miércoles, 9 de julio de 2008

$ 736,568,865

Cuando Harrison Ford, George Lucas y Steven Spielberg dijeron aquello de renunciar a cobrar por su trabajo si 'Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal' no recaudaba un mínimo de 400 millones de dólares en su exhibición mundial, casi todos sabían que esa cifra sería alcanzable. Paramount invirtió en 'Indy IV' unos 335 millones de dólares, 185 millones en la producción y al menos 150 millones de dólares para su promoción en todo el mundo.
Las expectativas han sido y están siendo más que superadas.

martes, 8 de julio de 2008

Apocalipsis medioambiental

Es la noticia del día.
El verano siempre es una de esas épocas con poco que contar. Aquí y en China, por mucho que tengan los Juegos Olímpicos de por medio. La deducción de noticias de carácter político durante las vacaciones, hace que la nunca existente plétora informativa quede relegada a un segundo término. Llegados a este caso, siempre hay dos vías a seguir; liar el hato del sensacionalismo absurdo (y, lamentablemente, algo olvidado) como la reaparición de ese icono monstruoso que es Nessie en Escocia o el más autóctono el sanabreño y temido Mojaruelo, unidas a realizar conexiones por doquier con las vacacionales operaciones salidas y entradas automovilísticas o dedicar el tiempo a informar del ocio en todas sus ramas. Otra es dramatizar hechos a los que el resto del año se les da una cobertura fugaz e injusta como a la inmigración o las epidemias causadas por las hambrunas en África. Desde este año, tenemos una nueva a añadir a estas dos categorías. Se trata de una moda a la que podríamos llamar “los peligros de la hecatombe sistematizada y popular”, que llega a la audiencia en forma de lemas ‘greenpeaceados’ para que forma parte de las conversaciones de ascensor, que se van a tecnificar más allá de frases como “Vaya calor. ya ha llegado el verano” por otras donde suenen términos como abusos medioambientales, contaminación y polución. “Oiga, cómo está el aire de contaminado”. La lógica respuesta sería “Ya lo advirtió el Premio Nobel Al Gore en su documental ganador del Oscar”.
Las vacaciones del Rey y su afición por navegar ya no son noticia. Tampoco las fiestas de los pueblos. Lo que se lleva es la contaminación. Y no es para menos la aprensión sembrada. Si hace pocos días los medios advertían que los patrones de deshielo en el Ártico en las últimas décadas han ido decreciendo en unos siete kilómetros al año, hoy sabemos que en Europa se registran al año 370.000 muertes por respirar aire contaminado, y en concreto en España, 16.000, según datos del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino.
El Apocalipsis va a llegaaaaar…

lunes, 7 de julio de 2008

Histórico espectáculo en Wimbledon

El deporte español está de enhorabuena. Si hace unos días la selección española de fútbol se proclamaba campeona de Europa rompiendo una racha de 44 años sin conseguir un título continental, ayer, Rafa Nadal, más acostumbrado a la victoria y a las alegrías deportivas para la multitud, fulminó otra mala período de sequía; los 42 años que separaban la última vez que un español, en aquélla ocasión Manolo Santana, del triunfo en Wimbledon (4-6, 4-6, 7-6, 7-6 y 7-9) en un partido legendario donde dos de los mejores tenistas de todos los tiempos demostraron una fuerza física imponderable, dos titanes de la raqueta dando lo mejor de sí mismos en más de cuatro horas de un encuentro que será recordado por durante décadas.
Roger Federer no pudo con un titán en estado de gracia. El hasta entonces cinco veces ganador de este celebérrimo torneo londinense, luchó hasta el desgaste en pos de remontar a un adversario que casi desfallece por culpa de su maltrecha rodilla, levantando tres bolas de partido y reiterando lo que bien sabe hacersolfa de ‘aces’ que éste está acostumbrado. Rafa Nadal, por su parte, hizo uno de los mejores partidos que el aficionado recuerda. Simplemente admirable. Un choque a muerte, de sudor y lágrimas, de tensión insostenible, donde sobrevivió el que más ímpetu tuvo para darlo absolutamente todo. El sufrimiento, la parte técnica y el tesón extenuante fueron ayer el mejor aliado del más perfecto tenista que ha tenido España en toda su Historia.
Es cuestión de un breve periodo de tiempo que se haga oficial. Todos los saben. Pero ayer se reafirmó que el trono que aún regenta Federer tiene ya un heredero natural. Nadal es, hoy por hoy, el mejor jugador de tenis del mundo, por encima del actual número 1.
Y que sea por muchos años.

viernes, 4 de julio de 2008

Review 'Los Cronocrímenes'

El viaje en el tiempo de la momia rosa
Nacho Vigalondo compone con su opera prima un fascinante recorrido a lo largo de tres líneas temporáneas que interactúan produciendo varios giros en un fascinante guión que evita cualquier tipo de efectismo.
‘Los Cronocrímenes’ ha recorrido un largo y sinuoso camino hacia su esperado estreno. Hasta que encontró distribuidora (Versus Entertaiment), Nacho Vigalondo, creador de cortos de culto como ‘Código 7’, ‘Domingo’, ‘Choque’ y su trabajo más emblemático por el que fue nominado al Oscar en 2003 ‘7:35 de la mañana’ ha visto cómo su primera película como director y guionista ha generado grandes expectativas, pero a excepción del Festival de Sitges, pocos han tenido el privilegio de poder verla. Nadie es profeta en su tierra. Por eso, el director cántabro ha tenido que esperar varios meses para ver realizado el sueño de ver su trabajo proyectado en las salas nacionales. De entrada, su largometraje no es una comedia absurda o urbana; eso hubiera supuesto más facilidades a la hora de anticipar el estreno, sino que es un loable ejercicio de ciencia ficción a la española, realizada con escasez de medios, pero paliada con un guión que deja en ridículo a la gran mayoría (por no decir totalidad) de películas patrias que llegan habitualmente a estrenarse.
Estamos ante un filme que se desprende de prejuicios genéricos, para acometer, con valentía y mucho riesgo, el reto de determinar una aventura que mezcla realismo, ‘thriller’, algo de terror y ciencia-ficción en una única esfera de acción. Tal audacia ha hecho que esta obra (por definición, de culto) haya triunfado fuera de nuestras fronteras y vendido sus derechos para el ‘remake’ norteamericano antes de poder ser vista en España. Es ilógico, claro que sí. Pero así funcionan las cosas en este país. Y es una lástima este maltrato, pues el cine español echa en falta talentos como el de Vigalondo y títulos como éste que hagan atenuar, en parte, la ridícula situación, a veces esperpéntica, en la que la cinematografía patria incurre con películas de sonrojante mediocridad.
Nacho Vigalondo demuestra que, más allá de ese personaje nervioso y verborreico hecho a sí mismo, subido con comodidad a la etiqueta de fulgurante personaje multimedia, ha sabido ir intensificando su evolución como creador (primero con sus cortometrajes de marca, ahora con este primer trabajo), concretada con una punzante astucia vivificadora que bebe de todo aquello que el director ha ido absorbiendo. Más allá de devociones o animadversiones sobre su figura, Vigalondo emplaza aquí al espectador a seguir una historia que no hace concesiones de ningún tipo, dejando a un lado la espectacularidad y el facilismo en el que podría haber caído, sin efectos especiales, con una austeridad visual que enmascara lo que podría apreciarse como una alucinación hermenéutica temporal. Por proximidad, compartiría espíritu inquieto con ‘El anacronópete’, de Enrique Gaspar y Rimbau, así como por temática con las obras subgenéricas de H. G. Wells, Philip K. Dick o Heinlein y los trazos de cintas generacionales de referencia ineludible como ‘Regreso al Futuro 2’, de Robert Zemeckis o ‘Atrapado en el tiempo’, de Harold Ramis.
‘Los Cronocrímenes’ fabula en torno a Héctor, un hombre gris y anodino que, recién instalado junto a su mujer en un apacible entorno junto al bosque, descubre con sus prismáticos a una hermosa joven desnuda. La curiosidad y la pulsión sexual por este hallazgo, le hacen acercarse sin saber que un misterioso hombre con gabardina y con un extraño vendaje rosáceo le atacará con unas tijeras. Es el comienzo de una serie de catastróficos accidentes provocados por el caos temporal inducido por el propio protagonista, que alterará el flujo del tiempo en un ciclo que debe cerrarse sobre sí mismo. Lo que parece ser una cinta costumbrista, se convierte a las primeras de cambio en una odisea de ciencia ficción, pues la irrupción del género llega muy pronto, abriendo la duplicidad de líneas temporales paralelas, donde se desarrollan exactamente los mismos acontecimientos en un proceso de transformación de la realidad en otra alternativa y simultánea con dos opuestos que son uno. Un hecho que abre una tesis y antítesis del presente y del pasado, respectivamente, para acabar resolviéndose a modo de epítome que supera todos los hechos.
Todo esto, que puede sonar complejo e ininteligible, es sugerido con pericia a modo de puzzle que va desgranándose con aparente simplismo, pero narrado con capacidad de desconcierto que desprende el relato de Vigalondo, convirtiendo la miserable situación en la que se sumerge el personaje en una auténtica odisea de grotesca ironía, que es el germen evolutivo, además, dentro de la interesante obra cortometrajística del autor cántabro. La irrupción de lo fantástico no se ve enfatizado por ningún tipo de efectismo, sino que se integra en la narración hasta diluirse en la cotidianidad, del mismo modo en que no se produce distinción en el tratamiento fílmico en relación a la escenografía y al contexto realista. La adscripción genérica de Vigalondo se relativiza en todo momento.
A lo largo de ochenta se dan varias situaciones espirales, agitadas con sentido multisémico, que van provocándose por medio del efecto antes de la causa, lo que evita cualquier demostración lógica o empírica de su proposición. Vigalondo es listo, y lo que hace es facilitar la identificación con un personaje cuyos encontronazos con sus diversas realidades obtienen su explicación en un segundo termino, sin indagar en motivaciones externas o en fantasías utilizadas como señuelo. Cuatro personajes y un par de escenarios son suficientes para mover una historia llena de ardides, donde no existe ni sólo error de incoherencia argumental, buscando en todo momento que el público crea conocer de antemano lo que va a suceder, cuando no es así. El resultado es un seguimiento activo del espectador que apela directamente a su inteligencia como público astuto, obligado a ser partícipe de la trama, a pensar de inmediato en lo que está sucediendo antes sus ojos, en lo que ha sucedido y en lo que va a suceder. Y lo hace siguiendo una exacta progresión dramática, que mantiene en todo momento una lógica racional en el encadenado que camina siempre más por la línea de lo verosímil que por la parábola ficcional.
Sin llegar a inflamar la terminología cognoscitiva, científica o filosófica con términos que alejen al espectador de las intenciones de la historia, ‘Los Cronocrímenes’ exhibe una serie de personajes que coexisten en un mismo espacio, en una iteración de tres líneas temporáneas que interactúan produciendo varios giros de guión, contado con una trascendencia hipnótica, fraccionando la historia con dobles (y hasta triples) simultaneidades. Por supuesto que no faltan paradojas temporales. Es el elemento necesario que defina por completo la diversidad de un rol que se engaña a sí mismo y a los demás personajes, idealizando realidades y destruyéndolas para crear o deshacer un funesto acontecimiento, que es lo que motiva parte de la sucesión de viajes en el tiempo.
En el camino, se da una antológica reflexión sobre la identidad, la de un hombre mezquino que se dedica al vouyerismo en sus ratos libres, celoso de que él mismo pueda estar con su propia mujer en el desdoblamiento de tiempos, en cuya esencia subyace la huella de lo inevitable, de aquello que está predestinado o postdestinado, dibujando la muerte como ineludible contrariedad que no se puede evitar, pero sí se puede enmendar, como demuestra el espeluznante ‘happy end’ presentado a modo de triste y cínica poesía que está rodado mediante uno de los planos cenitales más espectaculares vistos en nuestro cine.
Llama la atención la seriedad con la que Vigalondo ha creado su primer largo, optando por envolver su película en una estética gélida y algo distante de la mano de Flavio Martínez Laviano, que se armoniza con una puesta en escena esencialmente naturalista, con un orden de composición desprovisto de artificios formales, casi plano, aprovechando así el preponderante dominio de la pieza clave de este filme, que reside en su férreo y sorprendente guión. Un libreto estructurado con maestría para que todas piezas encajen con sorprendente precisión. Ésa sombría atmósfera visual, unida a los grotescos personajes y situaciones que galvanizan la trama, aprovecha ese enrarecimiento para reforzar algunos (pocos) momentos de humor negro. Por el contrario, el único inconveniente del filme tal vez sea la poca gravedad que juega el entorno sobre la historia. Los verdes parajes septentrionales utilizados como espacios de ida y vuelta o el interior del silo científico ven mermada su eficacia por el exceso de opacidad dentro de los espacios.
Esto, voluntaria o involuntariamente, entorpece que los escenarios jueguen un papel primordial dentro de la historia, sin dejar que operen como un personaje más, restando funcionalidad a la propuesta, siempre centralizada en el/los personaje(s) de Héctor y sus movimientos. Un menoscabo compensado con un estupendo Karra Elejalde que, pese a cierto contrapeso inicial, se va metiendo en la piel de un rol torturado por sí mismo, evidenciando el talento admirable de sus mejores interpretaciones, muy por encima de un imponente Bárbara Goneaga (que aún así, está más que correcta en el papel de pieza clave del rompecabezas) y de la más anodina Candela Fernández. El propio Vigalondo, se une a ellos con una inteligente estrategia como la de autoatribuirse el papel de un científico que dentro del filme, obviamente no es actor, pero que actúa en cada instante que está en pantalla y que sirve de réplica a todas esas críticas que se puedan verter sobre su papel como actor.
Inteligente rompecabezas, funciona como un colosal entretenimiento que necesita incluso de la revisión para captar nuevos detalles y abruma por su amplia gama de gradaciones narrativas. Puede echársele en cara la falta de algo de lustre visual, sí, aunque éste sea buscado por el director, pero lo cierto es que nos encontramos ante una cinta de construcción matemática, que se esfuerza en todo momento por resultar coherente con la complejidad de esos intensos razonamientos y significados contrapuestos que necesitan del ya citado público como intermediario. Ahí es donde esta opera prima resulta un ejercicio de enorme honestidad, en absoluto complaciente y poseedora de un céfiro de imaginación y conciencia en la diatriba que supone alterar la condición lógica de los acontecimientos provocando un dilema aún más grave.
‘Los Cronocrímenes’ es una cinta que suscitará reacciones encontradas, que contradigan o reafirmen muchas de las expectativas y criterios posteriores a su visionado, bien sea por parte del público como de la crítica especializada. Estamos ante una película que uno no sabe como tomarse exactamente, pues tiene múltiples lecturas. Y eso es impagable. Sin embargo, crea animadversiones. Sólo el paso del tiempo colocará esta inclasificable obra de orfebrería en el lugar al que corresponde. Una experiencia cinematográfica que hay que vivir y de las que el cine español está tan necesitado. Es una pena que no vaya a transferir su brillantez más allá del transitorio estreno español; porque, la verdad sea dicha, condiciones para fascinar no le faltan.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

martes, 1 de julio de 2008

Cámara nueva

Aquí tenéis la nueva adquisición. La vimos hace ya algún tiempo, pero hemos esperado menos de lo que pensábamos para hacernos con ella. Nos dio por ahí, en un alarde de fiebre consumista provocada por el sofoco veraniego. Y ya es la joya de la corona dentro de las novedades técnicas que han ido entrando poco a poco en casa. Esta nueva posesión establecerá la posibilidad de percibir con un sentido visual propio el mundo adyacente, que dirían en cualquier capítulo del ‘National Geographic’, intentando a su vez transmitir la fragilidad en forma de ideas, de colección de instantáneas que capturen la evocación y el recuerdo. Así de engolado, en plan homenaje al maestro Cartier-Bresson.
A través de esta Canon EOS 450D, podré concebir (o al menos intentarlo) una pequeña muestra de trayectos personales o comunes, de imágenes absurdas y hasta tópicas, de retratos de personas conocidas y forasteras, de la gran variedad de espacios geográficos que imponen la proximidad y la distancia. En definitiva, de fotos tomadas desde el desconocimiento, el ímpetu y las ganas de aprender.
Durante largo tiempo el Flickr Abismal ‘Enfoque Negativo’ ha ido mostrando ese punto de vista sobre algunas de las cosas que rodean la cotidianidad de un fulano que sigue soñando con capturar ficciones e imágenes. Hoy, este espacio fotográfico mejorará en cuantía y calidad sus imágenes.

lunes, 30 de junio de 2008

Eurocopa 2008: ¡¡Campeones!!

El gol de Marcelino el 21 de junio de 1964, aquél que le dio a España su primera Eurocopa forma parte del archivo, de la memoria histórica del fútbol español. A partir de ahora, la selección convocada por el veterano Luis Aragonés (auténtico artífice del éxito) pasará a la Historia como el equipo que fue capaz de romper todos los maleficios y demostrar que la selección absoluta de fútbol podía lograr una gesta deportiva que durante tiempo ha permanecido como una quimera. 44 años después, España vuelve a ser campeona de Europa. Y lo es por méritos propios, habiendo evidenciado una grandeza y una pasión en el juego como pocas veces se había visto en un equipo acostumbrado a fracasar en las grandes ocasiones. La selección española ha sido infinitamente mejor a todos y cada uno de los rivales de este torneo, con un juego brillante y una disposición táctica ejemplar. Y encima, convocando al aficionado al arrobamiento unánime dentro de un país al que el fútbol le debía una alegría de semejante importancia y trascendencia.
La final llegaba contra una Alemania acostumbrada a vivir de las victorias de manual, de la suerte o de la altura. Ayer no era el día. Pese a que la selección lo pasó mal en los primeros minutos del encuentro, supo recomponerse ante la implacable fuerza teutona, que fue perdiendo energía con el juego colectivo impulsado por un centro del campo ordenado por Xavi y Cesc, que fueron agrietando la defensa alemana con las embestidas de un Fernando Torres tremendo, luchador y ejemplar, que vio finalmente recompensado su esfuerzo tras un pase providencial de Xavi que acabó en un hermoso gol que a la postre sería el único, el destinado a ilustrar una victoria trabajada y merecida. Los bigardos germánicos poco pudieron hacer ante el gol, sino buscar la desestructura española por todos los medios. Pero no fue posible. Ni siquiera desfavorecidos por otro mal arbitraje de un árbitro italiano, ni por las continuas embestidas de un sucio Ballack en busca de bronca y trifulca. Cuando Cazorla y Güiza salieron al campo como incentivo de rapidez, el partido parecía sentenciado a ése único gol, ya que la selección nacional parecía incapaz de volver a perforar la portería alemana y los de Joachim Löw hacían lo imposible para que esto no sucediera, más que escudriñar un resquicio de esperanza que les llevara al empate.
Era el momento de demostrar que la competitividad vence a la especulación y Alemania no pudo volver a repetir esas injusticias en el último minuto, de ésas que han hecho de su selección una de las más ilustres del fútbol internacional. El fatalismo ayer no procedía y el grupo de Luis Aragonés dejó de una vez por todas de ser la sombra del desengaño. En ese pitido final, el de la gloria de la selección, España entera se echó a la calle empapada por el júbilo y el éxtasis, unificando el color rojo y ataviados con banderas españolas. El fútbol español había logrado, por fin, aunar al país entero, coreando un solo nombre, el de un equipo que apela al sentimiento común, al grito denominador de una nación. 44 años han sido mucha espera. Pero ya tenemos otra Eurocopa y ya tenemos a estos héroes del '08 para modernizar la imagen del triunfo.

viernes, 27 de junio de 2008

Más cerca de la gloria

La Rusia que deslumbró a Holanda para llegar a la semifinal fue ayer un ente inoperante en manos de un coloso futbolístico, como nunca antes se había mostrado la selección española. Los de Luis Aragonés fusilaron a los rusos, haciendo historia y cerrando con éxito otro paso más hacia la gesta que parecía no llegar nunca. La final de la Eurocopa supone además la unificación de equipo y afición, donde el debate suscrita todo tipo de elogios e ilusiones. Es la antitesis de las grandes citas competitivas, en la que la desconfianza ha quedado hoy como un mal recuerdo para el aficionado al fútbol.
Ayer, España entera volvió a vibrar con un partido en el que el combinado nacional cautivó por su ambición de cara al gol, por su persistente ataque al área rusa, su madurez como equipo sin individualidades, fruto de un motivación fuera de lo común que hizo que finalmente las líneas del equipo de Gus Hiddink se vinieran abajo por todos los lados y llegaran los tres tantos que elevan a España a la élite del fútbol no sólo europeo, sino mundial. Al entrenador holandés no hubo quien pudiera volver a regalarle otra victoria inmerecida, como sucedió con Corea. No se ha podido robar al equipo infranqueable. El catálogo de jugadores, jóvenes y motivados, no hacen más que ir albergando la esperanza de esta selección capaz de lograr entrar en la Historia por la puerta grande. Ya lo han hecho, puesto que 24 años después, el fútbol, en su máxima categoría, va a disputar una final contra el coloso alemán.
El domingo, en el estadio Ernst Happel se decidirá el campeón de esta Eurocopa 2008. España nunca ha estado tan cerca de la gloria. Jamás luchó con tanta pasión contra la adversidad. Sólo por eso, merecen la oportunidad de ennoblecer el deporte rey y continuar rompiendo el maleficio, para recibir ese baño de elogios y prestigio impensable hace menos de un mes. España merece ser campeona. Y así va a ser.

jueves, 26 de junio de 2008

El viaje en el tiempo de Vigalondo

Mañana se estrena en toda España una película que nadie, absolutamente nadie, debería perderse. Se trata de un filme imprescindible, una cinta valiente que evidencia que el cambio puede llegar al cine patrio con películas como esta ‘Cronocrímenes’, de Nacho Vigalondo.
Una fascinante propuesta de género de ciencia ficción (ahí es nada), tan ajena y arriesgada que destruye el interés de cualquier otra película de cine español parida en mucho tiempo. Vigalondo es capaz de utilizar pocos recursos para montar una fábula de complejas posibilidades teóricas y técnicas acerca de un subgénero tan variopinto como es el de los viajes en el tiempo, jugando con las múltiples posibilidades que ofrecen las paradojas asociadas a una historia que opera a modo de puzzle y que tiene en Bárbara Goenaga, Karra Elejalde, Candela Fernández y el propio Vigalondo a sus únicos cuatro personajes.
‘Cronocrímenes’ es la historia de un hombre gris y anodino que, recién instalado junto a su mujer en un apacible entorno junto al bosque, descubre con sus prismáticos a una hermosa joven desnuda. La curiosidad por este hallazgo le hacen acercarse sin saber que un hombre con gabardina y con una extraño vendaje rosa le atacará con unas tijeras. Es el comienzo de un viaje a modo de ‘thriller’ a través del tiempo, desdoblando realidades, abriendo una apasionante variación de perspectivas a una película que tiene en su guión a su mejor aliado y que ha obtenido premios como la Medalla de Plata del Público y el Premio a la Mejor Película en el Fantastic Fest Austin 2007 (Texas), el Asteroide de Oro a la Mejor Película del Festival Science Plus Fiction Trieste 2007, Premio del Público del Philadelphia Film Festival 2008 y el Tulipán Negro del Ámsterdam Fantastic Film Festival 2008.
La semana que viene, la ‘review’ abismal.
Hasta entonces, no os perdáis la entrevista hijaputa de Chico Santamano a Nacho Vigalondo.
Cartel by Antiegos.

martes, 24 de junio de 2008

Review 'El Incidente (The Happening)'

Lo que el viento se llevó
Shyamalan utiliza una ficción que aprovecha ciertos elementos argumentales oportunistas para ofrecer otra fábula que ahonda en la dicotomía contrapuesta entre el agnosticismo y la creencia. Pero ésta vez sin acierto y cayendo en el ridículo.
M. Night Shyamalan se ha labrado una doble vertiente dentro del sector crítico que también ha salpicado a su entorno artístico y comercial; primero la de un hacedor artesano con vocación de autor, que ha ido creando una idiosincrasia en torno a los cuentos populares, a las fábulas poéticas de monstruos metafóricos que rodean un universo siniestro, pero hermoso a la vez. La segunda, la de un director excesivamente ensimismado con su obra, acusando un egocentrismo sin precedentes, donde la soberbia y el ego del que tanto ha hecho gala desde sus inicios como realizador le han ido pasando factura paulatinamente. Muchos acusan obras como ‘Señales’, ‘El Bosque’, pero sobre todo ‘La joven del Agua’ y ésta última ‘El Incidente’ de ése ombliguismo patentizando en la innegable caída de un embaucador o vendedor de humo al que se le han terminado los recursos para seguir mintiendo de esa forma tan elegante y cuidada de sus primeras películas.
En el cine de Shyamalan, la puesta en escena y la base rítmica siempre han sido los puntos fuertes de sus historias humanistas que desprenden de su propósito final un discurso reconocible que apunta al análisis de la sociedad moderna, dibujando para ello temores donde el liberalismo político, el racionalismo, la moralidad y la autocensura reflejan el pánico a lo desconocido, recurriendo en todo momento a la sugerencia visual y argumental para enjuiciar subversivamente el relativismo moderno, la falta de principios morales o el excedente de ellos, el gradual progreso y la falta de Fe en lo trascendente, más allá del ámbito terrenal.
Esa máxima, unida a la ambigüedad y al prodigioso manejo de los mecanismos del suspense con el que Shyamalan envuelve sus filmes no abandonan ‘El Incidente’. Para la ocasión, el realizador de origen hindú narra la inexplicable aparición de lo que parece ser un ataque tóxico que asola la costa oeste de los Estados Unidos. La devastación llega a través del aire, donde una ventisca afecta a la población haciendo que las personas contagiadas acaben suicidándose. Una silenciosa amenaza que también incumbe a Elliot Moore, un profesor de ciencias que huye a Pennsylvania junto a su mujer, un amigo y la hija de éste, sin entender qué es lo que sucede en el comportamiento humano hasta llegar destruirlo.
La idea inicial tiene la fuerza argumental de sus anteriores películas (incluidas aquellas que han naufragado); el desastre natural a gran escala que amenaza el ecosistema de los hombres y su instinto de supervivencia se cristaliza además con un arranque prometedor, rodado de forma impoluta, que brinda una maravillosa secuencia terrorífica y asfixiante, la de esos obreros que asisten atónitos al desplome de varios compañeros de faena que se inmolan lanzándose al vacío, encadenando una serie de catástrofes urbanas que evidencian ese suicidio en cadena.
Como punto de partida, podría remitir a la obra de Victor Sjöström ‘El viento’, obra clásica donde un ventarrón amenazador y omnipresente, protagonista del relato, también confería una atmósfera opresiva y perversa a la película, con aquellas tempestades de arena que hacían perder la cabeza a los protagonistas. Aquí, la cosa es similar, pero la intención es muy distinta a la conseguida por el cineasta sueco. El terror que deviene en infranqueable virus hipnótico y a la vez mortal provocado por el viento es un aire polinizado con la maldad de un planeta que está cansado de las continuas negligencias que el ser humano ha pervertido sobre él. La diferencia estriba en los planteamientos que van desarrollando el patrón narrativo y las subtramas que pretenden dar algo de significación a la acción, más allá de metáforas, reflexiones ni silogismos.
La ficción artificiosa de ‘El Incidente’ se aprovecha de ciertos elementos argumentales oportunistas y cuanto menos porfiados dentro del cine actual con respecto a la realidad; amenaza colectiva, miedo descontrolado como parábola del 11-S, advertencia sobre los peligros de la contaminación global… un catálogo de tópicos que mezcla terrorismo internacional y calentamiento global, aprovechada además como ataque a los ‘mass media’ por su teorización sin fundamento, reprochando la ignorancia desinformativa de la sociedad actual. Y lo hace sin ningún alarde de inspiración, compilando innumerables situaciones, diálogos y secuencias que caen, muchas veces, en el ridículo más desastroso; como ésa subtrama de infidelidad no consumada, la réplica forzada del personaje de Harlan Ogilvy de ‘La Guerra de los Mundos’ en una anciana con tintes ‘hitchcockianos’, publicidad subliminal del iPhone, redundancias innecesarias sobre la huida y sus razonamientos, pero sobre todo, trufando el relato con artificiosas frases que alcanzan incluso cierto tono de autoparodia. Algo que, obviamente, no hace sino que afianzar el descalabro bufonesco.
Shyamalan, por su parte, persiste en su empeño por ahondar en la dicotomía contrapuesta entre el agnosticismo y la creencia, arraigando a su idiosincrasia argumental un elemento que no es nuevo. La de un poder que rige el destino del hombre, observándole y juzgándole por sus pecados. El realizador y guionista confiere así una infantilización de Dios o simplemente presenta a los ojos del público la teoría de Gaia de James Lovelock; la Tierra como un ente vivo donde la biósfera es la encargada de generar, mantener y regular sus propias condiciones medioambientales, produciendo una evolución compartida entre lo biológico y lo inerte.
Es la síntesis de cierta frivolidad que ha perseguido en muchas ocasiones a los guiones de Shyamalan, que no duda en seguir lo que está narrando hasta llegar al extremo, sin preocuparle si lo que se ve en pantalla termina siendo una estrambótica historia. Por supuesto, el entramado catastrofista no podía combatirse de otro modo que con el amor recuperado de la pareja protagonista, con la eliminación de los odios y de la agresividad que, en teoría, es la causante de la rebelión natural contra el hombre. De ahí, que uno piense que el ‘redneck’ agrónomo aficionado a los perritos calientes y dueño de un invernadero pueda haber sobrevivido junto a su mujer al ataque del viento por su amor y entendimiento hacia las plantas. En ese sentido, ‘El Incidente’ podría definirse, de un modo irónico, como un spot hiperbolizado del Padre Vicente Mundina, que también lleva defendiendo toda su vida la capacidad de los vegetales para percibir las circunstancias que se dan en su entorno.
Más allá de todo esto, ‘El Incidente’ pretende en todo momento seguir las pautas del cine de Serie B, de no tomarse en serio a sí misma (desde las frases de preescolar de los personajes hasta el anillo que cambia de color), pero naufraga en su énfasis por profundizar con desatino en la disfuncionalidad familiar, en el engaño, en el reencuentro emocional, la vulnerabilidad del entorno cotidiano, con ese ‘deja vu’ de adultos con niños y la recuperación del amor. Da la sensación de que Shyamalan está tan preocupado por la comercialidad y la autoría de su obra que no deja espacio para la esperada sugerencia de un texto opaco, que se lanza al espectador con una interacción sin energía, llena de tópicos; que si persecución a campo abierto donde el viento en el monstruo invisible, que si el desconcierto de las matanzas colectivas. Siempre lo mismo.
Shyamalan es un autor artesanal, muy controvertido, que se ha negado a lo largo de su filmografía trufada de éxitos y fracasos a seguir las leyes del ‘blockbuster’, a reconvertir una y otra vez el ‘thriller’ psicológico, arriesgando con una apreciable voluntad que se antoja en exceso comprometida, casi suicida. ‘El incidente’ no aprovecha ese minimalismo con el que el cineasta sabe sacar partido a los dispositivos clásicos de la narrativa clásica y moderna, acreditando la incapacidad del director por transmitir algo de certidumbre a su apagada historia que ya afloró en la desastrosa ‘La joven del agua’. Y lo que es peor transmitiendo esa inopia de talento a sus actores Mark Wahlberg, Zooey Deschanel o John Leguizamo, que está muy lejos de resultar convincentes.
El problema reside en las limitaciones autoimpuestas. Shyamalan se recrea tanto en sí mismo que imposibilita su evolución, ofreciendo lo mismo una y otra vez, recurriendo constantemente a sus trabajos anteriores para no perder esa pátina de esplendor visual que siempre han desprendidos hasta sus peores trabajos (que se van acumulando poco a poco). Hay talento subvertido dentro del filme, no obstante, pero permanece atenuado con el énfasis visual de un genio de la puesta en escena que está en horas bajas. Él, como nadie, sabe filmar la tensión y el suspense, pero aquí se sostiene en un esquematismo tan reprochable que ni siquiera existe una voluntad metafórica que sirva de excusa. Shyamalan se queda sin coartada demasiado pronto en su reflexión interna.
Todo es catastrófico, que no catastrofista, llegando a una apostura que roza la tomadura de pelo, cuando el espectador tiene que asistir a un triple final que concluye con un ‘happy end’, con la esperanza de vida (ése predictor que da positivo), enfrentado sin embargo a la nueva amenaza, ésta vez en Francia, la ciudad del amor, con una secuencia de bicis y ‘gays’, en la que el virus destructor promete no ser tan condescendiente.
No hay espacio para evidenciar una desestructuración social, ni para una explicación a un enigma que no existe. A Shyamalan, por definición de su cine, no le gusta argumentar a la interpelación de sus tramas. Es más cómodo diluir las cuestiones en el profundo sentido del vacío que han puesto en evidencia sus guiones y han afianzado sus fracasos. Y es que en las películas de Shyamalan, como la propia ciencia en su justificación final dentro del filme, no se puede explicar del todo. De hecho, no se puede explicar nada. Y ése es el inabordable escollo de esta nueva y discrepante cinta del autor de obras tan magníficas como ‘El Sexto Sentido’, ‘El Protegido’ o ‘El Bosque’.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

lunes, 23 de junio de 2008

¡Va fanculo Italia!

La memoria no sólo hará recordar la noche de ayer como una gesta que acabó con la maldición de los cuartos de final, al igual que aquélla que rezaba que España no ganaba en 88 años a Italia y fulminando, de paso, la cruel realidad de las derrotas en una fase final el día 22 de junio. Lo recordaremos también porque con esta importante victoria se exime la deuda con un innoble y despreciable ex deportista, con parte de una nación que deshonran el nombre de un país aglutinados como estúpidos mostrencos que merecían la angustia y tristeza futbolística de ayer, con la grandeza deportiva de un equipo acostumbrado al fracaso. La Historia ha cambiado y tiene un nombre propio que debe pasar con mayúsculas a los anales de este deporte: IKER CASILLAS, el héroe nacional del día de hoy.
El destino parece ahorcar los hábitos. La suerte puede hacer que otro fantasma del pasado como Gus Hiddink, el adalid responsable de que Corea del Sur ganara en complicidad con el árbitro Gamal Al Ghandour una clasificación mundialista injustamente, se lleve también un correctivo.
Ya iba siendo hora de que el fútbol, ese deporte a veces idiotizante y sin sentido, vaya dando una alegría a la afición.