miércoles, 25 de mayo de 2005

El símbolo de la fortuna

Tradicionales juglares, arlequines, histriones disfrazados, la providencia del juego en forma de naipe. Es, cómo no, el joker, la carta designada para dar suerte, el comodín trasunto del bromista, del polichinela y resultado quizás en la baraja moderna de la inquietante figura del bufón.
El comodín o joker venimos entendiéndolo como el mágico naipe que reemplaza a cualquier otra carta, pero por ejemplo en el Paigo Poker, el Joker no es un verdadero comodín y tiene reglas específicas, ya que esta carta sólo actúa como comodín para completar una jugada “Straight” o “Flush”si se trata cartas de la misma figura.
En cualquier caso, el Joker, denominación tomada por el esperpéntico y más mortal enemigo de Batman, payaso del crimen que congrega la crueldad del psicópata con el humor negro del histrión que representa, es un símbolo de fortuna, que representa el iconográfico fatum positivo. Todo esto viene a cuento por el propio espacio en la web de esta bufonesca figura, en Dotpattern, con una colección de 75 cartas del preciado comodín.

Una secuencia al azar (VII). 'Annie Hall'. Autopsia de una relación

La secuencia al azar de hoy es una de las más ilustres que se recuerdan en la prodigiosa filmografía de uno de los genios del pensamiento moderno como lo es Allen Stewart Konigsberg. En efecto, Woody Allen, el gran filósofo de la era moderna, que ha logrado con sus satíricas descripciones de neuróticos personajes urbanos, obsesionados por el amor y la muerte, alcanzar un imposible vergel de omnisciencia fílmica y de pensamiento en toda regla.
En ‘Annie Hall’, Alvy Singer, un cómico neoyorquino judío con predilección a psicoanalizarse aguarda en la cola del cine junto a su gran amor, Annie Hall, una joven rebelde algo ‘hippie’ aspirante a cantante y de problemática personalidad. Mientras ambos departen sobre sus problemas de sueño y del egoísmo al que esto conlleva, una conversación de alguien que está detrás de ellos toma un discontinuo protagonismo, percibiendo que el sujeto discurre ampulosamente sobre Fellini y ‘La Estrada’, haciendo una glosa acerca de Julieta Massina y aludiendo al ‘Satiricón’. Alvy no puede evitar escuchar sus observaciones consecutivas sobre Samuel Beckett y Marshall McLuhan, lo que acaba por enervarle ante tanta prosopopeya letrada. Singer termina por perder los nervios e increparle: “¿No le da vergüenza pontificar sobre McLuhan?”, interpela.
El hombre se acredita como ejecutivo que escribe para una revista intelectual, subrayando un carpetovetónico artículo llamado 'Mozart, James Joyce y la sodomía'.
En ese momento, Alvy Singer afierra el brazo del propio Marshall McLuhan en persona y le pregunta si ha atendido a la jactanciosa monserga del individuo sobre él.
McLuhan le desaprueba diciendo “He oído lo que decía y usted no sabe nada sobre mi obra. En su boca mis frases suenan a falacia”.
Singer se dirige a cámara y expone al espectador: “Ojalá la vida siempre fuera así”.
Una de las secuencias más categóricas y geniales en el cine de Woody Allen y la ambición de muchos de nosotros que daríamos lo que fuera por vivir una situación similar con los que pretendidamente creen saberlo todo cuando en realidad no son más que engreídos sabios y culturetas.
‘Annie Hall’ es una de las mejores obras de Allen, autopsia de una relación sentimental e insondable deliberación en clave cómica sobre la naturaleza de las relaciones personales en las que el enamoramiento, la confianza entre la pareja, la convivencia, la dolorosa ruptura y el reencuentro. Una cinta que consiguió cuatro Oscars: mejor película, mejor director, mejor guión original y mejor actriz principal (espléndida Diane Keaton) y que tiene en su estructura narrativa uno de los mejores hallazgos del filme, combinando tiempos y situaciones, realidad e ilusión por medio de esta prodigiosa exploración sentimental, el tránsito que se produce del encanto, la pasión, las dudas, al desencuentro en esta inolvidable relación afectiva.
Una obra de cabecera protagonizada por ese antihéroe torpe y atolondrado que basa sus pilares en el egoísmo, la neurosis, el judaísmo y la vida sexual en pareja.

martes, 24 de mayo de 2005

Casas OVNI 70's

El arquitecto finlandés Matti Suuronen diseñó esta casa OVNI, concebida como vivienda, en 1968, inicialmente para ser empleada como una cabaña o casa de verano de las familias más pudientes, pero progresivamente asequibles a todas las familias del mundo. Hoy en día nos resulta casi grotesca la visión que se tenía por entonces de las décadas circunscritas a partir de 2000. El entonces denominado futuro. Una idea que se esconde detrás del diseño, reflejando el crédulo optimismo de los años 70.
La tecnología como utopía para la felicidad y la moda futurista como signo de lo ‘cool’, un mundo visto desde entonces como una ostentosa época donde el ocio y las comodidades iban a ser la panacea de toda la humanidad, avivadas por escenarios estilizados cuyo contenido visual contenían una irresistible condición ‘pulp’.
Cuando hoy artistas como Mariko Mori reivindican este tipo de ideas como moderno, comprobamos que la innovación sigue siendo una regresión al pasado para trasladar grafías que acaben imponiendo ese término que mueve el mundo: la nostalgia.

Un año sin 'Frasier'

La semana pasada se cumplió un año de la despedida de ‘Friends’, la ‘sitcom’ más exitosa y célebre de los últimos años. Hubo una suntuosa profusión de boato en su despedida, una resonancia estratosférica en un ente mediático que no dudó en calificarla a la ligera como “la mejor comedia de situación de la historia de la televisión”. La memorable serie de los seis amigos neoyorquinos merecía todos esos honores. No obstante, el calificativo tan ponderativo era patrimonial de una ‘sitcom’ como es ‘Frasier’. A modo personal esta serie ha logrado lo que ninguna otra: formar parte de mi vida y sufragarme con su ironía y humor un apoyo inmensurable en varias etapas de mi vida (una prueba de guión de un episodio de esta serie me proporcionó mi primer –y único- trabajo como guionista de televisión). Una serie que alcanza el mito de la magnificencia, la prosapia de una fantasía imposible de igualar, la de las grandes series, aquéllas que permanecen vivas en la memoria colectiva, encomiadas por todo el que echa un vistazo atrás en el tiempo y recuerda con nostalgia un esplendor catódico insuperable.
Evidentemente ‘Friends’ también se circunscribe a esta genealogía, pero sus incondicionales y valedores son tantos y tan heterogéneos que les dejo a ellos las adulaciones ensalzadoras que bien se ha ganado. Sin embargo, el pasado año, por estas mismas fechas, ‘Frasier’ también dio por finalizada su andadura televisiva, sólo una semana después de que lo hiciera la serie creada por David Crane y Marta Kaufman, con medio mundo lamentando su conclusión. No hubo miradas de aflicción para ‘Frasier’. La CBS se gastó un exorbitante dineral en el adiós de David Schwimmer, Matthew Perry, Lisa Kudrow, Courtney Cox, Jennifer Aniston y Matt LeBlanc, mientras que la NBC dispuso apenas de dos anuncios especiales para la clausura de esta mítica serie. La despedida de ‘Frasier’ no fue tan profusamente anunciada como la de ‘Friends’, un hecho que inicialmente enfadó a sus protagonistas pero que posteriormente consideraron y justificaron con la elegancia y la honestidad con la que han liderado la televisión americana durante una década. “No hemos querido dejarnos llevar por nuestras propias emociones. La serie no necesita una gran fiesta para decir adiós porque nos quedamos con el cariño del público que nos echará de menos", declaró el genial David Hyde Pierce.
Durante sus 264 episodios ubicados en 11 temporadas, ‘Frasier’ acumuló un total de 31 premios Emmy y tres Globos de Oro, todo un récord en el azaroso universo de la pequeña pantalla, consecuciones que alzaron a esta imponderable serie a la prestigiosa gloria de los fastos de las 625 líneas. Una cita obligatoria e ineludible para todos los amantes de la televisión inteligente, del genio sin fin, de la lucidez lúdica que en cada episodio definía su propia razón de ser: articular mediante el humor la sofisticación de sus personajes ‘snob’ con situaciones afines a cualquier espectador, desplegando mediante sus ‘gags’ y optimizados argumentos un sólido pero alterable retrato de Frasier Crane, el entrañable urbanita acomodado de mediana edad depositario de una nulidad exacerbada en cuestiones existenciales y familiares, incapaz de resolver sus problemas sin la ayuda de su padre, Martin, su hermano Niles (posiblemente el mejor personaje creado jamás para una teleserie), Daphne, la fisioterapeuta inglesa de su padre y Roz, la amiga y productora del programa radiofónico de Frasier.
‘Frasier’ atesoró durante su existencia un sentido del humor inagotable y estudiado, que la convirtió en la auténtica esencia de su éxito para hacer de ella un clásico de la pequeña pantalla en Estados Unidos y en el resto del mundo, una comedia que durante once años hizo que el 35 % de los estadounidenses no conocieran un mundo sin ‘Frasier’. Como algunos de nosotros, que aún lloran el final de nuestra serie favorita. Hay que reconocer que dos décadas junto a Kelsey Grammer (antes uno de los secundarios habituales de ‘Cheers’ –otra serie de cabecera-) son muchos años. Frasier Crane, ese arrebatador psiquiatra con problemas propios de neurasténico nació en 1984, en la tercera temporada del citado clásico. Uno de los momentos más emotivos que he vivido frente a un televisor fue cuando se produjo esa despedida con el episodio de una hora de duración titulado ‘Adiós Seattle’. Un momento aciago tener que despedirse Grammer, David Hyde Pierce, Jane Leeves, John Mahoney y Peri Gilpin. Así como del revoltoso y entrañable terrier Moose (o Eddie, como queráis).
‘Frasier’ ha sido una serie que puede presumir de haber ofrecido opulencia en su máxima expresión de la refinada ironía, de una particular elegancia sin perder su perfilada perspectiva de la cultura. Frasier y los suyos son algo más que simples personajes televisivos. Frasier y los suyos se convirtieron en aliados de la diversión, en miembros de nuestros mejores recuerdos, en relamidos compañeros a los que nunca olvidaremos.
Sentado en el Café Nervosa, añoro escuchar la KACL y su máxima de cierre: “Que disfruten de una buena salud mental”.
Y eso mismo os deseo.

lunes, 23 de mayo de 2005

Voces de cine

Los temidos y bizantinos ‘tops’ (también llamados 'rankings') han sido siempre uno de los inmemoriales recursos más esgrimidos por el mundo del sensacionalismo periodístico para rellenar espacios cuando existe el temido estiaje de ideas o noticias, las típicas encuestas que nadie evalúa y que vienen muy bien . Un poco como lo que ha acontecido en este apático lunes.
Elaborar uno de estos nuevos y absurdos catálogos es la excusa que ha seguido la revista cinematográfica ‘Film Critic’, que ha seleccionado las 100 mejores voces (o más carismáticas) dentro de la historia del cine.
El ‘Top 10’ de esta lista es el siguiente.
10. Peter Sellers
9. Holly Hunter
8. John Wayne
7. Al Pacino
6. Marilyn Monroe
5. Jack Nicholson
4. James Earl Jones
3. Christopher Walken
2. Orson Welles
1. Clint Eastwood
Algunos de ellos, evidentemente, son deudores de pertenecer a este zócalo de grandes voces, de cuerdas vocales solemnes e inconfundibles. Pero como diría Anson “No están todas las son, pero son todas las que están”. Por ejemplo, Arnold Schwarzenegger se encuentra en el puesto 99 de una lista de 100. Impensable si recordamos aquello de “I’ll be back” o sus soflamas políticas de corte algo fascistoide.
También hubiera sido imperioso ver entre estos diez destacados a actores de poderosas cuerdas vocales como Sean Connery, Jeremy Irons, Bette Davis, R. Lee Ermey, Gregory Peck, Harrison Ford o Frank Oz.
Superficialidad ante todo, debido a que se trata de estrellas hollywoodienses. Porque todos sabemos que si hubiera que elegir una voz como la más mitológica dentro del Séptimo Arte, en su cómputo global, sería la de Pepe Isbert.

Dos hermanos, dos Palmas de Oro

Los hermanos Dardenne han vuelto a ganar la Palma de Oro del prestigioso festival de cine de Cannes por su última película ‘L’Enfant’. Hace seis años ‘Rosetta’ obtuvo el preciado galardón y además se llevó el premio de interpretación femenina. Hay que destacar asimismo que Jim Jarmusch ha ganado el Gran Premio del Jurado por su nueva película 'Broken Flowers', que le ha unido al totémico Bill Murray, mientras que Michael Haneke ha sido reconocido como Mejor Director por ‘Oculto’.
Hasta que llegue a nuestras pantallas la nueva Palma de Oro, se me presenta una excepcional oportunidad para hablar de su anterior máximo premio en Cannes. Una de esas películas que permanece imperecedero en la memoria del que la ve. Una obra maestra sin paliativos. Si hay algo que define ‘Rosetta’ es su condición de arriesgada, depositaria de una fascinación e irrevocabilidad pocas veces vista en una película. Esta espléndida película de los Dardenne despliega una historia radical y valiente, real como la vida misma, empapada de un verismo cruel, siempre auténtico, centrada en el inclemente día a día de una joven asfixiada por un entorno amenazador y opresivo, recurriendo a la iracundia para defender un empleo que sirve como purga a las pobres y patéticas condiciones de vida que le ha tocado vivir.
‘Rosetta’ se podría encuadrar en el cine social europeo (con el problema laboral como telón de fondo), reflejo del sufrimiento obrero de las personas más desfavorecidas socialmente, del luchador que diariamente intenta salvar los obstáculos que le pone la vida. Pero muy al contrario de lo que se pueda pensar en un primer momento, la inmejorable ‘Rosetta’ no incluye entre líneas ningún tipo de mensaje compasivo circunscrito a la emotividad del espectador. En ‘Rosetta’ el público está obligado a sufrir y padecer las contrariedades que traumatizan a la joven protagonista interpretada por una magistral y sublime Émilie Dequenne, llevándole constantemente a sus espaldas, como si de una segunda piel se tratara, sin despegar ni un solo plano de la película la sincera cámara al hombro que la persigue, como si el espectador estuviera obligado a respirar la misma amargura que asedia a la chica. El resultado de todo este comprometido y magnífico ejercicio cinematográfico es la aproximación más honesta y humana al sufrimiento de una persona que se ha visto en los últimos años, a la pugna que mantiene con su hábitat para sobrevivir (las espléndidas secuencias de la pesca con botella y sus argucias para salvaguardar las únicas botas que tiene), para vivir dignamente y poder trabajar como catarsis a esa inclemencia vital que padece el personaje principal constantemente.
Los ojos de esta criatura acorralada y doliente miran incólumes la vida, la sociedad moderna aparentemente en desarrollo, que engloba otras comunidades paralelas subdesarrolladas y desamparadas como la que en este filme se muestra. Un submundo en el que la violencia, la traición y la aflicción imperan en las vidas de gente que apesadumbra a la protagonista. Si una virtud (de las muchas que tiene) destaca en esta rotunda obra maestra, es la perspectiva de los Dardenne para describir el mundo en el que vive Rosetta, sin efectismos, de forma pura, sin compasión, como si de un grito de furia y desespero se tratara, conjugando arte y documental, vida y cine.
‘Rosetta’ es por tanto una película necesaria, que se hace inmensa por la sencillez, por la ternura con la que está contada. Y esa modestia y humildad la convirtieron en una película necesaria que, después de los años, se ha solidificado como una obra maestra.

domingo, 22 de mayo de 2005

David Fincher: Spots Publicitarios (II)

El segundo spot de David Fincher que pasa por los videoposts del Abismo pertenece a una campaña para la marca deportiva Adidas, concretamente en su línea de zapatillas que lleva como título 'Adidas Legs'.
Es curioso cómo la estética, el espacio telúrico, la atmósfera futurista y el contenido ‘’cyborg’ de fondo invoca tenuemente a esa joya del videoclip que es ‘All is full of love’, creado milimétricamente por Chris Cunningham para la islandesa Björk.
La afectación sofisticada, la opacidad fotográfica y esa oscilación que sustenta el estudio de las zapatillas supone un más que reconocible estilo en este anuncio televisivo de uno de nuestros directores favoritos.

sábado, 21 de mayo de 2005

De corgorzas y barbacoas

Después de una semana galáctica tan reconfortante como agotadora (creo que voy necesitando urgentemente unas vacaciones blogueras), hoy me he hecho eco de la espeluznante ebriedad demostrada en público por la insufrible Avril Lavigne el otro día con sus amiguitas, en plena fiesta de plétoras dipsomaníacas, de “beberse hasta el agua de los floreros”, para entendernos.
Hizo muecas, blasfemó como sólo lo puede hacer un ejercitado odre, berreó y arrojó saliva en forma de esputos a las cámaras que la filmaban. Espectáculo que divulga lo bien que se lo pasan los jóvenes hoy en día.
Una noticia sin una relevante importancia, pero simpática, al fin y al cabo.
Y ahora si me lo permitís, os dejo, que he quedado con varias amistades para patrocinar una buena y merecida punición al hígado en una delirante y multitudinaria barbacoa que ha organizado mi amiga Feli en su enorme ático situado en una zona privilegiada de esta ciudad, dando así por inaugurado el verano 2005 con una fiesta que promete una imperecedera noche de beodez y diversión sin freno.
Y ríase la Lavigne esta.
Podéis descargar el vídeo de la borrachera de la cantante (vía Pinkshines) aquí.

Review 'Star Wars. Episode III: The Revenge of the Sith'

Admirable culminación galáctica
En su desenlace espacial, Lucas no escatima ingenio al ofrendar una rotunda película en la que no falta la perfección técnica ni la dramaturgia épica en un final apotéosico.
Nunca antes una película de cine fue tan esperada. Y George Lucas parece no haber decepcionado a nadie. A pesar de la intransigencia de algunos desencantados de la Nueva Saga que acometieron contra la supuesta asimetría conceptual de sus dos anteriores episodios, ‘La Venganza de los Sith’ logra la gesta de adscribirse a la mitología de la magia cinematográfica. Convertida desde su estreno en la mejor película de esta nueva continuación, sólo cabe inclinarse ante el genio y alabar esta obra de prodigiosidad épica, de restitución de los mecanismos que hicieron que las cintas de la Primera Trilogía pasaran a la Historia del cine con letras de oro. La película devuelve, en gran parte, un segmento genérico al propio cine. Desde que las letras azafranadas se pierden al final de la pantalla al compás de los acordes de un John Williams (que logra epatar imagen y música durante todo el filme), la emoción y la expectación invaden a un espectador entregado a que la imaginación se desborde en forma de ignotas imágenes y dejarse llevar por sentimientos reencontrados que finalizan un puzzle que el espectador conoce de antemano. Estamos por tanto ante una obra felizmente llevada, con voluntad y cariño por la historia, apreciando las imágenes de un director inspirado, que se encomienda a esa preparación del instruido público para narrar su apoteósico desenlace con convicción, con la sabiduría suficiente en el arte del entretenimiento y el espectáculo sin cortapisas.
La historia comienza donde acabó el segundo episodio, ahora con Anakin y Obi-Wan en misión de rescate del Canciller Palpatine, que ha sido secuestrado por el Conde Dooku y el malvado Grievous (un predecesor robotizado de Vader). Es nada más y nada menos que el comienzo de la peligrosa aproximación de Anakin a Palpatine (Darth Sidious). En el Consejo Jedi, tanto Mace Windu como Yoda observan la avidez de poder del engreído Anakin, más cercano al Lado Oscuro que a la Fuerza. El final de las Guerras Clon se acerca y el poder de Palpatine es total para llegar a su objetivo: convertir su coliseo político en un Imperio que le otorgue plenos poderes. Por su parte, Padmé está embarazada del joven Jedi, que en un entorno onírico profetiza su muerte. Para salvarla, no dudará en caer en el Reverso Tenebroso y procurar su resguardo, hundiéndose de paso en su propia codicia, en su odio interno que le hará rechazar todo aquello que le alzó a la condición de “Elegido”.
La epopeya de esta última parte se mueve en este argumento de consabido desenlace con agilidad entre la mitología y los sueños, entre la aventura y la ilusión, proclamando con su visualidad y narrativa su índole de excepción cinematográfica, porque a pesar de su condición tecnológica y revolucionaria ‘La Venganza de los Sith’ está movida por un sentimiento de cine clásico, de la ‘space opera’ comprendida en la primeriza e idolatrada trilogía. En este sentido, Lucas integra con maestría la revolución infográfica en una fantástica historia épica que sustenta su interés en la fuerza de la tragedia griega que narra.
Existe, como novedad, un comprometido trasfondo político que se puede malinterpretar hoy en día, debido a la puntualizada actualidad de los gobiernos modernos, donde subversivamente la democracia se convierte en dictadura, alentando del peligro de los extremismos. George Lucas ya había descubierto en su anterior Saga la forma de instauración del miedo como sustento de una manipulación que conlleva a una fácil autocracia, la del emperador Darth Sidious, que prometió guiar la galaxia hacia la paz y obtuvo el poder absoluto sin ninguna oposición en un embozado proceso golpista, propiciando la caída de la República y la proclamación del Imperio. Un hecho que conducido al día de hoy, puede verse como una metáfora del Gobierno estadounidense, haciendo ver lo fácil que es caer en el absolutismo con la consiguiente restricción de libertades.
La paz, el diálogo, la libertad, agitadores separatistas y el relativismo de todos los conceptos jalonan un discurso que no es más que la evocación política de la gloria de arcaicos imperios. O así hay que asumirlo para disfrutar el filme en condiciones idóneas, porque actualizando este discurso político se estaría restando la necesaria intemporalidad que ha tenido la saga durante sus tres décadas de existencia.
‘La venganza de los Sith’ es, más allá de doctrinas, una oscura introspección sobre la manipulación, un esperado y diligente encuentro con un ‘doppelgänge’ que representa el lado oscuro de un hombre insobornable transmutado en un ser tenebroso, lleno de miedo y de ira. Nos encontramos con un Anakin que ha evolucionado su ego hasta la consecución de lo que él cree la verdad absoluta. Pero a pesar de ello, el joven Jedi es débil por ése temor, está coartado por todo lo que le rodea y no es libre de lo que hace porque fundamenta sus acciones en el miedo, en el temor a perder lo que ama, el recelo de no llegar a ser todo lo poderoso que él ansía. Un hombre que codicia excesivamente la superioridad y sacrifica sus ideas, su especial naturaleza y hasta su alma por conseguirlo.
Lucas ha logrado un perfecto engranaje interno que desglosa un meritorio progreso emocional y aventurero en una trama con ecos shakesperianos, erigida sobre un mirífico tono amargo y sombrío, sin aparentes concesiones a la puerilidad a lo largo del tortuoso tránsito del bien al mal de Anakin Skywalker. Este apasionante tercer episodio es un viaje por el lado oscuro de la lasitud humana, de la corrupción a la que conlleva el poder y la codicia, un épico tratado sobre la tentación, el amor, el sacrificio, la redención, el fatúm y la maniquea y eterna pugna entre La Fuerza y el Lado Oscuro.
Asimismo ‘La venganza de los Sith’ exhibe todas las virtudes y defectos de los filmes de George Lucas. Tal vez lo más ominoso y perjudicial de esta substanciosa consumación galáctica venga derivado de algunas partes del guión que Lucas, como guionista, no ha dudado en atemperar con frases y diálogos que resultan reprensibles, sobre todo cuando los protagonizan Anakin y Padmé (melifluos y enfáticos, demasiado artificiales) o en la inerte seducción del primero por parte del Lado Oscuro, justificada en un descontextualizado romanticismo trágico.
Tal vez se esperaba algún incentivo más en la transformación del joven Jedi en el siniestro Darth Vader, resolviendo la significativa vicisitud con una súbita inversión: de ser un leal aunque arrogante Jedi al servicio de la República a ser el sumiso Lord Vader a las órdenes de Palpatine y proceder a ejecutar Jedis infantiles sin piedad ni corazón en una secuencia (a tres bandas entre Anakin, Mace y Palpatine) poco verosímil. Adolece de osadía, le falta fuerza. Hay algo que resulta excesivamente endémico en este tramo argumental. Tampoco se exterioriza una gran dirección de actores, aunque Hayden Christensen despliegue una interesante dualidad de tortuosa hondura y el histrionismo de Ian McDiarmid comulgue bien con su rol. Por su parte Ewan McGregor, Natalie Portman o Samuel L. Jackson parece cumplir su misión con un comedimiento excesivamente atenuada.
No obstante, Lucas es más inteligente que nunca y sabe acopiar todo lo bueno de las anteriores películas y sustraer lo negativo a una mínima expresión. Así ‘La venganza de los Sith’ es, como se esperaba, muy oscura, melancólica en su fondo, siniestra y tortuosamente tétrica, impregnada con una hábil magnitud del espectáculo, sabiendo tributar con el clásico dinamismo de la esencia dramática, con la necesaria ambigüedad de la Saga y el cauterizante ritmo que destilan sus gloriosos duelos con espadas láser, sus batallas espaciales, sus persecuciones y deslealtades, traiciones y la esperanza final de pureza antropológica genuinamente ‘starwarsiana’. Una conmemoración sin precedentes de efectos digitales tan perfectos que continúan luciendo por debajo de la trama, lo que supone a este final de fiesta cinematográfica un auténtico espectáculo visual.
Lo que es indiscutible es que Lucas ha permanecido fiel a su visión, yuxtaponiendo elementos que pertenecen a la memoria colectiva y que tienen como nexo de unión de ambas trilogías la prometeica resurrección de Anakin Skywalker convertido en Darth Vader, corroído por la ira y encumbrado como el Señor del mal, consumada la traición y entregado a su adverso destino en Lado Oscuro, génesis de la tiranía y el Imperio. Ése núcleo añade a su trascendencia la aniquilación de los Jedi, el exilio de Yoda y Obi-Wan, la proclamación del Imperio en el Senado y el nacimiento de Luke y Leia, articulado todo ello en su nivel estético, donde el film responde a los prefacios visuales de la cinta inicial con la aparición de prototipos de cazas ‘Tie’ y ‘X-Wing’, con la fugaz aparición de Chewbacca, el Coronel Moff Tarkin e incluso del Halcón Milenario o la creación de una desnuda Estrella de la Muerte nos dejan un contexto familiar. Lo nuevo y lo tradicional cohabitan en la historia; Kashyyyk (el mundo de los Wookies) o el trágico Mustafar (el planeta volcánico donde Anakin lucha con Obi Wan) se hermanan al regreso a lugares comunes de la talla de Alderaan, Coruscant o Naboo.
Sin embargo, el mayor aliciente de la historia es la citada metamorfosis de Anakin en Darth Vader. La idea capital de esta nueva trilogía, donde el relato sublima el nacimiento del Mal. Y es que esta nueva trilogía gravita en función de ésa sola idea. Una clave que revela a Vader en un instante funesto y triste, no como el nacimiento del villano más carismático de la Historia del cine, sino como la muerte del Jedi al que hemos seguido a lo largo de estas tres cintas en un magistral plano de subjetivización desde la perspectiva del propio Darth Vader, dentro del casco oscuro. El espectador le ha visto anteriormente en su idiosincrasia externa. Sólo restaba verle por dentro.
‘La venganza de los Sith’ es una estruendosa miscelánea sincopada de maravillosas y espectaculares imágenes que se amplifican con una incontenida emoción generacional, un tributo a la saga que, aún siendo parte de la misma, se cierra con un halo de melancolía, con esa metafórica esperanza en un maravilloso atardecer de Tatooine, una de las primeras imágenes que veamos en el ‘Episodio IV: Una Nueva Esperanza’. Está a la altura de las circunstancias y supone una de las mejores películas de este apático 2005.
Miguel Á. Refoyo © 2005

viernes, 20 de mayo de 2005

Premiere: Sensaciones

He llegado tan sólo cinco minutos antes de que empezara la proyección. No he divisado a ningún ‘freak’ o ‘geek’ o demás proselitistas de la Saga de Lucas disfrazados o con aspavientos adoradores que llamaran la atención, pero en el ambiente había emoción en forma de dilucidaciones con claro contenido galáctico, de impaciencia significada con palabras de expectativa, de gestos nerviosos y de sonrisas cómplices. Todos sabíamos que era un día especial. Pero como vengo diciendo aquí, absurdamente especial, porque desproveyendo el delirio infantiloide, todo el estreno y lo que engloba es de lo más banal.
Como siempre (soy un estrafalario alienado fílmico –es decir, que prefiero ir solo al cine-) he asistido como el huraño misántropo que soy sin compañía alguna. Y he tenido suerte. A mi derecha, dos jóvenes nada agraciadas que no han hablado casi en toda la película, sigilosas y prudentes con sus imperceptibles comentarios. A mi derecha, una pequeña niña asceta bastante redicha, de unos 12 años de edad, que no ha dudado en hablar consigo misma de Jack Kirby en el trailer de ‘Los 4 fantásticos’, mencionar a H.G. Welles cuando ha visto el de ‘La Guerra de los Mundos’ o echarse las manos a la cara y vivir intensamente la experiencia. Reconozco que me ha dado miedo su precocidad de esperpento cultural. El único defecto de la criatura celestial ha sido la inicial y engorrosa extravagancia de soplar las palomitas antes de comérselas. Una vez consumido este insufrible pábulo comercial, la pequeña monstruita no ha dado un ruido. Tan sólo para aplaudir y disfrutar como la que más en toda la sala.
Tras varios trailers (los dos mencionados, la infausta nueva versión de ‘La pantera rosa’, ‘Adivina quién’… y alguno que otro anuncio), todos hemos contenido la respiración durante el logotipo de la 20th Century Fox y y el de Lucas Ltd. para promover una portentosa ovación que hemos tenido el privilegio de emprender los muchachos de la fila de atrás y un servidor junto a mi pequeña gregaria ‘freak’ para leer atentos la letanía de la leyenda de letras doradas perdiéndose al fondo de la pantalla acompañada de la inconmensurable partitura de John Williams. La opinión que emitiré del filme es otra historia…
Llevo toda la tarde estructurando la crítica, porque a buen seguro que será dilatada y sesuda. Tampoco he querido urgir en su escritura, ya que he salido enardecido por el aluvión de emociones que he experimentado dentro de la sala. Y escribir en caliente comporta el riesgo del desacierto. Y aunque he advertido algún inexcusable desliz en este tercer episodio, sólo puedo avanzar lo que todos han venido haciendo hasta el día de hoy: es la mejor película de esta segunda trilogía. Una gran película. Sí, una de las mejores de este apático 2005.
Mañana (y dando por concluida esta semana galáctica –supongo el tedio que habrán sportado los lectores a los que no les guste la Saga ‘Star Wars’-) consumaré todas mis reflexiones acerca de este ‘Star Wars. Episodio III: La venganza de los Sith’ con la prolongada crítica que algunos estáis esperando y poder volver así a la soporífera cotidianidad del Abismo, que ya va siendo hora.