sábado, 4 de junio de 2016

Muhammad Ali: se ha ido “el más grande”

(1942-2016)
“Soy tan rápido que anoche antes de acostarme apagué la luz y me metí en la cama antes de que la habitación estuviera a oscuras”.
Más allá de la figura deportiva, del hombre… Cassius Marcellus Clay Jr. pasará a la historia como una leyenda, como uno de esos inextinguibles mitos con un eminente hueco dentro de las páginas de la Historia. Todo porque Clay, al que todos hemos conocido como Muhammad Ali fue mucho más que un boxeador y que el mejor campeón que ha conocido el universo del boxeo. Dentro y fuera del ring el aurea de revolucionario que forjó su destacada figura siempre estuvo presente desde que en 1960 ganara la medalla de oro en los JJ.OO. de Roma con una sucesión de victorias por K.O. que hasta ese momento habían pasado desapercibidas. Su carisma le llevó a ser una de las personalidades más destacadas en el ámbito sociocultural de una época en la que Clay dictaba las reglas con una gloria ganada puñetazo a puñetazo, pero también con una retórica y filosofía que, bajo el estigma de líder mediático, logró persuadir a las masas con su obstinado ímpetu por defender la igualdad racial en lucha contra el régimen político adocenado y pétreo contra alzamientos de voz como la de este insurrecto campeón.
Su estilo seguía los preceptos de Sugar Ray Robinson y de su célebre “libra por libra”, con un movimiento en el cuadrilátero basado con rápidos movimientos que buscaban la victoria por la vía rápida, definida en una marca ofensiva tan potente como su ‘jab’ y directo con la derecha. Así fue escribiendo su hazaña histórica frente a Patterson, Cooper, Liston, Frazier o Foreman. Hablar de Muhammad Ali va más allá del cuadrilátero, ya que siempre que mencionemos su nombre, sin quererlo, estamos hablando de un hombre transformado en deidad a golpe de “rope a drope” y que, según sus palabras, logró sacudir al mundo. Un adalid de ese bofetón de verdades y coherencias que defendió durante su vida desde su privilegiada posición de héroe mundial gracias a un físico portentoso. Fue campeón del mundo de los pesados con sólo 22 años, en febrero de 1964, en un combate en el que Sonny Liston tiró la toalla. Fue cuando, vinculado a la ideología rebelde y radical de Malcolm X, Cassius Clay dejó de llamarse por su nombre para, abrazando la Nación del Islam, pasar a ser Muhammad Ali.
Y ahí arrancó su hazaña vital y contestataria contra las injusticias del sistema; se negó a ir a la Guerra de Vietnam, insubordinación por la que pasó cinco años inhabilitado, perdiendo su título y cinturón de campeón. Sin embargo, regresó con una única idea: “flotar como una mariposa y picar como una avispa” y recuperó su cetro en 1974 en Kinshasa, Zaire, respaldado con ese céfiro de defensor de los derechos raciales, protector de la coherencia humanista con frases y apotegmas que legitimaron su condición de provocador. Contra un George Foreman que había ganado, nada más y nada menos, que cuarenta combates consecutivos, protagonizó el histórico ‘Rumble in the Jungle’ celebrado el 30 de octubre de 1974 en Zaire, se elevó a los altares del pugilismo mundial con aquel ‘knockout’ en el octavo round que le llevó a ser una leyenda bajo el grito de “bumaye”. Suponía su tercer título de los pesos pesados y a su vez la consecución de un glorioso imperio que sólo tendría otro objetivo deportivo: derrotar con su vigencia de campeón a Joe Frazier, con el que protagonizó una larga y polémica dialéctica fuera de los rings.
Desde aquel instante, aquellas fuerzas de la naturaleza se reunieron en el no menos trascendental ‘Thrilla in Manila’ de Filipinas en 1975. Fue el primer evento retransmitido en versión de pago por la HBO y supuso un cruento espectáculo de golpes, asfixia y calor que dejó como ganador a un Ali que, sin saberse vencedor de la pelea, cayó al suelo fulminado como su rival. Épica deportiva en estado puro. Contra todo pronóstico, Ali elogió a su contrincante de una forma inusitada y pidió perdón públicamente por la arrogancia verbal con la que había tratado a Frazier durante años (le llamaba “Magilla, el gorila”). Después de aquello, perdió su reinado ante Leo Spinks en Las Vegas. Pero como en las grandes gestas de superación, lo volvió a recuperar contra el mismo rival en un recordado combate en Nueva Orleans, aunque no recibió el título porque Ali anunció su retirada.
Ahí zanjaba su proeza dentro del cuadrilátero: 61 combates disputados, 56 victorias (37 por KO) y sólo 5 derrotas. Sólo tres años después fue diagnosticado con la enfermedad de Parkinson, que nunca desvirtuó al genio del ring, si no que le erigió como una figura pública en constante demostración de un espíritu de lucha y superación humana extraordinarios. El boxeador fue siempre un icono que desafío los límites, que se encumbró con su controvertida arrogancia para abandonar ese estatus de altanero dómine cuando su figura continuó haciéndose grande, después de abandonar el deporte y subrayar su grandeza de epopeya transmutando su nombre en inmortal.
Muhammad Ali quedará en nuestras retinas como el mejor boxeador de todos los tiempos, contrastada su efigie casi superheróica con aquel hombre domesticado y enfermo que encendió la llama Olímpica en los Juegos de Atlanta de 1996, el mismo que fue nombrado por la ONU mensajero de la paz al iniciarse en nuevo milenio y que fue condecorado con la Medalla Presidencial a la Libertad. Más allá de eso, Ali será recordado como el más grande y por ser uno de los contribuyentes de que el deporte contemporáneo haya alcanzado diversas cotas de grandeza. Se ha ido EL MEJOR, EL MÁS GRANDE.

jueves, 5 de mayo de 2016

Un cumpleaños muy especial

Justo hoy hace un año se produjo en nuestras vidas el acontecimiento más importante de las mismas. Tal día como hoy, venía al mundo nuestro hijo Iván. Parece mentira. Posiblemente haya sido un año tan especial que cuesta asimilar tanto cambio, desde el acelerado paso del tiempo que ha ido dejando pequeños instantes que no se podrán olvidar jamás, hasta ese maravilloso día a día que impone tanto esfuerzo y compromiso a tiempo completo. El crecimiento de un hijo es una experiencia insustituible reflejada en la constante dinámica de aprendizaje, cambio y exploración en el universo de ese pequeño en constante actitud de exploración y búsqueda. Un año que ha impuesto muchas transformaciones vitales tanto en términos educativos y afectivos como personales y que dictaminan un paso crucial para reflexionar de una forma más consciente sobre la propia experiencia personal, las metas y las necesidades de la familia antes que las de uno mismo.
Mucho antes de nacer, Iván se había convertido en el epicentro de nuestra existencia, pero verle crecer fundamenta una apasionante aventura que se vive intensamente, haciendo que cada avance en su proceso de crecimiento; cada gesto, cada gateo, todas sus sonrisas o sus balbuceos emerjan como motivos suficientes para que cualquier día sea diferente al resto y supongan una hazaña ganada en el absorbente desarrollo de sus recursos autónomos como niño. Pequeños logros que te hacen sentir orgulloso y que van dilatando ese amor irreductible y sin límites. Hoy es un día muy especial que habrá que celebrar como otro más. Como cada día que pasamos a su lado.
¡Felicidades, mi pequeñín!

sábado, 16 de abril de 2016

NBA 2015-2016: El adiós de “La Mamba” y el año del récord de los Warriors

Sin duda alguna, este final de campaña en la NBA ha deparado instantes que deben ser recordados como históricos, tanto por su caldo sentimental como su trascendencia global a nivel deportivo. Como un azote a la memoria y al paso del tiempo, Kobe Bryant cerró su carrera con Los Ángeles Lakers después de veinte años liderando el mítico equipo angelino. Lejos queda aquel 1996 en el que la estrella en ciernes debutó siendo el ‘rookie’ más joven en jugar en la liga profesional y que en sólo dos años pasó a ser el jugador referente de un equipo donde la sombra de Shaquille O’Neal era tan alargada. Con Phil Jackson llegaron los títulos en 2000, 2001 y 2002. Después llegaría la batalla de egos entre los dos colosos de aquel histórico equipo y el posterior declive que se vivió con aquel frustrado ‘fab-four’ ante Detroit con un superequipo también integrado por Karl Malone y Gary Payton.
Tras unos años siendo un referente en la anotación y el espectáculo del mejor basket del mundo, en un momento de cambio y estilo de juego en la NBA, aquella gesta en 2007 con sus 81 puntos en un partido ante los Raptors definían el intervalo del antes y el después del devenir de un baloncesto profesional a unos niveles de fisicidad en los que Bryant respondía con el ‘old style’ heredado de su pasión idólatra por imitar todos y cada uno los movimientos de esa deidad que siempre será Michael Jordan.
Llegarían dos anillos más, con la llegada de un hermano blanco como Pau Gasol en un ‘back to back’ en 2009 y 2010 fue cerrando su carrera con un equipo difuso, carente de piezas fundamentales que fraguó sus peores registros con la marcha del español y la lacra de las lesiones que amenazaron la continuidad de “la Mamba” en lo más alto de las estadísticas. La carrera de un icono gestado en las postrimerías de un baloncesto legendario dejaba el Staples Center anotando 60 puntos contra los Jazz, ante la mirada de un Jack Nicholson retirado de la esfera pública y de rostros de la ciudad del oropel, con el apoyo y la admiración de todo planeta. El antiguo 8 y el actual 24 de los Lakers dejaba escrita su propia leyenda trazada con un estilo y cualidades dignas de los nombres de oro en los fastos del baloncesto.
La metrópolis californiana se queda sin su héroe, ese guerrero cansado y tocado que deja el testigo a una nueva generación de un equipo clásico que necesita urgentemente una reestructuración. Kobe ha demostrado a lo largo de estas dos décadas ser no sólo el único heredero de Jordan, sino el emblema de la competición y el ídolo de una generación de chavales convertidos en hombres que no han conocido la NBA sin el rostro cínico e inconformista de Bryant, de su demoledora actitud en la pista, de su ambición y su acrobático arte con el balón.
MVP de la temporada 2008, dos medallas de oro en los JJ.OO. de Pekín 2008 y de Londres 2012, los mencionados cinco anillos de campeón de la NBA, 18 veces en el quinteto titular del All Star (15 de ellos de forma consecutiva), ha jugado 48.618 minutos en los que ha anotado 33.643, situándose en tercer lugar en toda la historia por detrás de Kareem Abdul-Jabbar (38.387) y Karl Malone (36.928), ha metido más de 50 puntos en 25 partidos a lo largo de su carrera, nueve veces elegido en el mejor quinteto defensivo… Y se va con esos 60 puntos que suponen la anotación más alta de la temporada. Los ‘flash-backs’ de tantos instantes de gloria quedarán como legado de una carrera monumental e irrepetible. Kobe se ha ido y ahora el relevo tiene un rostro y un nombre propio. Y todos sabemos quién es.
Golden State Warriors: La Nueva Era
Por supuesto, no es otro que Stephen Curry. Superado el dinamismo físico de esa era transitoria de LeBron James, el otro acontecimiento que ha marcado el final de esta temporada ha sido el imposible récord establecido por la franquicia de Golden State Warriors, que le ha arrebatado a los Chicago Bulls de la 1995-1996 aquella marca supuso dos cosas; por un lado la consagración del que sería considerado como uno de los mejores equipos de la historia (si no el mejor), y, por otra, la apoteosis de la figura demiúrgica de Michael Jordan en el zénit de su carrera como inalcanzable mito de todos los tiempos. Los de Seve Kerr (integrante de aquella hazaña única) lograron el pasado miércoles llegar al increíble 73-9, en una memorable y escandalosa demostración de poder ante unos Memphis Grizzles que vieron otra marca de locura, la del propio Curry, que superó los 400 triples anotados en una misma temporada.
Estos Warriors están destinados a alimentar los anales de una NBA cuya podadura se esgrime en un cambio radical de juego, de estrategia y de alucinación que abren una nueva dimensión a la mejor liga del mundo y a un estilo de juego que destroza cualquier vía de éxito antes vista. Los de la Bahía de San Francisco imponen con su demoledor juego un eslabón que se aleja del ‘one hit wonder’ que muchos auguraban tras el triunfo del campeonato obtenido el pasado año. Los números dan la razón a la lógica de una nueva potestad dentro de la liga; estos Warriors son capaces de perpetuar durante años esa inmortalización de la gloria con armas que sutilizan la grandeza del juego colectivo y versátil, desde el juego en ataque letal caracterizado por el acierto sin límites en el tiro exterior, la producción combinada de juego grupal, con una efectiva composición del bloque defensivo que genera un juego determinante dentro y fuera de la pintura. Estos Warriors producen un juego basado en la continuidad del eje Curry-Thompson-Green, apoyado en la contributiva aportación del resto de excelentes jugadores para los que los retos van en función de una fiesta a modo de pandilla que sabe conectar fuera del vestuario, algo inaudito en las grandes franquicias. El elemento diferenciador reside en ese espíritu de compañerismo que parece haberse diluido en le resto de la liga con la llegada de los nuevos tiempos.
Los de área de la Bahía de San Francisco comienzan un nuevo período en el que la sensación generalizada es que estamos ante un logro imposible de repetir, haciéndose un lugar entre las dinastías más legendarias de todos los tiempos. Ese ‘small-ball’ desenfadado y divertido, definido en la verticalidad y el ritmo endiablado, basado en el contraataque derivado de una estudiada defensa asfixiante de la línea exterior, sin un pívot claro y fundamentado en la velocidad y la efectividad de la anotación imponen un nuevo esquema que, hasta el día de hoy, ejerce su hegemonía en la mejor liga baloncestística del mundo.
Falta saber si con estos elementos, los Golden State Warriors obtendrán ya no sólo su segundo anillo consecutivo, sino el hecho de establecer un antes y un después en la NBA. De momento, su imprevisibilidad y una identidad diferenciadora del resto de franquicias están redactando un tiempo señero desde el Oracle Arena. Están escribiendo presente y el futuro de este deporte, marcando a fuego su época, su momento. Esta es la era de los Warriors. Y, como esas dos décadas de carrera de Kobe Bryant, vamos a tener el privilegio de haber vivido. Que siga el espectáculo. Y disfrutemos mientras podamos.

miércoles, 13 de abril de 2016

El paso del tiempo y Phil Collins

"Todos deseamos llegar a viejos, y todos negamos que hayamos llegado".
(Francisco de Quevedo).
La vida transcurre rauda ante nuestros ojos y el ciclo de vida impone el inexorable paso del tiempo como causa y efecto de la existencia humana. Como reflejo de ello, el fotógrafo Patrick Balls ha tomado como ejemplo a Phil Collins para, a través de la actualización fotográfica de las portadas de sus discos, evidenciar el pasado y el presente, mostrando el transcurso temporal visible en el antes y el ahora del rostro del cantante.
Algo que Camilo Jose Vergara también muestra en su proyecto ‘Trackin time’, atendiendo a la trasformación urbana en diversas ubicaciones norteamericanas como Los Angeles, Harlem, Detroit o South Bronx, donde ha ido repitiendo la misma foto en el mismo espacio tomadas en diversas décadas con el objetivo de mostrar el cambio evolutivo que también sufren las ciudades con el paso del tiempo.

martes, 5 de abril de 2016

Final NCAA 2016: "el mejor final de la Historia"

Una final de la NCAA, la liga universitaria estadounidense, es, ya de por sí, un evento que paraliza todo el país y se transforma en el foco de aquéllos amantes del baloncesto que saben que este partido es una cita ineludible. Tanto es así, que la propia NBA no tiene jornada el día que se enfrentan las dos facultades que han merecido jugar el colofón de esta ‘march madness (locura de marzo)’ cuya Final Four proclama al mejor conjunto universitario del mundo. Este año los elegidos para la gloria eran Wildcats de Villanova y los Tar Heels de Carolina del Norte.
Más allá del duelo, más allá de la pizarra o de los favoritismos y especulaciones, del impresionante primer tiempo de los Tar Heels desde el perímetro y de la poca circulación en asistencias del balón por parte de los Wildcats, más allá de la recuperación del equipo de Radnor en el segundo tiempo, confiados ante la universidad con la que Michael Jordan (que asistió en persona al evento) se proclamó campeón. Más allá de todo eso, hay que quedarse con uno de los finales más apasionantes y espectaculares que ha dado la historia no sólo del torneo, sino del baloncesto moderno. Ya se ha llamado “el mejor final de la historia”. Puede resultar exagerado, pero no es para menos.
Pongámonos en situación. Quedan 13,5 segundos y Josh Hart encesta los dos tiros libros que colocan a los de Villanova con un 74-71 que pone todo a favor para su equipo. El tiempo muerto por parte de Carolina es inmediato. Cuando salen a la pista, el desajuste parece evidente y Marcus Paige, en un alarde de valentía improvisada, decide lanzar a canasta en un rectificado imposible y anota un triple estratosférico con sólo cuatro segundos para la conclusión. La prórroga estaba servida. Los aficionados de los Tar Heels enloquecen. Michael Jordan no puede creerlo y lanza los brazos al aire.
Sin embargo, no todo estaba escrito. Ahogados por el tiempo, el base Ryan Arcidiacono, a posteriori elegido MOP (Most Outstanding Player) de la final, sube la bola sorteando a todo rival que se le pone por delante para pasar el balón a Kris Jenkins que, con un segundo para finalizar el encuentro, lanza sin oposición en un triple que desmontó de forma fulminante las esperanzas y alegría recién adquiridas por los Tar Heels. Villanova era el nuevo campeón de la NCAA y el NRG Stadium de Houston devolvía la corona a un equipo que no ganaba desde 1985, en una final donde la universidad de Georgetown plagada de estrellas cayó ante esta institución conducida por el legendario entrenador Rollie Massimo que, emocionado, asistió desde la grada a este final de infarto.
El contraste de rostros reflejaba la atroz antítesis de este tipo de finales. La épica del ganador dejaba así las lágrimas y el sufrimiento del que había perdido la final cuando unos segundos antes habían acariciado la prórroga. Roy Williams se quedó sin su tercera corona. Desde 1983, nunca una final se decidió en el último segundo, cuando los N.C. State de Jim Valvano vencieron a los Houston Cougars de Clyde Drexler y Akeem Olajuwon en una última jugada en la que Lorenzo Charles falló un triple lejano que cogió en el aire Dereck Whittenburg y la machacó hasta el fondo en el último suspiro. Aquella final es Historia del baloncesto. A partir de hoy, todos recordaremos como la sangre fría de Kris Jenkins dio la gloria a los Wildcats de Villanova en un partido memorable.

martes, 29 de marzo de 2016

Locky, el virus que encriptó una década de mi vida

Seguro que os habrán contado historias de gente que, afectados por un virus informático, han perdido determinada información valiosa, documentos de extrema valía personal o material fotográfico de un largo periplo de su vida. A estas alturas, permanecemos ajenos a estos dramas con la constante advertencia de un posible contagio que dé al traste con aquello que guardamos en nuestro ordenador o dispositivo informático. Cuando uno lo vive en primera persona no deja de lamentarse y de pensar en pluscuamperfecto con el temido “si hubiera…”, signo de que bajamos la guardia pensando que somos cautos a la hora de proteger nuestros datos y documentos.
La verdad es que nunca es suficiente la alerta en este tipo de imprevistos. Ni siquiera con varias copias de seguridad instaladas en otros discos duros externos. Hace un par de semanas un virus llamado Locky entró en el hardware de mi ordenador y en menos de quince minutos fue capaz de encriptar años de textos y archivos con una rapidez fulminante. Había cifrado guiones, artículos, ideas, bocetos, ensayos, relatos, documentos personales de gran valor sentimental… eso tan terrible que se escucha de vez en cuando, pero instalado en mis archivos. La rapidez de reacción hizo que el virus no encriptara la totalidad de todos los archivos.
¿Qué es Locky? Pues un virus que entra a través de un correo electrónico que contiene un archivo adjunto comprimido y que es, en realidad, un programa malicioso. En este caso, advertía sobre la revisión de un envío postal, algo que hace dudar debido a la actividad de compras en diversas tiendas on-line. Con un encabezado que sugería la información sobre un envío, el texto rezaba lo siguiente: “Estimado cliente. Su pedido será enviado en breve, le pedimos disculpas por los inconvenientes. Por favor, revise la factura en el archivo adjunto para comprobar que es todo correcto”. Y casi sin querer, uno cae en la trampa, máxime si se espera la llegada de alguna compra.
Con el doble click se activó un protocolo de macros que descargaron el virus bloqueador en el sistema. La empresa de seguridad estadounidense Trustwave, través de su blog Spiderlabs, ya avisaba hace poco del grado nocivo de este virus: “Se han emitido cuatro millones de mensajes de ‘spam’ con este malware en los últimos siete días. 200.000 emails en sólo una hora. Esta categoría de malware representa en su conjunto el 18% del total de spam que llega a nuestras bandejas de entrada”. Resulta, además, que este virus proviene de la misma ‘botnet’ que hace un tiempo estuvo infectando miles de sistemas con otro malware llamado Dridex o Bugat para robar dinero de las cuentas bancarias de usuarios y entidades de todo el mundo. Se trata de virus denominados ‘ransomeware’ y su poder de búsqueda es tan potente que en poco tiempo puede cifrar más de 160 tipos de archivos distintos, incluyendo discos duros, códigos fuente y bases de datos.
Bajo un código polimórfico que puede variar su funcionamiento según opera con una estructura de firmas, el virus tiene como objetivo codificar los archivos mediante un cifrado AES, lo que impide al usuario el acceso a la información guardada. Es así como Locky cambia el nombre y la extensión de todo archivo original que encuentra a su paso, sustituyéndolos por otros cifrados de cada uno de los archivos de los discos HDD o SSD pertinentes. Una vez que el virus ha hecho su trabajo, se autodestruye. El objetivo de los ‘hackers’ no es otro que secuestrar los archivos de sus víctimas para pedir un rescate por ellos. En todas las carpetas en las que el virus ha operado se instala un documento de texto con las indicaciones específicas para recuperar la información. En él se pide dinero en forma de ‘bitcoins’, una criptodivisa creada por Satoshi Nakamoto en 2009 ajena a bancos y gobiernos.
Cada una de estas monedas virtuales cuesta 372 euros (415 dólares) y los ciberdelincuentes exigen un pago indefinido de este dinero electrónico por una clave que supuestamente permite abrir y recobrar los archivos cifrados. A un usuario normal le cobran entre medio y dos ‘bitcoins’. Sin embargo, según la NBC, “al Centro Médico Presbiteriano de Hollywood, infectado por Locky el pasado febrero, los atacantes pidieron 9.000 ‘bitcoins’ por valor de 3,7 millones de dólares para desencriptar todas sus bases de datos”. Con esta forma de extorsión, los delincuentes están trazando un plan estratégico que se extiende por todo el mundo con 4.000 nuevos casos de infección por hora, llegando a los 100.000 por día.
Desagraciadamente, los afectados por Locky no podremos recuperar los archivos encriptados por el momento. Y si es que hay una futura solución, parece que no será pronto. Existen, por tanto, tres únicas opciones.
  1. La primera es ceder al chantaje y pagar los ‘bitcoins’, algo que desaconsejan rotundamente por evitar dar continuidad a estos delitos y sufragar así el desarrollo de este tipo de software. Eso, y que nadie garantiza que todos los archivos se restauren.
  2. Otra es que una empresa de recuperación de datos intenté reestablecer la información. Aunque desde Clínica de Datos ya avisan sobre la complejidad de este proceso: “al tratarse de un virus nuevo requiere algo de tiempo, siendo este virus tan agresivo que difiere del malware tradicional en que es capaz de mutar de cifrado para que se imposible acceder a ellos si no es por medio de la clave del hacker”. Sabemos que este método de recuperación también es muy elevado, aunque fiable.
  3. La última es esperar a que, pasado un largo periodo, se pueda descifrar la encriptación y poder recuperar los datos. Es recomendable, por tanto, guardar todos esos archivos con la extensión del virus aguardando una buena noticia por si acaso.
Respecto a esta última alternativa, para algunos miembros del conocido ForoSpyware, fundado por Marcelo Rivero, si Locky ha irrumpido en tu sistema “corres el riesgo de perderlos para siempre y es probable que si te ha afectado de un modo íntegro, tengas que formatear el PC y comenzar desde cero”. Sin embargo, el experto en seguridad informática Juan Carlos Castro Ortiz abre un resquicio a la esperanza asegurando que “es posible que se descifre el patrón de firmas que usan para encriptar y desencriptar, por lo que a medio-largo plazo se pueda recuperar la información”.
La mayoría de software de seguridad de hoy en día no puede proteger en su totalidad los sistemas informáticos de este tipo de virus ‘ransomeware’. Hay que andarse con mucho ojo. Por cierto, los que defendían la idea de que los ordenadores Mac y su gama Apple eran infranqueables a este tipo de virus, deben saber que el destructivo Locky ha logrado transgredir ese férreo muro, como lo ha hecho con Windows, OS X o Linux. “En España (señala Castro Ortiz) no existe una campaña activa de Locky por el momento. En Francia, por ejemplo, ha sido distribuido haciéndose pasar por un correo que incluía una supuesta factura adjunta de uno de los principales operadores de telefonía de internet. Esto sí es una campaña de distribución activa que multiplica el número de infectados de forma increíble”. También señala que “de momento, el número de infecciones es "bajo" y "tolerable", teniendo en cuenta que el número de contagios es escaso debido a la taxonomía del correo, que se encuentra en inglés y bajo un remitente no familiar de la víctima”.
Pero ojo a esto último. En mi caso el texto estaba en castellano, por lo que el temor que suscita este ‘ransomware’ de que en nuestro país se difunda bajo el nombre del algún operador de telefonía, agencia de mensajería y logística o multinacional de gran calado popular no es tan descabellado.
Finalmente a uno no le queda más remedio que asumir el error de abrir el e-mail y aprender una dolorosa lección que a buen seguro no volverá a suceder. No se trata de asustar a nadie, sino de crear una conciencia colectiva sobre los riesgos de este tipo de ataques informáticos. La semana pasada fui yo, pero mañana podríais ser cualquiera de vosotros. La opción más segura y eficaz de cara a este problema sigue siendo no descargar ningún archivo adjunto sin haberlo escaneado con un buen antivirus, evitar enlaces extraños y, sobre todo, no abrir correos de desconocidos. Tampoco estaría de más habilitar la funcionalidad de control de cambios de Microsoft Office y deshabilitar los macros de forma predeterminada. Con ello, sólo espero que mi pérdida de diez años de textos sirva de aviso a otros que estén a tiempo de salvaguardar sus archivos y documentos.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Review 'Spotlight (Spotlight)', de Tom McCarthy

El Demonio sin rostro
‘Spotlight’ escarba, a través de testimonios de víctimas de abusos sexuales, en el suceso destapado por The Boston Globe a principios de siglo que sacó a la luz cientos casos por parte de clérigos que extendió su gravedad a un patrón global solapado por la alta cúpula de la jerarquía católica.
A estas alturas, el conocimiento de miles de escándalos de pederastia en el seno de la iglesia rebela el enquistado y propagado padecimiento en las entrañas de esta milenaria institución con millones de adeptos. Según los versículos 19:14 del capítulo de Mateo en la Biblia, Jesucristo exhortaba aquello de “dejad a los niños se acerque a mí y no les impidáis que vengan, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos”. Una monserga malentendida que ha servido para que el abuso sexual por parte de la cohorte sacerdotal se haya saldado con miles de mártires que han caído en la redes de un patrón global solapado por la más alta cúpula de la jerarquía católica.
El Vaticano, escudado en la argucia de encubrimiento que se extiende a múltiples y diversos niveles, sigue esgrimiendo hoy en día que los obispos no deben ser obligados a denunciar el maltrato a menores, dejando en mano de las víctimas o sus familiares la decisión de requerir medidas policiales y jurídicas al respecto. Mientras tanto, dentro de esta oscura red piramidal se dedican a seguir amedrentando a sus fieles bajo las consignas de un dogma amenazador que ha conseguido construir una coraza chantajista con los casos de pederastia de la Iglesia.
‘Spotlight’, reciente ganadora del Oscar a la mejor película de 2015, recoge el valiente testigo de cineastas como Amy Berg, directora nominada en 2006 por su documental ‘Líbranos del Mal’, que narraba el escalofriante caso de Oliver O'Grady, un párroco que sodomizó a cientos de niños mientras se escondió sin éxito en la defensa de los altos mando de la iglesia americana o ‘An Open Secret’, que no abandona la temática para sumergirse en otro terrorífico acontecimiento como son los abusos sexuales cometidos en los castings de Hollywood por reconocidos profesionales del medio. Tom McCarthy, junto al guionista Josh Singer, adaptan a la gran pantalla un hecho real acaecido entre 1999 y 2002, cuando el equipo de investigación periodístico del diario The Boston Globe llamado Spotlight destapó el escándalo enmascarado de abusos a menores en la archidiócesis de la ciudad, que trató de ocultar la información llegando a un acuerdo extrajudicial con las víctimas para silenciar sus acusaciones.
Con la llegada en 2001 de Marty Baron, el nuevo editor del periódico, se recuperó la investigación que sacó a la luz la sistemática iniquidad de eclesiásticos pederastas a través de 600 casos de abusos, topándose con la negación por parte de las altas esferas políticas y sobre todo católicas dentro de los círculos más selectos de Massachusetts. Finalmente, The Boston Globe consiguió que 249 sacerdotes fueran llevados a juicio por graves delitos sexuales, a pesar de que la red católica silenció muchos de ellos.
Sobre un tema tan espinoso, ‘Spotlight’ ejemplifica una estructura que se ciñe a la línea de investigación del equipo periodístico a través de testimonios de víctimas que esgrimen sus recuerdos de una inocencia arrebatada, sin deleitarse en el dolor o traicionar la verdad en su traslación cinematográfica. Dentro de las pesquisas de los reporteros, se evidencia el duro trabajo no sólo por la resistencia de la Iglesia y sus aliados en los tribunales, la justicia y el gobierno, sino también porque muchos de los violados por curas y sacerdotes se mostraron reacios a revivir aquel denigrante capítulo de sus vidas.
La cinta de McCarthy acerca al espectador a ese trabajo de campo de unos miembros del equipo obstinados en escarbar en un lodazal de oscuras confesiones mediante traumas psicológicos con el fin concreto de garantizar los derechos civiles de información y libertad de expresión. Si hay algo que subraya la voluntad de verismo del filme es que nada se sale de la pauta del realismo que persigue en todo momento. Aquí nadie subestima el valor de una pregunta directa por decreto del guión, sin evasiones de la autenticidad del tenebroso fondo que se denuncia. Los periodistas son humildes trabajadores de la información que se dejan la piel y parte de su vida por cambiar el mundo en busca de reflejar lo que sucede más allá de las apariencias y la falsa legalidad.
McCarthy y Singer, lejos de cualquier tipo de idealización o heroísmo, enfrentan al público a un demonio sin rostro, a un enemigo encubierto que permanece en todo instante en la sombra, sin ninguna representación acusatoria de los altos estamentos católicos más allá de un sacerdote que evidencia la cobardía y el mutismo cómplice de sus acólitos. La personificación del mal, en este caso, es sutilizado como un escorpión venenoso escondido y seguro en la penumbra, esperando picar e infectar a crédulos infantes que verán rota su vida mientras otros devotos católicos giran la espalda y prefieren negar la evidencia, los mismos que imploran compromiso y fe eclesiástica y rezan cada noche por sus intereses. ‘Spotlight’ no es abrasiva e hipócrita con un tema tan delicado. Cuando se destapa el asunto, el Globe recibe del departamento de comunicación de la diócesis de Boston una respuesta que evidencia esa cortina de humo que esconde los pecados y rehúsa cualquier refutación: "No tenemos ningún comentario al respecto".
En consecuencia, se deja entrever hasta qué punto la iglesia es más impenetrable que otros cenáculos como el gobierno federal o influyentes ‘lobbies’. Su poder va más allá, debido a que la insularidad y trascendencia en la sociedad responde a cuestionamientos morales implantados en lo sobrenatural de la Biblia. Cuando Sacha Pfeiffer, una de los componentes de Spotlight le pregunta a una víctima por qué dejó que el cura abusara de él con su consentimiento, su respuesta no deja lugar a dudas: “¿Cómo se le puede decir "no" a Dios?”. Todo el entramado bostoniano del momento va desvelando cómo una cantidad ingente de sacerdotes y curas se aprovecharon de niños procedentes de hogares con carencias económicas y familias fragmentadas, sin obviar cómo el periódico no fue capaz de publicar tal ponzoñoso y patógeno universo hasta que no consiguió la justificación acerca del conocimiento de la jerarquía de la iglesia sobre la magnitud de los hechos y su ocultación.
El periodismo como requisito de libertad para cualquier sociedad
En todo el entramado inculpador, McCarthy nunca cae en el sensacionalismo o un discurso maniqueo sobre una realidad que emerge como un cadáver en un río a medida que las piezas van encajando como un complejo puzzle a modo de tela de araña que enfrenta al equipo de investigación a abogados representantes de decenas de víctimas silenciados por órdenes judiciales de confidencialidad o a otros bien distintos que callan por orden expresa de sus protegidos presbíteros. ‘Spotlight’ se limita a adaptar unos hechos reales fundamentados y contrastados, con intersticios silenciosos que equilibran la intensidad y el impacto emocional que proviene no tanto de ninguna imagen gráfica, sino de la narración oral de las víctimas, sin tener que recurrir a ‘flashbacks’ demonizadores ni a recursos visuales escabrosos más allá de los rostros impotentes e indignados de esos hombres y mujeres que fueron despojados violentamente de su infancia y que viven en el silencio y la renuncia sometidos a una tortura de por vida.
En el aspecto atmosférico, McCarthy y su director de fotografía Masanobu Takayanagi, aportan un sentido de clásico de la complejidad y del tempo fílmico, sin adornarse con malabarismos ni estéticos ni coreografías innecesarias en un cine frontal cuya fotografía afila su visualidad escudada en tono monocromático que persigue la cotidianidad y el naturalismo de lo que se cuenta. Con ello, ‘Spotlight’ aprovecha a la perfección ese estupendo catálogo de protagonistas intercambiables, en el que cada reportero sigue la pista de diferentes derivaciones de un laberinto enmarañado y cruel, sin ahondar en sus conflictos ajenos a la investigación más allá de alguna sutil pincelada de su vida privada.
De este modo, los preceptos de esta película adeudan un compromiso con el ‘thriller político’ de los años 70, sobre todo con ese sentido corrosivo de la inmediatez por mostrar la labor y frustración humana involucrada en la producción de un periodismo veraz, como el de Alan J. Pakula en la referente ‘Todos los hombres del presidente’, pero también cercana a cintas tan distintas como ‘Yo creo en ti’, de Henry Hathaway o ‘Veredicto final’, de Sidney Lumet. ‘Spotlight’ es, además, una obra de brillantez interpretativa al servicio de la historia, en la que McCarthy confía en sus actores todo el potencial dramático que logra un culmen colectivo donde todo su elenco brilla con intensidad; desde Michael Keaton a Mark Ruffalo, Rachel McAdams, John Slattery, Stanley Tucci o Liev Schreiber. Todos están sensacionales y a un nivel superlativo.
No se trata de desacreditar o cuestionar la fe o las creencias arraigadas al folclore fanático instauradas en el conservadurismo más retrógrado, sino de evidenciar la necesidad de hacer valer la libertad y protección de la infancia sin necesidad de temer a una doctrina esgrimida en valores que esconden los intereses de una institución parasitaria que fundamenta su grandeza enarbolada en una economía institucional tan poderosa como irreductible. ‘Spotlight’, en ese sentido, deja ver cómo la lealtad y sometimiento instituyen pactos inescrutables que impiden que los grandes poderes puedan ser derruidos por parte de cualquier jurisprudencia.
Más allá de las críticas y negaciones de las evidencias que han movido a contar esta historia, se trata de una radiografía reveladora que ampara el cuarto poder y la primera enmienda para lanzar un aviso sobre los medios de comunicación y el periodismo de investigación, que no deben ser un lujo, sino una necesidad para todas las sociedades. Por mucho avance tecnológico y multiplicación de voces subjetivas, no debe perderse ese ‘stablishment’ mediático que continúe en su lucha hurgando de forma profesional en la verdad dentro de ese nuevo modelo de comunicación más plural y disperso. Y más, en estos tiempos de “leyes mordazas” empeñadas en vulnerar la libertad de expresión y restringir gravemente derechos fundamentales y principios jurídicos.
Por mucho que la cara amable y artificiosa de la Iglesia imponga con su aceptación la temática y denuncia de la película a través de comunicados para intentar lavar la imagen de pedofilia con una intención de cambio para erradicar los abusos sexuales, ‘Spotlight’ deja una vía de advertencia con una inacabable lista final de delitos semejantes en multitud de países de todo el mundo en los que se exenta de la ley bajo la excusa de ser hombres de Dios. Con esa negligencia, gente como cardenal Bernard Law, uno de los principales acusados de encubrir a cientos de pederastas en Boston, fue enviado clandestinamente a Roma, donde reside con todos los lujos bajo la férrea protección de las altas esferas de la Santa Sede. Peter Saunders, miembro de la comisión vaticana contra la pederastia, señalaba a tenor de casos como este la pasividad del pontífice Jorge Mario Bergoglio, contradiciendo su apócrifa proclamación al decir que “Dios llora por los abusos sexuales de los niños”. Seguramente sea cierto. Al igual que a buen seguro también llora cuando se mira el exorbitado presupuesto operativo del Vaticano, sus beneficios fiscales, ayudas subvencionadas y exención de impuestos en la casi totalidad del mundo católico que opera con libertad bajo los límites de la ley.
McCarthy ha conseguido poner sobre la mesa esa cultura de la ‘omertà’ de la mafia dentro del catolicismo, un estamento que bien podría representar a la Iglesia que protege a individuos que expresan, escudados en una creencia, su confusión al diferenciar entre la actividad sexual consensuada entre adultos y el abuso infantil de niños desprotegidos. Es otro de los graves males del sistema, que seguirá dejando que diáconos y clérigos marquen con su ignominia a pequeños inocentes que podrían ser cualquiera de nuestros hijos y que nunca tendrán una vida normal por esta causa. Y por mucho que se quiera, esta lacra inhumana del catolicismo institucional nunca podrá ser redimida. Llegados a este punto, es donde la denuncia de esta magnífica película es tan sólida e irrebatible como implacable.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2016

lunes, 29 de febrero de 2016

Especial 88ª Edición de los Oscar

Reivindicaciones raciales, insulsez, DiCaprio y sorpresa final
El carácter reivindicativo y la polémica habían marcado de forma previsible el signo de esta gala correspondiente a la 88ª edición de los Premios Oscar. Desde el ‘lobby’ afroamericano instaurado en el Hollywood más poderoso se habían alzado las voces porque intérpretes de enjundia como Idris Elba por ‘Beasts of No Nation’, Michael B. Jordan por ‘Creed’, Samuel L. Jackson por su extraordinaria composición en ‘The Hateful Eight’ o Will Smith, el más discordante ante este tema, con ‘Concussion’, habían quedado fuera de la carrera final por la estatuilla. Eso y que sólo catorce estrellas negras han logrado el galardón a lo largo de la historia de los premios, de los cuales nueve de ellas se han obtenido en el siglo XXI. Si a eso sumamos que el 93% de los más de seis mil miembros de la Academia de Hollywood son de raza blanca y que el 77% son hombres mayores de sesenta años nos da a entender el porqué del malestar en la profesión afroamericana por esa supuesta discriminación racial.
El hecho es que en el instante en que Chris Rcok apareció en el escenario del Kodak Theatre de Los Ángeles toda la gala tomó un cariz de desagravio contra la Academia con cierta libertad e incorrección política para hacer todo tipo de reivindicaciones en torno a ese hastag que encenció las redes sociales, #OscarsSoWhite, como denuncia a la desigualdad racial en los Oscar. El actor afroamericano fue directo al asunto, solicitando con humor y un cinismo incómodo oportunidades para los artistas de color en la industria, con recadito al enfado de Will Smith y su esposa por boicotear este año la velada. Y dejó una perla que todavía debe estar escociendo en las bienpensantes y conservadoras entrañas de estos galardones: “En el segmento ‘In Memoriam’ sólo aparecerá gente negra que ha sido tiroteada por policías”.
Rock fue un anfitrión muy discreto, abordando en sus escasas apariciones una y otra vez el recalcitrante tema étnico y haciendo una segunda versión del número de la ‘pizza’ de Ellen DeGeneres con las galletitas de las ‘girls scouts’ a las que pertenecían, supuestamente, sus dos hijas. A partir de ahí, se puede decir que Rock cumplió su faceta con comedimiento y sin hacer mucho ruido. Muy similar a su presentación de hace once años. Ejerció de anfitrión como esperaba de él. Un maestro de ceremonias funcional y eficaz que hizo prevalecer su etnia y preconizarla a la mínima de cambio. Y sin necesidad de cantar ni de números musicales. Los Goya, en ese sentido, tienen mucho que aprender. Muy correcto y en su papel. Aunque se echó menos más caña después del muy brillante ‘speech’ incial.
El reparto de premios comenzó convirtiendo a la cinta post apocalíptica del veterano George Miller ‘Mad Max: Fury Road’ en una de las grandes protagonistas de la noche. Casi sin que el espectador se diera cuenta, había ganado seis Oscar. Todos técnicos, sí. Pero al fin y al cabo, suponía el reconocimiento subrepticio a una obra arriesgada y contracorriente que ha sido considerada una de las películas más importantes del año pese a su condición de vehemente cinta de acción y adrenalina pura; mejor diseño de vestuario, mejor diseño de producción, mejor maquillaje y peluquería, mejor montaje (la mujer de Miller, Margaret Sixel) y las dos disciplinas de sonido (mejor montaje de sonido y mejor mezcla de sonido), dejaban a la cuarta parte de la saga del guerrero de la carretera como una vencedora moral y como la cinta con más estatuillas de una noche que iba a regalar alguna que otra sorpresa inesperada. Los dos primeros premios a los guiones (Josh Singer y Tom McCarthy por ‘Spotlight’ original y Charles Randolph y Adam McKay por ‘La gran apuesta’ adaptado) comenzaron una palmarés que por previsible no deja de ser justo con los valores artísticos de películas muy destacadas en una estupenda cosecha de películas estrenadas en 2015.
Fue entonces cuando una estupenda (en todos los sentidos) Sarah Silverman dio rienda suelta a su exceso absurdo presentando la canción que a posteriori ganaría el Oscar, ‘Writing’s On The Wall’, de Sam Smith. El tema principal de ‘Spectre’ sirvió a la actriz para hacer comedia y mofa sobre las hipotéticas carencias sexuales y heterosexualidad de James Bond. Puro dislate que dio paso a una desastrosa interpretación de falsetes y gallos por parte de Smith, que cuando ganó avanzada la gala abanderó el movimiento gay reivindicando el orgullo homosexual como una protesta más en una noche de reproches a la Academia (y, de paso, a la sociedad actual occidental).
En este apartado, el cabreo de Anohni (antes Antony Hegarty, de Antony and the Johnsons) por no ser invitado a cantar su canción nominada en detrimento de otros artistas como Lady Gaga que sí cantaron (se supone que por la duración del tema) hicieron que los desafueros de la Academia encontrara otro flanco más de desaprobación en cuanto a su metodología y logística.
Alicia Vikander hizo buenas las apuestas que apuntaban su candidatura como mejor actriz secundaria por ‘La Chica Danesa’, que también protagoniza ‘Ex Machina’, película que no se iría de vacío al obtener el ganador, de modo sorpresivo, a los mejores efectos especiales por encima de otras cintas como ‘El Renacido’, ‘Mad Max’ o la nueva reinvención del mundo galáctico de George Lucas ‘Star Wars: el despertar de la Fuerza’. ‘El renacido’ abría su acumulación de estatuillas con un Oscar muy especial a la mejor fotografía. Era la primera vez que un nominado recibe tres galardones de forma consecutiva. Así, Emmanuel Lubezki pasaba a la historia ganándole la partida a Roger Deakins (trece candidaturas y ni un solo Oscar), John Seale y Ed Lachman. Parecía que la cinta de Iñárritu comenzaba su particular recolección en una noche mágica para su desafío natural que ha conquistado a crítica y público.
La noche ofrecía otra de esas sorpresas inesperadas cuando Mark Rylance se alzó con el premio al mejor actor de reparto por su actuación en ‘El Puente de los Espías’, el filme de Steven Spielberg. Todos daban por hecho que Sylvester Stallone ganaría el Oscar por su composición de Rocky Balboa en ‘Creed’, pero perdió el combate contra todo pronóstico. Chile obtenía su primer Oscar al mejor cortometraje documental por ‘Historia de un Oso’ y ‘Amy’ de Asif Kapadia, sobre la vida de la fallecida Amy Winehouse se llevaba el mejor largometraje documental.
La noche estaba marcada bajo un halo de convencionalismo bastante anodino, con momentos musicales como el de Dave Grohl, que puso música y voz con una versión a capela del ‘Blackbird’ de los Beatles al vídeo que recordó a los profesionales fallecidos el pasado años o la actuación de Lady Gaga al piano, interpretando ‘The Hunting Ground’, poderosa canción sobre el acoso sexual en los campus de Estados Unidos arropada por víctimas de esos abusos y que fue presentado por el vicepresidente del país Joe Biden. Antes László Nemes se llevó a Hungría el Oscar a la mejor película de habla no inglesa por ‘El hijo de Saúl’, otro de esos premios que estaban bastante cantados.
Pero el momento más emotivo y que merece ser recordado en esta edición número 88 de los Oscar fue cuando la platea se puso en pie para ovacionar a la leyenda de la partitura cinematográfica Ennio Morricone, que se fundió en un hermoso abrazo con otro mito del cine, John Williams. Subió emocionado agradeciendo a su mujer todo su apoyo a lo largo de su vida con este primer Oscar a una banda sonora original por ‘Los odiosos ocho’. Había ganado otro, pero fue el Oscar honorífico recibido en 2007. Quentin Tarantino había conseguido que, por fin, la Academia saldara su deuda con uno de los grandes maestros de la historia de la música.
Parecía que todo el pescado estaba vendido. Tan sólo quedaban de entregar las cuatro categorías más importantes de la noche. Y, siguiendo las quinielas, todo cuadraba. Alejandro González Iñárritu ganaba su segundo Oscar consecutivo por ‘El renacido’, un logro que sólo estaba en la mano de deidades de la gran pantalla como John Ford y Joseph Mankiewicz. Lo dedicó a Leonardo DiCaprio y Tom Hardy y recordó el maltrato a la etnia indígena y la erradicación de la discriminación por el color de la piel en los tiempos en que vivimos.
Por su parte, Brie Larson subió resplandeciente a recoger el premio que la designaba como mejor actriz principal por ‘La habitación’ y no se olvidó de recordar no sólo a su director Lenny Abrahamson y al pequeño partenaire Jacob Tremblay, sino a los festivales que fueron dando nombre a una película pequeña e independiente dentro de la gran industria. Y llegó ese momento esperado en la noche. Leonardo DiCaprio, después de cinco nominaciones, por fin obtenía su ansiado premio. Tenía su discurso de aceptación tan bien preparado, que también supuso un emotivo instante medioambiental cuando recordó lo importante que es proteger nuestro hábitat y las consecuencias desastrosas del cambio climático. Sin olvidar, por supuesto, a las comunidades indígenas. Leo ya tiene su Oscar. E iba siendo hora.
Lo que nadie se esperaba a altas horas de la madrugada era lo que estaba a punto de suceder. Lo evidente era que ‘El renacido’ fuera la gran triunfadora de unos Oscar dibujados para ese momento de plétora, con el actor de ‘Titanic’ todavía en el escenario. Sin embargo, cuando Morgan Freeman (el enésimo presentador de color) leyó con su imponente voz el premio a la mejor película de 2015 saltó la sorpresa. Un mayúsculo e inesperado giro de los acontecimientos cuando se hizo pública la gran triunfadora de la noche: ‘SPOTLIGHT’ era la ganadora de estos Oscar. La cinta de Tom McCarthy sobre el escándalo de los abusos a menores cometidos por religiosos que destapó en 2002 un equipo de investigación del Boston Globe le había arrebatado el codiciado premio a la hazaña épica de Iñárritu. Increíble.
Sólo hay un precedente de una película ganadora de un Oscar a la mejor película con dos únicos premios; la anterior procede del año 1952 y se trata de ‘The Greatest Show On Earth’, de Cecil B. DeMille. Un hito histórico que cerraba una gala que se hizo eterna, pero que repartió de forma equitativa sus premios en un palmarés bastante ecuánime. Del mismo modo que la Academia, trazó un show que impartió con la misma equidad sus disculpas a las minorías menos representadas en la industria. El año que viene veremos de qué modo responde Hollywood al enfado colectivo de la comunidad afroamericana y si lograrán encontrar esa vía de comunión que transforme la pose y la frivolidad en verdadera integración. Veremos.
LO MEJOR
— Sofia Vergara, Margot Robbie, Cate Blanchett, Alicia Vikander, Saoirse Ronan, Kate Winslet y, por supuesto, Charlize Theron, por siempre jamás.
— Ver por fin a DiCaprio subiendo a recoger su ansiado y anhelado Oscar. Era su noche y nadie se la arruinó. Ni siquiera que ‘El renacido’ se quedara sin el premio a mejor película.
— La multiplicidad de piezas musicales que daban paso a los presentadores, todos clásicas bandas sonoras premiadas con una estatuilla.
— La esperada foto entre dos íntimos amigos como son Leonardo DiCaprio y Kate Winslet en la alfombra roja.
— George Miller, que se lo pasó como nadie. Sabía que su película iba a llevarse algún premio técnico y fue a disfrutar. Salió siendo el responsable de la película más premiada de la velada.
— Los numerosos memes y comparativas del pelo afro a lo “mapache asustado” de The Weeknd.
— El abrazo entre Morricone y John Williams. Simplemente antología de la gala.
— La inocente mirada expectante de Jacob Tremblay, el pequeño actor de ‘La habitación’ cuando presentaron los premios de animación Los Minions y Buzz Lightyear y Woody, los protagonistas de los ‘Toy Story’. Antes ya había flipado cuando sobre el escenario aparecieron RD2-D2, C3-PO y BB-8.
LO PEOR
— La duración. Casi cuatro horas para algo tan desaborido y frío no es algo aceptable para esa industria del entretenimiento que es Hollywood. La decadencia cuesta abajo parece imparable con el paso de los años.
El desprecio que la platea de invitados mostró hacia Jenny Beavan, ganadora del diseño a mejor vestuario por ‘Mad Max: Fury Road’, supuestamente por no ir de etiqueta y subir al escenario con una chupa de cuero incompatible al boato y glamour del sarao. Stephen Fry ya fue un maleducado al despedir en los BAFTA a esta mujer: “Solo una de las mejores diseñadoras de vestuario cinematográfico acudiría a una ceremonia vestida como una vagabunda”, expresó. Por lo visto, la libertad de vestuario también está mal vista en Hollywood.
— La falta de rostros veteranos del Hollywood reciente. La renovación de talentos resulta muy aburrida.
— Que no se mencionara a Bill Cosby entre tanta reivindicación racial. O espera… ¡No!
— Que no se enfatizara en que Eddie Redmayne, ganador del año pasado a mejor interpretación masculina por ‘La teoría del todo’, se había convertido unas horas antes en el ganador a peor actor secundario en los Razzies por su bochornosa actuación en la cinta de los Wachowski ‘El destino de Júpiter’.
— Que el bueno de Stallone no se llevara el Oscar por ‘Creed’ y se le quedara la cara… bueno, la misma cara de siempre, pero triste.
— Lady Gaga y ese escote que deja intuir la flaccidez que muchos no deseamos ni maginar.
— La total ausencia de humor, de vídeos o ‘sketchs’ (como el de los actores negros en las películas nominadas) y la circunspección que hicieron que la gala se resintiera por su escasez de improvisación y frescura. Los Oscar carecen de magia, de vistosidad y, sobre todo, de sorpresas.
— Que durante la música de interrupción para meter prisa a los premiados fuera 'The Ride of the Valkyries' nadie gritara antes de irse: "Me encanta el olor a Napalm por la mañana”.
— Josie, el afamado experto (o algo parecido) en moda que desentonó con su pedantería en una mesa de Movistar + que supo llevar con destreza una gala con Raquel Sánchez Silva y Pepe Colubi a la cabeza. Una curiosidad malvada: ¿quién maquilla a los invitados de la plataforma digital? Todos los que desfilaron por la mesa parecían ganchitos o Cheetos de un refulgente color naranja.
ANTERIORES EDICIONES

jueves, 25 de febrero de 2016

Fallece Rafael Iriondo, el último héroe de la "segunda delantera histórica" del Athletic

Se ha ido Rafael Iriondo, la última leyenda viva de la época más gloriosa de un Athletic espléndido, el que escribió algunas de las páginas más doradas de la historia del club. Con 97 años, era el último superviviente de la rememorada “segunda delantera histórica” compuesta por el propio Iriondo, Panizo, Zarra, Venancio y Gainza. Sagrado quinteto futbolístico de inalcanzable estela y magnificencia, Iriondo jugó de extremo derecho y, según sus palabras, era el “más rápido” de los cinco. Testigo viviente de un fútbol pretérito que tenía su sentido más dimensional alejado del circo de intereses en que se ha convertido en la actualidad, ha sido y será uno de los emblemas que ofrecen el valor del sentido de pertenencia a un club único. Un estandarte que representó como muchos los valores de un equipo diferente a los demás.
No jugó al fútbol de forma competitiva hasta su adolescencia, cuando había cumplido ya los catorce años. Lo hizo haciéndose pasar por un chaval de dieciocho. Sólo jugó un partido. De titular. Sin embargo, el equipo en el que debutó, el Gernika Club, desapareció poco después por problemas financieros y tuvo que pasar otro lustro para que volviera a disputar un encuentro en un terreno de juego. Entre medias, se fraguó la Guerra Civil, en la que combatió en Teruel y fue prisionero de guerra en Satoña, tras la rendición del ejército vasco. Entró directamente en las filas del Athletic, después de ser rechazado en el Club Erandio y el Barakaldo. Fue Roberto Echevarría el que probó las virtudes del gernikarra en el Bilbao Athletic (entonces Atlético por coacción franquista). Sin embargo, tuvo que regresar a finalizar el servicio militar en África. Con veintiún años debutó en el primer equipo de manera espectacular, tan sólo con once partidos disputados como jugador de fútbol. Tanto es así, que Artetxe, jugador internacional, comenzó siendo el suplente de su posición desde su puesta en escena. Lo hizo el 29 de septiembre contra el Valencia. El mismo día que debutaba el mítico Telmo Zarra.
Jugó 323 partidos en las trece temporadas disputadas con la elástica zurigorri. Marcaría 115 goles (84 de liga y 31 de Copa). Fue internacional en dos ocasiones, ante Eire y Portugal. Ganó una liga con el Athletic y cuatro Copas. Como técnico, Iriondo dirigió al Athletic en dos temporadas alternas y en una de ellas logró otro título de Copa. Fue en 1969. También entrenó a la Real Sociedad y al Betis, con el que, paradojas del destino, obtuvo una Copa frente a su equipo del alma en la inolvidable en 1977, con aquélla inacabable tanda de penalties tras el empate a dos que se resolvió con el tanto fallado desde el punto fatídico por parte del guardameta del Athletic Iribar, “El Txopo”, en una abultada tanda que reflejó un 8-7 a favor de los hispalenses.
Con la desaparición del último ídolo de una de las delanteras más representativas de la historia del fútbol, Irondo es despedido por la parroquia de San Mamés con los honores de héroe del que siempre fue y será, en palabras de Patxo Unzueta, “un jugador fino, genio del contraataque, una auténtica ametralladora en cada pie”.
Descanse en paz el gran Rafael Iriondo Aurtenetxea. Goian bego.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Review 'El Renacido (The Revenant)', de Alejandro González Iñárritu

La mitología fronteriza de una aventura mística
Iñárritu narra una historia de venganza y supervivencia captada casi a través de estímulos sensoriales y que, bajo su lúcida poética y fotografía, atiende a la responsabilidad histórica de una genealogía territorial escrita con sangre y traición.
El año pasado Alejandro González Iñárritu abordó un certero golpe de efecto en su filmografía a través de la gran ‘Birdman’, una disertación subterránea que abordaba la endeble frontera que separa la realidad de la ficción e identificaba a su vez los contornos del significado del arte y la vida. En estos dos últimos términos se mueve, en un estrato radicalmente distinto, su última e inesperada película, ‘El Renacido’, titánica obra de cámara, casi una experiencia cinemática y visceral sobre la agónica aventura fraguada en la épica de un hombre enfrentado a la supervivencia y el extraordinario poder del espíritu humano. De este modo, el director de ‘Amores perros’, detalla el crudo retrato de la condición humana a través de la hazaña del legendario explorador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), que fue brutalmente atacado por un oso y dado por muerto por los miembros de su propio equipo de caza y que sobrevivió durante semanas en las Montañas Rocosas bordeando el río Missouri, en la región de los actuales estados de Dakota del Sur y Montana.
Basado en la novela de Michael Punke de título homónimo, Iñárritu y su co-guionista, Mark L. Smith, inspiran su relato en esa figura que roza lo mitológico, la de un guía contratado para ayudar a una gran banda de cazadores de pieles en los fríos parajes entre Nebraska e Iowa del año 1823. Glass ha dado lugar a otras versiones sobre su particular aventura y vivencia. ‘El hombre de una tierra salvaje’ (1971), de Richard C. Sarafian, la canción ‘Six Weeks’, de Monsters and Men o literariamente ‘Lord Grizzly’ (1954), de Frederick Manfred y la mencionada ‘The Revenant’, de Punke en 2002.
En una desafiante pertinacia por sobrevivir, Glass sobrevivirá a ese ataque de un enorme grizzly a través de un itinerario de dolor que roza lo inconcebible, viéndose inmerso en la pesadilla de traición de su equipo y guiado únicamente por la voluntad y el amor a su hijo arrebatado a manos de uno de los componentes de la expedición. Sólo así, este hombre superará los golpes de la naturaleza y de múltiples adversarios hasta llegar a Fort Kiowa y poder ejecutar su venganza en forma de sangrienta redención. Por supuesto, esta línea narrativa no impone ninguna novedad en lo que podríamos llamar un ‘western’ germinal que hace extensiva su mirada a los planteamientos de Michael Blake en su novela ‘Bailando con lobos’ dirigida en 1990 por Kevin Costner y que suponían un retroceso (entonces innovador) a las raíces más primordiales del género.
‘El Renacido’ comienza la epopeya presentando a la familia interracial de Glass, instaurada en el respeto y el amor de fraternidad étnica y multiculturalidad que supuestamente representa Estados Unidos, pero que seguidamente es fragmentada por la intransigencia violenta del colono, como una muestra violenta y cruel del carácter atávico de la esencia humana. Siguiendo esa responsabilidad paternofilial más primitiva, tras el ataque de los militares británicos, el guía interpretado por DiCaprio pronuncia unas palabras dirigidas a su hijo, que ha superado la embestida al su poblado con graves quemaduras en la cara con un lema que supone la fuerza motriz que vehicula toda la película: "Mientras respires, hay que luchar”.
A partir de ese momento, se impone un grado de narración sobre el primitivismo instintivo como herramienta eficaz dentro de una trama tan básica como reconfortante, que disecciona de forma magistral un ataque por parte de los Arikara en un largo plano secuencia en el que los indios asaltan a los cazadores mercenarios en una coreografiada y muy compleja secuencia llena de desafíos que exhibe con orgullo y algo de autocomplacencia mucho de lo que se va a narrar a partir de ese instante y que encuentra su extensión en el agónico ataque del oso. Ambas ‘set pieces’ formulan esa doble analogía dentro del filme; la de unos nativos acometiendo al grupo donde se encuentran Glass y su hijo (que han sido parte de un reducto indio) y la del grizzly agrediendo salvajemente al protagonista con el único fin de salvaguardar a sus oseznos con el incentivo paternal que se transfiere al ansía de venganza del ‘frontiersman’.
Mediante la pormenorización visual de esos parajes de montañas escarpadas y fríos horizontes, Iñárritu va construyendo una fábula asentada en el lirismo de una violencia que abarca gran cantidad de matices, con los que concede todo tipo de alegorías sobre esa resurrección de Glass. La pérdida del vástago provocará, mediante recurrentes metáforas, su vuelta a la vida en varias etapas del filme. Desde su germinación desde la tumba de regreso a la vida desde la tierra, pasando por un embravecido río visto como un itinerario vital o el renacimiento desde las entrañas de un caballo para continuar ese camino místico y moral de venganza y salvación del alma.
Con ello, la naturaleza se transforma en un elemento de deidad natural, como ya proyectaba la locura de Werner Herzog en ‘Aguirre, la cólera de Dios’ o ‘Fitzcarraldo’. El vasto entorno se transforma en un brutal laberinto que casualmente empequeñece a sus habitantes humanos y, bajo el signo poético de las huellas cinematográficas de Terrence Malick, Glass va avanzando en su camino atormentado por pasajes alucinatorios hacia un estado beatífico mediante visiones y voces susurradas que perpetúan un discurso sobre los peligros del nuevo mundo y de ese exterminio genocida en las tierras indias del noroeste de Estados Unidos con el rostro inmaculado de Powaqa (Melaw Nakehk'o), la esposa pawnee asesinada a manos de los colonos.
De tal manera, ‘El Renacido’, aunque lo parezca (y en el fondo, pueda serlo), no es tanto una historia concentrada en un hombre contra la naturaleza, a pesar de que la intención simbólica que exhibe Iñárritu proponga la preeminencia del espacio natural a los personajes, instaurados en instintos y conflictos básicos, sino más bien en otra en la que el hombre se enfrenta contra el hombre en dos estratos. Primero, el individual, el del rol de DiCaprio contra sí mismo y su entorno y, por supuesto, enfrentado a ese antagonista que es John Fitzgerald (Tom Hardy), hacia el que volcará su mística resurrección con el fin de desagraviar a su unigénito.
La génesis de una nación instaurada sobre la violencia
Si nos atenemos a esto, todo el entramado de la pormenorizada expedición por esa inexplorada génesis del nuevo continente se asentaría en una ideología monolítica de retorno al estado arcaico y embrionario referente a la irracionalidad, a lo salvaje, a los instintos básicos de protección y agresividad que van desfilando por su denso metraje en oposición a los furibundos componentes naturales que también muestran su cara más voraz, como esos animales que imponen su ley (el ya citado oso o los lobos atacando a un rebaño de bisontes), el desafiante río y su poder indómito, el meteorito que cruza el cielo o el alud de nieve final. En la otra cara de la moneda, Fitzgerald no es un villano al uso, puesto que renuncia a su humanidad con el único fin de sobrevivir, actuando con egoísmo en contra del interés colectivo. Es capaz de anular cualquier valor ético y moral si como resultado consigue el usufructo propio, como idea simbólica del capitalismo moderno.
Llegados a este punto, no cuesta demasiado distinguir una disertación sobre la paulatina instauración de las bases de un continente instaurado en la falsedad de una noción de progreso alejada de la benignidad histórica, evocando un pasado escrito con sangre, traición y violencia. Iñárritu entrelaza en su historia de venganza y supervivencia poética con otra que atiende a la responsabilidad histórica de otra genealogía territorial bien distinta, la de una historia basada en guerras entre civilizaciones para evidenciar que esa nación constituida sobre la libertad y las oportunidades también proviene del germen del terror y el caos envolvente devenida en instructiva y cruel coerción occidental hacia las tribus indígenas y su hábitat.
Dentro de su parte técnica, hay que reconocerle a ‘El renacido’ la capacidad inmersiva con la que Iñárritu capta la simulación de esa aventura que se percibe casi a través de estímulos sensoriales, como una vivencia más que como la reflexión sobre la vida que se expone. Sin negar que las connotaciones de pretensión megalómana del cineasta mexicano al orquestar esta épica aventura, lo explícito, la brutalidad fetichista y sanguinolenta bajo la apariencia de honestidad son particularmente impresionantes. El engranaje fílmico que mueve el proyecto, su ejecución, coordinación y planificación rebelan el astuto empeño de un cineasta en forma de constante búsqueda de la majestuosidad formal y discursiva que ya evidenció en ‘Birdman’ y que aquí supera elevando su dominio del medio a un nivel superior. No sólo en el producto final, sino impulsando a su equipo a límites similares a los vividos por el personaje, en constante lucha contra los elementos.
Todo en esta película forma parte de un desafío contra lo convencional. Empezando por la limitación de filmar únicamente con luz natural o de rodar toda la película en orden cronológico. De esta voluntad, el estilo y el sentido de la ambición artística cuajan en un logro que nunca distrae la atención de lo que está contando, dejando una bella fábula sobre un escenario perfecto para la consecución de su intensidad artística. A este extraordinario horizonte de perceptiva belleza contribuye Emmanuel Lubezki, un director de fotografía al que habría que calificar por menos como un autor capaz de ejercer como responsable de gran parte de la grandeza del filme.
Como si reprodujese un lienzo de Albert Bierstadt, “El Chivo” (como se le conoce en el ámbito cinematográfico), trabaja con esa luz natural para una dotar de mayor realismo los parajes, capturando con impresionante profundidad de campo en esa innovadora Arri Alexa 65mm algunos fenómenos naturales que en pantalla lucen abrumadoramente hermosos. No sería extraño que el próximo domingo, el fotógrafo azteca se hiciera con su tercer Oscar consecutivo tras ‘Gravity’ y ‘Birdman’.
Aunque si tenemos que hablar de Oscar, emerge con fuerza la figura de un DiCpario que parece obstinado en la consecución de ese ansiado premio en forma de estatuilla de la Academia. La determinación llevada al límite en su personificación casi animal de este mito de la leyenda americana con corazón nativo evidencia un sorprendente compromiso con el papel. No obstante, tanto Will Poulter como Domhnall Gleeson y, sobre todo, un descomunal Tom Hardy, no necesitan arrastrarse por el fango, gemir de dolor y sucumbir al infierno natural para estar a su altura.
‘El Renacido’ es una colosal aventura que deja exhausto al espectador a través de un lenguaje icónico convertido en imborrables imágenes. Una reflexión existencial sobre el lugar que ocupa el hombre en el mundo por medio de su Historia y su relación con el medio en el que convive, sobre la inhumanidad del hombre hacia el hombre que construye el mito fuera de la racionalidad como perspectiva que incuba los fantasmas pretéritos de América, de cualquier historia, de la necesidad de desagravio ante la iniquidad generada por el ser humano en su faceta más animal. Estamos ante la mejor película de Iñárritu hasta el momento. Pese a compartir la grandilocuencia con la tipología de superproducción de acción, este filme se aleja del concepto ‘mainstream’ para acercarse a la tipología de arte y ensayo. Una magnífica obra de una belleza ponderativa que encuentra su sentido en sí misma.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2016