domingo, 30 de septiembre de 2012

Weng Weng, el héroe de 83 cm.

En el ‘mondo freak’ se han destacado, a lo largo de su extraña y sinuosa historia, muchas de las figuras de culto o grotescos personajes de los que que hoy algunos pocos conocen o han oído hablar alguna vez. Hoy rescato de mi retentiva ‘freakie’ a un titán de menos de un metro de estatura que, a finales de los 70, intentó convertirse en un héroe de acción proscrito a su país de origen, Filipinas. Por supuesto que no tuvo éxito, pero sí traspasó fronteras por lo exótico de la operación cinematográfica. Me refiero al grandiosamente liliputiense Weng Weng, un menudo hombre de 83 cm. (el actor más pequeño de la historia junto a Verne Troyer) todo esfuerzo e ímpetu, que sabiendo de sus limitaciones como estrella interpretativa, encumbró su propio mito por encima de cualquier concesión al tópico, ofrendando un pequeño clásico de la serie Z basado en un insólito ‘made him self’.
‘For Your Height Only’, es una película de Eddie Nicart erigida para la gloria de nuestro minúsculo héroe, que interpretó al Agente 00, un superespía bajito, vestido elegantemente de blanco (look que luego relumbraría Sonny Crockett en ‘Miami Vice’) carismático y resultón poseedor de todo lo que un héroe aspira a tener: sagacidad, intrepidez, desvergonzado atrevimiento y un ‘sex appeal’ que hacía que cualquier fémina cayera rendida a sus reducidas piernecillas. La historia bebía de una fuente como eran las películas de James Bond. Un intento de asesinato sobre el miniagente nos revela, de entrada, que Weng Weng trabaja para la INTERPOL. Se advierte en seguida que todos consideran al agente de reducida estatura como un temerario aventurero.
La misión: aprisionar a Mr. X, un irascible terrorista enmascarado tras una capucha que lanza un despiadado ultimátum amenzando con empezar a aniquilar a la población filipina si no recibe una cuantiosa suma de dinero (cuantiosa en Filipinas, ya que en aquel momento, al cambio, la suma ya era ridícula). A lomos de una espectacular Honda Accord ajustada a su tamaño (en realidad una moto Febber de esas que todos hemos anhelado en nuestra niñez), Weng Weng subsistirá ante el peligro sobreviviendo a una ardua experiencia que tiene como resultado una encarnizada lucha con Mr. X. Antes de ello, siendo coherentes con el género, no se podía omitir el ineludible catálogo de armas secretas, recalcando un inolvidable ‘sombrero-sierra’ dirigido con un mando a distancia, un reactor a propulsión en la espalda (mítico) o una ultratecnológica ‘sombrilla paracaídas’, que le permitía arrojarse desde un rascacielos sin que le pasase nada.
Cabe que destacar dos delirantes secuencias; la primera, derivada de un cómico altercado que da como consecuencia una pelea de kárate en una escuela de instruidos y violentos karatekas que perecen ante el curtido enano, que se hincha a dar hostias a diestro y siniestro. Otra, en su final, cuando los malvados le capturan no le torturan ni amenazan, sino que recluyen en una ridícula jaula de loros.
Un clásico impagable.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Jose Ángel Iribar: 50 años del debut de "El Txopo"

José Ángel Iribar es una leyenda dentro del sentimiento ‘athleticzale’, pero lo es más allá de San Mamés. El “Txopo”, como todos le conocen, es un mito de la Historia de nuestro fútbol y posiblemente el mejor portero que ha existido debajo de una portería. Intuición, fuerza, inteligencia, unas condiciones físicas insuperables y unos brazos inmensos que amedrentaban al rival convirtieron a Iribar en un guardameta solvente y carismático. 18 temporadas defendiendo al Athletic, jugó 614 partidos oficiales, 93 de Copa y 55 en competiciones europeas. Son los números que atesoran una carrera admirable que incluyen los 49 encuentros con la selección nacional, con la que obtuvo aquel histórico triunfo en 1964 al ganar la Eurocopa. Su esbelta figura, estilizada y rotunda destacaba con su indumentaria sempiterna de color negro, como ofrenda al arquero ruso Yashine, al que apodaban la “araña negra”. Llegado del Basconia al Athletic, que llegó a pagar un millón de pesetas de entonces, debutaría un día como hoy, un 23 de septiembre en la Rosaleda, sustituyendo al no menos mítico Carmelo, que seguiría siendo portero titular hasta la temporada siguiente, cuando Juanito Ochoa le confío la meta rojiblanca. Desde octubre del 1963 hasta su retirada, el 2 de diciembre de 1979, Iribar gestaría su condición de emblema del club, de un hombre que vivió por y para el Athletic, vinculado siempre a un equipo y a una afición que le adora como a un héroe del que se cuenta que era capaz de desviar el balón con la mirada. Hoy en San Mamés se rinde pleitesía al que será por siempre jamás unas de las figuras más entrañables y grandes que ha tenido el histórico club zurigorri. Esta tarde, es la tarde de recordar al “Txopo” y sus gestas con el Athletic Club.

jueves, 20 de septiembre de 2012

HELLRAISER: Hellbound's Heart (y II)

El corazón de Hellbound. La mitología 'barkeriana'.
Siguiendo con la celebración del cuarto de siglo del estreno de mito de ‘Hellraiser’, hay que acudir al principio de los tiempos para comenzar a adentrarse en la leyenda de este oscuro universo. Concretamente al Orden Perfecto, en el que El Leviatán no era una deidad monstruosa, sino todo lo contrario, una majestuosa fuerza que, a modo de laberinto, atestiguaba la perfección humana y el bien absoluto, la libertad y la esencia del ser. Una creación perfecta de modelo y lógica, como era él. Pero llegó un momento en que nuestro mundo, caótico y colmado de guerras y tentaciones, fecundó con semillas de maldad un odio imparable, creciendo exponencialmente y precipitando las fronteras de nuestras propias dimensiones. Al principio, el Leviatán pudo detener el ataque, pero no todo iba a ser tan fácil. Extendiéndose a su propia esencia, creciendo adulterado, el propio Leviatán puso a prueba a sus enemigos creando al hombre, un ser débil lleno de miedos y sueños, carente de fuerza y exánime ante las tentaciones del mal. En el sueño del Hombre habría una voz suave. Ésta se oyó y susurró los secretos de la Ciencia, los enigmas de Lógica y la llama de Prometeo.
El hombre recibió con los brazos abiertos todo este torrente de conocimiento y lo usó para dominar el pensamiento moderno, para convertirse en dueño y señor de aquello que le rodeaba. El mundo dejó de ser una amenaza para el hombre. Ni los más recónditos lugares de los pensamientos oscuros atemorizaban al ser humano, ni siquiera aquellas mentes retorcidas capaces de hacer el peor de los males en este mundo. En el cosmos se impuso la llamada edad de la Razón, donde las puertas ya no permanecerían cerradas para el miedo, descubriendo las mentiras del ‘Otro Lado’, cosa que aprovecharon para saber aún más, para trazar nuevos conceptos jamás explorados. Pero las puertas se cerraron y algunos enigmas nunca se resolvieron...

El mundo se volvió virulento por las Guerras, un hecho que favoreció el Orden de Leviatán, haciéndose cada vez más fuerte. La gran deidad visitó al Hombre una vez más en sus sueños. Encadenado por las leyes del Universo, limitó a éste a permanecer en su Laberinto, lleno de ilusiones y de visiones, haciendo de éstos su única realidad, lo que estaba a su alcance, como un ardid de todo lo que le rodea. Este Orden, a priori beneficioso para el ser humano, le inspiró para caminar, analizando y estudiando, el anverso de lo que otrora consideraron dioses. Es decir, las lunas y los planetas, las estrellas e inmensidad del espacio. Desde ese mismo instante, el hombre abrió los ojos y manifestó admiración, dejando para siempre de estar seguro del testamento de la Humanidad, de su propio conocimiento. Cada guerra necesita un ejército y esta guerra del Caos no era diferente. Era la culminación de la carne del Hombre y, desde ese mismo instante, los oscuros espíritus del mundo de Leviatán, obteniendo sus objetivos, empezaron a aparecer en la conciencia humana. Espíritus sin edad ni corazón. Y lo que era peor, inmortales. Condenados a ejercer su influencia en la mente humana, condenados a vagar por los pasillos del Laberinto. Estos diabólicos seres, estos entes serían llamados por el gran Leviatán los Cenobitas de su religión, con una misión muy clara: ayudarían a equilibrar y aplacar, de forma brutal e insana, el deseo y el dolor de la propia condición humana.
Sin embargo, los Cenobitas, no serían lo que en un principio podría pensarse de ellos. Recogiendo lo peor de todos los espíritus del Mundo de Leviatán, se unificaron en varios entes con un solo líder, un espíritu que guió a los Cenobitas por el camino de la justicia y el castigo, apoderándose de cada alma a la que tenían acceso. El adalid de todos ellos vino a ser llamado Pinhead, pero también, junto a su horda de componentes Cenobitas, se le asignaron varios nombres como Pontífice Oscuro del Dolor, Príncipe de la Dolencia y el Papa Negro del Infierno. Algunos lo llaman el Hijo del Favoured, Vasa Inquatitis o Xipe Totec, que vino a asemejarse al dios azteca conocido como “Nuestro Dios, el Desollado”. Aquellos que desconocen su existencia y se atreven a osar con la complacencia de la yuxtaposición de dolor y placer pasaran a formar parte del séquito de sus torturas, de la depravación más dolorosa que jamás imaginó el hombre, encerrado en una odisea de experimentación y libertinaje. La purgación de la carne es la misión de Pinhead, sujeto al Testamento de Leviatán, a las normas del Infierno.
“El placer es el Dolor y largo es su camino”, es el emblema del hombre con ‘alfileres en la cabeza’. Santo o impío, esta figura del Infierno sólo ejerce de preceptor a la hora de aplicar las normas que rigen Los Avernos, de dar la bienvenida a todo aquel que ose a abrir las puertas desde el mundo material, desde nuestro lado, en el que sólo el ser humano tiene la llave para acceder a los tártaros. Ésa llave es la tentación, la excitación y la búsqueda del placer en sus infinitas formas. El Leviatán utiliza como elementos de proselitismo las debilidades humanas como el deseo, la obsesión o la avidez. Aquellos que traspasen las puertas de lo prohibido en estos conceptos, aquellos que soliciten experimentar placeres del Más Allá nunca conocidos por el hombre, serán expiados de la forma más escabrosa posible por los Cenobitas. Esa forma accesible a los que no temen traspasarla, de explorar los placeres que van más allá de las maravillas oscuras y los milagros negros, trajo consigo un Guardián, una forma diabólica de imponer sus condiciones, de castigar a quien transfiriera los límites. Pero no necesariamente los Cenobitas, sino criaturas con el propósito de salvaguardar y proteger los enigmas infernales. Los enigmas, perfectamente ocultos, no entraron en el inicio de los tiempos como objetos físicos, sino que llegaron a nosotros como ideas, inspiraciones, sueños y visiones.
Una de estas visiones llegó en forma de escabrosa idea a un francés fabricante de juguetes que buscó durante toda su vida la forma de abrir las puertas de lo desconocido. Su nombre era Philip LeMarchand y fue el elegido infernal para dar a conocer el misterio de los misterios.
LeMarchand construyó una pequeña caja en forma de cubo en la que introdujo todas las respuestas innombrables, con unas instrucciones específicas para usarlo. Fue él quien trajo a nuestro mundo la ‘Caja de LaMarchand’ y sus contenidos conocidos como las ‘Configuraciones del Lamento’. La Caja fue reproducida de forma falsa varias veces extendiéndose a lo largo y ancho del mundo, confundiéndose y perdiéndose en los confines del Universo, extendiendo la Leyenda del Leviatán hasta convertirlo en una profecía del mal. La caja cayó en manos de un veterano de la Gran Guerra llamado Elliot Spencer, con una cicatriz interna que le marcó para siempre. Desprovisto de inquietudes en un mundo material que aborrecía, Elliot pensó en vivir su apática vida postbélica (repleta de graves problemas psicológicos y trastornos varios) descubriendo nuevos placeres, sintiendo su existencia forzado a experimentar otras alternativas de erudición antigua. Cuando llegó a sus manos la mítica caja de LeMecharnd, no tuvo problemas en descubrir el enigma que le abriría las puertas del Infierno, los secretos para introducirse en un mundo paralelo al nuestro, para fundir su alma con el espíritu de Xipe Totec, volviéndose ambos uno sólo. Pasó a llamarse Pinhead y se consolidó como el líder de la filosofía del Leviatán, pero con rasgos humanos y con ciertas gradaciones de incorruptibilidad a la hora de someter a juicio el alma que descubriera los secretos que un día hizo suyos. Una vez inmerso en el otro lado, una vez que traspasó las puertas, su carne se desgarró separándose su anterior personalidad y dejando la pureza de la ecuanimidad, la filosofía Cenobita, al emblema de la caja, a la consecuencia del Leviatán, del Amo.
Las almas que caen en la tentación y entran en el cosmos del Leviatán no siempre encuentran la expiación de dolor y placer. A veces, los propios humanos sufren hasta el infinito y sirven como juguetes de los Cenobitas, sometiendo a éstos a un padecimiento jamás imaginado, condenados a vagar por los pasillos del laberinto toda la Eternidad. Otros, por el contrario, logran hacer realidad sus propios infiernos personales mezclando tormento y dolor como catarsis a sus propios fantasmas. Entre todos estos espectros de dolor, el Levitan escoge a alguno de ellos para convertirlo en Cenobita. Pero muchos otros son absorbidos para licuar su sangre y sirva de componente del gran Diamante, del propio Leviatán.
Cuando un cuerpo humano se desgarra de este mundo, deja atrás una semilla. Un pequeño signo de su existencia, de la vida que ha perdido, pudiendo ser desde una gota de sangre o saliva, incluso de esperma... Una semilla que, si se nutre apropiadamente, es lo suficientemente lícita para devolver el alma del condenado. De la propia materia vital, el alma recobra su vida, alcanzando así un terrorífico nacimiento a partir de la esencia. Pero si esto sucede, si un alma escapa a los atrios del infierno, las leyes maléficos de los propios Cenobitas indican la posibilidad de acceder a nuestro mundo para dar caza y destruir a los prófugos de la maldad.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Décimo aniversario de un rodaje inolvidable

‘El límite’ está a punto de comenzar y siento sobre mí el peso del mundo, una especie de nervios incontrolables y un entusiasmo difícil de explicar con palabras. No me creo que vaya a empezar este sueño, este complejo y esperado proyecto que me está proporcionando el más arduo y provechoso adiestramiento que podía esperar. Comemos en la localización unas hamburguesas esperando a que esto dé comienzo. Ha llegado la hora”.
Estas eran las primeras palabras que aparecían en el diario de rodaje de ‘El Límite’, aquel cortometraje que se pierde en la memoria porque, un día 10 de septiembre de de hace diez años, comenzaba el rodaje de esta pieza que, por suerte, ya no es último trabajo de ficción que he rodado. Una década desde que un grupo de aguerridos jóvenes asumieron el reto de crear un corto a la altura de las exigencias impuestas por unas circunstancias que provocaron una lucha contra los elementos hasta la extenuación para que las cosas fueran por buen cauce. Era 2002, año en el que se celebró la Capitalidad Cultural Europea de Salamanca y aquella odisea parece alejarse en el tiempo, dejando las heridas cicatrizadas en el recuerdo.
Ha llovido mucho desde entonces. Sobre todo en el Monte Waialeale en Estados Unidos. Fueron, posiblemente, algunos de los días más emotivos y felices de mi vida. Una experiencia que me inoculo una potente droga en mis venas, la de ansiar crear más historias a través de una cámara. A día de hoy, aquel santuario de terror ambiental llamado La Salle ya no existe y he perdido el contacto con algunos de los miembros de aquella familia que convivió durante cinco largos días. Pero nada podrá borrar aquellos cinco días de recuerdos perennes. En esta ventana seguís teniendo todos los detalles de aquel maravilloso viaje a lo largo de cinco días con un equipo al que sigo adorando y añorando a partes iguales.
Después de aquello, me costó sudor y sangre volver a erigir otro proyecto con la ilusión y la fuerza necesaria para que se cristalizase en un nuevo trabajo cinematográfico que estrenar. Primero fue el intento de ‘El reencuentro’, una historia romántica con fondo de terror demasiado costosa, ‘Día de campo’, inquietante historia de un dominguero o ‘KM.’, una extraña ‘road-movie’ paranormal que, con toda la preproducción definida y un equipo para rodar, no llegó a transformarse en cortometraje. Lo teníamos todo preparado minuciosamente, estuvo a punto de hacerse realidad, junto a Víctor Clavijo y Mariano Venancio como protagonistas. Sin embargo, la realidad fue dura conmigo y el proyecto no llegó a rodarse… Hay que levantarse y seguir caminando por muy fuerte que haya sido la hostia.
Fue el constante recuerdo de las sensaciones que despertaron en mí aquel corto en el que hace diez años estábamos inmersos las que han marcado una referencia que tomar para sobreponerme a la adversidad. De ahí, que con la inestimable ayuda de unos cuantos amigos del alma algo irresponsables por confiar de nuevo en mí, pudiéramos volver a rodar el año pasado ‘3665’. La espera acabó y ahora mi equipo trabaja duro para finalizar una larga y compleja postproducción para poder ver lo nuevo. Hay máxima expectación y mucha ilusión. Sin embargo, no dejo de recordar todo lo que aquel trabajo colectivo significó para mí. Y con ello, espero que con este nuevo corto podamos revivir todo eso tan fantástico que estar por llegar.

martes, 4 de septiembre de 2012

El Athletic Club por encima de los problemas

Muy lejos parecen quedar en el recuerdo emotivos instantes como aquel en el que Javi Martínez, mirando desde el balcón del Ayuntamiento de Bilbao a más de un millón de personas que apoyaban a su equipo a pesar de perder la Copa del Rey en el año 2009, no pudo reprimir sus lágrimas y aseveró, micrófono en mano, que aquel sentimiento colectivo sólo se daba en un club como el Athletic y prometió que regresaría con el título. También parece haberse perdido en la memoria, pese a lo reciente, a Fernando Llorente desplomándose visiblemente emocionado tras el pitido final en la semifinal de la pasada Europa League tras conseguir unos momentos antes el gol que supondría el pase a la final del campeonato continental. Son instantes que parecen haberse destrozado con los últimos acontecimientos vividos en el corazón de un club poco acostumbrado a la convulsión que ha sufrido San Mamés y su entorno. Como dice el célebre refrán “Cría cuervos…”.
Se han tambaleado los cimientos de este Athletic que, pese a viento y marea, sigue siendo algo más que un club. El equipo del Botxo se ha caracterizado por esa utópica forma de arraigo a una tradición que vive de ese vínculo de afinidad y simbiosis entre jugadores y espectadores, del compromiso que tienen los jugadores hacía esa camiseta y de un escudo antológico dentro del fútbol español. Sin embargo, la filosofía de calma y convicción que reside en su esencia se vieron afectadas por varios motivos que desequilibraron lo que tenía que ser la preparación de una temporada ilusionante, debido a al fortalecimiento devenido en gran desempeño y logros que se habían conseguido el año pasado. Todo se vino abajo como una torre de naipes; primero, Marcelo Bielsa, salió a la palestra para desvelar la polémica suscitada por la nefasta ejecución de las obras en la ciudad deportiva de Lezama, que fue el punto concreto que habilitó la renovación del técnico rosarino. En vez de salvaguardar sus argumentos, el club le tildó de “empleado” y desdijo toda la protesta del entrenador, posicionándose a favor se la empresa que realizó la obra. Fue la mecha que encendió las alarmas dentro y fuera del club.
Cuando nada parecía que podía ir peor y que las aguas parecían volver a su cauce normalizado, Llorente comunica que no renovará con el Athletic después de cumplir su contrato, que finaliza en junio de 2013. Una pitada monumental en un partido para la clasificación de la Europa League inciden en los ánimos de un jugador conocido por su poca fortaleza emocional a la hora de sostener este tipo de situaciones incómodas en lo deportivo y se produce una ruptura recíproca que trasciende al ambiente deportivo. Por si fuera poco, Javi Martínez, aprovechando el revuelo que ocasionó el tsunami de la no-renovación del ariete de Rincón del Soto, negocia a espaldas del club su salida del Athletic con el Bayern de Munich, que se muestra dispuesto a pagar su elevada cláusula de 40 millones.
El caos y los rumores se instalaron definitivamente en el universo ‘zurigorri’. Esta situación se agravó cuando, conocidas ambas noticias, los jugadores regresaron a entrenar bajo los lógicos abucheos y gritos de ofrenda de cierto sector del público, que llegó a tacharles de “mercenarios”, mostrando el resentimiento y la molestia por esta fuga de talentos que descuartizaban el ideal de ese sentimiento que se le supone a un jugador del Athletic por su camiseta y por la afición que le idolatra. Desde ese instante, el proceloso estado de la situación lleva a Bielsa a confirmar que el “estado anímico” de ambos jugadores internacionales les inhabilita para competir con el Athletic a causa de la presión a la que están sometidos. Como gota que colma el vaso, se rumorea también que otro de los jugadores clave, Fernando Amorebieta, con la renovación pendiente, se encuentra en una situación similar. Pero el técnico argentino no duda en calmar los ánimos en éste último caso, orientando ausencia hacia la recuperación de la operación de pubalgia que sufrió el defensa hace apenas mes y medio. Especular es gratis, aunque es cierto que el delicado tema de su continuidad irá para largo si está motivado por las mismas razones que las de Llorente.
Para acabar con el maremágnum que sacudió al Athletic, la prensa deportiva, como buitres que acechan a un moribundo, acentúan la tensión vertiendo acusaciones sobre Bielsa y su decisión de no contar con una serie de jugadores para esta temporada que acaba de empezar. Tampoco beneficiaron en absoluto las desafortunadas palabras sobre el tema del alcalde de Bilbao Iñaki Azkuna o el presidente del PNV Iñigo Urkullu sobre la situación de Llorente. Esta absurda mezcla entre intereses deportivos y políticos nunca ha coagulado con un buen fin y demuestran que los políticos, sean de la región que sean, sean del partido o ideología que sea, sólo sirven para salpicar de mierda y ridículo cualquier ámbito en el que se vean envueltos.
Nadie esperaba tanto ajetreo y la dolorosa crisis que atraviesa el club no ayuda a revivir el ánimo. Y menos, tras la magnífica temporada pasada que realizó el conjunto vasco al disputar dos finales importantísimas que se saldaron con derrotas, pero que, a la postre, ha ocasionado un fracaso mucho más duro. Lo que parecía el lanzamiento definitivo a la élite del fútbol mundial, con Athletic que maravilló a toda Europa gracias a varias exhibiciones futbolísticas en los más prestigiosos campos, no ha servido en último término sino para atenuar el débito emocional en algunos jugadores. Todo lo contrario de lo que se esperaba con tan buenos resultados. El éxito ha alentado a la búsqueda de más dinero financiado por la ambición y el egoísmo. Y eso, no se corresponde con los valores de este histórico club. Se ha considerado una traición por varios motivos de fuerte solvencia. El primero de ellos, porque tanto Fernando Llorente como Javier Martínez habían manifestado en reiteradas ocasiones su deseo de seguir muchos años en el equipo, porque según ellos, “era su casa” y “querían llevar a este club de sus amores a lo más alto”. En el segundo caso, aludiendo a que tenía un contrato con el club que cumpliría bajo cualquier circunstancia. Todo ha sido un ejemplo de artimaña y venta de humo que no ha hecho más que hacer más dolorosa y triste la consecuencia final.
Y no os engañéis, aquí en este blog no se va discutir que la pertenencia de un jugador se basa en un contrato y que el deportista, por las razones que sean, pueda o crea que su carrera se condicione a ganar títulos o al menos ganar más dinero con otro club. Aquí todo el mundo es libre de decidir sobre su vida y su carrera deportiva. Se puede llegar a entender, debido a que en el mundo del fútbol actual lo individual está reñido con la identificación colectiva y el trabajo en equipo, donde las aspiraciones solidarizadas bajo el simbolismo de un escudo ya no tienen importancia. Eso pertenece al pasado. Las grandes estrellas así lo demuestran. Martínez llegó de una forma similar de Osasuna como se ha ido al Bayern. No vamos a negarlo. Salvo con alguna diferencia abismal. Cuando aterrizó en Bilbao, era una joven promesa que costó la friolera de seis millones de euros. Tampoco era nadie en el equipo de Navarra. No era internacional. Y tampoco un jugador valuarte de la primera plantilla. Es más, ni siquiera llegó a debutar con los “rojillos”. Por lo que se puede entender su decisión de huir sin cumplir su contrato, pero que nadie vaya a equiparar ambas situaciones con el mismo jugador.
En el caso de Llorente es algo bien distinto. Como señaló Josu Urrutia, se trata de un “fracaso institucional” que representa que todo lo que se creía de un jugador formado en Lezama puede tener variantes derivadas de los nuevos mercados que corroen al fútbol moderno. El 9 del Athletic ha estado durante dos años (dos largas temporadas) negociando y apaciguando al aficionado con buenas intenciones, conducta fingida de comodidad en su club y retrasando una y otra vez su decisión de renovar escudado en una férrea conciencia por seguir vinculado al equipo. La estrategia llevada a cabo este último año por parte del delantero rojiblancos y de su entorno parece, vista hoy en día, indiscutible: tanto sus actuaciones en la Final de la Europa League y en la Copa del Rey como su más que posible titularidad en la selección de Del Bosque en la Eurocopa 2012 podían ser un escaparate perfecto para reivindicar su valía y revalorarse en el mercado con la intención de fichar por un club poderoso dentro de la lonja en que se ha convertido el fútbol.
Todo le salió mal porque ni estuvo a la altura en las finales (todo lo contrario), ni el seleccionador salmantino confío en él dándole un sólo minuto. Por supuesto, a día de hoy el jugador sigue teniendo contrato y él no se ha declarado en rebelión, ni se ha negado a entrenar ni a jugar en caso de que Bielsa cuente con él. Urrutia aseguró que no lo iban a vender a la baja, para evitar nuevos casos de chantajes de ningún tipo. El riojano esperaba que la Juventus de Turín fuera el que más pujara, pero tampoco llegó a buen puerto. Lo que está claro es que la ruptura entre aficionado y jugador es total. Más que nada con gestos como este y con la imagen de un Llorente frotándose las manos sabiendo que, sea como sea, saldrá del club con la carta de libertad, sin dejar un euro al equipo que le ha transformado en el jugador que es. Y con la posibilidad de aludir a una cuantiosa prima de contrato en su siguiente club, lo que elevaría sustancialmente sus ingresos.
No es su salida lo que ha decepcionado terriblemente. El perdón es valedor de una afición dolida por las decisiones que, a buen seguro, llega a entender estas circunstancias. Lo que ya no es discutible son las formas en que se han llevado a cabo la espantada. Han esperado a que la temporada estuviera a punto de comenzar, con el club inmerso en tres competiciones. En el caso de Martínez, incluso le fue a llorar a su ‘aita’ y a su ‘amatxo’ para que acudieran a Ibaigane y suplicaran a la Junta Directiva que dejaran ir al niño a ganar dinero a Alemania con una incompatible actitud del jugador, dispuesto a irse pagando él mismo parte de la cláusula. El Bayern ha pagado los 40 millones de euros (algo muy por encima de su valía como futbolista) y se ha ido. Perfecto. Sin embargo, ahora que los de Uli Hoeness tampoco se extrañen si son denunciados por vulnerar el Estatuto y Transferencia de Jugadores del reglamento FIFA (pár. 5, punto 7), ya que no han respetado ninguno de los puntos que acogían el contrato del jugador de Ayegui en el Athletic. Los clubes con dinero se creen con ese derecho y así lo ejecutan. Lo que más ha molestado es el mutismo con el que se ha llevado todo el proceso, con un asustadizo silencio de aquellos que esperaban salir corriendo sin ni siquiera ofrecer explicaciones o dar las gracias por ser quién eres gracias a una Institución a la que has escupido a la cara como si fuera un club contagiado por ese virus que tú mismo has inculcado.
Los 40 millones de euros no son un incentivo. Podrá invertirse para pagar parte del nuevo estadio San Mamés Barria o nuevos fichajes que apaciguaran el panorama. No obstante, la dificultad de esos repuestos es inasumible al poseer un mercado muy limitado que entorpece cualquier movimiento considerado sensato y porque tampoco se necesita reinvertir sin un estudio pormenorizado del negocio. Entre otras cosas, porque el Athletic no utiliza criterios comerciales en una industria que se mueve única y exclusivamente por dinero y donde el escudo de las camisetas se compra y se vende por los jugadores a una velocidad de vértigo. Tampoco faltarán aquellos que especulen con piezas del puzzle que puedan encajar en la filosofía del Athletic, acrecentando de forma artificiosa la cuantía de sus jugadores con estas características afines a la política rojiblanca para aprovecharse de ellos.
Contra viento y marea
La afición del Athletic, siempre volcada con su equipo contra la adversidad, no merece este trato por parte de algunos jugadores, ni tampoco de la Junta Directiva. Parece que nadie quiere asumir responsabilidades y que el silencio será el modelo de convalecer ante una situación ante la cual los aficionados esperan una explicación. Y esta situación hace dudar seriamente de lo sucede dentro del vestuario. Ha llegado un momento en que ni el mismísimo Bielsa, siempre diáfano en sus palabras, convence haciendo ver que la normalidad es el día a día del equipo. Los rumores le llegaron a señalar como responsable de la decisión de abandono de los dos mejores jugadores de la plantilla, cuando es sabido por todos que tras las dos finales les señaló como parte responsable de las dolorosas derrotas. Él asumió la totalidad de la culpa, por lo que no tiene mucho sentido. También de que tiene a los futbolistas exhaustos y al límite. Y esto desconcierta en el rol que deben desempeñar sobre el terreno de juego. A Bielsa se le ve férreo en sus decisiones y sin perder el carisma de lo que es; uno de los mejores entrenadores en activo del fútbol mundial.
El problema es que, hoy por hoy, no está apoyado por las altas esferas del club. Primero ninguneándole con el tema de las obras de Lezama, después fichando jugadores de posiciones que él no había solicitado y tercero, distanciándose por completo del contexto de cordialidad que aparentan para no seguir haciendo más grande la herida. La Junta Directiva tiene cada vez tiene menos credibilidad, pese a haber defendido el estilo incorruptible del club y el reconocimiento de los errores que hayan podido acontecer que un jugador formado en Lezama hace diecisiete años como Llorente quiera abandonar el club cuando iba a ser el delantero español con mejor sueldo de toda la liga española (4,5 millones por cada una de las tres temporadas que estipulaba la renovación). El silencio es el principal problema de la situación que vive el Athletic. Nadie da explicaciones que esclarezcan tanto problema. Y es necesario saber los argumentos de todas las partes implicadas para sacar una conclusión certera.
Ante esta situación de ambiente enrarecido, de podredumbre deportiva afectada por una situación ajena a un club acostumbrado a ver estos culebrones desde el exterior, el Athletic procura salir del pozo. Ha tocado vivir el ridículo del fútbol nacional, con la dificultad añadida de volver a reconstruir tácticamente un equipo que echará de menos a dos piezas claves que sustentaban el equilibrio y la enorme calidad de sus compañeros. El gran perjudicado de todo esto es el Athletic como institución. En lo deportivo, ha comenzado firmando el peor arranque liguero en los ciento catorce años de historia del club. Por eso, ahora más que nunca, cuando más difícil se torna la adversidad, es cuando la unión del equipo y afición debe responder a su estirpe, aunque parezca que cada vez tenga menos peso como fuerza de unión gracias a los acontecimientos que tristemente han encabezado las portadas de los periódicos deportivos en el último mes.
Antes, el Athletic suponía el ejemplo de equipo donde el escudo, la implicación y la solidaridad eran elementos indisolubles que cohesionaban la grandeza de su tradición y que, como todo en esta vida, cristaliza el dicho “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Igual es que debemos resignarnos y reconocer que los tiempos han cambiado y que el Athletic no encaja bien en este fútbol moderno. Tristemente, va a haber que ir asumiendo que este club debe ajustarse a este mundo post-ideológico sin credo de ningún tipo más allá del económico. El fútbol es una gran corporación capitalista que ha engullido cualquier resquicio de romanticismo, identificación o lealtad. El fútbol moderno es un ente mercantilizado que se juega desde los despachos y donde estrellas del calibre de Cristiano Ronaldo llora de forma infantil y patalea porque quiere ganar casi veinte millones por temporada para seguir metiendo goles con clubes dispuestos a pagar esa cifra insultante en medio de una gravísima crisis económica. Los jugadores han dejado de ser estrellas del fútbol para convertirse en caprichosos millonarios y los equipos colectivos que representan un escudo y una tradición seguida por sus aficionados han pasado a ser lujosos lupanares de alto standing, con ‘escorts’ que dan patadas a un balón y se besan el escudo cuando en realidad lo que adoran es el peculio ingente más allá de los títulos que puedan conseguir o no.
A partir de ahora, el Athletic tiene la imperiosa obligación de pasar página y olvidar el circo que se ha montado con dos payasos protagónicos que han desestabilizado la continuidad de un proyecto ilusionante que se ha desvanecido. Es necesario que se instauren medidas de estímulo que hagan olvidar ese fracaso corporativo y el momento de inestabilidad, confusión y zozobra que se ha vivido. No se puede caer en la incertidumbre. Hay que pensar que todo lo acontecido de forma desagradable han sido circunstancias puntuales y que aunque permanezcamos lejos de la armonía, no es tarde para devolver la ilusión de la pasada campaña. El pasado domingo, el Athletic palió los fantasmas con una contundente victoria frente a un gran Real Valladolid recuperando las sensaciones del pasado año. Pero lo más importante, sin necesidad de recordar ni al número 9 ni al 24.
Tenemos un equipo joven, prometedor y lleno de talento que encuentra ejemplos contrarios a los escapistas con un Markel Susaeta como paradigma de adeudo sentimental, al menos momentáneamente, rechazando una millonaria oferta del Manchester United. Aunque sea un espejismo, aferrémonos a ello. Los leones deben tener todo el apoyo posible. La idea es confiar en lo propio, convertir la flaqueza de la necesidad en entereza y ánimo ante la adversidad. Porque suceda lo que suceda, por muchos vaivenes que se vivan de forma dramática, el Athletic Club seguirá siendo para el aficionado como una forma de ver la vida, un aliciente confeccionado con el tejido sueños y traducido en la devoción de una afición modélica. El fútbol sólo es una excusa. No se trata del deporte, ni de un balón, ni de los goles… se trata sentimiento de alianza, como se dice de “una prolongación de nuestra vida”. Y eso no se puede arrebatar así como así. El Athletic está por encima de todo. Y así seguirá siendo, por muy mal que nos vaya. Orain eta beti Athletic!!

miércoles, 29 de agosto de 2012

Trigésimo Aniversario de ‘La Cosa (The Thing)’, de John Carenter: la monstruosidad de lo informe

‘La Cosa’ supuso la primera película para un gran estudio encomendada a John Carpenter. Universal accedió a que el director mantuviera un control creativo en la producción y montaje de una arriesgada cinta que convergería en la aparente idea del cine independiente de un cineasta acostumbrado a jugar con pequeños presupuestos con la búsqueda de un gran público poco acostumbrado a platos del desabrimiento y la calidad cinéfila del cine de autor. Antes, el filme fue ofrecido por la ‘major’ a Tobe Hooper, pero éste la rechazó por estar comprometido con Steven Spielberg y ‘Poltergeist’, cinta que se estrenaría el mismo año que ‘La Cosa’. Con el principio de los 80 llegó la gran oportunidad para Carpenter de volcarse en una historia que siguiera la estela de Howard Hawks. Dentro de su filmografía, en reiteradas ocasiones, el seguimiento reverencial, siempre impoluto y traslúcido, ha sido un signo evidente en la forma de concebir sus historias a través de esencias de ‘westerns’ anexos a la ideología de cineasta clásico. La horma temática fue una referencia fílmica del género como ‘Enigma de otro mundo’, cinta dirigida por el propio Hawks junto a Christian Nyby.
Carpenter agudizó su disposición al género fantástico ofreciendo con ‘La Cosa’ la que sería su obra maestra y la cinta más decididamente transgresora de este mítico autor. La jugada demandada por el estudio no coincidía con el propósito del cineasta. Universal esperaba un artefacto comercial que pudiera hacer sombra a los grandes estrenos del momento, más afín a las exigencias de un ‘target’ que veía sus deseos satisfechos en la eclosión de aquella generación que concebía el Séptimo Arte como una forma escapista y diferente de entender el cine de entretenimiento y que germinó con los productos de la Lucas Ltd. y, sobre todo, de la Amblin Entertaiment de Spielberg. Este hecho parecía no importar a Carpenter. Para él era una oportunidad única de engrandecer y acentuar la misma idea liberal y virtuosa de su intención cinematográfica, asentada en la autonomía creativa, sólo que en esta ocasión con mucho más dinero y más riesgo en el compromiso con su propio concepto revisionista de los géneros.
Así Universal le confío un aparente ‘remake’ que se destacó de su antecesora por mantener una fidelidad casi tangente a la suma obra de J.W. Campbell ‘Who Goes There?’, publicada en 1938. ‘La cosa’ supone por entonces el más esperado y nostálgico encuentro del director con un género dominante en los años 50 y 60 de la ciencia ficción de serie B que sirvió, en gran medida, y con cierta subversión argumental, para que los monstruos y extraterrestres llegados del espacio provocaran el miedo comunista de los americanos a las faldas de McCarthy. Alimentada la efigie amenazante gracias a la literatura ‘pulp’, ejemplificada en las inolvidables ‘Argosy’ o ‘Astounding Stories’, la mitología generada por esta alocada y sinuosa tendencia literaria y cinematográfica dio como resultado la conocida como ‘space opera’, en la que entraba a formar parte el clásico de Howard Hawks y Christian Nyby ‘Enigma de otro mundo’ (que ya homenajeara en su éxito de taquilla ‘Halloween’), la historia de los ocupantes de una estación polar deben enfrentarse con un ser procedente del Espacio Exterior dado a alimentarse de sangre.
Alejándose de aquella, pero, sin perder su referencia y espíritu, Carpenter realizaría una rotunda obra con una descontrolada profundidad en la angustia narrativa, donde la tensión de cada instante está adaptada a un argumento que refuta con total propósito el efectismo y el susto a golpe de impacto musical. Los créditos ya dejan vislumbrar que nada va a ser lo que parece. Una nave espacial surca el espacio con el designio de la Tierra demarcado en sus propósitos de aterrizaje. El arranque nos sitúa en el frío, gélido y solitario Polo Sur, en la Antártida. A través del desierto de nieve, un perro de raza Huskey avanza raudo huyendo de algo. El animal hace pequeñas pausas para mirar desafiante a un helicóptero que parece seguirle desde las alturas. En ese momento, uno de los componentes que le persigue dispara sobre él varias veces.
Alternando la persecución del helicóptero noruego que intenta eliminar al animal, se presentan las primeras escenas del grupo que recrean con énfasis la soledad y el aburrimiento de los hombres de la Estación 4 del Instituto Científico de los Estados Unidos. El que será verdadero protagonista de la trama: MacReady (el mítico Kurt Russell), se sirve un JB mientras mantiene una partida de ajedrez contra un ordenador, hecho que no hace más que presagiar la excesiva individualidad de todos los miembros del equipo. Alentados por el ruido del helicóptero, todos salen a ver a qué se debe tanto ajetreo. Tras un fortuito accidente en el que el helicóptero explota por los aires cuando aterriza, uno de los noruegos persiste en su intento de eliminar al perro, hiriendo a uno de los hombres del destacamento gritando enardecido (en noruego clama “Detenedlo, viene del infierno. No es un perro, es una imitación, es una Cosa imitándolo. Destruid al perro u os llevará al infierno, malditos idiotas”). Ello provoca que caiga abatido por un certero disparo. Es el principio de la pesadilla.
Uno de los elementos que hacen de sus primeros minutos inquietantes, por supuesto, es la presencia de ese extraño perro, sus movimientos perfectos, controlados por la cosa, vigilando cada movimiento y explorando cada rincón y las personalidades de todos los compañeros de investigación. El perro es la semilla del particular y amenazante modo de presentar el estado de angustia que vivirán los integrantes del grupo científico con respecto a lo que aparentemente no representa ninguna amenaza. Para ello Carpenter cuenta que encontró a uno de los mejores actores con los que ha trabajado nunca. Se trataba de Jed, un Huskey del cual el cineasta siempre asegura que respetaba obedientemente las marcas y actuaba mejor que muchos de los intérpretes protagónicos.
El éter confuso y claustrofóbico que provoca la Antártida y la soledad y el contexto que rodea la acción crea la atmósfera perfecta para la paranoia y la desconfianza. Carpenter juega con ello a crear estados en los que la agonía y la suspicacia instituyan un ambiente asfixiante y sin salida, donde el destino tiene un claro matiz de tragedia, de acusaciones y recelos que llevaran a la destrucción del grupo, de su aburrida cotidianidad hacia una fatal providencia.
Uno de los más loables y reconocidos elementos que hacen particularmente inquietante a ‘La Cosa’ es la notable presencia y perfección de los efectos especiales de maquillaje creados por Rob Bottin y que superpone su departamento a otros dentro del filme por la genial capacidad de conversión que logró darle a la criatura para transformarse en las más inimaginables y desagradables aberraciones. Carpenter, desde el principio, incidió especialmente en este terreno. La particularidad con otros estrenos de aquella época es que, junto al guionista Bill Lancaster, trabajó durante la adaptación de la obra de J.W. Campbell codo a codo con Bottin (sin olvidar al técnico de FX Albert Whitlock), para planificar todo el entramado que supuso crear las secuencias más crudas y sangrientas de la metamorfosis del ente en monstruo a partir de ideas del técnico de efectos especiales de maquillaje.
Con este tema cubierto, había que trenzar el sobresalto de esta inquietante película que deviene en la ampliación de un ambiente tan angustioso como vasto, describiendo sutilmente los miedos que se extraen de lo más profundo de los personajes y que, de forma indisoluble y etérea, concluyen en la materialización de un monstruo mutante, que cambia de forma según avanza la trama. Contra todo pronóstico, Carpenter logró con ‘La Cosa’, a la hora de realizar una nueva versión de un clásico del cine fantástico, olvidarse totalmente de Hawks, de su filme y de sus simbología, para llegar a realizar, con una inteligente sublimidad, una historia más que coherente, en concordancia con su previa y ulterior filmografía, pródiga en obras de culto.
El as escondido de Carpenter es que, mientras la Universal desembolsaba una gran cantidad a modo de inversión, éste fue eludiendo sagazmente la idea primigenia de realizar una película familiar (objetivo de la productora) hasta convertirla en lo que es hoy. Obviamente, la jugada no le salió como esperaba. ‘La Cosa’ fue un fracaso estrepitoso que le costó una excesiva cuantía a la compañía. Resulta que un par de semanas antes, se estrenó en Estados Unidos la entrañable ‘E.T. El extraterrestre’, de Steven Spielberg, el fenómeno comercial del comienzo de década y la cinta que arrasó en taquilla durante meses en 1982.
La evidencia del mensaje del maestro Carpenter era la antítesis del asimétrico alien cabezón del Rey Midas, por lo que el público, la crítica y los moralistas yanquis no dudaron en calificarle como “pornógrafo de la violencia y de la sangre”. Sin embargo, Carpenter no sólo lo pasó mal con aquella tortuosa experiencia comercial de la que él (y muchos de sus seguidores) cree que es su mejor aportación a la historia del cine, sino que dadas las elevadas temperaturas que sufrió el equipo de ‘La Cosa’ (40 y 50º bajo cero), el director sufrió un principio de cáncer de piel que arrastró durante décadas y que ha dejado en él unas secuelas físicas evidentes en su extrema y delgada figura y que superó, tras varios rumores de empeoramiento, hace ya algunos años.
La vigorización de un clásico irrefutable
La verdadera esencia del filme no está, por tanto, en la excesiva visceralidad con que el cineasta muestra los momentos más sangrientos y repugnantes, sino en la evolución interna de cada personaje, de sus susceptibilidades ante la amenaza del propio entorno. En ese aspecto, mucho más intenso de lo que pueda parecer, es dónde reside el terror verdadero de una película irrepetible. También, y al contrario que en ‘El enigma de otro mundo’, en ‘La Cosa’ no existe ningún elemento femenino, lo que hace más dura la convivencia entre los integrantes del solitario puesto científico perdido en la Antártida. En un principio Carpenter iba a incluir a una mujer en el grupo de científicos para acercarse aún más a la novela, pero desestimó la idea por el potencial de desconfianza humana que explota entre un grupo de hombres que llevan varios meses alejados de la civilización y que, en muchos de los casos, ni se soportan.
La única presencia femenina en la película es la voz que surge del ordenador con el que MacReady juega al principio de la cinta. Se filmó una secuencia en la que dos de los miembros del grupo discutían acerca del turno sobre una muñeca hinchable que servía como paliativo del frío y la soledad del Polo, pero se suprimió en la sala de montaje. El aislamiento y separación de la civilización es absoluta. Además, Carpenter propone a su vez una perspectiva cínica respecto a la amistad y a la colaboración, pero sobre todo al héroe y sus recursos. La manumisión que existía en el clásico de Nyby y Hawks en el puesto ártico cercado por la amenazadora forma extranjera de la vida servía para que todos se unan en la lucha contra la causa común, refrendando la cooperación entre ellos. Apartándose de estos conceptos referentes de género, en los que se podía percibir un claro alegato de solidaridad en los años de la Guerra Fría, Carpenter optó por todo lo contrario, por una perspectiva cínica en la que el apoyo es nulo y se sustituye por un instinto de supervivencia y egoísmo. No sólo por parte de los miembros del equipo ártico, sino por ese extraterrestre que apesadumbra sus vidas y que no hace más que intentar sobrevivir como sea. Todos son seres coherentes, no hay malos, ni buenos. Ni siquiera el bicho que anida en varios segmentos dentro de ellos. Una vez que la Cosa es descubierta por Blair y el conocimiento de las consecuencias que puede traer consigo la locura y los ataques entre el mismo colectivo se ven incrementadas de forma atroz.
Si bien no hay un líder entre los diez integrantes de la Estación 4, el que mejor conforma el antihéroe de Carpenter es, como no, MacReady, definido desde un principio como un hombre cauto, solitario, especulativo y con capacidad de liderazgo. Ese final junto a Childs, inconfeso homenaje a ‘Casablanca’, nos muestra a un hombre incorruptible y ejemplar que acepta la muerte de una forma templada y resignada. Esa individualidad queda manifiesta en el modo de vivir del equipo de campamento, ya que mientras estos juegan al ping pong, escuchan música y fuman marihuana, MacReady vive en un puesto apartado, reflejando la tendencia misantrópica de guardar la distancia ante sus compañeros, siguiendo la mejor y más coherente táctica de conservación, una perspectiva vital que es una seña en los protagonistas del cine de Carpenter. La verdadera naturaleza de la Cosa procede de una época muy antigua, de millones de años según los noruegos, cuando la nave espacial del prólogo llega a la tierra, siendo sepultada bajo los fríos hielos polares. Sólo la curiosidad y la ambición humana perfilada en la ciencia moderna son los causantes de la liberación del extraño ente. Es la peculiar forma de que el hombre abra la temible ‘Caja de Pandora’ que se esconde bajo el hielo.
La Cosa como ente no representa, como en otros títulos de Carpenter, el Mal en estado puro. Sí personifica, por el contrario, la amenaza que cerca en un mismo entorno a personajes destinados a aguantarse, cercados por la situación y susceptibles ante el peligro. Como se ha especificado, el bicho sólo busca, al igual que los miembros del equipo científico, mantenerse con vida a las condiciones adversas, equiparándose su actitud a la del grupo encabezado por MacReady.
El deseo de vivir y de desarrollarse es insaciable, por lo que comienza a asumir la identidad de un perro para alcanzar su plenitud como ente extraterrestre. En esta asignación de personalidad, en la que el extraterrestre toma posesión de la apariencia humana para lograr su estabilidad, pasando así desapercibido, se han basado también las diferentes versiones de ‘La invasión de los ultracuerpos’ (Dopn Siegel, Philip Kaufman y Abel Ferrara), como muestra de los posibles acercamientos que tiene la obra cumbre de John W. Campbell. La diferencia entre éstas y ‘La Cosa’, de Carpenter, es el alejamiento intencional de un posicionamiento sobre los científicos y el ente. Desde el primer momento los miembros del equipo antártico desobedecen cualquier tipo de concesión a la identificación, dejando que las sospechas recaigan en todos y cada uno ellos, trayendo condigo un aspecto ambiguo; el que representa el conflicto epistemológico ante la llegada de la bestia incorpórea, la diatriba que supone entre la profesión científica que llevan a cabo y su colisión ante una anomalía de lo desconocido. El dilema sobre los métodos científicos y sobre la cognición acerca de la tecnología de la que disponen va forjándose en las dudas que se siembran a la hora de reconocerse los unos a los otros, incluso después de analizar la reacción de la sangre, provoca un cuestionamiento de la realidad y el comienzo de la pérdida de lo tangible.
Tal vez MacReady sea visto como el personaje más positivo de la película. Pero a mitad de filme, cuando el espectador le toma como una referencia para seguir a los posibles infectados por la cosa, oculta pruebas evidentes de que él mismo pueda ser el ente que destruya a sus compañeros (los famosos y comentados calzoncillos con sus iniciales y apellido). En todo momento, la cosa está por encima de los hombres, subvirtiendo sus ideas, desarrollando en cada uno de ellos el instinto básico de la supervivencia y aumentando su desconfianza hacia los compañeros que no, son, ni mucho menos, un apoyo para luchar contra el bicho, sino todo lo contrario, una amenaza contra su vida. La alineación funciona, de nuevo, como escudo para la conservación humana.
‘La Cosa’, bajo esa inquietante partitura de notas tétricas compuesta por el maestro Ennio Morricone (que bien podría haber compuesto el propio director, ya que sigue las líneas musicales de toda su labor como músico), expone un catálogo de ambigüedades narrativas expuestas con un prodigioso manejo de la cámara por parte de Carpenter, basándose en gran medida en el material de origen, así como en la traducción de ciertos conceptos de Lovecraft, Poe o Kafka, rejuveneciendo la pesadilla paranoica con una infusión de suspense para encuadrar la potenciación de su clímax en la paranoia y desconfianza. Una obra maestra sobre la monstruosidad construida del modo más turbio, perturbando con una representación de lo informe, el vacío sin rostro, para propagar la desconfianza con destellos de violencia inventiva que han convertido a esta pieza en una cinta imprescindible no ya dentro del género, sino como una de las más espeluznantes y modélicas películas de gran cines en estado puro. ‘La Cosa’ cumple tres décadas desde su estreno transformada en el clásico que merecía ser desde entonces y que continúa alargando su sombra a medida que sigue cautivando a las nuevas generaciones.

lunes, 20 de agosto de 2012

Tony Scott, el maestro de la acción adrenalítica

(1944-2012)
Nos hemos levantado con una triste noticia. La inesperada muerte de Tony Scott a causa de la innatural forma que siempre revela el suicidio deja al cine con la contusión de la pérdida de uno de los directores más inspirados en el género de acción que ha tenido Hollywood en mucho tiempo. Me atrevería a escribir que en toda su Historia. El director de ‘blockbusters’ inolvidables, el genio del ‘modus operandi’ único que devenía en mezcla de formatos, escupiendo virulentamente imágenes de un modo casi estroboscópico, nos ha dejado para siempre con un montón de interesantes proyectos en cartera. Fundamentalmente, la curiosidad cinematográfica que había suscitado esa secuela de ‘Top Gun’, el filme que le elevó a autor reconocido en la gran industria, tres décadas después de su estreno.
Una de las características más predominantes en el cine de Tony Scott era ese montaje frenético de impronta ‘videoclipera’ y publicitaria, de constantes filtros sincopados, de encuadres imposibles, de grúas improcedentes que propugnaron una abrasiva estética percutante que a algunos terminaba por resultar excesiva. El pequeño de los Scott fue así. Siempre fiel a una forma de hacer cine privativa y reconocible. Para bien o para mal, su estilo marcó un estereotipo de cine imitado y furibundo que, más allá de la aparente insipidez de su forma, fue todo un paradigma de honestidad hacia el género del que nunca se ha separó a lo largo de su carrera.
En el cine de Scott prevaleció la forma por encima del fondo, cierto. Sin embargo, nunca fue un óbice para enfatizar en sus muchísimos valores. El cineasta de títulos tan antológicos como ‘Revenge’, ‘Superdetective en Hollywood II’, ‘Días de trueno’, ‘El último Boy Scout’, ‘Amor a quemarropa’ o ‘Marea roja’ marcó un estereotipo de cine furibundo que le hicieron convertirse en uno de los mejores y más valedores cineastas de este género reconocible en elementos como el montaje, los efectos, las explosiones y persecuciones que, en ocasiones obedecieron a la sensatez y la objetividad, pero que dinamizaron los cauces visuales y narrativos con una marca de la casa que echaremos de menos. Fue un pionero, un investigador de las técnicas fílmicas que impuso una visión distinta a todo lo que se venía haciendo allá por los años 80.
Ya no habrá más invitaciones al visual mundo estético de efusión y diligencia que nos otorgó en sus últimos trabajos (‘El fuego de la venganza’, ‘Déjà vu’, ‘Asalto al tren Pelham 1 2 3’ o ‘Imparable’) de estilo perfectamente convulsionado, constante movimiento y progresión narrativa de un cine luminiscente e hiperactivo. Scott permaneció ajeno a las modas, evolucionando y experimentando con un estilo postmodernista de métodos divergentes, con una única visión siempre enfocada a la acción y la violencia que ahora elevó al arte cinematográfico.
Su muerte nos deja mucho más huérfanos de espectáculo.
Hasta siempre, maestro.
D.E.P.

JJ.OO. Londres 2012: el espejo del mundo

Cada cuatro años se da una aproximación universal a la grandeza del deporte en su manifestación máxima, a la concentración de disciplinas que aúnan los esfuerzos colectivos e individuales en representación de todos los puntos del mundo. Los Juegos Olímpicos, como en todas sus sedes, aspiran a simbolizar, mediante su llama Olímpica, los valores de un movimiento más que centenario promovido en su origen por el idealismo de Pierre de Frédy, barón de Coubertin. Londres tenía el férreo compromiso de convertirse en el espejo del mundo, en el símbolo transitorio del esfuerzo y del espectáculo en su dimensión más opulenta. La capital del Reino Unido ha ofrecido, con disciplina inglesa, la grandeza de este magno acontecimiento seguido por millones de personas y que ha aglutinado a más de 10.500 deportistas que representan a 204 países, compitiendo en 302 finales de los 26 deportes que conforman en cuadro olímpico.
Han sido diecisiete días en los que se han vivido momentos para el recuerdo, fraguando hitos que se recordarán en el futuro. Principalmente, los propios británicos tardarán años en olvidar esta gesta. Nadie, salvo ellos mismos, esperaban que los británicos despegaran en el medallero de una forma tan rotunda como lo han hecho, cobrándose diez metales dorados más que en Beijing, acentuando el hecho de que si la dotación se vuelca en el apoyo al deporte, la consecución de un puesto de privilegio en el palmarés está más que asegurado. Sucedió algo parecido en Barcelona’92 con España. Nunca estaremos a ese nivel. Por mucho que soñemos. En este caso, los británicos han logrado algo histórico, ser terceros en el medallero por debajo de Estados Unidos y China, los países más ricos del mundo. Si hay dinero, hay medallas. Las sensaciones transmitidas dejan esta reflexión. No obstante, estos diecisiete días de deportes alternativos al fútbol, desde su inicio con la megalómana ceremonia inaugural dirigida por Danny Boyle como homenaje a la cultura su país, han dejado instantes que persistirán en la retina colectiva como emblemas visuales de unos juegos olímpicos modélicos que servirán como testimonio de superación imborrable.
Cuando miremos hacia atrás, evocaremos como “el hombre pez”, Michael Phelps, alcanzó la imposible cifra de veintidós medallas a lo largo de su ilustre trayectoria en la natación olímpica, al colgarse otros cuatro oros y dos platas, superando a la gimnasta soviética Larissa Latynina, que había conseguido dieciocho. Su última prueba los 4x100 metros estilos, patentizaron la superioridad de este hombre que pasará como un icono del deporte. También se encumbro como leyenda del atletismo Usain Bolt, adalid de la hegemonía jamaicana dentro de la velocidad. Sin traicionar a sus aspiraciones, pese a que había dudas sobre la duración de su potestad. Bolt ejerció de showman que no decepciona a sus seguidores. Sus brutales logros parecen meros trámites para el sprinter caribeño. Sus victorias en los 100 metros lisos en 9,63 segundos y los 200 en 19,32, ratificaron su autoridad y revalidaron su éxito de Pekín 2008. Sin embargo, una de las carreras más espectaculares fue la impresionante la victoria de los corredores jamaicanos de relevo de 4x100; Nesta Carter, Michael Frater, Yohan Blake y el propio Bolt pulverizaron ante el asombro del planeta el anterior récord situado en 37,04, dejándolo en unos increíbles 36.84. Alucinante. Tanto, como ver a Bolt discutiendo con uno de los jueces al querer llevarse de recuerdo el testigo de la victoria.
El estadio de Stratford también vivió de cerca otra de esas carreras perfectas que pasará a los fastos como una demostración de poder sobrehumana. El joven keniano masai David Rudisha logró cuajar una de las carreras de los 800 metros más apoteósicas vistas nunca, logrando bajar de la 1,41 con una plasticidad en sus zancadas que dejó boquiabiertos a los que presenciaron tamaña heroicidad. El destino hizo que Sebastian Coe, explusmarquista universal de la prueba y presidente del Comité Organizador presenciara el récord. Si ha habido un héroe local que se ha conseguido arrastrar todos los ojos hacia él, éste fue Mohamed Farah, que se acreditó como el hombre de estas olimpiadas al conseguir un doblete soñado (5.000 y 1.000 metros), convirtiéndose en el sexto hombre de la historia que consigue oro en dos pruebas de fondo en una misma competición. La persistencia del británico ante sus acosadores africanos fue también otra de las estampas más increíbles de estos quince días de ensueño.
Otros instantes que a buen seguro, serán recodados como destacados dentro de todos los muchos que ha dejado la capital británica, serán las lágrimas del dominicano Félix Sánchez, campeón olímpico en Atenas en 400 vallas y que recuperó su cetro ocho años después. O las de coreana Shin A Lam, bien distintas, al perder en esgrima una semifinal de forma injusta y que la tuvo más de una hora compartiendo el desconsuelo con un público entregado a la tristeza de la esgrimista. El reinado de Ye Shiwen en la piscina también produjo cierta controversia. La nadadora china certificó, a sus dieciséis años, el oro en los 200 metros estilos y un récord mundial en los 400 que batió nadando los últimos 100 más deprisa que muchos hombres récord. No así, la también nadadora estadounidense Missy Franklin, consiguiendo cinco medallas durante esta cita olímpica. No olvidaremos el patético espectáculo de esas ocho jugadoras de badminton de China, Corea del Sur e Indonesia que fueron descalificadas de los Juegos por perder deliberadamente sus partidos para obtener ventejas de cara a llegar a la final. El rostro de la veteranía lo puso Yelena Isinbayeva, que asumió el cambio de trono en pértiga al no poder coronarse por tercera vez consecutiva en unos juegos, así como lo exagerado de la celebración excesiva y contundente del lanzador de disco alemán Robert Harting. Sorprendió igualmente que Andy Murray arrollara a un Roger Ferderer que no pudo hacer nada ante la avalancha de tenis del británico o ver a un atleta paralímpico como Óscar Pistorius compitiendo en unos Juegos Olímpicos a pesar de su discapacidad.
Los juegos de Londres 2012 también pasarán a la historia por ser los primeros en los que todos los países incluyeron mujeres en sus delegaciones. Eso sí, la judoka saudí Wojdan Shaherkan cayó a las primeras de cambio y la atleta de 800 metros Sarah Attar quedó última. Precisamente, en la delegación española este apartado, el de las mujeres, ha sido el que ha cosechado los triunfos más importantes, síntoma de que los tiempos cambian y la paridad se desnivela hacia el mal llamado sexo débil. De las 17 medallas que ha conseguido España, once las han obtenido mujeres. Ha sido la culminación y licenciatura del deporte individual y colectivo femenino nacional. Las chicas han hecho grandes sus disciplinas y le han puesto la emoción y el arrojo que necesitaban los aficionados. Empezando por la doble medallista Mireia Belmonte, con sus dos platas, Maialen Chourraut, bronce en K-1, Marina Alabau, oro en windsurf, Maider Unda, bronce en lucha libre 72 kg., Echegoyen, Toro y Pumariega oro en Match Race:, medalla de oro y las platas de Brigitte Yagüe o Andrea Fuentes y Ona Carbonell en taekwondo y sincronizada respectivamente. El joven equipo waterpolo femenino de la mano de Miki Oca hizo vibrar con su arrojo y explosivo juego en la piscina llegando a una final en sus primeros juegos, así como la grandeza del balonmano femenino, apartado en el que fueron las dominadoras, haciendo afición y enganchando a nuevos seguidores con ese épico partido de dos prórrogas contra Corea del Sur que les brindó el bronce. Por supuesto, las diecisiete medallas no son, ni mucho menos, un fracaso. Pero saben a poco, en un año lleno de diplomas, quedando cuartos en ocho disciplinas. Por eso, los metales conseguidos por los chicos (Javier Gómez Noya, plata en triatlón, Joel González, oro en taekwondo, el mítico David Cal –único atleta español en conseguir cinco metales- con plata en C1 o las platas de Nico García y Saúl Craviotto) repusieron una inicial sequía que preocupaba a la delegación nacional en la villa, y aunque son meritorias, dejan en minusvalía un orbe deportivo español que aspira a ser una potencia mundial olímpica. Y esa progresión, exceptuando hace dos décadas, nunca termina de llegar. Tres oros, diez platas y cuatro bronces saben a muy poco.
Más allá de estos logros, en dos secciones tan ilustrativas como definitorias de lo que viene siendo y representando el éxito colectivo y que ha despertado el entusiasmo internacional son el fútbol y el baloncesto. La selección española de fútbol entrenada por Luis Milla acaparaba entradillas deportivas de televisiones y portada de periódicos. El reciente europeo sub-21 y sobre todo la consecución de la última Eurocopa por parte de la selección senior de Vicente del Bosque hacían prever un rutilante destello dentro de este deporte que monopoliza el interés el resto del año. Llegados con la Eurocopa de los mayores como escaparate del fútbol mundial, la selección de fútbol olímpica cayó a las primeras de cambio. No fue tan terrible, puesto que desde que Honduras acabara con el sueño olímpico de “La Rojita”, todas las miradas se centraron en deportes que simbolizan el verdadero espíritu de superación, la esencia del olimpismo. Una pena que en balonmano masculino cayera en cuartos de final de Londres por un gol en el último segundo ante el equipo francés o que los chicos de hockey hierba fueran apeados del campeonato por injusticias arbitrales o que en waterpolo nos quedáramos a las puertas de la gesta. Los que nunca fallan, los que hacen esperar una medalla segura en este tipo de citas es la actuación de esos ‘Golden Boys’ de baloncesto que tan mal han acostumbrado al público durante esta última década. Sin embargo, Londres entregó un ciclo de luces y sombras.
No hubo que esperar otros veinticuatro años para que la selección española de baloncesto pudiera volver a verse las caras en una final olímpica contra los USA, auténticos dominadores de la disciplina. Tan sólo cuatro años después de aquella gesta que estuvo a punto de terminar en oro, aunque si bien el camino fue más descafeinado y lleno de claroscuros, España se plantó en la final. Eso sí, sin encontrar la lucidez y el talento de antecedentes. Por un lado, porque su juego, siempre a la altura de las circunstancias, no irradió esa idoneidad que todos ellos atesoran, sembrando dudas incluso en esa derrota contra Brasil que vedaba la presencia de un ‘Dream Team’ norteamericano hasta la posible final que se consolidó finalmente y que tanto molestó a los franceses. Sin embargo, por otro, la selección de Segio Scariolo demostró su grandeza y unidad de las grandes citas, en ese partido definitivo donde el resultado 107-100 entregó el mejor partido de la cita olímpica en esta disciplina, obligando a los arrogantes y autosuficientes demiurgos del aro a presentar un esfuerzo extra, con choque de juego dinámico y a remolque de las embestidas españolas del equipo capoteando por el colosal Pau Gasol que estuvo a punto de tocar el cielo del Oro y que sirvió para recuperar todo el prestigio del que se dudó a lo largo del campeonato por las medallas.
Londinenses deben estar satisfechos de haber invitado al mundo a unos juegos donde el funcionamiento del complejo engranaje que supone un evento de esta magnitud haya estado realmente dentro de un estrato de excelencia. Todo ha funcionado como un reloj. La tecnología ha ayudado en su prueba de fuego a metodizar las decisiones y optimizar la parcialidad dentro de pruebas que avanzan con rectitud hacia la ecuanimidad, como la cámara subacuática japonesa para las pruebas de sincronizada o los petos electrónicos que miden la fuerza y la intensidad para la puntuación en las artes marciales. Las Olimpiadas siguen en su camino de profesionalización absoluta en favor del espectáculo y la completa mercantilización de la mayor parte de las elites deportivas. Algo que, sin duda, ofrece más competitividad y espectáculo.
Londres ha visto de qué forma la eclosión de los grandes nombres visten de gala el evento para deleite de los millones de aficionados que siguen esta cita multicultural y ecuménica. Como cada año, desde el país organizador se insiste en una frase acentuada hasta el hartazgo, este año de boca de Boris Johnson, alcalde de Londres, quien afirmaba que estos Juegos Olímpicos han sido “los más grandiosos que jamás se han visto en la Tierra”. Siempre lo son. Los próximos en Río de Janeiro, donde están a punto de desalojar a los vecinos de la favela Vila Autódromo, lugar en el que se construirá el Parque Olímpico que hace prever un suspense más que probable a la hora de optimizar la situación ideal para que la cita olímpica colme las perspectivas de todo el mundo.

jueves, 16 de agosto de 2012

Bukowski y el 'uppercut' de verano

Una lectura recomendada que cualquiera puede leer en verano, cuando el calor aprieta, las ideas se reblandecen y el ánimo decae es cualquier legado literario de Charles Bukowski, el mismo que se sumergía en los bares de mala muerte y el alcohol antes que en la vida y sus miserias y mentiras, desde una perspectiva insurrecta y deshonesta, acometida con emoción y sentimientos desencontrados. En un post de este tipo uno podría optar por extender unas palabras sobre sus iniciáticos artículos ‘Secuelas de una larguísima nota de rechazo’, de ‘20 Tanks From Kasseldown’, sobre sus versos en ‘Crucifijo en una mano muerta’ o ‘Los días pasan como caballos salvajes sobre las colinas’ e incluso analizar de forma concienzuda los nexos que unen obras como ‘Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones’, ‘Factotum’, ‘Mujeres’, ‘La senda del perdedor’, ‘El borracho’ ‘Hollywood’… o tantas otras.
Sin embargo, apetece ajustarse al apreciación general sobre el artista, entender porqué Bukowski era como era, porque supo mejor que nadie describir con su corrosiva mirada la depauperación del mundo que nos rodea, con una despreciativa y entrañable actitud de aquél que sabe mirar con comprensión los subfondos de la ruindad humana. Su prosa de sumidero nacía directamente del alma, de las entrañas de un escritor borracho, cansado y harto de todo pero que, al fin y al cabo, sabe sonreír. Bukowski desglosó tras sus páginas un mundo de realidad escondido en el lenguaje malhablado, de madrugada de bares, de bajos fondos que siempre irradia una luz desde el fondo de un vaso vacío que necesita ser rellenado con más alcohol y dejar atrás de nuevo la impertinente soledad de una noche de copas y confesiones que atañen directamente a la obsesión por el sexo y otros vicios fundamentales.
La suciedad y degradación nunca tuvieron una verdad moral tan contundente. Bukowski, desde el reverso del espejo contracultural, ‘underground’ si se prefiere, que un día cruzaron Henry Miller, Jack Kerouac, Willam Burroughs o Norman Mailer, revirtió la crítica y confusión generacional en insano cinismo. Sus obras son como tremendos ‘uppercuts’ (que viene a ser lo mismo que una hostia bien dada en toda la jeta) que devuelven al lector a sus instintos básicos, a la naturaleza con la que se mueven los animales humanos y que borra cualquier atisbo de gilipollez y esperanza en los felices semblantes de los que adulteran sus problemas en la mezquina e inexistente felicidad de una vida de artificios laborales y personales sujetos a la imposición social.
Su voz con olor a alcohol y sudor, su ímpetu crítico alejado de cualquier grupo generacional convirtieron al viejo Chinaski, el viejo indecente, en un disertante de la vida. Y lo hizo desde el desencanto propio de las noches interminables de burdel, del vértigo y la resaca del día después, la misma que te hace ver la realidad con coherencia y repugnancia. Asumiendo lo que hay. Sin más.
El perdedor
Y el siguiente recuerdo es que estoy sobre una mesa,
todos se han marchado: el más valiente
bajo los focos, amenazante, tumbándome a golpes....
y después un tipo asqueroso de pie, fumado un puro:
- Chico, tu no sabes pelear - me dijo.
Y yo me levanté y le lancé de un golpe por encima
de una silla.
Fue como una escena de película y
allí quedó sobre su enorme trasero diciendo
sin cesar.
-Dios mío, Dios mío, pero ¿qué es lo que
te ocurre?- Y yo me levanté y me vestí,
las manos aún vendadas, y al llegar a casa
me arranqué las vendas de las manos y
escribí mi primer poema,
y no he dejado de pelear
desde entonces.

martes, 7 de agosto de 2012

Especial Aniversario: 'Arma Letal (Lethal Weapon)', de Richard Donner

En este verano de nostalgia y onomásticas imprescindibles tengo que destacar otra especial que no podía dejar pasar. Hay varias que configuran cierta época tan feliz como irrecuperable. Películas que forman parte de ti y defiendes como si fueran posesión tuya. Acontecimientos considerados baladíes que fomentaron y avivaron tu amor hacia un arte. En el verano de 1987, en los Cines Coliseum de Salamanca, tuvo lugar uno de esos momentos mágicos que se van perdiendo a través de los años, dejando una reminiscencia de satisfacción y un sello vital guardado en la emoción de un instante concreto. Esto fue lo que sucedió a aquel adolescente devorador de cine cuando se dio de bruces con ‘Arma Letal’.
Tal día como hoy, hace un cuarto de siglo, un 7 de agosto, se estrenaba en toda España la película de Richard Donner. Cinco meses después de la premiere americana. Llegaba con la vitola de ‘sleeper’, de exitazo inesperado para la Warner en aquel año. Cuando salí de ver aquella cinta de acción sin contemplaciones, supe que nunca la delataría cuando llegara la hora de atestiguar que ‘Arma letal’ es y será una de mis obras de culto perennes. Expresé lo mismo con muchas más. A algunas las he traicionado, fundamentalmente porque han envejecido mal. O más probablemente porque el que ha soportado el paso de los años con más deficiencia he sido yo. Pero con esta concreto no. Es una debilidad, como otra cualquiera.
Hoy en día, ‘Arma letal’ sigue permitiéndome revivir aquellos momentos. Pocas películas logran transmitírmelo con tanta intensidad. Con el mismo ímpetu que fluye por sus fotogramas de mitología viva del cine de acción de los 80. Inscrita en la clasificación simplista pero muy popularizada que fue el súbgenero llamado “buddie movies”, se adhería al cliché policiaco centrado en agentes de la ley obligados a trabajar juntos pese a sus insondables diferencias. Años atrás, Walter Hill ya había dejado para la historia del subgénero ‘Límite: 48 horas’, otra obra cumbre con Eddie Murphy y Nick Nolte como dos polos opuestos obligados a entenderse. Aquí, todo arranca con un villancico, una joven rubia y atractiva en ropa interior que se acaba de meter una raya de farlopa y que salta al vacío desde un rascacielos cayendo de bruces contra un coche. La presentación de sus dos iconos policiales no se hace esperar, germinando el constante acercamiento a la vida íntima de sus protagonistas.
Por una parte, Roger Murtaugh (Danny Glover), un curtido poli que acaba de cumplir los cincuenta y espera la jubilación para poder disfrutar de su yate de pesca recién adquirido. Es un padre de una familia feliz y ejemplar y siempre ha tenido una posición de tranquilidad dentro del cuerpo policial. Por otro, Martin Riggs (Mel Gibson), un policía con brotes psicóticos que no ha podido superar la trágica muerte de su mujer en un accidente de tráfico. Se levanta con resacas de espanto, fuma como un carretero, anda en pelotas por una destartalada roulotte y se abre una birra mientras orina. En narcóticos sus investigaciones con ‘dealers’ de la droga concluyen con varios muertos y hace gala de unos hábitos poco deontológicos a la hora de detener a los sospechosos. Un contraste ostensible que aviva la representación de dos partes bien discordantes de los códigos policíacos; uno es negro y el otro es blanco, el primero sigue a rajatabla la ley con una impoluta carrera como agente y el segundo es el único policía del sur de Los Ángeles registrado como “arma letal”. Una Smith & Wesson Model 19 contra la más moderna Beretta 92F. El ying y yang. El aceite y el agua. Sin embargo, tras un encontronazo en la comisaría en el que Murtaugh confunde a Riggs con un delincuente armado, sus caminos se han cruzado para resolver un caso que toca de cerca al primero. La chica suicida es Amanda Hunsacker, la hija de un antiguo compañero de ejército y todo parece apuntar a que el caso insinúa un asesinato.
Hasta ese punto, ‘Arma letal’ proyecta una trama bastante convencional; la de dos hombres que no se mirarían a la cara si no fuera porque están obligados a compartir y resolver un crimen. La gran baza del filme de Donner es la automática química que desprender los roles y lo bien que se auxilian esos moldes parabólicos en ambos como cotejo de distintas actitudes vitales que evitan que se caiga en el formulismo. El dinamismo es inmutable y su trasfondo policiaco de altos vuelos ratifica un patrón modélico en la construcción del guión, aportando al subgénero nuevas vías de dramatización conjugadas con ciertos toques de humor que amenizan y estimulan la acción.
Todo ello debido a la grandeza de unos diálogos provenientes de un debutante, un estudiante recién salido de la UCLA llamado Shane Black, que confirió el suspense y la genialidad en un caso de apariencias camuflado tras la muerte de una joven y que brindaba los escenarios del submundo del narcotráfico a gran escala por el que deben desenvolverse los dos agentes para desentramar una complicada red que supone el Caso Hunsaker. Un caso que no es más que la punta del iceberg de un cartel de la droga regida por una banda de mercenarios capitaneados por un antiguo general condecorado; Peter McAllister (Mitch Ryan) y su mano derecha, el temible Sr. Joshua (Gary Busey). La fórmula de las “películas de compañeros” se vio alterada con la conducción del drama, que vehicula la historia haciendo avanzar las tramas y dejando en un segundo lugar la acción explosiva con una investigación que va cobrando protagonismo con gran naturalismo y credibilidad, si bien, en su eclosión, cuando todo estalla por los aires, responda más a un objetivo definitorio del cómic más desorbitado (la pelea final entre Riggs y Joshua sigue siendo la parte más inverosímil) que a esta directriz. En cualquier caso, el sentido de ‘Arma letal’ encauza su tempo narrativo siempre apuntando a las emociones y reflexiones buscadas por el guionista y el realizador, más allá de todo el culmen de fisicidad hemostática y el dinamismo explotado en su último tramo.
Todo ello con oscilaciones de adrenalina y disparos, de movimientos graduales en las hazañas de estos dos policías marcados con grandes dosis de ironía que ejemplifica ese choque entre Riggs y un suicida que amenaza con tirarse desde una cornisa (“¿De verdad quieres tirarte? Venga vamos gilipollas. Por mí estupendo. Yo quiero tirarme”). La descripción del ritmo fusiona a la perfección sus subtramas engarzadas con ‘set pieces’ que son elegías al cine de acción lleno de corrosiva actitud gamberra. ‘Arma letal’ incluía bajo su afable comercialidad una dramática versión del policía problemático y autodestructivo patente en la que puede ser la mejor interpretación de Gibson en toda su carrera, al recordar a su mujer y tentar con el suicidio. Martin Riggs está lejos de ser un antihéroe, por mucho que se entronice como un ‘action hero’ de los 80. Es policía peligroso y temerario, cierto, pero no es más que un perdedor que va fraguando su redención en la amistad y la fidelidad hacia su nuevo amigo y hacia su profesión en una progresiva admiración a esa forma vida familiar de Murtaugh que le imponen su realidad y que él nunca tuvo. En ‘Arma letal’ la virtud más destacada sería la introducción del espectador dentro de un juego de divergencias, con ascendente tensión y acción en la evolución de la amistad entre Murtaugh y Riggs y que denota la fuerza cinética de sus propósitos.
De este modo, ni a Donner ni a Black les pesaba en exceso imponer un mensaje cuanto menos ambiguo en la forma de administrar la ley y el oficio de policía en una gran ciudad, traspasando la línea de lo constitucional si hay que hacer de la justicia el medio para alcanzar una venganza personal, abriendo diferentes frentes de ataque con esos villanos que han abandonado su pasado como héroes de Vietnam para ejercer como peligrosos traficantes de droga. Vietnam, de hecho, marca, de una u otra forma, la vida de todos los personajes que aparecen a lo largo de la trama. Y aunque prevalece la acción y no hay lugar para la incertidumbre sobre el devenir superheroico y el ‘happy end’, el filme sigue sin perder sus dilemas morales y duplicidad ética en sus personajes principales. Sobre todo, cuando Murtaugh ve peligrar la vida de los suyos y no tiene ninguna duda a la hora de pasarse por el forro los estatutos policiales afianzando el incorrecto y sádico método del “disparar a matar” que configura la ley del más fuerte que propone desde su inicio Riggs.
Richard Donner nunca ha sido considerado como un nombre destacado dentro del género, pero en ‘Arma letal’ hay que legitimar su dominio de los aspectos visuales y sonoros del género. Cada plano es coreografíado con gran firmeza, sin perder esa pátina inocente y algo incauta que profería la espectacularidad de la acción siempre directa y cuidada tan característica de la iconografía de finales de los 80, con especial atención que se le da al sentido narrativo. Este filme de culto es un arquetipo de estricto y genuino espectáculo, un primoroso producto que puede verse como simple ejercicio de acción o como revulsivo de todo el cine genérico que vendría después, con su delectación estética y rítmica que desarticulaba cualquier regla establecida.
De ahí que en ‘Arma letal’ hubiera algunos de los mejores momentos de acción vistos en mucho tiempo, filmados con gran energía y excelente aptitud técnica que nunca ha sido lo suficientemente encumbrada. Ejemplo de ello es esa larga secuencia del tiroteo en el desierto. Una propuesta como‘Arma letal’ no planteaba nada nuevo, pero había algo diferente en ella. Y se trataba de la honestidad con la que está expuesta, logrando que emocionara con la violencia y la libertad de movimientos de sus personajes de principio a fin, moderando la energía de sus resortes y punteando su grandeza con la lacónica música de cine negro pulsada por guitarras y saxos de la mano de Michael Kamen y Eric Clapton. Aquello era pura acción y estricto entretenimiento.
En su día, Warner Brothers tuvo una fe muy limitada en este producto. Fue Joel Silver el que abriría la veda con la confianza ciega en este tipo de cine a punto de encontrar su momento en Hollywood. Supuso un gran acierto en taquilla y daría pie a que películas como ‘Jungla de Cristal’ y ‘Depredador’, magnas obras del colosal John McTiernan (y de las que me hubiera gustado analizar en el Abismo) vieran la luz con derroche de medios. En su día algunos lo consideraron un espectáculo visto como machista, otros como una película intrascendente y menor. Pero ahí está en toda su integridad una rotunda ‘action-movie’ que marcó la estela del cine de acción posterior con aquella determinación ajustada a los parámetros de un género que viró con la llegada de este, vamos a decirlo ya, clásico de culto inagotable.
Por mucho que pasen los años, los fans de esta saga que, en su posterior desarrollo mantuvo la esencia y el espíritu iconográfico de su génesis, pero nunca estuvo a la altura, sigue siendo un filme con un poder y una fuerza inconfundible. Echando un vistazo atrás, se puede reafirmar que ya no se hacen películas como ‘Arma letal’. Y que con una cinta mítica como es el caso nunca estaremos “demasiado viejos para esto”. Seguro que los habrá (y muchos) que crean que todo este post “tiene muy poco peso”, pero lo cierto es que Riggs y Murtaugh siempre serán como dos viejos amigos con los que volver a disfrutar de aquellos tiempos en los éramos capaces de disparar a un hombre a un kilómetro de distancia y contraviento. En los que el cine de acción emocionaba y las películas pasaban directamente a ser un pequeño clásico que recordar. 25 años. Ahí es nada.