viernes, 7 de enero de 2005

El recuerdo de una serie irrepetible

Durante años he buscado la forma de que alguien se acordara. Alguien que compartiera conmigo la sensación de un recuerdo memorable. Me refiero a una de esas series que te marcan. Recuerdo cuando iba al colegio y tenía 9 años. Cuando llegaba el viernes no quería que llegara por ver el 'Un, dos, tres...' como todo el mundo. Durante la semana disfrutaba con series como 'Misterio en Salem’s Lot’ u otras que mi memoria casi no alcanza a recordar, pero que han quedado guardadas como un tesoro en mi corazón como aquellas míticas noches con ‘Historias para no dormir’, del genial Chicho Ibañez Serrador, persona humana a la considero como una especie de padre adoptivo debido a su maestría televisiva y cinematográfica. Los viernes eran para mí sagrados por otro motivo.
Como un niño extraño y raro que empezaba a tener curiosidad por temas de lectura ajenos a las tareas que le mandaban a uno en el cole. Empezaba a tontear con autores que, posteriormente , marcarían mi desarrollo intelectual (para bien o para mal); era la época de mis primeros Theodore Sturgeon, James Francis Dwyer, Alter Besant, Edgar Allan Poe, Forrest Bice, Norman MacLeod, Duane Decker o Juan José Plans (no puedo evitar emocionarme cuando recuerdo el regalo de un familiar que supuso la primera vez que leí ‘Babel Dos’). En fin, como iba contando, la cosa era que los viernes eran especiales. Después de comer la merienda consistente en un bocadillo de mantequilla con salchichón con un buen zumo de naranja, me sentaba en la salita yo sólo me tapaba con las faldillas al calor de un brasero que denotaba una sutil menesterosa situación familiar, esperando a que mi serie favorita empezara. Salían aquellas letras que todos recordábamos por la rememorada ‘Benny Hill’ y la musiquilla a modo de 'jingle' viendo el Tower Bridge desdoblándose por el reflejo del río Tamesis... ¡Qué recuerdos! ¿Ya recordáis? ¿No? Pues bien, la serie se llamaba ‘Chocky’.
Durante años pensé que, una de dos; o yo me había vuelto totalmente gilipollas y me había inventado esta serie o la gente no tenía memoria catódica. Años y años preguntando a todo aquel que conocía y tenía gustos y fobias afines a las mías. Por mucho que me empeñara, a ninguna persona le sonaba esta seria británica ¿Cómo era posible que nadie se acordara de la serie más cojonuda de mi infancia? ‘Chocky’ fue para mí una fuente de inspiración, una necesidad televisiva que me hacía vivir más feliz, que se convirtió en uno de mis mitos infantiles, que me ofrecía la posibilidad de ver una serie de calidad para un público juvenil. Una serie sensata y austera, con claros vislumbres de un especial ‘fantastique’, extraño, insólito. Algo que, por supuesto, no era muy habitual en la pequeña pantalla. Ciencia Ficción sin efectos especiales que acumuló horas delante de la caja tonta y de hojas de dibujo intentando imitar todo aquello que iba viendo cada tarde de los viernes. Era una liturgia, simple magia alucinarotia y alucinante.
‘Chocky' resulta ser una adaptación de un serial radiofónico de los 60 que se basaba en la obra de John Wyndham, uno de los mejores creadores de literatura fantástica que haya dado el Reino Unido. Y allí estaba yo, con mis pequeñas piernas colgando en la silla, nervioso, expectante por saber qué iba a pasar. Y sin pestañear, comenzaba a ver LA SERIE. Aparecían los créditos, con aquellas letras que se han grabado al fuego en mi memoria, con aquella sintonía de breves notas tan estimulantes y tristes...
¿Qué de qué iba? Eso es más fácil de contar. La serie se centraba en la historia de Matthew Gore (un 'niño-actor' de inquietante presencia Andrew Ellams), un muchacho superinteligente que vivía en uno de esos condados caseros de Inglaterra, en las afueras de una pequeña orbe inglesa. Un día el chavalote es escogido por un extraterrestre para conectar su universo a la tierra. El alien no era físico, sino mental y se llamaba Chocky. Había venido a nuestro mundo para obtener información sobre la vida en la tierra. El drama psicológico y el suspense se acrecentaban mientras que la historia nos ponía en el punto de vista de los padres, que atestiguaban un cambio extraño en el comportamiento de Matthew, hasta hacernos meter en la relación de extraterrestre y el niño. Por supuesto, la cosa no acababa ahí. Chocky, que al principio era repudidado por el niño, le otorgó unos extraordinarios poderes; podía leer el pensamiento de los que le rodeaban, veía el futuro y, por medio de una capacidad adquirida para el dibujo, Andrew iba resolviendo la difícil personalidad del alien por medio de impresionantes dibujos. Con la ayuda de su nuevo amigo, Matthew se convertía en una especie de pequeño genio con una destreza para los juegos inconcebible en un chaval de su edad (por supuesto, el cubo de Rubick no se le resistía).
En un esfuerzo de entender qué le estaba sucediendo a su hijo, los padres de Matthew lo llevaban a un psiquiatra. Y es entonces cuando acontecía lo mejor de la serie ¿Qué hacía el doctor? Nada más y nada menos que sugerir a los padres que el infante fuera a un centro de niños superdotados para estudiar su caso. Allí, el niño sigue desarrollando sus poderes hasta límites insospechados (incluso salva a una niña de morir ahogada porque previamente ha visto el accidente).
El chaval (convertido casi en un fenómeno mediático) quiere irse de allí, a pesar de todo porque le reconocen valores que no tiene, sino que pertenecen a Chocky, como una medalla que le conceden por su acto heroico. Recuerdo que un buen día Chocky se iba de su vida y Matthew escapaba de casa abatido por la ausencia de su mejor amigo alienígena o lo secuestraban para hacerle pruebas en un extraño hospital, no recuerdo bien. Tampoco de si esto, dentro de la trama, duraba mucho o poco, pero lo que sí es cierto es que me encantaba ese 'climax final' sin resolver, finalizando cada episodio con el recurso de secuencia en alto, lo que provocaba unas irrefrenables ansias de saber qué pasaba en el capítulo siguiente. Infancia, extraterrestres, aventuras... Todo ello mostrado en un género televisivo de corte fantástico.
Lo más fascinante de todo es que Chocky era un holograma, amigos, una visión en el espacio compuesta por un cosmos invertido que se curvaba y daba vueltas, que se disolvía sobre la imagen y se alargaba. Creo recordar que en uno de los últimos episodios el niño termina su particular dibujo del mundo del extraterrestre, sobre una pirámide invertida (que ha formado parte de mi vida en mis ratos de ocio) había miles de personas que formaban la palabra CHOCKY, entonces aparecía en forma de ‘O’ el rostro del extraterrestre. De esto no estoy muy seguro, pero de lo que sí lo estoy es que fue sensacional vivir las dos partes de la serie. La primera en 1984, la que se me ha quedado grabada en mi particular disco duro. La segunda, en 1986, con el papel protagónico compartido con una niña que vivía cerca de un molino o algo así y era una genio de las matemáticas. A poco más llegan mis recuerdos sobre la serie, sólo que lloré en el último episodio cuando Chocky ya no estaba junto a Matthew cuando su padre le regala una medalla con el nombre del alien etéreo, sabiendo que ya le ha ayudado y que no puede hacer más por él, que necesita ayudar a otros niños para entender la vida humana. Más niños que necesitan su ayuda.
Era el final de un sueño, el epílogo de una serie que marcaría para siempre a aquel Refo de 9 años que empezaba a concebir su propia cultura y que empezaba a escribir sus primeros cuentos. 'Chocky' debería haber sido de obligada visión por todos nosotros. Tendría que haberse quedado en la memoria de todos y cada uno de nosotros. Lamentablemente, por lo que sé, no ha sido así. Supongo que ahora tampoco sería lo mismo, que habrá perdido su potencial y que vista con los ojos de un adulto podría ser un auténtico bluf de sentina catódica. Lo importante de todo, es que lo que Wyndham contó o intentaba narrar con sus escritos fue una nueva visión del mundo subconsciente, una de las descripciones más potentes del inconsciente colectivo que la ciencia ficción haya acometido en toda su historia. Y eso, llevado al alcance de un niño que cayera cautivado por tales incógnitas merece la pena. Por eso, tengo la suerte de haberlo vivido, de haber sido partícipe de aquella generación que aún se pregunta porqué 'Chocky' no fue un fenómeno de masas, porqué somos tan pocos los que añoramos la historia de Matthew y Chocky.
Llegados a este punto, la pregunta es bien sencilla... ¿quién se acuerda realmente de Chocky? Os invito a participar.

jueves, 6 de enero de 2005

Las 10 de 'Fat Knowles'

Como cada año, el terror de Hollywood, ese tipo inconfundible que es el mítico freakie Harry Knowles ha dado su lista de las 10 películas de 2004 a través de su página 'Ain't it cool new'.
Aquí están sus 10 del año.

Reyes resacosos

Los Reyes Magos me han regalado este año una estupendísima resaca que ha hecho que mis malogradas neuronas se convulsionen en busca de ideas o de temas que trasladar a este Abismo que cada vez lo es más. Pero creo que no ha habido manera. Siempre me ha resultado harto difícil escribir bien después de una noche de excesos y plétoras jaraneras. Y ayer, poco a poco, paulatinamente, el par de cervezas que íbamos a tomar se multiplicaron como Gremlins en el agua. Algo inadmisible, por otra parte, pero nadie se niega a caer víctima del regocijo. Mal negocio para mis aptitudes neuronales, para mi descolocado funcionamiento mental.
Había pedido la trilogía extendida de ‘El señor de los anillos’, pero como sus majestades lo han dejado todo para último día, como los buenos estudiantes ante los grandes exámenes, me he tenido que contentar con el dinero que me han dejado en una cartera nueva y tendré que ir a MediaMark, ubicado a varios kilómetros de mi casa, esperando que repongan la saga de Peter Jackson lo más pronto posible.
En fin, algo es algo.
Espero que a vosotros os hayan traido muchas buenas cosas en forma de regalo o de promesa de intenciones.

miércoles, 5 de enero de 2005

Review LEMONY SNICKET'S A SERIES OF UNFORTUNATE EVENTS

Una fábula de niños perdidos
Excelente alternativa a ‘Harry Potter’, estamos ante una extrañeza de creación visual estilizada y su entendimiento del sentido de espectáculo cinematográfico para consumo de todos los públicos.
Es casi inevitable no citar al fenómeno de masas ‘Harry Potter’ al comenzar a hablar de una película tan extraña e insólita, oscura y fascinante, como es ‘Una serie de catastróficas desdichas’. Dos propuestas muy dispares, casi análogas sobre la ficción de aventuras infantiles asentadas en un niño mago de J.K. Rowling y en los tristes y sombríos huérfanos de Daniel Handler (o más conocido por su pseudónimo Lemony Snicket, dos variantes de un didactismo pedagógico afincado en obras literarias que han sido un fenómeno de masas antes de ser llevados a la gran pantalla. Y es que, después de tres entregas con dispar suerte de las aventuras del mago de Hogwarths, ya iba siendo hora de una disyuntiva, un necesario cambio que tuviera la calidad suficiente para arrebatarle la hegemonía al mago Potter. Alternativas para críos con imaginación que, más allá de los píxeles de las consolas y la gilipollez de la televisión actual, encuentran el placer de la lectura como esparcimiento y no como exigencia. Y eso, en los tiempos que corren, es todo un logro.
El filme de Brad Silverling ha condensado los tres primeros libros de la serie (‘Un mal principio’, ‘La habitación de los reptiles’ y ‘El Ventanal’) para narrar la funesta historia de Violet, Klaus y Sunny, los desdichados hermanos Baudelaire. La fábula, con claros indicios artísticos de un mundo de aristas ojivales y oscuridad tenebrosa, comienza con la noticia de la muerte de sus padres, pasando su cautela al malvado Conde Olaf, un excéntrico aficionado a los disfraces que buscará por todos los medios la manera de hacerse con la cuantiosa herencia que les ha quedado a los huérfanos. Silverbing, partiendo de un atenuada adaptación de Robert Gordon, presenta la acción en un ‘Off’ particular, hablando directamente al público, por medio de un narrador de cuentos (en la versión original con la voz Jude Law) que imbuye al público en una umbrosa crónica llena de infortunios, de enfrentamientos con el tenebroso Olaf con un tétrico modo de ver la vida de unos personajes que viven su colosal aventura atribulados ante sus penosas circunstancias.
Así, los dos hermanos mayores, Claus y Violet, destilan con evidente circunspección y melancolía una extraña precocidad, la ruptura de una niñez afligida, aquella que ni el bebé ha encontrado perceptible en su lenguaje intencional, cuando intenta pronunciar ininteligibles palabras. Las situaciones que se plantean no son amables ni edulcoradas, sino realmente terribles, como en los cuentos de corte psíquico de los Hermanos Grimm, las fábulas victorianas de Dickens o las historias de Roald Dahl. Por lo tanto, estamos ante una cinta de propósitos que van más allá de ofrendar un producto diferente, consecuencia del respeto por parte de los autores para con la obra de Snicket.
En su principio se habla de que si se espera un elfo feliz, ya podemos abandonar la sala, pues en vez de esto, comprobamos, de entrada, que la familia queda destruida con la muerte de los padres y el brutal viaje iniciático de los tres Baudelaire en su confrontación con la realidad. Cierto es que no son niños normales, ya que su capacidad intelectual está por encima de lo que un infante suele mostrar, pero el vestigio premeditado que reside en su finalidad fabulesca sigue siendo tan clásica como macabra. Y no es otra que el enfrentamiento a una infancia lacrada por la orfandad en un mundo de adultos, cruel y despiadado, algo que recuerda por momentos a la línea argumental de ‘La Noche del Cazador’, la obra maestra de Charles Laughton en insólita mezcla con una cosmología de magia oscura procedente del mejor Terry Gilliam.
En el terreno de lo sutil y de los dobles sentidos, ‘Una serie…’ podría percibirse como una excelente alegoría de todas aquellas películas infantiles (y de adultos) que se inclinan hacia la excesiva condescendencia respecto al espectador, gravitando su eficacia en un despego deliberado de cualquier atisbo almibarado del cine infantil actual, sustituyéndolo por un humor negro y bilioso que, a veces, no tiene ninguna gracia debido a la excesiva crueldad con que se muestran algunas acciones. Tal vez ahí resida la única barrera que impide que la película de Silverling se pueda convertir en un clásico del cuento gótico, en la excesiva frialdad y atrocidad de muchos de sus pasajes y porque quizás porque no se llega a empalizar lo suficiente con los niños como para meterse de lleno en sus desventuras con el conde Olaf.
Es en este personaje donde reside también otro sutil inconveniente debido a la interpretación de un Jim Carrey que, como es habitual en algunas de sus películas, no se adapta al personaje, sino que acaba dándole vida haciendo eso que tanto se le reprocha, es decir, caer en el histrionismo más desacertado con sus habituales aspavientos y contorsiones físicas y faciales. Un error, porque el conde Olaf acaba siendo un referente cómico, nunca terrorífico y amenazante. Lastre que no se percibe en los tres intérpretes infantiles Emily Browning (perturbador nuevo rostro), Liam Aiken y las gemelas Kara y Shelby Hoffman que, ayudados con sus exóticas facciones y pese al distanciamiento de sus personajes, recrean con éxito y ternura la triste historia de los Baudelaire.
‘Una serie de desdichas…’ es un cuento de hadas triste y oscuro, un formato narrativo ideal para explorar una realidad alternativa no necesariamente realista, como en los cuentos de Edward Gorey, donde el espíritu misceláneo está atmosféricamente más cerca del expresionismo lúgubre que de cualquier fábula colorista. Un aspecto cuidado hasta el milímetro, cuajado de opulenta imaginería, de gradación nebulosa, con un impresionante diseño de producción de Rick Heinrichs (los decorados, el vestuario, el atrezzo, esa mezcla entre ambiente victoriano) y de la esplendorosa fotografía de Emmanuel Lubezki (que da una lección abrumadora de una excelente sobriedad en el uso de las ópticas y contraluces), ambos habituales del cine de Tim Burton, con el que tanto tiene que ver un universo de Snicket donde existe un extraño tono lóbrego y onírico, donde la belleza anida en todo aquello que hace volver la mirada del alma a las formas oscuras de la realidad. Donde la muerte, empezando por los padres Baudelerie y tutores posteriores, va dando forma y sentido a la vida de unos niños abocados a sufrir, pero paradójicamente, eso es lo que les mantiene unidos ante cualquier adversidad. Los niños pueden estar esclavizados en una casa sórdida, privados de afecto y bienestar, pero aún así encuentran refugio entre sí mismos.
Resulta curioso, citando a Tim Burton, las coincidencias que tiene ‘Una serie…’ con ‘Bitelchús’, cuyo parecido entre el surreal personaje de Burton y el conde Olaf se extrema no sólo al antedicho excentricismo histriónico, sino al vestuario, la capacidad de caracterización de ambos, una boda con una menor, su humor negro, serpientes gigantes… Y es que, como sucedía en aquella, y en toda la obra del director de ‘Sleepy Hollow’, la mezcla de dosis de aventura, fantasía fabulesca y comedia negra, se mantiene gracias a un perfecto equilibrio de todas sus disposiciones narrativas y estéticas. Por eso, el manejo del ritmo narrativo de Silverling para la creación visual estilizada y su entendimiento del sentido de espectáculo cinematográfico para consumo de todos los públicos le otorgan un territorio propio y de gran brillantez.
Un cuento no moralista de personajes en busca de su destino inmersos en una niñez terrorífica, con paisajes agrios y umbrosos, desde el abismo emocional de la pérdida de los padres hasta la nostalgia de la lejanía perdida del hogar, que convoca lo mejor de la palabra escrita en una entidad cinematográfica de personalidad y factura impresionante, reflejada, ejemplarmente, en unos créditos finales que son una pequeña joya. Una cinta destinada a ávidos lectores, futuros creativos, mentas inquietas e incluso enajenados amantes de las delicias visuales. ‘Una serie de catastróficas desdichas’ es, ante todo, una pequeña gran sorpresa.
Miguel Á. Refoyo © 2004
Tentaciones de un Humbert Humbert de tercera
Un tema aparte que tengo que destacar de esta película, no sé por qué razón, ya que percibo que no es un hecho que pudiéramos considerar habitual, legítimo y mucho menos moral, son las fuertes sensaciones que despertó en mí la jovencísima Emily Browning, la mayor de los Baudelaire, Violet. Me sentí por momentos como un Humbert Humbert de tercera, mirando con ojos lascivos a Dolores Haze, la eterna Lolita, con una irremediable atracción ‘perversa’ por las nínfulas menores de edad. En este caso, embelesado con la belleza de una chavalita como es la Browning. En mi vida cotidiana jamás se me ocurriría mirar a una menor de esta sucia manera, pero es que me dejó encandilado la belleza, la profundidad de sus ojos, de su rostro exótico, esa boca de pulposos labios, de sus inquietantes y enigmáticas facciones. Qué impropia beldad en una cría de 16 años, de verdad.
Y no es la primera vez que me pasa. Sí, amigos, me recuerda a las mismas miradas ignominiosas que lancé hace años cuando Natalie Portman hizo ‘León’, que prolongaron su efecto en películas como ‘Beautiful girls’ o ‘Heat’. Ahora, afortunadamente Portman ha crecido y no hay ningún problema en proclamar mi admiración a su hermosura y candor. Aunque recuerdo un rostro mucho más mítico por lo desconocido de la nínfula: Judith Vittet, la pequeña Miente de ‘La ciudad de los niños perdidos’ de Jeunet & Caro. Lo mismo que con Scarlett Johansson en su época de ‘El hombre que susurraba a los caballos’...
Tal vez en las teorías freudianas esté esta infrecuente afinidad por la juventud, aunque reconozco que es más utópico y platónico que carnal. Tal vez forme parte de alguna de las presunciones de Dan Kiley. No sé. El caso es que es un placer observar el potencial de esta nueva nínfula que dará mucho que hablar: Emily Browning.

martes, 4 de enero de 2005

El mundo del cómic está de luto


Primero Artie Shaw, después Frank Kelly Freas y hoy toca hacer homenaje póstumo en este extraño obituario artístico en que se está convirtiendo 2005 al gran Will Eisner, un maestro de maestros, un clásico reverencial que dominaba el dibujo, la atmósfera del cómic imposible de superar, la narración y el lenguaje narrativo a unos niveles realmente increíbles e inalcanzables. La leyenda viva del cómic mundial murió ayer a los 87 años dejando tras de sí un áurea mitológica a la altura de los grandes creadores del cómic de la historia. Un hombre que, dentro de su trabajo, se ha convertido en un mito, al igual que Winsor McCay, Breccia, Bourgeon, Moebius, Tezuka o el dúo Stan Lee y Jack Kirby.
Comenzó en la DeWitt Clinton High School, donde colaboró con Bob Kane (el padre de ‘Batman’) en la publicación de la escuela, tras lo cual realizaría las series de ‘Captain Scott Dalton’, una de piratas titulada ‘The Flame’ o las hazañas del agente secreto Harry Karry’. Junto a Jerry Iger produjo algunos de los mejores cómics distribuidos en el extranjero, como ‘Hawks of the Seas’. Debutaría con el segundo número de ‘Features Funnies’, a lo que seguiría ‘Sheena’, la aguerrida tarzánida dibujada por Mort Meskin que todos conocemos de la pequeña pantalla gracias a Sam Raimi. Series como ‘K-51’, ‘Muss' Em Up Donovan’, un justiciero, 'The Brothers Three’, el western 'Wild Tex Martin’ serían algunos trabajos destacables.
En los años 40 creó para la prensa el que es su cómic más célebre ‘The Spirit’, un personaje con el que ya empezó a experimentar e introducir innovaciones narrativas y a hacer de su progresión evolutiva un ejemplo paradigmático de maestría absoluta. Con el justiciero enmascarado de índole humana, Eisner incluiría constantes descubrimientos de lenguaje del cómic, con un acertado y sutil retrato crítico de la sociedad de su tiempo y sus bucólicas fantasías. ‘The Spirit’ se convirtió en una de las obras maestras de la historia por narrar, con una disposición novedosa en su narración tradicional, historias cercanas, donde los seres humanos y sus sentimientos trascendían las páginas del cómic y sus propias aventuras, adentrándose en lo más profundo de la esperanza, del prisma positivo con el que mirar la vida.
Tiene razón el gran Paco Cavero cuando afirma que tal vez gente como Alan Moore y Frank Miller estén excesivamente sobrevalorados ante la figura (inexplicablemente desconocida para muchos) de un tótem como Eisner. Y es que este genio lo es en todos los sentidos, empezando por sus composiciones de página rayano en el más puro arte pictórico y inspirándose muchas veces en el cine negro de aquella época. Como gran maestrol, Eisner ha dedicado gran parte de su vida a ejercer como preceptor en las finalidades educativas, campo en el que estaba interesado desarrollar el potencial del cómic y que progresivamente iba siendo evidente en ‘The Spirit Section’.
La revista P.S. Magazine, su paso por la School of Visual Arts de Nueva York (ejerciendo su labor docente) y su apogeo con ‘Contrato con Dios’, una obra ésta que es considerada como la primera en acuñase como lo que hoy conocemos como ‘novel gráfica’, le convirtieron en paladín del cómic ‘de autor’, rebasando el entretenimiento infantil o juvenil de diversión vacua para incluir en las páginas de sus cómics aspectos (del cine y la literatura –a los que influiría con sus cómics-) hasta entonces inexplorados por ningún autor del Noveno Arte. Obras como ‘Crepúsculo en Sunshine City’, la historia de corte autobiográfico ‘El soñador’, ‘El edificio’, la soberbia autobiografía ‘El Corazón de la tormenta’ extendida en un compendio de historias cortas y anécdotas basadas en historias reales vividas por Eisner bajo el título de El último día en Vietnam’ y sus últimos trabajos ‘Pequeños Milagros’ y ‘Las reglas del juego’ que apuntalaron su extraordinaria obra con las recopilaciones 'Will Eisner's Shop Talk’ y ‘El cómic y el arte secuencial’ y su continuación ‘La narración gráfica’, dos libros teóricos imprescindibles para cualquier amante del mundo del cómic.
Eisner, inspiración y maestro de muchos guionistas y dibujantes de cómics ha dejado un hueco muy grande en un universo que hoy llora su muerte.

Una pequeña recomendación cinematográfica

Una breve recomendación para empezar bien el año, amigos de la blogsfera: 'Whisky’, de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, uno de esos largometrajes destinados a permanecer en la memoria colectiva del público y hacerse un pequeño hueco en la historiografía cinematográfica uruguaya vista en nuestro país (que, no nos engañemos, aquí es difícil ver) con su pequeña historia contenida sobre la incomunicación en la que sus tres personajes viven en sí mismos, cerrados en la cotidianidad aburrida y aplastante que les devora.
Historias íntimas cargadas de pesimismo, que se abren a lo imprevisible con un mínimo viaje a un hotel cerca de la playa. Esta magnífica película mira con angustia y desespero la vida, consecuente con la lentitud con que ésta avanza, aportando sorpresas inesperadas. A través de los ojos de unos personajes lacónicos e hieráticos, Stoll y Rebella indagan en una farsa que se destapa cómicamente brillante, que se encamina, paradójicamente, a detallar la vida de unos caracteres que se consumen complacidos al aburrimiento y a lo ordinario.
‘Whisky’ posee un lustroso sentido cinematográfico, de sosegada e introspectiva narrativa cinematográfica, con una planificación aquietada que profundiza perfectamente en los sentimientos y personalidad del trío protagonista, donde los pequeños detalles, aparentemente insignificantes, se magnifican al excavar con sutileza en la exposición psicológica, aprovechando sus escasos espacios, valiéndose de la iteración expositiva como reflejo de la rutina cotidiana de sus protagonistas, a los que dan vida con inmensa grandeza Andrés Pazos, Jorge Bolani y, sobre todo, la lacónica Mirella Pascual. Todos efectúan unas interpretaciones excelentes.
Se trata de un drama melancólico, humilde y tierno, que contiene en su fondo pequeños trazos de triste humor. Una mezcla genérica que aporta, con una simpleza desarmante, la realidad de una historia honesta, sin mayor complejidad que la que se deriva de una situación tan patética como la vida misma, la que vivimos todos nosotros cada día del año.

¿Adicción a internet o simple gilipollez?

A lo que llega la gente asumiendo que está exprimida por la onda expansiva del furor informático. Acabo de leer que informático chino totalmente viciado a navegar en Internet ha solicitado en el registro civil que su hijo reciba el nombre de “.com”. El padre, programador de oficio y apellidado Zhao, indicó que había decidido que el apelativo completo de su hijo fuera zhao.com (en China, el apellido va delante del nombre), similar al de una página web. Para colmo, no es la primera vez que un chino intenta poner un nombre relacionado con Internet a su vástago, ya que el pasado octubre otro registro civil del país rechazó la solicitud de un padre de llamar a su hijo con el símbolo informático "@" (arroba). El creador del software informático libre Linux, el finlandés Linus Torvalds, puso en el nombre oficial de su hija Patricia el sufijo "v2.0" (segunda versión), como si la chavalita fuera un robot.
En todo este desmadre, cada uno tiene sus razones ¿Por qué un jardinero puede ponerle Rosa a su hija o Jacinto a su hijo? ¿Por qué una depresiva crónica no tiene el derecho de que su hija se llame Angustias? ¿Por qué Fernando Trueba tiene un primogénito llamado Groucho? Yo respeto las decisiones. A mí, cuya mayor afición es comer en ingentes cantidades ¿me dejarían ponerle a mi hija ‘Panceta’ o a mi hijo ‘Pincho Moruno’? El nombre que antecede al patronímico es importante, pero nunca hemos pensado hasta qué punto es importante. Por eso ahora Madonna se llama Esther, Prince ya no tiene ni apelativo, Jennifer López reniega del apellido y se quiere llamar sólo Jennifer, a secas. Nunca me he parado a pensar cuál sería el nombre que elegiría si pudiera cambiarme el que tengo.
En otro orden de cosas, y volviendo a la locura colectiva por la red de redes, a veces me pregunto si tengo verdaderamente una imperiosa necesidad de conectarme a Internet, de compartir la red con otros empanados como yo, delante de la pantalla, leyendo blogs, cliqueando el ratón como una cobaya ansiosa, yendo de página a página, escrutando cada rincón de Internet mientras varios libros reposan iniciados con un separador encima de mi mesilla de noche, tristes, reclamando algo de atención. Kavalier y Clay están definitivamente enfadados conmigo. El problema no creo que sea ningún tipo de adicción (lo curioso del tema es que la adicción a Internet no figura en el DSM, el manual más utilizado para el diagnóstico de desórdenes mentales), sino que la cuestión reside en si no estaré restando tiempo necesario a otros aspectos de su vida que también son importantes. La solución: tengo que aprender a distribuir mejor mi tiempo si no quiero acabar teniendo un hijo que se llame Abismo o cosas peores.

lunes, 3 de enero de 2005

El cine que vendrá en 2005

Cine 2005: Un año muy bélico y galáctico
‘Star War. Episodio III’, de George Lucas y ‘La Guerra de los Mundos’, de Steven Spielberg las propuestas más atractivas de un 2005 que traerá muchos grandes títulos.
Como cada año, además de promover las listas con lo mejor y lo peor del pasado año, suele afrontarse la nueva temporada esperando algún que otro título que marque las expectativas de títulos que, por diversas razones, atraigan la atención de los medios y del público, esperanzado por ver grandes superproducciones apoyadas en impresionantes campañas de publicidad y marketing que empiezan varios meses antes de que el celuloide vea la luz. Películas que esperan su lugar en una nueva temporada que repartirá su posición con ecuanimidad (o no) en lotes de películas llegadas de Hollywood y del resto del mundo en este avance en el que destacamos algunas de estas películas que se aguardan con atención.
Como constatación del último reclamo de Hollywood, este 2005 será un año marcado por dos modas que consolidan la estrepitosa carencia de ideas que existe en un entorno infectado por la falta de originalidad en sus grandes productos. Así, el grado de renovación a golpe de cheque de antiguas cintas, más conocido por todos como ‘remake’, proporcionará un nuevo torrente ‘nuevas versiones’: Comenzando por las dos modernas visiones de los clásicos de John Carpenter ‘Asalto a la comisaría del distrito 13’ y ‘La Niebla’, ‘Embrujada’, dirigida por Nora Ephron adaptación del éxito de la televisión de los 60 con Nicole Kidman y Will Ferrell, ‘Oliver Twist’, recomposición del clásico literario llevado al cine por, nada más y nada menos, que Roman Polanski, ‘The cincerella man’, de Ron Howard con Russell Crowe o la innecesaria revisitación al icono del Inspector Closseau en ‘The Pink Panter’, de Shawn Levy con Steve Martin haciendo las veces del inigualable Peter Sellers.
Por otra parte y, como viene siendo habitual, la adaptación de todo tipo de cómics se está transformando en un ejercicio de inversión segura por parte de las grandes productoras que, poco a poco, está fagocitando todo el universo del Noveno Arte y destrozando, en casi todos sus casos, las viñetas tan adoradas por los seguidores del cómic de turno. De los muchísimos venideros, algunos de ellos son ‘Los 4 fantásticos’, el legendario cómic de Stan Lee es llevado a personajes de carne y hueso por Tim Store, ‘Constantine’, de Francis Lawrence desmenuzando el gran cómic creado por Garth Ennis y protagonizado por Keanu Reeves, ‘Elektra', recuperando a Jennifer Garner en su papel de ‘Daredevil’ y, sobre todo, el esperadísimo ‘Sin City’, dirigido por Robert Rodríguez y por el genio, padre de la criatura tebeística, Frank Miller, que aportarán una estética innovadora y revolucionaria.
Entre la ceremonia celebrada a finales de febrero en el Kodak Theather, más allá del Oscar que se pueda llevar Amenábar con ‘Mar Adentro’ a la mejor película extranjera, lo interesante suele ser la aportación de un buen puñado de títulos que se destacarán como lo mejor del año. Algunas cintas suenan fuerte apoyadas en la gran acogida de la crítica especializada y los premios orientativos que preceden a las nominaciones. ‘Ray’, de Taylor Hackford tiene casi asegurada varias nominaciones, entre las que es casi segura la de Jaime Foxx como actor principal por su recreación de Ray Charles. Otra, podría ser ‘Closer’, del veterano Mike Nichols que cuenta con cuarteto de lujo como Jude Law, Julia Roberts, Clive Owen y Natalie Portman y, finalmente, ‘Million Dollar Baby’ o la última gran apuesta de Clint Eastwood con Hillary Swank y el reencuentro de Eastwood y Morgan Freeman después de ‘Sin perdón’ hace doce años.
Pero hay otras muchas películas pendientes de estreno que saben que desde su estreno pueden llevarse a sus arcas cifras millonarias. Cintas históricas, como ‘El mercader de Venecia’, de Michael Radford con Al Pacino y Jeremy Irons o ‘Kingdom of Heaven’, filme con Orlando Bloom rodada en España por Ridley Scott. Comedias de todo tipo, desde la gamberrada parida por los creadores de ‘South Park’, Trey Parker y Matt Stone, ‘Team America: World Police’ protagonizada por marionetas, la secuela de ‘Los padres de ella’, ‘Meet the Fockers’, de Jay Roach con Ben Stiller, Robert De Niro y Dustin Hoffmann o la más políticamente correcta y romántica ‘Spanglish’, de James L. Brooks con Paz Vega, Tea Leoni y Adam Sandler. Acción y espectáculo en la adaptación del violento juego ‘Doom’, que propondrá Andrezj Bartkowiak, ‘Mr. and Mrs. Smith’, la imposible reunión por parte de Doug Liman de una comercial pareja compuesta por Brad Pitt y Angelina Jolie y ‘La leyenda del Zorro’, segunda parte de las aventuras de Antonio Banderas y Catherine Zeta Jones dirigidos de nuevo por Martin Campbell o 'The Island', el nuevo mastodonte cinematográfico de Michael Bay. También otras películas que se esperan con bastantes ganas son ‘Alfie’, de Charles Shyer y la ratificación como actor de moda y ‘sex symbol’ de Jude Law o la fastuosa ‘Memorias de una geisha’, de Rob Marshall. ‘El Código Da Vinci’, de Ron Howard con Tom Hanks y la tercera parte de ‘Misión Imposible’ serán proyectos que condensarán las noticias sobre rodajes con vistas a estrenarse a finales de año o en 2006.
En cuanto al cine español, la cuota de pantalla verá su filón en una sola película que competirá sin ningún tipo de problema con cualquier superproducción que se ponga por delante. Esta proeza sólo puede tener un nombre dentro de la apagada y ridícula situación de cine español: Santiago Segura. ‘Torrente 3’, será (tristemente) la opción que juega sobre seguro en la taquilla nacional. Un panorama nefastamente oscuro que, intentará emprender la primera superproducción nacional en años con la esperada ‘El capitán Alatriste’, de Agustín Díaz Yanes en su carísima adaptación de los ‘best sellers’ de Pérez Reverte.
Pero si por algo este 2005 está llamado a dar grandes títulos son, como avance, por estos diez títulos que destacamos a continuación. Todas ellas, películas que están dando que hablar desde hace mucho tiempo y que las he situado al azar, sin ningún orden concreto.
'Alexander', de Oliver Stone.
Primera gran superproducción que se estrena pasado mañana y que tiene como gran atractivo un reparto encabezado por Colin Farrell, Angelina Jolie, Anthony Hopkins y Rosario Dawnson. En Estados Unidos ha sido un fracaso estrepitoso. Oliver Stone sigue apostando por su particular estilo arriesgado y combativo y parece ser que la historia épica que se narra no ha convecido mucho a nadie. Habrá que ver cómo funciona en nuestro país. En cualquier caso, es la primera gran película de 2005.
'The Aviator', de Martin Scorsese.
Uno de los proyectos más esperados que, si hacemos caso a las quinielas, será una de las grandes nominadas a los Oscar. Scorsese, ajeno al oropel, brinda su maestría clásica en una historia sobre la vida de Howard Hughes que tiene como señuelo comercial al siempre carismático Leonardo Di Caprio en la que, como ha dicho el gran maestro Scorsese, será la última gran superproducción de este clásico de la Historia del Cine.
'The Birthday', de Eugenio Mira.
La gran apuesta de nuestro maltrecho cine español. Una producción nacional rodada al más puro estilo norteamericano. Filme arriesgado y oscuro que mezcla géneros en un tributo que el alicantino (acompañado en el guión por Mikel Alvariño) ha otorgado al cine de los 80. A la cabeza del reparto está Corey Feldman, actor de culto protagonista de filmes como ‘Los Goonies’, ‘Cuenta Conmigo’ y ‘Papá Cadillac’.
'Star Wars: Episode III - Revenge of the Sith', de George Lucas.
Sin duda alguna 2005 tiene en la finalización de la segunda saga galáctica de Lucas su filón comercial. La transformación de Anakin en Darth Vader y la curiosidad de todo el público mundial por saber cómo acaba esta fantasía de ciencia ficción le concede el primer puesto en la lista de películas para ver en la nueva temporada. Es posible que sea la película más taquillera de este año que acaba de empezar. Aunque también es posible que no lo sea.
‘La Guerra de los Mundos’, de Steven Spielberg.
Será el único en hacerle sombra a su amigo Lucas. Una superproducción de 200 millones de dólares para adaptar la obra maestra de H.G. Welles y el protagonismo de Tom Cruise parecen ser suficiente para que la nueva odisea de efectos especiales del ‘Rey Midas’ acaparen la atención del público. Otra apuesta segura que cualquier aficionado al cine está esperando ver.
‘Finding Neverland’, de Marc Forster.
A priori es un título que no ha sonado mucho como gran película comercial, pero la pareja formada por Johnny Depp y Kate Winslet en la nueva película del director de ‘Monster’s Ball’ en una película de fantasía que recrea la vida de J.M. Barrie, el creador de ‘Peter Pan’, parece suficientemente atractivo como para apostar por ella.
‘Sideways’, de Alexander Payne.
Paladín de la nueva comedia independiente americana, la nueva cinta de Payne, autor de ‘Election’ y ‘About Scmichtd’, es una de las que más suena para llevarse algún Oscar en la próxima edición. La historia de dos hombres de mediana edad sin trabajo interpretados por Paul Giamatti y Thomas Haden Church en un viaje a lo largo de California puede estar entre o más selecto del año.
‘La vida acuática con Steve Zissou’, de Wes Anderson.
Tras ‘Academia Rushmore’ y ‘Los Tenenbauns’, la última cinta de Wes Anderson tiene cualquier tipo de preferencia ante los restantes títulos. Su humor negro y brillante se une esta vez a unos destacados efectos especiales bajo el agua. El reparto es la gran atracción de uno de los mejores directores del cine contemporáneo: Bill Murray, Owen Wilson, Cate Blanchett, Anjelica Huston y Willem Dafoe.
'King Kong', de Peter Jackson.
Tras la trilogía de ‘El Señor Anillos’, el director neozelandés Peter Jackson acomete un arriesgado ‘remake’ dirigido en los años 30 por Ernest B. Schoedsack y Merian C. Cooper en otra superproducción de esas que no necesitan mucha campaña para arrasar en taquilla. Las incógnitas: saber si estará a la altura de las circunstancias y qué aspecto tendrá en enorme simio.
'Batman Begins', de Christopher Nolan.
Mucho se está hablando de esta cuarta entrega de ‘Batman’ en la era moderna. Alejado del ‘kistch’ de Joel Schumacher, el superhéroe alado recupera su decencia y oscuridad encarnado en el rostro de Christian Bale. El director de ‘Memento’ promete una reactualización a mejor con otro plantel envidiable de intrérpretes: Michael Caine, Liam Neeson, Morgan Freeman, Gary Oldman y Katie Holmes.
‘Charlie y la fábrica de chocolate’, de Tim Burton.
Johnny Deep vuelve a trabajar con Burton, esta vez en una adaptación de Roal Dahl. La fantástica historia de Willy Wonka, propietario de una gran fábrica de chocolates que organiza un concurso escondiendo cinco papeles dorados en cinco chocolatinas y los ganadores podrán visitar su fábrica. De todos ellos sólo uno conseguirá un suministro de chocolate para toda su vida. Muy Burton.

Murió FRANK KELLY FREAS


1922-2005
"Con el más profundo pesar informamos que Kelly dejó este mundo mientras dormía tranquilamente a las 4: 46 a.m. el 2 de enero de 2005. Para aquellos que vivan cerca de Los Angeles y deseen dar su último adiós, el entierro tendrá lugar el lunes, 3 de enero de 2005: A las 14:00 horas en Memorial park de Oakwood (22601 Lassen C/Chatsworth CA818-341-0344)".
Con estas escuetas palabras se despiden en la web oficial de Frank Kelly Freas, uno de los ilustradores de ciencia ficción más importantes de la historia. Comenzó su trabajo en las revistas ‘pulp’ ‘Weird Tales’ y ‘Planet Stories’. Posteriormente Kelly Freas empezó su colaboración con John W. Campbell y las revistas ‘Astounding Science Fiction /Analog’ desde 1953 hasta el 2001. Más de 48 años de trabajo para la misma publicación.
Destacó, además de por un dominio innato para el dibujo y la creatividad sin límite, por un sentido del humor y la habilidad de dotar a los individuos retratados de una personalidad definida, con un estilo inconfundible y exclusivo. Supo dejar una huella definitoria con ilustraciones admirables y refulgentes, protagonizadas por alienígenas casi siempre afables, desolados robots y sensuales mujeres.
Freas es uno de los ilustradores de Ciencia Ficción mas galardonados de todos los tiempos. Ha sido nominado en una veintena de ocasiones al premio Hugo (los Oscar de la Ciencia Ficción Internacional), obteniéndolo en diez ediciones. También ha obtenido numerosos premios de otros géneros como el ‘National Association of Trade and Technical Schools' Hall of Fame’ en 1991.
Ha trabajado para portadas de novelas de Isaac Asimov, Robert Heinlein, Arthur C. Clarke, A. E. Van Vogt, Poul Anderson y Frederik Pohl. También trabajó para la famosa revista MAD que utilizó varias de sus portadas desde 1955 a 1962 y para trabajos corporativos de la NASA.
Algunos de sus trabajos recopilatorios más importantes son ‘Astounding Fifties’ y, sobre todo, su obra maestra ‘Frank Kelly Freas - The Art of Science Fiction’, un libro imprescindible para cualquier amante del género.

SMP (V): Deliciosa Charlize publicitaria

Mucho se ha comentado el anuncio de Chanel Nº 5 dirigido por Baz Luhrmann y protagonizado por la diva Nicole Kidman en el que se dice que ha sido el 'spot' publicitario más caro de la historia. No está mal el glamour, la visualidad, la fotografía y puesta en escena del anuncio de marras. He de reconocer que el australiano ha facturado un más que curioso cuento de hadas moderno. Una microhistoria que se empeñan en vendernos como una pequeña joya cinematográfica, con una historia de amor romántica, profusos vestidos creados especialmente para esta ocasión por Karl Lagerfeld, el 'Claro de luna' de Debussy como música de fondo y con una actriz divina como ninguna.
Pero esta Navidad han emitido uno que, sin tanto boato ni suntuosidad, ha hecho las delicias de estos ojos acostumbrados a ver publicidad en grandes cantidades. Se trata de esa pequeña pieza de 45 segundos de 'J'adore' de Dior, donde esa diosa de la belleza que es Charlize Theron es la protagonista. Tras el embrujo de la inimitable voz de Nina Simone cantando 'Don't Let Me Be Misunderstood', la última ganadora del Oscar se revuelve sensualmente bajo el satén dorado que marca su estilizada figura. Dirigido por Nick Knight y creado por el diseñador gibraltareño John Galliano no es tan pretencioso como el de Luhrmann y es más eficaz. En la sencillez, muchas veces (la mayoría) reside la calidad.
Aunque todo sea cuestión de gustos.