viernes, 11 de marzo de 2005

Como el ajo

Es una locura, amigos, la fiebre del ‘remake’, con el exclusivo incentivo del cómodo e rápido peculio, se convertido oficialmente en una inmunda e ignominiosa epidemia en un Hollywood que está demostrando año tras año una alarmante carencia de ideas y de designios con alguna naturaleza innovadora.
He aquí algunas noticias sobre novedades de anodinos facsímiles en pleno proceso preproducción o de inminente rodaje.
.- ‘Las colinas tienen ojos’: es la aportación al ‘remake’ que tiene entre manos Wes Craven. Y no es un rumor. En abril, el director de la saga ‘Scream’ llevará a cabo esta absurda idea de miras económicas. Es toda una sorpresa porque nadie sabía nada del tema hasta esta semana ¿Qué sentido tiene? Pues eso mismo.
Más información en Moviehole.
.- 'El viaje fantástico de Sinbad': una nueva versión del clásico de aventuras de Gordon Hessler que será el nuevo vehículo de la insulsez y bagatela interpretativa de Keanu Reeves (que digo yo que volverá a la imagen india de ‘Pequeño Budha’) intentando dar vida al marino Simbad en sus hazañas en contra del hechicero Koura por alcanzar la Fuente de la Vida Eterna. Por supuesto, no faltará la lámpara maravillosa. Charlie Mitchell está reescribiendo el guión. Veremos cómo todo el encanto de aquellas sugestivas películas de entretenimiento con la figura prominente de Ray Harryhausen se vendrá abajo con la utilización de efectos CGI. Adiós, una vez más, al clásico romanticismo cinematográfico.
Coming Soon nos revela más detalles.
.- ‘Star Trek 11’. Sin palabras. Nunca he sido fan de la saga. Pero Erik Jendresen, que escribió y produjo 'Hermanos de sangre’ está desarrollando una nueva entrega de esta odisea galáctica de nuevo con la Enterprise como centro del protagonismo.
Más, en Syfyportal.
.- ‘Phantasm’, el onírico delirio de Don Coscarelli que arrojó la lógica del género por la borda en beneficio del impacto sin sucumbir al ridículo, verá una nueva versión. La nostalgia de aquella bola de acero a toda hostia por los pasillos de una lóbrega mansión serán pasto del formulismo que acostumbran este tipo de refritos. Angus Scrimm podría ser de nuevo ‘El hombre alto’. La New Line, pedigüeña productora que sigue las métodos de una sanguijuela, está pensando en un posible éxito de su actualización matriz para recrear una nueva trilogía. El argumento de esta nueva ‘Phantasm’, pues más sofisticado, ya que El hombre alto viaja de pueblo a pueblo, que convierte en un hervidero de muertos a modo de ejército a su servicio usando sus miticas esferas mortales. El joven Mike, con incipientes poderes proféticos contará con la ayuda de su hermano para intentar detener al descomunal malvado.

Olvídate de Scarlett

Hay cosas en esta vida que uno rememora e invoca por siempre, por mucho tiempo que pase, aunque te caigas de un abismo y te rompas la crisma. Todos recuerdan, de un modo más o menos embellecido, apócrifo, fascinante o ingrato algunos retazos memorísticos que directamente interpelan sobre la vida, el amor, la memoria y el olvido, confinado en todo aquello que pretendía borrar de su mente Joel Barish, Jim Carrey en ‘Eternal Sunshine…’. La primera profusión dipsomaníaca, el primer beso, el primer trabajo como explotado, el primer acto amatorio y libidinoso, la primera hostia en la boca, la inaugural visión de un hombre muerto…
Cosas importantes que se graban a fuego en la retentiva individual de cada persona. Reminiscencias funestas o complacientes que establecen la materia espiritual de lo que somos. Pues bien ¿Vosotros qué pensaríais si un día de estos, como quien no quiere la cosa, tuvierais un tórrido romance con Scarlett Johansson (las féminas, poned a vuestro objeto de deseo en este ejemplo)? Parece imposible que algo así se pudiera olvidar.
Pero es cierto. Se puede. Relegando el pudor, Benicio de Toro, al que se relacionó con la bella protagonistas de ‘Lost in Translation’ tras la fiesta de los Oscars del pasado año, no recuerda si se pinchó o no a Scarlett en su archicomentado encuentro de ascensor que, según habladurías, acabó con un fogoso contacto sexual en el que el amigo Benicio (al que delante de mis narices el gran Paco Rabal dijo al verle “Coño, además de guapo pareces un armario empotrado”) le zorregó el trompo (R. dixit) a la apetitosa Johansson. O eso parecía, porque según una entrevista realizado al actor en ‘Squire’ (que recoge también Ananova), el puertorriqueño dice no acordarse. No ha sido taxativo, pero todos reconocemos que esta clase de dudoso aserto es promovido por el alcohol u otras sustancias.
Imaginad que estáis en el pellejo de este gran intérprete (colosal en '21 gramos’ y ‘Traffic’) y vuestros amiguetes de juerga te exclaman enardecidos por la envidia “¿Eh tío, te has cepillado a la Johansson?”. Y tú, remiso, sueltas un lamentable: “Bueno…no sé, no me acuerdo”.
Como decía Andrew Dice Clay en esa misma película que estáis pensando en este momento: “Increíble-ble-ble”.

jueves, 10 de marzo de 2005

Películas legendarias: 'El Exorcista'. El Miedo de Dios (y IV)

Hasta el post de ayer procedí a aglutinar todo tipo de reflexiones personales, anécdotas, rumorología, leyendas y epopeya que delimitaron un mito cinematográfico de la notoriedad y grandiosidad como ‘El Exorcista’, el gran clásico del cine de terror de 1973.
En 2000, como ya se apuntó anteriormente, William Peter Blatty, llevado por la usura habitual de los grandes productores, no quiso dejar pasar la oportunidad de volver a estrenar su película talismán. Retocó hasta la extenuación su obra maestra, saturando el clásico de superfluas imágenes subliminales insertadas junto a alguna nueva secuencia que poco o nada aportan a la original y la tituló ‘The Exorcist. Director’s Cut’.
Particularmente, de lo ‘nuevo’ que pudimos apreciar en esta superficial versión, hay que destacar la conversación entre Regan y su madre acerca de los sonidos y la vida de Georgetown, en Washington, cuando la adolescente le pregunta a su madre por la muerte. También es interesante, hasta cierto punto, el diálogo en las escaleras del padre Karras junto a Chris MacNeill, así como la extendida llegada de Merrin a la casa donde poco después se procederá al exorcismo. Así como los pequeños momentos en que el padre es mencionado o se hace referencia a él. Por otra parte la digitalización de muchos de sus planos, como la ya clásica secuencia de la araña (por las imágenes que se vieron antes de comprobar que realmente existía) redunda en un efectismo de poco valor para la historia. Así, el estudio y las cuestiones que le realiza el psiquiatra a Regan (cuando le insulta y saca la violencia que lleva dentro) y, sobre todo, ese final al más puro ‘estilo’ Casablanca hablando de una absurda versión de 'Cumbres borrascosas’ que está extraído de la novela original con Kinderman y O'Malley de extraña pareja, suplantando el final anterior en el que padre O'Malley (Dyer en la película) recibe un beso de Regan antes de que se vayan a Washington. La niña mira el alzacuello y siente la necesidad de creer. También se sustituye la atronadora música de Jack Nietzsche por la de Campoviejo.
En definitiva, que hay algún que otro retoque y añadido que transformaron un clásico de toda la vida en una víctima de las modas que hoy engullen Hollywood en su maquinaria comercial y patógena. Aún así la versión del 73 sigue siendo una de esas películas que cambió mi forma de ver el cine, que me aterrorizó y que me hizo preguntarme cosas que iban más allá del puro espectáculo del celuloide. Podría decir que es mi película favorita, pero nunca me ha gustado afirmar esto porque hay cintas que están, en mi gusto, a la misma altura. Otras por encima. Lo cierto es que es y será una inagotable fuente de inspiración.
Me sirvió de punta de partida en dos largometrajes que tengo escritos. La he visto sin sonido varias veces, he estudiado a fondo la narrativa visual que la compone, el fondo argumental, su montaje, su estructura… Me la sé de memoria. De Pe a Pa (qué estúpida frase, todo sea dicho).
Es, por ende, una de esas películas de las que he perdido la cuenta de las veces que la he visto. Una de mis obsesiones vitales.
Y sí, por suerte no tengo la única versión que hay en venta, sino que conservo como oro en paño la versión en DVD de esa gesta fílmica que William Peter Blatty y William Friedkin nos dejaron para el recuerdo hace ya 32 años.
Con esto concluyo este largo e inaudito (e inédito) dossier sobre una de mis películas de siempre.
Espero que os haya gustado y lo hayáis disfrutado leyendo tanto como yo redactándolo.

Muere Debra Hill, la pionera de las productoras

Hay veces en que la desconexión del mundo exterior, debido en gran parte a un buscado autismo existencial, te hacen excluirte de lo que sucede en este desequilibrado mundo. Ayer J.P. Bango me transmitió una triste noticia: Debra Hill ha fallecido. “Las catacumbas de la independiencia tiemblan”, apostilló este gran individuo y prosista.
Con la muerte de Debra hace un par de días, los amantes del cine (y más concretamente de John Carpenter –que es como si habláramos de la divinidad fílmica a la que glorificar-) hemos sentido una pequeña orfandad espiritual, una tribulación un poco más sentida del puro trámite de la misericordia anímica, del efímero lamento con el que temporizamos todas las muertes ajenas a nuestros vínculos más personales. Es decir, aquéllas que, sin ir más lejos, nos resbalan.
La desaparición de Debra no supone sólo la pérdida de una de las primeras mujeres productoras, una pionera dentro del mundo del cine. Decir que Hollywood ha perdido a una de sus escasas precursoras dentro de la producción es insuficiente. La razón es bien sencilla, ya que ella nunca estuvo inmersa en la maquinaria hollywoodiense. Su grado de integridad, de lealtad a sí misma, independientemente de las bogas perecederas, le hicieron correr con el axiomático débito que se le exige a un verdadero productor independiente: aceptar los riesgos haciendo las películas en las que creía. En una época, los 70, en que la mujer era un efectivo ornamento laboral en profesiones secundarias, como la de ‘script’ o maquillaje o peluquería, Hill aceptó el reto de luchar en un mundo de hombres.
Escribió en menos de diez días la película por la que hoy todo el mundo la recuerda, ‘Halloween’, junto al que sería entrañable paladín de la libertad cinematográfica, John Carpenter, con el que ha mantenido una indestructible ensambladura profesional determinada en la audacia y los designios menestrales de arriesgados proyectos donde la explotación de ignotos terrenos creativos ha sido el estimulante de una carrera intachable y honesta, que es lo mejor que se puede decir de esta gran dama del celuloide.
Junto a Carpenter creó además de ‘Halloween’ (una saga a la ha estado ligada hasta su última parte), ‘La Niebla’, ‘1997: Rescate en Nueva York’ y su secuela en Los Ángeles, títulos referenciales que la convirtieron en una productora capaz de apostar por un cine personal, consolidándose poco a poco en una jauría de ‘majors’ e intereses hasta fraguar una filmografía tan sincera y virtuosa como reivindicativa, a los que se fusionan ‘La zona muerta’, ‘Aventuras en la gran ciudad’ o ‘El Rey Pescador’ entre otras. Lo último hubiera sido la producción del innecesario ‘remake’ de ‘The Fog’ y la preparación de una película sobre los atentados del 11-M.
Con 54 años, Debra Hill abandonó este mundo tras perder una batalla contra el cáncer, la enfermedad que casi acaba con Carpenter tras una década de sufrimiento.

miércoles, 9 de marzo de 2005

Películas legendarias: 'El Exorcista'. El Miedo de Dios (III)

Un sueño hecho realidad
Tras cuatro meses de fatigosa post-producción, la polémica cinta se estrenó en Westwood el 25 de Diciembre (Día de la Natividad Cristiana) de 1973, pasando a la historia por batir todos los récords de taquilla logrados hasta entonces. Colas kilométricas de ávidos espectadores expectantes por ver la película, un desmedido interés y un éxito fulminante dieron a la Warner unos beneficios que nunca imaginaron. El público estaba como loco, entusiasmado, con ‘El exorcista’, la gente iba en masa a verla y repetía dos o tres veces. Se cuenta (y esta vez no son rumores publicitarios) que las secuencias más escabrosas producían desmayos y vómitos, la gente se mareaba y salía auténticamente traumatizada de las salas. Incluso se habló de un aborto en Nueva York producido por la película. Una leyenda acicalada también por la Iglesia Católica, plantada (como en la actualidad cuando se sienten molestos –siempre que no haya cheque mediante-) en cada ciudad en la que se estrenó con ridículas pancartas en las que se leía “sucia y blasfema”. El Vaticano y la Iglesia Protestante hicieron lo todo lo posible por evitar su exhibición, con amenazas de demanda a la Warner. Pero nada ni nadie pudieron parar el éxito rotundo y sin precedentes del magistral trabajo de William Friedkin y su equipo.
Eso, el riesgo tenía a los ejecutivos de la compañía angustiados, ya que el cineasta prometió desde el principio que no se pasaría de los 4 millones de dólares de presupuesto inicial del filme. ‘El exorcista’ acabó costando 11 millones cuando se finalizó la totalidad del proceso. Pero las lógicas reacciones de inquietud ante el estreno de la película por parte de Calley se apaciguaron con la fenomenal acogida del clásico. La película se ha embolsado a lo largo de los años la friolera de unos 450 millones de dólares (eso sin contar el reestreno en todo el mundo para conmemorar su vigesimoquinto aniversario, remasterizada y con nuevas secuencias).
Obtuvo nueve nominaciones al Oscar: Mejor película, actriz, actor secundario, actriz secundaria, dirección artística, fotografía, montaje, maquillaje y guión adaptado de la que se llevó los dos últimos. Además de cuatro Globos de Oro (mejor película, director, sonido y actriz secundaria para Linda Blair). El fenómeno ‘El exorcista’ se ha extendido hasta nuestros días, siendo hoy en día un auténtico hito, irrepetible, indescriptible...
El terror cotidiano
‘El exorcista’ continúa siendo más de tres décadas después una indiscutible obra maestra que todavía hoy guarda su frescura y magnificencia. La película de Friedkin irrumpió en un periodo en el que el género de terror estaba perdiendo su sentido, realizando una mixtura entre el género clásico en su ápice más psicológico. Fue la primera vez en que el ‘splatter’ de vómitos, sangre, cabezas viradas y sobre todo el dramatismo al que conlleva el terror, supusieron la mejor baza de la inquietud constante a la que es arrastrado el espectador, sin perder una invariable estética y una muy inspirada narración que bebe de la fuente del docudrama, contiguo a la realidad más abrumadora, siguiendo todo el proceso de posesión como si de un documento gráfico se tratara.
Expiando los demonios que cohabitan con la conciencia humana, ‘El exorcista’ combina una historia de terror donde se yuxtaponen, de forma ejemplar, un contexto existencial amenazante con un ambiente cotidiano y diario. Es en este terreno donde el núcleo central del guión de Blatty pasa a ser la emotiva relación materno-filial, mostrada al espectador con una sinceridad perfectamente creíble y vigorosa. En este entorno identificable, es en el que entra a formar parte una sofocante y hedionda degradación hacia una posesión satánica, que más que ficticia parece sacada de un documental inédito. De hecho, la realista transformación no es fruto de una imaginación perversamente genial, sino que fue extraída de los archivos Jesuitas con cintas de audio en las que se podía escuchar el desgarro humano que sufrieron personas anónimas en un pasado no tan lejano. Es entonces cuando la desesperación de una madre que ve a su hija enfermar (la secuencia de la punción sigue poniendo los pelos de punta) sin que nadie haga nada al respecto supone la clave del sufrimiento humano en el que se sustenta la acción, la posesión en sí misma representada como problema familiar.
Pero lo más importante son las múltiples lecturas de este clásico, que invocan directamente a una consecuente revisión de su fondo y forma. ‘El Exorcista’ es una obra de una grandeza enigmática, basada en la composición de unos elementos formales que no interceden en la estructura narrativa de la misma. La matemática puesta en escena, calculada en cada ámbito de espacio/tiempo obtiene como consecuencia una total coherencia, digna de alabar. La cinta de William Friedkin supuso una ruptura de códigos respecto a la narrativa fantaterrorífica jamás vista ni antes ni después de su estreno. La simplificación elíptica que rodea el proceso de develamiento de la posesión maléfica y la mella que hace en todo aquel que rodea a Regan es un claro paradigma de la corrección y grandeza que siguió el mejor cine clásico. La arriesgada y sobrecogedora trama diabólica que recorre la vida de unos seres muy próximos a la realidad, cuenta con momentos indisolubles en la memoria cinéfila; la primera conversación de Regan con Karras, la llegada del padre Merrin ante la penumbra en que yace la casa, la metamorfosis de Regan durante el filme, la terrible secuencia de la masturbación de la niña con un crucifijo...
Un ejemplo de todo lo expuesto hasta el momento se ve reflejado en el soberbio prólogo situado en Irak. En él, el padre Merrin (Von Sydow) empieza a sospechar que acaban de desenterrar una fuerza maligna al encontrar una pequeña figura y una medalla. Tras una majestuosa supresión de diálogos, la acción progresa mediante imágenes y sonidos ambientales (el zoco, los perros, la acción gradualmente inquietante), hacia el primer enfrentamiento entre el Bien y el Mal, representado en las figuras del clérigo y una estatua infernal. Todo en ella es perfecto, sin efectismos que valgan. No hay elementos que saturen una historia apropiada para ello. El guión está equilibrado, nada se sale de una línea que hoy en día continúa siendo una lección insuperable de cómo crear un tipo de clima infalible.
La película expone una fábula realista y agónica que ahonda en nuestra mente para producirnos la peor de las pesadillas: cómo la candidez de Regan puede transformarse en el ser más terrorífico (real o no) que vive en nuestro miedo más interno, Satanás dentro de la niña, realizando en el fondo, una atroz parábola de la pérdida de la inocencia en su vertiente más brutal e inimaginable. Pero en su interior, este filme de culto, implica más posicionamientos ante temas que disecciona de forma impecable. ‘El exorcista’ dilucida en torno a la medicina contemporánea, a la pérdida de la Fe católica en favor del cientifismo médico, de la explicación inútil de los neurólogos ante un caso que procede directamente de la religión. De la preferencia humana por el utilitarismo sustituyendo así el dogma católico y de la falsedad que todo ello encierra. Por eso, la película de Friedkin es una obra profundamente católica, que analiza y extirpa la mentalidad mística de la humanidad, poniendo en tela de juicio nuestra propia certidumbre (incluso Karras afirma tener una crisis de Fe). ‘El exorcista’ es, al fin y al cabo, un panegírico perfecto de la cultura cristiana (manifestado en el plano final en el que la pequeña Regan, tras la posesión, besa al padre Dyer y solidifica una Fe que nunca antes se había cuestionado).
Aún así, Blatty y su obra no dejan de hablar directamente del Mal en toda su índole y formas, representado en varios y fugaces planos que representan toda sociedad existente (desde el tuerto de Oriente Próximo, el mendigo de Georgetown hasta llegar a los desequilibrados de la residencia donde muere la madre de Karras). Llegados a este punto, cabe destacar el papel fundamental que tiene el universo maternal, el espíritu de lucha y sacrificio de las madres que aparecen en él (tanto Chris MacNeil, como la madre de Karras -Vasiliki Maliaros- representan al personaje idealizado). Como contrapunto, no deja ser axiomático el hecho en el cual gira en torno casi toda la acción, y es el sentimiento de culpa que corroe al Padre Karras con respecto a su madre (abandonándola en una residencia) y a Chris MacNeil (que a pesar del amor que siente por su única hija, no le dedica el tiempo suficiente). Ahí es donde el egoísmo entra a formar parte de una de las primeras simas que hará aflorar la emoción más humana de cada uno de ellos ante la aparición de Belcebuth. Por eso este clásico del terror lo es sólo en su concepción genérica, ya que se trata de un drama en todas sus líneas.
Friedkin y Blatty no volvieron a lucir de la misma manera desde aquel fructífero encuentro, pero una cosa quedó clara: habían dejado para la posteridad, para los fastos del celuloide, una de las películas imperecederas, que nos hizo (y hará) sufrir, temblar y que difícilmente será superada por otro filme que obtenga lo que logró ‘El exorcista’: analizar el miedo desde todos sus vórtices y provocar en el espectador todo tipo de sensaciones. Es, sin duda alguna, una de las mejores películas realizadas jamás. Una obra maestra de una majestuosidad aterradora.
Sencillamente perfecta y a la vez tan cercana.
Mañana... concluirá (y con un breve post de despedida).

Su cortometraje, gracias

Ayer hice un inverosímil pase de dos de mis cortos; ‘Abyecto’, el primero, rodado hace diez años, en plan guerrillero, con un equipo ebrio de aprendizaje y de lúpulo, de una insolencia chafardera de lo más cutre y ‘El límite’, el último, pulido hasta el extremo, visualmente impecable, con un equipo profesional de 25 personas de compostura y profesionalidad honorable. La sala estaba bien, ‘El Savor’, un ‘bar-café’ con inquietudes culturales (“para mí sería más fácil traer a una ‘striper’ y sería más rentable, pero me interesa fomentar otro tipo de actos” me contaba el dueño) donde prevalecía una pantalla grande y unas pocas personas como apacible y flemático público. Al principio me sentí como los Baker Boys en ‘The Capri Hotel’ en el comienzo de esa obra maestra de los 80 dirigida por Steve Kloves. De fondo, música de un debilitado jazz, las luces tenues, el humo etéreo, las conversaciones imperceptibles y una veintena de heterogéneo público que aplaudió escéptico en la presentación de las piezas. Sin embargo, la fruición con la que se acogió esta pequeña proyección me acomodó a dar una momentánea disertación sobre el mundo del cortometraje en esta ciudad y en el panorama nacional. Uno de los argumentos por los que más se interesó el escaso público que se dio cita ayer noche fue la distribución del trabajo.
El gran Borja Crespo se ha unido a la iniciativa de Johnnie Estrella en una propuesta de lo más inspirador, revolucionaria diría yo, para la distribución del formato cortometraje. La financiación de costes, restituir o pretender recobrar lo costeado es casi una entelequia. Existe, como todos sabemos, la odisea del circuito de festivales, que se antoja incierta, como atrapar un hipogrifo, es decir, que el estropicio es seguro. Sólo existe la complacencia de la selección.
¿Cuántas veces he oído y dicho el artificioso proverbio: “ya es un premio que te seleccionen”?
Como dirían los americanos “bullshits”.
Hay que buscar soluciones ¿Y cuál es una de esas posibles soluciones? Una máquina expendedora.
2 € por ‘Snuff 2000’, el corto del aguerrido bilbaíno basado en el salvaje cómic homónimo del dibujante Miguel Ángel Martín. No es mala transacción. En el Café Macondo de A Coruña (en proyecto con Ciclo.org) se puede conseguir una copia del corto en un Compact Disc con las dimensiones de una tarjeta de crédito que se puede reproducir tanto en DVD como en ordenadores.
Hay que desearle a Borja toda la suerte del mundo, ya que si esto va saliendo bien y capta adeptos, puede ser una vía de futuro muy interesante apuntalada en las ventajas que ofrece una iniciativa cuanto menos promisoria para la comercialización de cortos a precio asequible.

Películas legendarias: 'El Exorcista'. El Miedo de Dios (II)

La leyenda
Uno de los aspectos que se ha destacado siempre que se habla de ‘El exorcista’ ha sido el maleficio que cayó al equipo por tratar de un modo documental un escabroso tema como es el Mal, su aparición física en nuestro día a día y la posesión paranormal. A pesar de que el departamento de prensa aseguró, una vez estrenada la película, que se trataba de una argucia comercial para vender un filme que no necesitaba mucha propagación de noticias para convertirse en un éxito de taquilla, los mitómanos recurren a la veracidad de ciertos hechos que acaecieron en varias de las localizaciones donde tuvo lugar la filmación de este clásico. Mucho se ha escrito y hablado sobre los efectos posteriores de ‘El exorcista’, acerca de una presumible maldición que sufrieron los participantes en la mítica cinta de culto. Pero también es cierto que dado lo áspero de la trama, lo ideal era concebir una especie de leyenda negra en torno al rodaje y sus supuestas consecuencias fatales.
Si bien es cierto que la carrera de William Friedkin (que estaba llamado a ser uno de los mejores directores del cine contemporáneo) no volvió a levantar el vuelo tras esta obra maestra, obras posteriores como ‘Carga maldita’, ‘El salario del miedo’ o ‘Vivir y morir en Los Ángeles’ (injustamente hundidas por crítica y público) o títulos mediocres como ‘Blue Chips’, ‘Jade’ o ‘The Hunted’ son una muestra clara para pensar ¿en qué punto del camino se perdió Friedkin? La respuesta puede ser más sencilla si afirmamos que no supo elegir sus películas, ya que ‘A la caza’ (1979) estuvo a punto de volver a situarle en lo más alto.
La historia de uno de sus productores, Noel Marshall, es mucho más inquietante. Se empeñó en sacar adelante un proyecto en 1981, ‘El gran rugido (Roar)', junto a su familia de ensueño: Tippi Hedren y la hija de ésta, una jovencísima Melanie Griffith. El rodaje duró tres años y el resultado fueron los más de cincuenta puntos en la cabeza de la actriz fetiche de Hitchcock por un accidente y una prematura cirugía estética a la pobre Melanie debida a una dentellada de león, hechos que configuraron a la película como uno de los rodajes más escabrosos que se recuerdan. Ni que decir tiene que tanto sufrimiento no valió para nada, pues la cinta supuso un sonado fracaso. Tanto, que casi ni vio distribución.
Por su parte, William P. Blatty quiso ser director. Y aunque escribió alguna comedia para Blake Edwards, fue ignorado por completo para participar en ‘El exorcista II: El hereje’ (1977), de John Boorman. Siempre quiso llevar al cine “la verdadera secuela de 'El exorcista'”, una novela homónima bajo el título ‘Legión’, que él mismo adaptaría con más pena que gloria en ese fiasco que supuso 'El exorcista III' en1992. Antes, se había estrenado como director con la importuna ‘The Night Configuration’ (1990). Una carrera sin pena ni gloria que ha acabó a la fea costumbre del remake y del ‘Director’s cut’ volviendo a lanzar este clásico en 2000, con nuevas secuencias y más efectos especiales que dieron algo de brío a sus arcas. Lo último ha sido el guión de ‘The Exorcist: the beginning’, la polémica película de Renny Harlin / Paul Schrader de la que ni me molestaré en hablar en este periplo satánico.
Pueden parecer coincidencia, mala suerte, pero no fue así. También la pobre Linda Blair vio su carrera fracasada en el cine. Pululó por execrables películas de serie B y fue detenida en varias ocasiones por posesión de drogas, aunque su peor consecuencia por la supuesta ‘maldición’ fue caerse de un caballo con tan mala fortuna de quedar infecunda para el resto de su vida. Tras esto, volvió a la palestra con unas polémicas declaraciones contra el fallecido Christopher Reeve cuando afirmó que la culpa del terrible accidente que le dejó tetraplégico fue solamente suya, no del caballo o la mala suerte. Muy despiadada (pero no sin falta de razón), declaró que el actor, que era muy alto y por entonces pesaba una barbaridad, no encontraba caballos a su medida, perjudicando gravemente a muchos equinos y probándolos para seguir montando. Puede parecer una defensa animal a lo Brigitte Bardott, pero debido a su accidente no fue así. Si embargo, sus desafortunadas palabras le granjearon el ultraje colectivo, perdiendo la poca fama que le quedaba.
Pero no todo fue malo, Mike Oldfield obtuvo pingües beneficios con su ‘Tubular Bells’ (tema principal de la película), el maquillador Dick Smith sigue siendo un tótem dentro de la profesión, Ellen Burstyn ganaría el Oscar como mejor actriz principal años más tarde con ‘Alicia ya no vive aquí’ (1975), de Scorsese o su soberbia interpretación de ‘Providence’ (1976), de Alan Resmais. Además, actualmente trabaja como una de las mejores profesoras del prestigioso Actor’s Studios y ha permanecido activa con grandes interpretaciones como en 'The Yards', 'Requiem for a dream' y dentro de poco en 'The Fountain', éstas dos últimas a las órdenes de Darren Aronofsky. Fue ella la que dijo hace años en el Festival de Cannes: “he leído toda clase de historias sobre lo que sucedió a raíz del rodaje y el estreno, pero mucho de todo eso es falso. Es verdad que algunos de los acontecimientos que tuvieron lugar allí son inexplicables, que había un ambiente enrarecido y que todos tuvimos mucho miedo, pero se ha exagerado la historia hasta límites insospechados”.
Una leyenda que infunde más interés a una película que permanecerá por siempre en nuestro más oscuro recuerdo. Durante la filmación (que comenzó en agosto de 1972) se unieron a una lista de desgracias de producción, hechos que obligaron a retrasar el rodaje (y aumentar, de paso, el ya de por sí elevado presupuesto), como la pérdida de la escultura del prólogo de la película (precisamente el símbolo de Belcebuth), el incendio de parte de un estudio atribuido a fuerzas sobrenaturales (luego se descubrió que el autor fue un decorador despedido con tendencias pirómanas), rollos velados, cámaras estropeadas, accidentes inexplicables y miembros del equipo con gripe crónica a causa de las secuencias del exorcismo (debido al frío y no a la presencia del Maligno, como lo vendieron). Todo un suplicio por el cual el reverendo O’Malley (actor secundario y verdadero sacerdote) llegó a santificar todos los días el estudio para evitar males mayores.
La psicosis colectiva se engrandeció hasta consecuencias tétricas y morbosas cuando uno de los actores principales, Jack McGrowan, murió prematuramente de influenza antes de que el rodaje concluyera. Sucesos que acabaron por crear un auténtico desequilibrio general entre los miembros de un equipo sometido a la neurosis perfeccionista de Friedkin, convencido de estar haciendo una especie de ‘El Padrino’ del género de terror, obsesionado cada día que pasaba, por evitar caer en la utilización excesiva de efectos especiales y repitiendo tomas y tomas hasta conseguir la adecuada. Dick Smith (el maquillador de ‘Taxi Driver’, otro de los clásicos a venerar) recuerda: “era demoledor, quería una perfección que nos obligó a pensar en cada mínimo detalle. Tanto, que llegué a pensar que aquel trabajo era lo mejor que había hecho jamás. Recuerdo que trabajamos casi un mes con Macel Vercoutere en la cabeza que giraba 360º sobre un cuerpo de poliester para una de los planos más terroríficos del filme”.
El descubrimiento de un mito de 12 años
Sin duda alguna, aparte de la perfección narrativa, de la labor de un equipo que se dejó la piel en el rodaje y del global de todo lo que supuso en la época ‘El exorcista’, el filme de Friedkin encontró una joya para la posteridad. La pequeña Linda Blair tampoco era ajena a la dureza del rodaje, pero siempre respondía al director con una hermosa sonrisa. Al casting se presentaron más de 500 niñas (tampoco es que muchas madres quisieran que sus ‘hijitas’ se metieran en la piel de una niña poseída por Satanás), y cuando Friedkin vio a Blair, se encendió la clarividencia que otrora le caracterizara. La joven allí presente había nacido en Connecticut, el 22 de enero de 1959 (es decir, que tenía 12 añitos) y había trabajado en pequeños roles de películas como ‘The way we live now’ (1970), de Barry Brown y sobre todo ejerciendo como sonriente rostro para anuncios televisivos. En la entrevista final, nadie podía creer que aquella señorita fuera tan madura para una niña de su edad. Aseguró haberse leído el guión dos veces, aprendiéndose los pasajes más escabrosos del mismo. Blatty y Friedkin fueron más allá y le preguntaron sobre el argumento.
Blair, sin ninguna vergüenza o recelo aseveró “...sobre una posesión diabólica. Sobre una niña poseída a la que le pasan cosas malas por tener el Diablo dentro...” o del estilo de “yo creo que es una deliberada exposición de la pérdida de la Fe en la actualidad...”. Esto puede llevar a la reflexión sobre cuál era el grado de aprendizaje que la madre imponía en los monólogos que le pasaban a su hija en los ‘castings’. Pero cuando Friedkin le preguntó acerca de la secuencia del crucifijo, la pequeña Blair le miró a los ojos y le concretó “¿la de la masturbación?...”. Friedkin atónito le replicó “¿sabes lo que es masturbarse?”, la actriz dijo “Oh, claro, se hace para llegar al orgasmo”. Blatty batió su puntilla al inquirir “¿y tú te masturbas?” A lo que Blair aseveró ganándose a ambos con su personalidad abrumadora al responder “Por supuesto ¿y tú?”.
Linda Blair iba a hacer una de las mejores interpretaciones infantiles que se recuerden en la Historia del Cine. Durmiendo cuatro o cinco horas al día ante la exigente actitud de Friedkin, la pequeña nunca se mostró cansada o caprichosa. Jamás se quejó. Recuerdan que un día, tras 17 horas de rodaje, Linda no pudo más y cayó dormida, siendo luego recriminada por Friedkin. En seguida, la actriz le dio una de las mejores tomas de la película. La profesionalidad que mostró en todo momento era incomprensible para una actriz de su edad. Ellen Burstyn la recuerda como “un cielo de persona. Trabajar con ella fue lo mejor de un rodaje brutal. No sé cómo aguantó, siempre con aquella sonrisa angelical”.
Producción le asignó un psicólogo a Blair. Pero en vez de trabajar con la niña, tuvo que atender a los demás miembros del equipo porque a la joven no le hacía falta. Incluso embutida en el pesado maquillaje de Dick Smith y profanando toda clase de improperios y barrabasadas, la pequeña Linda afirmaba: “es el papel que interpreto, Regan no es ella, es el Demonio y éste actuaría así”. El aguante que toleró la actriz no se vio recompensado con el Oscar al que fue nominada en 1974 por su labor como actriz secundaria. Paradójicamente lo perdió frente a Tatum O’Neall por ‘Luna de Papel’, de Peter Bogdanovich. O’Neall tenía 11 años. “Me lo merecía más, pero ha sido maravilloso. Otra vez será” respondió a los medios de comunicación tras la entrega de las estatuillas.
Pero nada iba a estar más lejos de la realidad. Sus futuras películas no fueron ni mucho menos exitosas, todo lo contrario. Su meteórico estrellato le hizo caer en el lado oscuro del éxito a edad temprana. Con 20 años fue acusada de tenencia de estupefacientes y nunca más volvió a levantar el vuelo. Filmes como ‘Nacida Salvaje’, ‘Sarah T. Portrait of a Teenage Alcoholic’ (una semibiografía de su carrera cinematográfica), ‘Stranger in the House’ o breves papeles en películas como ‘Aeropuerto 75’ o ‘Victoria en Tenbee’ no sirvieron para devolverla al estrellato que se había ganado con sólo doce años. De hecho, cuando en 1977 John Boorman la llamó para hacer un papel secundario en la archimaldita (pero reivindicable) ‘El Exorcista II: El hereje’, la Blair era ya una atractiva mujercita que era recordada por su papel de Regan en la película de Friedkin.
Nunca se pudo quitar de encima un personaje que, a pesar de darle la fama, también coartó para siempre una carrera con posibilidades, ya que el talento de Linda Blair sigue siendo innato. Convertida en los 90 en actriz de culto la hemos podido ver haciendo cameos autoparódicos en la primera parte de la Saga ‘Scream’ de Wes Craven y en ‘The Blair Witch Project’ y protagonizando telefilmes (donde es una de las reinas norteamericanas) como ‘Walking after midnight’. Lo último ha sido la serie ‘L.A. 7’, creada por Andrew Margetson.
Y mañana... más.

martes, 8 de marzo de 2005

Pequeñas putadas 'deuvedeísticas'

Llaman por teléfono. Descuelgo. Es RSP, desde una tienda de DVD's y ocio de Salamanca.
- Llamada rápida - me comenta.
- Dispara.
- ¿Quieres la trilogía de 'Regreso al futuro' por 9'95 €? - pregunta.
- ¿Las tres películas?
- Sí.
- ¡Pero si las tengo desde hace un año y pico y... me costaron un huevo! - exclamo.
- Unos treintaitantos. - apostilla mi amigo.
Este tipo de cosas me irritan bastante. Concibo que haya prebendas a modo de gangas de un año para otro, pero, joder ¿tanto? Si lo llego a saber, espero. Me gasté casi cuarenta euros en una trilogía de la que aún me queda por ver, como es previsible, la tercera parte. Y con la noticia se me ha quedado cara de tonto.
¿Hasta que punto hay que esperar para algo que quieres salga más barato? ¿Por qué no baja el precio de esta considerable manera las primeras temporadas de ‘Frasier’, ‘Cheers’ o ‘24’?
Y yo que estaba tan contento por tener una copia con los encuadres 903 029 9B R2 y 903 029 9C R2 de la segunda y tercera parte, respectivamente, correctos e impecables... Por lo menos, eso me consuela un poco.
¿Ah, que no sabiáis que en algunas ediciones de la trilogía casi todos los planos de 'Regreso al futuro 2 y 3' sufren una elevación de encuadre que muestran un poco más de imagen por arriba, pero un poco menos por debajo, con lo que estropean el encuadre original de Robert Zemeckis?

lunes, 7 de marzo de 2005

Películas legendarias: 'El Exorcista' (I)

A lo largo de esta semana en el Abismo se irá desglosando un interesante dossier analítico sobre una de las películas más importantes de mi vida (si no la que más) 'El Exorcista', a lo largo de algunos post sobre el origen, el rodaje, anécdotas y las reflexiones que han suscitado en la historia del cine moderno este clásico irrepetible del cine de terror.
Poned de fondo el 'Tubullar Bells' de Mike Oldfield porque aquí tenéis esta primera parte.
El miedo de Dios
Llegados a una época en el que el único aliciente del género de terror ha sido la autoparodia para desmitificar las bases del género y resucitar una tradición más cerca del ‘splatter’ que de cualquier otro ámbito o vertiente psicológica, la opción más preferible es engrandecer el clásico más aterrador que haya dado el cine en su ya longeva existencia. Aquélla que ha permanecido en nuestra memoria como el prototipo del ‘miedo’ en estado puro, cercano, cotidiano, sabiendo que lo que se cuenta no es mera fantasía, está conviviendo con nosotros desde nuestros ancestros. Sí nos preguntaran cuál es la película de terror que más conmoción y miedo nos ha causado durante la Historia del Cine, probablemente responderíamos que ‘El exorcista’, no por un sentencioso sofisma pragmático que tenemos aprendido para resultar congruentes. Seguramente aquellos que la citen, lo hagan porque en realidad la película sobrecogió realmente su sentido de la angustia. Aunque los ‘gore hounds’ le otorgarían el privilegio a ‘La matanza de Texas’, ‘Hellraiser’, ‘Halloween’ o ‘Viernes 13’ (si bien es cierto que no corresponden al mismo tipo de terror) y algún vetusto y viejo conocedor del género designaría ‘Nosferatu’, de Murnau como la más destacada, ‘El exorcista’ (1973) sigue indefectiblemente ligada a los miedos más profundos del ser humano, a las pesadillas existenciales del hombre...
La película de William Friedkin es, por derecho propio, una obra que se distingue de sus procedencias terroríficas en el modo en que innovó, en la forma visual y temática con la que el filme recreó aspectos cinematográficos que hasta el momento sólo correspondían al cine clásico. ‘El exorcista’ permanece eterna en nuestro recuerdo reminiscente, entre otras cosas, porque está basada en un hecho real y porque así la vendieron en su día. Su realismo y crudeza, inscritos claramente en el género del docudrama, son el evidente signo que nos lleva a la conclusión que el filme no es frecuente en este digno arte. Por eso, aún en nuestros días, sigue estremeciendo y horrorizando a todo aquel que la descubre o revisita con la intención de pasar un mal rato. Dada la diversidad de lecturas que posee esta pieza clásica, esta obra maestra sigue manteniendo un interés analítico con sublecturas realmente apasionantes.
Simpatía por el Diablo
La época en que se gestó e hizo realidad el sueño de ‘El exorcista’ es de lo más recurrente. A la era del liberalismo y de la reivindicación de la libre independencia y libertades de todo tipo (el ‘hippismo’ en estado puro), se unió una descontrolada vocación y fascinación adjunta por la figura de Satanás y los iconos religiosos. Todo ello convirtió a Estados Unidos en un país ecuménico abierto cualquier rito, secta y credo que utilizaban muchas veces la figura del Diablo como efigie a la que adorar. La rebeldía del momento acabó por imponer una libertad que permitía todo tipo de aberraciones en todos los ámbitos (ya sea sexual, político y social). Unido al éxito de la polémica y reivindicativa ‘Easy Ryder’, de Dennis Hooper y la brutal agresión por parte de los temidos ‘Ángeles del Infierno’ a una comunidad afroamericana, hay que asociar la multitud de grupos musicales que entonaban estruendosas odas a la figura del Maligno, encabezados por sus ‘Satánicas Majestades’, los Rolling Stones de Mike Jagger. En el momento en que llegó el filme de Friedkin supuso una nueva perspectiva al servicio del espectador de la iconografía de un tema tan ambiguo como es el fascinador universo del Mal representado en su forma más espeluznante, es decir, en Satanás (o en este caso en Belcebú, protagonista total de ‘El exorcista’). Con tanta provocación y pantomima alrededor de Baphomet y toda su tradición malévola, se llegó a un momento en que su figura pasó a ser más un producto de ‘merchandising’ y provocación publicitaria de grupos musicales que lo que realmente significa. Satán pasó a ser una leyenda poco religiosa y demasiado folclórica. Por eso esta obra magna del género supuso una auténtica y clarividente resurrección del género y del Mito que siguió el camino abierto cinco años antes por la espléndida cinta de Polanski ‘La Semilla del diablo’, una cinta a la que se acusó directamente de provocar la masacre de Cielo Drive cometido por la sanguinaria familia de Charles Manson.
El génesis
Llevado por la vertiente de moda dentro de la escritura literaria, el ‘Nuevo Periodismo’ de Thomas Wolfe que marcara un antes y un después en la retórica literaria, el escritor William Peter Blatty tuvo una lúcida idea al escribir una novela en la que siempre creyó fervientemente. Una historia sobre una posesión demoníaca en la que pudiera inquirir los miedos y las creencias de la sociedad del momento. Después de acudir a las editoriales más prestigiosas de los Estados Unidos, que la rechazaron por considerarla demasiado arriesgada y cruda, la empresa literaria Harper & Row decidió ponerla en marcha con una gran campaña publicitaria. Su autor no era hasta el momento muy conocido, ya que su carrera hasta el momento se forjó a base de guiones para comedias como ‘El nuevo caso del Inspector Clouseau’, ‘Gunn’ o ‘Darling Lili’. Peter Blatty dio un giro radical con la publicación de ‘El Exorcista’, la novela. Desde el mismo día en que se publicó, el libro se convirtió en un apabullante best-seller, manteniéndose en la primera posición del ranking de ventas durante más de 20 semanas consecutivas y vendiendo más de 6 millones de copias en su etapa literaria (después de la película es uno de los libros más vendidos de la historia).
La Warner topó con el libro y decidió comprar los derechos por un módico precio de 175.000 dólares y unas cuantas exigencias del escritor, suponiendo que iba a ser una de las películas de terror al uso y sin demasiados efectos especiales. Blatty sabía lo qué tenía entre manos y la Warner accedió a que cobrara 640.000 dólares más, que irían a parar a ‘Hoya Productions’, la productora creada sólo para el proyecto de ‘El Exorcista’. Por si esto fuera poco, además de exigir la producción ejecutiva para que nada se saliera de su idea y de su propia adaptación para la pantalla, Blatty pidió un 10% de beneficios en taquilla, algo que la Warner consideró en su momento muy factible obstinados en que sería un producto no muy caro y, por supuesto, nada taquillera. Nadie entonces sabía lo que pasaría después.
Basado en hechos reales
Cuando Peter Blatty vendió los derechos de su exitoso debut literario, lo que nadie sabía es que la espeluznante historia que se narraba en sus páginas era real como la vida misma. El escritor y guionista manifestó en una ocasión que accedió al tremendo relato gracias a antiguos profesores y al Archivo General de la Compañía de Jesús que tiene su sede en Nueva York. Allí estudió con profundidad un caso que tuvo lugar en Mount Rainer (Maryland) en 1949. Un adolescente aparentemente normal y en perfectas condiciones físicas y psicológicas, comienzó a actuar de forma extraña justo después de perder a una tía suya amante de la güija. Aseguraba escuchar voces dentro de su cabeza, insultaba blasfemamente a sus atónitos padres, las cosas volaban por los aires y ni los médicos ni los psiquiatras parecían conocer el diagnóstico. El fulano también habla lenguas desconocidas (como latín o griego) hasta que llega un momento en que sus piernas y brazos comienzan a descarnarse sin dolor evidente para el chico.
Un aguerrido sacerdote jesuita de Maryland llamado Edward Campbell aseguró conocer un caso similar divulgado casi un siglo antes. Junto a su compañero de oficio, el padre Daniel Lawrence, el cura permaneció más de un mes sometiendo al poseso a multitud de exorcismos que el adolescente endemoniado repelía con violencia física, insultos, acciones telequinésicas y furia contra el símbolo católico. Una lucha que, según Blatty, acabó con una anunciación del diablo y los desesperantes gritos del niño pidiendo la presencia de sus padres sin saber qué hacían aquellos curas en su habitación. William P. Blatty asevera que éste y otros casos similares con detallados y extensos documentos comprobados por la Santa Iglesia duermen en los archivos del Vaticano. ‘El exorcista’ que puso al servicio del espectador la iconografía de un tema tan ambiguo como es el fascinador universo del mal representado en su forma más espeluznante, es decir, en Satanás. Un elemento caracterizado hasta entonces a modo de leyenda religiosa o folclórica.
La elección de un prometedor talento
Todo estaba listo para llevar a cabo la idea de Blatty a la gran pantalla. Pero era necesario dar con el director adecuado para la difícil labor de dirigirla. John Callie, uno de los antiguos ‘peces gordos’ de la Warner Bros y Blatty, el autor de la multiproductiva obra literaria, querían un director que reuniera todas las facultades artísticas necesarias para llevar a la pantalla un tema tan crudo como incómodo, sin verse afectado por los intereses económicos o reaccionariamente morales (como los que tanto se manifiestan hoy en la Meca del cine), por lo que tras sonar nombres como Steven Spielberg o John Frankenheimer como posibles candidatos, se optó por el joven y capacitado Friedkin.
A William Friedkin, paradójicamente, no le satisfizo el primer borrador de Blatty. Su obcecación era tal, que le reprochó al propio autor la poca fidelidad que tenía la escaleta respecto a su novela. De Friedkin es el prólogo de Irak y también es responsable de que la acción transcurriera en ámbitos contemporáneos en Georgetown. A Blatty le cayó en gracia la fuerte e inexorable personalidad del joven cineasta, así que ambos (con más de un aspecto biográfico en común –eran católicos, muy aferrados a sus madres-) se entendieron a las mil maravillas a la hora de escribir el que sería el guión definitivo que creó William P. Blatty para la película. Al contrario de lo que pensó Calley en un primer momento, Friedkin se involucró enteramente en un proyecto difícil, tanto por el argumento mefistofélico como todo por lo que iba a pasar dentro y fuera del rodaje. Unas contrariedades que estuvieron más de una vez a punto de suspender la producción. Cuando Friedkin (nacido en 1939) comenzó a rodar esta clásica película de terror, sólo era sutilmente conocido por haber realizado dos obras de cierta repercusión dentro del mundo del cine ‘Good times’ (1967) y ‘The French Connection’ (1971), por la que recibió el Oscar al mejor director con sólo 30 años, lo que le convirtió en una de las promesas más esperanzadoras del entonces nuevo cine americano. Además, Friedkin también había destacado en otra faceta afín a la dirección adaptando varias obras de teatro para el Off-Broadway con un éxito rutilante (‘The Birthday Party’ de Harold Pinter, ‘The night they raided Minsky's’ o ‘Los chicos de la banda’ son algunos ejemplos).
El autócrata visionario
Ya sólo quedaba el reparto para empezar el rodaje. Y Friedkin comenzó a tomar un protagonismo inusitado, incluso por encima de los propios productores. De primeras, Friedkin impuso un nivel altísimo de exigencia y un perfeccionismo que no abandonó ni un solo día en el ‘set’. Uno de los conflictos más conocidos en la elección del reparto fue el reclamo por parte del cineasta de la actriz Ellen Burstyn. Los productores, ilusionados con la nueva perspectiva comercial que estaba empezando a cobrar el filme, convencidos del tirón comercial que tendría, querían obligar a Friedkin a incluir a una gran estrella como Jane Fonda, Audrey Hepburn o Anne Bancroft para interpretar a Chris MacNeil, la madre de la niña poseída. El director enfurecido, les expuso un axioma sobre lo que debía ser la señora MacNeil en la obra y convenció a los productores, mosqueados por la dictatorial actitud del director. Otro enfrentamiento llegó cuando miembros de la Warner llegaron ilusionados con una noticia: “¡Marlon Brando estaba interesado en interpretar al Padre Merrin!”. Pero Friedkin se negó en rotundo. No quería que el público identificara el filme con Brando (recién premiado con el Oscar por ‘El Padrino’). Friedkin estaba empeñado en que Max Von Sydow fuera el vetusto sacerdote que realizara el exorcismo final. Y así fue. Menos problemas tuvieron para el resto del reparto. Por eso un actor desconocido como Jason Miller acabó haciéndose con el papel del sufrido padre Karras. Miller hasta ese momento no tenía mucha fama, pero era un gran actor teatral como lo demostrara en el montaje ‘The winners’. Lo mismo sucedió con los demás protagonistas del filme. La jovencísima actriz Linda Blair (al que dedico en su segunda parte un pequeño apartado) como la posesa adolescente, Lee J. Coob como el teniente de policía Kinderman, Jack MacGowran dando vida al cineasta Burke Dennings y Kitty Winn como Sharon, la asistenta de la casa, pasaron a formar parte del casting.
Otro trance posterior a todo lo que tuvieron que sufrir los integrantes de uno de los rodajes más duros que se recuerden fue el requisito expreso del cineasta para que el compositor de la partitura musical fuera Bernard Herrmann (habitual de Hitchcock o Scorsese), pero éste quiso tomarse unas vacaciones y rechazó el cuantioso cheque que le ofreció la Warner. Cuando se hizo cargo Lalo Schrifin (el mismo de la sintonía de ‘Misión Imposible’), Friedkin le despidió al momento de escuchar el ‘score’ que le pasó el compositor argentino. Fulminantemente, de un modo cruel y bastante cabrón: “parece una jodida música de Mariachis”, le dijo tirando ante el músico su cinta compuesta por la ventana, delante de sus narices. La lista de anécdotas en torno a las exigencias de Friedkin se hizo interminable. Arrogante e infrangible con sus actores y con el equipo técnico, el cineasta estaba como loco, obsesionado con cada detalle que rodeara su película. Al borde del caos, y muy pareja a la personalidad de Kubrick, Friedkin tuvo más de un altercado con los peces gordos de la Warner, en especial con Charlie Greenlaw, al que estuvo a punto de agredir en varias ocasiones por el simple hecho de las advertencias de la ‘major’ al pasarse cada día de rodaje del presupuesto fijado.
El director, en una ocasión, cuando finalizaban el rodaje, rodaba una de las secuencias finales, aquella en la que el Padre Dyer (el reverendo William O'Malley –cura en la vida real-) le da la extremaunción al Padre Karras (Miller), protagonizó una de sus más memorables praxis profesionales. El déspota cineasta rodó dicha secuencia más de 20 veces. El pobre clérigo, extasiado, aseguró que no podía hacerlo mejor, que estaba cansado. Friedkin, sereno, se acercó a él y le preguntó que si confiaba en él. El Padre O’Malley afirmó “por supuesto”. En ese instante, el cineasta le asestó dos sonoras hostias en la cara al cura y, sin inmutarse, gritó lo de “acción”. La toma vale la pena verla, porque Dyer está totalmente convincente. Podéis verlo vosotros mismos porque fue la toma que entró en el montaje final.
Una de las tantas otras fue el límite que quería darle a las secuencias para obtener una justificada sensación de realismo. Por ello, a la hora de mostrar el vaho que emergía de las bocas de los actores a medida que se acercaba la transformación de Regan en la habitación de la niña, Friedkin hizo meter a todo el equipo, actores y técnicos en una cámara frigorífica para conseguir el efecto deseado. También la sonada lesión de espalda de Burstyn (que le ha durado toda la vida) al ser lanzada hacia el suelo con un arnés en el plano en que Blair le propina un golpe con la cara ensagrentada tras desvirgarse con el crucifijo. La veterena actriz no evita aludir en cuanto tiene ocasión la autocracia de Friedkin en el plató. O el pleito que puso la pobre Mercedes McCambridge que después de trabajar dos meses para poner la voz que oímos en el montaje definitivo a Linda Blair durante las secuencias en que está poseída (es decir la cuarta parte del filme), Friedkin la suprimió de los títulos de crédito por considerar su trabajo insignificante.
Pone los pelos de punta y hace imaginar que el rodaje fue como el mismísimo Infierno.
Mañana, más.

Vaya jeroles

¿Una página que se dedica a capturar a celebridades, políticos, periodistas y demás fauna catódica con los ojos medio cerrados, en el peor de sus gestos y ofreciendo su peor cara posible?
Blink O Rama. Demencialmente curiosa.