viernes, 29 de octubre de 2010

Especial Halloween (y II): 'La noche de Halloween', de John Carpenter

La noche del psicópata de Haddonfield
Ya en los años 70, cuando el ‘glam’ se apoderó de los Estados Unidos y el cine porno hacía sus primeros pinitos comerciales (hermanado de alguna forma al cine de serie B en varios de sus aspectos más fundamentales), una nueva y potente hornada de directores y productores se hicieron con un hueco en un mercado internacional que les otorgaría un aura de inteligencia y rentabilidad gracias a la explotación de terrenos que hasta entonces el cine había considerado tabúes. Esta generación de cineastas creció entre cómics, el descubrimiento de la televisión y las eternas películas de bajo presupuesto (primordialmente de ciencia-ficción y de terror), tan comunes y beneficiosas en los años de posguerra. Películas que se convertirían en el génesis de la creatividad de directores como Steven Spielberg, Joe Dante, George Lucas, Tobe Hooper, Brian De Palma, John Landis, Larry Cohen... Cintas de presupuesto y medios exiguos, pero inmensas en imaginación y en intenciones de transgredir lo impuesto, para ofrecer nuevas y arriesgadas ópticas en los diversos géneros que se acometían.
Toda aquella influencia amalgamada con nuevas técnicas e inquietudes abrieron la imaginación hasta extremos anteriormente desconocidos que, sorprendentemente, eran igual de atractivos tanto para los adultos nostálgicos que vivieron aquella etapa imperecedera, como para los adolescentes más avispados con ganas de ver películas disolutas. Muchos de ellos lograron la gloria comercial. Algunos tuvieron su momento efímero, pero imborrable... Otros, empero, se han mantenido constantes en la serie B, intentando dar el salto de vez en cuando a las grandes producciones, dependiendo de la desconfianza o confianza de los peces gordos de Hollywood. Sin embargo, sólo uno de ellos se logró mantenerse en un término medio, apostando por un cine personal, consolidándose poco a poco como un mito, fraguando una filmografía tan sincera y honesta como reivindicativa. Su nombre, cómo no: John Carpenter.
La génesis del ‘psycho-killer’
Todos conocemos a estas alturas al célebre Ed Gein, el asesino en serie que sirvió, entre muchos otros, como fuente de inspiración a Robert Bloch en ‘Psicosis’ o de exacto patrón del Buffalo Bill de ‘El silencio de los corderos’ y que acuñó el término hoy conocido como ‘psycho-killer’. Sigue siendo extraño que un asesino patógeno y espeluznante haya supuesto para la cultura norteamericana un icono de modernismo referencial a la hora de inspirar los asesinos de la literatura de suspense o del cine. El germen de ‘La noche de Halloween’ no se encuentra tanto en la evocación que encuentra el asesino Michael Myers hacia Gein, sino en la idea de hacer pasar miedo al público con el modelo que siguieron adorados cineastas de culto como Herschell G. Lewis, Tobe Hooper o Wes Craven en sus clásicos del cine ‘gore’.
Era el momento adecuado para realizar una cinta de terror, los jóvenes norteamericanos estaban en plena revolución cultural y sexual y la ‘slasher movie’ era el ingrediente que buscaban los productores y el público en una sala de cine. Fue entonces cuando el productor Irwin Yablans sugirió a Carpenter rodar una película de terror de serie B sobre un psicópata que asesinara ‘babysitters’. Carpenter, ávido de nuevas fórmulas en su afán de hacer cine y en su constante afición por el cine de terror, puso su maquinaria en marcha, esta vez en colaboración con la que se establecería como inseparable pareja artística, Debra Hill, con la que escribió un sorprendente proyecto en tan sólo diez días de trabajo conjunto.
‘La noche de Halloween’ tenía un argumento simple y básico, sin grandes complicaciones. Una historia que, a pesar de su pureza, resultaba aterradora. La misteriosa y popular noche de Halloween en el tranquilo barrio suburbial de Haddonfield, Illinois, donde la multitudinaria celebración norteamericana se teñía de sangre con la aparición de un desequilibrado llamado Michael Myers, un neurótico precoz que se escapa del psiquiátrico, continuando la masacre que comenzara él mismo día 15 años atrás cuando, en un arrebato de locura infantil, asesinara brutalmente a su hermana. Este argumento formulario ya había tenido sus antecesoras en inolvidables clásicos ‘Blood Feast’, ‘La matanza de Texas’ o ‘La última casa a la izquierda’, como enunciación de la abrupta irrupción del mal en la rutina cotidiana, sin embargo, la película de Carpenter era la primera que conseguía una estética que fusionaba el suspense más ‘hitchcockiano’ con la vena ‘gore’ que estaba de moda por aquellos años; inolvidable es la secuencia inicial, con la vista subjetiva de Myers mirando a través de una máscara de carnaval, los tres asesinatos posteriores o la del clímax final con acoso en el armario al personaje de una jovencísima Jamie Lee Curtis.
Una excepcional obra fundacional
El filme de Carpenter simboliza una película de carácter fundacional, que atribuía sus intenciones a un halo de posmodernidad no buscado, en el que su axioma sangriento se va licuando por su perfecto sistema de coordenadas y métodos del análisis intencional y fílmico que propone Carpenter, en el que la exploración del suspense y la insinuación se superpone a lo explícito. Tal vez ahí es donde la recreación narrativa del cineasta aporte su mejor y más reconocible estilo, armonizado en el tiempo de prórroga y expectación, donde los puntos de vista cambian según se adapten a la atmósfera y a la cadencia fílmica impuesta por su creador. Carpenter lo condiciona también a la escenificación, a la música o la gran aportación fotográfica de Dean Cundey. ‘La noche de Halloween’ sabe sacar partido a la incertidumbre provocada por la prolongación de algunos instantes en los que juega con los clímax hasta lograr la inquietud y el recelo, haciendo que lo evidente pase a una esfera de abandono, proponiendo que incluso el espectador se meta en la piel del asesino de forma velada y malintencionada para crear un sentimiento de agobio casi metalingüístico.
El filme encuentra asimismo varios puntos de crítica contra la sociedad del momento, con un sedimento acusador hacia varios elementos del país en aquellos tumultuosos años, como la desaprobación y censura general a tanta libertad sexual en la juventud sedienta de experiencias iniciáticas, la inacción del momento, simbolizada en esos vecinos que ignoran a Laurie, herida y atacada por Myers, cuando ésta acude a llamar muerta a su puerta que remite al caso real de Kitty Genovese, una mujer de Nueva York apuñalada hasta la muerte cerca de su casa en Kew Gardens ante la pasividad de sus vecinos, que contemplaron el espeluznante caso sin mover un solo dedo, lo que provocaría el llamado “efecto espectador”. También hay una invectiva velada a la tecnología en el hecho de que una de las víctimas de Myers muera estrangulada con un cable de teléfono… Carpenter y Hill tenían una idea clara: mostrar a ese asesino como una creación de la sociedad que se vuelve contra ella.
‘La noche de Halloween’ se rodó a mediados de 1978 de forma fulminante, acabándose en sólo mes y medio (incluida post-producción). Durante el rodaje ningún miembro del equipo técnico cobró, excepto Donald Pleasance, que ya que tenía un reconocido caché debido a sus apariciones en películas importantes, casi siempre en papeles secundarios. Había una eufórica sensación común que devino en actitud esperanzadora. Todos intuían que su Halloween fuera un éxito en taquilla. Nada más lejos de la realidad. Cuando se estrenó, fue un rotundo fracaso. Todos los miembros del equipo, con Carpenter a la cabeza, se llevaron la mayor decepción de su vida. Las esperanzas puestas en una película generada para las generaciones de adolescentes sedientos de sangre en la pantalla no se consolidaron en absoluto.
El cineasta y la productora dieron por perdido un proyecto en el que habían puesto lo mejor de sí mismos. Pero, incomprensiblemente, cuando se reestrenó al año posterior, coincidiendo con la noche del 31 de octubre, festividad de Halloween, el público acudió en masa a presenciar la obra que lanzaría internacionalmente a su director. Y no sólo eso, sino que, además, la película de Carpenter se convertiría en la cinta independiente más rentable y taquillera de la historia del cine, levantando una auténtica fiebre en todo el país.
Un icono llamado Michael Myers
También pasó a los fastos cinematográficos por ser la precursora de toda una generación de perdurables ‘psycho-killers’, cuyos creadores vieron en Myers un progenitor y modelo de psicópatas como Jason Voorhes, Freddy Krueger, Pinhead, Candyman o Ghost Face... Myers pasaría a ser de dominio colectivo, plagiado hasta la extenuación. ‘La noche de Halloween’ se mostraba al espectador como una estilizada muestra de sofisticación, de acabado perfecto y con un dominio de cada aspecto formal que concedía a esta sublime obra el privilegio de ser una de las pocas películas que lograban un objetivo hoy inalcanzable: el terror como sensación de la que no se puede escapar.
La construcción de la atmósfera, el ritmo narrativo con la dosificación perfecta de las apariciones (muchas de ellas subjetivas) del asesino del barrio, su inclinación hacia una violencia apenas sangrienta, pero filmada con contundencia o esa respiración ahogada y constante son algunos de los elementos que invocan a una película que, con los años, ha ido configurándose como un clásico a la vez que ha adquirido cierta inocencia debido al automatismo violento al que el público actual está acostumbrado. De alguna forma, Carpenter estableció con ‘La noche de Halloween’ los tópicos y clichés del cine subsecuente, estructurando las particularidades del cine de terror venidero, donde el susto, la conmoción marcada por un ‘score’ inmediato y pegadizo o la emoción contextual llena de texturas y miedo atávico formularon algunas de las virtudes de este clásico del género.
En ‘Halloween’ el mencionado Donald Pleasance que encarnaba al Dr. Loomis, un personaje adyacente al profesor Van Helsing de Bram Stoker y homenaje declarado al personaje de John Gavin en ‘Psicosis’ y la estupendísima Jamie Lee Curtis como la joven estudiante Laurie Strode son el eje fundamental en la lucha por la supervivencia contra el asesino sin escrúpulos. Con un ‘tempo’ unitario (todo transcurre en la citada noche), los violentos y estudiados planos y la calmada dimensión estética se rompían con la mala hostia de las secuencias cumbres en la que todo está tan afilado. Uno de los aspectos más sobresalientes del filme fue, como casi siempre, la música compuesta por el propio Carpenter, que le confirió a la totalidad del filme un característico ‘leitmotiv’ imposible de olvidar. ‘La noche de Halloween’ ganó el Gran Premio del festival fantástico de París, así como el del prestigioso festival de Avoriaz.
Una obra de culto y un clásico a la altura de cualquier obra maestra de cualquier otro género y que es una de las películas más recordadas y entrañables de este perspicaz cineasta. Carpenter se convirtió, por méritos propios, en cineasta de culto gracias a la película que marcó una era en el género de terror y en gran medida, la carrera del propio director. ‘La noche de Halloween’ no es una película ‘splatter’, como algunos han querido ver, pero sí origen de una retahíla de títulos genéricos que han pasado con letras de oro a la historia del cine ‘gore’, pero sobre todo a la genealogía de la ‘slasher movie’, donde sigue siendo una referencia inevitable.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010

Especial Halloween (I): ¿Truco o trato?

Bueno amigos, tenemos por delante un fin de semana dedicado a Halloween. Pronto se verá materializada la noche de la brujas, la de disfrazarse, la de ver películas de terror y contar escabrosos y espeluznantes cuentos a la luz de una hoguera. Es la hora, en definitiva, de aprovechar cualquier excusa para salir de fiesta.
Muchos pensaréis que la noche del 31 de octubre proviene de la globalización yanqui y la expansión de sus costumbres al resto del mundo. Pues no es así. Se trata, en realidad, de una festividad principalmente adherida a la cultura de los celtas. Suponía un momento sacro en que consagrado a recoger bayas del muérdago depositado en los troncos y en las ramas de las encinas y robles por parte de los ‘druitas’. Esta noche era conocida como ‘Nos Galan-gaeaf’, la de las calendas de invierno, ya que el año celta se dividía en dos estaciones, la de invierno y la de verano.
En la víspera del primero de noviembre se encendían hogueras y a esta fiesta acudían todos los miembros del poblado para celebrar una asamblea en la que intervenían tanto los hombres como las mujeres. Se sacrificaban animales con el fin de aprovisionarse para el invierno y era una de las pocas ocasiones en que los ‘druitas’ tenían autorización para comer carne de cerdo y beber vino en abundancia. Una directriz que se prolonga hasta nuestros días, puesto que, siguiendo la tradición, todo el mundo alcanza el éxtasis dipsómano. Era cuando todos encendían velas y el sentimiento de proximidad con los difuntos era tal que cualquier ser vivo podía descender junto a ellos al mundo de los muertos. La creencia generalizada era que en la noche del 31 de octubre los muertos entraban en comunicación con los vivos en una especie de confusión cósmica (y no son palabras de Carlos Jesús), lo que ha generado multitud de leyendas al respecto.
Un eco desvaído de aquellas veladas se encuentra actualmente en la famosa noche de Halloween que hemos importado de USA. Aunque parezca lo contrario, no es una fiesta genuina de allí, queridos amigos. La palabra Halloween es la forma moderna inglesa del antiguo ‘All-hallow even’. Los primeros colonos ingleses e irlandeses que llegaron, trajeron sus tradiciones a su nueva patria, entre ellas la festividad del día de las brujas, que se celebra en la noche del domingo. Los hogares se adornan con siniestras calabazas vacías, moldeadas con formas de monstruos y una vela encendida en su interior. Las personas se disfrazan y los niños van de casa en casa pidiendo golosinas.
Hoy hay que dar sustos chungos, gastar bromas pesadas y, en casos extremos, dejarse llevar por la enajenación mental que todos tenemos en nuestro fondo más oscuro. Hay que salir con un mono de operario azul oscuro, una máscara decolorada del Capitán Kirk de ‘Star Trek’ y un enorme cuchillo para, entre resuellos, acojonar las almas cándidas de un tranquilo barrio ajeno a las pesadillas...
¡¡¡TENED CUIDADO pues!!!!

jueves, 28 de octubre de 2010

Los nuevos tiempos

Todo está desnaturalizado. Lo que nos rodea es un ‘fake’ constante que se mueve por la apariencia superficial. La realidad congénita de hace años forma parte del recuerdo. La tecnología y el énfasis porque todo parezca perfecto hacen que nos cuestionemos si lo que vemos cada día pertenece a la esfera de un mundo tangible o es pura recreación ficticia. La verdad, desgraciadamente, cada vez es más cuestionable.

Morphed Actresses

Un spot promocional de la CBS creado por Philip Scott Johnson sintetizaba en un conseguido 'morphing' un recorrido de 60 años por los rostros de las actrices televisivas americanas. Este es el resultado.

martes, 26 de octubre de 2010

'2k11': El alucinante juego de la nostalgia

A veces surge un imprevisto júbilo que provoca la satisfacción de lo inesperado. Una placa base y una tarjeta gráfica de hace cuatro años, vieja e inoperante a priori, antidiuvianas por decreto de uso, se preveían como incapaces a la hora de abordar el juego más esperado de los últimos años. Al menos, desde un prisma subjetivo. El nuevo prodigio de 2KGames que incorpora la figura de Michael Jordan en su NBA ‘2k11’ se planteaba como un deseo inalcanzable. Sin embargo, algo ha sucedido. Exactamente, no sé muy bien qué ha sido. Pero lo cierto es que el juego se ejecuta con lujosa perfección y rapidez, con una contundencia gráfica inusitada. La felicidad consiste en un pequeño instante como el de descubrir que tus tiempos de ocio van a estar marcados por el que es el mejor juego de nostalgia deportiva baloncestística creado jamás sirve para despertara antiguas entelequias y estremecimientos. Poder asumir la personalidad del que ha sido el ídolo de infancia y juventud, volver a sentir el rechinar de las botas sobre el parqué, tener la necesidad de anotar, de ofrecer espectáculo, de meterse en la piel de la leyenda total deportiva de toda la Historia supone un regalo impagable.
Es tiempo de rescatar recuerdos y retazos de una sensación perdida, escondida en la memoria. Como un ‘flash’ que aviva la juventud, que despierta la fantasía, la ilógica de una ilusión que venía de un futuro que hoy es presente y que, de repente, con la edad, se materializa con un lujo de detalles inaudito. Este juego es un sueño para los que vivimos con fervor aquellos años de magia irrepetible ofrecidos por el 23 y los suyos. Se aviva la pasión de unos años donde el baloncesto se anteponía a todo, donde el balón era una extensión de tu mano y lo demás pasaba a un segundo plano. Los partidos con amigos hasta que se iba el sol eran el preludio de la realidad televisada, donde, primero Ramón Trecert y después Montes y Daimiel narraron un pedazo de nuestra vida con aquéllos primeros anillos, el juego inalcanzable, la retirada amarga del genio, su posterior regreso y resurrección como el Ave Fénix para traspasar la frontera de la leyenda. Forma parte fundamental de una vida deportiva que hemos tenido el privilegio de sentir en primera persona. Y lo más importante, una época que echamos de menos.
‘2k11’ es capaz de suscitar la memoria y poner la piel de gallina con gran facilidad. Su fichaje estrella es este demiurgo del basket que, a pesar de retirarse en 2003, sigue siendo un referente e imagen recurrente dentro del mundo de la canasta. Su perfección alcanza en este edición unas cotas deslumbrantes, con una jugabilidad suave y fluida que constituye lo más parecido a jugar estar jugando un partido con una recreación natural del juego en pista absolutamente admirable. Los movimientos han adoptado una sutilidad que mejora con creces sus ya inmejorables ediciones anteriores, creando una experiencia sensorial que se antoja insuperable. A través del juego, uno tiene la sensación de poder sentir y expresar el juego del gran Michael Jordan, que representa la gran y esperada novedad del simulador. En esta edición, el usuario puede revivir algunos de los mejores partidos que marcaron el devenir del baloncesto moderno transformándose en aquellos guerreros que rodearon al mito en sus tiempos de gloria; desde sus eterno compañeros Scottie Pippen, John Paxon, B.J. Armstrong, Horace Grant, Bill Cartwright, Tony Kukoc, Steve Kerr, Dennis Rodman, Horace Grant, Stacey King, John Paxson, Will Purdue, Scott Williams… hasta aquellos homéricos rivales que sucumbieron tras dejar una estela de maestría con rúbrica inmortal; los Celtics de Bird, Johnson, Ainge, McHale y Parish, los Lakers de “Magic”, Worthy y Scott, los aguerridos ‘Bad Boys’ de Detroit con Isiah Thomas y Joe Dumars a la cabeza, aquellos sorpresivos Blazers comandados por Clyde Drexler de las finales del 92, a los Dominique Wilkins, Shawn Kemp, Patrick Ewing o Larry Nance. Incluso aquel último baile que simbolizó el sexto partido de las finales contra Utah frete a Malone y Stockton, en el que Jordan selló su mito con la que puede ser la jugada perfecta de los anales del basket. No falta de nada. Hasta incorpora una galería de zapatillas de la marca ‘Air Jordan’ que, según vayamos alcanzando retos, despertará aún más la melancolía y el recuerdo. Aprovechando la modalidad y la sección del mito, los de 2KGames saben dejar un lado el mero reclamo publicitario para implantar un modo de juego alrededor de MJ ajustado a la reverencia que merece.
‘El desafío Jordan’ da la oportunidad de disputar aquellas finales o partidos míticos metiéndose en la piel del jugador en 10 partidos históricos en los que habrá de igualar o superar sus legendarios registros. Una vez superado, el usuario tiene la oportunidad de iniciar una carrera con Jordan por la trayectoria de los partidos proverbiales de los Chicago Bulls en sus añorados tiempos de la NBA. ‘2K11’ ha logrado aunar Historia y Épica a unos niveles imponderables. A esto se suman las habituales secciones de temporada, asociación, el NBA Blacktop (donde se pueden jugar 21, concursos de triples y mates o partidos callejeros…). Tampoco faltan los PlayOffs, ligas interactivas o mi equipo NBA. Este año, destaca la opción ‘Mi jugador’, que vendría a ser lo mismo que el ‘Ser una leyenda’ iniciado por el PES hace algunas temporadas. Es decir, uno se puede crear a partir de cero e ir escalando hasta convertirse en un jugador importante dentro de la liga como jugador individual; desde los primeros campus y partidos iniciales, para pasar por el ‘draft’ e ir adquiriendo minutos y juego hasta consolidarse como una figura en pleno crecimiento dentro la NBA desarrollando una carrera completa.
Por lo demás, este juego ha mejorado hasta límites insospechados. De momento, su realismo es alucinante. No hay ‘bugs’ que favorezcan al CPU respecto al tema de la IA y, muy importante, su juego se sutiliza a raíz del entendimiento del partido que se está disputando. Es decir, que hay que saber cómo se le tiene que jugar a cada rival. Es ahí donde la táctica se convierte en un factor importante. Su realismo se basa en la capacidad del jugador en saber delimitar las individualidades cuando son necesarias, al juego en equipo cuando toca, a la búsqueda de espacios, a la rotación, a la defensa inteligente... En definitiva, a vivir el baloncesto en primera persona con un detallismo y un acabado que será difícil de mejorar en años venideros, aunque con margen para seguir avanzando hacia la excelencia. De momento, este ‘2k11’ es el juego de la nostalgia, pero también el simulador imprescindible si uno ama este emocionante deporte.
Jordan is back…

viernes, 22 de octubre de 2010

Review 'La Red Social (The Social Network)', de David Fincher

La nueva (in)comunicación de masas
David Fincher borda su película más dialéctica, que convierte en un filme casi de acción. Subido a los altares fílmicos como cronista de la sociedad moderna, el director de ‘El club de la lucha’, en conjunción con un prodigioso guión de Aaron Sorkin, desmantela el populismo de Facebook, que es señalado como un artificio de la soledad a la que conlleva esta tipología de comunicación de masas.
La primera secuencia deja muy clara la personalidad distintiva del Mark Zuckerberg de ‘La Red Social’, ese chaval que pasó de ser un anónimo fuera de serie de la programación a convertirse en uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Se trata de una ruptura de pareja tan contundente como brillante. El verbo precipitado, el doble sentido de las preguntas y respuestas, la actitud críptica y segura, casi arrogante, se sostiene en un diálogo fundamentado en la dificultad que existe de destacar entre una multitud de gente superdotada, de los que se enfrentan a esa peculiar institución de Harvard, conocida como ‘final clubs’, sociedades de élite exclusivas en las que se distingue no tanto el talento como la apariencia física y los dotes sociales. Su interlocutora, una estudiante llamada Erica Albright, deja de seguirle la corriente cuando, aludiendo a su intelecto y habilidades como programador, le promete que podrá ver de cerca la estructura social de Harvard. Un hecho, a su parecer, imposible para una chica como ella.
La respuesta es categórica y, de paso, la mayor verdad irrefutable que presenta al antihéroe del filme: “Tendrás éxito y serás rico. Pero llegará un momento en que pensarás que a las chicas no le gustas porque eres un friki. Y quiero que sepas, desde el fondo de mi corazón, que eso no será cierto. Será porque eres un gilipollas”, le asevera la chica. Con este dibujo tan descriptivo, David Fincher y su guionista Aaron Sorkin definen un mundo de ambiciones, talento y pugna por la encarnizada sociabilidad de alto ‘standing’. ‘La Red Social’ arranca con una multitudinaria macrofiesta de una fraternidad universitaria en la que un autobús lleno de chicas invitadas, rodeadas de fuertes medidas de seguridad para la entrada al evento, marca el proceso de gloria social dentro de este tipo de Campus. Mientras que los más privilegiados beben alcohol y se contonean al ritmo de la música dance con voluptuosas señoritas, otro tipo de universitarios, los ‘geeks’, esa tipología de ‘freaks’ fascinados por la tecnología, se reúnen en sus habitaciones para crear programas y departir sobre informática, ordenadores y nuevos adelantos con una cerveza en la mano.
La historia no se ahorra el hecho de escupir como real esa leyenda urbana en la que Zuckerberg inventó los prolegómenos de Facebook borracho y despechado, insultando vía blog a su ex novia, aludiendo a su relleno de sujetador y creando en un par de horas FaceMash, una web cuya programación permitía comparar y clasificar a las estudiantes residentes de Harvard mediante sus excelencias sobre una base de fotos ‘hackeadas’ de los directorios de los propios estudiantes. Una broma viral logró derribar el servidor de una universidad como Harvard y, en pocos minutos, ser conocida y generalizada por muchos de sus alumnos, llegando incluso a aquéllos que bebían y bailaban en esas fiestas exclusivas. La anticipatoria teoría de Zukcerberg se había cumplido. De un modo u otro, estaba dentro de esos privilegiados círculos. El origen de Facebook, por tanto, se configura sobre el espíritu vengativo de un joven que quería impresionar a una chica y mejorar su estatus dentro del colectivo estudiantil. Al igual y con mejor fortuna que ‘Piratas de Silicon Valley’, el docudrama no autorizado escrito y dirigido por Martyn Burke, que describía la tortuosa y antagónica relación entre Apple y Microsoft, ‘La Red Social’ no responde tanto a un relato fundacional de Facebook y su conversión en el elemento social archiconocido como al análisis pormenorizado de ese microcosmos aparentemente hermético surgido en las habitaciones de la Universidad de Harvard. De este modo, lo que trasciende es el germen de amistad y colaboración que gestó este nuevo modelo de comunicación 2.0 para trascender al mundo como una comunidad global y que, al contrario del progresivo crecimiento de la red social, se resquebrajó cuanto más avanzaba el tifón económico y de intereses que desató.
‘La Red Social’ se centra en cómo Zuckerberg creó TheFacebook.com con el respaldo financiero de su amigo, Eduardo Saverin y el apoyo de Chris Hughes y Dustin Moskovitz, sus compañeros de habitación. Tampoco escatima en detalles sobre el supuesto latrocinio de la propiedad intelectual al que aluden los gemelos Tyler y Cameron Winklevoss que, junto a otro estudiante llamado Divya Narendra, aseguraron haber contactado con Zuckerberg con la intención de llevar a cabo una idea propia consistente en crear una red social para poner en contacto a compañeros y antiguos alumnos de Havard. Lo que comienza como un pequeño negocio entre amigos rápidamente se inclina hacia una incómoda situación de mordacidad y litigios en los que miles de millones de dólares entran en un juego de traiciones, donde el ego, la avaricia y la licenciosa naturaleza del ser humano juegan un papel importante para el devenir de los acontecimientos.
Fincher y Sorkin, cómplices perfectos
El nuevo filme de Fincher encuentra el núcleo de su grandeza en un portentoso guión de Aaron Sorkin basado en el libro ‘The Accidental Billionaires’, de Ben Mezrich, configurado una tragedia griega inmersa en la juventud, con elementos dramáticos que valora los negocios ‘on-line’, la nueva economía donde una idea brillante con poco capital y la infraestructura necesaria es el factor clave del éxito. También de cómo en todo éxito corporativo, los desafíos internos y la lucha por la parte del pastel enfrenta a sus jóvenes protagonistas a un mundo de abogados y querellas, demoliendo su inocencia y su amistad ante la ambición y el talento de los elegidos. Fincher hilvana su película más dialéctica, que se convierte en un filme casi de acción, determinada en los diálogos y movimientos verbales de sus protagonistas, nunca por el apresuramiento de la convulsión física. Esto va de gente sentada, hablando, atacándose y defendiéndose, refiriendo testimonios ante el tribunal de los Zuckerberg, Saverin y los hermanos Winklevoss, haciendo de su estructura de los hechos una sucesión de diversos puntos de vista.
Sin embargo, ‘La Red Social’ no es una película judicial, ya que Sorkin estimula al espectador desde el reposo elocuente como esencia dentro de las audiencias preliminares de las demandas contra Zuckerberg. Un espacio de conflicto donde se aprecia la soledad del personaje, donde la falta de amistad y afectos son evidentes, rodeado de juristas y letrados defendiendo su imperio. El creador de Facebook, paradójicamente, es un inadaptado con un invento de contacto que utilizan millones de personas. Tanto Fincher como Sorkin sabe dotar de texturas las frases para que la procacidad y el sarcasmo tengan el protagonismo necesario dentro del entramando dialogístico y se confabulen para hacer prevalecer la accesibilidad para que el espectador se acerque a los entresijos del drama, sin que el hecho de que Internet, las nuevas tecnologías y su lenguaje sean ningún impedimento en relación con la enésima representación del búsqueda del sueño americano.
David Fincher se rebela de nuevo como minucioso cronista de la sociedad moderna, desgranando sus vicios y defectos, donde el populismo de Facebook no acaba siendo más que un artificio de la soledad a la que conlleva esta tipología de comunicación de masas. A través de Zuckerberg, se refleja el estado de aislamiento e hipnotismo que dictan las nuevas tecnologías, que olvidan la intercomunicación, entendiendo este éxodo y servilismo de la sociedad hacia una esfera virtual cuyas consecuencias son imprevisibles. El entramado y rivalidades, la posición de un avispado Zuckerberg ante los poderosos y atractivos caballeros de Harvard que siguen un código ético como representan los Winklevoss incorporan los polos opuestos del desafío por la paternidad de Facebook. Además, varios factores son los que hacen que el desarrollo progresivo de la película resulte fascinante y ambiguo; desde la glamorosa irrupción de Sean Parker, polémico fundador de Napster, figura mefistofélica que se presenta como inspirador y preceptor de Zuckeberg para la consecución de la multimillonaria empresa, hasta la traición de Saverin al que dejan abandonado en la cuneta cuando Facebook corporativiza su escandaloso éxito, pasando por los enfrentamientos jurídicos que pasan a ser un perverso juego de moralidades.
Lo más destacado, sin duda alguna, es la conjunta habilidad de Fincher y Sorkin para no valorar las personalidades de sus personajes, sin conceptuar sus acciones, ni juzgarlos en sus respectivos retratos. En ‘La Red Social’ no hay lugar para la demagogia ni maniqueísmos que establezcan una división entre buenos y malos en un conflicto judicial que separa lo que un algoritmo matemático unió en un proyecto mastodóntico. De hecho, no existe un fondo descriptivo de la personalidad del joven Zuckerberg, ni de su procedencia ni afectividades. Fincher se centra en narrar un acontecimiento y sus consecuencias y efectos dentro del círculo que afecta a ese descubrimiento, del momento justo que desencadena la mayor red social del mundo. Que el espectador pueda percibir a Zuckerberg como un ser mezquino, inadaptado, arrogante y condescendiente responde al hecho de la objetividad con la que se plasman sus incuestionables razonamientos al increpar, por ejemplo, a quienes le acusan de plagio por no haber puesto en marcha Facebook si, como ellos dicen, tuvieron la idea originaria. Tampoco de su originalidad, ya que por entonces ya existía MySpace o Friendster.
Interesa la inmediación de lo que acontece, que está tan próxima al instante en que se cuenta que el doble ‘flashback’ que parece tener lugar en el desarrollo vigente de la historia, con un margen de los sucesos e imputaciones muy cercano, casi instantáneo, a lo que refleja como pasado. ‘La Red Social’ diserta, en cierto modo, sobre el devenir de la historia reciente como un instante fugaz, efímero, como lo que será esta novedad que idiotiza y está de moda, como lo fue en su día Messenger y Myspace o lo es Tuenti y Twitter.
Fincher vuelve a erigirse como el gran maestro de la narración cinematográfica de su generación, captando con maestría cada plano, cada movimiento, con una precisión creativa y técnica abrumante, dotado de una coherencia y disciplina envidiables. ‘La Red Social’ sigue su itinerario metódico dentro del abisal subconsciente de la sociedad norteamericana con la sensatez de un cineasta cuyo posmodernismo no elude su responsabilidad con la historia que cuenta, desentrañando las fórmulas del lenguaje cinematográfico. Podría entenderse como un contrasentido el hecho de que Fincher haya huido de retratar ese submundo de ceros y unos, del universo de informática y ordenadores, desde la distancia, en la que la tecnología y avances queden anulados desde una perspectiva humana antes que virtual. Por eso, Facebook es un elemento central invisible que convoca la atención de todos y cada uno de los personajes involucrados, pero que apenas tiene protagonismo en pantalla.
Fincher buscada la frialdad clasicista de una realización fragmentada y palpitante, con idas y vueltas en el tiempo que apenas se perciben, alejándose de su exhibición estilística o de cualquier pretexto para la innovación con recursos expresivos ni dispositivos que distraigan la atención del filme. Únicamente deja aflorar ese director transformador con utilización de la técnica fotográfica ‘Tilt-Shift’ como aplastante metáfora visual de la competitividad de esos hermanos Winklevoss empequeñecidos que pierden no sólo la importante carrera de remo a la que se enfrentan, sino la partida final sobre la paternidad de Facebook. Fincher sigue sublimando lo conceptual y lo moral a través de las imágenes, de su metodología narrativa, donde lo diegético y lo metatextual, junto a ciertas intenciones ambiguas, están al servicio de la historia que se cuenta y no al contrario. Por eso, puede sorprender la neutralidad sobria con la que Fincher filma ‘La Red Social’ que, en el fondo, esconde una recurrente apariencia crítica.
Heredera de la Nueva Era de la Comunicación
Cine discursivo que se deja llevar por la cadencia y el dinamismo que responde al texto emocional que impone Sorkin a través del cromatismo elegante de Jeff Cronenweth y la espectacular eficiencia de esa hipnótica partitura trazada por Trent Reznor y Atticus Ross. Pero, sobre todo, a la excelencia de unos actores jóvenes que ofrecen algunos de los mejores momentos interpretativos del año; desde ese cada vez más familiar Jesse Eisenberg, capaz de hacer entrañable a Zuckerberg tanto en los instantes sarcásticos como en su constante fragilidad desorientada, como el aura canalla y seductora de un Justin Timberlake que le da a su papel el necesario brillo de estrella multimedia, como esos hermanos Winklevoss a los que da doble vida Armie Hammer, así como los secundarios que rodean la acción; Rooney Mara, Max Minghella, Rashida Jones, David Selby… Pero si hay que destacar a la auténtica alma actoral, la gran revelación interpretativa, ése es Andrew Garfield (antes de ser Peter Parker en el nuevo ‘Spiderman’), capaz de envolver a su personaje de matices y tal hondura que no destacar su gran composición sería imperdonable.
Por último, podría apuntarse a ‘La Red Social’ como una crónica oportunista de un fenómeno pasajero. Algo que es lógico si pensamos en la idea de Facebook como un imperativo inevitable, un axioma cultural de nuestros días. Se trata más que nunca de una película hija y heredera de un tiempo concreto, el que vivimos en estos instantes, que pertenece al momento en que se leen estas líneas. La red de amigos virtuales ofrece una visión desesperada de esta colectividad sumergida en la tecnología y las relaciones sociales, donde la victoria y la celebridad están más cerca del naufragio personal que de la superación.
Facebook, al fin y al cabo, no deja de ser mostrado como un invento de aceptación social que reúne a más de quinientos millones de personas. Mientras, Zuckerberg, en la conclusión del filme, acaba sólo, esperando que esa antigua novia que ha sido la única capaz de decirle la verdad a la cara le acepte, mostrando de un modo demoledor la alienación y consecuencias de su gallina de los huevos de oro. Facebook emerge así como una simulación falaz en la que la comunicación es una excusa que aleja aún más al usuario de una realidad que no cambia por mucho que se le dé a la tecla de refresco del ordenador. No existe una representación categórica e idealista de la grandeza de la Comunicación 2.0, sino todo lo contrario. Es esa dualidad moral, el pulimento falible y vulnerable de sus creadores, lo que hace tan seductora y patéticamente palpitante la intrahistoria de Mark Zuckerberg y sus acólitos.
‘La Red Social’ es, ante toda abstracción trascendente, una profunda reflexión sobre la amistad y sus condicionantes cuando hay poderosos intereses de por medio, cuando la deslealtad y la traición se anteponen a los sentimientos y las necesidades en un mundo actual donde se cuestiona el significado real de la palabra “amigo” y su acepción en la nueva era de la Información (o mejor dicho, de la sobreinformación). Todo ello conlleva varias incógnitas de fondo; sobre la inutilidad de un mecanismo que fomenta los aspectos prosaicos del ser humano metido en una espiral de popularidad y narcisismo, sobre la cultura de la adhesión que excluye muchas veces la interacción. Una idea que escarba sin concesiones en la soledad y la estúpida necesidad de hacer pública una vida desprovista de privacidad.
De lo que, en el fondo, tanto Fincher como Sorkin están alertando con esta paradoja trágica del poderoso invento de conectividad a cargo de ‘geeks’ solitarios y necesitados de afecto, es sobre los peligros de ese empeño del hombre moderno por encontrar vías que reemplacen las carencias dentro de un entorno social que está negando, de un modo u otro, la realidad. En la era de Internet, no se puede permitir lo que le sucede a ese genio desorientado y multimillario con millones de amigos pero que, sin embargo, la realidad ha dejado de ser tangible por todos los acontecimientos que han provocado la explosión de su arma de amistad y sociabilidad.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010

martes, 19 de octubre de 2010

Controversia 'A Serbian Film' o el problema de no distinguir realidad y ficción

Confundir la realidad y la ficción siempre ha provocado que la ignorancia prevalezca sobre la sensatez. Es también un acto de indisciplina, un error bastante normalizado en las corrientes de opinión que salpican los segmentos catódicos. Como decía en un texto a raíz de mi cortometraje ‘El límite’ hace años, está generalizada una equivocación respecto a la narración visual y los efectos que puede provocar cierto tipo de violencia cuando se reconoce y define en un marco textual susceptible de respaldar un empirismo simultáneo, que se hace común tanto al sujeto creador como al espectador en relación al choque que supone explicitar un acto violento, consintiendo la superficie antropológica y cultural de la relación de cualquier sujeto con la intertextualidad de la violencia en un núcleo que nos va a dar una aproximación de lo real y lo ficticio, de la crueldad o salvajismo y su representación.
El radical y provocador filme de Srdjan Spasojevic ‘A Serbian Film’ ha generado una polémica bastante arcaica y gratuita en cuanto a su contenido (no menos gratuito), suscitando un débil debate respecto a las imágenes que en ella se pueden ver. La controversia se enflaquece cuando desde una grada televisiva en la que se opina de todo se confunde ficción con la realidad, equiparando dos percepciones diametralmente opuestas. Sólo un ignaro, alguien indocumentado de verbo fácil que no tiene ni idea de cómo funciona el lenguaje cinematográfico y la narrativa de ficción es capaz de confundir una película con el tema representado, en este caso pornografía pedófila o como podrían ser otras parafilias de patrones sexuales de índole enfermo. No es un tema nuevo, ni mucho menos. Hace décadas el Género ‘Mondo’ de mano de gente como Umberto Lenzi y su explícita ‘El paese del sesso selvaggio’ o Ruggero Deodato con ‘Holocausto Caníbal’ representaron esa especie de ‘snuff’ recreado para una pantalla.
El tratamiento visual que se da al espectador de una imagen de ficción sobre una imagen documental o real ofrece un perturbador espectáculo cinematográfico, pleno de violencia y crueldad, que suscita la curiosidad morbosa o repugnante de una situación que no es cómoda a la hora de contemplar, promoviendo una mezcla de repulsión y malestar. Podemos negar la existencia de la realidad, del mal como amenaza, como parte de la Humanidad y el lado más oscuro y siniestro que albergan algunas personas. Negando la realidad, esa repulsa hacia el miedo, se provoca que cerremos los ojos ante lo que sucede a nuestro alrededor. Si ‘A Serbian Film’ ha sido proyectada en Sitges es porque, evidentemente, es una película de terror explícito, insisto DE TERROR, que busca, más allá de su calidad como obra artística, provocar una reacción de pánico en el espectador utilizando ciertos elementos de la realidad que no resultan muy gratificantes, como tampoco lo es ver un secuestro, un asesinato, una agresión, una violación o un desmembramiento, por poner otros ejemplos. Estoy convencido de que se han proyectado muchas y peores aberraciones en cuanto a contenido como a calidad.
A mí me dan más miedo las reacciones y argumentos de los contertulios de ‘Las mañanas de Cuatro’ que el gratuito y provocador efectismo que ha llevado al señor Spasojevic a reflejar las barrabasadas y truculentos actos que se exhiben en su película. Su intención era ofender y desagradar. Y parece que lo ha conseguido. El contraste demuestra una categórica verdad que todos sospechamos y conocemos; que los contertulios opinan de todo expectorando engolados argumentos sin tener mucha idea de nada. Lo escribo así por dejar una frase adecuada al respeto y el decoro. Y máxime, cuando molesta escuchar esa pretensión por dictar y prohibir desde su posición de tribuna popular el excepcional trabajo de Angel Sala, director de uno de los mejores festivales que tenemos en este país que, para colmo, está especializado en géneros cruentos, espeluznantes y muchas veces violentos como es el fantástico y el terror. Aberraciones y atrocidades vemos y escuchamos todos los días en televisión. Y nadie dice nada. Ojo al rechazo calificador de Antonio San José, indignado porque una película de ficción retrata ciertos hechos que se producen en la triste realidad que nos rodea. Y para quitar un poco de hierro al asunto, Concha García Campoy aboga e incide en señalar que todos los que comparten la mesa “son muy abiertos”, concluyendo que “nos estamos poniendo muy calentitos” para zanjar un tema para el que un comentario como éste resulta muy poco adecuado. Ya que estamos sacando las cosas de contexto…
¿La segunda parte del debate con ‘El ciempiés humano’, de Tom Six?

lunes, 18 de octubre de 2010

¿Será este el futuro de las opiniones?

¿Sería esta la crítica más indicada para hablar de la última película de David Fincher? Posiblemente, sí. "Me gusta". Ya está. Nada más ¿Para qué explayarse? Lo virtual, las redes sociales, cada vez abogan inexorablemente por este tipo de consideraciones instantáneas y fugaces. Afortunadamente, la crítica abundante en palabras y reflexiones sobre la nueva y gran película de Fincher estará a finales de semana en este espacio considerado primitivo como es un blog.

domingo, 17 de octubre de 2010

Review 'Machete (Machete)', de Robert Rodriguez y Ethan Maniquis

Entre la serie B y la crítica
La nueva película de Rodriguez supone un cóctel de referencias infraculturales que pasan de la excentricidad paródica y excesiva a una crítica antisistema a la polémica Ley SB 1070 de Arizona.
‘Machete’ nació de una broma en plan ‘fake-trailer’ del duplo ‘Grindhouse’, en la que el director mexicano Robert Rodriguez dirigió ‘Planet Terror’ y su socio y amigo Quentin Tarantino ‘Death Proof’. Del germen de aquel experimento insurrecto a las modas como ofrenda a las ‘70’s splattery movies’ se plantea la historia de un antihéroe desgarbado, mostrenco y feo, que simboliza al más genuino ‘badass’ de los federales fronterizos, ahora retirado, que busca venganza por ser traicionado por sus propios hombres a instancias de un capo de la droga llamado Torrez que asesina a su mujer y contra un senador de Texas que dispara a los inmigrantes ilegales como si de un deporte se tratase. ‘Machete’ está co-dirigida por Rodríguez y su editor de toda la vida, Ethan Maniquis en otro testimonio como declaración de amor a la serie B, que vive por y para la incorrección del hálito implícito ‘tex-mex’ que caracterizan las gamberreadas de desproporción e invectiva cinematográfica del director de ‘El mariachi’.
Rodriguez nunca se toma en serio así mismo. Y en esta ocasión tampoco iba a ser una excepción. Quien no sepa que esto es un descerebrado desvarío, con mafias, traficantes, senadores corruptos y “espaldas mojadas” armados hasta los dientes esperando entrar en guerra se equivoca de película. También de crítica para leer. Estamos pues ante un cóctel de referencias infraculturales que van desde los subgéneros a los que ofrenda, como el ‘grindhouse’ de serie Z, las ‘trash movies’ o las chorradas de acción y erotismo ‘light’ que conducen hacia el caos del desenfreno, donde la hilaridad y la violencia gratuita encuentran su condición de entretenimiento sin contemplaciones ni vericuetos subversivos.
‘Machete’ es una ‘mexploitation’ de acción urbana, con cierto sabor a tequila añejo peleón, de pura esencia mexicana donde no falta el ‘spanglish’ azteca, los tacos picantes y los burritos, la “migra”, malvados con máscaras de lucha libre o coches ‘low rider’ de sistema hidráulico ‘pumper’ que identifica esa pasión tan chicana como estrambótica de hacer saltar los automóviles en símbolo de fuerza y agresividad. Un híbrido de cine de explotación y de cómic ultraviolento con el que Rodriguez sigue escarbando en la estrafalaria comicidad de la violencia transgresora, lanzada al público como un entretenimiento apostado en la truculencia y macabro sarcasmo, que sabe sacar partido al humor irreal de la hemoglobina para llega hasta límites grotescos de carnicería con triples decapitaciones o esa esperpéntica fuga del hospital gracias a rebanar a un enemigo el estómago, extraerle el intestino y utilizarlo como maroma para saltar por una ventana y aterrizar en el piso de abajo. Materia que suscita la gruesa comicidad del ‘cartoon’ más salvaje conjugada con una retribuida caspa fílmica imposible de evitar en este tipo de productos. Una película que alterará a los que viven en la hipocresía de la corrección y el buen decoro y a los que les moleste un sacerdote violento y armado en su iglesia que es crucificado, cómo asistir al disparo a bocajarro de una inmigrante embarazada como si fuera una presa de caza o a una mujer desnuda extraer su móvil directamente de la vagina para hablar con su jefe. Todo es sintomático de la juerga intrínseca, como el hecho de comprobar cómo las más bellas mujeres caen rendidas ante un hombretón salvaje y rudo como Machete, que no hacen sino confirmar la subsistencia de una jocosidad que penetra en el núcleo de un filme nacido para la provocación y el despiporre, para la glorificación de la testosterona más inmunda y disoluta.
En la crítica americana se ha llegado a definir como “una basura con sentimiento de indignación ante ciertos problemas que abundan en la frontera de Estados Unidos y México”. Y es que ‘Machete’, además de un combinado salvaje de comedia desvergonzada y acción, es también una crítica antisistema que no entra en la catalogación hollywoodiense al uso, convertida en alegato a la inmigración en Estados Unidos, bien sea legal o ilegal. Puede parecer otra argucia hiperbólica, pero ese oportunista senador texano McLaughlin (Robert De Niro) que hace de la inmigración ilegal un instrumento para conseguir votos con la promesa de levantar una valla electrificada para acabar con los “pollos” no está muy lejos de la gobernadora Jan Brewer. O su mano armada, Von Jackson (Don Johnson), bien podría ser el espejo del sheriff del condado Maricopa, Joe Arpaio, conocido por su postura antiinmigración. De forma implícita, ‘Machete’ es también una patada en los huevos en forma de crítica a la polémica SB 1070 de Arizona, por la que cual se subraya como delito estatal ser inmigrante indocumentado, dando vía libre a la autoridad para ejercer con mano dura medidas ante cualquier sospechoso. McLaughlin vendría a compartir linaje, de forma caricaturesca, con conocidos mandatarios como Lyndon B. Johnson, Rush Limbaugh o George W. Bush.
‘Machete’ es excesiva y capaz de perderse en el acopio de violencia como volver de ella con una carcajada en forma de salpicón o sensual movimiento curvilíneo. Sin embargo, hay algo en esta barrabasada que puede desconcertar al espectador más avezado, pudiendo percibir erróneamente cierto descuido, con la impresión de que la cinta resulta no llega a las cotas gratificantes de ‘Planet Terror’, principalmente debido a que parece que el ‘status’ de calidad va en descenso en cuanto a calidad técnica si se le compara con aquélla. Algo de razón hay en ello. Basta con analizar esa pelea final que debería suponer el cenit explosivo y excesivo de la cinta y únicamente se queda en una especie de pelea de patio de colegio un tanto anodina y vacía de espectáculo ¿Homenaje fidedigna a la Serie Z? No tan posible como se puede creer. Algo que desluce un poco el conjunto final de la broma. Sin embargo, no hay que olvidar que ‘Machete’ sigue la voluntad asumida de ‘crappy old movie’, en toda su esencia, por lo que atesora toda la honestidad con la que esta demencial película podía llegar a hacerse y que podría venir producida por el mismísimo K. Gordon Murray.
Lo mejor, sin duda alguna, es un Danny Trejo dándolo todo. Después de ciento cuarenta películas como figurante o secundario, el actor mexicano tiene su oportunidad de oro para ser el protagonista total de la función. Su fuerza es innegable; rezuma autenticidad, implacable y cruel con ese granítico rostro que mezcla arrogancia, gravedad y humor lacónico. Rodriguez sabe sacar partido a su fisonomía para reflexionar acerca de la soledad del héroe en un facsímil casi lírico del vengador de buen corazón que deja escapar incluso a aquéllos esbirros que renuncian en el último momento a enfrentarse contra él. La fría estoicidad de aquel que es invulnerable queda patente con esa frase que quedará para los anales del cine: “Machete don’t text (Manchete no manda mensajes)”. En un divertimento de este calado, todos parecen disfrutar del enardecido rol que les ha tocado. Tal vez sean Steven Seagal y Robert De Niro los que más gratifican su interpretación. El primero, con su oratoria entorpecida a lo “español” y su enfrentamiento final chulesco y cómico con una ‘katana’ con la que se hace un harakiri o De Niro, vestido de chicano inmigrante sacar a punta de pistola a un conductor de un taxi que rememora a aquel ataúd de metal de Travis Bickle para morir electrificado en su propio estatuto. Por lo demás, Michelle Rodríguez como Luz/Shé, propietaria de una caravana de tacos bien que esconde a una líder de la resistencia revolucionaria que acumula armas en un garaje para suministrarlas a su movimiento para luchar contra los vigilantes fronterizos sale mucho más favorecida, sexy y potente que Jessica Alba dando vida a Sartana, una agente del INS en busca de La Red, centro de una organización secreta de inmigrantes ilegales. Jeff Fahey, como ayudante del senador mal, Cheech Marin como el hermano sacerdote de Machete, Don Johnson como el líder de una milicia de vigilantes fronterizos. Tampoco faltan algunos de los rostros habituales en el cine de Rodriguez como Tom Savini, Daryl Sabara, Felix Sabates o las Crazy Babysitter Twins (Elise y Electra Avellan). En cuanto a Lindsay Lohan, es una pena que su papel sea totalmente inoperante, a pesar de autoparodiarse interpretando a las hija cachonda de Booth adicta a las drogas y el alcohol que acaba vistiendo hábito de monja blandiendo cuchillos y disparando pistolas.
‘Machete’ es película superficial y consciente de su intranscendencia, que no va más allá de la excentricidad paródica y sucia, donde la mugre y la diversión se dan la mano y que se ríe de su condición de subproducto anunciando un hipotético regreso con el cierre de una trilogía con dos títulos que llevarían sendos títulos de ‘Machete Kills’ y ‘Machete Kills Again’ ¿Una broma o un desafío probable? De Rodriguez, lo seguro es apostar por lo segundo.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2010
PRÓXIMA REVIEW: 'La Red Social (The Social Network)', de David Fincher.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Se acerca el momento de la celebración

Se acerca el momento de la celebración, del recuerdo... 25 años no son nada. Y menos si tenemos un DeLorean para asumir ciertos viajes.
Habrá que ir preparando algo abismal, una ofrenda como es debido para recordar su estreno en España.
¿No creéis?