jueves, 7 de mayo de 2009

Review 'Déjame entrar (Låt den rätte komma in)'

Conmovedor relato de macabro lirismo
Tomas Alfredson adapta la novela John Ajvide Lindqvist en un drama que sigue, desde la distancia, el formulismo folclórico del mito del vampiro con una extraña historia de amor adolescente de entumecida frialdad en el Estocolmo de los 80.
No es extraño que ‘Déjame entrar’ se haya convertido en uno de los filmes más aclamados de 2008. La adaptación de la novela de John Ajvide Lindqvist a la gran pantalla llevada a cabo por Tomas Alfredson es, sin duda alguna, una de las sorpresas más impresionantes vistas en muchos años. Lo tiene todo; una base argumental de sólido enfoque hacia un tema tan apasionante como el vampirismo irrigado de problemática social, drama, suspense y romanticismo, una dirección lujosa y detallista, una atmósfera inolvidable y un reparto extraordinario.
Pero lo que más llama la atención es la humildad que destila el drama, la imperturbable frialdad que rodea la pasión con la que se desarrolla el filme y, sobre todo, que el mínimo presupuesto con el que se ha rodado sublima aún más la grandeza de una película destinada a ser recordada por vivificar el género y ser exponente de arte y genialidad más allá de las cifras y ambiciones comerciales.
‘Déjame entrar’ narra la vida de Oskar, un chaval de doce años que sufre el continuo acoso de sus compañeros de clase y que sueña con venganzas en la soledad de su habitación. A la vez que en el barrio comienzan a sucederse una serie de extraños asesinatos, Oskar conoce a Eli, su nueva vecina, con la que entablará una amistad rodeada de misterio, ya que sus encuentros sólo tienen lugar de noche. En un suburbio de Estocolmo, situado en los años 80, en la entumecida frialdad de esos barrios desalmados, el chico emprende un metafórico viaje inciático, donde el aprendizaje y la comprensión se abrirán a una madurez de aceptación y obsesión dentro un mundo adulto codificado, autómata y antipático, que divaga combatiendo el frío con una botella de vodka en sus hogares desprovistos de calidez.
Se teje así un entramado donde se fusionan el drama social, a través del ‘bullying’ escolar, el suspense, que se patentiza en el frío proceder del oscuro asesino en serie que no es más que el acompañante (insinuado como padre) de la pequeña Eli, que necesita de la sangre de las víctimas para poder vivir, corroborando de esta forma el elemento fantástico de la cinta. Lo que en un principio parece una fábula oscura e inaccesible, va invirtiendo su formulación hacia una orientación narrativa de tono introspectivo, silencioso, de corte poético y tierno a la hora de descifrar la personalidad de dos personajes tan distintos que a su vez permanecen unidos por los mismos problemas. No por ello, Tomas Alfredson y Lindqvist (que adapta su propio ‘best seller’) renuncian al cine fantástico, a su descripción terrorífica del relato.
En su exploración acerca de los miedos infantiles, del lapso de la infancia a la adolescencia que esconde a su vez el despertar erótico, ‘Déjame entrar’ puntea el drama sin salirse en ningún momento del formulismo folclórico del mito del vampiro, sin perder su romanticismo, sordidez, desesperanza melancólica y, sobre todo, su violencia implícita y exteriorizada. Eli necesita sangre. Y no duda en atacar a algún vecino cuando su ya fatigado padre no logra conseguir hemoglobina para poder subsistir. Aquí, también impera la mundología noctívaga, ya que la luz del sol es mortal para la pequeña. A esto se le adscriben ciertas tradiciones vampíricas, pero sin recurrir a insinuaciones góticas preciosistas o recargadas barroquismo, recuperando ese acto que da nombre al filme del ‘chupasangre’ de tener que pedir permiso antes de entrar en la casa de sus víctimas. Todo ello encumbrado con las importantísimas aportaciones de sus dos intérpretes neófitos, los debutantes Kåre Hedebrant y Lina Leandersson. ‘Déjame entrar’ es un conmovedor relato de macabro lirismo, donde es más importante enfatizar el interior de los personajes que los momentos donde la sangre y la truculencia hacen acto de presencia.
El acercamiento y las soledad compartida de los muchachos deviene en una brutal necesidad de afecto; él por ser un marginado algo cobarde que vive en la apatía y ella por carecer de unas cualidades humanas que la hagan vivir de un modo normal. Ambos se necesitan para sentirse libres y aceptados. Pocas veces un filme de calado adolescente como éste había tratado de un modo tan compasivo y primoroso este mundo juvenil, inquiriendo con su mirada minimalista en la desnudez emocional de estos dos personajes que son diferentes ante un mundo que no les comprende. Oskar es hijo de un matrimonio desbaratado, su madre no tiene mucho trato ni tiempo para estar con él y el padre, divorciado, prefiere emborracharse con amigos antes de dedicarle la atención que merece. Eli, por su parte, vive aislada del mundo, con la única compañía del que se supone que es su padre, un asesino obligado que no duda en colgar a sus víctimas para desollarlas y obtener la alimentación necesaria para ella.
Son dos mundos paralelos separados por la fragilidad de uno ante la invulnerabilidad del otro. Entre ellos existen confidencias, amistad, secretos y complicidad que tienen como símbolo propio el aprendizaje autodidacta del código ‘morse’ para encadenar furtivas frases de intención romántica. Es, sin embargo, el elemento fantástico que rompe con la cotidianidad insoportable que sufre Oskar el desencadenante de todo el andamio argumental sobre el que se sustenta tanto la novela como el guión cinematográfico. Eli llega como la inspiración soñada que inculca una emoción, un efecto moral de autodefensa y exteriorización de los impulsos del intimidado Oskar, el foco canalizador que hace que el niño se convierta en hombre, a enfrentarse a sus problemas y plantar cara a sus agresores. Y lo hace desde el mismo impulso con el que Eli ataca a sus víctimas para subsistir, como una imperiosa necesidad de violencia y muerte para nutrirse de vida.
Tampoco se excluye la sugerente y acerba ambigüedad del vampiro que afirma no ser una niña, sugiriendo la posibilidad de una vertiente humanizadora y sutilizada, sobre todo en un entorno de extraño componente homoerótico. Una insinuación ésta, reflejada con gran efectividad en un giro moral a modo de plano fugaz que deja absorto tanto al tímido chaval protagonista como al enrarecido espectador. Para Oskar, las brumas nocturnas de un vecindario desértico significan el momento más esperado del día, ya que sólo entonces podrá sentirse seguro y reunirse con su confidente. En contraste con los fogonazos de luz impoluta que provoca el día, donde la nieve de ese invierno sueco traspasa la pantalla, metáfora perfecta para describir el desafecto y el aislamiento emocional, el miedo a salir de la oscuridad o la esperanza de volver a ella.
En éste aspecto, es donde ‘Déjame entrar’ logra su mejor valor, puesto que Alfredson es capaz de crear mediante imágenes la tristeza que parece rodear a sus protagonistas, conjugando belleza y oscura tribulación en su consecución de una atmósfera que favorece la aquietada intensidad a la película. El cineasta sueco define sus designios creativos en la delicadeza con la que la cámara se acerca a los niños y se aleja en las secuencias más escabrosas del filme, adicionando con la oposición de luces y sombras la tragedia desgarradora con la violenta ternura emocional del relato de Lindqvist. Y lo hace apuntalando su estilo visual y narrativo en la excelente fotografía de Hoyte Van Hoytema y en las tristes notas de Johan Soderqvist.
Es así ‘Déjame entrar’ un filme de espesos paisajes morales, donde el costumbrismo y la naturalidad congenian a la hora de plasmar el contraste de los dispositivos oníricos y realistas. El tratamiento fílmico propone el placer estético de un discurso cimentado en la fuerza de un vocabulario cinematográfico que es capaz de expresar tantas cosas delimitado al ahorro verbal. Los planos milimétricos poseen un tonelaje de sublimación melancólica que termina por conseguir un ambiente enfermizo, que no descubre la gran modestia de su producción, en parte, porque sus secuencias de efectos especiales están reducidas a la lógica coherencia de su ficción, sin recurrir a ningún tipo de efectismo sorprendente. Por eso, cuando la sangre brota de las víctimas o Eli sube trepando por la fachada del hospital, cuando absorbe con su lengua insidiosa la sangre de Oskar o en la secuencia en que una horda de gatos ataca a un vecina recién mordida y posteriormente se autoinmola exponiéndose a la luz solar, el efecto de terror sublima su vigor.
Su tono romántico y pausado, el mensaje de amor catártico, de la esperanza que puede sacar de la oscuridad a un personaje, de su recreación estética del dolor y el desasosiego sin renunciar a la genealogía del subgénero vampírico, hacen de esta ejemplar obra un insólito espejismo para los aficionados, un logro mayúsculo que se puede definir, sin llegar a parecer exagerados, como un filme sublime con futuro de previsible clásico del cine fantástico.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: 'La Vergüenza', de David Planell.

martes, 5 de mayo de 2009

'FUCK', viaje al mundo de la palabra "joder"

Joder: (Del lat. futuĕre).
1. intr. malson. Practicar el coito. U. t. c. tr.
2. tr. Molestar, fastidiar. U. t. c. intr. y c. prnl.
3. tr. Destrozar, arruinar, echar a perder. U. t. c. prnl.
Joder.
1. interj. U. para expresar enfado, irritación, asombro, etc.
El documental de 2005 ‘Fuck’, de Steve Anderson, gira en torno a una sola palabra: “fuck”, vocablo que en castellano significa “joder”. El cómico Bill Maher la denominó como la “última palabra malsonante” y que es asumible en cualquier tipo de situación; ya sea alegría, sorpresa, disgusto.... “Joder” es, a estas alturas, una palabra universal. Es curioso comprobar cómo en Estados Unidos la expresión es todavía un término e interjección mostrado como tabú a pesar de ser popularizado en series de televisión, películas, canciones y en la vida diaria de todo yanqui con carácter.
Aquí se analiza como un ejemplo de contradicción entre aquellos que formalizan su utilización sin atender a escándalos de ningún tipo y los proveedores de las libertades que no lo son tanto. ‘Fuck’ es así uno de esos trabajos víctimas de la tramoya moral que infecta a los sectores más conservadores de Estados Unidos y que cuestiona muy seriamente los límites de la censura y la libertad de expresión. Se propone con ello un entretenido e inusual acercamiento a una palabra sometida al análisis a la razón por la que se usa tanta facilidad y los problemas que tienen otros con su uso. ‘Fuck’ examina su impacto a través de varias entrevistas, clips de película y televisión y parte de piezas de animación creadas por el genio de la animación canalla Bill Plympton. En sus entrevistas aparecen académicos y lingüistas que hurgan en la longeva historia de una palabra defendida por actores, directores y escritores que apelan a su derecho a utilizarla.
Lenny Bruce puede ser considerado como uno de sus precursores, ya que en los años 60 fue uno de los primeros cómicos en naturalizar este tipo de situaciones con el idioma o la religión y que eran tomadas como provocaciones. También George Carlin la incluyó en su catálogo de palabras que no se pueden decir en televisión. Personajes como David Milch, Steven Bochco, Alanis Morissette, la actriz porno Tera Patrick, Janeane Garofalo, Ron Jeremy, Eddie Murphy o Pat Boone van sintetizando mediante sus opiniones la gran aceptación que tiene una palabra que, aunque considerada como obscena, une con su permeabilidad varios aspectos de nuestra cultural popular.
Hay varias anécdotas de personalidades reconocidas como Kevin Smith, que afirma, entre sorprendido e irónico, cómo su filme ‘Jay y Bob, el silencioso contraatacan’ tiene el récord mundial de la palabra en una película, que es utilizada para la ocasión 228 veces. Así como el interesante estudio en profundidad que han llevado a cabo los lingüistas Reinhold Aman y Geoffrey Nunberg. De entre las varias anécdotas y opiniones que rodean a la palabra destaca el piragüista que volcó su canoa y cuando tras un interminable tiempo volvió a su posición de remo, no paraba de repetir la palabra “joder” porque casi se ahoga. Las personas que presenciaron el accidente se consternaron de tal manera, que el hombre tuvo que elegir entre pagar una multa de 75 dólares o pasar tres días en la cárcel. Un hecho que evidencia cómo en Estados Unidos sigue condenada al conservadurismo absurdo.

jueves, 30 de abril de 2009

Review 'Man on Wire (Man on Wire)'

Disección de una locura irrepetible
James Marsh narra la apasionante aventura de Philippe Petit con un dominio narrativo absolutamente fascinante, haciendo crecer la intensidad como si de un ‘thriller’ se tratara.
‘Man on wire’ comienza como un ‘thriller’, como una película de atracos, con un grupo de personas en una furgoneta que desconfían unos de los otros, volcados en un reto, disfrazados para lograr un objetivo común. Sabemos que no van a robar un banco, pero sí a franquear una barrera de seguridad que puede tener un improbable final feliz. Se trata del grupo de colaboradores agrupados por el equilibrista francés Philippe Petit, que se propuso llevar a cabo un original desafío. El 6 de agosto de 1974, Petit, fascinado con las Torres Gemelas, se camufló junto a un grupo de cómplices entre los trabajadores del World Trade Center y organizó todo un operativo en el último piso de una de los rascacielos. Un día después, los viandantes de Nueva York alzaban la vista para ver un espectáculo inaudito. Sobre el cielo de Manhattan, en medio de las torres, Petit caminaba encima de un alambre suspendido sobre sus cabezas durante tres cuartos de hora. Estuvo caminando sobre el cable a casi 500 metros de altura hasta completar ocho trayectos de ida y vuelta. A este acto de insensatez y heroicidad sin límites fue denominado como “el crimen artístico del siglo”.
La hazaña de Petit es de por sí una historia tan fascinante, increíble, temeraria, extravagante e inverosímil que James Marsh convierte con facilidad esta aventura en un documental de prodigioso talento, no sólo por el contagioso entusiasmo del equilibrista que probó sus propios límites, sino por la narración con el director va hilvanando la fábula real de Petit. El cineasta controla el ritmo del documental con un dominio descriptivo absolutamente fascinante, dinamizando la trama con cadencia frenética, haciendo crecer la intensidad como si de un ‘thriller’ se tratara, aunque para ello utilice pasajes ciertamente inverosímiles, como todos los encuentros y desencuentros con los vigilantes de las últimas plantas de las Torres Gemelas. ‘Man on wire’ combina una dramatización creadas para el documental con recreaciones de los hechos y documentos gráficos reales, así como los testimonios de los protagonistas sobre la elaboración del plan y posterior perpetración que consumarían un delito artístico sin precedentes y sus estados de ánimo circunscritos exclusivamente al momento en los que tuvieron lugar.
Con ello, se apela a una épica emocionante e impactante, que no se limita a describir con detalles una hazaña concreta sino al periplo vital que rememoran los protagonistas de aquella inconsecuente gesta. El documental comienza con un montaje paralelo de las torres gemelas y de la infancia del propio Philip Petit, como si el World Trade Center hubiera sido erigido para probar la intrepidez y obstinación del funambulista galo, que antes había demostrado su arte y locura recorriendo sendos cables entre las torres de la catedral de Notre Damme, en París y entre el Puente Harbour de Sydney, en Australia. Dentro del documental, tales proezas son sólo experimentos y ensayos para acometer la materialización de su destino, aquél que está descrito dentro del filme.
Los recuerdos y sensaciones de los seis años de preparación para ese “gran golpe” van desgranando la admiración y la desconfianza que suscitó la descabellada idea de Petit en todas aquellas personas aquellos que le rodearon, dibujando una aventura de cine negro con la ejecución de un plan perfecto para llevar a cabo el sueño intangible de aquel hombre de espíritu soñador y creativo que superó un reto que jamás nadie volverá a lograr. Existe así una nostalgia casi dramática que no deviene en la desaparición del World Trade Center (ni siquiera se alude al 11-S), si no a las sensaciones perdidas, a la emoción y el miedo del momento, a la libertad experimentada por un entrañable pirado. Mediante la fusión de imágenes reales del acontecimiento y la espléndida dramatización filmada en un cuidado blanco y negro, Marsh acerca al espectador a un espectáculo memorable vivido en primera persona, creando una sensación de vértigo ejemplar a la hora de poner en imágenes tal experiencia.
‘Man on wire’ adquiere así un grado viveza y pasión pocas veces vista sobre una pantalla de cine. Para Petit no había una respuesta lógica al porqué de la acción, simplemente la definió como “una nueva forma de ver América”. Es asombroso, por tanto, oír la narración en “Off” mientras desfilan las impresionantes instantáneas de Petit hincando la rodilla en el cable, saludando o tumbándose sobre el cable a ésa altura, asumiendo un riesgo del cual llega afirmar que no estaba seguro de la seguridad del cable hasta que estaba sobre el primer ‘cavalletti’ (sujeciones laterales y frontales que estabilizan la cuerda sobre el aire). Uno de los oficiales encargados de detenerlo lo resume en una frase paradigmática del estremecimiento que vivieron todos en las Torres Gemelas: “Me di cuenta de que estaba viendo algo que nadie jamás vería en su vida”.
‘Man on wire’ es la crónica de la constancia de un hombre apoyado en su fe ciega y en una voluntad imperturbable que obtuvo un triunfo inigualable del instinto sobre la materia. El documental también analiza las consecuencias del acto. Philippe Petit fue acusado de invasión de propiedad y alteración del orden público. Pero las secuelas de aquel 7 de agosto fueron otras. La liberación personal de Petit fue tal que, a partir de ése momento, su vida cambió de sentido. La popularidad, la reacción de la gente y su hazaña revolvieron su vida con tal magnitud que destruyó todo aquello que le ayudó a conseguirlo. Desde el amor de su vida, Annie Allix, a la amistad del grupo que le ayudó a lograr la epopeya. Uno de sus protagonistas, Jean-Louis Blondeau, se viene abajo y derrumba en un par de instantes de su entrevista al recordar la ruptura del contacto con Petit, añorando aquel momento, pilar fundamental no de este documental, sino de las vidas de aquellos que fueron cómplices del funambulista francés.
Tal vez hubiera estado bien un poco más de profundización en este tema. Pero Marsh es inteligente y lo corta de raíz, dejando la sensación de vacío que debieron sentir los protagonistas. ‘Man on wire’ trata sobre un instante, sobre unos minutos que cambiaron las vidas de este grupo de personas de una forma profunda, casi mística, en contraposición a la entidad de quijotesca fantasía y locura de aquella demostración de valentía. Tampoco se puntualiza qué fue de la vida de Petit después de este evento tan trascendental para su vida. Y puede ser porque Marsh se ha limitado a adaptar el libro ‘To Reach The Clouds’, donde el propio Philippe Petit termina el periplo narrativo en el momento en que consigue su objetivo. Se echa de menos, sin embargo, algo más de riesgo y esclarecer algunas preguntas necesarias. Hubiera sido maravilloso conocer su exposición acerca de la destrucción en septiembre de 2001 del emblema que le dio a conocer en la época. A cambio, y con esta actitud cortante, Marsh está ofreciendo un retrato sincero de Petit. Nunca fue un líder, tampoco un héroe. De hecho, una vez consumado el objetivo, la realización del sueño común, a todos los implicados en la aventura les lleva, indefectiblemente, a asumir la verdadera naturaleza hedonista e interesada de Petit, que arrastra con su pasión egoísta a un grupo de colaboradores.
‘Man on Wire’ es una maravillosa disección del sentido de la vida. Petit y Marsh hablan de ejercer la rebelión, de aquellos que no renuncian a su sueño, por muy arriesgados y locos que estos puedan ser. El documental, ganador del Oscar 2008 en esta categoría, expone la consecución de la plenitud, por encima de los demás, por encima de las suspicacias. Lo importante, en todo caso, es vivir la vida como un desafío sin traicionar todo aquello a lo que se aspira. ‘Man on Wire’ es, fuera de toda duda, una de las mejores películas del año.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
-‘Precarious moments’, galería fotográfica de Jean Louis Blondeau.
Próxima review: ‘Déjame entrar’, de Tomas Alfredson.

martes, 28 de abril de 2009

Faemino y Cansado, el paradigma de la genialidad

El pasado sábado tuvo una noche muy especial. Tuvimos la oportunidad y el privilegio de asistir a la función ofrecida por Faemino y Cansado en La Sala Live, ubicada en Carabanchel, con el espectáculo ‘Son dos’, apabullante axioma del humor de lo que han venido representando a lo largo de su ya dilatada carrera. Es increíble el ‘feedback’ que se establece con el público desde el primer instante. En el mismo momento en que estos dos genios del humor aparecen en el escenario, la continuidad es inacabable a la hora de arrebatar constantemente carcajadas que no entienden de medias sonrisas, ni de risas condescendientes. El público se descojona (literalmente) a lo largo de 90 minutos que saben a poco. Los dos artistas llegan al público de una forma directa, sabedores de que su objetivo máximo es que toda la platea se entregue hasta la vehemencia de la risotada, hasta la enajenación de ese instante en el que incluso llega a faltar el aire para seguir riendo.
Faemino y Cansado llevan personificando desde su inicio una entelequia dentro del humor; la de la realización del ‘gag’ como medio de expresión, del indefinible manejo del humor absurdo que se contrapone a la razón, muchas veces sin sentido, creando a través de lo irracional una realidad imaginable, que abunda en el detallismo y la narración paródica de situaciones cotidianas llevadas al extremo. Es lo más cercano a otros mitos del humor absurdo como los pioneros Monty Python y a los más localistas e inolvidables Tip y Coll o Gila.
Su humor utiliza mecanismos y leyes que muy pocos artistas tienen el privilegio de lograr. Y lo hacen conectando, desde el primer momento, los resortes cómicos de una multitud apasionada que es capaz de descifrarlo y hacer reconocible el desbordante talento y arte de los que han sido y son los mejores cómicos que ha dado el humor español en sus últimas tres décadas. Faemino y Cansado se han convertido en un clásico de culto, que están por encima del ‘stand up’, de la imitación al uso, del humor formulario y formulista. Sin embargo, han llegado a ser tan grandes con utilización de las mismas armas con la que cualquier humorista se enfrenta al público armado únicamente con un micrófono; la palabra y la imaginación a la hora de vislumbrar y definir situaciones insospechadas para hacerlas llegar a la gente. El dialogo con doble sentido, la ironía, el surrealismo capaz de abatir lo convencional en una suerte de revolución del humor sin renunciar a un estilo propio, identificable y genuino. Para ellos es un deber de comediante conocer el límite de su humor y transgredirlo. Y estos dos cómicos inseparables lo hacen en ‘Son dos’ de forma sistemática, con una ambivalencia radical que no ahorra en desacatos a la corrección política, siempre manteniendo esa inocencia cruel e inteligente que hacen tan geniales a estos dos humoristas convertidos en auténticos ídolos del escenario.
La conceptualización tomada a guasa, el delirio de sus conferencias enloquecidas y una estructura basada en el minucioso trabajo y el detallismo siguen siendo los elementos determinantes de ‘Son dos’, el reencuentro con Ángel Javier Pozuelo Gómez y Juan Carlos Arroyo Urbina, con Javier Cansado y Carlos Faemino, con Arroyito y Pozuelón, con la fisicidad gestual y el bombardeo verbal, con la interacción con el espectador, con la entrega a este dúo de creadores y artistas que forman parte de nuestra vida, de nuestras mejores y más recordadas risas. El sábado volvimos a sentir que un espectáculo de Faemino y Cansado supone una catarsis que llega en forma de carcajada continua.

viernes, 24 de abril de 2009

La evolución de las figuras de acción

Dejando a un lado las teorías de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, la evolución afecta con un proceso de cambio en el tiempo no sólo a los seres vivos, vale, pero también a los juguetes y muñecos. Obviamente, estos instrumentos de ocio no cambian en sí mismos, pero sí evolucionan a lo largo de las décadas, con novedades, adaptándose a la actualidad con mejoras en forma y aspecto. Por eso, aquéllas figuras de antaño siguen siendo, hoy en día, motivo de actualización dentro del coleccionismo o simplemente del ocio infantil.
Las figuras de acción, efigies del recuerdo y evocación colectiva han pasado con los años a adquirir una apariencia, calidad y terminado final que hace años hubieran sido imposibles. Las marcas de estos juguetes han entendido que el perfeccionamiento supone no sólo cuidar el detallismo de las novedades, sino la actualización de los antiguallas que siguen teniendo adeptos y compradores.
En las fotos superiores, algunos ejemplos de esta curiosa evolución.

miércoles, 22 de abril de 2009

Review 'La Duquesa (The Duchess)'

La bisabuela de Ladi Di
Saul Dibb ofrece un lujoso acercamiento al sufrimiento de un personaje histórico frustrado por la época, pero prefiere centrarse en su vena amarillista antes que en el contexto histórico.
El cine de época, de fastuosidad palaciega, intrigas sentimentales aristocráticas, cierta superficialidad y aparatosos vestidos ‘rococós’ lucidos con enormes pelucas es algo que parece atraer a una actriz de moda como es la británica Keira Knightley. Cada una a su modo, ‘Orgullo y prejuicio’, ‘Piratas del Caribe’ y ‘Expiación’ han dado la pauta para el apego de la estrella hacia este subgénero. La propuesta más densa y estricta de esta tendencia se materializa en ‘La Duquesa’, adaptación a la pantalla de la novela de Amanda Foreman sobre la vida de la duquesa de Devonshire que ha llevado a la pantalla el también británico Saul Dibb. Ubicado a finales del XVIII, el filme narra la atormentada vida de Georgiana Cavendish, conocida dama inglesa que contrae matrimonio pactado por su familia con el duque William Devonshire a los diecisiete años. La falta de amor, el desprecio y el único objetivo por parte del duque de engendrar un vástago que continúe la línea sucesoria hacen que la joven Georgiana comience a ejercer de imagen pública en fiestas y reuniones sociales, dejando ver un carácter abierto y rebelde, incluso evidenciando unas evolucionadas ideas políticas
Es así, el ‘biopic’ de una mujer convertida en icono de su tiempo por su carisma y por el afecto que despertó en el corazón del pueblo, a pesar de los desplantes de su esposo, que incluso incluye en su matrimonio como amante a la mejor amiga de la duquesa, Lady Bess Foster, lo que hace que Georgiana busque consuelo en su amor de juventud, el apuesto Charles Grey. Esta infelicidad interna, camuflada de normalidad de cara al populacho, a simple vista, encuentra varios paralelismos con Lady Di, figura a la que Foreman se ha encargado de vincular en el linaje familiar (supuestamente el personaje protagonista era su bisabuela), equiparándose en que ambas fueron iconos de una época, en su elegancia y en simpatía de cara al ciudadano, pero desgraciadas al sufrir la indiferencia de unos matrimonios traumáticos. Según Dibb, se trata de una coincidencia involuntaria. Pero en el fondo, es una estrategia publicitaria que evidencia una semejanza acentuada en las coincidencias de ambas vidas.
La fascinación por esta mujer adelantada a su tiempo se delimita a los problemas palaciegos en ‘La Duquesa’, a la potenciación de esas carencias emocionales y la obligatoriedad conyugal de tener un varón que prosiga la estirpe de los Devonshire. Es una mirada despiadada a la aristocracia, donde el espectador se expone, a modo de voyeur, a las vicisitudes y tristezas de la duquesa, como seguidor de esos recovecos sentimentales de puertas adentro que se daban en los grandes palacios. Asistimos así a una función de vaivenes sobre el matrimonio de los duques de Devonshire y a los movimientos funcionales que van componiendo el drama interno de una mujer torturada que se rebela ante esta sumisión a los imperativos sociales y conyugales. Georgiana ocultó sus penas abriéndose a los círculos sociales y la política, terreno en el que fue una figura importante. Sin embargo, a Bibb parece no importarle este contexto.
Ajustándose a las pautas literarias de Amanda Foreman, ‘La Duquesa’ pasa por alto la clara ideología política de la dama, su acercamiento social a grandes figuras de la literatura y de la política y su influencia en las convicciones de aquellos convulsos tiempos sociopolíticos y únicamente se percibe en un par de conversaciones de lujosas mesas y a la aparición pública que hacía que el público se triplicara según quién diera la soflama política de turno. La película se ciñe así a una construcción personal concretada a la vida personal de la duquesa de Devonshire, como un retrato amarillista al sufrimiento de un personaje histórico frustrado por la época. ‘La Duquesa’ no es más que una mirada de folletín a la transformación de jovialidad y el ímpetu rebelde de la joven en servilismo e incomprensión dentro del entorno de lujo y frialdad en el que se mueve. Saul Dibb va mostrando, mediante acertadas elipsis, el progreso del personaje, ya sea por sus numerosos alumbramientos, como por su declive como persona. Y es de valorar lo bien que aprovechan los escenarios para evidenciar su academicismo, captando con minuciosidad todos los pormenores ambientales de la época para seguir un patrón que se apoya en la estética y en la serenidad formal por encima de cualquier tentativa innovadora.
Sin embargo, todo ello conlleva a que todos sus movimientos sean previsibles y superficiales, ya sea en el argumento como en la forma de narrarlo. Es algo que Dibb busca en todo momento. Es el modo que tiene el cineasta de atribuir la frialdad a aquella nobleza convencional y estancada, hastiada y parsimoniosa que ha extendido su actitud a los tiempos modernos. ‘La Duquesa’ se asienta en un guión esquemático que no ofrece ninguna sorpresa. Tampoco es la intención de sus responsables, puesto que la dinamización de todo el entramado se va produciendo gracias las bellas imágenes que compone Guyla Pados, casi siempre circunscribiendo los planos al cerrazón emocional al que están sometidos sus personajes (cuando hay lujosas panorámicas o apertura visual corresponde a una metáfora de ficticia libertad) y la siempre agradecida partitura de Rachel Portman. La dirección artística está cuidada al detalle y la elegancia georgiana de la moda de la época, recreada con majestuosidad por Michael O'Connor fue debidamente recompensada con el Oscar al mejor vestuario en la pasada edición de estos premios. Podría decirse que es una película agradecida a la vista por su escrupulosa corrección. Pero poco más.
Otra dimensión a señalar es la descompensación que existe en el apartado interpretativo. No porque Keira Knightley se anteponga a sus ‘partenaires’ en cuanto a eficacia, aunque que haya que reconocer que la joven actriz le pone todo su talento al personaje. Si no porque dado el maniqueísmo excesivo del texto, los personajes de un inmenso Ralph Fiennes o de secundarios como Charlotte Rampling, Hayley Atwell o Dominic Cooper quedan desdibujados en sus respectivos roles como meros artilugios a merced de una carencia de profundidad desproporcionada para lo que podría haber sido un filme de época ejemplar.
‘La Duquesa’ deja una soporífera sensación de insustancialidad, que funciona a medias como melodrama oscuro, encorsetado en la fatalidad personal de su heroína, que certifica un enaltecimiento de modelos de mujer que supieron sobreponerse a una época de injusticias y que, con la cabeza bien alta, representan paradigmas de lucha femenina, asumiendo fracasos y subsistiendo como iconos a lo largo del tiempo a pesar de la adversidad, la coacción y la tragedia pospuestas a la imagen pública.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2009
PRÓXIMA REVIEW: ‘Man On Wire’, de James Marsh.

martes, 21 de abril de 2009

Los Goonies siguen vivos en Astoria, Oregon.

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Todos los que amamos de una u otra forma ésa película generacional que es ‘Los Goonies’, siempre hemos imaginado cómo sería recorrer los espacios reales, las localizaciones y los muelles que aparecen en la película dirigida por Richard Donner y producida por Steven Spielberg. Sentir la sensación de nostalgia y aventura en busca del tesoro de Willy “El tuerto”, recorrer en bicicleta el pueblo, pisar los mismos lugares que un día transitaron Sean Astin, Jeff Cohen, Corey Feldman y Jonathan Ke Quan personificando a esos inolvidables personajes que son Mickey Walsh, Lawrence Cohen “Gordi”, Clark Devereaux “Bocazas” y Data. Los escenarios donde Donner y el reparto de tan memorable cinta siguen intactos como parte de Astoria, Oregon, ubicación donde se llevó a cabo el rodaje de esta joya del cine de los 80.
En 2003, dos integrantes de esta generación entusiasta del filme, Ron Fugelseth y Patrick Radcliff, se patearon de arriba a abajo esta pequeña ciudad cerca de Pórtland para recrear un ‘tour’ que evocara los espacios y contextos reales de la película. El resultado es ‘The Goonies Vacation’. Así, a lo largo de este entrañable y reverencial documento podemos ver lugares emblemáticos como Cannon Beach, desde la que se aprecia Haystack Rock, los verdes parajes de Ecola State Park, la cárcel de Clatsop County de donde se fugan los Fratelli, la casa de los Marsh, ubicada en la 368 -38th Street de Astoria… Lugares que, a pesar de no haber pisado en la vida, son familiares a la vista de los seguidores incondicionales de ‘Los Goonies’, porque forman parte de la infancia y la juventud de una legión de seguidores que evocan superar el desafío que nunca logró Chester Copperpot.
Aquí, las localizaciones.

lunes, 20 de abril de 2009

J.G. Ballard, cronista del nihilismo moderno

1930-2009
“En una sociedad totalmente cuerda, la locura es la única libertad”.
(J.G. Ballard).
La muerte de James Graham Ballard deja un vacío importante en la literatura contemporánea. Más allá de modas, de estilos o de transgresiones, el autor británico puede ser considerado como el gran cronista de la ciencia ficción inminente, uno de los padres del nihilismo moderno y un autor visionario comprometido con su obra. Ballard fue capaz de describir cualquier tipo de imagen y sensación con una brutalidad molesta. A través de ésa sutil incomodidad, supo enfrentar al lector al mundo y a su terrible esencia. Ésta condena apocalíptica se plasmó en sus páginas por medio del psicoanálisis y el surrealismo, con una perspectiva extrapolada que anticipó la enfermedad y el síncope de la sociedad y el modo de vida occidental. El ser humano y, sobre todo, la clase media, era para el escritor una entidad moldeable, a la que es fácil extirpar de su miseria diaria para abrirle un inmenso caos donde su condición se transforma en algo totalmente insignificante. Su distopía, por tanto, se asentó a lo largo de su obra en los padecimientos globales y el virus social que el ser humano ha incubado en su entorno. El mundo, visto desde los ojos de Ballard, no es más que un desolador paisaje proveniente de la culpa del hombre y los efectos psicológicos del desarrollo tecnológico.
El diccionario recoge el término “ballardiano” para definir la “la modernidad distópica y los desoladores paisajes de un futuro inmediato” que tanto frecuentó en su literatura. La digresión y perversión de sus palabras será recordada por una de sus obras magnas, ‘El Imperio del Sol’, una pesadilla autobiográfica que recoge su experiencia infantil desde sus vivencias en el barrio europeo de Shanghai, rodeado de lujo, a las carencias y humillaciones del campo de prisioneros japonés de Lunghua en el que fue recluido. Sin embargo, la obra de Ballard va mucho más allá de este texto adaptado por Tom Stoppard para que Steven Spilberg dirigiera una de sus obras más personales. J. G. Ballard ha erigido una obra literaria señalada por una temática rica en alegorías obsesivas, descritas con crudeza y explicitud, elementos clave para poder descifrar el presente y plantear así una oscura visión del futuro. De ahí emana esa conocida y personal “ciencia ficción subjetiva” que dio como consecuencia una nueva acepción de la ciencia ficción introspectiva, una nueva fórmula de afrontar los elementos del género, desde un espacio reflexivo, antes que redundar en los convencionalismos, haciendo una exposición analítica de lo que él llamaba psicología del futuro.
El futuro ya está aquí, entre nosotros, emplazado en la depravación de la cotidianidad, que deja un contexto sincrético y evidencia la fragilidad de las relaciones sociales visualizadas en la desintegración del paisaje y descomposición de los valores morales. Un éter apocalíptico que deja espacio, a pesar de ello, para descubrir la excrecencia de realidad “ballardiana” del hombre moderno. Para Ballard, no había futuro, concluyendo que el consumismo era la única ideología de la sociedad y la alienación idiotizante su forma de vida. La obra de Ballard se nutre de una asepsia genuina, mediatizada por un detallismo que no repara en la utilización de simbolismos y metáforas, de obscenidad, de convulsiva fisicidad y sexualidad, con copiosas descripciones caracterizadas con una rudeza directa en el tratamiento de sus temas, en los que destacan las descarnadas referencias a la deformación y a la violencia de sus pesadillas urbanas.
Ahí queda esa tetralogía catastrofista sobre el final de la Humanidad que suponen ‘El mundo sumergido’, ‘El huracán cósmico’, ‘La sequía’ y ‘El mundo de cristal’. Obras radicales y esencia de la Nueva Carne que profieren las páginas de ‘La exhibición de atrocidades’ y ‘Crash’ e innumerables maravillas encontradas en una sucesión de títulos imprescindibles; ‘Rascacielos’, ‘La isla de cemento’, ‘La Compañía de Sueños Ilimitada’, ‘Hola, América’, ‘Furia feroz’, ‘Diez monólogos de la vida de asesinos en serie’, ‘Noches de cocaína’, ‘Super Cannes’, ‘Milenio negro’, ‘Kingdom Come’… Fue la voz narrativa del cronista que, desde la distancia y con una frialdad ejemplar, supo desgranar los designios de los tiempos presentes a través de un futuro que vive en nosotros, con cierta tendencia al diagnóstico del psiquismo, donde no existe una separación tangible entre paisaje y pensamiento, con reflexiones y filosofía absolutamente estremecedora. La literatura siempre recordará la genialidad de ese universo imaginario descrito desde un pequeño resquicio en el suburbio de Shepperton. Con la muerte de Ballard, la sociedad actual sigue la profecía de este autor, sumida en la decadencia progresiva, en su futuro desolador, con esa imagen de una piscina en las que flotan hojas secas.

viernes, 17 de abril de 2009

17.04.09: Estreno REFOyo.com y nueva imagen del Abismo

Desde hace muchos, muchos años… la idea ha seguido dando vueltas, adquiriendo forma lenta pero constantemente. Ha estado a punto de materializarse en varias ocasiones. Sin embargo, no era el momento. Hoy, por fin, día 17 de abril de 2009, es un hecho. REFOyo.com se lanza a la red después de cuatro años de trabajo intermitente. Ha sido un duro periplo en la consecución de este proyecto que nace, como toda página de bombo e impulso personal, desde una absurda ilusión. Tener una página web con tu propio nombre puede ser visto como un acto de arrogancia, un excentricismo ególatra sinsentido. Hay gran parte de razón en esta aseveración que servirá como foco de ataque por parte de detractores, pero bien cierto es que una página web puede funcionar como un enloquecido escaparate a la idiosincrasia personal de aquel sobre el que trata. Pero no hay que tomarse en serio nada en absoluto. Como yo he hecho desde la idea de este portal. El lanzamiento de esta web llega bajo el influjo de ‘Un Mundo desde el Abismo’, como extensión a ése blog que tantas satisfacciones ha dado y sigue dando. Por eso, es un privilegio y un orgullo poder ofrecer esta nueva página a lectores y visitantes, a internautas y ocasionales que se encuentren con ella a través de los bastos nimbos incorpóreos de Internet.
REFOyo.com es una web personal que tiene como objetivo ampliar el enfoque intrínseco del autor, una oportunidad darme promoción por el morro. Y qué mejor que hacerlo mediante una página de estructura sencilla, de comodidad en su navegación, sin descuidar la eficacia del diseño de la página. En ella, podéis daros una vuelta por los trabajos, proyectos, escritos, ilusiones y decepciones puestas al servicio de todo aquel que quiera darse una vuelta por mi desordenada cabeza y vida. Tener una página, como modo de proyección internauta, era algo que siempre había estado en mi agenda, un deseo que había querido desde hace muchos años. Y aquí está, funcionando, todavía sin poder creerlo. Una advertencia a principiantes; muchas de las secciones de esta web funcionan mediante ventanas emergentes en Flash. Obviamente, en ninguna aparece publicidad, sólo contenidos relacionados con la web.
Nueva imagen Abismal
Por si fuera poco y aprovechando la inauguración del estreno de la web, el entorno abismal sufre con ella una pequeña transformación. Ya iba siendo hora de que todo esto tuviera un cambio de imagen. Desde que en septiembre de 2005, ‘Un Mundo desde el Abismo’ adquiriera la revolucionaria transformación que ha mantenido a lo largo de todos estos años, se hacía necesaria otra versión que mantuviera el carácter y el diseño de su antecesora, pero imprimiendo alguna novedad. La estructura abismal ha variado muy poco con respecto a la anterior versión. La disposición de lectura regresa a su origen, como homenaje a lo que ‘blogger’ estableció como comienzos de sus plantillas, volviendo a circunscribir el texto a la parte izquierda del blog. Dentro de ella, la novedad más importante (y deseo desde hace años) es la neutralización del color de fondo, dejando el blanco con letras oscuras para facilitar la lectura del internauta que visite el Abismo, simplificando al máximo esta exigencia que venía pidiéndose desde hace tiempo y además se ve ligeramente ampliada en su cuadro. Pero por ello, el estilo no ha cambiado. Sigue siendo el mismo, respetando el espíritu de aquella versión 3.0 que fue la pionera en radicalizar estructuras combinando Macromedia Flash y XML como parte distributiva de un blog y su disposición de actualización de los enlaces.
‘Un Mundo desde el Abismo’ siempre ha abogado por permitir un mejor acceso a todo lo que se estaba acumulando en este weblog, sin necesidad de recurrir a las imposiciones de Blogger y Google. Por eso, en su parte derecha se acumulan algunas agradables sorpresas como es ése archivo de críticas ordenado alfabéticamente para una fácil búsqueda de todas las críticas que han ido apareciendo a lo largo de estos cinco años en el blog. Por supuesto, sigue funcionando ese bloque titulado ‘El Fondo del Abismo’ utilizado para ordenar el amplio repertorio de entradas que han ido acumulándose durante todos estos años clasificados por categorías. Queríamos un hábitat personal y heterogéneo, que no desnaturalizara mucho la anterior versión del Abismo, así es posible seguir accediendo a todas las páginas que tienen que ver con el submundo de “Refo” y sus filias y fobias. Todos ellos tienen su enlace en REFOyo.com y se corresponden a las típicas páginas que están saturando la red, a las posibilidades de ocio informático cada día más multitudinarias; Facebook, Fotolog, Twitter, la galería fotográfica de Flickr, un Myspace horroroso a medio hacer… añadido al archivo anual de ‘blogspot’ y a la inauguración (con gran retraso) de la página del cortometraje ‘El Límite’, donde además de poder disfrutar de su visionado, recopila información ingente sobre el proceso y creación del que hasta el momento es mi trabajo cinematográfico más conocido. En cuanto a contenido, todo sigue su curso natural; las críticas, los dossieres, los enlaces, los posts pretéritos y los destacados… Todo sigue igual, pero desde una perspectiva distinta, más dinámica y rápida apoyado en un ‘scroll’ o barra lateral que agilizará el desplazamiento por las diversas secciones de este entorno y sus subpáginas.
Tras varios intentos frustrados, e interminables años de trabajo e ilusión como armas primordiales, la aportación y el esfuerzo titánico de Myrian Trujillano han sido fundamentales para que tanto el estreno de REFOyo.com como la actualización de ‘Un Mundo desde el Abismo’ hayan visto la luz después de tanto tiempo. Ella ha sido la compañera y cómplice perfecta. Sin ella, esto no hubiera posible.
Los que leéis este espacio habitualmente, los que pasáis de forma esporádica, así como los que desfilan por aquí efímeramente estáis en vuestra casa. Esta vez ampliada con más contenidos y mejoras. Disfrutad de la fiesta y muchas gracias por vuestra constante confianza y apoyo abismal. Sin vosotros, todo esto no hubiera sido posible.
Esto se merece una celebración con una buena cerveza ¿No creéis?