martes, 21 de septiembre de 2004

52 Festival de Cine de Donosti (IV)

La Sección Oficial levanta el vuelo
El cine español no atraviesa uno de sus mejores momentos. Ni en su apartado de mercado, ni en el terreno creativo. Eso es una evidencia irrefutable. Por eso, había mucho miedo a la hora de juzgar la única película española a concurso del festival. Y la verdad es que ‘Horas de luz’, de Manolo Matji, pese a no destacar en exceso por su amplitud de virtudes, merece todo el respeto por tratarse de una más que decente obra con ritmo, bien construida y con la eficacia como único propósito contenido.
La historia, inspirada en un caso real, se centra en la relación de José Garfia, condenado a más de cien años por el asesinato de tres personas, y Marimar, enfermera que se enamora del aparentemente peligroso recluso. A lo largo de la cinta, todo resulta amenizado por una cadencia de situaciones que fluyen entre el empalago de un drama romántico y el género carcelario, contexto que sirve para conceder el privilegio al personaje de Alberto San Juan de una lectura positiva. Y con esto, la fábula amorosa de Matji se transforma en un melifluo folletín lleno de situaciones ornamentadas en la máxima del amor como motor de la vida que convierte a las personas en mejores seres humanos. Sobre esta idea, el director de ‘La guerra de los locos’ recrea una historia almibarada donde nada molesta y todo fluye, donde la violencia carcelaria es enérgica y las reacciones humanas brotan con indulgencia y comprensión, haciéndose extensible al espectador. Una correcta película que, sin ser una obra fascinante, sí despierta la simpatía por su armonía visual y narrativa apoyada también un reparto en el que sobresalen más sus secundarios que Emma Suárez y Alberto San Juan. No se llevará ningún premio, supongo, pero por lo menos la sensación de enmienda en el cine español con esta salvedad en la sección a concurso merece el aplauso de la crítica y la atención del público.
‘San Zimske Noci (Sueño de una noche de invierno)’, de uno de esos grandes cineastas europeos del momento, Goran Paskaljevic, descubrió una nueva genialidad en forma de oda a la necesidad de afecto, a la descomposición mental y humana que ha vivido la zona serbia desde la guerra y su lenta adaptación a la Europa actual. Paskaljevic formula la historia de Lazar, un veterano de la guerra balcánica que regresa a casa tras diez largos años de ausencia, libre y con la idea de liberarse de su pasado y comenzar una nueva vida en un país que también parece desear avanzar hacia un futuro mejor. Al llegar a su casa descubre que está ocupado por Jasna, una mujer que se encarga de criar y su hija Jovana, una niña autista de 12 años, ambas refugiadas bosnias.
Así, Paskaljevic motiva al espectador a meterse en una historia que bucea en el insondable caos de la soledad, del desconcierto y de la insuficiencia emocional de unos personajes heridos, desorientados y carentes de motivaciones, como la joven autista que, ajena, a todo, intenta ser feliz como bien puede. Un ácido y trágico cuento que descubre su fuerza en el compromiso con lo que está contando, componiendo una melancólica pieza naturalista en donde la contundencia de su mensaje y de sus imágenes está fuera de discusión. ‘San Zimske Noci’ alcanza a quien observa un filme con aureola de respeto y credibilidad en su extraña historia de amor, recuperación y pérdida, que energiza una de las mejores películas vistas hasta ahora en la Sección Oficial.
En Zabaltegi, ‘Tarfaya’ de Daoud Aoulad-Syad (director de curioso parecido a Almodóvar, pero tamizado en negro), refleja la terrible realidad de las pateras que cada día llegan a las costas españolas cargadas de inmigrantes en busca de un mundo mejor. En este caso, la de Myriam, una joven de 28 años que intenta desesperadamente alcanzar la libertad. Una película adusta, parsimoniosa y lánguida, que en ningún momento conecta con el universo de historia humana que acomete. Aoulad-Syad divaga por situaciones sin atractivo que deja descansar sobre su mejor virtud: una fotografía preciosa, llena de matices, como contrapunto a la dramática historia que narra. Como cada inmigrante que busca su paraíso de oportunidades los protagonistas luchan por un lugar bajo el sol, pero en este caso sin el elemento conmovedor necesario. Lo que sí se le puede agradecer a Aoulad-Syad es su despego del cualquier atisbo de tremendismo, construyendo para ello una obra de indiscutible valor informativo que, sin denunciar la tragedia del argumento, deja ver en el incierto final la verdad de lo que ha contado. Eso sí, muy tarde.
Tres curiosas piezas más que pasaron por la sección paralela donde se proyectan importantes obras de otros festivales han sido ‘Karpuz kabugundan gemiler yapmak (Boats Out of Watermelon Rinds)’, del turco Ahmet Uluçay, una pequeña historia bastante ‘freak’ y desordenada sobre dos chavales adolescentes que, en un mundo de miseria y cotidianidad, sobrellevan sus problemas de la edad, consistentes en los amores juveniles y sus deseos de ser directores de cine. Uluçay brinda así una fábula costumbrista en la que insertas nuevas formas de narrativa fílmica, de enloquecimiento visual y argumental digno de las comedias ‘slapstick’, con golpes de humor desternillantes y una raíz que bebe de la intrascendencia para lograr el propósito del que habla la cinta: entretener.
También produjo interés ‘Beautiful Boxer’, del tailandés Ekachai Uekrongtham que, en un prodigioso ‘tour de force’ visual en el que se nota un más que holgado presupuesto, ahonda en la historia real del famoso boxeador travestido tailandés Parinya Charoenphol (conocido cariñosamente en Tailandia como Nong Toom), una película llena de intenciones que concede lo que promete sin exponerse a la polémica. Un melodrama con luchas de ‘kickboxing’, comprensiva y tolerante y algo empalagosa tanto en su forma como en su fondo. Pero si una película merece el aplauso enfurecido en esta sección, ésta ha sido ‘In die hand geschrieben’, de Rouven Blankenfeld, la película más enferma, oscura, demencial e incómoda desde hace años. La película alemana es una torva historia de desprecio, de sometimiento, de agresión y humillación que sufre una inocente ama de casa por parte de su cínico marido y un padre tetraplégico que le hacen la vida imposible. El ultracatolicismo, la enajenación y un componente muy alto de perturbación narrativa y argumental (unas pesadillas que pocos olvidarán) basado en el efecto realista de la imagen impactante hacen de este breve desvarío cinematográfico una de las obras más repugnantemente interesantes del festival. Si hubiera un premio al riesgo creativo, ‘In die hand geschrieben’, sería la ganadora.
Annette Bening ya está en San Sebastián para recibir esta misma noche el segundo de los tres Premios Donosita. Una actriz que ha sabido elegir sus papeles basándose en un instinto natural que la han convertido en una de las intérpretes más carismáticas del Hollywood moderno. La Marquesa de Merteuil, la mentirosa Myra Langtry, la seductora Virginia Hill, la crédula Barbara Land, la egoísta Carolyn Burnham o la inestable Julia son personajes que no hubieran encontrado su trascenencia si no tuviera detrás a esta camaleónica actriz que fuera lanzada con ‘The Grifters’, de Stephen Frears y que hiciera sentar la cabeza al ‘don Juan’ Warren Beatty. Inteligente y polifacética, imprevisible y seductora, la actriz (encantada con estar por estos lares) presenta además ‘Being Julia’, la última película del prestigioso autor de culto István Szabó.

lunes, 20 de septiembre de 2004

From Hell: un día en el festival

Es agotador. Parece que uno viene aquí a engordar unos kilitos y a echarse unas risas con unos colegas 'freakies' a los que os imagináis con gafas de pasta y boligrafos de esos con linternitas donde apuntan fernéticos y resabidos sus notas para luego critticar en cafeterías de círculos pedantes. Nada más lejos de la realidad.
Hoy ha habido un momento en que me hubiera gustado asistir a un festival musical y no a uno de cine, ya que en el musical al menos bebes y te emborrachas con amigos y lo de menos son los grupos de rock.
Ha sido frenético. Y está siendo así todos los días de este festival que, por alguna extraña razón, me estoy tomando mucho más en serio (en cuanto a labores periodísticas) que cualquier otro.
Ayer llegué a las 2:30 AM a la pensión y hasta las 4:00 no concilié el sueño. Imágenes a 24 fotogramas por segundo seguían transportando historias en mi enfermiza cabeza. Horroroso.
Me he levantado a las 8:20 para darme una de esas duchas de agua helada que hacen emular a Farinelli en pleno éxito vociferante. Desayuno consistente en un café acojonante con espumilla bien surtida (de 'gourmette', que diría Tarantino) y un enorme croissant que he devorado en apenas 7 minutos. He ojeado lo que pasa en este insidioso mundo en el que vivimos (he visto que perdió mi Athletic, vaya) y raudo y veloz he ido ido a ver a las 9:30 una película llamada (ver crónica) llamada ‘In die hand geschrieben’, de Rouven Blankenfeld, en la que, por ejemplo y para que os hagáis una idea, una ama de casa sometida y harta lava a su padre tertraplégico que se acaba de cagar encima y le mete el paño (con restos y tropezoncillos de la ponzoña) en la boca ¿Bien, no?
He salido a las 11:15 porque la peli ha durado poco (de ahí su efectividad) y he podido plantear un poco la extensa crónica de hoy en la sala de prensa. A las 12:00 otra película, en este caso ‘San Zimske Noci (Sueño de una noche de invierno)’, de Goran Paskaljevic que, debido a que me ha gustado y me he quedado hasta el final, se ha alargado hasta las 13:50. Con toda la prisa del mundo, sobre las 14:40 he escrito como bien he podido y mi talento me ha dejado (creo que nunca he pensado, he escrito y repasado a la vez tan ráido como esta mañana) para salir a toda hostia en dirección al 'Juantxo' para comer ¡atención! un sabroso bocadillo de chorizo cocido que he podido degustar en menos de 6 minutos porque a las 15:00 me esperaba Walter Sales con su más que impresionante 'Diario de motocicletas' que mañana comentaré.
He salido sabiendo que había una película española que no he visto a las 17:30. Ahora a las 19:30 toca otra de sección oficial quie tengo que ver. Salgo sobre las 21:30 hacia el 'Juantxo' de nuevo para repostar con una buena pitanza en forma de bocata a lo vasco y a las 22:00 una nueva sesión de una película que tampoco pinta mal.
Para acabar, a las 0:00, la última de Zabaltegi que, a buen seguro, también me zampo.
Es mucho 'estrés'. Aquí no se disfruta. Esta tarde me han metido en la taquilla la invitación anual de Sogetel (que se la dan a los que llevan viniendo tiempo, no a los novatos) con la que puedo entrar en la sala VIP del María Cristina a beber ingentes cantidades de cerveza fresquita (también hay champán) y comer sus deliciosos canapés. Así que aprovecharé hasta que llegue el momento de preparar mis ojos a otra película procedente de otro continente o país que jamás visitaré.
Y mañana, más de lo mismo.
PD: por cierto, amigos, que las estoy pasando putas para colgar cada día como Dios manda estas crónicas en la weblog.
PD2: He dejado una foto en la que, como en esas gilipolleces de las 7 diferencias, tenéis que encontrar a alguien conocido...

52 Festival de Cine de Donosti (III)

Winterbottom escandaliza y trastorna los ojos del espectador
Es el festival de San Sebastián un escaparate de imágenes, de historias, de cinematografías heterogéneas, propuestas que pueden gustar, contrariar, hacer reír, entristecer o, como bien suscitó ayer ‘9 Songs’, de Michael Winterbottom, una de las películas más esperadas en la Sección Oficial, la polémica y la perturbación en el convulso espectador que pudo asistir a los dos primeros pases. ‘9 Songs’ podría muy bien haberse titulados ‘9 polvos y 9 canciones’, debido a una estructura delimitada a varios momentos de diversos grupos de ‘punk-rock’ que se alternan con secuencias de sexo explícito, pornografía artística con actos carnales en los que la cámara, siempre certera y adecuada de un director enamorado del buen cine y de la plástica composición de celuloide y sentimientos, se mantiene absorta en el acto lúbrico del amor.
Esta película se puede tomar desde dos perspectivas; una, la de lo que es: la aventurada invitación a la relación efímera y apasionada entre dos jóvenes que se conocen en un concierto y tienen una aventura apasionada basada en el sexo, ‘affaire’ realista y realístico, materialista, de las relaciones heterosexuales modernas donde impera el placer sicalíptico por encima del romanticismo. Y por otro lado, la de la profusión de concupiscencia visual donde hay penetraciones, felaciones y juegos eróticos sexuales que rebasan cualquier ilusión del que asiste a ver algo más que movimientos de pelvis y sudor en las sábanas. Winterbottom no ha realizado un filme al que se le pueda colocar la etiqueta de ‘X’. Eso hubiera sido un paso atrás en su excelente y reconocida filmografía. El director de ‘Wonderland’ aboga por la naturalidad de los actos amatorios, como una forma de encuentro y conocimiento hermosa y poética que encuentra su mejor cómplice en la música de Michael Nyman, trasladándola a la metáfora, a la frialdad de estas relaciones que, solidificadas a través de la sexualidad imaginativa, despierta el amor. Destaca la labor de dos actores como Kieran O'Brien y Margot Stilley, valientes intérpretes que, sin ningún pudor y con la sinceridad del proyecto expuesto, aceptan el juego y lo llevan hasta sus últimas consecuencias. Una película que levantó aplausos (y otros músculos) y silbidos. El sexo sigue siendo molesto para ver en la pantalla. Eso está claro. Aunque Winterbottom recurra a su habitual maestría de narrar la vida tal y como es. Sin tapujos y bajo los acordes de The Dandy Warhols, Franz Ferdinand, Bobby Gillespie, Bob Hardy o Alex Kapranos, ‘9 Songs’ brilla por su honestidad e intrepidez, comprometida con su historia solidifica una sincera muestra de libertad.
Un habitual del certamen donostiarra, el argentino Adolfo Aristarain, que ya triunfó aquí con ‘Un lugar en la frontera’, ‘Lugares comunes’ o ‘Martin (Hache)’, presentó su inacabable ‘Roma’, un drama existencial que narra la vida de Joaquín Góñez, un escritor en horas bajas que rememora su vida a través de su transcriptor Manuel Cueto, joven periodista que queda fascinado con la vida del fascinante y veterano autor. Así, y por enésima vez, Aristarin se consolida como un historiógrafo puntilloso de la historia de su país, desglosando ambientes, situaciones políticas e intelectuales de cada etapa en la que se detiene. Para Aristarain sigue siendo fundamental la traumática ausencia del padre, el valor esencial de la madre y el tono liberal y copiosamente ‘cultureta’ de la genealogía histórica y política de Argentina.
El realizador gaucho vuelve a someter al público a una cinta que avanza lentamente, que se detiene en soliloquios pedantes sobre todo tipo de temática musical, cinematográfica, literaria y filosófica. Todos los personajes de ‘Roma’ se estancan en proferir postulados del pensamiento clásico y moderno, hablan de literatura enumerando a autores que hablaron del desasosiego vital, de todo tipo de filósofos con las ansias de cambio y del jazz como influencia sentimental. Aristarain sumerge al espectador en su pretenciosa visión del pasado, en las inquietudes liberales que esconde un bramido de independencia retroactiva y redunda en el estereotipo del hombre sabio, desasosegado y aislado del mundo, huidizo de sus propios recuerdos. Un ‘revival’ generacional que agradará a los hispanohablantes revolucionarios y ‘progres’ que un día creyeron que cambiarían el mundo. A ‘Roma’ le sobra metraje, exceso de ínfulas y adolece de interés, elemento fundamental para que una película pueda considerarse de calidad. A ‘Roma’ no le falta, pero le sobra un poco de pedantería barata para lograrlo.
En Zabaltegi destacó, como era de esperar, la deliciosa ‘Como una imagen’, comedia de la francesa Àgnes Jaoui que, bajo su aparente futilidad, esconde una película intensa y portentosamente construida, llena de recovecos y complicidades en torno a un grupo de intelectuales parisienses cuya vida cotidiana roza lo privativo en su arrastre flemático y paulatino de pasiones comunes, de traiciones y lealtades. Sinuosa e inteligente incursión en lo más soterrado del arquetípico intelectual francés, ‘Como una imagen’ demuestra, al igual que con su ingeniosa ‘Para todos los gustos’, que el matrimonio creativo formado por Jaoui y Jean-Pierre Bacri es una de las más importantes y referenciales muestras del mejor cine francés que basa su éxito en la sencilla complejidad de un mínimo universo de ideas abiertas y comportamientos cerrados.
Una comedia que hace reír, pero también reflexionar sobre vida cotidiana en la pervive una admirable y alentadora ficción donde la realidad de lo urbano se enturbia con actitudes de personajes cercanos y reconocibles. También se pasó por el Zinemaldia M. Night Shyamalan que dejó con ‘El bosque’ el mejor sabor de cine comercial norteamericano. Una película con William Hurt, Joaquin Phoenix, Adrien Brody, Sigourney Weaver y la jovencísima Bryce Dallas Howard (que estuvo departiendo con dulzura y accesibilidad con los periodistas del festival junto al director de origen hindú). ‘El bosque’ está ambientada en un pueblo rural amenazado por seres sobrenaturales que impiden a los habitantes abandonarlo. Una película que, intencionalmente o no, evoca los relatos infantiles de heroínas adolescentes y lobos amenazantes.
Por último, en el goteo de estrellas que van y vienen y donde los últimos ejemplos se han personificado en Oliver Stone y Annette Benning, se ha dejado notar la presencia de la actriz de moda en el cine español de Leonor Watling, elegida en el somero circo de la estética y el ‘glamour’ como rostro del año, que viene eligiendo una conocida marca de cosméticos y que no es más que la excusa para la pose, la fiesta y el encuentro de los más ‘in’ del festival.

domingo, 19 de septiembre de 2004

52 Festival de Cine de Donosti (II)

La realidad del mundo a través del cine
José Luis Rebordinos, subdirector del Festival de Cine de San Sebastián, recordó ayer, durante la presentación de una de las películas inscritas en Zabaltegi, el compromiso del certamen en esta edición con el cine social, con la realidad del mundo que nos rodea y lo ajenos que permanece a veces el Séptimo Arte ante la constante lucha de algunos creadores por abrir los ojos al mundo a lo que pasa fuera de nuestras fronteras, a la gente que sufre y está desvalida, que pasa hambre y padece miserias.
El cine sirve muchas veces como vehículo a modo de reflejo de las infracondiciones que no vemos, pero que existen. Y ése parece ser el objetivo de esta edición que, en su primer día de Sección Oficial ha sido la nota predominante de la temática de sus dos primeras películas a competición, pero con diferentes objetivos, aunque equiparando sus resultados finales. ‘Brodre’, de la directora Susanne Bier, una de las presencias ya concursantes en pasadas ediciones del festival y autora de obras en las que el amor y el dolor suelen ser la pauta a seguir, escoge estas dos particularidades para narrar una extraña historia de las consecuencias de la guerra (en esta caso, como no podía ser de otra manera, la de Irak) dibujada en la personalidad de un soldado danés que tras sufrir un calvario vuelve a casa para desquiciar con su enajenación a la familia que le creía muerto.
La danesa, pretende arriesgar (y a veces cae en la estupidez) de la propuesta, no desafía en su aserto y destapa los demenciales tópicos del horror bélico y sus secuelas, la pérdida y aceptación posterior de la familia y el reencuentro que acarrea secuelas imborrables. Y no pretende sólo arriesgar en la forma torpe y aburrida de contarlo, ya que se ve su intención de trascendencia en la elección de Ulrich Thompsen y Nicolai Lie Kaas. Actores que a los no habituados al festival no les sonará mucho, pero en cada certamen representan a su país como iconos de la interpretación danesa. Si a esto, se le une el protagonismo estelar de la hermosa actriz Connie Nielsen, acomodada en Hollywood gracias a filmes como ‘Gladiator’,‘Retrato de una obsesión’ y ‘Basic’, tenemos una película llena de pretensiones que se queda en una anodina y absurda idea intencional, pero vacía y aburrida en su consecución.
Algo que vendría muy bien para definir a la más que lenta propuesta del prestigioso François Dupeyorn con ‘Inguélézi’, visión ecuménica y bondadosa de la indulgencia integradora de una viuda que acaba de perder a su marido y que, por azares de la vida, se ve ayudando a un inmigrante kurdo a acceder a Inglaterra, la tierra de las oportunidades para este pobre aislado en un país que no le entiende. El silencio como metáfora de avenencia, la constante y mareante cámara al hombro y una sensación de ‘no está pasando nada’ abordan un producto de fin esperanzador, pero de medios que llevan al bostezo (en incluso invitan a la cabezadita) en una ‘road movie’ que no responde en absoluto a lo que se esperaba del ganador de la Concha de Oro por esa maravilla que fue ‘C’est qoui la vie’.
Ambas películas responden a la intencionalidad de realidad y sociedad del que habla Rebordinos, pero ninguna de ellas son accesibles o albergan algo de interés para conseguir dicho fin. No esperamos en la 52ª Zinemaldia, por tanto, una variedad genérica que permita respirar o reír con comedias. Así que invoquemos porque el nivel vaya subiendo en las sucesivas jornadas.
Siguiendo las pautas estructurales de Dante, Jean-Luc Godard acomete una visión de su cosmos filosofal (síntoma de que se aburre) basado en los apotegmas, aforismos y devaneos con el estoicismo cinematográfico y existencial. El resultado es un insólito filme que no responde a las bases de un documental, ni tampoco a las de la ficción.
Es un ensayo con historia dividido en tres partes: el Infierno, representado en la guerra con un montaje espesito de películas bélicas que homenajean al cine y a la vida y que parece más un sangriento volumen del ‘snuff’ ‘Faces of Death’ que a una pretendida obra ensayística de un hombre acostumbrado a creerse el ombligo de la renovación del cine; el Purgatorio, centrado en una visita a Sarajevo con motivo de los Encuentros Europeos del Libro y que cuaja en la parte más interesante del filme (excepto la visión de Juan Goytisolo divagando y poetizando sin saber muy bien su dirección ni sentido); y el Paraíso, con un breve paisaje bucólico custodiado por marines norteamericanos en un infumable recorrido con balcanes, palestinos e israelíes en un final que deja la sensación de que Godard tiene en su fondo grandes cuestiones que, pese a profetizar su edad provecta y arcaica para los tiempos que corren, tiene aún mucho que decir. Si su creencia de que el pensamiento debería estar basado en la razón y no en afirmaciones irracionales de revelaciones divinas le deja.
Si Godard incluye bajo su concentrada tesis veladas respuestas sobre la vida y la muerte como acercamiento a la intrascendencia del pensamiento actual sobre la sociedad, el excelente documental 'Darwin´s nightmare', arremete contra la conciencia del espectador con la desgarradora realidad del Lago Victoria, en Tanzania, donde se ha introducido una nueva especie de peces gigantescos que ha terminado con toda la fauna del lago, y alrededor del cual ha surgido una industria de enormes dimensiones que, en aras del progreso, está arruinando el equilibrio del país. Su realizador, Hubert Sauper, dignifica su trabajo implicando una metáfora en la que se extrae la frase por todos conocidos “mientras el pobre se muere de hambre, el rico se hace más rico”, y todo ello en una época que sigue utilizando a los países pobres para traficar con armas y las vidas de estos pequeños submundos llenos de pobreza.
Por último, ‘Looking for Fidel’ destapa, otra vez, las vicisitudes de Oliver Stone y su trato con Fidel Castro. Un documental con ritmo, lleno de verdades ocultas e hipocresías evidentes en la forma de dirigir de Castro, que se autodenomina un ‘líder espiritual’ y no un caudillo como deja caer el director de ‘Platoon’. La carencia de libertad, el dinero devaluado, la sindicalización siempre fiel a la gerencia son temas que se unen, de una forma solaz y entretenida conversación entre el dirigente y el cineasta, a temas sobre la libertad de expresión mediática, la crítica al sistema comunista del gobierno cubano que lleva en sus genes la autodestrucción y que le sirve a Castro para atacar constantemente y echar la culpa a USA de cualquier mínima inconsistencia de su gobierno que, históricamente ,encontró en el embargo norteamericano el argumento eficaz para justificar ante la opinión pública nacional, los fracasos de su política económica. Y los cubanos tan contentos, y Fidel engrandecido en cada respuesta, y Stone siendo diáfano dejando ver en Castro una figura apasionante, demagógica, elocuente y dictatorial.
Y mañana, más.

sábado, 18 de septiembre de 2004

52 Festival de Cine de Donosti (I)

El genio de Manhattan desdobla su genialidad
Allen Stewart Konigsberg, nacido en 1935, se ha convertido, con el paso de los años, en un clásico del cine contemporáneo y en el referente cómico más importante de las tres últimas décadas. Escritor, actor y director, el cineasta más típicamente neoyorquino del Séptimo Arte se ha caracterizado a lo largo de su dilatada filmografía por reiterar una y otra vez sus fobias, exorcizar sus fantasmas de hipocondríaco y vencer sus miedos a través de cintas memorables y poco convencionales. El genio de Manhattan abrió ayer el festival donostiarra con ‘Melinda & Melinda’, una demostración de que su cita anual con el cine (lleva tiempo rodando una película por año) no responde a una imposición autoral, sino a un gran momento de creatividad que parece no tener fin. Tanto es así que Woody Allen aporta con este filme una historia que, a priori, parece reunir las características fundamentales de su cine en una magistral composición donde sus personajes habituales vuelven a circunscribirse en un cosmos de relaciones heterosexuales llenas de trabas e imprevistos, unificando encuentros y desencuentros y tipificando lo que responde a aquello que se espera de esta nueva y fructífera etapa como realizador y guionista.
Sin embargo, ‘Melinda & Melinda’ es diferente, arriesgada, y ofrece algo que en sus últimas películas no había dejado ver y que pocas veces ha ofrecido en su filmografía. A través de los ojos de cuatro intelectuales neoyorquinos, Allen juega con el drama y la comedia en un juego de espejos totalmente prodigioso, logrando una oculta lección de la narración cinematográfica en cuanto argumento se refiere. Allen lanza cuatro datos en la vida de una chica de la que todos han oído hablar y, partiendo desde esas visiones de filósofos de café que se aburren, crea dos historias acerca de la misma mujer, pero con dos destinos en manos del generador según sea el cristal con el que la describe. Con esta pauta bipolar, el drama del mejor Allen reflexivo y trascendental se asocia a la comedia que ha venido manejando en los últimos años. Una combinación sorprendente y alucinante.
Esta apasionante mezcla otorga al gran maestro la posibilidad de desafiar el metalenguaje genérico en dos argumentos que se desarrollan con los mismos elementos narrativos en cuanto a giros de guión, pero disolviendo la historia en función de lo optimista de la comedia romántica y lo trágico del melodrama. Con todo esto, Woody Allen demuestra que sus películas anuales pueden llegar mucho más allá del estado de brillantez al que estamos acostumbrados. Y es que la doble Melinda de Allen es una obra de trascendencia intachable que se sitúa a la cabeza de sus mejores trabajos de los últimos diez años. Una pequeña joya.A estas alturas, se podría decir que Woody Allen es un género propio con una genealogía de personajes que abarcan una diversa carrera personal, a menudo autobiográfica, donde ha sabido combinar un desbordante sentido del humor con su visión catastrofista de la vida. Creador de satíricas descripciones de neuróticos personajes urbanos, obsesionados por el amor y la muerte, Allen recogió el primer Premio Donostia de las manos de Pedro Almodóvar. Durante la rueda de prensa, el mítico cineasta afirmó sentirse muy contento con el galardón, arropado por el reparto de su última película Radha Mitchell, Chöe Sevigny, Amanda Peet y Chiwtel Ejofor y mostrando su mejor cara. Desde ayer, el festival le dedica una más que interesante retrospectiva que recoge toda la filmografía del director que reúne obras maestras, películas menores y, sobre todo, películas de Allen de muy difícil acceso.
En Zabaltegi ‘Vera Drake’, de Mike Leight y ‘Nostre musique’, la particular ‘Divina comedia’ a modo de documental de Jean-Luc Godard fueron los platos fuertes de un certamen que acoge hoy el Premio de Cinematografía de la Academia Española a Javier Aguirresarobe, maestro de la luz que sabe convertir los lugares en inspiradas emociones a través de una mirada única en un arte tan denostado últimamente en nuestro país.
En la parte más frívola y ‘glamourosa’, además de Woody Allen (acompañado, cómo no, por Soon-Yi) y su ‘troupe’ ya mencionada, Stephen Frears, John Leguizamo, Michael Winterbottom (que trae bajo su polémico último trabajo ‘9 songs’). San Sesbastián, con Allen, ha jugado a carta segura su presentación. Como dije ayer, la cosa, promete, ahora sólo falta que las expectativas se vean cumplidas.

miércoles, 15 de septiembre de 2004

Que me voy de festival ¡Aupa Donosti!

Mañana mismo me voy a San Sebastián. Estoy ante una nueva asistencia al Festival Internacional de Cine de Donosti. La 52ª Edición. Es mi octavo año yendo, uno sólo sin acreditar. De nuevo estaré allí, en el Kursaal, en los cubos de Moneo, presenciando el que es uno de los mejores festivales del mundo. De nuevo viajaré hacia ocho días de ensueño (uno menos que otros años) a la Bella Easo para devorar la friolera de seis o siete películas diarias, para encontrarme con el cine de todo el mundo que jamás volveré a ver, para ver de cerca de las estrellas que siempre admiré y estar al lado de los cineastas a los que me gustaría parecerme.
Otro año más regreso al Teatro Principal, a los Cines Príncipe, a la playa de la Concha. Caminaré sugestionado por el camino marítimo que lleva al grupo escultórico del ‘Peine del Viento’ de Chillida, intentaré subir al Monte Igeldo y fotografiaré la Isla de Santa Clara y el Barrio de Gros servirá para inspirar nuevas ideas y admirar en ellas la belleza de otro sueño que, de alguna manera, hace que cada año me reencuentre conmigo mismo, con mis deseos y con el vicio de ese prototipo de alimentación universal que es el bocadillo, abanderado en el bar ‘Juantxo’, un trozo de paraíso alimenticio que anualmente me regala los mejores momentos de apetito básico ¡Qué bocadillos, oiga! Mi efusión culinaria sigue conquistando mi endeble y venal voluntad hacia el cenagal más pantanoso de la tentación y la abundancia con esos más que soberbios, insuperables, bocadillos. Ay… con sus pinchos, con su presentación de refectorio divino.
Cómo lo echo de menos a lo largo de todo el año.
San Sebastián es mi segunda ciudad, mi interrupción vital en la que el tiempo no pasa. El Festival donostiarra ha dado a mi memoria muchos de los mejores recuerdos tanto en a nivel cinematográfico, como en un entorno personal de diversión y pensamiento. Y este año volveré con más fuerza que nunca a convergir con lo mejor del cine internacional, como una pequeña larva fílmica que sueña ser recibida algún día en el María Cristina con honores presentando algo, aunque sea a mi prima.
Ocho días en los que, si el tiempo me lo permite (suelo estar muy ocupado cubriendo), os retribuiré vuestras visitas a este foro con el día a día en el festival, con lo mejor en cuanto a cine y procuraré narrar todo el ‘glamour’ y espectáculo que se concentre en un Zinemaldia que promete, este año más que nunca, ser uno de los mejores de su historia.
Si no puedo escribir (algún día es seguro que me pasaré por la weblog para contaros algo), en nueve días estaré otra vez dándoos el coñazo con más cine, cómic, música, literatura e inexplicables anécdotas personales que me han convertido en un neurasténico sin fin. Pero sin falta estaré aquí el día 25.
Este año, además, el Festival y, sobre todo, el mes de octubre, promete cambiar mi oscura y anegada vida de ‘freakie’ sin futuro, oficio ni beneficio.
De momento, mañana os tendréis que conformar con desearme suerte y esperar a que vuelva vuestras pantallas contando algo, en el fondo (como todo en esta vida) intrascendente.
¡Aupa Donosti!
Agur amigos y amigas.

Superman era un pobre hombre, como nosotros

Cuando por primera vez Superman apareció, todo chulo y señorial, en Metrópolis, Lex Luthor era el hombre más rico de la ciudad y estaba metido en prácticamente todos los negocios de la ciudad. Luthor intentó siempre contratar a Superman como su guardaespaldas personal. Pero éste, íntegro y bondadoso, siempre se negó. Luthor representó durante años el cúlmen de la lucidez para un tipo extravagante como yo. La gente siempre ha seguido fiel a la creencia de que Superman era un tío inteligente, cuando en realidad yo siempre he creído fervientemente que es un pobre subnormal que se pone los calzoncillos encima del pantalón, reverenciado por otros ineptos (la sociedad) que le aplauden porque no aciertan a ver que es el mismo periodista que se quita las gafas y es otra persona diferente ¿Pero es que son gilipollas?
Superman, también vengativo y protervo, hizo que Luthor fuera encarcelado porque no pudo llegar a su altura. Fue entonces cuando esta malévola voluntad desplegó un intenso odio hacia hombre del pijama azul y los calzoncillos rojos. Como máxima de la maldad lúcida superpuesta a la filantropía gazmoña, Luthor se hizo con el único pedazo de Kryptonita en la Tierra, se fabricó un anillo con él y desde ese momento mantuvo a raya a Superman. Lex Luthor es el ENEMIGO con mayúsculas, el único malvado sin ningún poder homérico, sin vestirse de pantomimo acorazado. Provisto tan sólo de una manifiesta y prodigiosa inteligencia fue capaz de ganarle la partida a Superman, cuidando de no dejar ningún tipo de huella que lo incriminara. Era simplemente impresionante.
Como aquella fingida muerte suya, provinente del cáncer radioactivo que propagó el anillo en su cuerpo. Todo era una tapadera, para así tener la oportunidad de clonar un nuevo cuerpo (fuerte y libre de los efectos de cáncer) donde residiera su mente. A pesar de que su extraña enfermedad comenzara a afectar a Metrópolis y se le retirara durante tiempo de los cómics, Luthor se mantuvo como una constante amenaza implícita. Como un clon inteligente, como el villano más carismático y sencillo que ha pasado por el noveno arte. La venganza humana de este demiurgo de la maldad cotidiana llegó de la forma más ignominiosa. Cuando nadie se esperaba su vuelta y Clark Kent y Lois Lane se casaron y vivían felices en el mundo real como aguerridos periodistas de sucesos, el maquiavélico antihéroe de los cómics, el verdadero protagonista de Superman, compró el periódico ‘The Planet’ y despidió al intrépido cabeza de familia y retuvo a Lois, haciendo, de paso, que Clark no fuera contratado por nadie. Con el control de la ciudad bajo su pérfido dominio.
Eso es un villano, eso es la representación del Mal, en un formato cotidiano, real y humano. Un hijo puta que te deja sin trabajo y te hace la vida imposible, como existen en la vida real. Por eso, Lex Luthor es la gran baza para aquellos que quieran descubrir en las páginas del cómic al auténtico villano enemigo que un superhéroe pueda encontrar. Y al mismo tiempo, sin armas, sin poderes, sólo con la inteligencia. Por eso, tu jefe, tu pareja, tu socio, por ejemplo, pueden ser un Luthor.
Lo que da como conclusión: Superman, en el fondo, no deja de ser un pobre hombre, un perdedor que puede llegar a triunfar, pero que, si se ve en el paro, no puede hacer nada por muchos y sorprendentes poderes que tenga. Como todos nosotros.

martes, 14 de septiembre de 2004

George Lucas: tocando lo intocable

Lucas ha metido mano a la trilogía que compraremos la semana que viene, como bien sabréis.
Podéis ver las fotos de todos los retoques gracias a The Digital Bits pinchando aquí.
Si es que...

Review 'Mar Adentro', de Alejandro Amenábar

Extraña mezcla de ardid y hermosa fábula
Amenábar compone una interesante película consciente de la facilidad del drama y sin arriesgar lo más mínimo.
No hace falta explicar mucho sobre la sinopsis de ‘Mar Adentro’, de sobra conocida por todos. Amenábar propone una película de corte intimista, que no aspira a juzgar las razones que impulsaron a Ramón Sampedro a acabar con su vida, sino a comprenderlas. Con este nuevo trabajo, posiblemente el mejor en la corta trayectoria del cineasta, Alejandro Amenábar se descubre fácilmente por su excelente forma de emplear los recursos cinematográficos, muy elegantes y luminosos, aportando una sugerente capacidad de seducir al espectador, es decir, de llevarlo por dónde él quiere, aspecto fundamental de su eficacia narrativa y visual. Mucho más melodramática que naturalista, ‘Mar adentro’ encuentra un extraño equilibrio en la paradójica intrascendencia de su gravedad temática al proponer, casi de pasada, aspectos morales, detalles políticos y reacciones sociales que se sucedieron en la reclamación de una muerte digna por parte de Sampedro y que, por esa misma razón, nunca asfixia el retrato humano que el director ofrece. Algo reprochable de entrada, ya que se echa de menos un poco más de compromiso por parte de los guionistas. Pero cualquier defecto se escombra con la belleza de lo que se cuenta y cómo se narra en una hermosa historia a modo de inasible paseo entre la vida y la muerte, desde la ventana indiscreta de las ensoñaciones, deseos y voluntades de un hombre que no quiere seguir viviendo.
Como aproximación al drama humano de Sampedro, la película es mucho más que correcta, ya que nunca cae en histrionismos y se afana en buscar que todo resulte lo más creíble posible. ‘Mar adentro’, antes que una obra de tesis, pretende ser una reivindicación de la libertad del ser humano para tutelar su destino a través de los ojos de un hombre impedido que encuentra su objetivo final en la muerte. Pero, lejos de la prometida trascendencia de la trama y su discurso inicial, Amenábar se salvaguarda de cualquier estereotipo cuidando mucho no ceder a lo fácil, jugando con el humor blanco, pero sin resultar gracioso, aparentando ser profundo, sin cruzar nunca los límites que conlleve a cualquier polémica por lo espinoso de su fondo argumental. Encuentra así la fórmula perfecta para que el público caiga rendido ante su historia.
Y es cuando el niño prodigio del cine español, sólo en este sentido, resulta más honesto que nunca. Porque es consciente tanto de sus virtudes como de sus limitaciones. Aún así, ‘Mar adentro’ huele a muchas cosas vistas, como una amalgama analítica de trucos narrativos que embriagan, que llegan al corazón del público mucho antes que a la cabeza. Una astucia totalmente plausible con el melodrama, pero nada justificable con su fondo real. Estamos por tanto ante una película desprovista de riesgo, ya que nunca una cinta antes en el cine español había sido tan mediatizada, había escogido una historia real tan célebre y polémica o se había apoyado en el director de moda del cine español y en el mejor actor europeo, unido al drama que utiliza las mismas formas y recursos estrcuturales que los filmes dramáticos americanos que comulgan tan bien con el gran público. Si a eso unimos el perfecto engranaje de una promoción perfecta que ha saturado cualquier previsión, tenemos un taquillazo seguro. Como es el caso de ‘Mar adentro’.
Amenábar cae, sin embargo, en el ‘tear jerker’, es decir, el género destinado a verse en la sala de cine provisto de una caja de ‘kleenex’ reservados a enjugar las lágrimas del espectador. Son películas sin demasiada personalidad ni carácter, pero que logran contagiar al público una historia dramática que arrolla y desarma. Ha funcionado siempre. Ejemplos de ello son cintas más o menos recordadas como ‘Magnolias de acero’, ‘Lorenzo’s Oil’, ‘Otoño en Nueva York’ o ‘En la habitación’. Algo así como el ‘boom’ lacrimógeno que en su día fueran ‘Kramer contra Kramer’ y ‘Campeón’. La gran ventaja de ‘Mar adentro’ sobre estas películas es su intención de reflexionar sobre la muerte vista desde la vida, donde el deseo de morir, el deseo de una dignidad asociada a esa muerte es visto desde la perspectiva de quien no puede valerse por sí mismo. A Amenábar le hubiera gustado que su cuarta película supusiera para el espectador una reconciliación con el cine español mediante una cercanía necesaria que hace de la pantalla un sugerente viaje para enfrentarnos al mundo. Pero no es así, fundamentalmente por el esquivo enfoque que el realizador tiene ante un tema tan complicado como la eutanasia.
‘Mar adentro’ se refiere a ese ámbito de autonomía personal en que cada hombre es libre de vivir o morir, para así, presentar como ejercicio de afirmación vitalista la posición de Ramón Sampedro ante la vida y la muerte. Se supone que estar atado a una cama durante tres décadas es signo evidente de impotencia y que ello puede conllevar a la máxima de que el hombre es dueño de sus decisiones y, como tal, proclama su derecho a morir, libre de ataduras jurídicas o morales. Pero Amenábar, llevado por su pensamiento único que sustenta su ideología positivista y laicista, no se compromete ante la situación de Sampedro. En ‘Mar adentro’ Sampedro quiere morir, añora la muerte, pero no en un sentido vitalista a lo Millán Astray, sino como negación absoluta a la posibilidad de un significado de existencia. En las secuencias en las que cualquier secundario le ofrece razones para vivir, el tetraplégico las rechaza temiendo que su consistencia destroce sus esquemas.
Por el contrario, ningún personaje encarna la concepción de la vida como don, sino que el planteamiento es exclusivamente emocional o de sentido común. Amenábar y Mateo Gil no han querido profundizar en los porqués de la vida o la muerte, tal vez por lo problemático que esto hubiera supuesto para ahondar en su historia. Así, la actitud de Sampedro, impasible y convencida, expuesta a través de la mirada hagiográfica y la valentía, es descubierta como irrefutable y convincente para todos. ‘Mar adentro’ responde a un diseño de tiralíneas para graduar el elemento ideológico. Dentro de este terreno, cabe destacar esa absurda secuencia pretendidamente cómica que enfrenta al héroe Sampedro con un sacerdote tetraplégico que le visita para convencerle y animarle a seguir viviendo. En ella, para obtener la simpatía del público y acercar a la decisión de Ramón, Amenábar ridiculiza a la Iglesia de forma anticlerical, apelando a la risa y rompiendo a su vez la contención dramática y seriedad de toda la película, llegando a afirmar que la Iglesia defiende la pena de muerte. Y todos tan contentos. Con la risa de ver a un sacerdote machacado verbalmente por Sampedro. Y todo, en aras de la libertad personal del protagonista.
A pesar de ello, es ‘Mar adentro’ un viaje fascinante, una realidad matizada con toques de ficción y un tono naturalista en la fotografía de nítida luz natural y talento del genio que es Javier Aguirresarobe, al servicio del trabajo indiscutible de Amenábar, portentoso director de actores, narrador visual y realizador deslumbrante. Pero su destreza visual no impide reconocer la carencia de integridad con el tipo de historia que está contando. Sus pretensiones ‘transculturales’, la visión americana de espectáculo que demuestra (utilizando cabezas calientes, travellings efectistas y demás técnicas de dirección –llegando a lo irrisorio en esa fantasía volátil del protagonista por las montañas hasta llegar al mar donde encontramos a la chica caminando por la orilla), le hacen caer en su principal error. Y no es más que dejarse notar demasiado, estar presente en cada plano, otorgarse un protagonismo excesivo que resta concentración al drama de Sampedro. Esta omnipresencia de Amenábar se ha dejado ver ya no sólo en la profusa y cansina promoción (incluida su ‘salida del armario’), sino dentro de la película, incluyendo secuencias en catalán y gallego (se ha echado de menos algo en euskera, que ya puestos…) que permita a todo el público tener una razón para ver esta película. A Amenábar le interesa, por encima de todas las cosas, que ‘Mar adentro’ sea lo más comercial posible, que traspase fronteras, que gane premios y que esté en boca de todos. Una cualidad que no caracteriza a una película intimista como es ésta.
Además, el cómplice vouyerismo, la facilidad para entrar y salir de atmósferas, estancias físicas y simbólicas, son connotaciones también presentes en una irregular cinta que consigue que sus virtudes aplaquen sus múltiples defectos. Como que el cineasta chileno siga jugando a componer, introduciendo sus ‘partituras silbadas’ en momentos en los que el énfasis emocional necesita de ella para lograr multiplicar su resultado o recurrir a canciones populares, como ese 'Nessun dorma' que queda perfectamente en su juego de manipulación. Un juego que conjuga lo peor de sus propósitos ‘americanofilos’ y efectistas en su epílogo, colmado de actitud moralizante, desperdiciando el cautivador final del suicidio de Sampedro para volver al plano más alegórico de la cinta; el momento en el que el personaje de Bardem flota en el mar después del golpe que acabó con su movilidad, revelando el instante en el que, para el propio personaje, debería haber acabado su vida. Todos los años de sufrimiento. Un símbolo de paz.
Ahora bien, el film resulta en todo momento más interesante por el plantel de actores que por el propio trabajo de Amenábar que, todo hay que decirlo, realiza una prodigiosa dirección de actores. Contrariamente a la sensación de estar viendo a Javier Bardem componiendo, magistralmente si duda, a Sampedro, el espectador sale fascinado por la que es una de sus habituales interpretaciones. Que es lo mismo que decir que el mejor actor español del momento aporte al cine otra lección de interpretación magistral, tanto en composición física, como en la elaboración de un extraordinario acento gallego. Un actor para el que se están acabando los adjetivos ponderativos. No son ajenos a este logro los mejores secundarios que se hayan visto en mucho tiempo. Desde el sorprendente descubrimiento de Mabel Rivera (lo mejor junto a Bardem de la cinta), la serenidad de Clara Segura, la magnificencia de Lola Dueñas y la admirable voluntad de Belén Rueda hasta las imprescindibles presencias de Celso Bugallo y Joan Dalmau, todos excepcionales dando vida a los que rodearon a Ramón Sampedro.
‘Mar adentro’ no es una versión campechana e individual de ‘Tristan e Isolda’, de Wagner. Ni lo pretende. Tampoco es la obra maestra que muchos pretender hacer ver. ‘Mar adentro’ es, simplemente, una extraña mezcla de ardid y hermosa fábula, síntesis de la sensación de vida y el deseo de muerte asociado a la dualidad de vivir muriendo poco a poco.
Miguel Á. Refoyo © 2004

lunes, 13 de septiembre de 2004

Los 80 y John Hughes: ‘El club de los 5’

Empiezo este post reivindicando, como hombre perdido de toda corriente existencial e ideológica que soy, el cine de los 80. Sí, “otra vez” diréis. Pero sé a ciencia cierta que lo agradecéis porque echáis de menos aquella época, aquellos tiempos de divertimento sin fin con el cine. Todos sabemos que el cine actual está mal. No disfrutamos como antes. Necesitamos echar mano de la nostalgia para entender que aquello no fue un sueño, que el cine que nos hizo SENTIR cuando ibais a una sala de cine era como si asistierais a un espectáculo ¿Os acordáis? ¿No lo echáis de menos? Yo sí. Y sé que muchos de vosotros también. Cine de los 80 ¿Qué es? ¿Cómo nos afectó? Haceros esta pregunta. Todos tenemos recuerdos inolvidables de cuando íbamos al cine y salíamos realmente alterados, creyendo que la película que vimos entonces era la hostia. Lo mejor, la complacencia de pequeños momentos que configuran nuestra vida ulterior. Y esos momentos, algún día se echan mucho de menos, que es lo que me pasa a mí últimamente. Tendremos tiempos de hablar de ‘Regreso al futuro’, ‘Goonies’, ‘El secreto de la pirámide’, ‘Gremlins’, ‘Indiana Jones’, ‘E.T.’, ‘Carretera al infierno’ y de todo aquel cine que nos curtió como pequeños ‘freakies’ que se han convertido en hombres de bien. Pero hoy toca algo de comedia ‘teenager’. Ahora las comedias ‘teenagers’ ya no son lo que eran. Ver ‘American Pie’ o ‘Colega ¿dónde está mi coche?’ puede estar bien, pero ya no es como antes.
Las High Schools yanquis ya no son lo mismo. Recordad los 80, amigos. Cerrar los ojos y sentid que estáis allí. Muchos hemos conocido aquella época y no es, precisamente, lo que nos muestra Colomo en la serie de Telecinco. Ni mucho menos. No podemos negarnos a la nostalgia, al recuerdo, a nuestra vida, a la reconfortante sensación de vuestra infancia, de vuestra adolescencia. Y pienso yo “Qué bagaje visual más acojonante tenemos”. Bueno a lo que voy. Hoy, pequeñuelos, toca ‘The breakfast club’. Sí, sí, ‘El club de los 5’. Todos sabemos que el cine ‘teenager’ ha sido un género con más despropósitos que otra cosa. Pero no siempre fue así. Existía de todo desde las ‘High School movies’, hasta chorradas olvidables, pasando, eso sí, por las ‘Spring break’, el género que haría famoso a unos de las influencias más importantes del cine de los 80. El cine y televisión contemporáneos siempre tendrán que agradecer a un hombre, John Hughes, parte de una mitología que no se puede olvidar. Muchas de sus películas, muy maltratadas en su época por la crítica, son hoy en día objeto de culto. Películas que todos recordamos con afabilidad y melancolía.
Ejemplos como ‘La chica de rosa’, ‘16 velas’, ‘Todo en un dia’ y la cinta que hoy nos ocupa ‘El club de los 5’. Hughes prescribió la moda ‘teenager’ y abrió el camino de una actitud, de una música actualmente inolvidable y de los gustos de una buena parte del público adolescente. Kevin Smith, entre otros, puede dar buena fe de ello. Es uno de los ‘fans’ más reconocidos de este genio de nuestros añorados 80. Recuerdo haber ido con todos mis primos. Yo tenía 10 años y ya sabía que aquello del cine era un vicio y una necesidad. El cine se había convertido en algo como el agua, como la comida, como dormir (esto último se ha visto mermado muchas veces por el ímpetu cinéfago que he puesto a mi vida cinefila). Pues bien con 10 años vi una de las películas que marcarían gran parte de mi infancia y adolescencia. Para mí ‘El club de los 5’ durante años fue LA PELÍCULA de personajes más importante en un lapso de tiempo en el que las películas eran más que simples películas, eran sensaciones. La vi en el Coliseum, unos meses antes de ver ‘Regreso al futuro’, que se convertiría en un pilar de mi vida.
‘El club de los 5’ empezaba con aquel castigo, con aquel profesor (Paul Gleason) que era un gilipollas que imponía un trabajo a cinco jóvenes que, en un primer momento, parecían subnormales todos ellos. Un absurdo trabajo. Todo empezaba como el típico telefilme americano. Un inicio de una especie de lección moral. Y partir de ahí empieza lo bueno... No conocemos a nadie. Resulta extraño percibir a personalidades arquetípicas. Nadie estaba preparado para lo que se avecinaba. Nadie se imaginaba que estábamos ante un clásico, ante un peliculón. Una película insondable, oscura, conmovedora y descomunalmente divertida. Cinco chicos en un sábado. Presentados según iban llegando al colegio. Un primer acto en el que el tema principal es el conocimiento de todos ellos, una magistral presentación de los cinco, tres chicos y dos chicas, que están destinados no sólo a aguantarse, sino a conocerse, a compartir unas horas que se convertirán en una amistad verdadera.
El guión es una lección excelente de penetración psicológica entre diversas personalidades mostradas sin el menor tono de moralismo. Son como son. Y allí estaban... ¡Joder! Se me pone la carne de pollo. Instalados en una biblioteca nos muestran a todos los chavales. Allí estaba Andrew, Andrew Clark por supuesto, que no era otro que Emilio Estévez, el hermano de Charlie, el hijo de Martin. Un actor que con el tiempo se ha ido perdiendo en las series de televisión. Por aquel entonces era un rostro conocido, un joven valor norteamericano. Emilio era el deportista. Un líder cohibido que esconde sus miedos detrás de sus triunfos deportivos. Un ganador que es, realidad, un fracasado, un perdedor que nunca dice lo que piensa porque los demás ya piensan por él.
En ‘El club de los 5’ es donde estaba ELLA. Sabéis de quién voy a hablar. La pelirroja más carismática del cine juvenil de los 80. La musa de Hughes. Aquella exuberante chica de labios carnosos y ojos profundos. ¡¡Molly!! ¿Por qué dejaste de hacer cine? ¿Por qué un día te fuiste y no volví a soñar contigo? ¿Por qué? Molly Ringwald no podía interpretar a otra que no fuera a Claire Standish, la pija consentida, la princesita que ha tenido todo en la vida y mira por encima del hombro a sus compañeros, sabiéndose más que ellos. Una pijilla de rosa que, tras esa pose de soberbia altiva, escondía a una pobre chica hundida por la coacción familiar de acatar unas obligaciones y expectativas que ella no quiere cumplir.
Anthony Michael Hall, aquel taheño juvenil que estaba destinado a ser una estrella y acabó por coprotagonizar peliculillas infectas de serie Z con un marciano asquerosillo, era el más pardillo de todos, era el aplicado Brian Johnson. Caracterizaba al empollón, al genio, al inteligente, al sabio, a la puta máquina de los estudios que tiene una total carencia de relaciones sociales, de una timidez impropia de un joven como él. Probablemente el más ‘freak’ de todos ellos. Quedaban los dos PERSONAJES, con mayúsculas, de la película, los dos iconos de la cinta de Hughes que más marcaron entre unos hasta entonces arquetipos. Estaba bien que hubiera un macarra de instituto porque todos veíamos en él al tópico dibujo de un fanfarrón con chupa de cuero y con malas maneras. Eso era lo habitual, lo que hasta el momento era lo frecuente, lo de siempre. Judd Nelson, uno de los actores más carismáticos del cine de los 80 encarnaba a John Bender, el matón del grupo, el intocable, un intimidador que utiliza su simple presencia para amedrentar. Lo recuerdo, recuerdo ver cómo se metía con el pobre Brian, como casi se pega con Andrew, cómo hace llorar a Claire. Pero, de repente, algo imprevisto falla. Cuando va descubriendo que los demás no son tan diferentes a él, que los otros cuatro tienen problemas similares al los suyos. Improvisadamente, sin que el público lo espere, los resentimientos de John salen a flote y se viene abajo, nos alucinó porque el más fuerte de todos llora y nos revela, bajo sus lágrimas, que es el más débil de todos, pero que sabe también cómo funciona la vida.
Y, por último, está mi musa ochentera: Ally Sheddy, la dulce Ally. Allí estaba, una presencia imponente, bajo su mirada encolerizada, estudiando a todos, en silencio. Sin decir nada. No entra al trapo hasta bien entrada la película, hasta que conocemos a casi todos. Ella sigue ahí, Allison Reynolds, una oscura mirada bajo una inquietante presencia. Cuando habla, todo el mundo enmudece y se estremece con la terrible historia que cuenta. Es el PERSONAJE. Cuando siguen contando historias ella cambia, dice que ha mentido y todos vuelven a estremecerse. Llega un punto en que nadie la cree ¿Es cierto que, como dice es alcohólica, drogadicta, es maltratada y promiscua? ¿O es simplemente que tiene un problema de mentira patológica porque nadie en este mundo se ha parado a escucharla? Antes nunca lo supe, pero con los años, lo tuve claro. Allison era el SÍMBOLO de la película. Representaba la juventud de los 80, la juventud que tuvo claro lo que quería ser hasta que llegó un momento en el que sus metas sucumbieron a la incertidumbre de la duda. A la pregunta sin respuesta. Al grito de ayuda que no recibió respuesta.
Diversas personalidades que, como era previsible, terminarán confluyendo en una transitoria amistad y conocimiento. Es impresionante amigos. Ninguna película juvenil, jamás, ha logrado lo que Hughes realizó en 1985. Y aquel final ¿Alguien le puede echar en cara a Hughes una moraleja final? NO, porque no hay. ‘El club de los 5’ no tiene final feliz. Tal vez pueda ser optimista, pero nunca autocomplaciente. Hughes deja de lado su habitual objetivo edulcorado para ir mucho más allá, para indagar en un ideal adolescente que está perdido en su propio desconcierto, en la pérdida de la ilusión y el desapego por las metas existenciales. Y ni siquiera ellos lo saben. Como todo en esta vida, todo aquello que descubrimos que puede ayudarnos a ser felices (en este caso haber encontrado momentos compartidos, en un caso concreto el amor) es transitorio. Todo aquello que queremos nunca está a nuestro alcance. Los convencionalismos y la actitud de rutina escolar volverá a su normalidad la próxima vez que se vean. Han perdido la oportunidad de sus vidas. Y ellos lo saben ¿No os hace pensar? A mí mucho.
‘The breakfast club’ es una lección con varias lecturas, con una clase magistral sobre la vida y nuestro entorno juvenil. Una película que trataba al adolescente (y a los que no lo eran tanto) como espectadores inteligentes, lanzando un mensaje que está por encima casi del propio guión. Un guión envidiable ¿Existe hoy alguien con los suficientes cojones para hacer una película como esta? La respuesta es evidente: también NO. Hughes se las arregló para jugar de forma perfecta con un espacio cerrado, unos cuantos actores y actrices que realizaron el mejor trabajo de sus carreras y una música que hoy es clásica, que vive en nuestra memoria a pesar de nuestros gustos musicales. Suena en mi descolocada mentalidad ‘Don't forget about me', de Simple Minds, aquel ‘Heart Too Hot To Hold’, de Jesse Johnson & Stephanie Sprull, la nostálgica ‘We Are Not Alone’, de la olvidada Karla DeVito o el ‘Fire in the Twilight’, de Wang Chung. He llegado a la conclusión de que esta película es una de esas indiscutiblemente necesarias para la evolución de cualquier persona. Así que, si alguien, por algún y extraño motivo, no la ha visto aún, que se prepare a ver una joya olvidada. Los que ya sepan de su existencia, sólo espero que este post les invoque sus gratos recuerdos y la revisen cuanto antes.