jueves, 27 de septiembre de 2007

Pro Evolution Soccer 2008 se deja ver (y jugar)

Esta misma mañana he tenido la oportunidad de probar el que será uno de los juegos más reclamados del mes que viene a Navidades. El Pro Evolution Soccer 2008 de Konami lanzó ayer mismo una demo jugable para temperar la ansias de los millones de ‘fans’ del que está considerado como el mejor simulador de fútbol del planeta.
La cosa se vuelve a repetir en el capítulo de novedades. Como el año pasado. Sus variaciones son apenas imperceptibles si lo analizamos por encima. Sin embargo, en el fondo ha mejorado. El nuevo PES ha corregido algunos descuidos precedentes y sigue perfeccionando el tema relativo a los movimientos, que ahora son más sutiles y reales, en cuanto a pases y combinaciones, en la disposición de juego, en su mejor texturización, lo que da como consecuencia el control de la pelota con más algo más de realismo en los tiros según posición y velocidad…
La idea es crear una equidad estratégica durante los partidos, cosa que se agradece. PES 2008 adquiere también alguna modalidad que hará que los seguidores vayan adaptándose a los sutiles matices introducidos en el juego; como la amplitud de variables para controlar el balón, proporcionando así un riqueza de regates o movimientos en juego, también se puede elegir el número de jugadores que queremos colocar en la barrera y su disposición durante las faltas o ese fascinante juego agresivo en el que los defensas atosigan con agarrones de camiseta y pequeñas faltas a los rivales. El motor gráfico se ha renovado. Y por ello, ahora hay más expresividad, en los rostros de los jugadores y en su movilidad dentro del campo, que se dilata en los ambientes, los uniformes (que se mojan si llueven o si el jugador suda demasiado), en el detallismo general, en los cambios meteorológicos y en los estadios. El entorno ya no es tan rudo como en sus precedentes presentaciones. Ahora PES 2008 es más sofisticado en cuanto a diseño y visible para ir componiendo nuestro equipo, en la reubicación de jugadores, tácticas, estrategias, opciones y demás.
Eso sí, sin apenas sobresalir respecto al PES 6, manteniendo el equilibrio ideal del juego que, hasta que no haya una hábito cotidiano con esta nueva versión, sigue siendo el mejor aliciente para las tardes de ocio. El único e imperdonable inconveniente (desde un punto de vista subjetivo y al menos en la versión PC) es la imposibilidad de readecuar los botones al gusto del usuario, que deja cierta libertad, pero no toda para los que nos hemos acostumbrado a ciertos vicios con las teclas.
El 25 de octubre, fecha en que sale a la venta, se desvelará todo el potencial real al que puede llegar esta nueva versión. Hasta entonces, la DEMO podéis descargarla aquí.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Review 'Live Free or Die Hard (La Jungla 4.0)'

Esto no es ‘La Jungla’
Tanto Les Wiseman como Bruce Willis intentan, sin mucho acierto, recuperar el espíritu de un personaje que, con el paso del tiempo, ha perdido el espíritu desvergonzado y el ímpetu contestatario de anteriores entregas en una innecesaria secuela.
La sensación que deja ‘La Jungla 4.0’ es similar a la que dejó hace años la tercera parte de ‘Terminator’, en esa innecesaria rehabilitación de un clásico bien conservado, que sigue perdurando con una inmanente entidad a través de dos décadas. En estos tiempos de ‘remakes’, nuevas versiones, adaptaciones, secuelas y demás modas que parecen haberse asentado en Hollywood, una nueva entrega de ‘La Jungla’ era un hecho esperado e indefectible, según mandan los cánones comerciales de la actualidad. Cuando John McTiernan dirigió en 1988 ‘Jungla de Cristal’, la película que lanzó al estrellato a Bruce Willis, pocos imaginaron que, veinte años después, sería nombrada como la mejor película de acción de la Historia por la revista Entertainment Weekly y pasaría a los anales de la Historia como uno de los paradigmáticos clásicos de culto en un género que no acostumbra a contar con el beneplácito de la crítica. La primera película se basó en la novela ‘Nothing Lasts Forever’, de Roderick Thorp y, a simple vista, su guión no aportaba ninguna novedad destacable que no se hubiera visto ya en una pantalla de cine: la historia de un policía de Nueva York, John McClane, que viaja a Los Ángeles para intentar salvar su matrimonio con una alta ejecutiva que trabaja en el Nakatomi Plaza, lugar que es tomado por un grupo terrorista que termina por apoderarse del edificio y secuestra a un grupo de rehenes. Pero sus planes se ven desbaratados por la dureza de un hombre capaz de poner en jaque al violento grupo de atracadores, y de paso, los de la policía, el FBI y a todo el que se pusiera por delante.
Sus predecesoras (por mucho que se diga que la secuela de Renny Harlin no está a la altura, algo que es incierto) siguieron con destreza la transposición de la acción inteligente sobre su trama, adoptando como materia prima el cinismo y la capacidad de sorpresa con la que las historias van capturando al público, que ha reconocido toda la iconografía y simbolismos con los que ha jugado la saga hasta el momento. La clave era ostensible a cualquier análisis; grandes dosis de espíritu desvergonzado, ímpetu contestatario y el dinamismo físico de un policía obligado en todo su periplo cinematográfico a recuperar sus instintos más arcaicos para subsistir dentro de una situación límite (ya fuera en un rascacielos, en un aeropuerto o en la masificación de un gran orbe como Nueva York).
La esencia de la saga de ‘La Jungla’ ha sido, hasta su cuarta parte, el enfrentamiento cartesiano de un hombre contra el mundo, rodeado de la iconografía de un género del que es uno de los pilares básicos y referentes ineludibles. Esta cuarta entrega dirigida por Les Wiseman pierde, de entrada, el clasicismo y la trascendencia de aquéllas y se sumerge de lleno en las técnicas y espectáculo modernizado con las que se construyen hoy en día las películas de acción, arrastrando además los complejos televisivos del panorama actual, donde el éxito de la ficción americana se debe a la agilidad con la que exponen contenidos, a la acción delimitada a la infatigable vuelta de tuerca y a la calidad intrínseca con la que se ha instaurado un formato del que bebe el cine.
Eso sí, veinte años después, el fondo de la trama continúa siendo el mismo; ‘La Jungla 4.0’ devuelve a un John McClane divorciado, envejecido y sin ningún tipo de relación con sus hijos que debe capturar a un ‘hacker’ llamado Matt Farrell para declarar por una serie de delitos informáticos. El caso, por supuesto, se amplifica cuando un grupo terrorista amenace al país atacando todas las infraestructuras administradas por ordenadores. Un caos sin precedentes que genera el perverso villano, en este caso Thomas Gabriel, que no sabe que McClane, como siempre, llegará al sitio menos adecuado en el momento más inoportuno para ponerle las cosas muy difíciles. Al director Lem Wisesman (responsable de esos ramplones filmes de ‘Underworld’) y, sobre todo, al guionista Mark Bomback, la función les viene demasiado grande, ya no sólo porque, a pesar de intentar sin éxito trufar la historia de representaciones genéricas y símbolos cinéfilos de la genealogía ‘junglesca’, no han sabido equilibrar adecuadamente ni los diálogos ni las situaciones a las que se enfrenta McClane., sino que a ‘La jungla 4.0’ le falta sarcasmo y le sobra esa pose cercana al tópico.
El gran problema de la cinta reside en la indefinición a la hora de delimitar los significados didácticos y sociales que sí tenían sus antecedentes, perdiendo el equilibrio con que se desarrollaban aquéllas, cayendo en el exceso, provocando con ello un espectáculo pirotécnico desmedido, sin lugar para la espontaneidad, el humor o la justa profundidad emocional, elementos que residen como imposición en su argumento, sin la insurrección necesaria para que pueda compararse ni incluirse como una secuela de una trilogía que muchos seguidores consideran cerrada tras esta decepción.
El artilugio nitroglicerínico para mayor gloria de un moderado Willis no va más allá de su enunciado, limitándose a jugar con las expectativas del público, aprovechando la empatía edificada en sus anteriores partes y apostando sobre seguro, más pendiente de la exhibición de fastuosos fuegos artificiales, apuntalados en un ritmo entusiasta (eso sí, que no decae en ningún instante), que la definición actual del carácter de un antihéroe que ha perdido su carisma, sin sugerir ningún tipo de evolución más que no sea que McClane ahora ya no dice tantos tacos, ni bebe, ni fuma, ni tiene pelo. ‘La Jungla 4.0’ se convierte así en un difuso borrador de ideas pirotécnicas que sólo buscan lanzar grandes dosis de tensión explosiva, lo que deja a un lado la credulidad y desequilibra en el conjunto inteligencia y acción, restando la pureza realista que habían conseguido, no sin ciertos obstáculos, sus predecesoras.
En esos pequeños brochazos que apuntan a un ramplón rudimento en la digresión de acción y familia que siempre ha movido a McClane, el héroe de raigambre mitológica se ha transformado aquí en un demiurgo postmoderno indestructible. El héroe analógico inmerso en una era digital obliga así reinterpretar el mundo, tanto en McClane, como en el propio Willis y, lo que es peor, obliga a reinterpretarse a sí mismo al espectador de la saga, que no logra ubicar toda la función circense, inverosímil e incongruente, a la iconografía del héroe. Un conato de desproporción efectista donde se perciben más los desaciertos que sus destrezas, en un clímax que no llega a exprimir todo el jugo de los conceptos tópicos de la saga, que se desvincula del arquetipo que fue McClane para modernizar el tumultuoso contexto en el que se mueve y hacer un par de chistes a su costa, destacando débilmente la odisea de ese cincuentón poco hábil a la hora de adaptarse a los complejos tiempos tecnológicos.
A ésa pérdida de gran parte del aire canalla e insurrecto de McClane, se une un reiterativo punto que va en su contra; como es la idea del elegante terrorista que no es tal, sino que tras la interesante amenaza de poner en jaque a la nación más importante del mundo jugando con la lasitud de una sociedad excesivamente dependiente de la tecnología para su existencia, se encuentra algo mucho más prosaico como es el dinero. Algo que ya sucedía en ‘Jungla de Cristal’ o en la tercera parte ‘Die Hard with a Vengeance’. Lo peor de ello es que el villano, personaje cardinal dentro de la saga, aquí opera con una carente personalidad, sin resultar creíble ni amenazante. Y por el que poco puede hacer el televisivo Timothy Oliphant. Y no es todo lo negativo, ya que casi todos los personajes secundarios son exhibidos sin empaque, comenzando por el cargante seguidor de McClane, un joven Justin Long que recoge el testigo de Samuel L. Jackson en la penúltima parte, dando vida al compañero accidental del héroe, obligación del ‘target’ juvenil y el responsable de que ‘La Jungla 4.0’ sea una ‘buddie movie’ desabrida, donde el comparsa va avanzando verbalmente lo que estamos viendo o ese personaje de Kevin Smith interpretando al ‘hacker’ Warlock, total y absolutamente innecesario en la acción.
Podría funcionar como un filme desvinculado a la idea primigenia, sin emparentarse demasiado a una trilogía que se antojaba inalterable en el tiempo. Lem Wiseman hace lo que puede y aporta cierto toque de sofisticación a una cinta donde la categórica profusión por la fantasmada, por la alegría con la que la fisicidad ha sido sustituida por la mecanización motorizada de un personaje indestructible (en esta caso, al volante de coches, furgonetas o monstruosos tráilers) se sazonan con un fondo tecnológico que va indeterminando los objetivos del villano en contraposición con los objetivos de McClane, que, como no podía ser de otro modo, encuentra en su hija el centro de búsqueda de esta nueva aventura.
Pero no es suficiente, porque ‘La Jungla 4.0’ deja la sensación de espectáculo rancio que el espectador ha visto demasiadas veces; como esa persecución por la autopista en el que un trailer se enfrenta a un F-35 o una furgoneta que queda pendiente del hueco de un ascensor a punto de caer al vacío, donde tiene lugar una pelea a muerte (refrescando la memoria de ‘Terminator 2’, ‘El Mundo perdido’ o ‘Mentiras arriesgadas’) e incluso dentro del argumento sistémico, que la hija adolescente que rechaza su apellido y termina por sentirse orgullosa de ser hija del policía, como sucedía con Holly Gennero (Bonnie Bedelia) en la primera parte.
A pesar de ese esquema habitual, con detonaciones masivas, persecuciones, peleas y combates armados de gradual intensidad y exuberancia, ‘La Jungla 4.0’ no satisface las expectativas de un espectador que afronta, en cuanto arranca el filme, que Bruce Willis se aleja del McClane que todos recordaban y advierte que Wiseman no es, ni de lejos, una sombra de McTiernan o Harlin. El dato curioso, de forma inaudita, se centra en el doblaje del gran Ramón Langa, que subyace en la personalidad de Bruce Willis desde la época de ‘Luz de luna’ y se beneficia de algunas expresiones propias de las primeras películas de McClane, así como parte del lenguaje malsonante y cínico que, parece ser, se ha perdido en la versión americana, que musita con la boca pequeña el ilustrativo “Yippee Ki Yay, hijo de puta”.
Una película que deleitará a aquellos que buscan acción artificiosa, sin coartadas, pero que decepcionará a aquellos nostálgicos que escucharán, interiormente, el himno de la alegría con menos fuerza que nunca.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Festival de Cine de Donosti: sempiternos recuerdos

Hace justo ahora diez años fui por primera vez al festival de Donosti, cargado de ilusiones, con hambre de cine y de experiencias. Durante esta década he asistido como acreditado a San Sebastián en ocho ocasiones, lapso de tiempo en el que aprendí a amar la ciudad, a disfrutar la Zinemaldi, viviendo con tristeza el decaimiento de un certamen que fue perdiendo el relumbrón adquirido a través de muchos años de altibajos, de gloria y decadencia. El último, muy entrañable porque coincidió con la inauguración de este weblog.
Este año, todos aseguran que el Festival vuelve por sus fueros. Al menos, en la parte de ‘glamour’ que lo encumbró como uno de los festivales más prestigiosos del panorama internacional. Su 55ª edición ha dado comienzo hoy en una ciudad que siempre se ha volcado con su emblema cinematográfico, con un cartel que incluye nombres como Richard Gere y Liv Ullman, que son los premios Donostia de este 2007 y a los que se unen otros como los de Viggo Mortensen, David Cronenberg, Demi Moore, Samuel L. Jackson, Barbara Hershey, Renny Harlin o Alyssa Milano, entre otros. Algo es algo. Y en ellos pervive está el énfasis de recuperar ese prestigio que no hace mucho preponderaba dentro de un certamen perfectamente organizado. Un hecho que deberían seguir muchos certámenes de mucha más notoriedad.
Lamentablemente no estaré allí. Desde hace tres años no piso una de mis ciudades favoritas; el desinterés, el cansancio, la falta de tiempo o las cuestiones profesionales me han privado de regresar al festival que me ha ofrecido algunos de los mejores y más entrañables recuerdos de mi vida. El Teatro Victoria Eugenia este año reabre sus puertas como una sede más de la oferta de ubicaciones que ofrece este acontecimiento después de siete años en los que el centro neurálgico pasó a pertenecer al Kursaal, los cubos de Moneo, que ha sido el punto de encuentro de todos los profesionales que integran cada año este evento.
No podré devorar seis o siete películas diarias, ni veré ninguna película en el Teatro Principal, ni en los Cines Príncipe, ni escribiré en una sala de prensa acondicionada impolutamente por los organizadores, ni podré pasear por el paseo marítimo de la playa de la Concha, tampoco el monte Urgull volverá a inspirar nuevas ideas o el monte Igueldo servirá de excusa para admirar la belleza de otro sueño que, de alguna manera, hacía que cada año me reencontrara conmigo mismo, con mis deseos y con el vicio de ese prototipo de alimentación universal que es el bocadillo, abanderado en el bar ‘Juantxo’, un trozo de Paraíso Alimenticio que anualmente me regaló los mejores instantes de apetito básico, encauzados hacia otra cocina más enriquecedora y epicúrea que estaba empezando a conocer cuando mi armonía monetaria empezó a ser más estable.
El Festival donostiarra ha dado a mi memoria muchos de los mejores recuerdos tanto en a nivel cinematográfico, como en un entorno personal de diversión, desfase y pensamiento. Por eso, pese a seguir en la distancia los avatares de esta edición, no puedo dejar pasar otro año más sin volver a la Bella Easo, sin recobrar una porción de vida que anualmente me ha dejado una huella imborrable. Por eso, prometo volver al festival. No sé cuándo, ni cómo. Pero lo cierto es que el Zinemaldia siempre formará parte de mi vida.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Los toros y sus 564 millones de euros en subvenciones

Por supuesto que es un tema polemista que suscita opiniones antitéticas y radicales. Iván Sáinz-Pardo, en su fantástico blog ‘El Escondite de Iván’, se hace eco de una noticia aparecida en el sensacionalista diario gratuito 20 Minutos que, de ser verdad, dinamitaría aún más la actitud beligerante de todos aquellos a los que el mundo taurino les repugna, a los que consideran esta apología a la violencia como indigna perpetuación histórica convertida en ignominia cultural abrazada por el inconsecuente fanatismo de sus adalides.
Según un estudio, el dinero de presupuesto público que se destina a sufragar corridas, encierros o escuelas taurinas supone unos 47 euros por cada familia española. Las fiestas y actividades relacionadas con los toros reciben cada año por parte de las administraciones 564 millones de euros en subvenciones. Nada más y nada menos.
Sáinz-Pardo, con rotundo acierto, contrasta esta cifra con el presupuesto que se gasta el Estado en ayudas al mundo del cine. El resultado es poco menos que absurdo, si tenemos en cuenta la inútil comparación de un Arte de creación y construcción con la cruel ejecución pública de un animal en una fiesta sangrienta que debería acabar.
Sigue dando qué pensar. Sin embargo, nada se puede hacer. Es la eterna pugna entre los que lo defienden y aquellos que lo aborrecen.

martes, 18 de septiembre de 2007

'La Isla del Tesoro', un clásico perfecto

“El caballero Trelawney, el doctor Livesey y los demás gentiles hombres me han pedido que relate los pormenores de lo que aconteció en la isla del Tesoro, del principio al fin y sin omitir nada excepto la posición de la isla. Y ello por la sencilla razón de que parte del tesoro sigue enterrado allí; cojo, pues, la pluma en el año de gracia de 17... y me remonto a la época en que mi padre regentaba la posada del Almirante Benbow y el viejo lobo de mar con la cara tostada y marcada con un corte de sable vino a hospedarse bajo nuestro techo…”.
Así comienza ‘La Isla del Tesoro’, uno de esos libros que han marcado a generaciones entera de lectores ávidos por descubrir nuevos mundos literarios. Robert Louis Stevenson describía cómo inició la escritura de esta obra magna de la literatura de aventuras: “Empecé en una fría mañana de septiembre, al amor de un vivo fuego y con la lluvia tamborileando en los cristales, comencé a escribir ‘El cocinero del Mar (The Sea Cook)’, pues ése era el título primigenio”. Pocos días después, Stevenson había redactado la mitad de ‘La isla del tesoro’. Era un capricho personal que escribió para su hijastro Lloyd Osbourne que publicaría por entregas en la revista Young Folks, entre 1881 y 1882, bajo el seudónimo de Capitán George North.
Una novela impecable, una obra maestra admirablemente construida, tanto por el interés de la intriga como por los personajes que van emergiendo en una historia con una evolución ejemplar. El tesoro, el mapa, Jim Hawkins, John Long Silver, la equilibrada pureza con la que se desarrollan los acontecimientos, la conciliación del viaje inciático con la verdadera amistad y la ética…da paso al perverso trasfondo de violencia que se grana con el esplendor de la intrepidez triunfante, donde no falta el sentido del humor. ‘La Isla del Tesoro’ es uno de los pocos libros que alcanzan la excelencia y la aventura absoluta.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Eurobasket '07: Amarga derrota

No pudo ser.
Los millones de espectadores que siguieron con atención la final del Eurobasket se quedaron con el desencanto y la frustración marcada en el rostro al asistir a la derrota de la selección española de baloncesto en la Final disputada en casa ante Rusia, un rival que, muy por debajo de los méritos que había forjado el combinado español, se llevó el Campeonato a casa después de ganar 60-59.
La generación más impresionante de jugadores (y me atrevería a decir que deportistas en general) que ha tenido este país no pudo con la presión de restablecer su corona mundial en el viejo continente. Pero la amarga derrota no le resta grandeza a un equipo que ha sabido mover a una afición acomodada en otros deportes menos agradecidos hacia su terreno baloncestístico, a su forma humilde de vivir la magia y espectáculo de la canasta, con el énfasis de la victoria, con la modestia de un grupo de amigos que, también en este fracaso, merecen los mismos adjetivos ponderativos que si se hubiera conseguido el Oro. No fue así. No hay que buscar excusas.
Entre otras cosas, porque no las hay. El revés deportivo forma parte del juego y, como sucedió ayer, a veces arrebata victorias merecidas. Otras las da por la imprecisión del contrario, como le sobrevino a Rusia. España jugó como sabe y cumplió un objetivo que siempre ha sido indiscutible en los hombres de ese director total que es Pepu Hernández: luchar hasta el final, dejarse el aliento en cada jugada. Sólo un punto ha separado a estos ‘Golden Boys’ de la medalla de Oro. Y por eso, la plata es amarga, pero debe considerarse como un logro.
La cara de Pau Gasol durante el partido reflejó uno de los puntos clave de la derrota; el cansancio, la presión, las ojeras provocadas por la tensión y el sacrificio de un equipo que se ha dejado la piel en el parquet, haciendo ese juego brillante por todos alabado, con ese aura de brillantez y fantasía a la que han malacostumbrado al público, logrando la gesta de los grandes mitos, que son capaces de crear la emoción y la pasión de un deporte en el que se aúnan rivalidad, emoción, concordia y trabajo en equipo. España es una destacada entidad dentro del baloncesto mundial. Uno de los mejores equipos que ha habido en mucho tiempo. Y, como tal, con la personalidad de unos jugadores con carisma, esta derrota se asume como parte del juego, con la misma grandeza humana que demuestran dentro y fuera de la cancha.
La intensidad y el compromiso de estos chicos seguirán siendo sus señas de identidad, porque, a pesar de este traspiés en esa imparable carrera de éxitos, la selección española de baloncesto seguirá dando alegrías a un aficionado que debe recordar siempre la nobleza de un deporte que, gracias a Pau y Marc Gasol, Garbajosa, Calderón, Jiménez, Sergio Rodríguez, Rudy Fernández, Navarro, Mumbrú, Berni Rodríguez, Reyes y Cabezas, ha adquirido la importancia que merece.
Por todo ello, no hay ninguna objeción a los campeones. A ése colectivo que, muy pronto, volverá a proporcionar gestas como la obtenida en el Mundobasket de Japón.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Jon Stewart, de nuevo en los Oscar

A excepción del desastroso reparto de Oscar que convirtieron a un mediocre filme como ‘Crash’, de Paul Haggis, en la ganadora hace dos años, aquellos premios de la Academia tuvieron en Jon Stewart su mejor baza, con una antológica presentación que es recordada como una de las más destacadas de los últimos años. Nada más comparecer ante el Kodak Theatre, se ganó a los millones de espectadores que siguieron el evento con un vídeo donde los anteriores presentadores pasaban el testigo a este humorista resolutivo y de inagotable carisma (irrepetible el momento ‘Brokeback’ de Billy Cristal y Chris Rock saliendo de la tienda de campaña de los ‘cowboys’ de Ang Lee) que finalizaba con un sueño de ambivalencia sexual con la colaboración de Halle Berry y un distinguido George Clooney, siempre dispuesto a demostrar su buen humor.
Uno de los más célebres ‘show men’ de Estados Unidos, conductor del excepcional programa de sátira política ‘The Daily Show’. Era la presentación de un maestro de ceremonias que resultó ser el heredero perfecto de Cristal, con un genial y determinativo humor donde no falta el cinismo y una agradecida trasgresión moderada. Pues bien, Stewart repetirá como presentador en los próximos Oscar, recogiendo el testigo de la anodina Ellen DeGeneres, que dejó esa temida sensación de indiferencia de cualquier cómico. Los Oscars tendrán lugar a finales de febrero y cumplirá su edición número 80.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Review 'Caótica Ana'

Caótica, sí. Catastrófica y vergonzosa, también.
El último filme de Medem es la peor y más séptica muestra de obsesiones existencialistas y alegóricas dentro de su titubeante filmografía.
Después de cuatro años alejado de los cines, ha regresado a la pantalla uno de los autores españoles más aclamados de los últimos tiempos. Julio Medem ha ido creando, con su cine construido dentro de unos límites propios, definidos por la aparente originalidad y la sensibilidad, en una estética determinada y preciosista que se fusionan con en el experimentalismo y la cuestionable ruptura de cánones establecidos. Después del controvertido documental ‘La Pelota Vasca’, subjetivo acercamiento al nacionalismo vasco que, a modo de panegírico político, supuso una quiebra en su cine que dejó su universo existencialista y visual a un lado para ofrecer una maniobra proclive al discurso demagogo, Medem ha querido volver a sí mismo después del fracaso, consciente de que, tras la espantosa ‘Lucía y el Sexo’, lo ideal era reencontrarse con su redundancia estética, con su pretenciosa y manierista perspectiva visual. En definitiva, a sumergirse en su cosmos onírico.
Pero ‘Caótica Ana’ no ha sido ese retorno a las bondades del autor. Todo lo contrario. ‘Caótica Ana’ es la peor y más séptica muestra de Medem en su titubeante y autocomplaciente filmografía. Muy lejos quedan las hipnóticas creaciones de diligente originalidad como ‘Vacas’ o ‘La Ardilla Roja’, donde era reconocible cierta frescura en el dinamismo de las imágenes a través de un código propio donde la poética visual favorecía sus ornamentadas metáforas. A lo largo de su carrera, el ente onírico y la búsqueda simbólica de respuestas a la significación del ser, el dilema de la guerra, el eterno tema del tiempo, la libertad física o metafísica, el amor y el desamor han sido los elementos que han caracterizado a un creador tendente al extremado atildamiento de un estilo en el que sobresale el protagónico efecto de sus melancólicas ideas.
En esta nueva película, Medem ha procurado establecer la prioridad en el retrato emocional de sus historias de amor mediante la iconográfica fusión de arte e imagen, que gravita en los símbolos, en las grafías personales soñadas que persiguen la pasión del sentimiento. En ‘Caótica Ana’ todo el melindre fantasioso se vuelve a centrar en su enfático estudio del alma humana y la existencia, acercándose más que nunca a sus especulaciones místicas de anteriores filmes, como es el viaje inciático que revela, dentro de un fondo espiritual, el idealismo del amor, la vida o la muerte, avocados a surgir y desaparecer por culpa de los avatares del destino y el casualismo.
Medem presenta a Ana, una joven ‘neohippie’ e inocente apasionada de la pintura toda ella, que es requerida por una mecenas llamada Justine que, casualmente, pasa por el mercadillo donde trabaja con su titánico padre alemán al que llama ‘bestia’ para que forme parte de su grupo de artistas e intelectuales que viven y desarrollan su actividad artística en su casa de Madrid. Es el itinerario de descubrimientos y decepciones de una joven que, enamorada del chico equivocado (que resulta que es un saharaui que ha vivido el horror de la guerra en primera persona), inicia un viaje introspectivo a la muerte de otras mujeres jóvenes que fenecieron de forma trágica a manos de hombres (por supuesto, todos ellos muy malvados) y que habitan en el laberinto de su memoria subconsciente. Mediante una esencia barata de ‘new age’ con olor a incienso de zoco, se expone esta reflexión intelectual de ordinarias alegorías psicoanalíticas en forma de puertas espirituales y reencarnaciones pasadas.
Medem pretende que su última película sea una mirada a la feminidad, a través del paroxismo de los viajes de hipnosis, de la muerte trágica para la resurrección de una mujer que vive inconscientemente el constante horror de mujeres trascendentes en la historia, en una cuenta atrás que va desde una guerra pasada hasta las sociedades tribales indígenas. El colmo de la mujer que muere para renacer tierra madre. Para Medem, esto es un canto a la los símbolos de la vida y de la regeneración, donde la mujer es el centro de la creación en una fábula encriptada y, paradójicamente, más accesible al público que sus predecesoras, anegada en el cogitabundo universo del realizador, que aporta su más extática narración, donde los mitos, la feminidad, el sexo, el dolor, el amor, el tiempo convergen mediante círculos vitales de un epigrama tan superfluo como tremebundo. Como sucede desde ‘Tierra’ (y a excepción de ‘Los Amantes del Círculo Polar’), en el filme de Julio Medem se suceden las obsesiones existencialistas de un cineasta abstraído en su propio pragmatismo, que remarca el poder de sus estampas embellecidas con una infumable pretenciosidad que no son suficientes atractivas para expresar sus más reconocibles rasgos estilísticos, que aquí bordean lo paródico, desposeídos de la cuidada ternura lírica que tanto atrae a sus más adeptos espectadores.
Sus esfuerzos por ser más Medem que nunca quedan enflaquecidos por la cansina voluntad por narrar a través de las imágenes, con un lenguaje expresivo que ya no sorprende, que ha perdido magia y fuelle, incapaz de transmitir sensaciones que no sean las que proceden de su deshonesta tentativa por provocar al espectador, haciendo de este filme un paradigma de cine vacío e inexpresivo, definitivamente soporífero, que cae, no en pocas ocasiones, en la torpeza narrativa inconsecuente, como ese deleznable final, con su ininteligible caricatura del imperialismo político norteamericano, en todo el avance de la narración, cargada de tópicos idealistas de fumeta autoindulgente y erudito al que sólo le falta el ‘perro flauta’ y unos bongos para que el discurso sea que, por si fuera poco, aborda una crítica diletante contra las injusticias mundiales, en su inconsistente lamento acusador ante cuestiones como el exilio, el machismo, el racismo, la guerra con un severo tono antropológico y feminista.
Raquitismo al que se suma una desacertada interpretación del descubriendo actoral de Medem para la ocasión, la morbosa Manuela Vallés, desconcertante actriz cuya falta de actitud se puede achacar a su falta de experiencia, que reposa su ineficaz interpretación en la disonante cadencia de su voz, de idéntica modulación en todo momento, ajena a los sentimientos de la protagonista, aportando su vacío emocional a la hora de darle vida a tan pretencioso icono femenino. Aún así, se vislumbra una actriz con cosas que decir dentro del apagado panorama español. La que no se salva es Bebe, que interpreta, sin mucho esfuerzo, a ese personaje desagradable y malhablado que representa en la realidad. ‘Caótica Ana’ se beneficia, eso sí, de la hipnótica (tal vez lo único) partitura de Jocelyn Pook que, superando sin aparente dificultad a la inspiración de Alberto Iglesias, procura sin éxito llenar de vida los fútiles retazos de imaginería de la película que se ahogan en un discurso envanecido por las ínfulas de trascendencia de un director que han terminado por perder el rumbo en un océano de onanismo visual y pedantería argumental.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007