sábado, 11 de junio de 2005

Percepción óptica ilusoria

He encontrado esta página concedida como acervo temático dedicado a los fenómenos visuales llamados ilusiones ópticas, visiones sensuales que no tienen su fundamento en las interpretaciones o diversas lecturas que se pueden hacer de las formas planteadas, por lo que no están subordinados a un aprendizaje por parte del que observa, sino que proceden de forma inmediata sobre el mecanismo visual que lo confunde básicamente como una rúbrica falible, que entra en conflicto y contradicción con la realidad objetiva en el campo de los estímulos y las sensaciones.
Cuestión de interactividad.
Por cierto, qué sábado más apático y sofocante. El verano despierta en mí un irremediable denuedo haragán del todo intolerable.

viernes, 10 de junio de 2005

'28 days later': la sociedad descompuesta de Boyle

Emocionante creación de un virus apocalíptico
Danny Boyle trató un ambiente hiperrealista y semidocumental para aportar a esta cinta de ‘zombies’ una intranquilizante sensación de inmediatez.
Nada más entrar en '28 días después' nos encontramos a unos activistas que actúan en contra de la vivisección y a favor de los derechos animales. Exaltados de esta idea filobotánica irrumpen de forma fortuita en un laboratorio científico con la intención de liberar a unos monos que sufren un peligroso experimento. Con ello y sin quererlo, liberan un virus devastador que se contagia a los seres humanos por la sangre. Es el arranque. 28 días después un joven despierta del coma en un hospital sin saber qué ha pasado. Cuando sale a la calle comprueba que Londres está desierto. Mientras camina por Piccadilly Circus y el puente de Westminster sin una vida humana visible, se da cuenta de que el Apocalipsis ha llegado al territorio.
Así comienza '28 días después', uno de los títulos más interesantes de nuevo cine de terror (más concretamente del subgénero de ‘zombies’) dirigido por el siempre polifacético Danny Boyle. Siguiendo los pasos de autores como George R. Stewart, J. G. Ballard, Brian W. Aldiss, John Wyndham (el escritor de la mítica ‘Chocky’, cuyo ‘El día de los Trífidos’ es obra cardinal para este filme), Roger Zelazny y sobre todo acopiando la esencia del inevitable Richard Matheson y su obra maestra ‘Soy leyenda’, el director de ‘Trainspotting’ prolongó con esta cinta los propósitos artísticos y conceptuales de la germinal ‘La noche de los muertos vivientes’, de George A. Romero, dejándose llevar por una ineludible inquietud por la cinefilia y cinefagia al evocar en sus planos la materia prima del ‘giallo’ italiano y su malsana mezcla de ‘fumetti nero’, granulado espeso y un peculiar pictoricismo que envuelve la ennegrecida atmósfera de esta novísima película de culto.
Lo que en principio parece una revisitación por todos y cada uno de los tópicos del cine de ciencia-ficción postapocalíptica, se transforma en manos de Danny Boyle y su guionista Alex Garland en una interesante propuesta a medio camino entre el ‘thriller’ y el género de terror, pero también en una reflexión analítica sobre la naturaleza humana, sobre la soledad, sobre la situación política y militar, la popularización de un subgénero y una voluntad que se encauza hacia las herencias literarias de los vasos comunicantes entre la ficción americana y la anglosajona. En este círculo de referencias llenas de un alterado moralismo encubierto bajo el terror de la trama, lo más interesante de esta película (mal llamada) innovadora fue la utilización de la cámara digital, sustraída directamente del movimiento ‘Dogma’ y utilizada en favor de un montaje diligente y con ritmo para obtener como resultado una sugestiva y astuta sensación de inmediatez, de carácter documental, donde las escenas de acción abarcan un tono ultrarrealista al más puro estilo ‘Nu-Metal’ cinemático.
De cadencia frenética y atmósfera puramente expresionista, la textura densa e irrespirable ofrece una particular visión de la irrealidad en los movimientos de los infectados, de la rabiosa locura que se sustrae en cada encuadre, determinado en un plano digitalizado en el que un campo representa una obra de Van Gogh, como si Boyle reconociera una deuda artística con el pintor al presentar su historia en una gama oscura y sombría, poniendo así en evidencia el intenso deseo de expresar la miseria y los sufrimientos de la humanidad. Un signo de expresionismo con significado de adulterado estado de tormento que no duda en utilizar colores que se rompen, con convulsivas y perspectivas alucinatorias.
Con un argumento que rebasa los tópicos del género (como ejemplo el hecho de evitar que el contagio infeccioso sea duradero, lo que elimina la posibilidad de sospecha en los protagonistas) y los personajes bien dibujados en una afrobritánica que esconde bajo su fuerte personalidad las dudas sentimentales más existenciales del filme o el joven de buen corazón débil y asustadizo que se revela como un auténtico animal vengativo, junto al padre y la hija dispuestos a sobrevivir en un mundo incierto, el cineasta británico se atrevió a explicar el comportamiento vampírico/infeccioso a través de disciplinas como la psicología, la fisiología y fundamentalmente, la atormentada vida en soledad de los protagonistas que, alcanzando el objetivo de salvación en manos del ejército, descubren la verdadera bestia en el propio ser humano, en la demencia desarrollada en aquellos seres adiestrados para matar. ‘28 días después’ supuso así una película invulnerable, elegante en su factura, perspicaz, capaz de conducir sus personajes hacia situaciones donde todo depende de su (nuestra) comprensión por la naturaleza humana.
Con esta obra centrada en el comportamiento de personas cotidianas encuadradas en una situación límite e intimados en todo momento por una violencia que les es ajena, Boyle quiso distanciarse de la actitud en la que ésa amenaza maléfica convierte al rol en egoísta y violento, pero manteniendo en todo momento su objetivo por demostrar que, en último término, tiene que llegar la total deshumanización, el lado más oscuro de la condición humana que acaba por evidenciar lo que para muchos sociólogos y filósofos eruditos es un hecho fehaciente: la sociedad descompuesta representa al hombre actual.

Sexploitation World

Aquí os dejo una dirección donde podréis encontrar una galería dedicada a los posters de la 'cheeky movies' (algo así como películas descaradas), que vienen a ser un equivalente de las películas que en España fueron calificadas 'S' a finales de los 70, el género admitido socialmente por todos los aperturistas a la libertad del momento y broquel visual del onanista recalcitrante más característico de la transición española.

La adicción televisiva del verano se llama... 'LOST'

Coherentemente pienso, como muchos otros ya han manifestado, que TVE ha errado con su gran baza de la temporada al colocar el horario de emisión de una de las series más exitosas del mundo en una franja terrible como es el domingo por la tarde. ‘Lost’, la portentosa nueva afición de la hueste teleadicta, era una serie para triunfar en ‘prime time’. Pero ya sabemos cómo se las gastan los de la tele pública.
Más allá de todo esto, por fin tuve el placer de ver esos dos episodios de introducción a una serie que, de entrada, causa unas vibraciones extraordinarias. De ese accidente aéreo del vuelo 815 de la Oceanic con rumbo a Los Ángeles desde Sydney que deja a varios pasajeros en una isla desierta sin posibilidad de conexión con la civilización se expele calidad e inteligencia, la que propugnan J.J. Abrahams, creador de la más que correcta ‘Alias’ (una serie también bastante maltratada por Telecinco) y Damon Lindelof. Acción, suspense, drama, aventuras y una tensión progresiva dosificada en perfecta cantidad son los elementos con los que cuenta una serie que podría definirse como un gatuperio a medio camino entre la tragedia en los Andes del 1972, ‘Robinson Crusoe’, de Daniel Defoe, ‘Cast away’, de Zemeckis y, por los dos primeros episodios (en realidad uno), con ecos del ‘Jurassic Park’ de Spielberg.
Lo que llama la atención de ‘Lost’ es el engranaje metódico con el que se logra que la idea de la isla desierta, que en principio puede parecer algo coartada por las situaciones que se pueden extraer de su fondo argumental y geográfico, se active con una innegable fuerza desde su prólogo, manteniendo el interés del espectador por medio de la continua presencia de ‘flashbacks’ que formulan una transitoria visión al pasado de los personajes principales, para dar como resultado meditadas treguas al limitado ambiente de la isla. Y eso, a pesar de la prototípica construcción de sus personajes, a los que ya hemos visto en multitud de ocasiones y conocemos de memoria gracias a un formulismo que funciona como implicador y no como rémora.
La habilidad para sorprender es otro de sus puntos claves. Además de esa ejecución en la combinación de intriga y aventuras, los ‘tiempos muertos’, en esta presentación al menos, hacen que la serie avance y se convierta en adictiva por medio de la sugerencia. Sin mostrar nada. Todo está encubierto; el monstruo que asola la isla, la drogadicción de uno de sus personajes al resto, la condición de delincuente de la aparente heroína, la suspicacia levantada hacia un iraquí, los coreanos que no saben hablar el idioma de los demás, el perro que se pierde... Desde el principio, ‘Lost’ ha jugado muy bien sus cartas haciendo partícipe y cómplice al espectador, reservándole casi toda la información y aportando conjuntamente algunos guiños específicos del género de aventuras y del ‘thriller’, urdidos conscientemente en una compleja disposición de futuras tramas. Y ahí reside el éxito.
De momento, a ‘Lost’ (serie a la que nunca llamaré ‘Perdidos’) le restan 23 capítulos más para seguir demostrando esa capacidad de sugestión que la han convertido en la hegemónica serie de culto del mundo entero. El fenómeno ‘Lost’ ha llegado a Televisión Española de una forma casi tan accidentada como en la ficción, pero esperemos un buen procedimiento y ajuste catódico para que los enigmas trazados sean disipados prósperamente.

jueves, 9 de junio de 2005

¿El Joselito de Hollywood?

Macauley Culkin, después de ser uno de los testigos de la defensa de Michael Jackson, ha vuelto a saltar a la palestra mediática de la esfera más impúdica del cine al declararse culpable por los cargos de delito de posesión de píldoras antidepresivas sin receta y marihuana (de la buena, que cantaría Estopa) que tuvo lugar durante el pasado año.
El ex niño prodigio, bastante maltratado por los años, acudió ayer al tribunal ayer en Oklahoma para alegar contra los cargos impuestos por una sentencia que le condenaba a pagar 4.000 dólares y que fue diferida después de que Culkin fuera arrestado por la policía al encontrar un poco de “maruchi” y antidepresivos en su automóvil.
¿Ha encontrado Hollywood a su nueva versión de Joselito? ¿Son realmente inútiles todas las terapias de rehabilitación a las que se ha sometido para superar sus adicciones al alcohol y las drogas? ¿Es el heredero directo de Judy Garland y Drew Barryomore?
Y lo que es más importante y no viene a cuento para este post: ¿Por qué han venido a promocionar Ben Stiller y Chris Rock a España la cinta de animación de Dreamworks 'Madagascar' si en la versión doblada ninguno de los dos aparecen por ningún sitio como el león Alex o Marty la cebra respectivamente? Aquí aniquilan los personajes Gonzalo de Castro y el insufrible Alexis Valdés.

Pequeño apunte futbolístico

Bochornoso. Escribiría unas líneas sobre la selección y su ridículo de ayer contra Bosnia, pero ni tengo ganas ni se lo merecen. Para esto, es mejor que no se clasifiquen para el mundial de Alemania y de esta forma nos ahorraremos malos tragos, disgustos y ver perder a España en primera ronda de forma melodramática y patética.
En serio, hay muchas disciplinas deportivas en las que el combinado español está situada como incontestable líder mundial o a la altura de proporcionar muchas alegrías al público.
¿Por qué seguir bostezando con estos inútiles?

Review ‘Dare mo shiranai (Nadie sabe)’

Una dura infancia perdida
Hirokazu Kore-Eda narra una dura historia del desamparo y la supervivencia de cuatro hermanos abandonados desde el realismo sin concesiones al sentimentalismo.
El cine oriental (ya no sólo circunscrito al género de terror) se está convirtiendo, con el anquilosamiento europeo, en el núcleo de una revolución estética y argumental de múltiples aspectos. Ya sea por un concepto del cine para sujetar su lenguaje a una tensión evolutiva de portentosa índole o bien por un arte que indaga en el arcaísmo para mitigar cualquier efecto de las nuevas tendencias audiovisuales.
No comenté en su día nada respecto a ‘Dare mo shiranai (Nadie sabe)’, de Hirokazu Kore-Eda, y no quiero que pase la oportunidad de relegar una de las mejores películas de este 2005, se mire por donde se mire. Basado en una historia real, la historia gira en torno a cuatro niños que viven con su madre sin que nadie sepa que existan. Todos tienen un padre diferente y la madre, promiscua y despreciable, mantiene a los niños en el anonimato, desvinculando a los pequeños (menos al hermano mayor) del mundo exterior. La pesadilla empieza cuando la madre desaparece definitivamente. Cruelmente abandonados y desatendidos, los cuatro hermanos se arreglan para sobrevivir en un mundo exclusivo mantenido en una extraña unión doméstica que se establece entre ellos, fijando sus propias reglas, pero incapaces de afrontar un mundo externo que irá socavando el frágil equilibrio que habían conseguido mantener.
Sobre esta idea sacada de un periódico chino, Kore-eda se aleja de cualquier tópico dramático para presentarnos un filme sin concesiones al sentimentalismo, a la anuencia realista con la que se enfrenta al espectador a esta incómoda historia de desamparo, creando con excepcional habilidad un retrato naturalista del mundo infantil, ajeno a su incierto futuro. Sin olvidar la génesis de su obra delimitada en el documental, el director trata con sensibilidad a sus pequeños, examinando con lupa cada gesto, cada movimiento, controlando el tempo necesario para el desarrollo del día a día de unos niños descuidados que van evolucionando hacia una insostenible situación de indigencia tanto física como afectiva.
Una historia impregnada de dureza y realismo, pero tratada con delicadeza al describir los estados anímicos por los que pasan sus protagonistas, logrando además su inevitable empatía con el público en la búsqueda del lugar en el mundo de estos chavales; de sus miedos, de sus necesidades, de sus juegos, de su inocencia lisiada por las circunstancias que les toca vivir. Una representación de la niñez construida en el autismo social, creando para sí mismos un espacio propio y autónomo que les servirá de escudo ante la amenaza exterior, de puro instinto de supervivencia.
Desprovista de una estética enfática y rehusando a seguir una línea narrativa impuesta (ya que las acciones vienen dadas por situaciones que surgen de forma espontánea) ‘Dare mo shiranai (Nadie sabe)’ se muestra traslúcida para desglosar el drama entre el lirismo, el silencio y la acrimonia del momento, en una deliberación en absoluto moral sobre el desánimo que provoca la negligencia, la falta de atención, pero que es suplantada por los vínculos familiares en un entorno de libertad y podredumbre que deja en el camino terribles sucesos, hambre, miseria y, en último término, las dificultades más extremas a las que conlleva la imposición de una madurez prematura.
Además cabe destacar al joven Yuya Yagira premiado como mejor actor en el festival de Cannes del año pasado, sin por ello desmerecer el impactante trabajo de los interpretes infantiles Ayu Kitaura, Hiei Kimura y Momoko Shimizu. Una película que deja la difícil mácula de lo imborrable, sin ningún tipo de grandilocuencia, desde la severidad de la emoción sincera.
Miguel Á. Refoyo © 2005

miércoles, 8 de junio de 2005

Se prepara la americanización de 'Kaïro'

Es ya frecuente que cuando una película de terror oriental tiene éxito, los yanquis, sanguijuelas creativas del entorno comercial y narrativo del llamado ‘terror amarillo’, se lancen a americanizar la cinta. Desde una perspectiva occidental, las cinematografías asiáticas parecen compartir rasgos comunes, aunque en realidad sus diferencias son sustanciales. Pero la reformulación yanqui de estos conceptos asiáticos se da muchas veces de forma errónea, ya que por el camino de la traslación intercultural se pierde la esencia de la tradición oriental mezclada con la modernidad visual, sin perder nunca los estilemas clásicos, mezclando mitología fantástica y clasicismo.
El ‘remake’ es una forma de adulteración fílmica tan antigua como cotidiana. Ya nos hemos acostumbrado. La última le tocará a una de esas películas que uno no olvida, más allá de su calidad y trascendencia; ‘Kaïro (Pulse)’, de Kiyoshi Kurosawa, es la nueva e injuriosa perpetración para los amantes del cine de terror que llevará la nueva compañía de los hermanos Weinstein en la versión americana. Sólo os aconsejo que antes de que sea demasiado tarde disfrutéis de cualquier manera esta obra de referencia dentro del actual cine de género oriental. Una película que esgrime con certeza los márgenes metafisicos del terror, en una miscelánea entre la tecnología, el pánico humano y la belleza más dolorosa que esconde la mirada hacia lo desconocido.
Jim Sonzero dirigirá la adaptación al ‘mainstream’ infaustamente comercial de 'Pulse'. Kristen Bell, Rick Gonzalez, Ian Somerhalder y la cantante vista en ‘Be Cool’ Christina Milian serán sus protagonistas.

Goodbye Mrs. Robinson


1931-2005
Se despide este día con una triste noticia: ha muerto Anne Bancroft, una de esas actrices imposibles de olvidar, con un desbordante talento, camaleónica y gran dama del cine. De las que ya no existen.
Conocida por dar vida a la Señora Robinson, la preceptora sexual de muchas generaciones desde que esa obra maestra ‘El graduado’, de Mike Nichols, se cruzara en su camino, Bancroft también quedará para el recuerdo, por lo menos a modo personal, como la insustituible Nora Dinsmoor en la versión de Cuarón de ‘Grandes esperanzas’ o la aristócrata Mrs. Kendal en ‘El hombre elefante’. Obtuvo el Oscar en 1962 por su interpretación en 'El milagro de Ana Sullivan'.
Ha fallecido a los 73 años a consecuencia de un cáncer, según ha informado un portavoz de su marido, el productor y actor, Mel Brooks.
D.E.P.

'Rounders': De Tahúres y póquer

Muestra efectiva y neutra sobre el mundo del póquer
Convertida en una extraña cinta de culto, una de las pequeñas joyas debido a sus escasas pretensiones con la que está rodada ‘Rounders’, un drama ambientado en las dispendiosas timbas de un juego tan adictivo y comprometido como el póquer. Trampas, cartas bajo la manga y una dramática amistad es el argumento sobre el que gira esta curiosa obra de un John Dahl que dejó a un lado el tono oscurantista del puro cine ‘noir’ con ese hálito que sólo él sabe otorgar al ambiente escénico (que sobresalía de forma sublime en su mejor película ‘La última seducción’) dotándola con unos tintes dramáticos que incrementan la consecución de los propósitos genéricos del filme.
Un hecho que supone una rotación de perspectiva visual de un Dahl que pasó de ser uno de los cineastas independientes de mayor prestigio en círculos ‘indies’ a desaparecer tras su paso por el cine de terror comercial en ‘Nunca juegues con extraños’. En ‘Rounders’ el director abandonó los personajes oscuros y manipuladores de sus anteriores filmes para centrarse en la historia de Lester 'Worm' Murphy, un joven indócil (Edward Norton) recién salido de la cárcel con un pasado de adicción al conocido juego de naipes a sus espaldas, un hombre que se ve en el trance de retornar al juego cuando su mejor amigo (papel interpretado por Matt Damon) se debate en la decisión de dejar su carrera universitaria por su adquirida y perentoria ansia de jugar. Una película que recuperó para el celuloide un tema fascinante, alusivo a excelentes filmes de la talla de ‘El buscavidas’, de Robert Rossen o ‘The Cincinatti kid’, de Norman Jewison que Dahl muestra de una manera desdramatizada y sin ningún ápice de moralina bajo la manga, sin duda alguna, la gran virtud del filme.
John Dahl formuló con su quinta y depurada incursión en el cine un recorrido frugal y austero sobre el mundo del juego aquí materializado en el siempre tentador universo del póquer. ‘Rounders’ está llena de bondades, tanto formales como argumentales, desde un guión que no pretende en ningún momento ejercer de método moral, con distancia sermoneadora sobre los peligros del juego, donde Dahl se muestra efectivo y neutro con una historia muy dada ello, hasta las solemnes interpretaciones que ofrecen unos actores y actrices con talento más que sobrado (exceptuando al irritante e histriónico John Malkovich). John Dahl insiste en el tono oscuro y puramente ‘negro’ que lleva su peculiar estilo revisionista, tratando el argumento sin caer en el triunfalismo y evitando (acertadamente) el típico ‘happy end’. Incluso, sin pretenderlo, puede verse como un semidocumental que expone lo que muy bien puede ser la vida diaria de cualquier jugador de póquer.
No existe la ética (aunque esté representada en el personaje de Martin Landau), ni un ungüento demagógico sobre la victoria o la derrota. Sólo el mundo del juego, del jugador, de sus pensamientos... Si Robert Rossen mostraba el lado más oscuro del billar en el perdedor Eddie Felson con la soberbia ‘El buscavidas’, John Dahl dista de aquel en que su Mike McDermott no es un profundo análisis de la adicción, en ‘Rounders’ se muestra una historia en la que cada instante se muestra importante para el desarrollo del argumento con un protagonista muy por encima de la dialéctica social, incluso cuando aparece el personaje de Worm, lo que hace de esta película una atractiva e íntegra propuesta, cautivadora y fascinante, con olor a los grandes clásicos del subgénero.