miércoles, 15 de febrero de 2006

Review 'Walk the line'

La autodestrucción de la fama y el triunfo
‘Walk in the line’ no deja de ser un ‘biopic’ al uso, de los que tanto gustan en Hollywood. De esos consignados a preconizar la figura mítica de una destacada personalidad, en este caso de la gloria musical Johnny Cash, con un medido y lacónico guión de desgastada estructura que apela más a la hagiografía que a la realidad, desdibujando la figura del biografiado. La historia de pobreza infantil (por supuesto, en ‘flashback’), meteórico estrellato y ascenso a la fama, coqueteo con las drogas, dispendio económico y/o existencial con su posterior arrepentimiento y redención es la porfiada fórmula seguida por James Mangold y su guionista Gil Dennis.
Por eso, la autocomplacencia y la sensación de haber visto esta película por enésima vez (sin ir más, lejos parece un facsímil inmediato del ‘Ray’, de Taylor Hackford) alteran ‘Walk in the line’ en otra desequilibrada mirada a una vida de luces y sombras. Impresionista, indulgente en sus momentos duros, supone una obra falta de ingenio cinético y de cualquier ambición renovadora. Conformista y desnaturalizada por sus maniqueas intenciones emocionales, la cinta de Mangold no abandona su tufillo a telefilme de lustre beatífico y apagado por lo previsible de sus mecanismos que nunca se alejan de lo ortodoxamente monótono.
Aún así, pese a su esencia ofensivamente esquemática, existen ciertas cualidades en el filme de Mangold que evitan su defenestración como obra cinematográfica, ya que, por ejemplo, la intuitiva progresión artística y musical del personaje se sitúa (no siempre) por encima de la personalidad variable de Cash, por lo que aporta cierta dosis de interés en su caída y resurgimiento, focalizado a través de June Carter. También sobresale ése desaprovechado eje narrativo que engarza pasado y presente con su legendaria actuación en la prisión de Folsom.
Pero si por algo destaca la fallida adaptación de uno de los mitos más imperecederos de la historia de la música es por las generosas ráfagas de brillantez interpretativas que ofrecen sus dos protagonistas, que entregan al espectador las mejores actuaciones de su carrera. Joaquin Phoenix ofrece un recital de intensidad dramática, sin necesidad de metamorfosis físicas, aludiendo a su meticulosa profesionalidad para crear un Johnny Cash creíble y humano, con su voz profunda y colérico espíritu, reproduciendo fielmente las canciones del maestro. Por su parte, Reese Whiterspoon, pese a que no llega a las cotas de su ‘partenaire’, demuestra su madurez como gran actriz de primer orden.
En cualquier caso, por encima de Mangold y su película, queda la figura de “El hombre de negro”, Johnny Cash, un clásico irrepetible que supo ser fiel a sus principios y personalidad, alejándose sutilmente del ‘rock and roll’, del country de Nashville, del ‘gosspel’, del ‘bluegrass’ o del ‘honky tonk’, creando un subgénero propio que fusionaba al desgarrado romanticismo del folk, el pesimismo del country y la insurrección de un rock & roll que marcó para siempre la memoria de la música.
Miguel Á. Refoyo © 2006

Absurda suma de parecidos (V)

Recupero una desatendida sección del Abismo, la de ‘Absurda suma de parecidos’, para profundizar en otro de esos maridaje fisonómico que, ciertos o no, subjetivamente no pasan indiferentes.
En este nuevo caso me centro en el parecido que alberga la actriz Reese Whiterspoon con el ex jugador de fútbol Luis Enrique y la sonrisa del Mogwai Gizmo de la mítica peli de Joe Dante ‘Gremlins’.
Hace años que sostengo esta teoría un tanto ridícula y desprovista de verosimilitud, pero no exenta de cierta realidad si nos fijamos bien. Sobre todo, cuando la genial Whiterspoon, teñida de morena, interpreta con vehemencia y excelsitud a June Carter (aunque sin la suntuosidad que la señalan como ganadora del Oscar de este año a la mejor interpretación femenina), la musa vital del desaparecido Johnny Cash, en floja ‘Walk the line’, de James Mangold.
Y, mirad por dónde, voy a aprovechar momento 'cashiano' para escribir una sucinta crítica sobre dicha película antes de ponerme, de una puñetera vez, con ‘Munich’.

martes, 14 de febrero de 2006

Historias de la trena

Imaginaos por un momento que volvéis a ser unos inocentes infantes con ansias de educación, de ilustración, de prácticas escolares comunes. De esas con vídeos ilustrativos a lo Troy McClure.
Por la puerta entra un señor muy elegante, vestido, posiblemente, de Armani. Lleva el pelo engominado y porte señorial. Coloca en la mesa de la profesora un maletín que abre con aristocrática majestuosidad. Todos os preguntáis, entre miradas cómplices, a qué viene tanto misterio.
- Hola, pequeños amigos. Soy Brett King y vengo de la oficina del Sheriff del condado de Multnomah.
- Hola señor King - contestamos al unísono.
Por supuesto, a todos se nos saltaría la risa (y más si fuera aquí, en España). Bueno, no nos salgamos de esta simpática crónica. Con todo, seguiríamos atentos, porque pertenecemos a una generación arraigada a la educación. Somos cultos, sabemos escuchar y tener en cuenta las palabras que llegan a nuestros oídos. Al menos, a los nacidos antes de 1985.
- He venido a ofreceros una ‘Lección de vida’ que no olvidaréis.- prosigue con contundencia oral.
Esto ya, suena a algo serio ¿no?
A pesar de ello, uno siempre espera que un tipo de estos se baje los pantalones y muestre orgullosamente ufano alguna cicatriz de guerra o saque con interés algún panfleto apologético del ejército.
Pero no.
En seguida nos damos cuenta de que el individuo va muy en serio con eso de la ‘lección de vida’. La profesora Ramona (cuyo nombre es totalmente injustificado si la acción transcurre en Multnomah, pero que me hacía ilusión como reminiscencia propia) apaga la luz y enciende una máquina de diapositivas. Con el fragor ruidoso del aparato fotográfico de fondo uno se pregunta “¿Una película o un documental?”. Sin quererlo, estamos atrapados. Conjeturamos con curiosidad.
“¿Qué será?”.
El silencio es roto por la voz del señor King.
- Este es Hank Lester.- dice el hombre elegante señalando la pantalla.
Observamos a un hombre joven, de semblante infeliz, posiblemente porque, debido a su pose, le han sacado la foto cuando fue arrestado. Todo encaja. Nos han colado una lección disciplinante sobre la cárcel y la delincuencia.
“Acabarás mal” solía decirte tu madre. “Esta ya me la sé, hombre”, piensas.
Pero lo que menos te imaginas es lo que viene a continuación.
- Este es Hank Lester- vuelve a repetir el hombre elegante –seis meses después- concluye con una sonrisa maliciosa.
En la diapositiva se contempla, con estupefacción general, el rostro irreconocible del mismo tipo, con bastantes kilos menos, varias contusiones laceradas en la cara y la mirada perdida. En su rostro ajado, parecen haber hecho mella dos décadas y no los seis meses que ha mencionado el fulano de traje.
Realmente acojona.
“Vale, vale, ya sé por donde van los tiros”, te dices a ti mismo sin poder retirar la mirada del Hank escuálido. Y tras Hank, llega Meredith, a la que todavía se le notan más los destructivos efectos de la cárcel. “¿Qué coño está pasando?”, prosigues en tu tortura interior. Y después, Meredith, Sylvia, Rupert, Horatio… Cada uno con secuelas físicas más visibles y desagradables que el anterior.
Pues bien, algo como lo relatado de forma inmediata e automática (sin sentido, por otra parte) es la nueva metodología que se lleva a cabo en distintos estados de los USA para intimidar a los chavalines de colegio sobre las consecuencias de la delincuencia y la drogadicción.
A los pequeños se les coloca, sin previo aviso, ante instantáneas de reclusos que, llevados por la agonía del correccional, se enganchan a la metanfetamina, que produce en ellos secuelas irreversibles. En Multnomah, por ejemplo, más de cien internos entran cada mes en la enfermería con signos de violencia y raquitismo. Por supuesto, un 85 % de ellos utiliza metanfetamina como método de efugio.
Las advertencias verbales han quedado obsoletas y el poder de la imagen prima para dragar la mente infantil con horribles imágenes que adviertan sobre los peligros que puedan encontrar en su desarrollo como persona es el futuro, amigos.
No lo olvidéis, porque se trata del plan de ‘Faces of meth’.
PD1: Evidentemente, si hubiera colocado imágenes en este post habría perdido toda la gracia.
PD2: A los que esperáis la crítica-review de ‘Munich’, os ruego paciencia. Esta mañana la he dedicado por entero a estudiar y profundizar en toda la etapa del ‘mccarthysmo’ y la ‘caza de brujas’ para un reportaje que me han pedido para mañana. Con lo cual, para meterme de lleno en la historia de los juegos olímpicos del 72 y escribir algo decente (a la altura de lo merecido con respecto al filme de Spielberg), necesito tiempo. Precisamente lo que me falta ahora, que ando con mil asuntos entre manos. Así que perdonad.

lunes, 13 de febrero de 2006

Muere Peter Benchley, escritor y guionista de 'Tiburón'

1940-2006
Hay quien dice que el guión que Peter Benchley escribió junto a Carl Gottlieb como adaptación de su libro homónimo para la película de Steven Spielberg ‘Tiburón’ superaba en cuanto a calidad a la novela. Hay quien apunta también que ésta no era más que un producto cuestionable de pobre factura literaria y atropellada narrativa.
A medio camino entre el anhelo de ofrenda y el inocente simulacro de novelas como ‘Moby Dick’, de Melville o ‘El enemigo del pueblo’, de Ibsen, Benchely escribió un divertimento basado en el suspense, con grandes dosis de acción y un trasfondo de choque entre intereses económicos antepuestos a la letal realidad ecológica. Así como las diferencias entre la teoría y la práctica de unos personajes que Gottlieb y Spielberg se encargaron de que no resultaran lineales.
En cualquier caso, Benchley creó uno de los mitos más iconográficos y perdurables para la historia del cine. Un argumento que encandila, donde su incuestionable gancho y astucia deviene en imaginaria aventurera y terrorífica que expone la brillantez de un austero guión para ser rodado con la maestría de un genio. Un relato de supervivencia de intensidad y sugerencia metamorfoseado por la batuta de Spielberg en una obra maestra del cine moderno.
Peter Benchley falleció el pasado sábado a los 65 años tras una larga y dolorosa enfermedad degenerativa. Fue periodista en The Washington Post, editor en la revista Newsweek y escritor de discursos para el presidente Lyndon Johnson.
Todavía me pregunto por qué no escribí un post conmemorativo de los 30 años de la creación de una de mis películas favoritas.
Quizá aún esté a tiempo.
Ante todo, condolencias abismales para Benchley.

Review 'Memorias de una geisha'

Insulso folletín nipón
Rob Marshall adapta, desde la complaciente fascinación occidental a la cultura japonesa, el ‘best seller’ de Arthur Golden con un producto sin alma ni brío.
‘Memorias de una Geisha’ responde, de entrada, mucho más a la pretenciosa fascinación occidental sobre Oriente que a una propuesta seria de profundización en la cultura japonesa arraigada a uno de sus más tradicionales símbolos como es la geisha y toda su tortuosa y fascinante idiosincrasia. La principal traba estriba en el mismo denuedo sentimentaloide del ‘best seller’ de Arthur Golden, que contiene dentro de su prosaica y adjetivizada retórica un espíritu exótico que aspira a cotas mucho más elevadas de lo que en realidad ofrece. Un efecto involuntario que, inesperadamente, ha sido adaptado a la gran pantalla con conseguida perfección. Tanto la novela como la película definen sus términos artísticos en la insipidez de lo fácil, en una historia lineal y folletinesca que pretende empatizar con el lector/espectador por medio del drama trágico, con una disposición sucesiva de los elementos melodramáticos en pos de sensiblería que acaba, por lógica, cayendo en el tedio del más rústico culebrón.
Por supuesto, en este tipo de producciones, como en la prefabricación literaria de ‘best sellers’ lo comercial está por encima de lo artístico, por lo que la película de Rob Marshall no escatima al ostentar un aparatoso diseño de producción que propugne un efecto de belleza cautivadora, de ejecución plástica y técnica, donde cada objeto sea vistoso, ejerciendo en sus líneas una fascinación preciosista en la perspectiva que tiene un extranjero por la cultura nipona. Pero el gran problema de ‘Memorias de una geisha’ no reside en este ambicioso y cuidado despliegue visual y decorativo de artificiosidad edulcorada, sino en su designio y propuesta narrativa, subordinada a dar preeminencia al infortunado drama y a una historia de amor que mitiga sus aspectos más desagradables para llevar, paulatinamente, al espectador a un insufrible y previsible ‘happy end’.
Bajo la batuta del director de 'Chicago' se esconde un alarde de estilo, que infunde un halo de astuto ardid donde Marshall intenta imitar, sin mucho lucimiento, la narrativa clásica oriental, con un minucioso recorrido por las coordenadas filosóficas y estéticas del mundo japonés, subrayando la delicadeza ornamental de peinados, tradiciones, habitáculos, rituales y ceremonias sociales de un código normativo muy estricto y férreo, el de las sometidas geishas. Pero lo lleva a cabo sin el hipnotismo y el sortilegio de un mundo arcaico y tradicional donde las contradicciones, sutilezas y la arcana reputación de esta mujer de compañía que perfila Goldman en su mediocre novela, como en la biografía de Mineko Iwasaki o el ‘Geisha’, de Liza Dalby, otras dos muestras de libros dedicados a la seducción de esta figura oriental.
Marshall, además, muestra el entorno social de las geishas desde una perspectiva contagiada por un falso propósito docente y didáctico de refinada pulcritud. Así, no se repara en reiterar varias veces que una ‘okiya’ es la casa de aprendizaje de las geishas, que un ‘danna’ es un protector que las mantengan, que las ‘maikos’ son aprendices y sus hermanas mayores son ‘o-nêsan’, a las que acompañaban a las casas de té. Por supuesto, tampoco falta la ilustración de las partes de un kimono o que la música que tocan las geishas sale de un ‘shamisen’. Todo ello, sin perder la voluntad de edulcorar la vida de unas mujeres que no eran dueñas de su destino.
Narrada con una ampulosa voz en off, ‘Memorias de una geisha’, es el tortuoso recorrido por la vida de Chiyo, una pobre e inocente niña que es vendida junto a su hermana al señor Tanaka, que no duda en separarlas y entregarla a la jefa de una casa de geishas de Gion donde, por supuesto, será maltratada y esclavizada por la hermosa y altiva Hatsumono, una geisha que la envidiará desde el principio. Una vida donde el dolor y la humillación harán la vida imposible de Chiyo hasta que conozca al Presidente, un apuesto hombre que marcará el destino de la pequeña. Gracias a Mameha, que la sacará del okiya, la joven, bajo el nombre de Sayuri, se convertirá en la geisha más deseada del Japón prebélico. En este periplo, la complejidad y el arte que guarda la preparación de una geisha queda en un segundo término ante el enamoramiento de Chiyo por un hombre que le dobla la edad. Tanto, que desdeña a su hermana, a la que se elimina de la historia a las primeras de cambio. La historia de envidias y celos de Hatsumono, el obligado flirteo con Nobu, la puja por su virginidad (‘mizuage’) o un fugaz lapso donde irrumpe la II Guerra Mundial serán los alicientes de una historia que se va consumiendo progresivamente hasta extinguir cualquier tipo de interés.
En este decaimiento, donde sólo destacan la soberbia partitura de un John Williams colosal (que ha compuesto uno de sus mejores ‘scores’ de los últimos años) y la enfatizada fotografía de Dion Beebe, ni siquiera Zhang Ziyi, Ken Watanabe, Michelle Yeoh o Gong Li parecen lucir en un conjunto de imágenes desprovistas de alma y de todo significado. ‘Memorias de una geisha’ no es más que un acercamiento turístico, de soslayo, por un mundo que distingue a las geishas, mujeres cuya divinidad era vendida en una especie de subasta al servicio de hombres a los que servían como amantes y que no alcanzaban jamás el estatus de esposa y las ‘oiran’, lo que se tiene entendido en el mundo como prostituta.. Y en este periplo queda la impostura comedida del guionista Robin Swicord, que aporta un par de elipsis con las que la cinta hubiera dado un mayor dramatismo a la ya de por sí depauperada visión de un optimista Marshall respecto a la dura vida de Sayuri; en el momento en que ésta entrega su ‘mizuage’ al Doctor Cangrejo y la amargura de un conflicto bélico que acaba con el concepto de geisha tradicional, por el que se pasa casi de puntillas. Una cinta de torpe superficialidad en la que ni siquiera lucen un par de rácanas coreografías rodadas por un experto como es Marshall.
‘Memorias de una geisha’ es, en definitiva, como un fastuoso ‘ukiyo-e’, las pinturas del mundo flotante, grabados xilográficos japoneses que sirvieron de inspiración al movimiento impresionista francés de principios del S. XIX, reproducidas con más pasividad de la esperada por un Rob Marshall apático e irresolutivo con un material que adolece de la magia de la temática a la que se refiere.
Miguel Á. Refoyo © 2006

viernes, 10 de febrero de 2006

La mejor foto de 2005, según World Press Photo

Esta es la imagen que ha ganado el premio a la mejor foto del año 2005 según la World Press Photo. Pertenece al fotógrafo canadiense Finbarr O'Reilly, para Reuters.
La instantánea muestra, como llamamiento a la compasión del mundo desarrollado, a una mujer aguardando con su hijo en un centro de alimentación de emergencia en Níger.
Uno de cada cinco niños sufre desnutrición en las regiones de Maradi y Tahoua (donde se tomó la foto).

¡¡¡¡All Star!!!

"Pau Gasol becomes the Grizzlies’ first All-Star in franchise history and the first Spanish player in NBA history to be selected to an All-Star team".
Ahí es nada.
Tenemos cita con la historia, con el logro más importante que un deportista español ha logrado en los fastos de nuestro deporte.
No hay pentacampeones de ciclismo, ni fracasadas selecciones de fútbol, ni pilotos de Fórmula 1 ni motociclismo, ni siquiera atletas que valgan.
Ha llegado el momento de disfrutar de Gasol en conjunción con el estelar talento de los mejores jugadores del mundo.
La cita: el 18 y 19 de febrero de 2006 (a partir de las 2:30 ambas madrugadas en Cuatroº -que se ha estirado y lo emite en abierto-).
¡I LOVE THIS GAME!

jueves, 9 de febrero de 2006

'The Warriors', desempolvando la memoria pandillera

Épico vandalismo callejero
Cuentan que ‘The Warriors’ permaneció muy pocos días en cartel porque desde su estreno se produjeron varios conflictos (e incluso muertes) entre bandas callejeras que asistieron a este clásico dirigido por el gran y postergado Walter Hill. Tras estos incidentes, magnificados por varios de los críticos más prestigiosos de la época, la película sufrió numerosos cortes y se redujo su exhibición a un circuito minoritario. Estos hechos provocaron que el filme de Hill se convirtiera, casi desde su estreno, en una obra de culto en toda regla, obsesiva y nocturna, de perenne estética setentera, película inaugural de todo el subgénero de cine ‘pandillero’ que ha pasado a la historia como una de las mejores cintas de su autor y una referencia a la hora de aludir a viejas epopeyas suburbiales.
‘The Warriors’ comienza con un surtido número de delegados de todas las bandas de Nueva York, reunidos en congregación para escuchar las directrices de Cyrus, el cabecilla de los Riffs, la pandilla más poderosa de la ciudad, que ofrenda un discurso sobre la tregua de bandas y lograr así el propósito de dominar la ciudad ante la policía y las autoridades. Durante el acto, el enloquecido jefe de los Rogues dispara contra Cyrus y acusa a los Warriors como autores del crimen antes de que la policía acordone el cónclave vandálico. Desde ese momento, los Warriors emprenderán un duro regreso a su demarcación territorial, Coney Island, en una esperpéntica noche donde tendrán que luchar por sus vidas, sobreviviendo a la fragosidad urbana barriobajera de Nueva York, donde no faltará la iracunda violencia callejera, persecuciones subterráneas, violentas peleas, hercúlea indocilidad y una agreste hombría prodigada por los Warriors en cuanto ven a una mujer. De ahí, que uno de ellos sea detenido por una policía cuando intenta camelársela en un parque.
Una imborrable película de acción y aventuras que tiene imágenes y secuencias imborrables; como los Orphans, una pandilla de ridículos aprendices que amedrentan con recortes de periódicos y vuelven a aparecer con una minúscula navaja para intimidar, los Baseball Furies, unos tipos hereditarios de los drugos de ‘La Naranja Mecánica’ con atuendo de beisboleros portando un bate, las Lizzies, unas golfas que actúan como mantis religiosas, los labios junto al micrófono de Lynne Thigpen (sustraído por Tarantino para ‘Pulp Fiction’) y, en definitiva, todas y cada una de las secuencias de lucha y persecuciones que Walter Hill cuida milimétricamente hasta el extremo.
‘The Warriors’ reúne todas las características que se ajustan a un filme de culto que ha trascendido a través de los años, debido, en gran parte, a que sus personajes son arquetipos carentes de profundas sinecuras y motivaciones. No hay búsqueda de una causa, porque, pese a que estos antihéroes contienen un variado código ético, tienen una directriz como fin de su violenta conducta: la de sobrevivir y llegar a Coney Island.
Los miembros de las bandas que aparecen en la película no son descritos como relegados sociales, sino como hombres con honor que velan por la territorialidad y la justicia. Llama la atención, vista desde la actualidad, cómo Hill ya buscaba entonces una personal forma de representar la violencia como estético impacto en el espectador, construyendo con eficacia los muchos momentos violentos que hay en este pequeño clásico, centrándose en su visualidad, sin atender a los motivos que la provocan, olvidándose de representar la realidad. Un postulado que ha seguido imperecedero en un director tan olvidado como legendario dentro de la Serie B.
Es también ‘The Warriors’ un ‘western’ urbano, modernizado por los neones y la nocturnidad de su contexto, extraordinariamente fotografiado por Adrew Laszlo, donde más allá de hablar del bien y el mal, de sus criterios morales clásicos, se centra en la supervivencia de unos ‘cowboys nocturnos’ en su regreso a casa, dotando a este entrañable clásico con una lapidaria puesta en escena, donde el ritmo es perfecto y frenético, sin respiro, para invocar al relato épico de un modo cerebral.
No es extraño que cuando se habla de ‘The Warriors’ se aluda a ‘Anábasis’, de Jenofonte, la clásica obra que narraba cómo unos guerreros atenienses regresaban a casa tras batirse contra los persas, tropezando en su camino con miles de enemigos que quieren acabar con ellos. Historia trasladada a finales de los 70, definiendo la cruda y estilizada descripción de la violencia nocturna de los bajos fondos Nueva York de este clásico de culto.
Por cierto, si te gustó esta legendaria película de Hill, seguro que disfrutas este descubrimiento en forma de mítico recorrido por sus personajes y leyenda.
Este artículo fue publicado en la revista Serie B Underground, con motivo de la presentación del juego de Rockstar basado en el filme.

miércoles, 8 de febrero de 2006

Cerebros y guitarras

Términos como el cerebelo, diencéfalo, hipocampo, hipófisis, sistema límbico, corteza somatosensorial o cortes transversales y frontales poco tienen que ver con mástil, diapasón, oído, caja de resonancia, clavijero, transductores o cuerdas.
En realidad no tienen que ver nada en absoluto.
Una siniestra muestra de troncos encefálicos de masa gris en distintas formas de distorsión combinados inconsecuentemente con extraños y originales modelos de guitarras es una mezcolanza que ni Césare Lombroso ni Leo Fender verían lógica.
En el Abismo, esta demencia es posible.

martes, 7 de febrero de 2006

Next Coming: 'Nacho libre', uno de los estrenos de 2006

Después de la excelente anormalidad, fábula crítica y entrañable sobre el ‘freakismo’, titulada ‘Napoleon Dynamite’, Jared Hess nos deleitará este año con una de las comedias más esperadas de 2006, ‘Nacho Libre’, la esperpéntica historia de Ignacio (más conocido como Nacho), un cura que dedica su tiempo a ejercer de pinche de cocina y seminarista en un hospicio mexicano.
Lo que pocos saben es que Nacho se dedica clandestinamente a la lucha libre para obtener fondos para el orfanato. Nacho es condescendiente con los huérfanos que viven en el centro y sus conquistas económicas van a parar a ellos de forma altruista. Le acompañarán en su aventura, su fiel amigo y ayudante, Esqueleto, la joven Hermana Encarnación, nueva encargada del monasterio, Candidia, niña pija enamorada de Esqueleto y el archienemigo de Nacho, gran rival y adalid de la lucha libre en confabulación con los Hermanos Galindo, hermanos luchadores de Oaxaca.
‘Nacho libre’ homenajea la lucha mexicana como parte de la cultura popular arraigada a México, a la imaginería del entretenimiento clásico que alcanzó su cenit comercial y creativo con las personalidades iconográficas del inigualable Santo Enmascarado de Plata (que ya tuvo su merecida retrospectiva en el Abismo) y Blue Demon.
La cinta está protagonizada por Jack Black, en un papel a la medida de su histrionismo cómico tras su ambicioso rol de ‘King Kong’, y le acompañan actores de procedencia mexicana como Ana de la Reguera, Hector Jimenez, Richard Montoya y el prolífico Peter Stormare.
Más información y tráiler en Ain’t it cool news.