miércoles, 13 de julio de 2005

Canciones pegadizas

Últimamente, cual cobaya musical expuesta a los efectos de alguna trivial sintonía contagiosa, estoy todo el día tarareando dos canciones que no logro excluir de mi cabeza. La televisión como parte existencial de mi vida, de mi filtración de cultura, basura, realidad, ficción y savia de espectáculo a varios niveles convoca muchas veces a partes inconscientes del raciocinio que deja transpirar bizantinos elementos de absurda fruición indeliberada. Por ello, no podía ser de otra manera, estas dos coplas conciernen a sendos anuncios que acaparan en la actualidad los intermedios catódicos.
La primera es el ‘leit motive’ del ‘spot’ de Coca-Cola para la temporada de verano. Un anuncio que a priori repercutía en la retina con un efecto bastante insufrible, pero que paulatinamente va seduciendo con la rosácea vida de ese personaje de fisonomía desagradable y enclenque. La canción en cuestión es la reedición del clásico del jazz de los años 50 ‘Psychedelic Sally’, de Horace Silver, que fue inmortalizado en una versión cantada por Eddie Jefferson en 1968 y que ahora suena en el anuncio en la nueva versión de Javier Teixidor y su banda J. Teixi Band.
Fácil y alegre, vitalista, la puñetera melodía se ha quedado incrustada en mi cerebro y no puedo ahuyentarla de los múltiples instantes de intrascendencia veraniega. La otra pertenece a la campaña de Sony para lanzamiento de su ‘Handycam’ con regrabadora de DVD, aquél en el que un joven va filmando con su cámara por la calle hasta que se detiene en el momento en que ve la ventana abierta de una planta baja y se introduce por ella sin complejos para chequear lo que ha grabado ante la atónita mirada del orondo dueño, que alucina cuando el chaval incluso le coge un par de patatas fritas para disfrutar de la grabación.
La canción, en este caso, se titula ‘I love you Ono’ y pertenece al grupo alemán Stereo Total extraido de su album ‘My Melody’. Otra de esas canciones que cautivan y porfían su efecto fascinador provocando su canturreo constante.

martes, 12 de julio de 2005

REFO-Toon by PACO CAVERO

Me enorgullece destacar que, a partir de hoy, ‘Un mundo desde al Abismo’ estrena mi caricatura (la que avistaréis en la columna de la izquierda), mi propio ‘toon’ de Refoworld para este espacio dedicado a la reflexión absurda, al todo y a la nada en general. Pero más me enorgullece que el creador de este monigote réplica de mí mismo la haya creado mi gran amigo Paco Cavero. Este dibujo basado en mi imperfecta figura y rostro era algo que había perseguido desde que el gran Cavero creara espontáneamente un dibujo de Ángel González Quesada cuando vio ‘El límite’.
Cavero (en algunos círculos privados conocido como "Checo", por su inclinación natural hacia el subvertido ‘Costumbrismo checoslovaco’), es uno de los más prometedores miembros del mundo del diseño y el cómic dentro del panorama nacional y, poco a poco, fuera de nuestras fronteras.
Este demiurgo del diseño y la creación gráfica conoce el medio a la perfección, sabiendo variar las formas de sus dibujos convenientemente, sabiendo las exigencias de lo que requerido, sin perder en ningún momento su impronta, con la coherencia del maestro en ciernes. En los diseños y dibujos del señor Cavero, cohabitan un enérgico grafismo templado, de tonos claros, donde prevalece la utilización de colores pastel, suaves, llenos de vida, con unos trazos que pese a sus formas geométricas (que podrían resultar algo agresivas) encuentran un fondo infantil, impregnadas de influencias descendientes del dibujo animado, alejado de cualquier tipo de vanguardia modernista, apoyado en la sencillez y la honestidad de sus dibujos.
Paco Cavero nació en Tarragona hace poco menos de un cuarto de siglo. Tras su formación en la escuela de cómic Joso de Barcelona empezó a trabajar en Norma Editorial (actualmente forma parte de Norma Agency) para pasar a ser el ayudante del gran Daniel Torres (autor de ‘Roco Vargas’, ‘El octavo día’, etc...), como bien suscribe Paco Cavero “una eminencia dentro del cómic y la ilustración internacional”. Juntos han creado los dos últimos álbumes de ‘Roco Vargas’ para Norma Editorial coeditado con Dark Horse. El trabajo más importante de Cavero hasta la fecha, el inicio de lo que es una prometedora carrera dentro del mundo del cómic.
Como diseñador publicitario ha trabajado para varias agencias de publicidad (Puig, Grey, trabajos para Minibollycao, Nivea y alguna que otra tarea para diversas empresas que han lucido los eficaces diseños y dibujos de Cavero. También ha publicado una miniserie de cuatro números junto a Guillermo Mendoza con guión de Kevin J. Anderson (autor de adaptaciones a novela de películas como ‘La liga de los hombres extraordinarios’ o ‘Dune’) bajo el título ‘Grumpy Old Monsters’, para IDW Publishing. Además, ha colaborado con la editorial Kaleidoscope realizando, entre otras cosas, ilustraciones para el cuento infantil ‘Inma’.
Actualmente, además de colorear álbumes para el mercado francés, ha creado Estudi Croac, un estudio de ilustración publicitaria y diseño en las funciones de director artístico.
Podéis echarle un vistazo a la página que Cavero tiene como provisional en internet. Ha cuidado en notificarme que muy pronto tendréis su página oficial www.pacocavero.com en activo con mucho de su excelente trabajo como complacencia al lector que se pase por allí. Ya os avisaré cuando se inaugure.
Por mi parte sirva este post para dar las gracias eternas al Sr. Cavero por tan caritativa creación artística para este Abismo.
Gracias hermano.

Director's favourite films

He aquí algunas de las películas predilectas (aunque el término “favorito” esté hoy en día tan denostado y tenga tan poca tasación) de algunos de los directores más importantes de un entorno de escaso interés comercial, conocidos en la industria como independientes o ‘undergrounds’. Aunque no todos sean representativos de este tipo de cine.
La lista (que incluye diez títulos por cineasta) ha sido creada por John Walker en su ‘Halliwell's Top 1000' del número de junio de la edición on-line de ‘Independent’.
Quentin Tarantino: ‘The Good, the Bad and the Ugly’ (Leone, 1966)
Tim Robbins: ‘La batalla de Algiers’ (Pontecorvo, 1965)
Paul Verhoeven: ‘La Dolce Vita’ (Fellini, 1960)
Gillian Armstrong: ‘Ciudadano Kane’ (Welles, 1941)
Bernardo Bertolucci: ‘La regla del juego’ (Renoir, 1939)
John Boorman: ‘Los 7 Samurais’ (Kurosawa, 1954)
Jim Jarmusch: ‘L'Atalante’ (Vigo, 1934)
Milos Forman: ‘Amarcord’ (Fellini, 1973)
Catherine Breillat: ‘El imperio de los sentidos’ (Oshima, 1976)
Cameron Crowe: ‘El Apartamento’ (Wilder, 1960)
Sam Mendes: ‘Ciudadano Kane’ (Welles, 1941)
Lukas Moodysson: ‘Ladrón de bicicletas’ (De Sica, 1948)
Mike Newell: ‘El Apartamento’ (Wilder, 1960)
Terry Jones: ‘Annie Hall’ (Allen, 1977)
Michael Mann: ‘Apocalypse Now’ (Coppola, 1979)
Ken Loach: ‘A Bout de Souffle’ (Godard, 1959)
Sidney Lumet: ‘Los mejores años de nuestra vida’ (Wyler, 1946)
El resto de las películas elegidas por estos cineastas en este enlace.

lunes, 11 de julio de 2005

Perder el tiempo, otra vez

El tiempo de ocio, sea en la vida o dentro del trabajo (que existe -y en ocasiones de un modo desproporcionado-) a veces requiere de espacios para perder el tiempo con juegos como este basado en el aprendizaje en la utilización de la espada láser de los Jedi.

Mítico Ortigueira 2005

He pasado casi doce horas durmiendo.
El agotamiento y la extenuación acopiados durante estos cinco días han traqueteado cualquier reserva de fuerza que pudiera quedar en mi organismo. He llegado desfallecido, sin fuerzas, casi exangüe. La barra de energía vital está bajo mínimos. Creo que jamás había dormido tanto y del tirón. También creo que nunca antes había estado tan cansado. Ni siquiera cuando rodamos ‘El límite’.
El Festival de Ortigueira 2005 ha sido cualquier cosa menos aburrido, al menos para los que, como el grupo de amigos con el que acudo habitualmente, asisten a la pequeña localidad gallega con ganas de desconectar y exprimir al máximo la posibilidades de diversión en cada uno de sus perfiles. Han sido cinco días dominados por la fácil devoción entusiasta por la cerveza, el whisky, el vodka, conocidas mezclas de vino con refresco, por las siempre apasionantes fogatas atiborradas de embutido para asar, de comida en lata y sobre todo risas, muchas risas devenidas en enardecida preocupación por la unión de un único interés: divertirse sin condicionamientos de ningún tipo.
El hábitat en Ortigueira es inenarrable si uno no disfruta de las preeminencias de un festival donde el mayor atractivo reside en su gratuidad de varios factores y de un descomunal y saturado camping situado a pocos metros del mar, en un incomparable entorno natural. Un festival que fomenta la diversión bajo su enardecida filosofía de libertad, ofreciendo pasar sus días de manera diferente a la de cada persona, a anteriores ediciones. Más de 100.000 personas han ido invadiendo poco a poco Morouzos, sumergiéndose en el ambiente y la música que se ha ofrecido durante estos días de manumisión y libre y desaforado albedrío.
Autobuses repletos de gente cansada de esperar, largas caminatas que te sitúan en un lado u otro, un único concierto visualizado (el de Radio Tarifa), la playa, algo de sexo, el alcohol insuflado en ingentes borracheras sin fin, diversos remedios tabacaleros contra el aburrimiento, la búsqueda incesante del hielo que nunca ha faltado, ‘hippies’ y ‘punkies’ en cada ángulo de visión con sus inevitables ‘perros-flauta’ acompañándoles, la música de la guitarra de “Taveritas” guitarra y el cajón del gran Ricardo “Selva” (qué gran tipo), el mismo Rafa Tavera (disfrutando “echao” de los momentos de reláx), las constantes y peculiares risas de Gus y, como no podía ser de otra forma, la amistad con todos y cada uno de los que han compartida este fin de semana conmigo, magnificada por anécdotas personales y colectivas que tardarán en olvidarse. Todo ello ha sido la clave para que este festival haya resultado absolutamente mítico e histórico.
Pero además de que todo, este festival de Ortiguiera quedará por siempre en mi recuerdo por la apoteosis de un Alvarito “Vodka” increíble, exhibiendo una legendaria ostentación de imperturbabilidad dipsómana que ha ocasionado las mejores risas y sucesos absurdos de un festival que también incluye en su natural oferta la infrecuente posibilidad de cagar (evacuar o deponer en sus variantes más elegantes) a campo abierto, con sus extraños inconvenientes incluidos, consecuencia esto último de ver a un extraño personaje con jersey de invierno de rombos, pantalón de pinzas y camisa de cuadros pasear como en una película de Lynch, sin rumbo, desubicado, totalmente anacrónico.
Mi recomendación como experiencia personal deja aquí una preconizada invitación para que vayáis el próximo año.
Y respecto a aislarme del Abismo, a desconectar, ha sido muy satisfactorio. Desesclavizarme un poco de toda la rutina bloguera se ha revelado como beneficiosa. Por ello, empezaré a abrir diversas formas de distensión estival para relajarme, ampliando este tipo escapaditas, de largos lapsos de descanso sin blog, de merecidas vacaciones, al fin y al cabo, para poder emprender así un nuevo año y temporada de ‘Un mundo desde el Abismo’ con la misma ilusión que cuando empecé mi aventura ‘bloggera’.
Ya os iré informando de ello.
De momento, ya estoy aquí dispuesto a seguir guerreando antes de que lleguen esas comentadas vacaciones que están a punto de caer.

miércoles, 6 de julio de 2005

Review 'War of the worlds'

Descompensada invasión alienígena
Steven Spielberg demuestra su gran logro del espectáculo como arte cinematográfico en un guión descompensado que desluce su prodigioso trabajo visual.
Poco parecen haber cambiado las cosas desde que en 1898 H.G. Wells escribiera ‘La guerra de los mundos’, una de las obras pioneras de la ciencia ficción moderna que escondía tras su narración naves espaciales y sus devastadores efectos futuristas, el mensaje de los peligros de la globalización y una organización de auxilio internacional cuando se dan desastres de siniestras proporciones una peculiar concepción del colonialismo de la época. Después de que Orson Welles sembrara el pánico el 31 de octubre de 1938 con su realista y amenazadora adaptación radiofónica y Byron Haskin se encargara de llevar la célebre novela a la gran pantalla en 1953, Steven Spielberg se ha encargado de revisar desde nuestra sociedad modernizada las claves que motivaron la escritura de esta obra maestra literaria.
En los tres casos, más allá de los subversivos planteamientos políticos que sobrellevan sus diferentes enfoques, los puntos comunes de la acción siguen conservando la esencia de sus propósitos, basados en ‘El origen de las especies’, de Charles Darwin y su significativa admonición acerca del hombre como simple animal que ha obtenido la supremacía terráquea por error y que su existencia no resultó más que otro accidente de una larga cadena. ‘La guerra de los mundos’, versión Spielberg, no olvida que la sociedad ha avanzado, pero no ha logrado transformarse en una colectividad igualitaria ni solidaria, sino todo lo contrario. La película, en su nueva y flamante versión contemporánea del clásico de Wells, sigue describiendo la extraordinaria batalla que se libra para salvar al género humano, ésta vez a través de los ojos de una familia estadounidense y su lucha por sobrevivir. Ray Ferrier (el omnipresente Tom Cruise) es un estibador de muelle de Nueva Jersey (homenaje a Welles), divorciado y defectivo padre que deberá salvaguardar su vida y la de sus hijos de los inesperados ataques alienígenas contra la Tierra tras una tormenta eléctrica que será el preludio a la aparición de unos gigantescos trípodes de origen desconocido que comienzan a sembrar la destrucción masiva por todo el mundo.
A medio camino entre el cine homenaje a los años 50 de ciencia ficción, el cine de anticipación y el género catastrofista, Spielberg brinda una de sus mejores demostraciones de pirotecnia, de dominio visual y portentosa exposición en su realismo narrativo con un enérgico, intenso y sobresaliente logro cinematográfico totalmente apabullante. Ya desde el comienzo de la película, el Rey Midas de Hollywood juega a demostrar hasta que punto llega su conocimiento del medio, su saber hacer como director de acción, como alquimista visual con sus planos imposibles de explicar de un modo teórico, no sólo en la presentación efímera de sus personajes (tan fulminante y prototípica que hará que su unidemensionalidad imposibilite un crecimiento interno de los mismos), sino en el apresuramiento por mostrar la fatalidad humana ante los extraterrestres.
Spielberg, en ese sentido, acomete la acción sin ningún tipo de tregua. Pasados diez minutos, el público intuye que se encuentra ante una desbordante acumulación de secuencias realistas dentro de la ilógica del espectáculo de efectos digitales, con encadenadas secuencias llenas de tensión, reciclando emociones y consiguiendo que el público se mantenga boquiabierto ante la aparición de los visitantes, su particular manifestación como promesa de trágico acontecimiento apocalíptico. Tormentas de luz, fortuitos cráteres, destrucción de iglesias y edificios y la aparición del clásico trípode espacial denotan el sentido del espectáculo de un Spielberg capaz de mostrar mejor que nadie que la tecnología extraterrestre es más avanzada que la disponible por la sociedad finisecular, haciendo que los imprevistos invitados eliminen el motor vital de la sociedad moderna como primer plan de conquista de nuestro mundo aniquilando la energía eléctrica.
Con un atractivo encandilamiento en su visión catastrófica donde el objetivo es imbuir al espectador en el miedo y peligro, de las emociones de inseguridad recurriendo a unas persecuciones que ponen la más alta tecnología al servicio de la narración (el plano secuencia en que Cruise conduce por la autopista y la cámara sortea todo lo que se cruza en su camino para volver al interior del vehículo escapa a toda lógica), sus escenas de destrucción y terror de multitudes, Spielberg deja claro su aventajada soberanía superándose a sí mismo en cada escena, más sorprendente e impactante que la anterior, con su habitual brillantez en la concesión de los objetivos de espectáculo con la obtención de la ansiedad, supervivencia y dramatismo que aúna en su primera mitad ‘La Guerra de los Mundos’. Por lo que atañe a los dispositivos psicológicos, el tono catastrofista en la disposición de los temores colectivos, la incertidumbre y la hiperbolizada ficción es intachable, desglosando a su vez la voluntad de hacer ver la poquedad del ser humano dentro del incógnito universo en el que pervive.
Pero cuando todo está dispuesto para una innecesaria evolución de los personajes, tan enquistados en la acción y huida de unos marcianos de los que apenas conocemos nada de ellos (salvo algunas pinceladas), llega esa velada reflexión sobre el miedo y la búsqueda de unos valores familiares perdidos. Precisamente, donde la cinta comienza a disminuir su interés. El relato está orquestado en torno a la familia y su consolidación como cristalización de un cimiento de seguridad, uno de los temas favoritos del director, tema que le permite narrar la historia desde una perspectiva que pretende no perder en ningún momento el carácter intimista sin por ello renunciar a la épica del espectáculo.
Un propósito conseguido a medias, ya que si bien es cierto que a través de los protagonistas se consigue una sensación de miedo y angustia más creíble y cercana, también lo es que el brío insuflado en su comienzo y desarrollo se pierde por completo en el mismo momento en que Ferrier y su hija Rachel (la pequeña actriz prodigio Dakota Fanning) entran en contacto con Ogilvy (Tim Robbins), un hombre desequilibrado debido a un inadecuado instinto de supervivencia que es erradicado por un hecho todavía más cruel, el que comete Ferrier para proteger su vida y la de su hija. Es un momento clave, ya que supone la esperada visualización de los aliens, pero llega a carecer de cualquier fascinación por la reiteración del funcionamiento de la intriga, muy mal llevada, importunando el buen cauce del filme derivando en secuencias posteriores sin ningún atractivo, tal vez por la celeridad con la que se rodó el final de la cinta. Spielberg se deja llevar por el efectismo, cubriendo con momentos sensoriales, musicales y emocionales lo que no puede obtener con este ínfimo tramo de la historia, disipando la grandeza que hasta entonces latía en el interior de la narración.
La inevitable aparición de los políticos y militares intentando hallar la forma de desarmar al inexpugnable invasor (ahora es Asia y no Europa la mejor aliada de USA), la latente alegoría de la amenaza terrorista y la paranoia colectiva de los yanquis tras el 11-S (las pistolas como símbolo de protección familiar) y un extraño decrecimiento del espacio geográfico hacen que, a pesar de ese tono gris e imperfecto donde el desabrigo está presente en cada arista de los planteamientos iniciales, con una temerosa nación tocada en su seguridad y una familia desunida con un contexto social donde el ascetismo parece amparar el individualismo por encima de la colectividad, la película se transforme en un producto inestable gracias a un indigesto fin de función cargado de moralismo, triunfalismo y pronóstico previsible.
Hay que agradecer al menos, el respeto que David Koepp y Josh Friedman han firmado en el desenlace de su muy desequilibrado guión, concluyendo el filme con una imposible alacridad antropológica, en la que los marcianos quedan aniquilados víctimas de los microorganismos, los seres más diminutos de nuestro planeta que demuestran la humildad de lo imperceptible ante una época dominada por el avance y progresión de la técnica, dejando que la humanidad, como reflexión derivada de Copérnico, pase de ser el centro de la creación a convertirse en un ínfimo componente del universo.
Aún así, Steven Spielberg relumbra con su imaginería el arte de la destrucción en pantalla, del cataclismo generado por el ordenador al servicio de la narración, confirmando que no hay quien le supere en la mezcla de la acción en torno a una amenaza de difícil superación humana con la concesión de escenas dramáticas y crudas (la niña observando un río que se va llenando de cadáveres y destrucción, el exterminio volatizado de los seres humanos en manos de los trípodes…), destacando la capacidad de eficacia en la parte interpretativa con un Cruise magnífico, con un Robbins ejemplar y, sobre todo, una Dakota Fanning que sobresale del resto del reparto en su intensificación de emociones y cambios de ánimo (impresionante a sus 11 años).
‘La Guerra de los Mundos’ es un gran espectáculo cinematográfico idóneo para un verano desguarnecido de títulos de interés, con unos objetivos de entretenimiento muy estudiados, con aspiraciones no conseguidas de cine inteligente en su genérica aspiración de ciencia ficción catastrófica y con su despliegue de efectos especiales al servicio de un argumento descompensado que deja, en definitiva, una de las muestras más fláccidas e inoperantes de la evolutiva progresión que había manifestado Spielberg en sus últimas y fantásticas películas.
Miguel Á. Refoyo © 2005

Hasta el próximo día 12, amigos

Amigos de Internet, camaradas del despropósito cibernáutico, imperecederos indagadores de pérdidas de tiempo en la red, de minúsculos áreas de entretenimiento en la apatía que supone vivir frente a un ordenador.
Me vuelvo a ir. Sí, otra vez. En esta ocasión serán cinco jornadas las que pasaréis, inevitablemente, sin un Abismo que empieza a amainar su fertilidad debido al extenuación acopiada hasta el momento, justo cuando está a punto de cumplir un año de existencia.
Los Movidens (mis amigos de la infancia desde que tenía cinco años) hemos preparado las maletas y estamos dispuestos a pasar estos días en Galicia, concretamente en el festival de música celta de Ortigueira, donde se produce una dipsomaníaca invasión folk del pueblo. En realidad, no deja de ser una burda excusa para pasar las vacaciones de acampada en Morouzos, hermoso paraje que verá de nuevo en primera línea nuestras barrabasadas etílicas, nuestras risas, historias y excesos de todo tipo.
Por ello, os dejo nuevamente para respirar aires nuevos y volver así con las pilas cargadas el próximo día 12 de julio, día en el que volveré a reencontrarme con este blog que cada día tiene menos visitas (todo sea dicho). Tal vez porque precisa también de este descanso. Tal vez porque la gente se empieza a cansar del Abismo y busca nuevas motivaciones bloggeras.
Un saludo, y hasta el día 12, amigos.
Y para que no me echéis mucho de menos, os dejo la esperada review de 'War of the worlds', de Steven Spielberg.

martes, 5 de julio de 2005

¿Embrujada o Entorzada?

La bebida, los brindis y la devoción por empinar el codo y alzar el brazo en un reiterativo brindis parece que era otro estímulo más en la ya clásica ‘Embrujada’, la serie de los 70 protagonizada por Elizabeth Montgomery dando vida a la inolvidable Samantha Stephens, la bruja más célebre de la historia de la televisión. Serie que tiene su inminente versión actualizada y cinematográfica a punto de estrenarse con los rostros de >Nicole Kidman y Will Ferrell como intérpretes principales.
Tal vez este subrepticio alcoholismo era el causante de que Samantha moviera la nariz de aquélla forma tan graciosa y de que Dick Cork (además de tener nombre de órgano) asumiera su condición de resignado marido con aquel inolvidable rostro de empanado soseras.
Todos los pelotazos de 'Embrujada' están minuciosamente detallados en Cocktail Hour.

'Femme Fatale', puro y genuino De Palma

Apasionante juego de manipulación
‘Femme Fatale’ inicia su preludio con las imágenes de un clásico del cine negro como es ‘Perdición’, de Billy Wilder, con Phyllis Dietrichson (Barbara Stanwyck) intentando matar a Walter Neff (Fred MacMurray) y tras esto, cayendo en sus brazos, un hecho que se puede interpretar como un signo de que la última cinta del maestro Brian de Palma hasta el momento (esperamos ansiosos su ‘Dalia Negra’) no sólo comienza proponiendo la historia de una mujer arpía que hará lo que sea por salirse con la suya y que manipulará a todo aquel que se ponga por delante sino que, además, se intuye que todo el argumento se va a mover en un doble juego.
‘Femme Fatale’ inicia su periplo con Laure Ash (Rebecca Romijn-Stamos), seductora y peligrosa mujer a punto de cometer un robo que utiliza a sus compañeros para quedarse con el botín: un valiosísimo collar de diamantes lucido durante el Festival de Cannes. Tomando una nueva identidad, Laure escapa con la carísima alhaja dejando su pasado en manos del destino. Siete años después, el paparazzo Nicholas Bardo (Antonio Banderas) vuelve a sacar a escena a Laure, que será perseguida por sus ex socios. Todo ello no es más que otro de los magníficos ‘McGuffins’ al más puro estilo Hitchcock que el cineasta utiliza para concertar un epigrama de suspense calculado por completo para obtener como resultado algo tan difícil como lo es el engaño. Para ello, el ojo narrativo de De Palma sigue constantemente a sus personajes de cerca, como condición ‘vouyerística’ propia de su cine, cerrando los movimientos para buscar así la cercanía y adhesión a los roles.
Para ello, el director juega a plantear rasgos equitativos al cine del gran maestro del suspense y de otros muchos ‘auteurs’ europeos, pero tomando a su vez como referencia muchos de los momentos de su propia filmografía: desde ese plano del robo de ‘Misión Imposible’, la duplicidad de aspecto de ‘Doble Cuerpo’ o ‘Vestida para matar’, la intensidad europeísta de ‘Fascinación’ o la utilización de la ‘split-screen’ de ‘Hermanas’. Todos ellos elementos narrativos y visuales que revelan el factor de dualidad tan buscado a lo largo de su obra y que está presente en la intención argumental y posterior desarrollo de una ensoñación un tanto tramposa (pero inocente y traslúcida) y en el ímpetu por centrarse en pequeños detalles, objetos determinados y en situaciones clave que confluirán en un desenlace que desglosa una buscada correspondencia análoga a todo lo que hemos visto. ‘Femme Fatale’ es así un cúmulo de situaciones en el que el desequilibrio argumental tiene su equivalente en un final sorpresa que De Palma ha sabido desplegar en toda su filmografía.
La persistente insistencia de la suplantación de personalidad como medio de escape es explotada aquí para hacer que esta confusión provoque una reflexión sobre el azar y el destino de un personaje que nace y muere, que manipula y controla el destino de todos y cada uno de los personajes que aparecen en el filme. De ahí que muchos de los contextos inverosímiles e imprecisos diálogos estén resueltos con secuencias de sexo, colmadas de un erotismo subconsciente que De Palma resuelve con inspirada perspectiva hacia el deseo, la tentación y el acto. En esa extraña combinación de realidad y ficción, los pequeños elementos que producen los golpes de efecto de la trama, ésos instantes que se repiten y que descolocan al espectador, no son más que un ingenuo juego de despiste que el director esgrime en pos de un epílogo que aún siendo tramposo y manierista da como consecuencia un producto muy personal sin los complejos y prejuicios ‘hitchcockianos’ de su cine, empero la música de Ryuichi Sakamoto conmemore el espíritu de Bernard Herrmann.
A pesar de una subvertida frialdad ambiental adaptada a un Paris en exceso europeo y sofisticado, necesario como precepto característico de la gélida y hermosa Rebecca Romjin-Stamos , De Palma vuelve a recurrir a mecanismos imprescindibles en la obra de este incomprendido genio del cine. Por eso no es casual que tanto el Romjin-Stamos como Banderas (ambos magníficos en sus papeles) adopten el objetivo de una cámara de fotos como instrumento metafórico de su deseo sexual e indiscreta tendencia a mirar. ‘Femme Fatale’ puede verse como una película sobre el ‘vouyerismo’, pero también sobre lo que se ve y parece ser visto, sobre la mirada de los personajes y lo que el espectador parece ver pero no está viendo.
Un juego de ardides en los que no solamente caen los caracteres que rodean a esta peligrosa mujer, sino a los que sucumbe el propio público. Elementos subversivos que dan claves pistas extemporáneas, como la camisa llena de sangre del líder del robo, la detención del tiempo durante gran parte del metraje (percibida en los relojes) o la acción futura de los acontecimientos son parte de la utilización a la que somete la ‘femme fatale’ del título a todos y cada uno de los personajes que le rodean, pero también al propio espectador, ya que toda la película es una gran puesta en escena creada para una de las mejores manipulaciones cinematográficas y argumentales del último cine actual.
‘Femme Fatale’ es por tanto un juego de apariencias, donde el destino confunde ficción y realidad onírica en una cinta que supone un sorprendente ejercicio de estilo y artesanía llevados a cabo por un director que con esta fantástica cinta dejó de ser (aunque nunca lo fuera) el copista de Hitchcock para convertirse en uno de los últimos clásicos del cine contemporáneo.