jueves, 31 de julio de 2008

Review 'Hancock (Hancock)', de Peter Berg

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Un superhéroe desastroso
Dentro de los márgenes del cine comercial y veraniego, el nuevo trabajo de Peter Berg tiene una estupenda sinopsis de la que es incapaz de extraer la substancia primordial para alcanzar algo más que el simple y anodino divertimento.
‘Hancock’ se presenta como un ‘blockbuster’ de verano apetecible, otro vehículo que sirve de excusa para desplegar el carisma, siempre garantía de éxito, del actor afroamericano Will Smith, uno de los talentos más prolíficos del cine comercial de los últimos años y adalid de la fortuna taquillera que se conjuga con una capacidad de interpretación e identificación con el público realmente admirable. El quinto filme como director de Peter Berg (conocido, básicamente, por su transgresor debut ‘Very Bad Things’) encaja con esas delimitaciones mercantiles que sigan potenciando la sólida filmografía de Smith, y continuar así la imparable conquista de público y de lucimiento personal.
Aquí el ex rapero se mete en la piel de John Hancock, un superhéroe que se sale de los designios épicos y sobrehumanos a los que ha acostumbrado el cómic y el cine dentro de una moda que ha ido acumulando todo tipo de adaptaciones de las páginas de los tebeos a la pantalla grande. Más allá de la simbología histórica de los personajes creados por la Marvel o la DC Comics, que se concretan en la habilidades y poderes superiores al resto del mundo y su lucha luchan al margen de la ley contra el crimen y el mal, Hancock es un borracho empedernido, un ser solitario, algo amoral y torturado que suele ocasionar importantes destrozos en sus desastrosos rescates y acciones heroicas.
Como propuesta y sinopsis, la película tiene un potencial relevante, hasta se diría que muy destacado, sobre todo en la desmitificación sin clemencia del mito, presentando su punible estilo de vida y sus catastróficas actuaciones para alcanzar los fines propuestos en beneficio del pueblo llano. Hancock, a su vez, es conocido por todos. Un héroe con poderes que carece de doble identidad. Tampoco necesita disfraces y, en general, la sociedad parece menospreciarle antes que reconocer sus acciones por culpa de sus excesos a cuenta de las cogorzas que se coge. En su comienzo, el filme discurre por el divertimento “políticamente incorrecto”, describiendo el perfil del personaje protagónico con un tono de comedia cínica intachable; es maleducado, siempre está de resaca, le toca el culo a las transeúntes y no duda en llamar “hijos de puta” a aquellos que le increpan su recusable compostura.
En ese punto, ‘Hancok’ podría haber sido una magnífica (y oscura) comedia sobre la condición contrapuesta del superhéroe, sobre la necesidad de ser aceptado y sentirse solo e incomprendido dentro de una comunidad que le arrincona pese a sus acciones de auxilio. Sin embargo, ésa posible reflexión sobre la anormalidad y el rechazo o la contradicción antiheroica, se esfuman en el momento en que Hancock salva la vida de Ray Embrey (el ubicuo Jason Bateman), un publicista que le ofrece limpiar su imagen y recobrar con ello la admiración y el respeto público. La viabilidad de haber derribado los cánones del género sólo queda como un apunte endémico, sin entrar a capturar la esencia de lo que podría haber sido un acercamiento heterogéneo al superhéroe, invirtiendo su función de ayuda por la necesidad del propio socorro antes de aquellos a los que tiene que proteger.
Lo cómodo, en esta ocasión, era tirar de lo fácil, dejar ese camino de cáustico humor para abordar una comedia netamente ‘mainstream’, que en seguida se viene abajo transformándose en un producto infantiloide y familiar. Y lo peor de todo es que tampoco ofrece las suficientes secuencias de acción espectaculares que se le exige a un producto de estas condiciones de ‘blockbuster’, pues se pasa de esa brillante definición del personaje a la gracia populista que bien podrían definirse como sucedáneo de ‘sitcom’ con gran presupuesto. De repente, el espectáculo catastrofista al que somete Hancock a su propia heroicidad, llena de comicidad, sentido del humor y agilidad, que no pierde ocasión para meterle caña a los medios de comunicación, pasa a la estandarización de los cánones, empezando por el oportunista recurso de ver en un utópico YouTube (por la calidad de las imágenes) los auxilios más insólitos y con más estropicios del odre héroe que siempre va con un gorro y con aparatosas gafas de sol hasta las líneas de guión y diálogos poco recurrentes.
‘Hancock’ se olvida de lo importante y se mete de lleno en la reinserción social del héroe, siendo el único planteamiento que seguir dentro de un entorno carcelario donde seguir priorizando su desfavorable comedia, lugar donde la historia empieza a perder esencia y todo va anunciando la debacle, reculando con asombrosa rapidez esa misantropía que ha mostrado Hancock hasta el momento por una anodina sucesión de secuencias si lustre.
Después de su entrada en prisión e introducir la cabeza de un preso en el ano de otro de ellos (sic), el filme de Berg cae en todo tipo de convencionalismos estúpidos; la palabra “capullo” que hace perder los nervios a Hancock (en clara referencia al “gallina” de Marty McFly de la saga ‘Regreso al Futuro’), la creencia del publicista en la bondad de Hancock y su paulatina adaptación -traje incluido- de formas heroicas, el reconocimiento para con las fuerzas de la ley en un robo con rehenes con la insistente frase “buen trabajo”… hasta llegar a un giro argumental e inesperado ejecutado con notable torpeza, echando por tierra lo poco que había conseguido hasta el momento, sin una lógica transición, pasando a abarcar con alegría un insustancial melodrama romántico. La película, en este extremo, ya ha destrozado por completo cualquier perspectiva de mejora.
El producto flaquea cuando más falta le hace remontar el vuelo, con todo tipo de concesiones al cómic sentimental y de culebrón, convirtiéndose en una broza referencial de todo aquello de lo que, en principio, parecía presentado con sarcasmo. ‘Hancock’ se olvida de la abrupta sátira al mundo superheroico para plantear con una pasmosa edulcoración insípida los elementos que han ido configurando lo más atractivo del filme. Los ejes del subgénero son utilizados como mera excusa para lanzar el eterno mensaje de redención de Hancock, del sacrificio por los demás y lanza una historia de amor ilógica que sustituye a la Némesis que pudiera haber aportado algo de intriga a la cinta.
La culpa de que ‘Hancock’ sea una película “del montón”, más bien mediocre, funcional e insatisfactoria, no sólo deviene en guión desaliñado y previsible, que avanza sin mucha complejidad por la facilidad de lo esencial, de lo rústico, incorporando personajes planos, cortados por un patrón conformista y dócil, sino que la negligencia viene dado por una dirección sin esencia, contaminada con recursos sin mucho sentido, sin empaque o pericia visual.
Peter Berg se dedica a mover la cámara a base de enviones mal estructurados, sin definir su personalidad, a medio camino de todo, sin mucho lustre e incurriendo en la ramplonería más irritante. Lo más destacable, después de todo, es el talento de Will Smith y la belleza inalcanzable de Charlize Theron. En este apartado, Smith, lejos de caricaturizar al personaje que interpreta, logra la empatía en otra sobresaliente muestra de capacidad y eficacia. Poco más. La coyuntura de la reformulación queda en un ridículo e insultante descaro comercial que malgasta (y de qué manera) una estupenda premisa y deja, pasada media hora, una predecible trama sin posibilidad de ejercer la sorpresa.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

miércoles, 30 de julio de 2008

Vuelos suborbitales comerciales para todos

Ayer contemplaba atónito esa locura en forma de caja ‘agilipollante’ que es la televisión. En las noticias de varias cadenas, destacaron la figura de Ana Bru, una empresaria especializada en turismo exótico y de aventuras que salía diciendo unas paridas alucinantes; que si es la primera mujer española en viajar al espacio a bordo de una de las naves que ha diseñado el ingeniero Burt Rutan (que es como Wolverine de la tercera edad) para Virgin Galactic, que si se sentía envidiada por ese antes y después en su vida, que fíjate tú qué experiencia y que era algo que le iba a cambiar la vida.
En una era de crisis colectiva, en el albur de un Occidente más cerca de la carestía temporal que de la estabilidad económica a corto plazo y la calamitosa situación de los países del Tercer Mundo que buscan hasta la muerte una salida a su pobreza, esta mujer hablaba de los vuelos suborbitales comerciales como si de algo cotidiano se tratara, como de una experiencia al alcance de todo el mundo.
Puede sonar demagógico, pero ése vuelo, que costará unos 140.000 euros por cuatro minutos de ingravidez, da muchas cosas que pensar.

martes, 29 de julio de 2008

Zé do Caixão, las uñas más largas de la serie Z

Otro mito oculto en el olvido
Desconocido en buena parte del público y creado por el cineasta José Mojica Marins, Zé do Caixão es uno de los iconos del cine de terror brasileño y del género.
No resulta nada extraño que en nuestro país pocos conozcan una figura tan inquietante como es Zé do Caixão. Al igual que el Santo Enmascarado de Plata, Zé es uno de esas figuras imprescindibles en la cinematografía sudamericana, uno de esos iconos irrepetibles que han marcado con su presencia una parte de la historia del celuloide, en este caso de Brasil. El público conoce y teme a casi todos los arquetipos del cine de terror comercial, elevados al altar por los entusiastas del género. Drácula y Frankenstein, el Hombre Lobo, Pinhead, Jason, Freddie, o más recientemente Ghostface en la saga ‘Scream’ son algunos de ellos.
Lo curioso de este fenómeno carioca es su trasgresión de fronteras, al tratarse de un personaje fundamentalmente localista, restringido a la creencia de una zona que no representa ni mucho menos todo el país. En este ámbito, Brasil supone el marco perfecto para un mito terrorífico como Zé do Caixão, ya que toda inflexión nigromántica que envuelve la religión brasileña está influenciada por la magia negra afrocubana, el catolicismo y la creencia ciega en lóbregas fábulas que imponen su dogma por encima de la realidad. Esta figura aterradora tradicional proviene, como casi toda efigie, de las leyendas lugareñas. Zé era en realidad Josefel Zanatas (por su origen griego ‘muerte’) un patrón oscuro y siniestro que se dedicaba a vender féretros. Se caracteriza por vestir sempiternamente de negro, ocultar su lóbrego rostro bajo una enorme capa y un sombrero de copa y cabalgar en una oscura galera tirada por caballos. Otra de sus sangrientas características es la de poseer una enormes y desgarradoras uñas con las que suele atacar a sus víctimas.
La tradición habla de un hombre poco agraciado, pero bueno y bondadoso, que fue sanguinariamente asesinado junto a su bella y joven esposa Sara a manos de unos mercenarios. Josefel vuelve a la vida, bajo una apariencia demoníaca y umbría, para imponer la justicia y castigar a todas las almas infames (extendiéndose después al crimen sin motivo aparente) que se crucen en su camino, buscando, de paso, una mujer ideal que sustituya a Sara, la perfección femenina hecha carne. ‘A sina do aventureiro’, realizada en 1958 se puede considerar la primera aparición en la gran pantalla de este clásico brasileño. Una película en la que, si bien Zé no tenía una reseñable labor, si impondría las bases de un cine rural, limitado a la creencia nacional, a las pobres gentes analfabetas que creían a pies juntillas una superstición que evoca al popular ‘hombre del saco’.
El debut oficial del enigmático agente de decesos se produce con ‘À Meia Noite Levarei a sua Alma’, la cual fue un auténtico fenómeno de taquilla en varios puntos de la geografía brasilera, ocasionando un inesperado éxito que conllevó a abundantes y sangrientas secuelas, canciones de moda con sus cruentas hazañas como estribillo, su propio ‘quadrinho’ o cómic y hasta un programa de televisión considerado un ‘boom’ catódico. Transmutado en ídolo de masas, Zé do Caixão pasó a la historia con letras de oro bajo el curioso designio del cine marginal y de bajo presupuesto.
El gran creador de todo el tinglado mítico-religioso fue el director y guionista José Mojica Marins, padre de la funesta figura de negro. Marins asegura que su creación proviene de un mal sueño de verano en el que era secuestrado por una bruna figura que le sujetaba la cabeza delante de su propia tumba para que viera qué día moría. Como toda buena idea de terror, el guión pasó de mano en mano sin que ningún productor viera productividad en un bosquejo lleno de sangrientas escenas con un personaje enlutado como protagonista. Creyendo ciegamente en el proyecto, el cineasta carioca se endeudó hasta las cejas y produjo ‘À Meia Noite...’ de forma individual. Incomprensiblemente, tampoco encontró a ningún actor que quisiera dar vida a Zé, así que se envolvió en su capuz negro y rodó, al estilo más cercano de Edward D. Wood Jr., el debut de la impía quimera brasileña.
Encuadrada en la serie Z, esta obra de culto incluía en su interior muchas de las secuencias que marcarían la tradición del cine ‘gore’ más aberrante y desprovisto de circunspección que se haya visto en la historia del género. En ella se narraban los primeros pasos delictivos de Zé do Caixão y su terrible fábula como brujo, justiciero y psicópata sanguinario, ofuscado en su propósito de hallar a la mujer perfecta, capaz de dar a luz a un hijo que pueda continuar con el legado de su padre. Películas como ‘Esta Noite Encarnarei no Teu Cadáver’, ‘Finis Hominis’ y su filme más conocido (si es que alguien lo conoce), ‘El extraño mundo de Zé do Caixão’, imponen una desgarradora visión del mito que introduce imágenes nada habituales en la época (con varios problemas con la censura) con las atrocidades que allí se mostraban: asesinatos, violaciones, necrofilia y canibalismo entre otras barrabasadas provistas de sangre e insania.
Zé do Caixão determina un cine ‘gore’ y ‘splatter’ oculto en la historia del cine, suponiendo un auténtico hallazgo genérico dentro de la orbe de la infracrítica cinematográfica. José Mojica Marins se define por su cine bizarro, impúdico, lleno de sublecturas, muchas de ellas en referencia a la droga y su fomentación por parte del gobierno de la época. Hecho que, por supuesto, hacia que las ‘tijeras’ censoras se cebaran en obras de Mojica como ocurrió en ‘El despertar de la bestia’, filme cargado de escenas lisérgicas que hicieron del cine de Zé do Caixão un auténtico catálogo de ironía surreal y glorificación de lo absurdo. El esperpéntico director, de un modo paralelo, pero fingido, a la monomanía de Bela Lugosi con ‘Drácula’, se metió tanto en su personaje que acabó paseando su personaje a lo largo de todos los festivales del mundo vestido como Zé, dejándose unas largas uñas de 20 centímetros cual Florence Griffith-Joyner en las Olimpiadas del 88.
Pocos conocen la figura de Zé, pero fue Wes Craven el que reconoció públicamente en 1984, durante la promoción de ‘Pesadilla en Elm Sreet’, la influencia de este mito sudamericano para crear las garras de Freddie Krueger. Versado en temeridades imposibles, el director y personaje se sometió durante la vida de Zé a todo tipo de frenesíes físicos como comer gusanos vivos, chupar arañas venenosas, acariciar víboras y descargar compulsivamente en su cuerpo más de 110 voltios (conocidos en México como ‘toques’). Pero Zé do Caixão fue perdiendo interés y en la década de los 80 dejó de agradar a la población brasileña, quedando en la más oscura miseria fílmica. Mojica Marins se cortó las uñas, se afeitó la barba y recaló en el cine porno, donde realizaría un ‘hito’ sicalíptico al rodar la primera película zoofílica de Brasil, lo que le llevó indefectiblemente al descrédito y retiro definitivo de la dirección.
Una década después el tótem del ‘splatter’ norteamericano Frank Hennelotter le destacó como uno de los cineastas más importantes de la historia en la prestigiosa revista ‘Cult movies’, donde se le subrayó como una de las máximas influencias en el cine de terror, que sirvió al propio Marins para reeditar sus obras en USA bajo el seudónimo de Coffin Joe para volver a rodar algún título e incluso cortometrajes, esta vez como actor que carecen de cualquier interés que tuvieran sus primeros trabajos; ‘O Gato de Botas Extraterrestre’, ‘Tortura Selvagem’, la demencial pieza corta ‘Lasaña Asesina’ y su última cinta que data del año pasado 'Un show de Verao' son algunos de estos ejemplos.
Sitges, Amsterdam, Fantasporto... son algunos de los festivales que le han dedicado retrospectivas a un hombre que, si bien ha sido descalificado por un crítica que desconoce su obra, ha sabido ganarse a todos los amantes del cine bizarro y convertirse, con el paso de los años, en un verdadero cineasta de culto.

lunes, 28 de julio de 2008

La gesta de Sastre y el esplendor del deporte español

En un deporte cada día más cuestionado por la oscura sombra del ‘doping’, del EPO, de médicos deportivos que ejercen de proveedores de ciclistas salpicados de sospechas, hay que destacar la labor de un deportista que, con su brillante actuación en el Tour de Francia, ha devuelto la ilusión por el ciclismo (como ya lo hizo el pasado año Contador) a un país que ha ido prestando atención a otros deportes antes que al otrora célebre Tour. Carlos Sastre se ha convertido en el séptimo corredor español en coronarse como ganador de la ronda francesa, después de haber ofrecido esa inolvidable etapa pirenaica de antológico recuerdo de Alpe d'Huez y defendiendo el maillot amarillo en una última contrarreloj donde partía con menos opciones que sus grandes rivales, el maleducado e insolente Cadel Evans y la joven promesa, el austríaco Bernhard Kohl.
Las adversidades se superan con la entereza en los momentos más difíciles. Sastre ha demostrado que el estocismo del gregario también depara grandes proezas y que el tesón de los vencedores siempre tiene una grata recompensa. Federico Martín Bahamontes (1959), Luis Ocaña (1973), Pedro Delgado (1988), Miguel Indurain (De 1991 a 1995), Óscar Pereiro (2006) y Alberto Contador (2007) ya tienen sucesor inmediato. A sus 33 años, Sastre, con humildad y paciencia, ha conseguido la consecución de una épica gesta deportiva.
Hoy, es noticia de primera plana junto a la excelente actuación de Rafa Nadal en Toronto, del récord mundial de los 10 km. marcha establecido por Paquillo Fernández y del prometedor preolímpico del ‘Dream Team’ de baloncesto. El deporte español está de moda. Y eso, acostumbrados durante años a permanecer en un segundo plano, ilusiona a una nueva generación de atletas y deportistas que tienen unas Olimpiadas a la vuelta de la esquina y un futuro de éxitos por delante.

domingo, 27 de julio de 2008

Athletic Club: Petronor rompe la historia

La historia se resiente cuando las tradiciones de toda una vida se ven amenazadas por la variación de sus modelos, por intereses que suelen contaminar los anales y crónicas de una raigambre. El Athletic Club de Bilbao lucirá, después de más 110 años con la elástica rojiblanca impoluta, publicidad comercial en su camiseta oficial.
Durante los próximos tres años el logotipo de la refinería Petronor, firma ubicada en la localidad vizcaína de Muskiz, será otro elemento más en la imagen futbolítistica del club para esta próxima temporada 2008-2009. El próximo día 29, durante la presentación oficial del Atheltic en San Mamés ante su afición, podrá verse este polémico cambio.
Los tiempos cambian. Y siempre a peor.

viernes, 25 de julio de 2008

Review 'Kung Fu Panda (Kung Fu Panda)'

Entretenimiento taoísta de máximo grado
Posiblemente ‘Kung-Fu Panda’ sea la película más accesible y gratificante de Dreamworks Animation, ya que ha logrado sacar todo el partido posible a una simpática historia de corte muy familiar.
El departamento de animación de Dreamworks ha visto, una y otra vez, cómo cada trabajo de antagonista Pixar ha hecho sombra a las tentativas digitalizadas de una factoría que ha buscado, más allá de equiparar sus virtudes a la competencia, la autoafirmación de un estilo más o menos enérgico que esté a la altura de las circunstancias y expectativas. Si bien películas como ‘El espantatiburones’, ‘Madagascar’ o el la trilogía ‘Shrek’, la más celebérrima de la empresa creada por Spielberg, Katzenberg y Geffen, palidecen ante las obras de minuciosa perfección artesanal de la factoría encabezada por John Lasseter y acólitos, han ido desprendiéndose paulatinamente de prejuicios para seguir una línea evolutiva paralela a su gran rival, consiguiendo extirpar lo que se venía entendiendo como cierto desarraigo en cuanto a personalidad para formular otro tipo de cine de animación más afín a los intereses comerciales según el target, infantilizando sus películas en busca de un público más concreto y menos global que la Pixar.
‘Kung Fu Panda’ viene a corroborar que Dreamworks está en el sendero del éxito con distintivo propio, sin prejuicios y encontrando al fin una feliz equivalencia entre objetivos y resultados. Si bien no alcanza los niveles de refinamiento narrativo y visual de su soberbio adversario en el terreno de la animación, la cinta de Mark Osborne y John Stevenson se puede considerar la más ambiciosa propuesta de su sello, haciendo gala de un acabado técnico muy destacado, que sabe aprovechar un guión de una sencillez e inventiva realmente admirables, enraizado a los modelos clásicos y con una puesta en escena a la que le sobra inventiva.
La historia sigue las andanzas de Po, un oso panda perezoso y fantasioso que trabaja sirviendo tallarines en el negocio familiar mientras sueña con llegar a ser el Gran Guerrero Dragon y luchar junto a los Cinco Furiosos (Mono, Tigresa, Víbora, Grulla y Mantis), los mejores y más experimentados luchadores a las órdenes del maestro Shifu. Elegido por la vieja tortuga Oogway, el destino apuntará al simpático plantígrado para que actúe como un auténtico maestro y así poder defender a los habitantes de su poblado del terrible depredador Tai Lung, que regresa para sembrar el pánico y descubrir el misterio espiritual tiene que ver con el Manuscrito del Dragón. Las raíces de la historia quedan bastante claras desde el principio; hay cierta reticencia a innovar, pues se convoca una idea una y mil veces vista; desde el referente de ‘Karate Kid’ a la serie televisiva ‘Kung Fu’, pasando por la saga ‘Star Wars’ y mirando de reojo a la génesis de los nuevos modelos de cine de artes marciales orientales. Incluso se podría evocar la trilogía ‘Matrix’ y sus tintes dogmáticos.
El concepto no es nuevo: un tipo gris con vida anodina se convierte en el elegido que vendrá a salvar la tierra y que en esta película, no sin cierta intención, hasta cae (literalmente) del cielo. Es la eterna lucha de aquel que impugna a su destino para hacer de su sueño una realidad. La máxima a seguir es, por tanto, de corte simplista, de una llaneza que nunca abandona el desarrollo de un filme pleno en componentes de cine infantil sin declinar su excelente entidad efectiva.
Pese a ser una película de corte formulista, está creada con modestia, con admirable prurito constructivo en la caracterización del oso Po como personaje, despertando desde su prólogo onírico una identificación para con el público, utilizándole con todo tipo de ‘gags’ de corte ‘slapstick’, así como múltiples mofas acerca de su torpeza, su gordura y la inocencia de este entrañable panda (que se beneficia de la voz original –Jack Black- como de su doblaje español –Florentino Fernández-). Un efecto de caracterización que logra abarcar a esos personajes satélites que en apenas dos brochazos, quedando éstos definidos para complementar las aventuras de Po.
‘Kung Fu Panda’ se nutre de una magistral planificación en las coreografías, desplegando un nivel de detallismo que coloca este último trabajo de Dreamworks a un nivel muy superior que sus predecesoras. La acción se sigue fácilmente, sin acusar pretensiones de grandeza en su contenido. Se podría decir que es todo lo contrario, pues jamás se abandona el tono cómico y despreocupado ni siquiera en las secuencias más trascendentes. Tal vez disminuya esa vistosidad cuando se trata de dosificar el trasfondo oriental, decolorado por el protagonismo de la acción y de los personajes en la pantalla, confinándolo a un segundo término sin que por ello se haya descuidado el terreno de los paisajes y geografía del país del Sol Naciente. Bastan unas notas musicales de dos grandes nombres de la partitura como son Hans Zimmer y John Powell para que la orquestación entre imagen y paisaje quede definido en la subordinación a su expedita narración, a la dinámica visual de un universo propio.
La tecnología evolutiva de Dreamworks se ha sabido adecuar a las épocas marcadas por su gran competidora, pero pugnando en la consecución de una historia que, a pesar de algunas situaciones se antojan demasiado infantiles (no olvidemos que se trata de un producto dirigido a los más pequeños), sabe sorprender, mantener cierta heterogeneidad respecto al género y concretar una identidad identificable. La película es previsible desde su inicio, pero nadie va a negarle su condición de entretenimiento de máximo grado que también domina la metáfora y el mensaje discursivo, en esta ocasión con una moraleja esencialmente taoísta que incluye términos como compromiso, confianza plena en uno mismo, intuición, sensibilidad, espontaneidad… Idea definida en una frase legendaria de ‘carpe diem’ donde por muy diferente que se sea, en un mundo en que nadie espere nada de uno, todo es posible; “El pasado es historia, el futuro es misterio, hoy es un regalo. Por eso se llama presente”.
La película de Osborne y Stevenson es una delicia animada que rebosa jocosidad y simpatía, activo ritmo narrativo y solemne sentido del espectáculo que contiene lo que se le puede pedir a una película familiar de animación digitaliza; risas, acción y valores sobre el espíritu de superación, pero sobre todo calidad de primer nivel.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008

jueves, 24 de julio de 2008

Primeros posters de 'Max Payne'

Dentro de la ya célebre Comic-Con San Diego se han presentado los dos primeros posters de la adaptación del magnífico videojuego de Rockstar ‘Max Payne’ por parte de John Moore a la gran pantalla.
El argumento: Max Payne es un policía con problemas de amnesia que se ve inmerso en un homicidio del que a priori parece inocente. Un hombre entre la espada y la pared capaz de resolver el problema del tráfico de una droga mortal y descubrir, con estupefacción, una verdad para la que no está preparado.
Mark Wahlberg da vida al conflictivo personaje y está acompañado por Chris O'Donnell, Beau Bridges, Ludacris y Mila Kunis en el reparto.
Aquí tenéis los dos posters (pinchad en las imágenes para verlos en grande).
     

martes, 22 de julio de 2008

Malos aires para el nuevo PRO 2009

“Como respuesta a múltiples solicitudes de información recibidas y a distintas informaciones contradictorias aparecidas en diversos medios profesionales del sector y generales, acerca de la posibilidad de que las próximas versiones de determinados productos de videojuego de fútbol incluyan o no la Liga española, queremos ratificar que la única entidad con licencia oficial confirmada de la Liga de Fútbol Profesional para la temporada 2008/09 es Electronic Arts, para su producto FIFA09 y para todas sus plataformas”.
LFP (Liga de Fútbol Profesional).

lunes, 21 de julio de 2008

He perdido otro móvil

La pérdida de un teléfono móvil puede significar dos cosas; la primera, el inconveniente de tener que llamar para que bloqueen el número, tener que recuperar algún celular anticuado que sirva como sustituto hasta la compra o petición de uno nuevo, pero también la preocupación por saber si los números han sido mal utilizados, pudiendo producir alguna molestia a cualquiera de los números de la agenda. Perder politonos, vídeos, grabaciones, fotos y demás chorradas es secundario. Pero también jode. La segunda, es la extraña sensación de calma y sosiego que ocasiona la pérdida. Extraviar un aparato de estos supone regresar a la apacibilidad perdida hace años, cuando la despreocupación total de la situación que uno tiene en el mundo era algo inalienable.
Con el móvil, la dependencia por estar en todo momento localizable ha crecido, no sólo en la forma en que ha irrumpido en la vida occidental, sino en la puntual definición de dónde se está en cada momento. Con estos aparatos se ha ganado en rapidez comunicativa, pero se ha perdido independencia en libertad. Tener un móvil se ha transformado en un constante estado de alerta o vigilia. La adicción es un hecho cuyas bases vienen del campo de la neurofisiológica, relacionada con las perturbaciones de los neurotransmisores en las sinapsis nerviosa como réplica a la radiación electromagnética y con las modificaciones del circuito de recompensa cerebral. La sociedad es víctima de la telefonía móvil. No podemos vivir sin ella. Somos esclavos de la tecnología y sus caprichos.
Lamentablemente, por imposición laboral, social y personal, haber perdido el móvil el pasado viernes sólo me va a dejar unos días de relax recordando lo que era vivir sin él, sin los sms’s, sin vibraciones ni tonos estúpidos. Lamentablemente, el virus inoculado me dejará echando de menos el Nokia 6230i perdido en una noche de juerga y darle la bienvenida a otro bicho tecnológico de estos un poco más modernos.

jueves, 17 de julio de 2008

Review ‘Las Crónicas de Narnia: El Príncipe Caspian (The Chronicles of Narnia: Prince Caspian)'

Entre el tradicionalismo y la modernidad
Manteniendo la corrección y fascinación de su primera parte, el filme de Andrew Adamson quiere auspiciar la comercial y la trascendencia sin llegar a conseguir un equilibrio entre ambos términos.
‘Las Crónicas de Narnia’, como adaptación cinematográfica (aunque también en términos literarios), puede considerarse como la hermana fea de una trilogía tan universal como ‘El Señor de los Anillos’, de J. R.R. Tolkien, al compartir con ésta varios puntos en común de una mitología que bebe de doctrinas fabulescas, de magia y espadas en historias que giran en torno a la heroicidad en lucha contra el Mal en una época de alegoría medieval. Las respectivas sagas literarias de C.S. Lewis y Tolkien proceden de una amistad arraigada a la afición por este tipo de literatura de fantasía épica que compartieron durante su profesorado en el Magdalen College en Oxford. Lo inevitable, tras el multitudinario éxito de la trilogía de Peter Jackson, era que la aventuras del mundo mágico de Narnia se concretasen en una adaptación con más ambición que la vista en la pequeña pantalla producida por la BBC con una serie catódica que pasó sin pena ni gloria.
Hace un par de años ‘Las Crónicas de Narnia’ vio su traslación a la gran pantalla de la mano de Andrew Adamson (principal valedor de ‘Shrek’ y secuela), respaldado por una productora necesitada de una saga boyante como era Disney. El resultado fue una película familiar que, pese a que en la comparativa inevitable con la obra de Tolkien salía algo perjudicada, no abdicó en el estricto facsímil oportunista, si no que procuró abordar a su manera, con menos medios y más afinidad infantil, la primera de las aventuras de la heptalogía que compone esta mágica obra de Lewis. Sin perder los designios ilativos con las resonancias ‘tolkianas’ ‘El León, la bruja y el armario’ fue una digna cinta, de gran interés en cuanto a ritmo, invención, ajustados efectos especiales y fidelidad literaria representando un mundo donde los cuatro hermanos Pevensie llegan a Narnia cuando la hermana pequeña descubre el mitológico universo en el fondo de un armario.
Dado el buen funcionamiento de la primera entrega, la segunda parte ‘Las Crónicas de Narnia: El Príncipe Caspian’ era de prever. Y lo hace con el regreso de Susan, Peter, Edmund y Lucy Pevensie al mundo en el que lucharon contra la malvada Reina Blanca más de 1.300 años después. En ese momento, Narnia ha sido dominado por los telmarinos, hombres que se han establecido allí desplazando a las criaturas mágicas que tienen en el Príncipe Caspian, heredero destronado por el pérfido Rey Miraz, a un valedor junto a los Reyes Antiguos (que son los Pevensie) para recuperar la paz en Narnia. Andrew Adamson repite para la Disney en su función de director. Y lo hace sin salirse mucho de los márgenes de su contribución a la primera película; narra esta historia de reconquista con buen pulso narrativo, cediendo la prioridad a ese universo de evasión y gusto por la fantasía más que profundizar en la índole moral que rodean a la obra de Lewis, algo que tenía tanta importancia en su antecesora. Hay que referirse así a ese reduccionismo del cristianismo llevado a la tradición fantástica, a la agonía de un Mesías felino que ofrendó su vida a favor de sus devotos, con su sacrificio sobre una gran piedra que se rompe para dar paso a la resurrección que libere al pueblo de la maldad.
Todo eso, en esta secuela, pierde parte de protagonismo en la historia. Pero como sustento básico es imposible no recurrir a él cuando los pasajes más anodinos de la fábula hacen languidecer el interés. ‘Las crónicas de Narnia’ consolidan de esta manera su estructura argumental en un orbe místico que remite al catolicismo, pero la intención es la de que se pueda considerar más oscura, ya que la mayoría de los personajes son obligados a seguir creyendo con firmeza en sus posibilidades, aunque estén a punto de caer en la tentación del Mal, en la arrogancia o en la violencia sinsentido. Eso sí y por supuesto, la aparición final (y previsible, por otra parte) del león Aslan, remite sigue remitiendo directamente a la necesidad de confiar en Dios para desafiar los problemas. Hay más esbozos primigenios, otros temas ya presentados en la primera película que vuelven a formar parte de esta nueva epopeya, como la deconstrucción del modelo familiar tradicional o el escapismo paradójico de esos niños que huyen de un conflicto bélico real para combatir en otro dentro de un mundo fantástico, cuestionando de esta manera la guerra y sus motivaciones, pero reivindicando la libertad como derecho incoercible. En ‘El príncipe Caspian’ existen, como añadidura, disyuntivas sobre dobles disposiciones jerárquicas, con conciliaciones o batallas entre pueblos que devuelvan al mundo de Narnia hacia la paz y la convivencia común. Más disposiciones a la hora de levantar un producto más ambicioso a todos los niveles, donde Adamson y sus guionistas no se olvidan en acentuar las resonancias ecológicas, pues la aversión de telmarinos al mundo de Narnia les lleva a querer destruir el bosque mágico en secuencias que parecen extraídas de un documental sobre deforestación de la selva amazónica más que de un universo onírico y profético.
De este modo, entre el tradicionalismo y la modernidad, ‘El Príncipe Caspian’ sigue las reglas de la ancestral propuesta maniquea entre el Bien y el Mal, el Mundo real confrontado con una Tierra nacida de la Imaginación y la Fantasía, tal vez menos sensiblera con la parte dramática que su predecesora, pero sin evitar caer en los mismos vicios (y su vez defectos) que ‘El León, la bruja y el armario’. Querencias puntualizadas en un diseño de producción impecable, que se sirve de unos efectos especiales muy por encima de los ya correctos de su predecesora que bascula en todo momento entre el exceso y el recurso, donde las imágenes de CGI se sirven como atractivo que se coloca siempre por encima de la historia y no al contrario, como debería ser.
Olvidados fugazmente los ecos de permutación a la fórmula de las películas de Peter Jackson, ‘Las Crónicas de Narnia’ encuentran su voz propia en dos errores básicos; la subordinación al espectáculo, que produce una indiscutible descompensación en términos narrativos. Y la desorientación por el exceso de un producto de marca manufacturada que no tiene un ápice de riesgo. A ello juega en contra de esta segunda parte el exceso de metraje, que da vueltas en varios instantes del filme sobre sí mismo y sobre los mismos argumentos que su predecesora, restando agilidad, bloqueando en gran medida el desarrollo de la historia. Todo por no perder su respeto hacia el relato alegórico por encima del bélico o el aventurero, por redundar en esos tintes de creencia ciega en la llegada del Mesías en forma de inmenso león con la voz de Liam Neeson. Por esta razón, el filme no logra consolidar su parte funcional, donde la acústica del metal blandiendo espadas y sus batallas se debilita por la edificación emocional que sí se mantenía con coherencia en la primera parte. ‘Las crónicas de Narnia’, en conjunto, quiere auspiciar estos dos términos, el comercial y el trascendente, sin llegar a conseguirlo.
Tampoco fue desde el principio saga de buenos intérpretes, ya que los jóvenes rostros que comparten (hasta ahora) el díptico (Skandar Keynes, William Moseley, Georgie Henley y, sobre todo, Anna Popplewell) no sacan partido a ningún tipo de registro. Tampoco ese jovenzuelo con cara angelical sin expresión que es Ben Barnes, el encargado de dar vida a un Príncipe Caspian. Un actor destinado a empapelar carpetas de instituto que no posee ningún carisma. Si en la primera parte Tilda Swinton ofrecía una actuación digna da elogio. Ahora son los secundarios Peter Dinklage y Sergio Castellitto los que parecen tomarse en serio su talento. Que Swinton aparezca aquí fugazmente, hace que el personal se quede con las ganas de un nuevo recital de la ‘oscarizada’ actriz londinense. Su cameo es un mero espejismo. Un ‘set piece’ como tantos otros dentro del mundo de Narnia, que parece funcionar a golpe de impulsos.
Ocasionalmente deslumbrante, pero insubstancial y desequilibrada en su fondo, esta segunda parte no alcanza sus objetivo de llegar a abarcar la capacidad de diversión que sí logró la primera película de las aventuras narnianas. Sin embargo, Disney tiene su Saga Épica que proporciona ese tan ansiado target infantil y juvenil que agrade también al público adulto. En ese vértice, es donde los mundos de Narnia sí desempeñan una discreta función de divertimento épico de calidad, situándose como escrupulosa adaptación de una de las mejores series literarias del Siglo XX.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2008