jueves, 28 de junio de 2012

HELLRAISER: Hellbound's Heart (I)

25 años desgarrando almas
Este año se cumple un cuarto de siglo del estreno de este clásico del cine de terror, que sigue siendo una de las películas más influyentes del cine contemporáneo. Con el paso de los años, una obra como ‘Hellraiser’ se ha extendido a una cultura que vislumbra iconos pesadillescos y mitos capaces de estremecer conciencias desprovistas de emociones escalofriantes. Ahora mismo, nadie duda en determinar que esta cinta es una pequeña obra maestra del género. El luminiscente héroe ‘onírico-infernal’ de los clavos en la cabeza (el eterno Pinhead) nacido en una inolvidable década tan proclive para el terror como fueron los 80, ha engrandecido su efigie a lo largo de dos décadas para pasar a ser uno de los iconos fundamentales del cine apocalíptico y sangriento. En 1987, la New World Pictures trajo al mundo la ‘opera prima’ del que es uno de los genios más importantes de la literatura contemporánea, Clive Barker.
En aquélla se narraba la historia de Frank Cotton (Sean Chapman), un hombre que, aburrido de su vida cotidiana, viajaba a Oriente para conocer sus exquisiteces y perversidades. Allí, en lugar de nadie, un asiático le vendía una caja que, según la leyenda, le abriría las puertas del Infierno, ofreciéndole la posibilidad de disfrutar del placer y del dolor en una dimensión desconocida por el hombre. La curiosidad de Frank hace que resuelva el enigma de la caja con la consiguiente manifestación de los Cenobitas, seres infernales encargados de llevar la fruición del sufrimiento a quien los invoque. La casa desde la que Frank fuera llevado al Infierno, es habitada por su hermano Larry (Andrew Robinson), su hija Kirsty (Ashley Laurence) y su segunda esposa, Julia (Clare Higgins). Frank revivirá recobrando su humanidad gracias a la siniestra ayuda de ésta última, que fue su amante durante una época pasada. Renacido de entre los muertos, Frank no imagina que la inocente presencia de Kirsty iba a ser funesta para sus intenciones de regresar al mundo de los vivos, ya que la joven entregará a su tío a los Cenobitas para salvar su alma del enigma que reside en el misterioso receptáculo...
Este era el comienzo de la saga ‘Hellraiser’, un fascinante viaje a través de la transformación del cuerpo humano y el alma en su fase más salvaje, más dolorosa: placer y dolor en un solo concepto jamás experimentado por ningún hombre. Clive Barker estaba ya consolidado como uno de los herederos directos y a la vez congénere de Stephen King (quién llegó a decir “He visto el futuro del terror, y su nombre es Clive Barker”) cuando escribió esta inolvidable historia de horror, destinada a ser un clásico de dos ámbitos tan difíciles de vincular como son la literatura y el cine. El neófito realizador, al cual se le achacó en su momento su nula experiencia en el campo del celuloide, otorgó a la iconografía del fantaterrorífico (muy cerca del ‘gore’ –aunque nunca incluida en este subgénero-) una profundidad temática y estética revolucionaria, recreando una novedosa visión del terror basado en la insania fría, distante y en muchos momentos aberrante, en la que cada elemento que rodea la historia tiene algo de lúgubre y desagradable. Cada uno de los personajes se muestra de forma tenebrosa y sólo existe una cierta equidistancia del público con respecto a la cándida Kirsty (la hermosa actriz de culto, la musa de muchos sueños generacionales Ashley Laurence). Es cierto que el neófito director y novelista dirigió esta opera prima sin tener un conocimiento exacto del lenguaje cinematográfico, pero esto, si bien a veces evidencie una falta control de la acción visual sobre el argumento, sirve para ofrecer una perspectiva cristalina del espíritu global de ‘Hellraiser’ y su significado.
La aterradora serie supone un trayecto por el lado más oscuro hacia la esencia de la razón y de locura, para experimentar nuevas dimensiones del ser y del placer, personalizados en unos entes demoníacos (los legendarios Cenobitas) llamados para sobrecoger a las incautas e imprudentes almas ante lo que puedan descubrir. La transformación como producto directo de los más ocultos miedos humanos es el verdadero significado de ‘Hellraiser’. La saga (diez entregas hasta la fecha), que tiene su mejor ejemplo en la fundadora de toda la leyenda, explora este miedo mostrando la consternación y la tribulación en momentos inolvidables gracias, en gran parte, a los excelentes efectos especiales de pura artesanía creados por Bobb Keen.
Clive Barker definió el Infierno en la serie ‘Hellraiser’ de una forma novedosa, más espiritual que fabulesca, muy diferente (pero a la vez paralela) a la creencia cristiana. En ‘Hellraiser’, aquellos que traen el averno destinan la voluntad humana a un caos de sufrimiento en el que la representación de las llamas eternas es sustituida por las torturas a las que someten los siniestros Cenobitas, descritos por el propio Barker como “demonios para algunos y ángeles para otros”. El extenso universo generado por el literato está dominado por Leviatán, un dios ávido de torturas y deseos, materializado en un octaedro punzante. Y la única forma posible de abrir las puertas del Infierno, de acceder al Leviatán oculto, el que se esconde en nuestro morbo más escabroso, es a través de la resolución de un puzzle, un enigma inscrito en una caja llamada la ‘Configuración del Lamento’ que descubrirá los Milagros Negros y las Maravillas de la Oscuridad. Clive Barker se acercó con el mito y la doctrina de aquella película a aspectos filosóficos hasta entonces poco abordados en el cine, basados más en la ideología de Jung –complejo entendido como constructor de los sueños y los síntomas- que en la factible teoría de Freud y su vertiente sexual, todo siguiendo una particular imaginería inscrita en las mitología sumeria.
‘Hellraiser’ explora la colectividad inconsciente, en la que los sueños tienen tanta importancia como la realidad que nos rodea. Gracias al ingenio del escritor británico, el ‘fantastastique’ se aproximó al terror de una manera virtuosa, ejecutando un análisis introspectivo de esperanzas y miedos, de sueños y realidades. A pesar de tratarse de un filme relativamente pequeño (debido a su escaso presupuesto –1 millón de dólares-), en su núcleo argumental esta obra cumbre incluye una deliberación de todo aquello que circunscribe los secretos de Ciencia, los enigmas de Lógica y la llama de Prometeo.
‘Hellraiser’ sirvió también para que muchos descubrieran una de las alegorías del género más carismáticas y menos conocidas de la tradición del terror. Reiterado el símbolo del ‘psycho-killer’ mesiánico y enajenado que cometía sus barbaries en un mundo real y cotidiano (Jason Voorhes, Michael Myers o Leatherface), Barker optó por un ser infernal, dinámico, de personalidad arrolladora y de estética fastuosamente cuidada. Pinhead (‘cabeza de alfiler’ en su traducción literal) embelesó a los amantes de un género necesitado del cambio que transfirió esta cinta clásica. Muchos conocen a Pinhead, pero pocos saben que en realidad Barker le dio un pasado enigmático, ya que se trata del Capitán Elliout Spencer, un soldado que luchó en la segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, aburrido y en constante crisis, encontró la leyenda del Infierno, la caja que abre las puertas hacia la dimensión de placer y tortura. Con el paso de los años sería uno de los Cenobitas más carismáticos del Tártaro, pasando a ser conocido como Pinhead, pero también Pontífice Oscuro del Dolor, el Papa Negro de Infierno, Vasa Inquatitis o también Xipe Totec. Pero no es el único. En el Infierno de ‘Hellraiser’ hay más Cenobitas iconográficos que mortificarán las almas que osen descubrir el enigma de la caja: son The Chatterer (que bate sus mandíbulas constantemente, castañeando los dientes como si fuera una trituradora), Butterball, la Cenobita Ángel y el satánico Channard.
El caso es que no sólo estos iconos tienen una leyenda propia en las páginas del ensayista inglés, llegando a escribir sus nombres con letras de oro en el género del terror, sino que el propio Clive Barker tendrá su lugar como uno de los maestros más incorruptibles de la historia de la literatura y el cine.
Si no conocéis ‘Hellraiser’, es el momento de que abráis la ‘Configuración del Lamento’...

viernes, 22 de junio de 2012

Final NBA 2012: LeBron y los Miami Heat ya tienen su ansiado anillo

El equipo que representa la parte materialista y menos romántica de un deporte de épica colectiva, los Miami Heat, ya son campeones de la NBA. Viene siendo algo habitual que aquí, en nuestro país, ya tenemos que tener asumido desde hace tiempo. En la liga de baloncesto más potente del mundo se deben ir acostumbrando a esta situación. La era de esos conjuntos creados a golpe de talonario sirven de referencia en todas las disciplinas que alcanzan el nivel de ‘mainstream’. Los Heat tienen a casi su totalidad de hombres llegados por vía agencia libre, que han recalado en un club al que le ha costado más de lo necesario el hecho de haber invertido cantidades astronómicas para lograr el sueño del anillo. Y lo han obtenido finalmente llevados por un LeBron James que por fin ha logrado su objetivo vital. El equipo de Erik Spoelstra no ha dado tregua a los inexpertos Thunder de Oklahoma con un contundente 121-106 en el quinto partido de las Finales. Los Heat han arrollado por 4-1 en esta serie final ante un equipo que llegaba con la vitola de revelación y con mucha ilusión por plantar cara y ponerle las cosas difíciles al eterno aspirante.
Sin embargo, anoche, de inicio, ya se impuso un criterio muy fuerte a favor del juego ofensivo y defensivo de Miami. A pesar de que el equipo de Kevin Durant reaccionara con la calidad de Ibaka y Westbrook comenzado el tercer cuarto, los de Scott Brooks no pudieron dilatar por más tiempo la celebración de un título que, contra todo pronóstico, ha resultado mucho más fácil de lo que se preveía. Los triples de Chalmers y Battier, los errores de los Thunder y la figura de James que ejerció de protagonista absoluto, como el claro líder de un noche en la que logró su segundo triple-doble en una final (26 puntos, 11 rebotes y 13 asistencias), dejaron claro que, frente a los partidarios de Durant, la noche sería de los Heat y de un James que se perfiló como el mejor jugador de esta final. Con una determinación inconmensurable, con una fuerza arrolladora. El resto del ‘Big three’ estuvo a la altura. Así, Bosh se cascó 24 puntos y Wade 20, además de 8 rebotes. El otro invitado de lujo del equipo, Mike Miller sumó por su parte 23 (7 de 8 en triples). De nada sirvieron los 32 puntos y 11 rebotes de Durant. La final, que se ha antojado demasiado efímera, llegaba a su fin con la justicia del justo vencedor. Primero el ‘lock out’ y ahora este expedito fin de fiesta nos han dejado con ganas de más baloncesto norteamericano.
LeBron ha conseguido de una vez por todas lo único que le faltaba a su asombroso palmarés. Tras nueve temporadas, el jugador dotado con un físico y una técnica imparables, obtuvo su anillo a la tercera oportunidad, tras adherirse a la franquicia presidida por el legendario Pat Riley y a abandonar de forma polémica su anterior equipo, los Cleveland Cavaliers. Lo hizo al más puro estilo yanqui, a medio camino entre el ridículo circense y la expectación del espectáculo deportivo anunciándolo en un programa a lo ‘reality show’ de la ESPN. Un hombre que se ha ganado las antipatías de medio mundo baloncestístico con su actitud infantil y ombliguista, haciendo alarde de una chulería altiva que, en muchas ocasiones, ha desembocado en la pérdida del respeto a sus rivales. Eso parece no importar cuando es momento de erigirse como nuevo genio de la canasta: “The King”, como le gusta que le llamen.
Sus primeras palabras después de ser recompensado con este título y reconocido como el jugador más destacado han sido: “¿Ahora qué le vais a decir al Rey? Soy campeón de la NBA”. En ése aspecto es lo más parecido a Cristiano Ronaldo dentro y fuera de las canchas. Un hombre que provoca reacciones y consideraciones extremas en una dicotomía de opiniones difícilmente reconciliables. La gran diferencia es que James, hoy en día, sí puede autodenominarse como el mejor en su terreno. Por fortuna, aunque sea una pose estudiada para enmendar sus muchos errores de conducta, esta temporada LeBron ha cambiado de estilo. Ahora sus declaraciones son más circunspectas y coherentes. E incluso su actitud ha virado hacia una inteligente rectitud y honestidad con lo que dice. Puede que busque lograr una santificación como icono total. Y aunque es cierto que nunca lo conseguirá, se agradece la intención. Dejando a un lado sus logros como jugador, a LeBron le falta esa estrella que han tenido muchos sus predecesores e ídolos comunes de la NBA. Aquéllos nombres gloriosos de épocas pasadas y más recientes. Ésos que todos conocemos. Pero LeBron es la nueva imagen de la victoria, el testimonio de que los tiempos y los modelos deportivos han cambiado.
Al fin y al cabo, el anillo ya es suyo. Su juego le ha convertido en un modelo de jugador completo que roza la excelencia. Competitivo, repleto de virtudes y abrumante en todos los terrenos de la cancha, hay que reconocer su extrema valía dentro de un juego determinado precisamente por la colectividad. Y en esos términos, el 23 de los Heat, sigue progresando. Lo que suceda de aquí adelante será el acrecentamiento de un futuro que promete ver al mejor LeBron. Y eso, hoy en día, son palabras mayores. Por muy mal que caiga y por muchos ‘haters’ (esa palabra que define muy bien las posiciones en contra de la estrella) que siga acumulando. La era de LeBron James ya está aquí. A ver cuánto le dura.

lunes, 11 de junio de 2012

Rafa Nadal, el mito cercano

Lo demostrado por Rafa Nadal el pasado domingo (y en extensión, el lunes) en la final de Roland Garros supone una gesta marcada a fuego en los fastos del deporte español. Sí, obviamente, habría que analizar cuestiones más trascendentes y significativas, como el rescate económico de una nación infectada por la estulticia de quienes la gobiernan, de los bancos que han llevado a los ciudadanos a sufrir la peor crisis de su historia o de las mentiras que supondrán que ese rescate (al que llaman de forma despreciable “préstamo”) que no es más que una condena que pagarán los de siempre, aquéllos más desfavorecidos manipulados por unos hijos de puta anclados en el poder que van a ver desde su tribuna cómo la calidad de vida irá a peor y la economía se hundirá aún más si cabe con esos 100.000 millones de euros malditos. Debería ser así. Y habrá tiempo para ello. Aunque sea desde el retiro abismal que no está siendo tal. Sin embargo, a veces es preferible sosegar el espíritu antes de meterse en la descripción de ese fregado y alabar la figura de ese deportista que ha añadido una nueva gesta en el torneo francés, convirtiéndose en el primer jugador en lograr siete títulos y superando el histórico récord del sueco Björn Borg tras vencer a su gran rival Novak Djokovic.
Y prevalece en estos tiempos procelosos, en la actual sociedad de masas emponzoñada por los de siempre, como ejemplo de esa figura de épocas remotas, donde las más excelsas hazañas de unos cuantos atletas elegidos merecieron la más alta admiración de sus contemporáneos. Es lo que le sucede a este chaval de Manacor, a este hombre tranquilo que representa las virtudes que toda figura pública, sea cual sea su disciplina, debería personificar. Su grandeza se asienta en la sencillez de una persona destinada a hacer grande un deporte de vaivenes, de dureza y esplendor interrumpido o efímero, donde sólo los más privilegiados y dotados son los que se sobreviven en el sustento de la compleja gloria. Nadal es un deportista ejemplar, modelo de jugador disciplinado, educado en todo comportamiento, ya sea dentro como fuera de la pista. Su férrea amistad con tantos otros jugadores del circuito o estrellas de otras materias (emotivo fue el abrazo con el que se fundió a Pau Gasol el pasado lunes) y el respeto que tiene con todo el mundo que le rodea son valores que le configuran como un paradigma de la corrección en la que deberían fijarse todos los chavales y los deportistas de élite que deben ver en Rafa como modelo al que copiar.
Nadal es el primero que destroza a su rival en la pista, pero también el que les abraza y felicita por su juego y esfuerzo. Y lo hace sin falsa modestia ni atisbo alguno de prepotencia. La ejemplaridad es una noción que implica casi siempre positividad, pero Nadal sabe asumir su trascendencia y despojarla de su jerarquía para terminar ganándose el cariño de todos. Tras su derrota en Australia frente a su bestia negra, el serbio Djokovic, en un partido de cinco horas y cincuenta y tres minutos que pasó a ser el partido más largo en una final de Grand Slam, Nadal ya advertía que había aprendido mucho de aquélla derrota. De los reveses se puede aprender más que de las victorias. Y su resistencia al fracaso le permite remontar la frustración del desastre y conservar su motivación y el afán de superación por encima de cualquier obstáculo. Es ésa voluntad de mejora, de respeto hacia su profesión y a los rivales, de sus declaraciones comedidas y disciplinadas, de su realismo ante la vida, lo que hace que Rafa sea grande en los instantes de gloria como en sus inapreciables caídas de juego, en su contención en cuanto a estado físico y mental. De ahí que lo que hemos visto en Roland Garros haya sido un juego concluyente y demostrativo, el que caracteriza al gran destructor de la tierra batida.
Rafa Nadal es el gran culpable de que Roland Garros haya vuelto a ser un torneo con audiencias prodigiosas, de referencia que supera la expectación frente a otros deportes mucho más populares. La grandeza de Nadal hace encumbrarle como un mito cercano que será recordado con admiración como el símbolo de una generación de deportistas españoles que se antoja difícil de superar. A todos los niveles, es el ejemplo que seguirá perseverando su imparable consolidación como uno de los mejores deportistas de élite del universo, como el mejor jugador de tenis de la historia y, probablemente, como el deportista más completo que ha tenido el deporte español jamás.
Rafa Nadal es leyenda.

jueves, 7 de junio de 2012

La fascinación por Ray Bradbury será eterna

1920-2012
“…Pero los primeros Solitarios tuvieron que saber soportar el estar solos...”.
‘Crónicas Marcianas’, de Ray Bradbury.
La pérdida de Ray Bradbury supone la desaparición de uno de los genios literarios más reconocidos dentro de un difícil género como la Ciencia-Ficción. Y lo ha hecho con el deber consumado, a los 91 años, dejando su inmortal figura escrita con letras de oro. Se trata de uno de los grandes escritores que contribuyó con su incandescente estrella artística a impulsar el género en el ámbito de la literatura junto a nombres como Robert A. Heinlein o Arthur C. Clarke.
Su vasta obra, donde los cuentos multiplican su grandeza y sus novelas conjugan la retórica sobre la razón que alienta al lector al placentero descubrimiento de un universo diferente, confirió una reconfortante accesibilidad a una lírica evocadora capaz de transportar hacia entornos inaccesibles y lejanos, descritos con un sentido de la claridad visual familiar, como si estuviera detallando un pueblo cercano y reconocible. Sus mundos, matemáticamente imaginados, indagaron en la fantasía, en las sombras de una América que escondía en sus márgenes un ruido de fondo metaforizado en amenazas incómodas silenciadas por la aparente normalidad.
Su obra magnifica la idea de una alimentación imaginativa, que describe con habilidad algunos insondables recovecos de la mente humana para fabricar una verdad vestida de futuro, logrando a su vez aterrar en el ahogo de una rutina para exprimir así la tensión hasta límites insospechados, penetrando en los miedos seculares arraigados a la humanidad. Bradbury, nunca se sintió un futurista, sino un escritor que advertía sobre lo que nos va a venir y sobre la depauperación de la bondad humana infectada por el progreso hacia una visión de modelo especulativo que, a la postre, se convertiría en la más perdurable dentro del género.
Tal así que, repasando las páginas de sus más notables libros y narraciones cortas, recordamos ese arcaico precepto que impone la transformación de la oscuridad en entelequias capaces de que el más pavoroso temor o soledad saque a flote nuestras insuficiencias y limitar con ello cualquier grandeza a una nada desoladora. Su carácter innovador utilizó la ciencia ficción para cultivar un apego en el desarrollo de las relaciones humanas y sus emociones antes que caer en la recreación excesiva de mecanismos adelantados a su tiempo o lustrosas máquinas robóticas. Travesías encaminadas siempre a lo fantástico, itinerarios a través del tiempo y la memoria donde todo es posible, donde lo desconcertante y extraño terminan por revelar la esencia de algún recelo, peligro o miedo.
El hombre que supo profetizar la ignominiosa evolución antidemocrática a la que estamos sujetos en estos instantes y que profetizaron tiempos como los mostrados en su obra maestra ‘Faherenheit 451’ siempre subrayó un individualismo enmascarado en la supervivencia de un boscaje tecnológico y urbano. Con una claridad de pensamiento y una sencillez de su discurso incorruptibles, más que un escritor fue una inspiración para varias generaciones. Y así lo seguirá siendo para la posteridad. Su legado queda fulgurado como excepciones manifiestas en páginas que siguen despertando la fascinación y la melancolía como remedio para los que lloran, de diversas formas, el adiós del Gran Maestro.

martes, 5 de junio de 2012

La incógnita del futuro abismal

Hace bastantes años este blog, ‘Un Mundo desde el Abismo’, en los albores de la gesta que supuso hacer de él un referente en un mundo tan competitivo como el fenómeno ‘blogger’ (hoy presumiblemente perecedero), aprovechaba el verano para tomarse un descanso a la frenética actividad que hizo que en menos de dos años se llegará al imposible número de mil entradas. Eran tiempos felices en los que la prodigalidad acumulaba posts, los seguidores se contaban por miles y hacía falta retirarse y tomarse un respiro. La pausa de este 2012 no viene provocada, precisamente, por esos condicionantes tan satisfactorios. Más bien podría decirse que es por todo lo contrario. Las capacidades y la plétora dactilógrafa que simbolizaron este blog antaño no se han perdido, pero sí han debilitado su esencia por varias razones que han ahondado en el ánimo hasta límites insospechados. Ya no me divierto escribiendo. No hay motivaciones suficientes. Tampoco deviene en agotamiento o en una sensación de obligación para seguir poniendo este entorno abismal a la disposición y servidumbre del lector. Lo cierto es que tengo que ausentarme un tiempo.
Durante estos años una idea tan privilegiada como es la de tener esta bitácora me ha dado muchas satisfacciones, pero llega un momento en que, cuando la situación personal, asentada en la carestía laboral, en tantos problemas y ahogos, diluye las expectativas puestas en un proyecto y transforman los sueños en un lodazal de desesperanza que acarrea un escenario que se antoja imperecedero. Tengo la sensación de que toda esa lucha, de que todos esos textos, de que todas las críticas, estudios, dossieres, artículos, secciones… han sido en vano. En gran parte, porque no han tenido ninguna retribución vital a pesar de haber recibido el apoyo y el aliento de los muchos lectores que siguen leyendo estas líneas. Puede que ése fuera y haya sido el objetivo final. Creí que algún día, tanto trabajo, terminaría por encontrar otro tipo de vía, de canalización, de desafío relacionados con la escritura, con el hecho de volcar aquellos deseos e ilusiones o de reafirmar el dudoso talento que atesoraba aquel veinteañero que inició uno de los viajes más maravillosos de su vida con un rumbo cada vez menos claro. Estoy cansado, abatido, sin una certidumbre sobre nada en general. Y esa huella no es buen compañero.
Desde su origen, puse todo mi empeño ferviente en que ‘Un Mundo desde el Abismo’ no fuera otro de esos blogs destinados a desaparecer como tantos que se han quedado en la red tras un paso más o menos reconocido por la blogoesfera. Ahora lo pongo en duda. Será una fase muy delicada en la que habrá que deliberar detenidamente si ha llegado la hora de abandonar el mundo Blog o no. Os engañaría si no expresara mis dudas, ni el temor a esa posibilidad del cese total de actividad en estos lares. Los desafíos incompletos han acabado por destruir la moral y lo que un día daba muestras de una salud fértil ha terminado por representar a la perfección el título que da nombre y sentido a este espacio. El de ese mundo diario pisando en terreno inestable, donde la inconsistencia asola cualquier decisión que puedas llegar a tomar. Además, a eso hay que sumar el abandono y la inadaptación a los nuevos modelos de comunicación de la actualidad. Un aspecto que está estancado, en una dilación pasiva por renovar y acomodar este blog a las redes sociales que quiebran cualquier tipo de esfuerzo de renovarse. El blog se ha quedado anticuado y no hay perspectivas de modernización que insuflen la alegría perdida. También la web REFOyo.com parece haberse quedado obsoleta y abandonada. No es buena época. 2012 es un año que está siendo el enésimo año ‘horribilis’, de esos que oxidan el espíritu y elimina cualquier muestra de mejora.
Pero no avancemos acontecimientos. Puede que este respiro, el alejamiento de esta pantalla, de la vida en las redes sociales y la reconciliación íntima con este teclado sea efectiva. Tal vez esta tregua, con un correcto aislamiento del mundo, traiga renovados ánimos con los que afrontar nuevos y habituales contenidos. Y no sólo será una interrupción de la vida abismal. Este retiro va mucho más allá: desde hoy, mi presencia en Facebook, Twitter y demás redes sociales que abducen hacia ese paraíso falsamente reconfortante llamado comunicación 2.0 será más bien escasa. Únicamente de consulta, de participación muy limitada. Ha llegado la hora de desconectar. Ha sido muy complicado llegar a esta decisión. Así que el próximo 5 de septiembre anunciaré, coincidiendo con el octavo aniversario de esta bitácora, la decisión final sobre el futuro de este abismo herido de gravedad, maltrecho e infecundo. Me encantaría exhortar, con todo mi corazón, que esto sólo es un trance pasajero o que se trata de un eventual bajón ideal para el reposo veraniego. No es así.
Sería cojonudo despedirme hasta entonces con un afectuoso “to be continued”... Sin embargo, no puedo asegurarlo. Necesito una prórroga. Tampoco os preocupéis en exceso. Seguro que entre el día de hoy y el post de cumpleaños de la citada fecha (que pueda que sea el último), algún tímido texto emergerá aparentando normalidad, rememorando a aquellas piezas tituladas ‘Extras de Verano’ de antaño. La palabra “retirada” tal vez sea demasiado trágica o derrotista, aunque es cierto que llevo tiempo renunciando a encontrar un día a día relacionado con lo único que sé hacer y esto se paga. Serán tres meses de introspección, de razonamientos, de valoraciones de toda índole que derivará en una decisión trascendental para mí, puesto que este blog se ha convertido en parte fundamental de mi vida. Y no sólo se refiere al abandono del Abismo, sino la abdicación definitiva a escribir y seguir mi camino por otros derroteros imprevisibles alejado de ello debido a las penosas circunstancias que nos rodean. Depende de muchísimos factores. Y espero, como muchos de vosotros, que todo esto tenga continuidad después de ese extraño aniversario. Sólo entonces podré asegurar si esto seguirá o me despediré de la red para siempre. Llegados a este punto, quiero daros las gracias (una vez más) por haber estado ahí cada día, siguiendo las reflexiones subjetivas de un pobre diablo que creó este espacio irreflexivamente, sin saber sabe muy bien a qué expectativas respondía el inicio del Abismo.
Hasta entonces, feliz verano a todos y gracias, de todo corazón, por continuar ahí durante casi una década.
Abrazos de tod@s.

viernes, 25 de mayo de 2012

Final de Copa 2012: 110 años después

El 16 de mayo de 1902, en el Hipódromo de Madrid se disputó la Copa de la Coronación de Alfonso XIII. Era la primera competición que pasaría a ser la Copa del Rey. Entonces había un combinado formado por los equipos bilbaínos del Athletic Club y el Bilbao F.C. y que jugó bajo la denominación de Bizcaya. Luis Arana, Careaga, Larrañaga, Luis Silva, Amado, Arana, Goiri, Cazeux, Astorquia, Dyer, Ramón Silva y Evans se enfrentaba al F.C. Barcelona de E. Morris, Pamies, Meyer, J. Morris, Witty, Valdés, Parsons, Gamper (fundador del club azulgrana), Steinberg, Albéniz y E. Morris.
Por aquel entonces, el Barça ya era un equipo que asustaba, con lo más granado del fútbol internacional en sus filas y con solidaridad de un planteamiento definido y preparado para la ocasión. La semifinal, jugada contra el Real Madrid había sido ganada con facilidad sin necesidad de recurrir a sus titulares. Por el contrario, el Athletic sí llegaba tocado y mermado por el cansancio físico. No fue óbice para que los goles de Astorquia y Cazeux desgastaran las ilusiones y la fuerza de un Barcelona que sólo pudo recortar el marcador en los minutos finales con un tanto de Parsons.
Fue la primera Copa del Rey para el Athletic, aunque los fastos oficiales contradigan que su primer título llegara tan sólo un año después, ganándole la final al Real Madrid. 110 años después el Athletic tiene la oportunidad de rememorar aquella hazaña de esa Copa de la discordia, que está como oro en paño en el Museo de Ibaigane y que durante largo tiempo ha seguido convirtiendo al equipo rojiblancos en lo que siempre ha sido: “El Rey de Copas”. Hasta que hace tres años, el Barça no dejó saldar al Athletic la deuda con su Historia. Se enfrentaba al génesis del que ha sido uno de los mejores equipos que ha dado el fútbol y la Era de un entrenador como Pep Guardiola que lo ha logrado absolutamente todo en un tiempo récord.
Aquel gol de Toquero en el minuto abrió unas ilusionantes expectativas que se fueron diluyendo por la rotundidad de un juego que aplastó al conjunto de Joaquín Caparrós y le endosó un inmerecido resultado de 1-4. Demasiado castigo para un equipo y una afición que vio cómo su equipo caía ante la velocidad de movimiento del esférico de un Barça completamente estratosférico y perfectamente táctico. Fue un duro trance ante tanta esperanza frustrada. Todo eso, forma parte del pasado.
Tres años después el destino ha querido que en su vuelta a la Gran Final Copera, el Athletic tenga enfrente el mismo rival. El Barça sigue siendo el gran favorito, el intocable que, sin embargo, ya no da tanto miedo como en el pasado reciente. Además, la final de Bucarest ya está olvidada. Han pasado dieciséis días desde la catástrofe. Tiempo suficiente para que ese ideólogo, de esa máquina perfeccionista de la estrategia que es Marcelo Bielsa, obsesivo y erudito en estas cuitas, haya tirado de psicología y haya devuelto la ilusión al equipo y a la afición. “El loco” ha demostrado en los dos partidos de liga contra los culés que sabe jugarle al gran campeón, pese a que no haya conseguido la victoria en ninguno de los dos choques. Esta noche vuelve a ser la oportunidad perfecta para saldar débitos pretéritos. Hay generaciones de aficionados que no han vivido lo que es ganar final, sentir la desmedida euforia de un triunfo de un equipo transformado en sentimiento. Una nueva generación de aficionados que desean vivir en primera persona las gestas que se han negado, como aquéllas legendarias hazañas de los 80, cuando el fútbol era equitativo y se medía por los méritos deportivos y no económicos y cuando las distancias entre clubes ricos y los humildes no eran tan descomunales y diferenciadoras como las que existen hoy en día. Y estos chavales se merecen la oportunidad de experimentar esas hermosas sensaciones colectivas.
El Athletic vuelve a estar en una final. La tercera en tres años. Algo muy difícil de pensar hace tan sólo un lustro. Y estamos de nuevo en la final de la Copa del Rey. La nuestra. La que más ilusión hace. Otra final que enfrenta a Goliat, el gigantesco equipo globalizado que aspira a darle a Guardiola el último título de un periplo que ningún entrenador será capaz de igualar ante ese Athletic que este año ha enamorado con su fútbol, el pequeño David con ansias de devolverle a la afición una alegría más, de recuperar el unánime sueño de un título. Los galones que los diferencian no serán un problema. Para el Barça es una muesca más en su colección de trofeos. Para el Athletic, sin embargo, esta Copa del Rey es especial, porque simboliza mucho más que un título. Casi tres décadas (veintiocho años) desde que el gran capitán, Dani, levantara la Copa del Rey, alejados de la grandeza de esos momentos son demasiados años de ilusiones y sueños destrozados por una realidad de absurda perversidad con la que es y seguirá siendo la mejor afición que tiene el fútbol actual. Son treinta y seis finales de las ciento ocho disputadas. Y éste año, el juego voluntarioso y sólido, donde prima la propiedad del balón sobre el campo, con su rápida circulación y una mentalidad repleta de ideas, de progresivo crecimiento con conceptos novedosos atesorada por una plantilla que es la más joven de la liga nos hace ver esta oportunidad con alguna perspectiva más halagüeña. Los pecados de juventud y temores, el agarrotamiento y la presión que hicieron que este gran equipo no mostrara su mejor juego contra el Atlético de Madrid de Simeone, deben servir como incentivo a la hora de aprovechar la inmejorable ocasión de enmendar los errores.
Es la hora de demostrar una vez más el espíritu guerrero, exhibiendo las cualidades luchadoras que han mantenido al equipo en Primera División desde el principio de la historia. Y para la afición, ése motor de voces y espíritus volcados apasionadamente con el equipo, convoca otro instante de unión colectiva memorable. Hay que dejarse las gargantas, en Madrid, en Bilbao y desde la distancia. En cualquier punto del mundo. La final será un partido donde se sufrirá cada minuto, cada oportunidad y en cada desliz. Pero, sobre todo, hay que celebrar los goles como jamás se ha hecho y seguir animando sin freno si se recibe algún otro. Y con todo esto, la victoria dejará de ser una utopía para acercar de nuevo la Gloria a San Mamés y al Botxo. Las lágrimas de tristeza serán reemplazadas por otras bien distintas. Los leones tienen que rugir como nunca y preservar la tradición ancestral de un club que, aún hoy en día, sigue siendo único en el mundo, salvaguardando las señas de identidad que defienden un estilo ajeno a la marabunta de intereses en la que se ha convertido el fútbol moderno, desde la honestidad de esa idea que cohesiona el compromiso con la tradición. Vuelve a ser una empresa que muchos consideran improbable, sí. Pero esta vez puede suceder y nadie puede quitarnos la ilusión. La misma que, en ocasiones, hace accesible los triunfos y convierten lo imposible en una realidad certera.
Hay que darlo todo y dejarse la piel. Que nadie dude de que esto vaya a ser así. Y poder contar que aquel 25 de mayo de 2012 ganamos la vigésimo quinta Copa del Rey ante el mejor equipo del Mundo. La Gabarra nos espera. Y si no es el domingo, será muy pronto. Que nadie pierda la esperanza.
Es nuestro momento ¡¡A por ellos, leones!! ¡AUPA ATHLETIC!
¡¡Beti Zurekin!! KOPAREN BILA.

lunes, 21 de mayo de 2012

Review 'Los Vengadores (The Avengers)', de Joss Whedon

El más difícil todavía
Joss Whedon fusiona las franquicias ‘marvelianas’ en un nexo común adoptando con fidelidad el espíritu de Lee y Kirby en una trama global que entrelaza todo lo visto hasta la fecha y cuya avidez por la fascinación resulta incombustible.
La gran pregunta cuando se comenzó el ciclópeo proyecto de ‘Los Vengadores’ era si Joss Whedon era la mejor opción para llevar a la pantalla el filme más ambicioso y titánico del subgénero superheroico. Con una sola película a sus espaldas como director con hordas de fans como es ‘Serenity’ y una consolidada figura en el mundo televisivo gracias a series ‘Buffy cazavampiros’ o ‘Firefly’, Whedon ha sabido ganarse un puesto importante dentro del mundo cinematográfico con guiones de cintas como ‘Toy Story’ o ‘Titan A.E.’ y produciendo pequeñas reliquias como la web serie ‘Sing-Along Blog de Dr. Horrible’ y la paródica cinta ‘gore’ ‘Cabin in the Woods’, así como firmante de guiones de cómics de la saga ‘Astonishing X-Men’.
Whedon realiza aquí que el gran salto a las grandes ligas, a la megaproducción más costosa de los últimos tiempos. Su gran capacidad como especialista en la construcción interna del héroe y su raigambre manifiestan una notoria erudición de la cultura popular a la hora de levantar con coherencia y cautela esta colosal construcción de carácter comercial que responde a la idiosincrasia del ‘blockbuster’ en toda regla. Se trata, por tanto, de reunir en un mismo corral a los factores más importantes del último cine de superhéroes; Iron Man, Thor, Capitán América, Ojo de Halcón, Viuda Negra y Hulk y componen el mosaico sideral dentro de una especie de cumbre superheroica compuesta por lo mejor de cada saga ‘marveliana’. Un ‘all star’ cuya funcionalidad se ciñe a mantener la cohesión de todos sus elementos y no fragmentar la grandeza común antes que sobreponer los rasgos distintivos y unitarios. Lo difícil era dotar de protagonismo, a partes iguales, a cada miembro de este equipo galáctico de grandes figuras. Y vaya si se consigue.
La línea argumental no presenta complejidad aparente: El mundo llegará a su fin si Loki, un semidiós desterrado y hermanastro de Thor se hace con el Teseracto, una especie de cubo que funciona como fuente de energía capaz de abrir portales espaciales y que provoca las ansias del villano por conquistar el planeta y dominarlo junto a un ejército de Chitauris, una raza alienígena bastante cabrona. Lógicamente es cuando Nick Furia, intendente del S.H.I.E.L.D. pretende impedir los siniestros planes de Loki reuniendo a los Vengadores, un grupo formado por los superhéroes antes mencionados. Una familia bien avenida con toques de disfuncionalidad que concretan la argucia comercial de Marvel y sus anteriores tentativas por dibujar un plantel de filmes genéricos que no han sido más que un anticipo que tiene su eclosión aquí. Los pequeños elementos presentados a lo largo y ancho de las películas que preceden a esta colosal reunión toman forma concreta como piezas de un puzzle que encajan y fusionan las franquicias en un nexo común disfrutado como un colofón festivo y desmadrado.
Como guionistas, el propio Whedon, junto a Zak Penn, han hecho un espléndido trabajo trasladando esa esencia del universo creado por Stan Lee y Jack Kirby adoptando con fidelidad el espíritu de la fuente primigenia en una trama global que entrelaza todo lo visto hasta la fecha. La transición del individualismo que se cristaliza, no sin tensiones y choques, en un trabajo colectivo, metaforiza el objetivo grupal unificador de intenciones y causas para crear un único todo con un equilibrio y una dosificación impecables. De ahí que Whedon afiance su rúbrica reverencial hacia los componentes con los que edifica el mito superheroico sin ninguna prisa, evitando desequilibrar la balanza a la hora de construir los roles, con sus particularidades y motivaciones, dándole a cada uno un espacio privativo y controlando en todo momento los instantes en los que comparten plano entre ellos. Como era de esperar, aunque Iron Man y Capitán América ejercen de motores de la función, es cierto que Whedon logra evitar que unos estén por encima de otros, sin renunciar a lo que hace de ‘Los Vengadores’ una auténtica delicia, que no es otra cosa que el humor autorreferencial en buenas dosis, sin adulteración ni coartadas, con constantes toques de cinismo que engarzan con soltura y sin ningún desajuste esas relaciones interpersonales y de desafío entre unos personajes destinados a llevarse bien pese a su heterogeneidad.
Con ello, Whedon reniega de una presumida disposición hacia un rumbo visionario del mamotreto que supone encauzar un filme de estas dimensiones, siendo mucho más cercano a la franqueza y respeto hacia los cómics que hacia unos inexistentes propósitos de megalomanía, por difícil que pueda parecer, contrayendo una deuda de honestidad con esa montaña rusa cuya avidez por la fascinación es incombustible. Al margen de lo estrictamente épico, el cineasta no intentar en ningún momento evidenciar una reinterpretación de los cánones genéricos, alcanzando que el conjunto orbite sobre una plausible funcionalidad que ha funcionado, mejor o pero, como carburante sintético de sus franquicias. En este aspecto, hay que subrayar el perfecto manejo de la puesta escena, tan arduo en realización como accesible para el espectador, sin necesidad de abrumar con un torrente de planos, ni de asumir los nuevos modelos del cine de acción colérico y frenético, sino aceptando su condición ‘mainstream’ como un acto de Fe dentro del género en el que se ubica y en unas condiciones englobadas con un objetivo que nunca se pierde de vista. ‘Los Vengadores’ expone sus atributos con abrumador ingenio, ritmo y confabulación con el público, que no puede por menos que dejarse llevar por la explosiva fastuosidad de una épica entregada a la autoconsciencia de un producto diseñado para vivirse como una grata experiencia comercial.
Hay que reconocer, además, lo bien orquestadas que están sus ‘set pieces’ de acción y reacción, sin escatimar en plétora de efectos, equilibrados por la sensación de coherencia que se despliega a lo largo de las dos horas y media que dura el espectáculo. Y lo mejor de todo; nunca pierde de vista las consignas de unos héroes contestatarios bajo el yugo de una base crítica con la actual situación de crisis mundial, ni tampoco por el discurso catastrofista que empapa su fondo, simbolizado en esa grandiosa batalla final propagada de devastación por las calles de Nueva York, donde la acción hiperbólica identifica las inseguridades actuales en un paradigmático clímax de acción que lucha contra las miserias que no son más que la representación de un mundo libre que no es tal. El filme, en el fondo, concretiza sus objetivos en la necesidad de creer en los superhéroes, con un discurso inteligentemente diseñado, añadiendo momentos de frivolidad que esconde en sus trazos de espectáculo y color bastantes golpes a la conciencia política y la manipulación a la que estamos sometidos. Incluso Nick Furia juega con su poderoso grupo en un pasatiempo psicológico sutil y pervertido.
Whedon ha confeccionado una película eficiente e inspirada, que golpea con contundencia e impulsa sus valores sin renunciar a un estilo delegando cualquier circunspección trágica a una trama maniqueísta en el que el Bien lucha con sus armas y honestidad ante el Mal del poder y el sometimiento. Por supuesto que para esta lectura positiva hay que tener en cuenta la presencia siempre sugestiva de un Robert Downey Jr. en su salsa, con un Iron Man juguetón y provocador. O que Mark Ruffalo haya conseguido dotar de esa tragedia interna al Hulk que no supieron corporeizar Eric Bana y Edward Norton o que el malvado Loki de Hiddleston llene la pantalla con agudeza y aplomo. Si además, Scarlett Johansson, embutida en un traje de látex a lo Diana Rigg, perpetúa su imagen de ‘sex symbol’ y los dos Chris, Evans y Hemsworth, están mucho más cómodos aquí que en las previas aportaciones a la familia Marvel, tenemos un entretenimiento de primera fila, donde, todo sea dicho, Jeremy Renner parece un poco desubicado con el personaje menos valorizado del batallón que es Ojo de Halcón.
‘Los Vengadores’ hace de su condición de juguete visual, delirio escandalosamente gigantesco, sin concesiones a la profusión de subtramas o recovecos, una compensada apuesta frontal por la convincente mezcla de efectos especiales, explosiones, acción y épica capaz de succionar la esencia de este tipo de macroeventos y culminar con ello la dignificación del ‘blockbuster’ lúdico y el perfecto ‘fan filme’ ¿Se puede decir que es la película definitiva de superhéroes? Posiblemente no. Sin embargo es lo que más se le acerca a la esperada definición de cumbre de un género que empezaba a ver mermado su atractivo hasta la llegada de esta esperada reunión de factores rutilantes. La cinta de Whedon está a la altura. Y vaya si lo está.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2012

lunes, 14 de mayo de 2012

Un cuarto de siglo sin Rita Hayworth

Se cumplen 25 años desde que el mundo perdiera a uno de sus iconos más carismáticos y reconocibles de la época más gloriosa del Séptimo Arte. Aquélla bailarina que heredó las dotes artísticas de su padre, Eduardo Cansino y de su madre, la chica ‘Ziegfield’ de origen irlandés Volga Hayworth, debutaría en 1935 con pequeños papeles sin importancia, pasando desapercibida hasta que se casó con el multimillonario Edward Judson (el primero de sus cinco matrimonios) y Columbia se fijó en esa mezcla de exotismo sensual y sofisticada elegancia de una pelirroja imponente. Introvertida y poco amiga de las cámaras, Margarita Cansino era ya Rita Hayworth, una pieza indispensable para entender el ‘star system’ del momento y pieza clave en la mitología de la Edad de Oro de Hollywood. Howard Hawks atrapó todo su magnetismo en ‘Sólo los ángeles tienen alas’ para pasar a desplegar su talento coreográfico en clásicos del cine musical de baile junto a Fred Astaire o Gene Kelly en ‘Desde aquel beso’ o ‘Las modelos’, respectivamente.
Su imagen de bomba sexual llega al culmen con ‘Gilda’, de Charles Vidor, la cinta que marcaría su imagen y carrera y la transformarían en una efigie reconocible y mundial. Aquélla canción ‘Put the blame on mame’, en el playback de la voz Anita Ellis y el sugerente baile con sus movimientos al compás de la música mientras desnudaba su brazo despojándose de su guante de negro satén la elevaron a la etiqueta de mito erótico. Orson Welles, otro de sus maridos, inmortalizó esa fuerza de potencial imparable en ‘La dama de Shanghai’. Pero la voluble carrera de Rita no aguantó el peso de la fama, ni de sus controvertidas confesiones, ni de su debilidad frente a la adversidad. La modélica estrella de aquélla estirada mujer de pelo caoba y curvas interminables empezó su caída libre cuando rompió su contrato con Columbia y se casó con el príncipe Ali Khan. Todo fueron desaciertos y decisiones erróneas, como aceptar las propuestas cinematográficas de Harry Cohn, que la incluiría en películas mediocres como ‘La dama de Trinidad’, una versión absurda de ‘Gilda’, rol que la perseguiría para el resto de su vida. Perdida en sus fracasos amorosos (después de Khan, el cantante Dick Haymes o el productor James Hill) y fracasada en el objetivo de ser feliz sentimentalmente, aparecería en papeles esporádicos mostrando aún que era una gran actriz que había tenido mala suerte. El alcohol, las depresiones y el amargor de una vida de luces y sombras envejecerían a una mujer que terminó por olvidar la estela de su nombre cuando fue diagnosticada de Alzheimer para morir el 14 de mayo de 1987.
Rita Hayworth, sin embargo, siempre será eterna.

jueves, 10 de mayo de 2012

La derrota

La derrota son las ilusiones malversadas por la realidad que nos golpea con el incesante desaliento del fracaso. Como en nuestra vida, en el deporte las decepciones también cuesta asumirlas, porque además de componer un mosaico de dolor y lágrimas colectivas inciden en cada individuo irradiando la incertidumbre de un optimismo cada día más difícil de reivindicar. La derrota es sufrimiento escondido, que enciende el deseo de renunciar a convertirla en victoria, pero que en el fondo guarda cierta dignidad. La misma que hace que cuando caemos tengamos fuerza para levantarnos.
Sería fácil abatirnos en el desaliento y rendirse a la frustración de un sueño incumplido. Cierto es que la derrota es huérfana, por eso hay que asumirla y saber que siempre está ahí, acechando detrás del ánimo que nos ayuda a seguir nuestro camino. Se puede seguir llorando o hacer gloria de la desgracia. La derrota es la constante de esta vida de injusticias y cábalas vendidas al despropósito. Sin embargo, la expectativa debe seguir iluminando el trayecto vital porque es lo único que nos queda tras sentirnos perdedores.
El ayer no debe ser nuestro mañana. Y lucharemos por conseguir lo que nos pertenece. Más allá de los eventos deportivos que nos devuelven la mirada y nos obligan a mirarnos en el espejo de la realidad y la rutina.
Aupa! Hoy y siempre. Por ellos, por nosotros.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Athletic Club y la final de la Europa League: La deuda con el pasado

En la temporada 1976-77, el Athletic Club de Bilbao también jugó dos finales. Las mismas que disputará este año. En aquélla ocasión perdió ambas. En la Copa del Rey sucumbió ante el Betis en una histórica tanda de penaltys en la que se llegaron hasta la veintena y donde el portero Esnaola terminaría por convertir un lanzamiento ante un Iríbar que éste sí erró. Antes, había caído en final de la UEFA (hoy Europa League) contra la Juventus de Turín, en la que sigue siendo la única final continental disputada en su Historia. En ambos casos se mereció mejor suerte aquella escuadra entrenada por Koldo Aguirre y con nombres míticos como los del mencionado Iríbar, Villar, Rojo, Goikoetxea, Dani, Irureta
Las equivalencias entre ambos clubes, pasado y presente, no son baladíes. Entonces el Athletic eliminó a grandes equipos como Milán, el Barça, el Molenbeek… este año han caído contra el fútbol imaginativo que impone Marcelo Bielsa equipos de la talla del Manchester United, Schalke 04 o Sporting de Lisboa. Por eso, esta segunda oportunidad supone un otro acontecimiento legendario que supone uno de los desafíos más grandes del club. El Athletic tiene en su mano saldar una deuda trascendental con su pasado, una segunda oportunidad de oro para ganar un título europeo por primera vez para su palmarés. Y puede lograrlo en Bucarest contra un viejo conocido de finales como es el Atlético de Madrid.
Estamos ante un auténtico partidazo en el que no hay favoritos, con dos conjuntos de empuje que han demostrado que en la intensidad y la fuerza, la inteligencia y la circunspección se fraguan las victorias. Aunque en ésa directriz sin traición a su juego, muchas veces hayan limitado sus opciones de victoria y hayan terminado dejándose puntos muy importantes. Hace dos años, el Atlético alcanzó el doblete al que aspira el Athletic bajo la dirección de Quique Sánchez Flores. De aquélla final de la Europa League jugada en Hamburgo contra el Fulham inglés solamente siete jugadores quedan de la gesta y de la que sólo dos fueron titulares entonces. El Athletic estaba en pleno proceso de construcción para llegar al modelo de fuerza y juego que hoy luce orgullo en toda Europa. Mucho de ello se lo debemos a Joaquín Caparrós, cuya contribución a la estructura del equipo ha sido básica. La llegada de Bielsa constituyó un modelo de juego asentado en un proceso que comienza con la determinación a la hora de recuperar rápidamente el balón y mantener la posesión inmediata. Para el técnico argentino lo importante es la presión desde un enfoque racional, subrayando una lectura anticipada de aquello que puede hacer el rival. Bielsa es el “loco” más cuerdo del fútbol actual y ha solidificado un Athletic ambicioso y desbordante, con un juego sugestivo que, más allá de los resultados en la liga, no dejan de ilusionar por la grandeza con la que se dilucida y mueve dentro del terreno de juego.
Treinta y cinco años son demasiados esperando dos finales que abran la viabilidad al Athletic de reconciliarse con la Gloria. Levantar esos quince kilos de ilusión y sueños que pesa la Copa de la Europa League significaría un hito que va más allá de la emoción y el sufrimiento con el que se va a vivir el partido vital de esta noche. Significaría que, como manda la tradición, la Gabarra volvería a surcar el Nervión después de casi tres décadas sin ver la luz. Y la insignia de la victoria bilbaína sólo se deja ver en la Ría cuando se consiguen títulos, no cuando se llega a las finales. Por eso, esta noche en el Estadio Nacional de Bucarest hay que apelar al espíritu de la trayectoria europea del Athletic esta temporada, donde ha dejado partidos y remontadas que se narrarán a las generaciones venideras. Como la gesta de Teatro de los Sueños contra el United, convocando el juego de fútbol dominante y abierto convertido en obra de arte de juego colectivo que dejó uno de los choques más imperecederos para los fastos de este deporte.
Hoy es el día en que toca arropar más que nunca a nuestro equipo. Un equipo único en el mundo seguido por millones de aficionados que hoy ondearán con orgullo sus banderas y sus bufandas en una comunión de júbilo y exaltación, de unidad por una emoción común de esperanza transformada en realidad. Desde su origen, en la que unos deportistas locales tuvieron la osadía de enviar a la prensa un aviso en el que desafiaban a los residentes británicos en Bizkaia a disputar un encuentro futbolístico en las campas de Lamiaco, el Athletic sólo había jugado una final continental. Hoy la espera ha terminado.
La identificación y lealtad a un estilo pueden desempolvar los sueños de una afición de poderosa fuerza. Estamos en la antesala de lo que puede ser un triunfo que invoque una aureola tanteada con un juego envidiable, que suponga el colofón de una temporada para enmarcar, pese a que muchas veces los resultados no hayan respondido a las expectativas del esfuerzo. La Historia se escribe desde aquel primer gol que marcó Rafel Moreno Arazandi “Pichichi” en San Mamés hasta la llegada de esta noche, en la que hay una primera cita importante para rubricar una temporada de ensueño. El Athletic tiene una idea clara, un concepto definido de juego y un sistema táctico de primera magnitud. Por eso, se ha suscitado una unanimidad colectiva a la hora de afrontar con esperanza e ilusión esta final.
Y en el campo no sólo jugarán once leones, porque somos millones de gargantas animando al equipo. Uno sólo, todos a la vez, vestidos de rojo y blanco, evocando la herencia de semejante sentimiento, de este amor incondicional a unos colores que conllevan la inculcación de unos valores éticos y deportivos. Hoy recordaremos a los que no están y no van a poder disfrutar de este día inolvidable, perpetuando con abrazos, lágrimas e himnos la puede ser la noche más trascendental del club. Siguiendo la coherencia y la estabilidad de una idea de la que no ha desertado en ningún instante, llevándola hasta sus últimas consecuencias, el juego del equipo debe ser el característico de ese Athletic orgulloso y aguerrido, capaz de conseguirlo todo.
Estamos preparados tanto para la euforia como para la decepción, pero sin renunciar nunca al juego que ha llevado al Athletic tan alto. El sentimiento, sea cual sea el resultado, permanecerá inalterable, porque el Athletic es algo más que un club. Es una forma de ver la vida, un aliciente confeccionado con el tejido sueños y traducido en la devoción de una afición modélica. Ha llegado pues la hora de concretar esa esperanza que nos invade desde hace días, de hacer realidad los deseos de unos seguidores cuyas vidas se detendrán durante noventa minutos para dedicarle toda su energía a que su equipo consiga una victoria histórica. Ha llegado momento de la VERDAD.
¡¡A por ellos, leones!!
AUPA ATHLETIC. Beti Zurekin!!