domingo, 20 de febrero de 2005

Se me pone una mala hostia...

Me estoy dando cuenta que de si me pasara cinco días conectado a Internet, estaría dos más de 48 horas esperando, perdiendo el tiempo hasta que todo se carga.
¿La razón?
Impresiona ¿eh?
Tardo...
… En bajar el correo de Outlook (media de 5 minutos)
… En abrir cualquier página normal (42 segundos)
… En abrir una página diseñada con Flash (más de 2 minutos)
… Abrir el blogger de Blogspot (50 segundos)
… Colgar un post en el Abismo (más de 1 minuto –cuando no tengo problemas-)
… Bajarse algún programita o archivo de más de 3 megas (más 1 hora y media)

sábado, 19 de febrero de 2005

Pues yo voy a votar que NO

Mañana se supone que hay que votar.
¿Y qué es lo que hay que votar? Pues según quién te lo dicte. El gobierno (y la oposición con la boca pequeña) te sugieren obligatoriamente que votes que “sí” ¿Por qué? Pues sencillo, porque la abstención y el voto negativo les vienen mal para su papel político en Europa.
Lo curioso de todo es que el referéndum de mañana no tiene más fuerza vinculante que el de hacer saber al pueblo que ellos ya han decidido que sí, visto en esos lúcidos eslóganes tipo “si no votas, no estás ejerciendo la democracia” ¿Democracia? ¿Intimidar a la ciudadanía para que se vote con un “sí” es democracia? También es curioso (y no por ello menos repelentes) los ‘spots’ creados para la ocasión con un grupo de famosillos, líderes de opinión que se arriman al sol que más calienta, ex futbolistas que marcaron época, intelectuales venidos a menos, famosillos (me hace gracia cómo han mezclado a los dos niños de las series más vistas en España), anuncios que pretenden convencer a los Españoles de que la Constitución Europea es el lenitivo sociopolítico a nuestras vidas como europeos.
Esta constitución europea está creada por una serie de tecnócratas encabezados por Giscard d´Estaing en beneficio de los intereses exclusivos de Francia y Alemania, que han logrado hacer que un tratado económico en beneficio de algunos cuantos dirigentes parezca una constitución que se preocupa por el pueblo. Una carta otorgada, vamos, que no una constitución. Pero esto da lo mismo, porque es igual lo que votemos porque no es vinculante. Pero no estaría mal abstenerse o votar no, ya que el referendum se está convirtiendo en un plebiscito. Se trata de una pregunta mal planteada y encuadrada en una cruzada tramposa que simula dar importancia a nuestra opinión en un asunto con praxis meramente moral. Que votemos mañana no es más que el último paso para que los gobernantes y oposición se queden a gusto, siguiendo su extendido despotismo ilustrado de “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, consigna seguida en la política actual de todo el mundo. Sólo se acuerdan de los ciudadanos cuando a ellos les viene bien. Algo que todos conocemos históricamente como oligarquía.
Para ZP es muy importante que mañana salga “sí” como autoafirmación de que lo está haciendo bien, así el pueblo español respaldaría la gestión de su Gobierno. Yo voté en marzo por ellos, no voy a negarlo. Por eso mañana me a conceder el lujo de votar que “NO”. No estoy dispuesto a apoyar un proyecto exigido y en el cual se ha ejercido la desinformación. Un proyecto europeo del que se sabe apenas que es farragoso y lleno de despropósitos.
La partida se juega en la participación. Si vota mucha gente ganará el “Sí”. Si la abstención es alta aumenta el riesgo de un triunfo del “No”. Así que habrá que tocar los cojones un rato y dejar el “Sí” para el día que nos casemos, nos inviten a la segunda copa, una rubia espectacular nos proponga relaciones sexuales o nos pregunten por una subida de sueldo.

Miss McDonald, ejemplo de absurdas frases axiomáticas

Un colega mío del que no diré su nombre al que le gusta colocarse a todas horas fumando marihuana mientras ve la televisión disfrutando del cine más ‘freak’ y escuchando a todas horas rap, hip-hop, música 'gangsta' y cualquier otro grupo 'hardcore', una especie de Floyd (elegíaco y entrañable personaje de la película de culto ‘True Romance’, de Tony Scott), me dijo el otro día filosofando a su manera: “la gente está colgada, tío”. Esta frase no dejaría de ser como una especie de muletilla generalizada entre todos los devotos a todo tipo de alcaloides, si no fuera por noticias como esta que os narro a continuación.
Resulta que existe una mujer allende en Filipinas que está obsesionada con Ronald McDonald, el desagradable y aborrecible payaso de la cadena de ‘fast food’ McDonald’s (con esa execrable comida que tan reflejó Morgan Spurlok en ‘Super Size Me’). Tanto se ha traumatizado con el clown, que directamente se cree él. Esta irracional jovencita filipina (que su morbo tiene, porqué no decirlo) posee una esperpéntica página web explicando con todo lujo de detalles gráficos cada apasionante hora en su día en su día a día como Miss McDonald, clarificando que una desequilibrada, trastornada por la globalización, también lleva una vida cotidiana, normal, como la de cualquier payaso Ronald McDonald, claro está.
Es entonces, en el momento en que uno descubre estas incoherencias mentales (reafirmarse como mascota de una gran multinacional) cuando la frase de mi embelesado amigo adquiere el nivel de axioma. Y es que es cierto que, como bien dice, “la gente está colgada”.

Traci Lords: la gran diosa del porno 'ochentero'

Hoy le voy a dedicar un hueco existencial a uno de los iconos mejor conservados gracias a su incandescencia sexual en la memoria colectiva del pajero, de aquellos que la hemos amado mirando la televisión a una sola mano. Me refiero, como no podía ser de otra manera, a la soberbia Traci Lords. Cuentan los rumores de la época que desde sus inicios tuvo un especial enfrentamiento con la otra gran diva del género porno, Ginger Lynn, una rivalidad y enemistad irreversible entre ambas actrices que se extendió durante toda la década de los 80, periodo tan proclive para este género de prosapia más bien encendida. Ambas, además de poder considerarse como dos de las más grandes divas del porno, han otorgado a la historia visual e indecorosa títulos imposibles de olvidar gracias a una fantástica química desplegada en la pantalla.
Mientras Ginger la iba llamando en cuanto podía “pequeña puta”, nuestra heroína, lejos de cortarse un pelo, le arrebataba al pavo con el que estuviera la diosa Ginger. Una lucha que duró toda la vida, a lo largo y ancho de sus respectivas carreras profesionales. Pero no es para echarse a llorar, ya que, como sabrán los grandes aficionados al X, ambas trabajaron juntas antes de que dejaran de ser ‘amiguitas’ para siempre. Todos recordamos ‘Those young girls’ (tal vez, la más rememorada de todos sus trabajos comunes) con el enorme Harry Reems viendo cómo tan preciadas damas rivalizaban por su kilométrico falo. Títulos como ‘New Wave Hookers’, ‘Miss Passion’ o ‘Girls on fire’ en los que coincidiría la ‘creme’ de la ‘creme’ pornográfica: léase Gina Carrera, Kimberly Carson, Peter North, Nina Hartley, Annette Haven... han hecho de esos roces el punto de diana ideal para los grandes mitómanos del género X.
A estas alturas sería una estulticia empezar a poner en duda la gran capacidad de esta mujer o de fluctuar a la hora de subirla a los altares del cine X porque ha sido, es y será la gran Diva del cine porno de los 80, la cual alcanzaría una fama demedida por el incidente que protagonizó y que hizo que ocupara portadas de medio mundo con su sorprendente caso. El publicitado hecho no fue otro que el juicio al que se vio sometida al descubrirse que filmaba sus productos hardcore y mega-guarros siendo una pequeña pícara, una lolita, vamos, una menor de edad. La inteligencia y belleza de Traci Lords parecía no tener límites, ya que el angelito les había mostrado a los productores de su primera etapa documentos de identidad falsos cuando ella aún no había cumplido dieciséis años. Traci nació un 7 de Mayo de 1968 en Steubenville, Ohio y de todos es conocida su evasión de la casa familiar para escapar de los abusos de su padre alcohólico. Un hecho que le llevó a partir rumbo a la costa oeste en 1983. “Nada mas ver una palmera me quedé extasiada. California era totalmente distinta al lugar de donde venía. Mi piel era tan blanca que parecía una extraterrestre. Jamás había tomado sol para ponerme morena. Esas cosas no se hacen en Ohio”, asegura.
Ya instalada en Los Angeles, se cambió el nombre y falsificó su fecha de nacimiento. Su primer escalón al estrellato: modelo para revistas masculinas. No hace falta decir que rápidamente fue nombrada playmate favorita de los lectores. El resto de la historia de su llegada al ‘mondo porno’ no tiene mayor rémora. “Empecé a posar desnuda para ganar dinero, pero me tenía acostar con tipos asquerosos para conseguir más sesiones fotográficas. Pronto decidí que era más rentable acostarse diariamente con tipos delante de una cámara de cine o de video y que me paguen por ello. Sin intermediarios”. Así, sin cortarse un pelo. Ella misma recuerda que una de las primeras veces que trabajó para la agencia de modelos de Jim South, la sesión de fotos de sexo simulado tuvo que interrumpirse cuando Lords dejó de simular para pasar a la acción. La entusiasta nueva actriz porno debutó con ‘What Gets Me Hot’ y ‘Joys of Erotica’, sus dos primeras películas de este género.
Para inaugurar su nuevo status laboral Nora Louise Kuzma decidió cambiar de nombre, así nació Traci Lords. Y aunque todo el mundo crea que se hizo llamar así por el personaje que interpreta Katharine Hepburn en ‘Historias de Filadelfia’, asegura no haber visto esa película por aquellos días. De esta manera se abrió paso en el mundo pornográfico. En sus primeras películas trataban de disimular su aspecto inocente con maquillajes recargados. De esta manera la pequeña lolita empezó a sonar en los ambientes obscenos visuales. Sólo en 1984 intervino en casi 20 películas, cifra que multiplicó al año siguiente consiguiendo imponerse como la número uno de la profesión. Se montó su propia productora ‘Traci Lords Company’ y se agenció una casa en Malibú al lado de las grandes estrellas de Hollywood.
El 11 de Junio de 1986, la policía interrumpió en su casa para llevársela a la comisaría, acusada de haber trabajado en el negocio pornográfico sin haber cumplido la mayoría de edad. Esto provocó uno de los procesos judiciales más notorios en la historia del cine X. Entre sus films porno rodados cuando era menor de edad se destaca ‘Lust in the Fast Lane’, en el que actúa otra estrella del hardcore de la época, la rival Ginger Lynn. Otros Títulos: ‘Those Young Girls’, ‘Night of Loving Dangerously’, ‘Hollywood Heartbreakers’, ‘Open Up Traci’ y ‘Sexy Traci’. Todas ellas realizadas entre 1984 y 1986.
Tras esta incómoda interrupción en su carrera pornográfica, en 1988 fue convocada al cine de clase B por Roger Corman en su producción ‘Not of This Earth (De Otro Mundo)’, que dirigió Jim Wynorski, rehaciendo el film homónimo del propio Corman de 1957. Wynorsky dejó de trabajar con ella porque decía que “la muy zorra no aceptaba papeles desnuda”. En 1990 hizo un pequeño papel en la comedia de John Waters 'Cry Baby’, interpretando un papel a su medida: el de Wanda Woodward, la chica más sexy del colegio, sacando pecho y adoptando poses provocativas con la ropa ceñida al cuerpo, a pesar de ser, en el fondo, una inocente virgen incomprendida. El rey del cine trash la volvió a llamar para una aparición en ‘Serial Mom’ (1994). Entre el puñado de films de bajo presupuesto en los que actuó se destaca el thriller clase B ‘As a Good As Dead (Amistad Fatal)’, dirigido por Larry Cohen.
A finales de los 90 Traci Lords se dedicó a la música pop editando varios trabajos: su talento como cantante se pudo apreciar también en las bandsa sonoras de ‘Cementerio Viviente 2’ y ‘Mortal Kombat’ y en el disco de Los Ramones ‘Acid Eaters’, donde hizo los coros en un cover del clásico hippie de Jeferson Airplane ‘Somebody to Love’. En cine, destacó en pequeños papales de alguna gran producción como ‘Virtuosity’, de Bret Leonard, ‘Nowhere’, de Greg Araki y ‘Blade’, de Stephen Norrington dando vida a la vampiresa Raquel. Tsui Hark la llamó para ‘Black Mask 2: City of Masks’ y lució palmito en la serie televisiva creada por Cynthia Saunders ‘Profiler’, pero Traci sigue teniendo un hueco en las tv-movies y cine de serie B con títulos desconocidos como ‘You are Killing me’, ‘Extramarital’, ‘Frostbite’, ‘The Chosen one’, con el actor de culto extraviado en los mismos círculos que Lords, Tim Curry. Lo último de esta musa sexual es una autobiografía en la que cuenta todos los pormenores de su agitada vida en la autobigrafía ‘Traci Lords: Unnerdneath in all’.
El caso es que nuestra pequeña gran Traci siempre persistirá en nuestra memoria como aquella ninfa menor de edad que gemía y gritaba de un modo tan peculiar que es imposible olvidar. Y hoy en día, incluso, sigue siendo la referencia de actriz porno de la que todo el mundo ha oído hablar alguna vez.

jueves, 17 de febrero de 2005

Review 'Million dollar baby'

El riesgo de vivir un sueño
Clint Eastwood propone una valiente, inquebrantable y enternecedora obra maestra que establece lo mejor del clasicismo cimentado en una sencillez y una pureza exultantes.
Parecía difícil que tras ‘Mystic River’, sombría y pesimista obra de sólidos pilares acerca de la más cruel y oscura naturaleza del ser humano y la violencia de la sociedad americana actual, Clint Eastwood volviera a arriesgar tanto en su nueva propuesta. Sólo un cineasta como él, consolidado como uno de los últimos clásicos del cine moderno, era capaz de atravesar el umbral dramático de la dureza y destemplanza que había situado con su anterior filme para explorar la amistad, el dolor y la muerte en un ámbito honesto y real con la propia condición humana como es su nuevo trabajo.
Eastwood lleva décadas componiendo con sus inmejorables cintas los capítulos de la gran tragedia americana, de lo doloroso de aquellos personajes a los que el cine de su país no dedica una sola mirada, ‘outsiders’ en continuo conflicto con los valores que le rodean. Y ‘Million DollarBaby’, no iba a ser una excepción. La emotiva historia presenta a Frankie Dunn, un preparador de boxeadores víctima de algunas decisiones vitales que le han convertido en un ser resentido y triste, debido a la pérdida de contacto de una hija que le desprecia hace tiempo. En su gimnasio, los únicos vínculos humanos que mantiene son un prometedor púgil que está a punto de dejarle para fichar con un gran manager y Eddie ‘Scrap’, un ex boxeador malogrado por la pérdida de un ojo que cuida y mantiene el recinto. En su vida irrumpirá Maggie Fitzgerald, una joven e inculta camarera dispuesta, pese al inicial desprecio de Frankie, a alcanzar su único sueño de lograr pelear por un título. Algo que Frankie nunca consiguió como entrenador.
Pero, al contrario de lo que pueda pensarse, ‘Million Dollar baby’ no es un filme centrado en el boxeo (muchos quieren compararla con los paradigmáticos clásicos de Rossen, Mark Robson, Robert Wise o John Huston), al igual que ‘Sin perdón’ no era un western. Ambos géneros (en este caso subgénero) son simples pretextos para ahondar en algo mucho más profundo, en aristas vitales, errores o estigmas pretéritos que endurecen toda una vida. Si en su ‘oscarizado’ western se adentraba en complejas cuestiones morales y sociales como la redención, el valor de la vida y la venganza, en su nueva y magistral película, Eastwood escarba en los sueños de la vida y los riesgos que se deben tomar para lograrlos, a modo de inigualable introversión sobre la muerte en un mundo de desarraigados unidos por imperfecciones y defectos comunes, donde la deuda de las ilusiones supera las frustraciones vitales en un entorno de fortaleza mental, representado en un cuadrilátero que delimita la vida de unos seres que solventan en él gloria y sufrimiento.
El contexto pugilístico sirve perfectamente para utilizar sus criterios, reglas, germanía y combates para metaforizar así la soledad humana, el amor, el dolor y la culpa de unos antihéroes clandestinos, fuera del contexto social cotidiano, pero que existen en el mundo real, persiguiendo sueños que se saben imposibles. Una atípica historia de superación sobre perdedores que se resisten a ser considerados como basura y que, con mucho sacrificio, muestran el triunfo humano en lo que para muchos es una vida de fracaso.
Apoyado en guión equilibrado y sobrio, Paul Haggis adapta un relato corto de Jerry Boyd (más conocido como F.X. Toole) que Eastwood aprovecha para ofrecer un recital de clasicismo, acomodando en este género utilizado como simple excusa para adentrarse en lo que de verdad el importa, en las tinieblas más oscuras y políticamente incorrectas de un drama universal como es el desamparo emocional, ejerciendo de cronista del ocaso y consagrando un estudio psicológico donde las decisiones trascendentes nunca fueron tan significativas para el destino de unos personajes que poseen la nobleza, integridad y constancia como único modo de vida. Y es ahí donde encuentra su armazón espiritual, en aquellas resoluciones que cambian la existencia. Ya en su primera secuencia podemos observar cómo Frankie no escapa al hecho de asumir riesgos, pero siempre desde la protección, haciendo que su mejor púgil salga al ring con el ojo destrozado aconsejándole que se deje golpear una sola vez para obstruir la herida. Un golpe más y tendrá difíciles consecuencias. Para Frankie asumir riesgos se ha convertido en un suplicio desde que su mejor amigo perdiera un ojo por no tirar la toalla a tiempo.
De este modo, se ha convertido en un ser huraño, poco comunicativo, derrotado y aislado en su incurable soledad que se ha propagado debido a la indiferencia de una hija que no le habla ni quiere saber nada de él. Posiblemente, por algo que el propio Frank hiciera en el pasado. Algo terrible, porque todas las cartas que ha enviado a lo largo de los años le han sido devueltas sin abrir (siempre con el membrete de “devolver al remitente”). Sin adoctrinar ni dramatizar, el dolor de Frankie se aprecia en su ajado rostro, por una punición incurable que no encuentra ninguna moralizante recompensa. Lo único que le queda es su modesto gimnasio, la lectura de Yeats y su autodidacta forma de aprender gaélico. El único contacto fuera del boxeo lo tiene con un pobre y paciente cura al que putea con preguntas bíblicas de enigmático esclarecimiento.
La aparición de Maggie va a cambiar su vida. Esta inculta y obstinada chica economiza y reserva todo su dinero para entrenarse y progresar como boxeadora, trabajando para ello como camarera y subsistiendo de las propinas y de las sobras de sus clientes. Una actitud que convencerá al viejo Frankie de que la ilusión y la ambición todavía pueden devolverle la esperanza de seguir entrenando a un nivel de primera. Dos mundos que chocan, pero que acabarán complementando sus carencias, compartiendo un espíritu en común y descubriendo el sentido de familia que habían perdido tiempo atrás.
‘Million Dollar Baby’ enuncia la determinación de una mujer por conseguir un reto que encuentra a la única persona que, no queriendo saber nada de ella y despreciando su empeño, acaba por darlo todo por esta luchadora en todos los sentidos de la vida en un poderoso y brutal acto de amor. Frankie pasará a simbolizar al amado padre que Maggie perdió siendo niña y el veterano entrenador encontrará una segunda oportunidad para exorcizar la herida emocional que tanto daño le está haciendo.
Clint Eastwood aborda lo arduo de la situación con una comprometida simplicidad del cine clásico que, en manos del director, consigue la sobriedad del más que difícil ejercicio de denotar lo profundo a través de lo sencillo, en una frontera realista en la que no existe la poética ni el lirismo y donde nada está embellecido, filmado con una elegancia y moderación que sólo puede darse desde la experiencia vital de quién ha vivido y sabe lo que es la vida, especulativo con todas las respuestas vitales que ofrece este maravilloso drama. Un ejercicio epistolar, donde su tenebroso realismo se alimenta del inescrutable dolor y sosegante serenidad que subliman unas imágenes cuyo ritmo parece contenerse en cada fotograma, haciéndolo progresar la historia silenciosamente, hacia una desgarradora tragedia.
Eastwood huye en todo momento de la artificialidad auspiciado en su autoridad narrativa e inspiración artística, con un virtuoso tratamiento de las emociones y situaciones, dotando a los personajes de voz propia, retratándolos sin evadir sus miedos, sus defectos o vestigios sentimentales, pero dejando espacio para la ironía y la sonrisa, capaz de pasar, en un solo cambio de plano, de la tragedia al toque de humor sin que se debilite el fondo de la película en la enésima lección de progresión dramática. Si algo destaca en ‘Million DollarBaby’ es la facilidad con la que el espectador se identifica con los personajes, con su situación y sus miserias, encaminados a una dolorosa resolución humana, a un imperecedero descenso a los infiernos morales más profundos que se puedan dar en esta vida. En este sentido, la película de Eastwood es una de las experiencias emocionales más intensas, dolorosas y asfixiantes que se hayan podido contemplar en una pantalla en la última década.
Eastwood, rehusando cualquier canon establecido, la impugnación de la moral y la fe hegemónica y sin coartadas esteticistas en lo más doloroso de una forma directa, asume una de las historias de amor paternofiliales más emotivas que se hayan visto en mucho tiempo. Un drama que, a pesar del desasosiego que llega a provocar, nunca cae en el sentimentalismo fácil, ni mucho menos en el maniqueísmo, mirando a sus personajes a un nivel humano cuando ejecutan sus actos o toman esas trascendentales decisiones. Una cinta de una belleza imponderable, reflejada en varias secuencias de dejan ver el calado de integridad de los caracteres y de Eastwood como director, simbolizado, por ejemplo, en el plano en que Maggie, después de ganar un importante título, recuerda lo único que la hizo feliz cuando observa a través de la ventana del coche a una niña que le sonríe, mientras, simbólicamente, Frank limpia los cristales del coche, que no son más que las lágrimas de la joven.
O el trato que se le da desde su guión al humanizado y comprensivo cura, el padre Horvak (Brian O'Byrne), de una forma positiva y amparadora del dolor, algo inusual en una sociedad moderna apóstata y peyorativa con la Iglesia. Otra lección de ‘Million Dollarbaby’, que no juzga una creencia sino a las personas. Incluso ahí, la película de Eastwood se muestra como una visión retroactiva a los mejores clásicos del cine. Todo funciona como un engranaje de insuperable magnificencia; el determinante claroscuro cinematográfico de la espléndida fotografía de Tom Stern (que comienza con el logo de la Warner en blanco y negro), los largos silencios, el lenguaje corporal de los actores (magnífico aquel plano en que Hillary Swank ensaya el juego de piernas mientras sirve como camarera), la utilización más que sutil y al mismo tiempo poderosa de la ‘Voz en off’, la dirección de producción austera y emocional de Henry Bumstead, hasta llegar a los acordes de guitarra y piano que el propio Eastwood ha compuesto para la ocasión.
Tal vez lo único innecesario sea esa prolongada subtrama que tiene como protagonista a la despreciable familia de Maggie, egoísta y estereotipada, que pesa en algún momento sobre un guión férreo, de construcción milimétrica. Una imprevisión que se encubre bajo las miradas cómplices de Frankie y Maggie, la admonición de ‘Scrap’ a favor de ese entrañable personaje retrasado llamado “Peligro” y el sentimiento de culpa que pesa sobre cada uno de estos pobres sufridores multiplican la dramaturgia con sus derrotas personales y albergan la esperanza de las segundas oportunidades.
En el apartado de reparto, Morgan Freeman aporta su habitual pátina de sabiduría interpretativa en un papel que por fin se corresponde a una altura actoral como la suya. Por su parte, Hilary Swank, apuntala con una inabordable solidez el alma de la película, acreditando una sublime miscelánea de fisicidad e interpretación que merece todos los elogios del mundo, increíble en su fusión de rudeza palurda y candidez inocente. Pero es Clint Eastwood quien merece una mención aparte, ya que en este terreno en el que empezó y se convirtió en estrella, es donde jamás estuvo tan estupendo, mostrando su parte más humana en un elogio a la vulnerabilidad, a la emoción contenida. Sin duda alguna, Eastwood ha creado la mejor interpretación de su carrera.
‘Million Dollar Baby’ acoge el existencialismo tratándolo con ecuanimidad el amor y de dolor, la compasión y el horror, hasta llegar al momento cumbre de solidaridad y despedida. Una de las películas más personales, heterodoxas y arriesgadas que han surgido durante la última década en Hollywood. Muchos la califican de obra maestra. Y no están muy lejos de acertar en sus muchos y merecidos ponderativos.
Miguel Á. Refoyo © 2005

La Primera de la Tercera Década

Pues esta mañana me he levantado con un año más. Acabo de entrar en la treintena. Tres décadas. 10.950 días -restando los días correspondientes a los años bisiestos (ni por calcularlos)-. La verdad es que esto de cumplir años siempre es lo mismo. Ahora cada vez que pasa un año no significa que menos para pasártelo bien. Hoy en día, cuando uno se mira al espejo advierte a un individuo cada vez más gordo, con más barba, más calvo y más flemático. El otro día, sin ir más lejos, descubrí horrorizado que me había salido un pelo en la oreja ¿Qué coño significa esto ¿Pertenezco a algún macabro episodio de ‘En los límites de la realidad’? Me veo en breve jugando una partida de 'chinchón' con un grupete de abueletes aficionados a los toros.
Treinta años después de haber visto la luz, aquí estoy, delante de una pantalla escribiendo para quién sabe quién. Hablando conmigo mismo sobre qué escribir en esta demencial jornada. Un episodio más en este Abismo, otro día de indolencia y resignación vegetando en esta ridícula ‘sitcom’ de humor negro en que se ha transformado mi vida. Con tres décadas a mis espaldas lo lógico sería hacer un balance o un postulado, en este caso inverso. He llegado a un momento en el que me encuentro internamente estigmatizado, sin nada residual ni ímpetu vital. Por fortuna nunca me he dejado llevar por absurdos traumas y algún día de estos me propondré salir de esta espiral de apatía que me circunda diariamente las ganas de reconciliarme con el mundo. Leeré a L. Ron Hubbard a ver qué aconseja.
Y es que los cumpleaños ya no son lo mismo. Cuando eras un crío llevabas unos cuantos Sugus al colegio y todos te cantaban el cumpleaños feliz. Te hacían sentir especial; te consentían meter un gol en el recreo, la chica que te gustaba te sonreía, tu madre te hacía tu comida favorita, te regalaban ridículos pijamas de osos y alguna que otra novela de Dan Simmons o Dean Koontz. Vale, siempre estaba el típico hijo de puta que te tiraba de las orejas el número de veces que años cumplías o las postales ‘divertidas’ propensas a la arcada. Ahora no. La gente que se acuerda queda bien felicitándote con total autosatisfacción y las gracias agradeciendo el gesto (pero por dentro piensas “regálame algo, cabrón” –el materialismo es a lo que arrastra-). Una letanía centenaria. Sin embargo, yo creo que a todo el mundo, el cumpleaños, llega un momento en que le da lo mismo.
Estaría bien que alguien llegara el día de tu cumpleaños con un ‘cheque-regalo’ a la puerta de tu casa, felicitándote y entregándote 5.000 euros, por ejemplo. Eso estaría bien. Qué digo bien. Sería la hostia. O que una confitería de prestigio te enviara una tarta enorme de chocolate de la que saliera, por ejemplo Kyla Cole, lujuriosa y escandalosamente inmoral, con una copa de champán dispuesta a brindar por la conmemoración haciendo del día un ‘Cumpleaños especial y sexual’ que evocaras por siempre jamás (sí, vale, ya no sé qué excusas inventar para colocar una foto de una escultural señorita mostrando una vistosa y sexual complexión desnuda). Ahora recuerdo de qué forma tan sensual le cantó la epicúrea Marilyn el ‘Happy Birthday’ a Kennedy… Eso es un cumpleaños. Lo demás son gilipolleces.
¿A qué me lleva todo esto, amigos? A la irrefutable utilización de esta inconsecuente circunstancia anual para afianzar en mi cuerpo serrano la primera gran cogorza de la tercera década. Una fiesta acojonante dipsomaníaca me espera esta noche. Y mañana, la resaca.
Oye, que esto escrito así suena bien “La primera de la Tercera Década”, muy ‘Star Trek’.
Basta.
PD: Vaya un post tan deplorablemente ególatra me ha salido. Tomaré el comodín de “es mi cumpleaños” para excusarme.
PD2: Me estoy dando cuenta escribiendo este weblog de que soy un individuo bastante raro y mohíno.

La realidad supera a la ficción (otra vez)

Vamos con la siguiente historia...
Peer Larson es un muchacho de Greenfield, Wisconsin. Tiene 17 años, le gusta la Coca Cola, los Menús Big Mac, masturbarse con la mano izquierda mientras oeja una Hustler de segunda mano que le ha conseguido Robby Barbs, un amigo ‘skater’ que fuma marihuana y le da caladas de vez en cuando. Peer también es fan de la trilogía de ‘El señor de los Anillos’ y le gusta perder el tiempo viendo la MTV. Está enamorado de Wendy Holmes, una niña pija fan de Brittney Spears que ni siquiera sabe que el chaval existe.
Hasta ahí muy normal en cualquier adolescente de USA y de cualquier lugar del mundo.
Pero Peer últimamente está muy contestatario y rebelde. Sus padres, preocupados, han acudido al pastor Henry Buttley, que les ha sosegado expresando que son cosas de la edad y que no le den importancia.
El año pasado, un día de frío invierno por la mañana, el hermano menor de los Larson llamó “puta” a una profesora del Whitnall High School. Fue un tremendo incidente que pudo haberle costado la expulsión. Pero lo peor (o mejor, en este caso) estaba por llegar. El profesor de cálculo de Larson, Aaron Bieniek, sabiendo de sus problemas con las matemáticas, decidió mandarle unos cuantos deberes durante las vacaciones para mejorara en esta asignatura.
Peer se volvió y le dijo: “Te va a caer un paquete por esto, cabrón negrero”.
La cosa es que… Peer Larson llevó a cabo su amenaza denunciándole en el primer juzgado que encontró de camino a casa, alegando que “le había arruinado las vacaciones, cuando se supone que cuando alguien está de vacaciones no tiene que hacer ningún tipo tarea”. Puede resultar absurdo, pero parece que el proceso sigue adelante, ya que la demanda legal apunta a circunscribir la tarea para el hogar a los 180 días que conforman el año escolar y terminó convirtiendo a Larson y a su padre, Bruce, en unos héroes para los chavales de su ciudad natal. Es otro ejemplo de la llamada “cultura de la compensación”, totalmente fuera de control en Estados Unidos. Lo divertido de todo es que hay posibilidades de que a Peer se le tenga que indemnizar con una cuantiosa suma de dinero que oscila entre 100.000 dólares y un millón por ello. “La mayoría de las escuelas están cubiertas por daños físicos, como por ejemplo si un chico se lesiona practicando un deporte, pero los seguros prácticamente no existen en los casos de acoso verbal, donde las indemnizaciones son potencialmente elevadas y las juntas escolares terminan atrapadas”, apunta el abogado Walter Olson.
Y no sólo eso. Hay ejemplos que apuntan a esa posible victoria, como sucedió en Nueva York, en el mes de enero un ex profesor disconforme que presentó 18 demandas legales contra la junta escolar de la ciudad desde 1987, pidiendo un resarcimiento de varios millones de dólares en concepto de daños y perjuicios, tuvo que pagar 3.000 dólares de multa y, además, se le impidió iniciar cualquier acción futura.
Esto me recuerda muchísimo al episodio 306 de ‘South Park’, el mismo que protagonizada el Panda del acoso sexual. Cuando esta mascota de ayuda al niño para que acuse a quien le pueda acosar, sirve de excusa para que de South Park comienzan a acusarse mutuamente de acoso y demás imputaciones (ilegítimas o no). Es cuando el padre de Kyle se aprovecha de la situación para engrosar su cuenta bancaria llegando un momento en que los niños de South Park acuden a la escuela totalmente desvalijada por pagar las demandas impuestas contra ella.
Una vez más, la realidad supera, de un modo más que naturalista, a la ficción.
Creo que mañana, sin pensarlo, pienso demandar a alguien. Quién sabe, igual tengo suerte y gano algo de dinero a costa de algún pardillo.
(Tararead conmigo)
¿Quién vive al este del bosque? El panda del acoso sexual! ¿Quién te lo explica a ti y a mí? El panda del acoso sexual.

miércoles, 16 de febrero de 2005

¿Arrebato 'ochentero'?

Esta mañana me he comprado el número 342 de la excelente revista cinematográfica 'Dirigido por...'. Y en su portada, ya me ha extrañado comprobar cuál es el estudio al que se dedica la publicación este mes: un exhaustivo dossier sobre tres, a priori, estudios independientes de Hollywood. Pero claro, viendo a los tres directores que copan su anverso a uno le da por pensar qué es lo que se va encontrar en el interior de sus páginas.
El estudio es todo un curioso contrapunto al cine transgresor y autónomo de aquellas productoras que hacen pequeñas películas que no se estrenan a un nivel comercial sino en sintetizados círculos de festivales, Quim Casas, escruta a modo de exploración analítica e histórica el pasado y presente de tres productoras tan célebres e imperecederas como la Zoetrope de Coppola, la Amblin de Spielberg y la Lucas Ltd. del tío George.
La pregunta es ¿Qué es lo que lleva a una revista de este calibre a centrarse en un tema tan anacrónico como este? ¿Están de actualidad por alguna razón en concreto? ¿Es que esto es un claro ejemplo de contagio ‘ochentero’ del que muchos padecemos y se está extendiendo a los medios considerados ‘serios’?
Curioso, al menos, no deja de ser.

Boquitas y bocazas

"Nunca en mi vida he visto los Oscars. Me parece un ridículo desfile de moda. Además ¿Qué negro se sienta allí y los ve? Para mí estos premios son una puta gilipollez”.
Chris Rock
(Una semana y media antes de presentar la gala de los Oscars)

martes, 15 de febrero de 2005

‘Centauros del desierto’, el gran icono del 'Western'

Considerada como una de las mejores películas de la historia del Séptimo Arte, ‘Centauros del Desierto’ es, por derecho propio, una de esas piezas que agotan elogios y acaparan estudios, que permanece constante en nuestra memoria colectiva con su espléndida vivacidad y atemporalidad. Como se ha empeñado en reiterar en multitud de ocasiones ‘Centauros...’ es el western por definición pura, el género americano que incluye en sus fastos obras imborrables, indelebles.
El filme de John Ford puede ser considerado a estas alturas como "el western que se sitúa por encima de todos" (al igual que el rótulo que decoraba uno de sus carteles más memorables). Nos encontramos ante una obra terminante, de complejísima y consumada construcción, de la cual pocas cosas se pueden decir ya, debido a los exhaustivos análisis que se han extraído, interpretando cada secuencia y giro hasta el delirio. Esta película del Oeste representa la afirmación del arte, la emoción y el espectáculo como jamás nadie ha sabido exhibir en una pantalla de cine. Por eso, la constante revisión de la obra de Ford es una nueva oportunidad de engrandecer la más descriptiva cinta fordiana. En algún momento de la historia, Ford reflexionaba sobre ‘The Searchers’ (su título original) comentando que era “simplemente la tragedia de un hombre solitario. De un hombre que regresó de la Guerra de Secesión, probablemente se fue a México y volvió a casa convertido en un bandido que luchó para Juárez o Maximiliano, sabiendo que nunca hubiera podido ser realmente el miembro de su familia que hubiera querido...”. Este es el arranque, el prólogo, la sinopsis de la historia, el comienzo del rumbo que sigue una trama de dimensiones ciclópeas para perpetuar un sentido narrativo inusual y arriesgadamente envolvente.
La historia de Ethan (John Wayne), un tipo solitario obsesionado durante años con rescatar a su sobrina Debbie (Natalie Wood), raptada de pequeña por los indios cuando éstos asesinaron a toda su familia, trata sobre la búsqueda de los vínculos familiares que quedaron rotos en el mismo instante en que el Jefe Cicatriz los asesinó y se llevó a la pequeña. Pero lo hermoso de este clásico es todo el armazón de relaciones, analogías, parentescos, traiciones y simbología que alcanza un nivel de acopio excepcional en la larga carrera de Ford, destruyendo e redescubriendo a la vez, de forma soberbia, todas las bases de la narración clásica.
Desde el apoteósico comienzo con la llegada del hijo pródigo, del héroe atormentado a casa de su hermana Laura (Vera Miles) observamos hasta dónde puede llegar la amargura y el desencanto de un hombre, víctima de un existencialismo que marca uno de los personajes más logrados en la ‘época dorada’ del Hollywood más añorado, tal vez resultado del contraste revisionista con respecto a la película desde una óptica de escepticismo, de madurez en la perspectiva de Ford. Un aspecto éste excepcional con respecto al personaje de un John Wayne que marcará una disposición elegíaca en la posterior tradición de los (anti)héroes de la obra de uno de los genios más alabados de la historia del cine. Acumulando la línea narrativa de falsos aforismos (fugaces, efímeros, a veces incompletos) para que el espectador saque su propia conclusión, de forma interpelativa (¿cómo olvidar el célebre plano que abre y cierra la película?) para que entremos, como privilegiados asistentes, de un modo directo en la narración para captar el sentido total de los personajes y luego, al final, devolvernos a nuestra realidad.
Todo el viaje que realiza Ethan no se limita a ese rastreo en busca de su sobrina por todo el vasto Oeste, que bien podía ser la metáfora de la búsqueda homérica de su propia identidad, de autoexploración interior sumido en la soledad del territorio que le rodea y le cerca a la vez. También lo es para evidenciar la insociabilidad de un personaje oscuro, privado de hogar, con dificultad para amar. En este ámbito, la lectura que se extrae en su relación con su acompañante de viaje, el repudiado sobrino Martin (Jeffrey Hunter), otro ser herido debido a su mestizaje y el rechazo que sufre por parte de Ethan es la clave fundamental de ‘Centauros...’. Ya que Martin es una especie de sustento de la familia que quiere cerrar un círculo abierto para sentirse integrado en una comunidad a la que ya no pertenece nadie, a una familia que no tendría la oportunidad de sobrevivir como tal.
Narrativamente ‘Centauros del desierto’ (ahora mismo recuerdo las ridiculeces que soltó el bocazas de Amenábar sobre esta película en sus comienzos, dignas del más deficiente inculto cinéfilo) es uno de los escasos ejemplos de perfección, un modelo de majestuosidad, de excelencia. El uso reiterado de la célebre elipsis característica del filme da como consecuencia que el relato camine accesible hacia la magnificencia de un argumento épico, de naturaleza trágica y búsqueda moral, encontrando además un origen estructural de películas con personaje en búsqueda obsesiva y catártica, forzado a un destino de soledad y marginación (Paul Schrader fue durante años el paradigma más clarividente de esta connotación –sobre todo con su particular y duro homenaje en ‘Hardcore’).
A todo esto contribuye, conjuntamente, la espléndida utilización del tiempo, un tremolante tratamiento del paso de los seis años transcurridos en la búsqueda de Debbie, marcando con pequeños matices las personalidades de ambos protagonistas. Y también lo es el hecho de la nueva disposición con la que Ford incorpora la leyenda del sueño americano, nunca enjuiciado con una conducta tan distinta a las expuestas hasta aquel momento. Un personaje, Ethan, que alude a la idea de un itinerario hacia una esperanza que se torna en la pesadilla de sus propios temores, una pesadilla de la que no puede salir y en la que América idiosincrásica del ‘western’ está engañada por ella misma.
Remarcada con una percepción estética realmente maravillosa, un concepto de la luz revolucionario y una precisión y encuadres usados en torno a un uso dramático en el que las sombras y la captación del espacio son tan rotundas, encontramos un contenido emocional que evoca el más hermoso de los expresionismos. Un clásico que mantiene intacta su frescura y contundencia. ‘Centauros...’ es una obra (por definición y calidad) imprescindible, necesaria para entender la evolución del cine, de la imagen y de este arte que engloba sueños y realidad. Por eso, cada vez que se ve esta cinta de culto cinéfago se desentierran nuevos matices, nuevos motivos de reflexión que se hacen inagotables en la esencia de la perfección de aquello épico, pero a la vez sencillo y perentorio.
‘The Searchers’ es la aproximación más definitoria de lo sublime, de lo inalcanzable. Es una de las obras más carismáticas e inolvidables del cine que, con su narración y a pesar del paso de los años, sigue respondiendo de forma sutil y directa a preguntas y necesidades muy concretas. Indiscutiblemente, una película que marcó con letras de oro su propia leyenda en un arte que pocas veces encontró tan de cerca la corrección.