lunes, 29 de octubre de 2007

El Abismo regresa el día 5 de noviembre

Hasta entonces, como J.R. MacReady en la Estación 4 del Instituto Científico de los Estados Unidos en la Antártica, seguiré esperando aquí sentado, a ver qué pasa.

jueves, 25 de octubre de 2007

José Refoyo y el duro trance de su muerte

Había que recorrer unos cuantos pasos a lo largo de un extenso pasillo, en una casa antigua, bastante fría, pero extrañamente acogedora. Donde se pierden infinidad de anécdotas y recuerdos infantiles. Al final de él, la imagen sempiterna de mis abuelos sentados frente al televisor, unidos en la soledad catódica de una vida que pudieron aprovechar mucho más en conjunto, pero que, al igual que un inconsecuente reflejo de Waldorf y Statler, pasaron durante décadas recluidos en la voluntariedad de la calmada secesión de dos sillones y una mesa que han servido de idílico y reconocible escenario ante esas historias de la televisión. A la derecha, mi abuela Alfonsa, mujer paciente y sufrida donde las haya. A la izquierda, mi abuelo Pepe, todo un personaje al que no volveré a ver en lo que queda de vida y al que la estirpe de los Refoyo echará de menos más que nunca.
El pasado jueves moría después de una larga enfermedad respiratoria que fue consumiendo su vida lentamente, hasta extinguir la débil llama que avivaba su enflaquecida energía. Hasta entonces, la muerte había respetado a mi familia, en su totalidad, por ambos linajes genealógicos desde mis cuatro abuelos, dilatando un difícil privilegio que debía romperse por una cuestión tan cruel como natural. El hecho de la pérdida de un ser querido me había golpeado de cerca, pero desde una perspectiva secundaria, a través de amigos muy próximos que han sufrido este duro trance que deja una herida abierta difícil de cerrar, mucho más directamente que la defunción de un viejo cascarrabias tendente a la blasfemia, a la hosquedad y al ascetismo que pocas veces dejó la puerta abierta al sentimentalismo o al humor. Así era él, un hombre cerrado, pero lleno de historia y carácter, el que ha marcado a una familia que no responde al término de unión hogareña precisamente. Fue parte de esa intrahistoria que definió Unamuno en estos lares. Para llegar a la difícil idiosincrasia de José Refoyo había que tener vocación y paciencia, porque sólo así, siendo fiel a su enmohecido pensamiento ancestral, se podía llegar a entender su grandeza y su calma. Tuvo muchos defectos, por supuesto, pero también muchas virtudes. No voy a extenderme a modo de disertación fúnebre de panegírico subjetivo. Lo que en realidad me invade estos días es un sentimiento de culpa del que no puedo desprenderme, debido a que en tan amargo trance, mis progenitores optaron por ocultarme la muerte de mi abuelo, prescindiendo así del mal trago que hubiera dado al traste las vacaciones que pasaba en Menorca junto a Myrian. Una decisión que me alejó de mi familia cuando más apremia la necesidad de compañía y fraternidad. Sin ningún tipo de reprensión hacia ellos, siento que he fallado a todos por no estar a su lado, por no vivir un lapso tan duro como significativo. Como escribió Ciorán, cuando la muerte te toca de cerca, uno cierra los ojos dejándose sumergir en el caos de un sueño que une la realidad y conciencia. Pero percibo que no es suficiente. Tal vez la muerte no sea más que una experiencia, pero ella es la experiencia misma. Y la muerte de mi abuelo me hace pensar, como a todo el mundo que ha pasado por ello, que el único efugio que redime de la insignificancia, el olvido y el silencio es el buen recuerdo de aquel que se ha ido.
Abuelo Pepe, allá donde estés, siempre tendrás un espacio privilegiado en mis recuerdos, conmigo y llevaré tu apellido con más orgullo que nunca.

martes, 9 de octubre de 2007

Un lapso para el descanso abismal

A lo largo de este año sobrevoló por el Abismo la posibilidad de que no hubiera un lapso de descanso, lo que todo el mundo conoce como vacaciones, durante los dos años anteriores ‘Un Mundo desde el Abismo’ cerró sus puertas en los meses de estío para alejarse del mundanal ruido, apagar el monitor esclavizante del ordenador, ordenar las ideas y refrescar los ánimos. Un hecho que, en los tiempos que corren, cada vez es más necesario.
Durante el último mes, el Abismo se ha nutrido casi exclusivamente de ‘reviews’, sin dar tregua a otros temas que eran de gran calado popular entre los adeptos a esta página. Y eso no un buen signo. Las capacidades dactilógrafas están debilitadas, el afán por innovar se ha reducido y el tiempo, a pesar de dejar espacio para la cavilación, obliga a un cierre temporal, a una tregua escondida en la inactividad de unas vacaciones que se antojan ineludibles.
La actualización del Abismo ha decrecido en los últimos tiempos. Todos nos hemos percatado de ello. Y ello ha sido provocado por una mella en el espíritu abismal que ha caracterizado hasta el momento este absurdo espacio de irrelevancia multitemática, producida por la transformación de aquella añorada diversión de la escritura casi automática en una obligación. Por eso, no hay que caer en el riesgo de aborrecer la rutina y cansarse de una idea tan privilegiada como es la de tener una bitácora. Como ya he dicho en anteriores altos en el camino, ésa coacción espiritual es muy peligrosa. Y como no quiero que el Abismo desaparezca como muchos otros blogs que mueren diariamente, recurro a la provisional ociosidad como forzosa evasión a este trance.
Pasaré unos días en el festival de Sitges, viendo cine, reencontrándome con amigos, conociendo gente nueva, procurando disfrutar en la medida necesaria de un certamen donde el ambiente fraternal y el Séptimo Arte se conjugan en un idílico vínculo para los amantes del cine fantástico. De ahí, partiré a Menorca una ansiada semana a rastrear esas pequeñas cosas que te ofrece la vida, en un páramo paisajístico donde percibir un lujoso equilibrio y una soñada paz, disfrutar el ocio, la gastronomía y beber cerveza fría junto a la persona más importante de mi vida.
En definitiva, necesito divertirme. Y es lo que voy a hacer. Sin diversión, el mundo se vuelve gris y anodino. Algo que no podemos permitirnos.
Gracias por tanto a todos y a todas los que os pasáis diariamente por estos lares, así como a los que lo hacen de forma ocasional o accidental. Gracias a todos por hacer que ‘Un Mundo desde el Abismo’ siga siendo como es.
Hasta pronto, compañeros.

Review 'La extraña que hay en mí (The Brave One)'

Cuidadito con el mensaje
Neil Jordan factura un filme donde su principal traba es un endeble guión debilitado por lo ambiguo de su contenido y donde destaca una Jodie Foster excepcional.
Mucho se ha equiparado en deliberada comparación entre ‘The Brave One’ y ‘Taxi Driver’. Si en la obra maestra de Scorsese Travis Brickle, el desequilibrado justiciero en busca de maleantes a los que aniquilar era un marine insomne que volvió de la Guerra de Vietnam con un síndrome paranoide dilatado por el rechazo de la sociedad y el retraimiento alienatorio, aquí Erica Bain es una locutora de radio que regresa de un coma tras una brutal agresión por unos pandilleros que asesinaron a su futuro marido y han dejado secuelas psicológicas irreparables y un pánico a los plácidos lugares sobre los que solía transitar. Ambos, de distintas formas, son incapaces de integrarse en una colectividad social, marcados por una vida de prejuicios y una personalidad a punto de estallar violentamente. Entre tanto, el Nueva York de ‘Taxi Driver’ parece no haber cambiado mucho después de treinta años, en su concepción gris y pútrida, donde habita la delincuencia en cualquier recóndito lugar del cosmos urbanita.
Sin embargo, lejos del calado emocional de trastorno y enajenación de Scorsese, aquí no existen coartadas para la violencia. Se trata simple y llanamente de odio y rabia, lo que hace al personaje de Jodie Foster (otro punto en común con ‘Taxi Driver’) se entronque más al furibundo y resentido Paul Kersey que personificó Charles Bronson en ‘Death Wish (El justiciero de la ciudad)’, de Michael Winner, que a los conceptos sociopolíticos del filme de Scorsese. Entre otras cosas, por la médula impulsiva que reporta la irascible violencia; el asesinato de una esposa y la violación de la hija en un caso y la paliza mortal del prometido del otro. De Bickle, Erica Bain hereda la voz en off de sus pensamientos, de su inercia impotente por la justicia violenta y poética, el aislamiento al que la ha sometido el miedo y la narración subjetiva que va interrogando por sus acciones. Pero ahí se acaban los parecidos, si descontamos que en ‘The Brave One’, Erica Bain también utiliza su arma por primera vez en una licorería y nuestra antiheroina exonera a una prostituta hispana de su mezquino chulo.
Esta película dirige su reprobación contra la ineficiencia de un sistema legal irregular e injusto, evidenciando desde los primeros compases del largometraje que la justicia es imperfecta y parcial, trazando un desdoblamiento capcioso ajeno al propio caso de Erica, el de un narcotraficante que ha asesinado a su mujer haciendo que parezca un suicidio para que no testifique contra él y que es, obviamente, la arbitrariedad que hace cuestionarse al detective Mercer (un correcto Terrence Howard) la iniquidad del Orden Legal que maneja el Estado de Derecho.
Definido quiénes son los buenos (esta pobre mujer que ha perdido a su novio y un agente de homicidios honesto e íntegro) y quiénes son los malos (la gente de mal vivir que abusa de la injusticia y, por supuesto, los hombres que atacaron a la pareja en Central Park), los guionistas Roderick y Bruce Taylor y Cynthia Mort ya tienen los elementos necesarios para iniciar su particular espectáculo de balas y rabia populachera. Escudándose en el dolor que jamás desaparece tras una muerte cercana, la irreversibilidad de la carencia, la soledad y las contradicciones morales que provocan los actos violentos de la locutora, ‘The Brave One’ aboga por el desaliento silencioso que incita al estallido de ira y al reprochable derecho natural a la venganza que anida en el ser humano.
Neil Jordan, veterano e intachable cineasta de calidad sabe sacar partido del endeble guión, pues crea con habilidad y equilibrio la atmósfera visual y narrativa que requiere este ‘thriller’, empujando al espectador a la odisea traumática del personaje al que da vida Jodie Foster que es lo más destacado de la función, sabiendo acumular la humanidad llena de contrastes gracias a su desbordante talento y siendo capaz de llenar la pantalla y hacer creíble lo increíble. Serpenteando sobre la línea de lo políticamente incorrecto, pero sin serlo, el filme utiliza la heroicidad femenina como elemento de paridad, transformando a una mujer aislada y temerosa en una asesina justiciera inmersa en una espiral de ira, con el fin de encontrar una retribución a su dolor, sin tener en cuenta los límites que excede. En su cometido, la película se conforma con ser arbitraria y desquilibrada en su funcionalidad de ‘thriller’, sin tener en cuenta la posibilidad de que su protagonista también sea una desequilibrada que se deja llevar por la ceguera de su enardecimiento e incapacitada para apreciar debidamente sus circunstancias. Sus crímenes no vienen dados por una reflexión de dudas internas, de tragedia interior y tormento, si no por la animadversión contra su miedo, que generaliza a todo el que le rodea, lo que sitúa toda la parábola en un mero instinto, un pretexto argumental que justifique la venganza.
Entre tanto, el filme de Jordan se recrea en las oscilaciones emocionales de Erica y Mercer, que nunca terminan de definir a unos personajes que desfilan por un camino impreciso, marcado por los casualistas encontronazos de un destino dibujado por unos guionistas que abogan por el sensacionalismo moral de las acciones de ambos roles. Mientras una mata y hace el trabajo sucio, el otro se acomoda en su función de poli bueno que acepta los condicionamientos de su trabajo dentro de la legalidad. Ni siquiera se atisba, aunque se insinúe, una epítome de la violencia que anida en el norteamericano medio que vive con miedo desde los atentados del 11-S, por mucho que se haga énfasis en ello, pues en su desenlace, el resentimiento y la venganza parecen que ayudan amortiguar el dolor en vez de destruir, como sería lo lógico.
Parábola de ambigüedad ética sobre las determinaciones morales, bien podría acusarse al filme de cierto reaccionarismo, ya que en su discurso final, con un ‘happy end’ incluido, se desliga de cualquier censura a la hora de mostrar la filofascista culminación de la venganza, que incluso es autorizada por una improbable y utópica decisión policial, respaldando el impulso de justicia vengativa. Un mensaje muy peligroso en la actualidad de un país cuya legislación es más que permisiva sobre la compra, tenencia y uso de armas de fuego.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2007

jueves, 4 de octubre de 2007

Review 'Disturbia'

Sugestiva y entretenida miscelánea
J.D. Caruso opera con eficacia en una historia que sabe formular una sugerente mezcla de géneros donde prepondera el cine juvenil, la acción y el ‘thriller’
Ya desde su comienzo, ‘Disturbia’ es una agradable sorpresa, una película que, sin desistir de las imposiciones del cine adolescente, opera dentro un argumento con cierto interés que arranca con la explicitud de la muerte de su padre, que transforman a Kale en un misántropo contestatario y violento hasta el punto de que un Tribunal decreta su arresto domiciliario con una pulsera GPS en el tobillo. La inapetencia y el hastío sólo parecen paliarse con un hobbie: espiar a la vecindad, donde encuentra a una hermosa adolescente de la que se enamora. Además, en ése juego de fisgoneo juvenil, uno de sus vecinos parece encajar con la descripción de un asesino en serie.
Si Alfred Hitchcock tomó el guión de John Michael Hayes, adaptando el relato corto de Cornel Woodrich, para recrear su obsesión vouyerística para contribuir así con una ofrenda al mismo espectador, también mirón coercitivo del juego del genio británico como diversión intencional de vigilia vecinal en la que la cotidianidad, los problemas de pareja o el aislamiento de una comunidad se fusionaban con la sospecha criminal, en ‘Disturbia’, J.D. Caruso y sus guionistas Christopher B. Landon y Carl Ellsworth, reactualizan los preceptos ‘hitchcockianos’ para reformular lo que empieza siendo un drama adolescente de rebeldía y frustración, llevándolo a un entorno de comedia ‘teenager’ con ensimismamiento juvenil por una diosa femenina (Sarah Roemer) hasta emerger el ‘thriller’ del que bebe, donde la curiosidad indiscreta, la acción y la tensión generan las diversas categorías de admisión sobre la entrometida suspicacia del supuesto vecino asesino que juegan el papel fundamental de una película que aboga por el simple pasatiempo antes que por la grave afectación genérica.
Por supuesto, en el camino queda el catálogo de personalidades de los vecinos colindantes a este sospechoso, dejando unos breves matices sobre los que se pasa de puntillas, porque lo que aquí interesa realmente no es darle profundidad a la trama, sino aportar la diligencia adecuada para que todo se desarrolle con la energía suficiente; desde que el único objetivo de la morbosa contemplación sea la sugerente vecina, que acaba intimando con el joven protagonista, la gratuidad de muchas de las secuencias de tensión, hasta llegar a la facilidad con la que llegan a conclusión de que su vecino es, en realidad, un temible sociópata y solventa ‘Disturbia’ como una película de terror adolescente al uso, sin salirse del itinerario genérico determinado por el mercado hollywoodiense, en un progresivo e inteligente cambio de registros que evolucionan de la comedia y el juego inconsciente de los jóvenes a la mórbida obsesión por el peligro y la acción.
Cierto es que existe un propósito emocional en el vínculo de los personajes con el mundo que les rodea, en la incomunicación que ha creado en ellos la modernidad tecnológica (no faltan móviles de última generación, X-Box Live!, iTunes, portátiles Mac…), haciendo de ellos curiosos observadores de los problemas ajenos. ‘Disturbia’ es al cine actual lo que a la comida un menú ‘fast food’ ligero, que no aturde ni incomoda, realzando sus logros en la poca pretensión que hay en sus designios o aspiraciones basadas en un público adolescente y juvenil con ganas de pasar un buen rato.
J.D. Caruso se ciñe a los cánones típicos de la miscelánea que reproduce; algunas gotas de drama juvenil contrarrestado con comedia de corte ‘teenager’, rítmico ‘thriller’ y acción bien definida que, en su último tramo, va perdiendo fuerza con su importuna reincidencia en los errores del terror posmoderno, descompensando el equilibrio sobre el que se sustenta esta animada muestra de obra con ánimo de eventual filme ‘mainstream’ para todas las edades. Funcional, en ocasiones derivativa, trivial, pero con adictiva tensión, ‘Disturbia’ es una muestra de compostura con el cine juvenil, con los géneros que aborda, donde la actualización y la contemporaneidad con la que esgrime sus elementos morales y sociales la alejan del fácil término ‘remake’ falsificado que se le ha impuesto, puesto que el filme de Caruso no aspira a reflexionar sobre el ‘vouyerismo’ como defensa de la propia personalidad como lo hizo Hitchcock, sino que sabe medir sus límites en esa introversión al mundo juvenil, alejado de la realidad e inmerso en el ‘know-how’ tecnológico.
Si a eso, se incorpora la conseguida disposición hacia los ambientes cotidianos transformados en claustrófibicos, la agilidad y la tensión necesaria para explorar ese personaje magníficamente interpretado por un carismático Shia LaBeouf, anegado en una accidental situación que se mete de lleno en una trama que le supera, tenemos una película mucho más entretenida que perturbadora, que no concede tregua al aburrimiento, que no es tramposa ni aspira a deslumbrar a nadie, sin sorpresas de última hora o muchas más ínfulas más que las de hacer pasar 90 minutos de complaciente cine juvenil.

lunes, 1 de octubre de 2007

Review 'A Mighty Heart (Un corazón invencible)'

Un encargo con personalidad
Winterbottom demuestra que, a pesar de la falta de implicación emocional con la que ha rodado este filme, cumple con las expectativas de su imparable progresión polifacética.
A lo largo de cuatro largos e interminables meses, el periodista de The Wall Street Journal Daniel Pearl permaneció secuestrado por el Movimiento Nacional para la Restauración de la Soberanía Paquistaní. Fue capturado y retenido cuando iba a reunirse con Mubarak Ali Shah Gilani, líder del grupo integrista Tazimul Fuqra y único detenido durante las pesquisas, que nunca supo nada de aquélla entrevista que jamás tuvo lugar. Habían pasado sólo unos meses del fatídico 11-S y el periodista, de origen judío, se adentró en Pakistán para investigar los grupos islámicos radicales y su vinculación con la red terrorista Al Qaeda.
Después de una larga e infatigable búsqueda por parte de la policía antiterrorista afgana y los servicios secretos de los Estados Unidos, a los que se unió la colaboración entre Washington e Islamabad en relación al caso, el cuerpo de Pearl fue hallado decapitado a las afueras de Karachi, después de que el consulado de Estados Unidos recibiera un vídeo que mostraba su siniestra ejecución en medio de una guerra en la que nunca debió involucrarse y a la que afectó, muy particularmente, a su esposa Mariane, una reportera francesa embarazada de siete meses, que vivió el tortuoso proceso del cautiverio y muerte de su marido.
Es la historia de fondo de un filme que, en los tiempos políticamente comprometidos que vive cierto sector de Hollywood, implora al antibelicismo y posicionamiento sociopolítico de muchas estrellas como, en este caso, Brad Pitt y Angelina Jolie, que ejercen de productor y protagonista respectivamente en una película para el que se eligió al británico Michael Winterbottom, todo un experto en estas cuitas geográficas, las de mostrar con el suficiente alejamiento de la mirada occidentalizada unos hechos reales, con el pulso narrativo de un cineasta todoterreno como es el realizador de ‘Wonderland’.
Así, ‘A Mighty Heart’ cuenta con el atributo de la cercanía a lo que pudo ser este trágico acontecimiento, observado desde dentro, desde una ficción documentada muy cercana al docudrama, gracias, sobre todo, a la verosimilitud y realismo que desprenden las imágenes situacionales de ese Oriente Próximo sobrepoblado, bullicioso y vital que transmite la cámara en mano de un Winterbottom que consigue una cinta equilibrada que, sin embargo, no logra transferir el interés o la fuerza necesaria que debería exigirse a una historia como la que se cuenta, en cierto modo porque se trata de una película de encargo para el realizador. Y esto, se deja notar.
Como en otros filmes del director británico, ‘A Mighty Heart’ encubre, en su subtexto, un dictamen antibélico que explora el proceso de sufrimiento de las víctimas inocentes de las guerras (como en ‘Welcome to Sarajevo’, ‘In this world’ o ‘Camino de Guantánamo’), pero donde se echa en falta la exploración dentro de las perspectivas cinematográficas con las que Winterbottom se ha convertido en uno de los directores más prolíficos e imprevisibles del cine actual. Cierto es que desborda neutralidad en el tejido geográfico y humano, donde la exactitud y el naturalismo son los ejes sobre los que se sustenta la acción.
No obstante, para el realizador es demasiado importante el dinamismo de la acción que supone la búsqueda de Pearl, mostrando la investigación de la policía afgana y los servicios secretos americanos por encontrar al periodista en una meticulosa exposición de los hechos, donde se patentiza una falta de entusiasmo por la historia humana y trágica, que determinará el infructuoso desapego establecido entre el espectador y la historia. Si a eso, añadimos la admirable entereza con la vivió Mariane Pearl el desarrollo de los acontecimientos y los encuentros políticos y mediáticos del secuestro, tenemos un filme un tanto impávido a la hora de mostrar los sentimientos o la angustia de los afectados, que subyacen muy por debajo de la mirada objetiva del cineasta y el guionista John Orloff al ofrecer limitándose a ofrecer un par de instantes de gran calado emocional exclusivamente para que una estrella del calibre de Angelina Jolie deje aflorar su vena más dramática, en un papel que no puede ser considerado de lucimiento, pues la célebre actriz permanece largos lapsos del metraje sin apenas aparecer en pantalla.
‘A Mighty Heart’ se nutre de la imparcialidad con la que se narran los acontecimientos, sin ningún tipo de enjuiciamiento ideológico, sin dejar de sugerir algunos temas espinosos, como la complicidad entre los servicios secretos paquistaníes y la red terrorista Al Qaeda, ni tampoco el concilio entre el Washington Post y la CIA, que pudieron dar pie a los secuestradores para reconocer en el periodista a un espía americano, aludiendo también a esos contactos in extremis del secretario de Estado Colin Powell y el director del FBI Robert Müller con Pervez Musharraf, presidente paquistaní.
Winterbottom, consciente de su condición de cineasta polifacético, sabe sacar provecho de la tensión y el pulso de un guión desnivelado, que aún así nunca pierde su interés a pesar de conocer los acontecimientos que deparan el secuestro. Es, al fin y al cabo, cine utilizado como herramienta concienciadora, sin mucho énfasis efectista o estético que rehúye de cualquier atisbo de sensacionalismo para acatar los elementos cardinales del ‘thriller’ político con los que se opera y jugar, de este modo, con ‘flashbacks’ atemporales, creando algunas atmósferas acertadas y ofreciendo agilidad a la investigación policial que aquí es la base fundamental de un filme irregular que no desentona con las motivaciones artísticas de un cineasta llamado a ser uno de los grandes directores europeos que ha tenido el viejo continente en mucho tiempo.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Pro Evolution Soccer 2008 se deja ver (y jugar)

Esta misma mañana he tenido la oportunidad de probar el que será uno de los juegos más reclamados del mes que viene a Navidades. El Pro Evolution Soccer 2008 de Konami lanzó ayer mismo una demo jugable para temperar la ansias de los millones de ‘fans’ del que está considerado como el mejor simulador de fútbol del planeta.
La cosa se vuelve a repetir en el capítulo de novedades. Como el año pasado. Sus variaciones son apenas imperceptibles si lo analizamos por encima. Sin embargo, en el fondo ha mejorado. El nuevo PES ha corregido algunos descuidos precedentes y sigue perfeccionando el tema relativo a los movimientos, que ahora son más sutiles y reales, en cuanto a pases y combinaciones, en la disposición de juego, en su mejor texturización, lo que da como consecuencia el control de la pelota con más algo más de realismo en los tiros según posición y velocidad…
La idea es crear una equidad estratégica durante los partidos, cosa que se agradece. PES 2008 adquiere también alguna modalidad que hará que los seguidores vayan adaptándose a los sutiles matices introducidos en el juego; como la amplitud de variables para controlar el balón, proporcionando así un riqueza de regates o movimientos en juego, también se puede elegir el número de jugadores que queremos colocar en la barrera y su disposición durante las faltas o ese fascinante juego agresivo en el que los defensas atosigan con agarrones de camiseta y pequeñas faltas a los rivales. El motor gráfico se ha renovado. Y por ello, ahora hay más expresividad, en los rostros de los jugadores y en su movilidad dentro del campo, que se dilata en los ambientes, los uniformes (que se mojan si llueven o si el jugador suda demasiado), en el detallismo general, en los cambios meteorológicos y en los estadios. El entorno ya no es tan rudo como en sus precedentes presentaciones. Ahora PES 2008 es más sofisticado en cuanto a diseño y visible para ir componiendo nuestro equipo, en la reubicación de jugadores, tácticas, estrategias, opciones y demás.
Eso sí, sin apenas sobresalir respecto al PES 6, manteniendo el equilibrio ideal del juego que, hasta que no haya una hábito cotidiano con esta nueva versión, sigue siendo el mejor aliciente para las tardes de ocio. El único e imperdonable inconveniente (desde un punto de vista subjetivo y al menos en la versión PC) es la imposibilidad de readecuar los botones al gusto del usuario, que deja cierta libertad, pero no toda para los que nos hemos acostumbrado a ciertos vicios con las teclas.
El 25 de octubre, fecha en que sale a la venta, se desvelará todo el potencial real al que puede llegar esta nueva versión. Hasta entonces, la DEMO podéis descargarla aquí.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Review 'Live Free or Die Hard (La Jungla 4.0)'

Esto no es ‘La Jungla’
Tanto Les Wiseman como Bruce Willis intentan, sin mucho acierto, recuperar el espíritu de un personaje que, con el paso del tiempo, ha perdido el espíritu desvergonzado y el ímpetu contestatario de anteriores entregas en una innecesaria secuela.
La sensación que deja ‘La Jungla 4.0’ es similar a la que dejó hace años la tercera parte de ‘Terminator’, en esa innecesaria rehabilitación de un clásico bien conservado, que sigue perdurando con una inmanente entidad a través de dos décadas. En estos tiempos de ‘remakes’, nuevas versiones, adaptaciones, secuelas y demás modas que parecen haberse asentado en Hollywood, una nueva entrega de ‘La Jungla’ era un hecho esperado e indefectible, según mandan los cánones comerciales de la actualidad. Cuando John McTiernan dirigió en 1988 ‘Jungla de Cristal’, la película que lanzó al estrellato a Bruce Willis, pocos imaginaron que, veinte años después, sería nombrada como la mejor película de acción de la Historia por la revista Entertainment Weekly y pasaría a los anales de la Historia como uno de los paradigmáticos clásicos de culto en un género que no acostumbra a contar con el beneplácito de la crítica. La primera película se basó en la novela ‘Nothing Lasts Forever’, de Roderick Thorp y, a simple vista, su guión no aportaba ninguna novedad destacable que no se hubiera visto ya en una pantalla de cine: la historia de un policía de Nueva York, John McClane, que viaja a Los Ángeles para intentar salvar su matrimonio con una alta ejecutiva que trabaja en el Nakatomi Plaza, lugar que es tomado por un grupo terrorista que termina por apoderarse del edificio y secuestra a un grupo de rehenes. Pero sus planes se ven desbaratados por la dureza de un hombre capaz de poner en jaque al violento grupo de atracadores, y de paso, los de la policía, el FBI y a todo el que se pusiera por delante.
Sus predecesoras (por mucho que se diga que la secuela de Renny Harlin no está a la altura, algo que es incierto) siguieron con destreza la transposición de la acción inteligente sobre su trama, adoptando como materia prima el cinismo y la capacidad de sorpresa con la que las historias van capturando al público, que ha reconocido toda la iconografía y simbolismos con los que ha jugado la saga hasta el momento. La clave era ostensible a cualquier análisis; grandes dosis de espíritu desvergonzado, ímpetu contestatario y el dinamismo físico de un policía obligado en todo su periplo cinematográfico a recuperar sus instintos más arcaicos para subsistir dentro de una situación límite (ya fuera en un rascacielos, en un aeropuerto o en la masificación de un gran orbe como Nueva York).
La esencia de la saga de ‘La Jungla’ ha sido, hasta su cuarta parte, el enfrentamiento cartesiano de un hombre contra el mundo, rodeado de la iconografía de un género del que es uno de los pilares básicos y referentes ineludibles. Esta cuarta entrega dirigida por Les Wiseman pierde, de entrada, el clasicismo y la trascendencia de aquéllas y se sumerge de lleno en las técnicas y espectáculo modernizado con las que se construyen hoy en día las películas de acción, arrastrando además los complejos televisivos del panorama actual, donde el éxito de la ficción americana se debe a la agilidad con la que exponen contenidos, a la acción delimitada a la infatigable vuelta de tuerca y a la calidad intrínseca con la que se ha instaurado un formato del que bebe el cine.
Eso sí, veinte años después, el fondo de la trama continúa siendo el mismo; ‘La Jungla 4.0’ devuelve a un John McClane divorciado, envejecido y sin ningún tipo de relación con sus hijos que debe capturar a un ‘hacker’ llamado Matt Farrell para declarar por una serie de delitos informáticos. El caso, por supuesto, se amplifica cuando un grupo terrorista amenace al país atacando todas las infraestructuras administradas por ordenadores. Un caos sin precedentes que genera el perverso villano, en este caso Thomas Gabriel, que no sabe que McClane, como siempre, llegará al sitio menos adecuado en el momento más inoportuno para ponerle las cosas muy difíciles. Al director Lem Wisesman (responsable de esos ramplones filmes de ‘Underworld’) y, sobre todo, al guionista Mark Bomback, la función les viene demasiado grande, ya no sólo porque, a pesar de intentar sin éxito trufar la historia de representaciones genéricas y símbolos cinéfilos de la genealogía ‘junglesca’, no han sabido equilibrar adecuadamente ni los diálogos ni las situaciones a las que se enfrenta McClane., sino que a ‘La jungla 4.0’ le falta sarcasmo y le sobra esa pose cercana al tópico.
El gran problema de la cinta reside en la indefinición a la hora de delimitar los significados didácticos y sociales que sí tenían sus antecedentes, perdiendo el equilibrio con que se desarrollaban aquéllas, cayendo en el exceso, provocando con ello un espectáculo pirotécnico desmedido, sin lugar para la espontaneidad, el humor o la justa profundidad emocional, elementos que residen como imposición en su argumento, sin la insurrección necesaria para que pueda compararse ni incluirse como una secuela de una trilogía que muchos seguidores consideran cerrada tras esta decepción.
El artilugio nitroglicerínico para mayor gloria de un moderado Willis no va más allá de su enunciado, limitándose a jugar con las expectativas del público, aprovechando la empatía edificada en sus anteriores partes y apostando sobre seguro, más pendiente de la exhibición de fastuosos fuegos artificiales, apuntalados en un ritmo entusiasta (eso sí, que no decae en ningún instante), que la definición actual del carácter de un antihéroe que ha perdido su carisma, sin sugerir ningún tipo de evolución más que no sea que McClane ahora ya no dice tantos tacos, ni bebe, ni fuma, ni tiene pelo. ‘La Jungla 4.0’ se convierte así en un difuso borrador de ideas pirotécnicas que sólo buscan lanzar grandes dosis de tensión explosiva, lo que deja a un lado la credulidad y desequilibra en el conjunto inteligencia y acción, restando la pureza realista que habían conseguido, no sin ciertos obstáculos, sus predecesoras.
En esos pequeños brochazos que apuntan a un ramplón rudimento en la digresión de acción y familia que siempre ha movido a McClane, el héroe de raigambre mitológica se ha transformado aquí en un demiurgo postmoderno indestructible. El héroe analógico inmerso en una era digital obliga así reinterpretar el mundo, tanto en McClane, como en el propio Willis y, lo que es peor, obliga a reinterpretarse a sí mismo al espectador de la saga, que no logra ubicar toda la función circense, inverosímil e incongruente, a la iconografía del héroe. Un conato de desproporción efectista donde se perciben más los desaciertos que sus destrezas, en un clímax que no llega a exprimir todo el jugo de los conceptos tópicos de la saga, que se desvincula del arquetipo que fue McClane para modernizar el tumultuoso contexto en el que se mueve y hacer un par de chistes a su costa, destacando débilmente la odisea de ese cincuentón poco hábil a la hora de adaptarse a los complejos tiempos tecnológicos.
A ésa pérdida de gran parte del aire canalla e insurrecto de McClane, se une un reiterativo punto que va en su contra; como es la idea del elegante terrorista que no es tal, sino que tras la interesante amenaza de poner en jaque a la nación más importante del mundo jugando con la lasitud de una sociedad excesivamente dependiente de la tecnología para su existencia, se encuentra algo mucho más prosaico como es el dinero. Algo que ya sucedía en ‘Jungla de Cristal’ o en la tercera parte ‘Die Hard with a Vengeance’. Lo peor de ello es que el villano, personaje cardinal dentro de la saga, aquí opera con una carente personalidad, sin resultar creíble ni amenazante. Y por el que poco puede hacer el televisivo Timothy Oliphant. Y no es todo lo negativo, ya que casi todos los personajes secundarios son exhibidos sin empaque, comenzando por el cargante seguidor de McClane, un joven Justin Long que recoge el testigo de Samuel L. Jackson en la penúltima parte, dando vida al compañero accidental del héroe, obligación del ‘target’ juvenil y el responsable de que ‘La Jungla 4.0’ sea una ‘buddie movie’ desabrida, donde el comparsa va avanzando verbalmente lo que estamos viendo o ese personaje de Kevin Smith interpretando al ‘hacker’ Warlock, total y absolutamente innecesario en la acción.
Podría funcionar como un filme desvinculado a la idea primigenia, sin emparentarse demasiado a una trilogía que se antojaba inalterable en el tiempo. Lem Wiseman hace lo que puede y aporta cierto toque de sofisticación a una cinta donde la categórica profusión por la fantasmada, por la alegría con la que la fisicidad ha sido sustituida por la mecanización motorizada de un personaje indestructible (en esta caso, al volante de coches, furgonetas o monstruosos tráilers) se sazonan con un fondo tecnológico que va indeterminando los objetivos del villano en contraposición con los objetivos de McClane, que, como no podía ser de otro modo, encuentra en su hija el centro de búsqueda de esta nueva aventura.
Pero no es suficiente, porque ‘La Jungla 4.0’ deja la sensación de espectáculo rancio que el espectador ha visto demasiadas veces; como esa persecución por la autopista en el que un trailer se enfrenta a un F-35 o una furgoneta que queda pendiente del hueco de un ascensor a punto de caer al vacío, donde tiene lugar una pelea a muerte (refrescando la memoria de ‘Terminator 2’, ‘El Mundo perdido’ o ‘Mentiras arriesgadas’) e incluso dentro del argumento sistémico, que la hija adolescente que rechaza su apellido y termina por sentirse orgullosa de ser hija del policía, como sucedía con Holly Gennero (Bonnie Bedelia) en la primera parte.
A pesar de ese esquema habitual, con detonaciones masivas, persecuciones, peleas y combates armados de gradual intensidad y exuberancia, ‘La Jungla 4.0’ no satisface las expectativas de un espectador que afronta, en cuanto arranca el filme, que Bruce Willis se aleja del McClane que todos recordaban y advierte que Wiseman no es, ni de lejos, una sombra de McTiernan o Harlin. El dato curioso, de forma inaudita, se centra en el doblaje del gran Ramón Langa, que subyace en la personalidad de Bruce Willis desde la época de ‘Luz de luna’ y se beneficia de algunas expresiones propias de las primeras películas de McClane, así como parte del lenguaje malsonante y cínico que, parece ser, se ha perdido en la versión americana, que musita con la boca pequeña el ilustrativo “Yippee Ki Yay, hijo de puta”.
Una película que deleitará a aquellos que buscan acción artificiosa, sin coartadas, pero que decepcionará a aquellos nostálgicos que escucharán, interiormente, el himno de la alegría con menos fuerza que nunca.