domingo, 15 de mayo de 2005

David Fincher. SPOTS Publicitarios (I)

La carrera publicitaria de David Fincher marcó también una pauta premonitoria de lo que iba a ser su excelente filmografía. De todos es sabido la evolución de Fincher en el mundo del videoclip con heterogéneos trabajos para Madonna, Sting, Rolling Stones, Michael Jackson, Aerosmith, George Michael, Iggy Pop, The Wallflowers, Billy Idol, Steve Winwood, The Motels y A Perfect Circle, los cuales se pueden ver en la exposición ‘Video Killed the radio-star’, antológica recopilación de más de 200 vídeos clips en el DA2 de Salamanca.
Con este videopost inauguro el repaso a estos anuncios publicitarios de un precursor de realidades imaginadas, de zonas oscuras y sombrías, preceptor del horror cotidiano y los sueños afrentados por una espeluznante realidad. Un director entusiasta y metódico que ha sabido desmarcarse de cualquier etiqueta y desplegando una estética visual que inscribe su pretensión narrativa en un entorno refractario donde la opulencia visual se superpone a cualquier otro ámbito.
Este primer anuncio de Coca-Cola, titulado 'The Arquettes', tal vez sea el más anodino de toda la colección que iréis viendo en el Abismo. Un spot efectivo y lineal, con un juego de equívoco en el que la Mónica de ‘Friends’, Courtney Cox-Arquette, trampea y usurpa la bebida a su marido David Arquette al darse cuenta de que sólo queda una botella de este refresco.
Funcional, pero entretenido. Sin muchos alardes de técnica, planificación o suntuosidad.
Pero es sólo el principio. Tenéis que ver los que este cineasta confeccionó para Nike o Adidas.

sábado, 14 de mayo de 2005

50.000

A las 18:19 de hoy, un amigo o amiga de Ecuador se convertía en el visitante número 50.000.
Gracias a todos una vez más por seguir confiando en el Abismo para llenar vuestros momentos de absurdo hastío en disposición de perder el tiempo con este desordenado weblog.
Y ahora me voy a celebrarlo con un exceso impúdico de ingestión alcohólica.

Empezar de cero

Existen trascendentales acontecimientos en la vida que agravian y laceran partes de una pequeña e insignificante existencia. Que te roben una gran suma de dinero, suspender un examen muy importante, tener un gatillazo, que la chica de la que estás enamorado te sugiera que seáis sólo amigos. Resumiento, sentir la derrota en cualquier extensión, índole o condición. Pero existe una putada superlativa, de las que provocan ganas de destrozar lo primero que tengas a mano: perder datos de incontable valor del disco duro de tu ordenado.
Habitualmente nos solemos lamentar postreramente, olvidando que la precaución y el barrunto de posibles problemas son elementales en el universo binario. “Tengo que guardar todos mis textos en un CD cada mes”, recuerdo haber prometido cuando en otra ocasión estuve a punto de ver cómo todos mis años de trabajo estuvieron a punto de extinguirse en una malévola computadora. Pues bien, ha vuelto a suceder, y no por un problema informático esta vez, si no por mi propia condición de patán, de irracional insensato, de gilipollas manazas, en dos palabras. Borré media carpeta de documentos trascendentales escritos durantes media vida al pasar los datos a mi flamate nuevo disco de 80 Gigabytes.
Afortunadamente, no es tan grave como parece. Tengo uno de esos cd’s grabados con todo lo importante, lo malo es que data de hace casi un año, por lo que el protervo dilema consiste en que parte de esos escritos se han perdido para siempre. Gracias a que almaceno cada mail que sale y entra de este ordenador he podido (en un vehemente y agotador proceso) recuperar varios de los datos extraviados; reportajes, críticas, dossieres, columnas… No obstante, lo doloroso y trágico ha sido no poder rescatar los dos guiones de largometraje que tenía en pleno desarrollo de escritura (‘El último reloj’ y ‘La sombra en el espejo’ –este último bastante adelantado-) o el extenso dossier que estaba a punto de acabar para mi próximo corto en 35 mm. ‘El Reencuentro’. Tribulación, catástrofe, aflicción, drama… Llamadlo como queráis, pero es bastante atroz cuando le toca a uno franquear estas penitencias técnicas.
Toca lamentarse y asimilar la lección para evitarla en el futuro. Toca empezar de cero todo el trabajo que llevaba componiendo en estos cinco últimos meses e intentar salvaguardar lo que felizmente no ha sido destruido por el infortunio. Hubiera dado todos los vídeos, la música y fotos que he bajado de la red en los instantes de ostracismo por los siete u ocho documentos malogrados.
En fin.

viernes, 13 de mayo de 2005

John Carpenter vuelve a dirigir

Es la noticia del día: John Carpenter vuelve a la carga.
Ardía en deseos de poder avanzar algún día una buena nueva de este calibre. Huérfanos de la magia del gran Maestro desde que hace cuatro años presentara 'Fantasmas de Marte', Carpenter dirigirá ‘The 13th Apostol’, un ‘thriller’ escrito por Paul Margoli (uno de los guionistas de muchos de los episodios de ‘McGiver’) y que tratará sobre un sardónico detective que, con la ayuda de un ‘broker’ de bolsa que descubre el pastel, intentará resolver un caso de varios y cruentos asesinatos que reúnen como única pista un extraño juego internauta levado a cabo por múltiples sospechosos.
Es una gran noticia, ya que somos muchos los que esperan impacientes la nueva película del gran genio, John Carpenter, un cineasta de integridad intachable, de lealtad a sí mismo, independientemente de las bogas perecederas que surjan.

jueves, 12 de mayo de 2005

Simplemente, ELLA

Retrographix le dedica una colección a la inigualable Marilyn.

Cara de gilipollas

Los eventos deportivos a veces tienen un ingrato cariz, la otra cara del deporte, la menos amable, de derrota, el descalabro en forma de latigazo colectivo a los que profesan un apego a los colores de determinado equipo.
Ayer la ilusión de poder ver al fin al Athletic en una final de Copa tras dos décadas de estiaje hizo espolear mi atención a la radio, tras ese deprimente espectáculo político que es el soporífero ‘Debate sobre el estado de la Nación’, para escuchar los últimos minutos de la semifinal de la Copa del Rey entre el Athletic Club y el Betis.
En buena hora, ya que en cuanto lo sintonicé el arrebato de enfervorecimiento llegó en forma de tanda de penaltis, imaginando a cada jugar lanzando la pena máxima y viéndome con unos buenos litros de kalimtxo en el Bar Serantes, para celebrar como es debido el acontecimiento. Pero mi ligereza a la hora vitorear a mi equipo se truncó con un fatídico penalti lanzando por Santi Ezquerro, malogrando la gloria en esa ruleta rusa que te endiosa o te hunde en la más miserable de las zozobras, en el desengaño de los miles de seguidores de la Catedral y del resto de España que creíamos en la victoria rojiblanca.
Siempre queda el consuelo de decir que el Athletic Club ha vuelto a mostrar dignidad también en la derrota, lo que dará opción a preparar ulteriores citas desde el convencimiento de que alguna vez la alegría será completa, pero no es suficiente. Todos los sabemos.
Ayer, escuchando la radio, sabiendo que el Betis (precisamente el equipo al que profesa adhesión mi progenitor –bien se rió de mí-) se ha llevado la final futbolística en la lotería, en una rifa casi siempre inicua que le suele dar la victoria a aquellos que menos han bregado por vencer.
El 22 de junio de 2002 Joaquín falló el penalti que hubiera situado a la selección española en las semifinales de una Copa del Mundo. Ayer tuvo que meterlo. En fin, que como se bien dice en estos casos se le queda a uno “cara de gilipollas”.

Problemas binarios

No escribo desde hace dos días. Os habréis dado cuenta.
La razón es bien sencilla: Mi ordenador está en una fase algo crítica y estoy intentando (vía terceros) subsanar los errores para poder proseguir con esta afición bloguera y diaria.
No hay nada tan inquietante y frustrante como se te estropee el puñetero ordenador. Es terrorífico. Pero al menos tengo la seguridad de mantener todo mi historial creativo fuera de peligro, por lo que lo consideraré un mal menor.
Lamento no poder seguir la dinámica del Abismo a la que os he malacostumbrado, pero hasta la optimización del sistema me temo que será difícil que no podrá volver a postear nada por aquí. Me fastidia observar este blog imbuido por una quietud inhabitual que me provoca espasmos de terror, que me deja en un estado de acojone total, indefenso a mi destino que en breve volverá a la profusión de escritura.
Por ello os pido perdón.
Supongo que esta tarde o mañana a más tardar, todo volverá a su normalidad. Así que permaneced en sintonía. Esto no ha hecho más que empezar.

martes, 10 de mayo de 2005

Al cero

"Me llamo Evey, Evey Hammond. No soy nadie especial. No como usted. Todo el mundo es especial. Todo el mundo es un héroe, un amante, un bufón, un villano. Todo el mundo. Todo el mundo tiene una historia que contar. Incluso Evey Hammond".
Son las primeras palabras del personaje que interpretará Natalie Portman. Lo extraordinario es saber de qué guisa aparecerá una de las actrices jóvenes más capaces de Hollywood. Tras los complejos postizos y peinados a los que se ha visto sometida en la trilogía de ‘Star Wars’ y el radical cambio de imagen en ‘Closer’, la pequeña Portman ha radicalizado su ‘look’ en ‘V de Vendetta’, la adaptación del cómic book de Alan Moore y David Lloyd.
Uno de mis fetiches femeninos son las chicas de pelo muy corto, rapado, como bien expliqué en una de aquellas absurdas cavilaciones que ya expuse hace tiempo en el Abismo. No quiero imaginarme el sofocón que voy a sacar una vez que salga de ver esta enésima adaptación de un cómic.

Difícil defensa: 'Ladykillers', de Joel y Ethan Coen

Curioso duplicado original
Alexander MacKendrick, Penrose Tennyson, Robert Hamer o Charles Chricton fueron algunos de los preceptores de la comedia Ealing, famosa compañía de Basil Dean que nació para ofrecer un tipo de comedia que mezclara psicología, humor negro, realismo y discreto nacionalismo y ofreciera retratos corrosivos y vitriólicos de una Inglaterra en crisis. Películas que describieron Gran Bretaña y el carácter británico y que tiene como estandarte más reconocido ‘El quinteto de la muerte’, de MacKendrick. Curiosamente, la más americana de entre todas las producciones de la famosa productora inglesa. Mucho se ha hablado desde su estreno de la nueva ‘Ladykillers’, y casi todo bastante injusto. La versión que estrenaron los Coen no pretendió caer en el vicio del plagio legal, el llamado ‘remake’, sino que, como no podía ser de otra manera, la sociedad ‘hyphenate’ formada por Ethan y Joel Coen llevó la historia a su universo de revisión y puesta al día de los viejos géneros clásicos. Algo que ya viene siendo una marca de fábrica.
Los Coen siempre se han caracterizado por su elegancia y pulcritud visual, moral y formal que les aparta aparentemente de la parodia, permitiéndoles desarrollar el género sin cuestionarlo y lograr así sus míticas y sutiles estilizaciones de los formatos más ortodoxos: ya sea el thriller, el drama, el cine (bowling) ‘noir’ o la ‘screwball comedy’. En ‘Ladykillers’ recuperaron (pese a que no se les reconozca) ese tono cínico que habían perdido en su anterior e infumable cinta ‘Crueldad Intolerable’, cuya indiscutible posmodernidad artística propia de los Coen se impuso como reclamo de ‘qualité’ en contraposición de su habitual sinceridad. Es cierto también que esta nueva versión del clásico de Mackendrick no aguanta una exhaustiva comparación, pero ‘Ladykillers’ no deja de ser por ello un fresco renovado del espíritu de estos hermanos imprescindibles en el cine moderno.
Los Coen lograron fabricar una pequeña cinta que, aunque no tuvo la capacidad de sugerencia o la finura en el retrato de los personajes del filme de la Ealing, sí encontró una acertada narrativa en el fondo visual, en el preciosismo estético de calculada exactitud que amplificó la ambición creativa, muy miniaturista, de la historia. Aspecto éste del que carecía el clásico de la productora británica. También se sustituyó el decorado de vetusto sabor gótico por una escenografía con tonalidades coloristas de inequívoco regusto de cómic. Una delimitación del espacio, donde el escenario, Mississippi, sirvió a los Coen para desplegar sus más conocidas excentricidades.
Fue por tanto, el regreso de los Coen al territorio sureño, a la América Profunda, el entorno ideal para situar allí, a ritmo de ‘gospel’ espiritual y ‘hip hop’ la desordenada y humorística aventura de un inverosímil quinteto formado por un pedante profesor, un ‘topo’, un experto en demoliciones, un general especializado en túneles y un forzudo medio subnormal que planean robar el Bandit Queen, un casino flotante del Mississippi. Tras alquilar un cuarto como base de operaciones, el grupo se hará pasar equipo por una banda musical. Pero antes tendrán que enfrentarse a una venerable y oronda abuelita de férrea voluntad y fiel a la memoria de su marido fallecido. La historia apenas cambió respecto a la de MacKendrick, pero es curioso de qué manera encajó el argumento en el delirante cosmos de los Coen. ‘Ladykillers’ rescató las mejores y más aplaudidas directrices de su cine. Como por ejemplo, la añorada ridiculización de sus personajes, la imagen icónica de unos roles que se mueven en esa cáustica y peculiar propensión a la estupidez que hace cuestionar la lógica que les mueve a sus acciones. Una característica basada en la ambigüedad moral y la imbecilidad inconsciente de la perversidad de unos antihéroes que traspasan el límite de la maldad para mostrarse entrañables.
Y no es la única pauta que se echaba de menos en el cine de los Coen. También hay espacio en ése aire satírico para emplazar la trama en el ‘cartoon’, en el más puro ‘slapstick’ de los Avery, Clampett o Freleng, aprovechando el final de ‘El quinteto de la muerte’ para sazonar las muertes con el más absurdo y ridículo tópico del cinismo, dotándolas de una violencia oscura y grotesca que sigue siendo el motor de la acción ‘coeniana’, subvertida en el odio y la envidia, en la moralidad de doble fondo que es explicitada desde un punto de vista sarcástico y caricaturesco y en la antítesis de la bondad y la maldad envueltas en el dislate. De ahí que uno de los mejores logros de esta cinta sea el duelo interpretativo de un Tom Hanks histriónico y desmelenado (homenaje al Alec Guiness del original) y la maravillosa Irma P. Hall que protagonizan los mejores momentos de esplendor, de gran farsa guiñolesca.
El espectador (más desprejuiciado, eso sí) se encontró ante una película ‘puramente Coen’, donde su clave fue transformar un ‘british film’ en lo que mejor saben hacer: una ‘americanada’ de banalidad extrema, plagada de referentes infraculturales elevados por su precisión estética a la categoría de modelos. Un factor que fue clave en sus mejores obras. Se nota mucho la influencia confesa de gente como John Waters, Paul Bartel y David Lynch, al que rindieron homenaje con el gato Piñones saliendo corriendo con un dedo recién amputado en la boca. ‘Ladykillers’ restableció la metatextualidad que estaban perdiendo los Coen, regresando para ello a su universo de feísmo, a la apoteosis del horterismo excéntrico que no es más que una destructiva visión de la mediocridad yanqui, llena de contradicciones y burlas a una nación de profundidades insoldables.
Pero no fue sólo eso, sino que volvieron a la intrascendencia de las situaciones y de los diálogos que dieron un cariz de locura determinante en su filmografía y que aquí tiene su cúlmen en imprescindibles ‘gags’ de crueldad identificativa en el cine de los Coen, como un perro que muere asfixiado con una máscara de gas, el cuadro del difunto marido de la protagonista y sus gestos ante las situaciones o las disputas entre sus protagonistas. Y sobre todo, ese detallismo irónico de situaciones aburridas de un entorno en el que nunca pasa nada.
‘Ladykillers’ es (hoy en día) una película excesiva y harto difícil de denfender, pero con un infrenable ritmo, de contundencia visual e hilaridad narrativa que soporta sus pilares en lo hiperbólico de sus situaciones al borde del colapso y que encuentra en ésa celeridad la mejor virtud en una cinta que si bien adolece de la contundencia de anteriores trabajos, reaviva la integridad de los Coen al ofrecer su sincretismo a la hora de amoldar cualquier género a su exclusiva visión cinematográfica. La pregunta es ¿se trata sólo de una divagación estética y una pretendida búsqueda de nuevas formas narrativas y visuales o nos encontramos ante una conversión radical hacia un nuevo tipo de genialidad ‘autoparódica’ del propio cine de estos hermanos revolucionarios? Lo cierto es que viendo ‘Ladykillers’ surgió una sensación de un ‘autohomenaje’ a su impecable filmografía, con situaciones grotescas, personajes tremendamente ‘freaks’ y una alteración de la lógica argumental, reconocible exclusivamente en el cine de los Coen.
A todo esto se unen las constantes novedosas referencias a Edgard A. Poe, presente en los estudiados y malévolos planos contrapicados que evocan un anunciado anatema, siempre constante sobre las cabezas del grupo de ladrones en una narración circular que impone su metáfora en los cuervos, en la lobreguez moral de sus protagonistas y que termina, como no podía ser de otra forma, en el vertedero que muestra el destino de los inquilinos de la pobre anciana que, inocente y religiosa, acaba por llevarse el suculento botín robado por los incompetentes ladrones. A pesar de ser una película que habla sobre la codicia, la ambición y la incapacidad para llevar un delito a buen puerto, un viaje a un lodo moral que acabará por engullirlos a todos, ‘Ladykillers’ es sencillamente, al igual que su antecesora, un cuento moral bastante surreal y absurdo sobre la imperfección del ser humano.
Para la carrera de los Coen ‘Ladykillers’ no fue, como todo el mundo aseguró, un trabajo menor en su filmografía. Tan sólo supuso una película inesperada, que contuvo en sus líneas la misma apoteosis de transgresión genérica con una soterrada militancia ideológica que permanece incorrupta y que incidió, como en sus mejores cintas (no está tan lejos como parece de ‘El gran Lebowski’, 'Barton Fink' o ‘Fargo’), en un delimitado y conocido universo estético y crítico.

lunes, 9 de mayo de 2005

Cementerio de coches

Martha Vineyard se dedica a la fotografía, pero en una prosapia insólita, poco frecuente como es el inexplorado mundo de los cementerios de coches clásicos.
Ancestrales automóviles interfectos, oxidados por el paso del tiempo, que presentan un otoñal pergeño de antigüedad embellecido por el hábitat en el que reposan estos vetustos hierros viejos que un día fueron símbolo del progreso de la humanidad.
Un museo perdido que evidencia un extraña belleza muy atractiva a la vista.