sábado, 8 de enero de 2005

Que tiemblen los cimientos de la prensa rosa yanqui

El agente de Brad Pitt ha difundido la siguiente nota de prensa:
“We would like to announce that after seven years together we have decided to formally separate. For those who follow these sorts of things, we would like to explain that our separation is not the result of any speculation reported by the tabloid media. This decision is the result of much thoughtful consideration”.
¿Qué quiere decir esto?
Que el matrimonio mejor avenido de Hollywood formado por Pitt y Jennifer Aniston ha dejado de serlo después de siete años de felicidad aparente.
Y yo aquí, escribiendo esta necedad, en pijama y con resaca.

Primos de las ratas y los murciélagos

Acabo de leer que los murciélagos y los humanos descendemos del mismo ser vivo. Como todos los mamíferos. La revista 'Genome Research' de diciembre publica un notable rastreo matemático de los genes de los principales mamíferos para concluir en la descripción genética de ese "Adán" jurásico del cual todos descendemos. Compartimos genes entre las especies. Y los humanos hemos perdido un 25% de los genes que una vez compartimos con ese ser inicial. Las mutaciones han hecho su trabajo. Curiosamente, la rata, el ratón y el puerco espín han perdido más genes del primigenio animal que nosotros, los humanos. Por eso es comprensible que todos viviamos en un 'Myotis myotis' gigantesco, donde los institnos primiegnios y ancestrales se destapan a lo largo de la noche. Yo siempre he pensado que el ser humano es un animal nocturno por naturaleza, readaptado al día como castigo por sus pecados.
Imaginaos por tanto la nada descabellada idea de pensar en un 'hombre-murciélago' real, sin capa, pero con dientes de rata y medio ciegos (de ahí la nocturnidad) que intuyen sus movimientos. De hecho, ser humano y murciélago somos primos. Los humanos estamos más cerca de las ratas que de las aves. Todos somos congéneres del Huichilobos o del Chupacabras. Y no es coña. Científicos diseñaron un software para que, a partir de la información genética de los seres de hoy, se pudiera configurar la del "Adán" mamífero.
Dicen que lo lograron con 98% de certeza.

viernes, 7 de enero de 2005

Patético 'GH VIP'

Un ex torero iletrado, el ex novio de Estefanía de Mónaco, Brito Arceo (un ex árbitro venido a menos), una ex miss, la nieta de Plácido Domingo, el hermano de Maradona, el cantante King África, Martín Pareja Obregón, Kiko Matamoros y su antagonista televisiva Lara Rodríguez...
Cuando puse ayer la tele para ver qué desgracias nos deparaba la segunda edición de 'Gran Hermano Vip', no podía creerlo. Todos pequeños freakies desconocidos, sin glamour, ni ímpetu de casposidad ni de dar espectáculo vergonzante, del acostumbrado por la mugre social reconvertida en carnaza de feria televisiva. Y eso que Telecinco es la cadena líder de audiencia. Lo de ayer fue totalmente funesto. La mecha de este tipo de realities se está consumiendo. El intervalo de tiempo entre un GH de payasos normales y cotidianos y el nuevo GH de payasos famosillos ha sido de una semana, saturando la pantalla con una convivencia en sus inicios de carácrter sociológico que al espectador empieza a aburrir, dado su grado de inmundicia.
Ni siquiera el siempre inspirado Jesús Vázquez, acostumbrado a ser la salvación de este tipo de programas, pudo estar a la altura. Aburrido, sin interés, paupérrimo, sofocante... Son muchos los adjetivos que se le pueden achacar al enésimo intento de conquista de liderazgo una televisión que es la reina de las audiencias y que sigue ofreciendo una programación adornada con un sedimento digno de una letrina llena de mierda.
Realmente patético.

El recuerdo de una serie irrepetible

Durante años he buscado la forma de que alguien se acordara. Alguien que compartiera conmigo la sensación de un recuerdo memorable. Me refiero a una de esas series que te marcan. Recuerdo cuando iba al colegio y tenía 9 años. Cuando llegaba el viernes no quería que llegara por ver el 'Un, dos, tres...' como todo el mundo. Durante la semana disfrutaba con series como 'Misterio en Salem’s Lot’ u otras que mi memoria casi no alcanza a recordar, pero que han quedado guardadas como un tesoro en mi corazón como aquellas míticas noches con ‘Historias para no dormir’, del genial Chicho Ibañez Serrador, persona humana a la considero como una especie de padre adoptivo debido a su maestría televisiva y cinematográfica. Los viernes eran para mí sagrados por otro motivo.
Como un niño extraño y raro que empezaba a tener curiosidad por temas de lectura ajenos a las tareas que le mandaban a uno en el cole. Empezaba a tontear con autores que, posteriormente , marcarían mi desarrollo intelectual (para bien o para mal); era la época de mis primeros Theodore Sturgeon, James Francis Dwyer, Alter Besant, Edgar Allan Poe, Forrest Bice, Norman MacLeod, Duane Decker o Juan José Plans (no puedo evitar emocionarme cuando recuerdo el regalo de un familiar que supuso la primera vez que leí ‘Babel Dos’). En fin, como iba contando, la cosa era que los viernes eran especiales. Después de comer la merienda consistente en un bocadillo de mantequilla con salchichón con un buen zumo de naranja, me sentaba en la salita yo sólo me tapaba con las faldillas al calor de un brasero que denotaba una sutil menesterosa situación familiar, esperando a que mi serie favorita empezara. Salían aquellas letras que todos recordábamos por la rememorada ‘Benny Hill’ y la musiquilla a modo de 'jingle' viendo el Tower Bridge desdoblándose por el reflejo del río Tamesis... ¡Qué recuerdos! ¿Ya recordáis? ¿No? Pues bien, la serie se llamaba ‘Chocky’.
Durante años pensé que, una de dos; o yo me había vuelto totalmente gilipollas y me había inventado esta serie o la gente no tenía memoria catódica. Años y años preguntando a todo aquel que conocía y tenía gustos y fobias afines a las mías. Por mucho que me empeñara, a ninguna persona le sonaba esta seria británica ¿Cómo era posible que nadie se acordara de la serie más cojonuda de mi infancia? ‘Chocky’ fue para mí una fuente de inspiración, una necesidad televisiva que me hacía vivir más feliz, que se convirtió en uno de mis mitos infantiles, que me ofrecía la posibilidad de ver una serie de calidad para un público juvenil. Una serie sensata y austera, con claros vislumbres de un especial ‘fantastique’, extraño, insólito. Algo que, por supuesto, no era muy habitual en la pequeña pantalla. Ciencia Ficción sin efectos especiales que acumuló horas delante de la caja tonta y de hojas de dibujo intentando imitar todo aquello que iba viendo cada tarde de los viernes. Era una liturgia, simple magia alucinarotia y alucinante.
‘Chocky' resulta ser una adaptación de un serial radiofónico de los 60 que se basaba en la obra de John Wyndham, uno de los mejores creadores de literatura fantástica que haya dado el Reino Unido. Y allí estaba yo, con mis pequeñas piernas colgando en la silla, nervioso, expectante por saber qué iba a pasar. Y sin pestañear, comenzaba a ver LA SERIE. Aparecían los créditos, con aquellas letras que se han grabado al fuego en mi memoria, con aquella sintonía de breves notas tan estimulantes y tristes...
¿Qué de qué iba? Eso es más fácil de contar. La serie se centraba en la historia de Matthew Gore (un 'niño-actor' de inquietante presencia Andrew Ellams), un muchacho superinteligente que vivía en uno de esos condados caseros de Inglaterra, en las afueras de una pequeña orbe inglesa. Un día el chavalote es escogido por un extraterrestre para conectar su universo a la tierra. El alien no era físico, sino mental y se llamaba Chocky. Había venido a nuestro mundo para obtener información sobre la vida en la tierra. El drama psicológico y el suspense se acrecentaban mientras que la historia nos ponía en el punto de vista de los padres, que atestiguaban un cambio extraño en el comportamiento de Matthew, hasta hacernos meter en la relación de extraterrestre y el niño. Por supuesto, la cosa no acababa ahí. Chocky, que al principio era repudidado por el niño, le otorgó unos extraordinarios poderes; podía leer el pensamiento de los que le rodeaban, veía el futuro y, por medio de una capacidad adquirida para el dibujo, Andrew iba resolviendo la difícil personalidad del alien por medio de impresionantes dibujos. Con la ayuda de su nuevo amigo, Matthew se convertía en una especie de pequeño genio con una destreza para los juegos inconcebible en un chaval de su edad (por supuesto, el cubo de Rubick no se le resistía).
En un esfuerzo de entender qué le estaba sucediendo a su hijo, los padres de Matthew lo llevaban a un psiquiatra. Y es entonces cuando acontecía lo mejor de la serie ¿Qué hacía el doctor? Nada más y nada menos que sugerir a los padres que el infante fuera a un centro de niños superdotados para estudiar su caso. Allí, el niño sigue desarrollando sus poderes hasta límites insospechados (incluso salva a una niña de morir ahogada porque previamente ha visto el accidente).
El chaval (convertido casi en un fenómeno mediático) quiere irse de allí, a pesar de todo porque le reconocen valores que no tiene, sino que pertenecen a Chocky, como una medalla que le conceden por su acto heroico. Recuerdo que un buen día Chocky se iba de su vida y Matthew escapaba de casa abatido por la ausencia de su mejor amigo alienígena o lo secuestraban para hacerle pruebas en un extraño hospital, no recuerdo bien. Tampoco de si esto, dentro de la trama, duraba mucho o poco, pero lo que sí es cierto es que me encantaba ese 'climax final' sin resolver, finalizando cada episodio con el recurso de secuencia en alto, lo que provocaba unas irrefrenables ansias de saber qué pasaba en el capítulo siguiente. Infancia, extraterrestres, aventuras... Todo ello mostrado en un género televisivo de corte fantástico.
Lo más fascinante de todo es que Chocky era un holograma, amigos, una visión en el espacio compuesta por un cosmos invertido que se curvaba y daba vueltas, que se disolvía sobre la imagen y se alargaba. Creo recordar que en uno de los últimos episodios el niño termina su particular dibujo del mundo del extraterrestre, sobre una pirámide invertida (que ha formado parte de mi vida en mis ratos de ocio) había miles de personas que formaban la palabra CHOCKY, entonces aparecía en forma de ‘O’ el rostro del extraterrestre. De esto no estoy muy seguro, pero de lo que sí lo estoy es que fue sensacional vivir las dos partes de la serie. La primera en 1984, la que se me ha quedado grabada en mi particular disco duro. La segunda, en 1986, con el papel protagónico compartido con una niña que vivía cerca de un molino o algo así y era una genio de las matemáticas. A poco más llegan mis recuerdos sobre la serie, sólo que lloré en el último episodio cuando Chocky ya no estaba junto a Matthew cuando su padre le regala una medalla con el nombre del alien etéreo, sabiendo que ya le ha ayudado y que no puede hacer más por él, que necesita ayudar a otros niños para entender la vida humana. Más niños que necesitan su ayuda.
Era el final de un sueño, el epílogo de una serie que marcaría para siempre a aquel Refo de 9 años que empezaba a concebir su propia cultura y que empezaba a escribir sus primeros cuentos. 'Chocky' debería haber sido de obligada visión por todos nosotros. Tendría que haberse quedado en la memoria de todos y cada uno de nosotros. Lamentablemente, por lo que sé, no ha sido así. Supongo que ahora tampoco sería lo mismo, que habrá perdido su potencial y que vista con los ojos de un adulto podría ser un auténtico bluf de sentina catódica. Lo importante de todo, es que lo que Wyndham contó o intentaba narrar con sus escritos fue una nueva visión del mundo subconsciente, una de las descripciones más potentes del inconsciente colectivo que la ciencia ficción haya acometido en toda su historia. Y eso, llevado al alcance de un niño que cayera cautivado por tales incógnitas merece la pena. Por eso, tengo la suerte de haberlo vivido, de haber sido partícipe de aquella generación que aún se pregunta porqué 'Chocky' no fue un fenómeno de masas, porqué somos tan pocos los que añoramos la historia de Matthew y Chocky.
Llegados a este punto, la pregunta es bien sencilla... ¿quién se acuerda realmente de Chocky? Os invito a participar.

jueves, 6 de enero de 2005

Las 10 de 'Fat Knowles'

Como cada año, el terror de Hollywood, ese tipo inconfundible que es el mítico freakie Harry Knowles ha dado su lista de las 10 películas de 2004 a través de su página 'Ain't it cool new'.
Aquí están sus 10 del año.

Reyes resacosos

Los Reyes Magos me han regalado este año una estupendísima resaca que ha hecho que mis malogradas neuronas se convulsionen en busca de ideas o de temas que trasladar a este Abismo que cada vez lo es más. Pero creo que no ha habido manera. Siempre me ha resultado harto difícil escribir bien después de una noche de excesos y plétoras jaraneras. Y ayer, poco a poco, paulatinamente, el par de cervezas que íbamos a tomar se multiplicaron como Gremlins en el agua. Algo inadmisible, por otra parte, pero nadie se niega a caer víctima del regocijo. Mal negocio para mis aptitudes neuronales, para mi descolocado funcionamiento mental.
Había pedido la trilogía extendida de ‘El señor de los anillos’, pero como sus majestades lo han dejado todo para último día, como los buenos estudiantes ante los grandes exámenes, me he tenido que contentar con el dinero que me han dejado en una cartera nueva y tendré que ir a MediaMark, ubicado a varios kilómetros de mi casa, esperando que repongan la saga de Peter Jackson lo más pronto posible.
En fin, algo es algo.
Espero que a vosotros os hayan traido muchas buenas cosas en forma de regalo o de promesa de intenciones.

miércoles, 5 de enero de 2005

Review LEMONY SNICKET'S A SERIES OF UNFORTUNATE EVENTS

Una fábula de niños perdidos
Excelente alternativa a ‘Harry Potter’, estamos ante una extrañeza de creación visual estilizada y su entendimiento del sentido de espectáculo cinematográfico para consumo de todos los públicos.
Es casi inevitable no citar al fenómeno de masas ‘Harry Potter’ al comenzar a hablar de una película tan extraña e insólita, oscura y fascinante, como es ‘Una serie de catastróficas desdichas’. Dos propuestas muy dispares, casi análogas sobre la ficción de aventuras infantiles asentadas en un niño mago de J.K. Rowling y en los tristes y sombríos huérfanos de Daniel Handler (o más conocido por su pseudónimo Lemony Snicket, dos variantes de un didactismo pedagógico afincado en obras literarias que han sido un fenómeno de masas antes de ser llevados a la gran pantalla. Y es que, después de tres entregas con dispar suerte de las aventuras del mago de Hogwarths, ya iba siendo hora de una disyuntiva, un necesario cambio que tuviera la calidad suficiente para arrebatarle la hegemonía al mago Potter. Alternativas para críos con imaginación que, más allá de los píxeles de las consolas y la gilipollez de la televisión actual, encuentran el placer de la lectura como esparcimiento y no como exigencia. Y eso, en los tiempos que corren, es todo un logro.
El filme de Brad Silverling ha condensado los tres primeros libros de la serie (‘Un mal principio’, ‘La habitación de los reptiles’ y ‘El Ventanal’) para narrar la funesta historia de Violet, Klaus y Sunny, los desdichados hermanos Baudelaire. La fábula, con claros indicios artísticos de un mundo de aristas ojivales y oscuridad tenebrosa, comienza con la noticia de la muerte de sus padres, pasando su cautela al malvado Conde Olaf, un excéntrico aficionado a los disfraces que buscará por todos los medios la manera de hacerse con la cuantiosa herencia que les ha quedado a los huérfanos. Silverbing, partiendo de un atenuada adaptación de Robert Gordon, presenta la acción en un ‘Off’ particular, hablando directamente al público, por medio de un narrador de cuentos (en la versión original con la voz Jude Law) que imbuye al público en una umbrosa crónica llena de infortunios, de enfrentamientos con el tenebroso Olaf con un tétrico modo de ver la vida de unos personajes que viven su colosal aventura atribulados ante sus penosas circunstancias.
Así, los dos hermanos mayores, Claus y Violet, destilan con evidente circunspección y melancolía una extraña precocidad, la ruptura de una niñez afligida, aquella que ni el bebé ha encontrado perceptible en su lenguaje intencional, cuando intenta pronunciar ininteligibles palabras. Las situaciones que se plantean no son amables ni edulcoradas, sino realmente terribles, como en los cuentos de corte psíquico de los Hermanos Grimm, las fábulas victorianas de Dickens o las historias de Roald Dahl. Por lo tanto, estamos ante una cinta de propósitos que van más allá de ofrendar un producto diferente, consecuencia del respeto por parte de los autores para con la obra de Snicket.
En su principio se habla de que si se espera un elfo feliz, ya podemos abandonar la sala, pues en vez de esto, comprobamos, de entrada, que la familia queda destruida con la muerte de los padres y el brutal viaje iniciático de los tres Baudelaire en su confrontación con la realidad. Cierto es que no son niños normales, ya que su capacidad intelectual está por encima de lo que un infante suele mostrar, pero el vestigio premeditado que reside en su finalidad fabulesca sigue siendo tan clásica como macabra. Y no es otra que el enfrentamiento a una infancia lacrada por la orfandad en un mundo de adultos, cruel y despiadado, algo que recuerda por momentos a la línea argumental de ‘La Noche del Cazador’, la obra maestra de Charles Laughton en insólita mezcla con una cosmología de magia oscura procedente del mejor Terry Gilliam.
En el terreno de lo sutil y de los dobles sentidos, ‘Una serie…’ podría percibirse como una excelente alegoría de todas aquellas películas infantiles (y de adultos) que se inclinan hacia la excesiva condescendencia respecto al espectador, gravitando su eficacia en un despego deliberado de cualquier atisbo almibarado del cine infantil actual, sustituyéndolo por un humor negro y bilioso que, a veces, no tiene ninguna gracia debido a la excesiva crueldad con que se muestran algunas acciones. Tal vez ahí resida la única barrera que impide que la película de Silverling se pueda convertir en un clásico del cuento gótico, en la excesiva frialdad y atrocidad de muchos de sus pasajes y porque quizás porque no se llega a empalizar lo suficiente con los niños como para meterse de lleno en sus desventuras con el conde Olaf.
Es en este personaje donde reside también otro sutil inconveniente debido a la interpretación de un Jim Carrey que, como es habitual en algunas de sus películas, no se adapta al personaje, sino que acaba dándole vida haciendo eso que tanto se le reprocha, es decir, caer en el histrionismo más desacertado con sus habituales aspavientos y contorsiones físicas y faciales. Un error, porque el conde Olaf acaba siendo un referente cómico, nunca terrorífico y amenazante. Lastre que no se percibe en los tres intérpretes infantiles Emily Browning (perturbador nuevo rostro), Liam Aiken y las gemelas Kara y Shelby Hoffman que, ayudados con sus exóticas facciones y pese al distanciamiento de sus personajes, recrean con éxito y ternura la triste historia de los Baudelaire.
‘Una serie de desdichas…’ es un cuento de hadas triste y oscuro, un formato narrativo ideal para explorar una realidad alternativa no necesariamente realista, como en los cuentos de Edward Gorey, donde el espíritu misceláneo está atmosféricamente más cerca del expresionismo lúgubre que de cualquier fábula colorista. Un aspecto cuidado hasta el milímetro, cuajado de opulenta imaginería, de gradación nebulosa, con un impresionante diseño de producción de Rick Heinrichs (los decorados, el vestuario, el atrezzo, esa mezcla entre ambiente victoriano) y de la esplendorosa fotografía de Emmanuel Lubezki (que da una lección abrumadora de una excelente sobriedad en el uso de las ópticas y contraluces), ambos habituales del cine de Tim Burton, con el que tanto tiene que ver un universo de Snicket donde existe un extraño tono lóbrego y onírico, donde la belleza anida en todo aquello que hace volver la mirada del alma a las formas oscuras de la realidad. Donde la muerte, empezando por los padres Baudelerie y tutores posteriores, va dando forma y sentido a la vida de unos niños abocados a sufrir, pero paradójicamente, eso es lo que les mantiene unidos ante cualquier adversidad. Los niños pueden estar esclavizados en una casa sórdida, privados de afecto y bienestar, pero aún así encuentran refugio entre sí mismos.
Resulta curioso, citando a Tim Burton, las coincidencias que tiene ‘Una serie…’ con ‘Bitelchús’, cuyo parecido entre el surreal personaje de Burton y el conde Olaf se extrema no sólo al antedicho excentricismo histriónico, sino al vestuario, la capacidad de caracterización de ambos, una boda con una menor, su humor negro, serpientes gigantes… Y es que, como sucedía en aquella, y en toda la obra del director de ‘Sleepy Hollow’, la mezcla de dosis de aventura, fantasía fabulesca y comedia negra, se mantiene gracias a un perfecto equilibrio de todas sus disposiciones narrativas y estéticas. Por eso, el manejo del ritmo narrativo de Silverling para la creación visual estilizada y su entendimiento del sentido de espectáculo cinematográfico para consumo de todos los públicos le otorgan un territorio propio y de gran brillantez.
Un cuento no moralista de personajes en busca de su destino inmersos en una niñez terrorífica, con paisajes agrios y umbrosos, desde el abismo emocional de la pérdida de los padres hasta la nostalgia de la lejanía perdida del hogar, que convoca lo mejor de la palabra escrita en una entidad cinematográfica de personalidad y factura impresionante, reflejada, ejemplarmente, en unos créditos finales que son una pequeña joya. Una cinta destinada a ávidos lectores, futuros creativos, mentas inquietas e incluso enajenados amantes de las delicias visuales. ‘Una serie de catastróficas desdichas’ es, ante todo, una pequeña gran sorpresa.
Miguel Á. Refoyo © 2004
Tentaciones de un Humbert Humbert de tercera
Un tema aparte que tengo que destacar de esta película, no sé por qué razón, ya que percibo que no es un hecho que pudiéramos considerar habitual, legítimo y mucho menos moral, son las fuertes sensaciones que despertó en mí la jovencísima Emily Browning, la mayor de los Baudelaire, Violet. Me sentí por momentos como un Humbert Humbert de tercera, mirando con ojos lascivos a Dolores Haze, la eterna Lolita, con una irremediable atracción ‘perversa’ por las nínfulas menores de edad. En este caso, embelesado con la belleza de una chavalita como es la Browning. En mi vida cotidiana jamás se me ocurriría mirar a una menor de esta sucia manera, pero es que me dejó encandilado la belleza, la profundidad de sus ojos, de su rostro exótico, esa boca de pulposos labios, de sus inquietantes y enigmáticas facciones. Qué impropia beldad en una cría de 16 años, de verdad.
Y no es la primera vez que me pasa. Sí, amigos, me recuerda a las mismas miradas ignominiosas que lancé hace años cuando Natalie Portman hizo ‘León’, que prolongaron su efecto en películas como ‘Beautiful girls’ o ‘Heat’. Ahora, afortunadamente Portman ha crecido y no hay ningún problema en proclamar mi admiración a su hermosura y candor. Aunque recuerdo un rostro mucho más mítico por lo desconocido de la nínfula: Judith Vittet, la pequeña Miente de ‘La ciudad de los niños perdidos’ de Jeunet & Caro. Lo mismo que con Scarlett Johansson en su época de ‘El hombre que susurraba a los caballos’...
Tal vez en las teorías freudianas esté esta infrecuente afinidad por la juventud, aunque reconozco que es más utópico y platónico que carnal. Tal vez forme parte de alguna de las presunciones de Dan Kiley. No sé. El caso es que es un placer observar el potencial de esta nueva nínfula que dará mucho que hablar: Emily Browning.

martes, 4 de enero de 2005

El mundo del cómic está de luto


Primero Artie Shaw, después Frank Kelly Freas y hoy toca hacer homenaje póstumo en este extraño obituario artístico en que se está convirtiendo 2005 al gran Will Eisner, un maestro de maestros, un clásico reverencial que dominaba el dibujo, la atmósfera del cómic imposible de superar, la narración y el lenguaje narrativo a unos niveles realmente increíbles e inalcanzables. La leyenda viva del cómic mundial murió ayer a los 87 años dejando tras de sí un áurea mitológica a la altura de los grandes creadores del cómic de la historia. Un hombre que, dentro de su trabajo, se ha convertido en un mito, al igual que Winsor McCay, Breccia, Bourgeon, Moebius, Tezuka o el dúo Stan Lee y Jack Kirby.
Comenzó en la DeWitt Clinton High School, donde colaboró con Bob Kane (el padre de ‘Batman’) en la publicación de la escuela, tras lo cual realizaría las series de ‘Captain Scott Dalton’, una de piratas titulada ‘The Flame’ o las hazañas del agente secreto Harry Karry’. Junto a Jerry Iger produjo algunos de los mejores cómics distribuidos en el extranjero, como ‘Hawks of the Seas’. Debutaría con el segundo número de ‘Features Funnies’, a lo que seguiría ‘Sheena’, la aguerrida tarzánida dibujada por Mort Meskin que todos conocemos de la pequeña pantalla gracias a Sam Raimi. Series como ‘K-51’, ‘Muss' Em Up Donovan’, un justiciero, 'The Brothers Three’, el western 'Wild Tex Martin’ serían algunos trabajos destacables.
En los años 40 creó para la prensa el que es su cómic más célebre ‘The Spirit’, un personaje con el que ya empezó a experimentar e introducir innovaciones narrativas y a hacer de su progresión evolutiva un ejemplo paradigmático de maestría absoluta. Con el justiciero enmascarado de índole humana, Eisner incluiría constantes descubrimientos de lenguaje del cómic, con un acertado y sutil retrato crítico de la sociedad de su tiempo y sus bucólicas fantasías. ‘The Spirit’ se convirtió en una de las obras maestras de la historia por narrar, con una disposición novedosa en su narración tradicional, historias cercanas, donde los seres humanos y sus sentimientos trascendían las páginas del cómic y sus propias aventuras, adentrándose en lo más profundo de la esperanza, del prisma positivo con el que mirar la vida.
Tiene razón el gran Paco Cavero cuando afirma que tal vez gente como Alan Moore y Frank Miller estén excesivamente sobrevalorados ante la figura (inexplicablemente desconocida para muchos) de un tótem como Eisner. Y es que este genio lo es en todos los sentidos, empezando por sus composiciones de página rayano en el más puro arte pictórico y inspirándose muchas veces en el cine negro de aquella época. Como gran maestrol, Eisner ha dedicado gran parte de su vida a ejercer como preceptor en las finalidades educativas, campo en el que estaba interesado desarrollar el potencial del cómic y que progresivamente iba siendo evidente en ‘The Spirit Section’.
La revista P.S. Magazine, su paso por la School of Visual Arts de Nueva York (ejerciendo su labor docente) y su apogeo con ‘Contrato con Dios’, una obra ésta que es considerada como la primera en acuñase como lo que hoy conocemos como ‘novel gráfica’, le convirtieron en paladín del cómic ‘de autor’, rebasando el entretenimiento infantil o juvenil de diversión vacua para incluir en las páginas de sus cómics aspectos (del cine y la literatura –a los que influiría con sus cómics-) hasta entonces inexplorados por ningún autor del Noveno Arte. Obras como ‘Crepúsculo en Sunshine City’, la historia de corte autobiográfico ‘El soñador’, ‘El edificio’, la soberbia autobiografía ‘El Corazón de la tormenta’ extendida en un compendio de historias cortas y anécdotas basadas en historias reales vividas por Eisner bajo el título de El último día en Vietnam’ y sus últimos trabajos ‘Pequeños Milagros’ y ‘Las reglas del juego’ que apuntalaron su extraordinaria obra con las recopilaciones 'Will Eisner's Shop Talk’ y ‘El cómic y el arte secuencial’ y su continuación ‘La narración gráfica’, dos libros teóricos imprescindibles para cualquier amante del mundo del cómic.
Eisner, inspiración y maestro de muchos guionistas y dibujantes de cómics ha dejado un hueco muy grande en un universo que hoy llora su muerte.

Una pequeña recomendación cinematográfica

Una breve recomendación para empezar bien el año, amigos de la blogsfera: 'Whisky’, de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, uno de esos largometrajes destinados a permanecer en la memoria colectiva del público y hacerse un pequeño hueco en la historiografía cinematográfica uruguaya vista en nuestro país (que, no nos engañemos, aquí es difícil ver) con su pequeña historia contenida sobre la incomunicación en la que sus tres personajes viven en sí mismos, cerrados en la cotidianidad aburrida y aplastante que les devora.
Historias íntimas cargadas de pesimismo, que se abren a lo imprevisible con un mínimo viaje a un hotel cerca de la playa. Esta magnífica película mira con angustia y desespero la vida, consecuente con la lentitud con que ésta avanza, aportando sorpresas inesperadas. A través de los ojos de unos personajes lacónicos e hieráticos, Stoll y Rebella indagan en una farsa que se destapa cómicamente brillante, que se encamina, paradójicamente, a detallar la vida de unos caracteres que se consumen complacidos al aburrimiento y a lo ordinario.
‘Whisky’ posee un lustroso sentido cinematográfico, de sosegada e introspectiva narrativa cinematográfica, con una planificación aquietada que profundiza perfectamente en los sentimientos y personalidad del trío protagonista, donde los pequeños detalles, aparentemente insignificantes, se magnifican al excavar con sutileza en la exposición psicológica, aprovechando sus escasos espacios, valiéndose de la iteración expositiva como reflejo de la rutina cotidiana de sus protagonistas, a los que dan vida con inmensa grandeza Andrés Pazos, Jorge Bolani y, sobre todo, la lacónica Mirella Pascual. Todos efectúan unas interpretaciones excelentes.
Se trata de un drama melancólico, humilde y tierno, que contiene en su fondo pequeños trazos de triste humor. Una mezcla genérica que aporta, con una simpleza desarmante, la realidad de una historia honesta, sin mayor complejidad que la que se deriva de una situación tan patética como la vida misma, la que vivimos todos nosotros cada día del año.

¿Adicción a internet o simple gilipollez?

A lo que llega la gente asumiendo que está exprimida por la onda expansiva del furor informático. Acabo de leer que informático chino totalmente viciado a navegar en Internet ha solicitado en el registro civil que su hijo reciba el nombre de “.com”. El padre, programador de oficio y apellidado Zhao, indicó que había decidido que el apelativo completo de su hijo fuera zhao.com (en China, el apellido va delante del nombre), similar al de una página web. Para colmo, no es la primera vez que un chino intenta poner un nombre relacionado con Internet a su vástago, ya que el pasado octubre otro registro civil del país rechazó la solicitud de un padre de llamar a su hijo con el símbolo informático "@" (arroba). El creador del software informático libre Linux, el finlandés Linus Torvalds, puso en el nombre oficial de su hija Patricia el sufijo "v2.0" (segunda versión), como si la chavalita fuera un robot.
En todo este desmadre, cada uno tiene sus razones ¿Por qué un jardinero puede ponerle Rosa a su hija o Jacinto a su hijo? ¿Por qué una depresiva crónica no tiene el derecho de que su hija se llame Angustias? ¿Por qué Fernando Trueba tiene un primogénito llamado Groucho? Yo respeto las decisiones. A mí, cuya mayor afición es comer en ingentes cantidades ¿me dejarían ponerle a mi hija ‘Panceta’ o a mi hijo ‘Pincho Moruno’? El nombre que antecede al patronímico es importante, pero nunca hemos pensado hasta qué punto es importante. Por eso ahora Madonna se llama Esther, Prince ya no tiene ni apelativo, Jennifer López reniega del apellido y se quiere llamar sólo Jennifer, a secas. Nunca me he parado a pensar cuál sería el nombre que elegiría si pudiera cambiarme el que tengo.
En otro orden de cosas, y volviendo a la locura colectiva por la red de redes, a veces me pregunto si tengo verdaderamente una imperiosa necesidad de conectarme a Internet, de compartir la red con otros empanados como yo, delante de la pantalla, leyendo blogs, cliqueando el ratón como una cobaya ansiosa, yendo de página a página, escrutando cada rincón de Internet mientras varios libros reposan iniciados con un separador encima de mi mesilla de noche, tristes, reclamando algo de atención. Kavalier y Clay están definitivamente enfadados conmigo. El problema no creo que sea ningún tipo de adicción (lo curioso del tema es que la adicción a Internet no figura en el DSM, el manual más utilizado para el diagnóstico de desórdenes mentales), sino que la cuestión reside en si no estaré restando tiempo necesario a otros aspectos de su vida que también son importantes. La solución: tengo que aprender a distribuir mejor mi tiempo si no quiero acabar teniendo un hijo que se llame Abismo o cosas peores.