los 23 oficiales y el de 1902, que también incluye en su palmarés).
No es hora de ningún debate sobre la tradición, ni de incitar a ese reprensible clima apocalíptico que viene persiguiendo al club en los últimos años. Tampoco viene a cuento la defensa de la identidad o de futuros cambios. Es la hora de demostrar una vez más el espíritu guerrero, exhibiendo las cualidades luchadoras que han mantenido al equipo en Primera desde el principio de su historia. Y en cuanto a la afición, es el momento de hacer alarde del sentimiento de unión. Hay que dejarse las gargantas, en Valencia y desde la distancia. La final será un partido donde se sufrirá cada minuto, cada oportunidad o desliz. Pero, sobre todo, hay que celebrar los goles como jamás se ha hecho y seguir animando sin freno si se recibe algún otro. Y con todo esto, la victoria dejará de ser una utopía para acercar de nuevo la Gloria a San Mamés y a Bilbao. Los leones tienen que rugir como nunca. Darlo todo y dejarse la piel. Que nadie duda de que esto vaya a ser así.
Como en la semifinal contra el Sevilla, la humildad del equipo de Joaquín Caparrós se debe disfrazar de grandeza, de garra y de sufrimiento. De saberse ante una oportunidad que ha esperado después de 25 años. Hay que reconocer las indiscutibles carencias técnicas con respecto ante tan fiero rival, pero los leones saben que las fortalezas más infranqueables también pueden ser destruidas. Basta con creer en ello y animar hasta la extenuación. El ‘athleticzale’ se ha caracterizado siempre por su condición de romántico e idealista. Y eso no va a cambiar nunca por muchas derrotas que golpeen al equipo. Será el partido del afán y la humildad contra la hegemonía de las estrellas mediáticas.
Si mañana el F.C. Barcelona consiguiera la victoria, para ellos será otro título más. En la Ciudad Condal sueñan con otro tipo de gestas más elevadas, como la Champions o gritarle al eterno rival que es el Campeón de la Liga 2008-2009, una hazaña ésta que se han ganado con un juego que ha puesto a sus pies a sus rivales y a todo el mundo. Para el Athletic, sin embargo, esta Copa del Rey es especial. Simboliza mucho más que un título. Es volver a sentir lo que un día fue. Si el Athletic gana en Mestalla será lo mismo que recuperar la Historia. Un sueño hecho realidad que devuelva el sueño de volver a ver la Gabarra surcando la ría con un título alzado. Gane o pierda, el entusiasmo común transmitido a los aficionados y la emoción con la que se vivirá el choque deportivo compensan cualquier resultado; el equipo vuelve a la UEFA y estará en la SuperCopa de España. Como dice el mítico creado del “bacalao”, José Iragorri, para gritar los goles encajados por el centenario club de Bilbao, “No ser del Athletic es una oportunidad perdida”.
Mañana toca vestirse con los colores del equipo, ondear las banderas más fuerte que nunca, alzar las bufandas orgullosos, procurar que en el ‘katxi’ no falte kalimotxo bien frío y disfrutar como nunca de una jornada para el recuerdo. Solamente falta gritar y cantar al unísono el ‘Altza Gaztiak’, himno por excelencia, el himno de una afición que sueña desde hace tiempo con una victoria que sería histórica.

ACTUALIZACIÓN:
Hemos engalanado el salón para el evento. Todo muy ‘athleticzale’. Como si estuviéramos en algún bar de la Calle Lincenciado Poza. Quedan pocas horas. Hay nervios. Hemos de jugar con el corazón y podremos convertir en realidad la hazaña. Estamos con el Athletic. Estamos con Bilbao y con la Fe puesta en Valencia.
¡AUPA ATHLETIC!

lunes, 11 de mayo de 2009

La frase del lunes

Escuchen el Pork Chop Express y hagan caso de este consejo en una noche oscura y de tormenta: Si un gigantón de más de dos metros le coge por el cuello y golpea su delicada cabeza contra un muro y le mira furibundo preguntándole si ha pagado sus deudas, miren muy fijamente a ése cabrón y acuérdese bien de lo que dice Jack Burton en ocasiones así: “¿Has pagado tu deudas, Jack?”, “Sí señor, mandé un cheque por correo”.