viernes, 6 de mayo de 2005

Varias cosas

Parece que es irrevocable: dejo atrás una larga, acerba, febril e inmunda gripe. Me siento refortalecido por mi estado de hombre salubre que emprendo hoy mismo. Un día me he dejado más de un bostezo y varios bufidos viendo ‘El Reino de los Cielos’, filme aglutinador de un público formado por bisoñas jovencitas con vientre descubierto exhibiendo piercing que no han parado de berrear y gemir cada vez que salía en la pantalla un insulso actor de la talla de Orlando Bloom. No os alarméis, os dejaré aquí la crítica semanal de esta ostentosa y excesiva película de Ridley Scott.
Por otro lado, me aterrorizaría vivir en Texas. Ya no sólo porque es el estado de los USA que engendró a un heraldo del Anticristo como es George W. Bush, si no por el escenario de conservadorismo fascista intransigente que se respira en un contexto de interdicción e hipócrita proceder pudibundo. Ahora resulta que las sugerentes ‘cheerleaders’ pueden verse obligadas a la cuadratura del círculo, es decir, que las animadoras deportivas deberán someterse a las estrictas normas éticas y no volverán a ser reclamo ante los aficionados. O si lo son, tapaditas y sin convulsiones que inciten a la concupiscencia. Las complejas coreografías se verán enturbiadas porque un cabrón llamado Rick Parry (gobernador y aval del Senado) ha decidido, con apoyo de Bush, empezar a guillotinar libertades. Justo dos semanas después de que Jeff Bush ratificara una ley en la que todo el mundo en California puede (y debe) llevar un arma para defensa personal. Ranciedad humana y espiritual en forma de totalitarismo.
Además de conocer que los obispos solicitan a los ciudadanos “rectitud moral” ante el matrimonio ‘gay’ (tal vez la misma que consagran algunos de ellos cuando consuman la pederastia) al que señalan como “falso matrimonio”, el otra vez presidente laborista Tony Blair, perteneciente en realidad a la tecnocracia británica más descarada, ha vuelto a obtener la mayoría absoluta, pero ha dejado una frase mucho mejor para los anales asegurando que podía hacer el amor “cinco veces en una noche” (sin sacarla o no, no lo sabemos).
Por último, Robert Wise y Abel Ferrara protagonizarán las retrospectivas del 53er Festival Internacional de Cine de San Sebastián, que se celebrará del 15 al 24 de septiembre y que contará, si nada lo impide, con mi habitual presencia en un certamen que tendrá a Hitchcock como motivo de su cartel, rindiendo homenaje al gran maestro 25 años después de su muerte.

Review 'La Demoiselle D'Honneur'

Las peligrosas aristas de la pasión
Chabrol se sumerge de nuevo en una pasional y oscura historia de amor circunscrita a la ironía y cinismo con el que muestra el entorno de la burguesía
En ‘La dama de honor’ encontramos a Philippe (Benoit Magimel) un chico joven que vive con su madre y hermanas una existencia de lo más apacible y con futuro más que prometedor que le permitirán salir de la mediocridad social en la que vive. En la boda de una de ellas, Philippe conoce a Senta (convulsiva, carnal y sensual Laura Smet), una de las damas de honor y amiga de la familia. Ambos inician una relación pasional y sexual que les llevará a plantearse cometer una macabra prueba de amor. Es la premisa de la última cinta del veterano e incombustible Claude Chabrol, donde el director francés desgrana una vez más algunos bajo su cínica perspectiva los más recónditos vicios humanos de una condición social que conoce bien, disociando tras la ordinaria vida burguesa las miserables en la que apenas concurren las virtudes un espacio que define la degradación moral de sus personajes, con ese perverso e ingrávido toque de las últimas películas de este rejuvenecido cineasta.
‘La dama de honor’ adapta la novela de Ruth Rendell ‘Amores que matan’, una historia en la que el amor es llevado al límite y la pasión se subvierte en una arriesgada muestra de excentricismo sexual. Chabrol, reflexivo con lo deteriorado de la trama que representa en el género negro, desatiende el texto principal y deja a un lado la exploración del suspense para centrarse en sus personajes, en su psicología y pensamientos infectados por un amor irracional y enfermizo y, de paso, retratar su acomodaticia vida en el entorno familiar y social. Si bien es cierto que la historia juguetea en todo momento con el ‘thriller’ y el drama romántico sazonado de un humor negro ya habitual en el incombustible Chabrol, también lo es que el realizador galo se inclina hacia el cinismo que provoca la materia moralmente cuestionables, sin juzgar a unos roles dispuestos a cometer cualquier delito sin deliberar las derivaciones inmediatas.
Con un ritmo cadencial, acompasado por su virtuoso manejo de la cámara, Chabrol confiere a su película una insólita lección de ‘tempo narrativo’ desarrollando lentamente su tópica historia de amor a primera vista, ajustada a la más oscura vertiente que enarbola una siniestra y enfermiza fábula de pasión que desea ser el único fin y meta de una vida, la entrega total en cuerpo y alma, sin preguntas, sin reproches ni sospechas, hasta llegar a un sacrificio letal que compromete la integridad física y ética del individuo. La pericia de Chabrol en la instauración del círculo francoburgués viene dado por un catálogo de sucesos, guiños y comentarios inscritos en una insustancial apariencia, necesaria en último término para que germine esa disparatada pasión que conlleva al absurdo de cometer un crimen, precisamente donde reside el mal que todos llevamos dentro, en la aceptación de lo establecida como norma básica, instituyendo una necesidad de romperla con el mínimo cambio que se presente. En este caso, un amor pasional irrefrenable. Especialista en la exploración psicológica de sus personajes, Chabrol no pierde de vista la impagable percepción adquirida de mantener al espectador en tensión sin necesidad de efectismos, cuidando la elegancia de cualquier variación ya sea visual o argumental.
Y aunque se deje en el tintero una profusión menos sutil a la hora de profundizar en los enigmas pasados de Senta y algunas inexplicables reacciones de Philippe, para Chabrol la relación perturbadora y fuera de control es el centro de una película en la que no irradia esa contingencia genérica del ‘thriller’ al uso, sino un acercamiento al drama romántico en su faceta más cruel y desgarradora. Chabrol manifiesta ser un maestro en el descubrimiento de promisorias actrices con la elección de Benoit Magimel como voluble enamorado, pero sobre todo con Laura Smet, una deslumbrante y perturbadora actriz francesa (descubierta por el público en la maldita ‘Le corps impatients’), que le da a su personaje un halo de ensoñación apabullante y que es, a todas luces, lo más sobresaliente de una ya de por sí estupenda película.
Un análisis sobre la debilidad humana que, más allá de la ‘femme fatale’ al uso, formula la inusual figura de un súcubo psíquico y físico convertido aquí, de nuevo, en uno de los elementos naturales del cine de su director: la tentación y el amor representado en un envenenado aguijón que conlleva al sometimiento más perturbador circunscrito, cómo no, en la burguesía representativa de los defectos sociales y humanos dentro del cine del gran Chabrol.
Un grato ejercicio de estilo en la destaca la brillante fotografía fría y adusta del gran Eduardo Serra, que envuelve a la historia en un tono creciente de conminación, ambiente perfecto para que Chabrol articule un metódico filme sobre el fondo humano y ético de sus desencaminados personajes con un pesimista enfoque del amor en entornos reconocibles en su ya extensa filmografía.
Miguel Á. Refoyo © 2005

jueves, 5 de mayo de 2005

Otra de Pin-ups

Una muestra en forma de catálogo de Pin-ups de la ‘Collection KJA’.

Tengo "Fiebre Galáctica"

Tengo que asumirlo. No puedo permanecer más con este sosegado tono circunspecto e impasible ante el acontecimiento fílmico del año. Lo reconozco, estoy algo inquieto por el inminente estreno de ‘Episodio III. La venganza de los Sith’. Me descubro como un ‘starwarsiano’ de pro, un ‘freakie’ de las Galaxias, seguidor irredento de la Saga creada por George Lucas. Tal vez no tanto como los Alvariño, ni como los que tunean su CPU con emblemáticas carcasas, pero lo soy.
Estoy tan enardecido que ayer acudí raudo y veloz, como un risueño chiquillo de 30 años, a la taquilla de mi cine más cercano a por mi entrada para el estreno mundial. No había colas, ni ningún émulo del Primer Gran Gilipollas, Jeff Tweiten, nuestro amigo "Superfan 1138", pero sí es cierto que se percibe una sensación de deliciosa expectación, consciente del ‘in crescendo’ de la nueva trilogía, con una disposición hacia la oscuridad macabra de la metamorfosis de Anakin en nuestro amado Lord Darth Vader.
Ya queda menos. Sólo dos semanas. Un breve lapso que servirá para concurrir humanamente a una de las mayores coyunturas 'colectivocinematográficas del año', o de los últimos tiempos si hacemos caso a los comentarios de Kevin Smith. Las sensaciones acumuladas por el cierre de esta nueva trilogía son postivas. Tal vez sea cierto que hasta el momento esté siendo algo irregular, pero somos conscientes de que al menos el gran Lucas ha intentado devolver, en gran parte, un segmento conceptual al propio cine. Desde que las letras azafranadas se pierden al final de la pantalla al compás de los acordes de John Williams, la emoción y la expectación han invadido a un espectador entregado a que su imaginación se desborde en forma de imágenes inexploradas y se ha dejado llevar por la magia, el espectáculo, la fantasía y la ilusión de las grandes producciones que en las últimas décadas han decaído hasta el fango del aburrimiento.
Las generaciones que vivimos la revolución de ‘Star Wars’ podemos ver recompensada tan larga espera, volver a sentir el arrebato de la diversión galáctica más inmemorial que jamás haya ofrecido el cine. Ha llegado la hora de abandonar la doctrina, la estética llana, el dramatismo y una visión existencialista del cine defendido por los aburridos y resignados intelectualoides del ‘arte’ por la concepción última de éste: la creación de sueños y la diversión basada en el grandioso espectáculo (da igual que esté más digitalizado que nunca).
En el fondo, no he podido evitar el estúpido entusiasmo de volver a ver emerger en la gran pantalla el casco negro de Darth Vader (alegoría perfecta del Lado Oscuro de la Fuerza) poseedor de un poder tan brutal equiparable al símbolo de Coca-Cola, los aros de los Juegos Olímpicos o la Estatua de la Libertad.
Ya tengo mi salvoconducto para asistir a un imprescindible evento que este año no tiene parangón en su conquista de las taquillas de todo el mundo. Los nostálgicos esperamos no salir desencantados. Al menos yo sigo siendo imperturbable valedor de las dos primeras precuelas de las Saga, por lo que aguardo con esperanza el día 19.
Vuelve a ser la Era de la nueva ‘Star Wars’, el milenio de la Nueva Trilogía. Darth Vader esta a punto de hacer sonar su asfixiado eco en forma de metálico resuello.
¿No la oís ya?

miércoles, 4 de mayo de 2005

Hollywood profético

Casualidad, sincronización, conspiración…
Hay algún que otro indicio insinúa que la CIA tenía informes confidenciales que vaticinaban un inminente ataque terrorista a la nación más poderosa (y desde entonces segura) antes del 11 de Septiembre de 2001. Ni George W. Bush (que leía ‘Mi mascota la cabra’ cuando le dieron la trágica noticia), ni su administración, ni los poderes judiciales, ni el ejército podían imaginar lo que sucedió aquella fatídica mañana en el World Tarde Center. El ex asesor de seguridad nacional y la Secretaria de Estado de USA Condoleeza Rice afirmaron que era imposible prever la tragedia.
Pero ante las palabras de Bush “Nadie en el gobierno hubiera imaginado tal ataque" (declaraciones recogidas el 17 mayo de 2002 en las noticias de la CBS), queda la sombra de la duda ¿Por qué? Os preguntaréis. Pues porque tal catástrofe se podía haber evitado. Hay una fuente inescrutable e infalible que siempre presagia lo que sobreviene en la historia reciente de la Humanidad. Se trata, nada más y nada menos que de Hollywood y sus proféticas películas.
A lo largo de los últimos años, diversos filmes han divulgado pequeñas señales a modo de admonición que nadie supo ver en su momento. Podría haberse evitado si se hubiera tenido en cuenta el nivel subliminal de algunas de las producciones estadounidenses antes del trági8camente célebre ‘9/11 S’.
En Iluminati, la web de las conspiraciones, publican un sorprendente archivo de imágenes que evidencian estas sospechas.
Sí, yo también lo he pensado. La gente pierde mucho el tiempo, amigos.

Los milagros del Photoshop

El otrora ministro falangista aficionado a los baños radiactivos en Palomares y refractario archienemigo del preservativo y el mundo moderno Manuel Fraga vuelve (como hace cuatro años) a ofrendar su particular apología al Photoshop en su nuevo cartel electoral para la campaña por Presidencia de la Xunta de Galicia tras 263 años (bueno, en realidad 15) al frente de la misma.

Una secuencia al azar (V). 'The Killers'. Perdedores entre sombras

La secuencia de hoy corresponde a uno de esos clásicos inextinguibles del cine negro, una lección a muchos niveles; estética, argumental, interpretativa, visual, de dualidades de moral (más propensas al cainitismo), de tipologías antihéroicas y éticas y en último término del cine en su esfera más dilatada. ‘The killers (Forajidos)’ se inscribe en un incomparable nivel dentro del terreno de la dramaturgia, de la puesta en escena y del sugerente poder de la imagen.
Pete Lund/ Ole Anderson/ “El Sueco” (Burt Lancaster) después de recibir su última paliza sobre ‘ring’ (tiene fraccionada la mano y aún así ha conseguido pelear) asiste a una fiesta con su novia Lily Harmond (después Lubinsky –Virginia Christine-) a la fiesta de Jake, el libertino propietario de un restaurante donde se reúne la peor calaña de la ciudad. Ella parece remisa a disfrutar de la velada, pero “El Sueco” se obstina. Lou Tingle toca el piano apartado en un rincón. Junto a él, una misteriosa dama llamada Kitty Collins (Ava Gardner) canta unas estrofas que rezan “Cuanto más sé del amor, menos lo conozco…”. Cuando “El Sueco” ve por primera vez a Kitty todo se derrumba, las miradas se suspenden como si fueran ‘ralentís’, la tensión se hace insostenible, la conversación es, como no podía ser de otro modo, radical.
“El Sueco” quiere impresionarla afirmando que es boxeador. Tras él, Lily atestigua haber visto todos sus combates y la pragmática respuesta de Kitty es demoledora: “No soportaría que alguien pegara a la persona a la que amo”. Esto deja al boxeador hipnotizado, aceptando su condición de perdedor voluble y sometiéndose sin rémoras a una mujer que se intuye egoísta, frívola, pero irresistiblemente hermosa y atrayente. No es la única vez que admita el aciago destino por culpa de su enamoramiento, ya que por ella ingresa en prisión encubriendo el robo de un broche del que se hace responsable y por ella ha estado a punto de suicidarse.
En el inicio de la película observamos cómo dos esbirros acribillan al Sueco distinguiendo su lasitud a seguir esquivando la muerte, cansado de huir del recuerdo, de la traición provocada por una de las mujeres más bellas que ha tenido este mundo (y hablo del mundo real, oh... Ava, divina Ava). Y en su recuerdo, un pañuelo verde bordado con unas arpas doradas.
Nunca el ‘flashback’ fue tan sutil y estuvo tan bien llevado bajo la investigación de James Reardon (Edmond O’Brien) y jamás (a excepción de ‘Rashomon’, de Kurosawa) la disparidad de puntos de vista de un mismo acontecimiento fue tan atenuante y dialécticamente vistosa y cinematográfica.
‘The killers’ es una profunda obra maestra que merece un visionado de vez en cuando, para saber hasta qué nivel un director puede hacer magistral una excelente historia.

martes, 3 de mayo de 2005

Derrotas

No es ni pudoroso ni ético mantener una improcedente actitud de euforia e hilaridad hacia el fracaso ajeno. Pero hay derrotas que producen satisfacción sólo por ver ciertas caras de decepción e infortunio.

'El límite', en Bilbao

Buena noticia, pues. La trayectoria festivalera de ‘El límite’ parece seguir su lenta pero segura difusión por toda España y parte del extranjero.
La próxima cita de nuestro cortometraje tendrá lugar en unas tierras en las que estaba deseando que se disfrutara este nuestro tercer proyecto, nada menos que en Bilbao.
El Festival de Cortos Caos cumple tres años y hemos sido seleccionados entre los finalistas de 230 cortos recibidos. Un festival con propósitos divertidamente partisanos que tiene como especial novedad este año la sección la muestra ‘Eastpak: soy bizarro... ¿y qué?’ que unido a sus secciones de cine, vídeo y animación consagran la oportunidad de disfrutar de toda una galería de festejo en pequeño formato.
Para los lectores y amigos de Bilbao:
‘El límite’ se proyectará en el CAOS CLUB, c/Simón Bolivar 10, Bilbao. Metro: Indautxu, salida Dr. Areilza, el próximo lunes 9 de mayo a las 20:00 horas junto a estos otros cortos.
La lista de la sección oficial de este año aquí.
Todo un honor.
¡Aupa Athletic!

El 'Peliculón' de Antena 3. Ayer noche.

‘Made in USA’
Michael Bay propone un panegírico triunfalista y heroico bajo una historia de amor a tres bandas que acaba por resultar artera y empalagosa.
Creador de pirotécnicos artefactos cinematográficos compuestos por una falsa adrenalina elaborada con acción y suntuosidad pretenciosa fundamentada en la más descarada comercialidad, Michael Bay presentó su tercera obra después de dos ‘reliquias’ de nuestro tiempo como ‘Bad Boys’, ‘La Roca’ o ‘Armageddon’ y posteriormente con ‘Bad Boys II’.
El presuntuoso y teorizante cineasta reanudó con ‘Pearl Harbor’ en su particular ‘tour de force’ con el cine espectáculo, con los fuegos artificiales encarecidos por su sobrevalorada autoestima y su encopetado sentido de un cine asentado en los monumentales pilares que suponen las desmedidas cifras que se manejaron en esta deleznable cinta. ‘Pearl Harbor’ no fue más que otra nueva vuelta de tuerca para la petulante demostración del omnipotente imperio de Hollywood y su potestad a la hora de crear hegemónicos filmes con aspiraciones comerciales. Otro imposible vuelco económico para someter al espectador a una enorme ceremonia de grandiosidad y sortilegio digitalizado.
La nueva odisea de Michael Bay se empecinó en recrear uno de los acontecimientos bélicos más importantes de los anales de la historia reciente. Concretamente el sucedido el 7 de diciembre de 1941, cuando 183 bombarderos a las órdenes del comandante Mitsuo Fuchina surcaron los aires para poner en jaque al ejército norteamericanos que se instruía entre Ford Island y Battleship Row. Más de 3.200 militares yanquis murieron en uno de los ataques más importantes de la II Guerra Mundial. Bay aprovechó el evento para incluir entre este trágico suceso la paupérrima historia de amor entre Rafe McCawley (Ben Affleck) y la enfermera Evelyn Stewart (Kate Beckinsale), relación que se ve alterada cuando él desaparece luchando en las filas del Escuadrón del Águila Británica. La chica, destrozada por su aparente pérdida, caerá rápidamente en los brazos de su mejor amigo, Danny Walker (Josh Harnett).
Pero esta roñosa trama amorosa no deja de ser una burda excusa que el guionista Randall Wallace no desperdicia para subvertir este lamentable amorío a tres bandas y hacer apología triunfalista, que es de lo que realmente va este despilfarro comercial. Así, se narra durante más de tres horas cómo y de qué forma el ejército norteamericano despertó de su letargo para demostrar al mundo que era el país más poderoso de los 5 continentes, un acto que intentan refrendar en celuloide Jerry Bruckheimer y Michael Bay al pretender engrandecer con dinero y grandilocuencia esta prescindible, insustancial y empalagosa historia de amor.
Bajo los planos llenos de glamour fotografiados por John Schwartzman se encuentra uno de los manifiestos más triunfalistas y arrogantes de un género tan difícil como lo es el cine bélico. El autoelogio nacionalista, la loa heroica a los veteranos que sobrevivieron a Pearl Harbor y la apología yanqui en su objetivo final convierten a esta superproducción en un emblema acerca del valor y la integridad norteamericana. Así, no es casual que el ataque japonés nunca se vea desde arriba, sino desde la visión de sufrimiento de los militares de la bahía y menos lo es ese acto milagroso que pone en pie al inválido presidente Roosvelt para demostrar que se puede obrar lo inverosímil. O que el héroe de la historia sea una especie de providencia invencible salvaguardado por el amor y el idealismo. Tampoco es casual la vacuidad de la historia del más que correcto Cuba Gooding Jr. si al final se puede expresar que fue el primer afroamericano condecorado o que la sangre de los protagonistas para una trasfusión se vierta en botellas de Coca-Cola, el más imperialista de todos los símbolos estadounidenses.
El discurso ideológico del filme de Bay fluye por un indolente conformismo idealista colmado de aparatosa subversividad visual reiterada en las esperadas barras y estrellas hasta llegar a los continuos contrapicados de ensalzamiento hacia el ídolo representado en un poco carismático Affleck. Alegorías sublimadas que alcanzan el propósito perseguido por los productores de este costoso juguete: la creación de un símbolo fílmico por y para el homenaje nacionalista.
Pearl Harbor’ despliega, eso sí, una puesta en escena y un diseño visual impresionante, enormemente estudiado y delimitado en busca del impacto sensorial (amaneceres, momentos románticos y bélicos). Todo ello le sirve a Bay para, con su descarada petulancia artística, arrastrar el peso de una función que se asienta en la osadía técnica, en los abrumantes efectos digitales que rodean un melodrama de tintes clásicos que ambiciona exhibir el verdadero espíritu del cine bélico. Algo que se consigue durante breves instantes en la apoteósica y larguísima secuencia del ataque nipón inundada de espectáculo crudo y enfervorecido, diligente y suntuoso.
A pesar de una mínima autocrítica personificada en el personaje de Dan Aykroyd, el circo bélico de Michael Bay no se acerca (ni de coña, vamos) a la flagrancia de los Fuller, Milestone, Sandrich o G. Hutton y menos a la intencionalidad gigantesca de maestros que dejaron su huella en el género como Ford, Hawks, Kubrick, Coppola, Malick o Spielberg. Bay aleja el género a un terreno de directrices bien diferentes encaminadas a la taquilla y al ombliguismo de un director tan envanecido como trivial. La música de Hans Zimmer, autoplagiándose bajo las mínimas variaciones de ‘La delgada línea roja’ y el ‘off’ de Evelyn recordando que bajo el Pacífico aún reposan los restos de los 1.400 americanos que se hundieron con el buque Arizona cierran un filme tan pretencioso como atronador resultando, en último término, un entretenimiento que resulta ser un aburrimiento demasiado artificioso para el dineral que invirtieron en la que en su día fue la cinta más cara de los fastos del cine contemporáneo.