miércoles, 2 de marzo de 2016

Review 'Spotlight (Spotlight)', de Tom McCarthy

El Demonio sin rostro
‘Spotlight’ escarba, a través de testimonios de víctimas de abusos sexuales, en el suceso destapado por The Boston Globe a principios de siglo que sacó a la luz cientos casos por parte de clérigos que extendió su gravedad a un patrón global solapado por la alta cúpula de la jerarquía católica.
A estas alturas, el conocimiento de miles de escándalos de pederastia en el seno de la iglesia rebela el enquistado y propagado padecimiento en las entrañas de esta milenaria institución con millones de adeptos. Según los versículos 19:14 del capítulo de Mateo en la Biblia, Jesucristo exhortaba aquello de “dejad a los niños se acerque a mí y no les impidáis que vengan, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos”. Una monserga malentendida que ha servido para que el abuso sexual por parte de la cohorte sacerdotal se haya saldado con miles de mártires que han caído en la redes de un patrón global solapado por la más alta cúpula de la jerarquía católica.
El Vaticano, escudado en la argucia de encubrimiento que se extiende a múltiples y diversos niveles, sigue esgrimiendo hoy en día que los obispos no deben ser obligados a denunciar el maltrato a menores, dejando en mano de las víctimas o sus familiares la decisión de requerir medidas policiales y jurídicas al respecto. Mientras tanto, dentro de esta oscura red piramidal se dedican a seguir amedrentando a sus fieles bajo las consignas de un dogma amenazador que ha conseguido construir una coraza chantajista con los casos de pederastia de la Iglesia.
‘Spotlight’, reciente ganadora del Oscar a la mejor película de 2015, recoge el valiente testigo de cineastas como Amy Berg, directora nominada en 2006 por su documental ‘Líbranos del Mal’, que narraba el escalofriante caso de Oliver O'Grady, un párroco que sodomizó a cientos de niños mientras se escondió sin éxito en la defensa de los altos mando de la iglesia americana o ‘An Open Secret’, que no abandona la temática para sumergirse en otro terrorífico acontecimiento como son los abusos sexuales cometidos en los castings de Hollywood por reconocidos profesionales del medio. Tom McCarthy, junto al guionista Josh Singer, adaptan a la gran pantalla un hecho real acaecido entre 1999 y 2002, cuando el equipo de investigación periodístico del diario The Boston Globe llamado Spotlight destapó el escándalo enmascarado de abusos a menores en la archidiócesis de la ciudad, que trató de ocultar la información llegando a un acuerdo extrajudicial con las víctimas para silenciar sus acusaciones.
Con la llegada en 2001 de Marty Baron, el nuevo editor del periódico, se recuperó la investigación que sacó a la luz la sistemática iniquidad de eclesiásticos pederastas a través de 600 casos de abusos, topándose con la negación por parte de las altas esferas políticas y sobre todo católicas dentro de los círculos más selectos de Massachusetts. Finalmente, The Boston Globe consiguió que 249 sacerdotes fueran llevados a juicio por graves delitos sexuales, a pesar de que la red católica silenció muchos de ellos.
Sobre un tema tan espinoso, ‘Spotlight’ ejemplifica una estructura que se ciñe a la línea de investigación del equipo periodístico a través de testimonios de víctimas que esgrimen sus recuerdos de una inocencia arrebatada, sin deleitarse en el dolor o traicionar la verdad en su traslación cinematográfica. Dentro de las pesquisas de los reporteros, se evidencia el duro trabajo no sólo por la resistencia de la Iglesia y sus aliados en los tribunales, la justicia y el gobierno, sino también porque muchos de los violados por curas y sacerdotes se mostraron reacios a revivir aquel denigrante capítulo de sus vidas.
La cinta de McCarthy acerca al espectador a ese trabajo de campo de unos miembros del equipo obstinados en escarbar en un lodazal de oscuras confesiones mediante traumas psicológicos con el fin concreto de garantizar los derechos civiles de información y libertad de expresión. Si hay algo que subraya la voluntad de verismo del filme es que nada se sale de la pauta del realismo que persigue en todo momento. Aquí nadie subestima el valor de una pregunta directa por decreto del guión, sin evasiones de la autenticidad del tenebroso fondo que se denuncia. Los periodistas son humildes trabajadores de la información que se dejan la piel y parte de su vida por cambiar el mundo en busca de reflejar lo que sucede más allá de las apariencias y la falsa legalidad.
McCarthy y Singer, lejos de cualquier tipo de idealización o heroísmo, enfrentan al público a un demonio sin rostro, a un enemigo encubierto que permanece en todo instante en la sombra, sin ninguna representación acusatoria de los altos estamentos católicos más allá de un sacerdote que evidencia la cobardía y el mutismo cómplice de sus acólitos. La personificación del mal, en este caso, es sutilizado como un escorpión venenoso escondido y seguro en la penumbra, esperando picar e infectar a crédulos infantes que verán rota su vida mientras otros devotos católicos giran la espalda y prefieren negar la evidencia, los mismos que imploran compromiso y fe eclesiástica y rezan cada noche por sus intereses. ‘Spotlight’ no es abrasiva e hipócrita con un tema tan delicado. Cuando se destapa el asunto, el Globe recibe del departamento de comunicación de la diócesis de Boston una respuesta que evidencia esa cortina de humo que esconde los pecados y rehúsa cualquier refutación: "No tenemos ningún comentario al respecto".
En consecuencia, se deja entrever hasta qué punto la iglesia es más impenetrable que otros cenáculos como el gobierno federal o influyentes ‘lobbies’. Su poder va más allá, debido a que la insularidad y trascendencia en la sociedad responde a cuestionamientos morales implantados en lo sobrenatural de la Biblia. Cuando Sacha Pfeiffer, una de los componentes de Spotlight le pregunta a una víctima por qué dejó que el cura abusara de él con su consentimiento, su respuesta no deja lugar a dudas: “¿Cómo se le puede decir "no" a Dios?”. Todo el entramado bostoniano del momento va desvelando cómo una cantidad ingente de sacerdotes y curas se aprovecharon de niños procedentes de hogares con carencias económicas y familias fragmentadas, sin obviar cómo el periódico no fue capaz de publicar tal ponzoñoso y patógeno universo hasta que no consiguió la justificación acerca del conocimiento de la jerarquía de la iglesia sobre la magnitud de los hechos y su ocultación.
El periodismo como requisito de libertad para cualquier sociedad
En todo el entramado inculpador, McCarthy nunca cae en el sensacionalismo o un discurso maniqueo sobre una realidad que emerge como un cadáver en un río a medida que las piezas van encajando como un complejo puzzle a modo de tela de araña que enfrenta al equipo de investigación a abogados representantes de decenas de víctimas silenciados por órdenes judiciales de confidencialidad o a otros bien distintos que callan por orden expresa de sus protegidos presbíteros. ‘Spotlight’ se limita a adaptar unos hechos reales fundamentados y contrastados, con intersticios silenciosos que equilibran la intensidad y el impacto emocional que proviene no tanto de ninguna imagen gráfica, sino de la narración oral de las víctimas, sin tener que recurrir a ‘flashbacks’ demonizadores ni a recursos visuales escabrosos más allá de los rostros impotentes e indignados de esos hombres y mujeres que fueron despojados violentamente de su infancia y que viven en el silencio y la renuncia sometidos a una tortura de por vida.
En el aspecto atmosférico, McCarthy y su director de fotografía Masanobu Takayanagi, aportan un sentido de clásico de la complejidad y del tempo fílmico, sin adornarse con malabarismos ni estéticos ni coreografías innecesarias en un cine frontal cuya fotografía afila su visualidad escudada en tono monocromático que persigue la cotidianidad y el naturalismo de lo que se cuenta. Con ello, ‘Spotlight’ aprovecha a la perfección ese estupendo catálogo de protagonistas intercambiables, en el que cada reportero sigue la pista de diferentes derivaciones de un laberinto enmarañado y cruel, sin ahondar en sus conflictos ajenos a la investigación más allá de alguna sutil pincelada de su vida privada.
De este modo, los preceptos de esta película adeudan un compromiso con el ‘thriller político’ de los años 70, sobre todo con ese sentido corrosivo de la inmediatez por mostrar la labor y frustración humana involucrada en la producción de un periodismo veraz, como el de Alan J. Pakula en la referente ‘Todos los hombres del presidente’, pero también cercana a cintas tan distintas como ‘Yo creo en ti’, de Henry Hathaway o ‘Veredicto final’, de Sidney Lumet. ‘Spotlight’ es, además, una obra de brillantez interpretativa al servicio de la historia, en la que McCarthy confía en sus actores todo el potencial dramático que logra un culmen colectivo donde todo su elenco brilla con intensidad; desde Michael Keaton a Mark Ruffalo, Rachel McAdams, John Slattery, Stanley Tucci o Liev Schreiber. Todos están sensacionales y a un nivel superlativo.
No se trata de desacreditar o cuestionar la fe o las creencias arraigadas al folclore fanático instauradas en el conservadurismo más retrógrado, sino de evidenciar la necesidad de hacer valer la libertad y protección de la infancia sin necesidad de temer a una doctrina esgrimida en valores que esconden los intereses de una institución parasitaria que fundamenta su grandeza enarbolada en una economía institucional tan poderosa como irreductible. ‘Spotlight’, en ese sentido, deja ver cómo la lealtad y sometimiento instituyen pactos inescrutables que impiden que los grandes poderes puedan ser derruidos por parte de cualquier jurisprudencia.
Más allá de las críticas y negaciones de las evidencias que han movido a contar esta historia, se trata de una radiografía reveladora que ampara el cuarto poder y la primera enmienda para lanzar un aviso sobre los medios de comunicación y el periodismo de investigación, que no deben ser un lujo, sino una necesidad para todas las sociedades. Por mucho avance tecnológico y multiplicación de voces subjetivas, no debe perderse ese ‘stablishment’ mediático que continúe en su lucha hurgando de forma profesional en la verdad dentro de ese nuevo modelo de comunicación más plural y disperso. Y más, en estos tiempos de “leyes mordazas” empeñadas en vulnerar la libertad de expresión y restringir gravemente derechos fundamentales y principios jurídicos.
Por mucho que la cara amable y artificiosa de la Iglesia imponga con su aceptación la temática y denuncia de la película a través de comunicados para intentar lavar la imagen de pedofilia con una intención de cambio para erradicar los abusos sexuales, ‘Spotlight’ deja una vía de advertencia con una inacabable lista final de delitos semejantes en multitud de países de todo el mundo en los que se exenta de la ley bajo la excusa de ser hombres de Dios. Con esa negligencia, gente como cardenal Bernard Law, uno de los principales acusados de encubrir a cientos de pederastas en Boston, fue enviado clandestinamente a Roma, donde reside con todos los lujos bajo la férrea protección de las altas esferas de la Santa Sede. Peter Saunders, miembro de la comisión vaticana contra la pederastia, señalaba a tenor de casos como este la pasividad del pontífice Jorge Mario Bergoglio, contradiciendo su apócrifa proclamación al decir que “Dios llora por los abusos sexuales de los niños”. Seguramente sea cierto. Al igual que a buen seguro también llora cuando se mira el exorbitado presupuesto operativo del Vaticano, sus beneficios fiscales, ayudas subvencionadas y exención de impuestos en la casi totalidad del mundo católico que opera con libertad bajo los límites de la ley.
McCarthy ha conseguido poner sobre la mesa esa cultura de la ‘omertà’ de la mafia dentro del catolicismo, un estamento que bien podría representar a la Iglesia que protege a individuos que expresan, escudados en una creencia, su confusión al diferenciar entre la actividad sexual consensuada entre adultos y el abuso infantil de niños desprotegidos. Es otro de los graves males del sistema, que seguirá dejando que diáconos y clérigos marquen con su ignominia a pequeños inocentes que podrían ser cualquiera de nuestros hijos y que nunca tendrán una vida normal por esta causa. Y por mucho que se quiera, esta lacra inhumana del catolicismo institucional nunca podrá ser redimida. Llegados a este punto, es donde la denuncia de esta magnífica película es tan sólida e irrebatible como implacable.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2016

lunes, 29 de febrero de 2016

Especial 88ª Edición de los Oscar

Reivindicaciones raciales, insulsez, DiCaprio y sorpresa final
El carácter reivindicativo y la polémica habían marcado de forma previsible el signo de esta gala correspondiente a la 88ª edición de los Premios Oscar. Desde el ‘lobby’ afroamericano instaurado en el Hollywood más poderoso se habían alzado las voces porque intérpretes de enjundia como Idris Elba por ‘Beasts of No Nation’, Michael B. Jordan por ‘Creed’, Samuel L. Jackson por su extraordinaria composición en ‘The Hateful Eight’ o Will Smith, el más discordante ante este tema, con ‘Concussion’, habían quedado fuera de la carrera final por la estatuilla. Eso y que sólo catorce estrellas negras han logrado el galardón a lo largo de la historia de los premios, de los cuales nueve de ellas se han obtenido en el siglo XXI. Si a eso sumamos que el 93% de los más de seis mil miembros de la Academia de Hollywood son de raza blanca y que el 77% son hombres mayores de sesenta años nos da a entender el porqué del malestar en la profesión afroamericana por esa supuesta discriminación racial.
El hecho es que en el instante en que Chris Rcok apareció en el escenario del Kodak Theatre de Los Ángeles toda la gala tomó un cariz de desagravio contra la Academia con cierta libertad e incorrección política para hacer todo tipo de reivindicaciones en torno a ese hastag que encenció las redes sociales, #OscarsSoWhite, como denuncia a la desigualdad racial en los Oscar. El actor afroamericano fue directo al asunto, solicitando con humor y un cinismo incómodo oportunidades para los artistas de color en la industria, con recadito al enfado de Will Smith y su esposa por boicotear este año la velada. Y dejó una perla que todavía debe estar escociendo en las bienpensantes y conservadoras entrañas de estos galardones: “En el segmento ‘In Memoriam’ sólo aparecerá gente negra que ha sido tiroteada por policías”.
Rock fue un anfitrión muy discreto, abordando en sus escasas apariciones una y otra vez el recalcitrante tema étnico y haciendo una segunda versión del número de la ‘pizza’ de Ellen DeGeneres con las galletitas de las ‘girls scouts’ a las que pertenecían, supuestamente, sus dos hijas. A partir de ahí, se puede decir que Rock cumplió su faceta con comedimiento y sin hacer mucho ruido. Muy similar a su presentación de hace once años. Ejerció de anfitrión como esperaba de él. Un maestro de ceremonias funcional y eficaz que hizo prevalecer su etnia y preconizarla a la mínima de cambio. Y sin necesidad de cantar ni de números musicales. Los Goya, en ese sentido, tienen mucho que aprender. Muy correcto y en su papel. Aunque se echó menos más caña después del muy brillante ‘speech’ incial.
El reparto de premios comenzó convirtiendo a la cinta post apocalíptica del veterano George Miller ‘Mad Max: Fury Road’ en una de las grandes protagonistas de la noche. Casi sin que el espectador se diera cuenta, había ganado seis Oscar. Todos técnicos, sí. Pero al fin y al cabo, suponía el reconocimiento subrepticio a una obra arriesgada y contracorriente que ha sido considerada una de las películas más importantes del año pese a su condición de vehemente cinta de acción y adrenalina pura; mejor diseño de vestuario, mejor diseño de producción, mejor maquillaje y peluquería, mejor montaje (la mujer de Miller, Margaret Sixel) y las dos disciplinas de sonido (mejor montaje de sonido y mejor mezcla de sonido), dejaban a la cuarta parte de la saga del guerrero de la carretera como una vencedora moral y como la cinta con más estatuillas de una noche que iba a regalar alguna que otra sorpresa inesperada. Los dos primeros premios a los guiones (Josh Singer y Tom McCarthy por ‘Spotlight’ original y Charles Randolph y Adam McKay por ‘La gran apuesta’ adaptado) comenzaron una palmarés que por previsible no deja de ser justo con los valores artísticos de películas muy destacadas en una estupenda cosecha de películas estrenadas en 2015.
Fue entonces cuando una estupenda (en todos los sentidos) Sarah Silverman dio rienda suelta a su exceso absurdo presentando la canción que a posteriori ganaría el Oscar, ‘Writing’s On The Wall’, de Sam Smith. El tema principal de ‘Spectre’ sirvió a la actriz para hacer comedia y mofa sobre las hipotéticas carencias sexuales y heterosexualidad de James Bond. Puro dislate que dio paso a una desastrosa interpretación de falsetes y gallos por parte de Smith, que cuando ganó avanzada la gala abanderó el movimiento gay reivindicando el orgullo homosexual como una protesta más en una noche de reproches a la Academia (y, de paso, a la sociedad actual occidental).
En este apartado, el cabreo de Anohni (antes Antony Hegarty, de Antony and the Johnsons) por no ser invitado a cantar su canción nominada en detrimento de otros artistas como Lady Gaga que sí cantaron (se supone que por la duración del tema) hicieron que los desafueros de la Academia encontrara otro flanco más de desaprobación en cuanto a su metodología y logística.
Alicia Vikander hizo buenas las apuestas que apuntaban su candidatura como mejor actriz secundaria por ‘La Chica Danesa’, que también protagoniza ‘Ex Machina’, película que no se iría de vacío al obtener el ganador, de modo sorpresivo, a los mejores efectos especiales por encima de otras cintas como ‘El Renacido’, ‘Mad Max’ o la nueva reinvención del mundo galáctico de George Lucas ‘Star Wars: el despertar de la Fuerza’. ‘El renacido’ abría su acumulación de estatuillas con un Oscar muy especial a la mejor fotografía. Era la primera vez que un nominado recibe tres galardones de forma consecutiva. Así, Emmanuel Lubezki pasaba a la historia ganándole la partida a Roger Deakins (trece candidaturas y ni un solo Oscar), John Seale y Ed Lachman. Parecía que la cinta de Iñárritu comenzaba su particular recolección en una noche mágica para su desafío natural que ha conquistado a crítica y público.
La noche ofrecía otra de esas sorpresas inesperadas cuando Mark Rylance se alzó con el premio al mejor actor de reparto por su actuación en ‘El Puente de los Espías’, el filme de Steven Spielberg. Todos daban por hecho que Sylvester Stallone ganaría el Oscar por su composición de Rocky Balboa en ‘Creed’, pero perdió el combate contra todo pronóstico. Chile obtenía su primer Oscar al mejor cortometraje documental por ‘Historia de un Oso’ y ‘Amy’ de Asif Kapadia, sobre la vida de la fallecida Amy Winehouse se llevaba el mejor largometraje documental.
La noche estaba marcada bajo un halo de convencionalismo bastante anodino, con momentos musicales como el de Dave Grohl, que puso música y voz con una versión a capela del ‘Blackbird’ de los Beatles al vídeo que recordó a los profesionales fallecidos el pasado años o la actuación de Lady Gaga al piano, interpretando ‘The Hunting Ground’, poderosa canción sobre el acoso sexual en los campus de Estados Unidos arropada por víctimas de esos abusos y que fue presentado por el vicepresidente del país Joe Biden. Antes László Nemes se llevó a Hungría el Oscar a la mejor película de habla no inglesa por ‘El hijo de Saúl’, otro de esos premios que estaban bastante cantados.
Pero el momento más emotivo y que merece ser recordado en esta edición número 88 de los Oscar fue cuando la platea se puso en pie para ovacionar a la leyenda de la partitura cinematográfica Ennio Morricone, que se fundió en un hermoso abrazo con otro mito del cine, John Williams. Subió emocionado agradeciendo a su mujer todo su apoyo a lo largo de su vida con este primer Oscar a una banda sonora original por ‘Los odiosos ocho’. Había ganado otro, pero fue el Oscar honorífico recibido en 2007. Quentin Tarantino había conseguido que, por fin, la Academia saldara su deuda con uno de los grandes maestros de la historia de la música.
Parecía que todo el pescado estaba vendido. Tan sólo quedaban de entregar las cuatro categorías más importantes de la noche. Y, siguiendo las quinielas, todo cuadraba. Alejandro González Iñárritu ganaba su segundo Oscar consecutivo por ‘El renacido’, un logro que sólo estaba en la mano de deidades de la gran pantalla como John Ford y Joseph Mankiewicz. Lo dedicó a Leonardo DiCaprio y Tom Hardy y recordó el maltrato a la etnia indígena y la erradicación de la discriminación por el color de la piel en los tiempos en que vivimos.
Por su parte, Brie Larson subió resplandeciente a recoger el premio que la designaba como mejor actriz principal por ‘La habitación’ y no se olvidó de recordar no sólo a su director Lenny Abrahamson y al pequeño partenaire Jacob Tremblay, sino a los festivales que fueron dando nombre a una película pequeña e independiente dentro de la gran industria. Y llegó ese momento esperado en la noche. Leonardo DiCaprio, después de cinco nominaciones, por fin obtenía su ansiado premio. Tenía su discurso de aceptación tan bien preparado, que también supuso un emotivo instante medioambiental cuando recordó lo importante que es proteger nuestro hábitat y las consecuencias desastrosas del cambio climático. Sin olvidar, por supuesto, a las comunidades indígenas. Leo ya tiene su Oscar. E iba siendo hora.
Lo que nadie se esperaba a altas horas de la madrugada era lo que estaba a punto de suceder. Lo evidente era que ‘El renacido’ fuera la gran triunfadora de unos Oscar dibujados para ese momento de plétora, con el actor de ‘Titanic’ todavía en el escenario. Sin embargo, cuando Morgan Freeman (el enésimo presentador de color) leyó con su imponente voz el premio a la mejor película de 2015 saltó la sorpresa. Un mayúsculo e inesperado giro de los acontecimientos cuando se hizo pública la gran triunfadora de la noche: ‘SPOTLIGHT’ era la ganadora de estos Oscar. La cinta de Tom McCarthy sobre el escándalo de los abusos a menores cometidos por religiosos que destapó en 2002 un equipo de investigación del Boston Globe le había arrebatado el codiciado premio a la hazaña épica de Iñárritu. Increíble.
Sólo hay un precedente de una película ganadora de un Oscar a la mejor película con dos únicos premios; la anterior procede del año 1952 y se trata de ‘The Greatest Show On Earth’, de Cecil B. DeMille. Un hito histórico que cerraba una gala que se hizo eterna, pero que repartió de forma equitativa sus premios en un palmarés bastante ecuánime. Del mismo modo que la Academia, trazó un show que impartió con la misma equidad sus disculpas a las minorías menos representadas en la industria. El año que viene veremos de qué modo responde Hollywood al enfado colectivo de la comunidad afroamericana y si lograrán encontrar esa vía de comunión que transforme la pose y la frivolidad en verdadera integración. Veremos.
LO MEJOR
— Sofia Vergara, Margot Robbie, Cate Blanchett, Alicia Vikander, Saoirse Ronan, Kate Winslet y, por supuesto, Charlize Theron, por siempre jamás.
— Ver por fin a DiCaprio subiendo a recoger su ansiado y anhelado Oscar. Era su noche y nadie se la arruinó. Ni siquiera que ‘El renacido’ se quedara sin el premio a mejor película.
— La multiplicidad de piezas musicales que daban paso a los presentadores, todos clásicas bandas sonoras premiadas con una estatuilla.
— La esperada foto entre dos íntimos amigos como son Leonardo DiCaprio y Kate Winslet en la alfombra roja.
— George Miller, que se lo pasó como nadie. Sabía que su película iba a llevarse algún premio técnico y fue a disfrutar. Salió siendo el responsable de la película más premiada de la velada.
— Los numerosos memes y comparativas del pelo afro a lo “mapache asustado” de The Weeknd.
— El abrazo entre Morricone y John Williams. Simplemente antología de la gala.
— La inocente mirada expectante de Jacob Tremblay, el pequeño actor de ‘La habitación’ cuando presentaron los premios de animación Los Minions y Buzz Lightyear y Woody, los protagonistas de los ‘Toy Story’. Antes ya había flipado cuando sobre el escenario aparecieron RD2-D2, C3-PO y BB-8.
LO PEOR
— La duración. Casi cuatro horas para algo tan desaborido y frío no es algo aceptable para esa industria del entretenimiento que es Hollywood. La decadencia cuesta abajo parece imparable con el paso de los años.
El desprecio que la platea de invitados mostró hacia Jenny Beavan, ganadora del diseño a mejor vestuario por ‘Mad Max: Fury Road’, supuestamente por no ir de etiqueta y subir al escenario con una chupa de cuero incompatible al boato y glamour del sarao. Stephen Fry ya fue un maleducado al despedir en los BAFTA a esta mujer: “Solo una de las mejores diseñadoras de vestuario cinematográfico acudiría a una ceremonia vestida como una vagabunda”, expresó. Por lo visto, la libertad de vestuario también está mal vista en Hollywood.
— La falta de rostros veteranos del Hollywood reciente. La renovación de talentos resulta muy aburrida.
— Que no se mencionara a Bill Cosby entre tanta reivindicación racial. O espera… ¡No!
— Que no se enfatizara en que Eddie Redmayne, ganador del año pasado a mejor interpretación masculina por ‘La teoría del todo’, se había convertido unas horas antes en el ganador a peor actor secundario en los Razzies por su bochornosa actuación en la cinta de los Wachowski ‘El destino de Júpiter’.
— Que el bueno de Stallone no se llevara el Oscar por ‘Creed’ y se le quedara la cara… bueno, la misma cara de siempre, pero triste.
— Lady Gaga y ese escote que deja intuir la flaccidez que muchos no deseamos ni maginar.
— La total ausencia de humor, de vídeos o ‘sketchs’ (como el de los actores negros en las películas nominadas) y la circunspección que hicieron que la gala se resintiera por su escasez de improvisación y frescura. Los Oscar carecen de magia, de vistosidad y, sobre todo, de sorpresas.
— Que durante la música de interrupción para meter prisa a los premiados fuera 'The Ride of the Valkyries' nadie gritara antes de irse: "Me encanta el olor a Napalm por la mañana”.
— Josie, el afamado experto (o algo parecido) en moda que desentonó con su pedantería en una mesa de Movistar + que supo llevar con destreza una gala con Raquel Sánchez Silva y Pepe Colubi a la cabeza. Una curiosidad malvada: ¿quién maquilla a los invitados de la plataforma digital? Todos los que desfilaron por la mesa parecían ganchitos o Cheetos de un refulgente color naranja.
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jueves, 25 de febrero de 2016

Fallece Rafael Iriondo, el último héroe de la "segunda delantera histórica" del Athletic

Se ha ido Rafael Iriondo, la última leyenda viva de la época más gloriosa de un Athletic espléndido, el que escribió algunas de las páginas más doradas de la historia del club. Con 97 años, era el último superviviente de la rememorada “segunda delantera histórica” compuesta por el propio Iriondo, Panizo, Zarra, Venancio y Gainza. Sagrado quinteto futbolístico de inalcanzable estela y magnificencia, Iriondo jugó de extremo derecho y, según sus palabras, era el “más rápido” de los cinco. Testigo viviente de un fútbol pretérito que tenía su sentido más dimensional alejado del circo de intereses en que se ha convertido en la actualidad, ha sido y será uno de los emblemas que ofrecen el valor del sentido de pertenencia a un club único. Un estandarte que representó como muchos los valores de un equipo diferente a los demás.
No jugó al fútbol de forma competitiva hasta su adolescencia, cuando había cumplido ya los catorce años. Lo hizo haciéndose pasar por un chaval de dieciocho. Sólo jugó un partido. De titular. Sin embargo, el equipo en el que debutó, el Gernika Club, desapareció poco después por problemas financieros y tuvo que pasar otro lustro para que volviera a disputar un encuentro en un terreno de juego. Entre medias, se fraguó la Guerra Civil, en la que combatió en Teruel y fue prisionero de guerra en Satoña, tras la rendición del ejército vasco. Entró directamente en las filas del Athletic, después de ser rechazado en el Club Erandio y el Barakaldo. Fue Roberto Echevarría el que probó las virtudes del gernikarra en el Bilbao Athletic (entonces Atlético por coacción franquista). Sin embargo, tuvo que regresar a finalizar el servicio militar en África. Con veintiún años debutó en el primer equipo de manera espectacular, tan sólo con once partidos disputados como jugador de fútbol. Tanto es así, que Artetxe, jugador internacional, comenzó siendo el suplente de su posición desde su puesta en escena. Lo hizo el 29 de septiembre contra el Valencia. El mismo día que debutaba el mítico Telmo Zarra.
Jugó 323 partidos en las trece temporadas disputadas con la elástica zurigorri. Marcaría 115 goles (84 de liga y 31 de Copa). Fue internacional en dos ocasiones, ante Eire y Portugal. Ganó una liga con el Athletic y cuatro Copas. Como técnico, Iriondo dirigió al Athletic en dos temporadas alternas y en una de ellas logró otro título de Copa. Fue en 1969. También entrenó a la Real Sociedad y al Betis, con el que, paradojas del destino, obtuvo una Copa frente a su equipo del alma en la inolvidable en 1977, con aquélla inacabable tanda de penalties tras el empate a dos que se resolvió con el tanto fallado desde el punto fatídico por parte del guardameta del Athletic Iribar, “El Txopo”, en una abultada tanda que reflejó un 8-7 a favor de los hispalenses.
Con la desaparición del último ídolo de una de las delanteras más representativas de la historia del fútbol, Irondo es despedido por la parroquia de San Mamés con los honores de héroe del que siempre fue y será, en palabras de Patxo Unzueta, “un jugador fino, genio del contraataque, una auténtica ametralladora en cada pie”.
Descanse en paz el gran Rafael Iriondo Aurtenetxea. Goian bego.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Review 'El Renacido (The Revenant)', de Alejandro González Iñárritu

La mitología fronteriza de una aventura mística
Iñárritu narra una historia de venganza y supervivencia captada casi a través de estímulos sensoriales y que, bajo su lúcida poética y fotografía, atiende a la responsabilidad histórica de una genealogía territorial escrita con sangre y traición.
El año pasado Alejandro González Iñárritu abordó un certero golpe de efecto en su filmografía a través de la gran ‘Birdman’, una disertación subterránea que abordaba la endeble frontera que separa la realidad de la ficción e identificaba a su vez los contornos del significado del arte y la vida. En estos dos últimos términos se mueve, en un estrato radicalmente distinto, su última e inesperada película, ‘El Renacido’, titánica obra de cámara, casi una experiencia cinemática y visceral sobre la agónica aventura fraguada en la épica de un hombre enfrentado a la supervivencia y el extraordinario poder del espíritu humano. De este modo, el director de ‘Amores perros’, detalla el crudo retrato de la condición humana a través de la hazaña del legendario explorador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), que fue brutalmente atacado por un oso y dado por muerto por los miembros de su propio equipo de caza y que sobrevivió durante semanas en las Montañas Rocosas bordeando el río Missouri, en la región de los actuales estados de Dakota del Sur y Montana.
Basado en la novela de Michael Punke de título homónimo, Iñárritu y su co-guionista, Mark L. Smith, inspiran su relato en esa figura que roza lo mitológico, la de un guía contratado para ayudar a una gran banda de cazadores de pieles en los fríos parajes entre Nebraska e Iowa del año 1823. Glass ha dado lugar a otras versiones sobre su particular aventura y vivencia. ‘El hombre de una tierra salvaje’ (1971), de Richard C. Sarafian, la canción ‘Six Weeks’, de Monsters and Men o literariamente ‘Lord Grizzly’ (1954), de Frederick Manfred y la mencionada ‘The Revenant’, de Punke en 2002.
En una desafiante pertinacia por sobrevivir, Glass sobrevivirá a ese ataque de un enorme grizzly a través de un itinerario de dolor que roza lo inconcebible, viéndose inmerso en la pesadilla de traición de su equipo y guiado únicamente por la voluntad y el amor a su hijo arrebatado a manos de uno de los componentes de la expedición. Sólo así, este hombre superará los golpes de la naturaleza y de múltiples adversarios hasta llegar a Fort Kiowa y poder ejecutar su venganza en forma de sangrienta redención. Por supuesto, esta línea narrativa no impone ninguna novedad en lo que podríamos llamar un ‘western’ germinal que hace extensiva su mirada a los planteamientos de Michael Blake en su novela ‘Bailando con lobos’ dirigida en 1990 por Kevin Costner y que suponían un retroceso (entonces innovador) a las raíces más primordiales del género.
‘El Renacido’ comienza la epopeya presentando a la familia interracial de Glass, instaurada en el respeto y el amor de fraternidad étnica y multiculturalidad que supuestamente representa Estados Unidos, pero que seguidamente es fragmentada por la intransigencia violenta del colono, como una muestra violenta y cruel del carácter atávico de la esencia humana. Siguiendo esa responsabilidad paternofilial más primitiva, tras el ataque de los militares británicos, el guía interpretado por DiCaprio pronuncia unas palabras dirigidas a su hijo, que ha superado la embestida al su poblado con graves quemaduras en la cara con un lema que supone la fuerza motriz que vehicula toda la película: "Mientras respires, hay que luchar”.
A partir de ese momento, se impone un grado de narración sobre el primitivismo instintivo como herramienta eficaz dentro de una trama tan básica como reconfortante, que disecciona de forma magistral un ataque por parte de los Arikara en un largo plano secuencia en el que los indios asaltan a los cazadores mercenarios en una coreografiada y muy compleja secuencia llena de desafíos que exhibe con orgullo y algo de autocomplacencia mucho de lo que se va a narrar a partir de ese instante y que encuentra su extensión en el agónico ataque del oso. Ambas ‘set pieces’ formulan esa doble analogía dentro del filme; la de unos nativos acometiendo al grupo donde se encuentran Glass y su hijo (que han sido parte de un reducto indio) y la del grizzly agrediendo salvajemente al protagonista con el único fin de salvaguardar a sus oseznos con el incentivo paternal que se transfiere al ansía de venganza del ‘frontiersman’.
Mediante la pormenorización visual de esos parajes de montañas escarpadas y fríos horizontes, Iñárritu va construyendo una fábula asentada en el lirismo de una violencia que abarca gran cantidad de matices, con los que concede todo tipo de alegorías sobre esa resurrección de Glass. La pérdida del vástago provocará, mediante recurrentes metáforas, su vuelta a la vida en varias etapas del filme. Desde su germinación desde la tumba de regreso a la vida desde la tierra, pasando por un embravecido río visto como un itinerario vital o el renacimiento desde las entrañas de un caballo para continuar ese camino místico y moral de venganza y salvación del alma.
Con ello, la naturaleza se transforma en un elemento de deidad natural, como ya proyectaba la locura de Werner Herzog en ‘Aguirre, la cólera de Dios’ o ‘Fitzcarraldo’. El vasto entorno se transforma en un brutal laberinto que casualmente empequeñece a sus habitantes humanos y, bajo el signo poético de las huellas cinematográficas de Terrence Malick, Glass va avanzando en su camino atormentado por pasajes alucinatorios hacia un estado beatífico mediante visiones y voces susurradas que perpetúan un discurso sobre los peligros del nuevo mundo y de ese exterminio genocida en las tierras indias del noroeste de Estados Unidos con el rostro inmaculado de Powaqa (Melaw Nakehk'o), la esposa pawnee asesinada a manos de los colonos.
De tal manera, ‘El Renacido’, aunque lo parezca (y en el fondo, pueda serlo), no es tanto una historia concentrada en un hombre contra la naturaleza, a pesar de que la intención simbólica que exhibe Iñárritu proponga la preeminencia del espacio natural a los personajes, instaurados en instintos y conflictos básicos, sino más bien en otra en la que el hombre se enfrenta contra el hombre en dos estratos. Primero, el individual, el del rol de DiCaprio contra sí mismo y su entorno y, por supuesto, enfrentado a ese antagonista que es John Fitzgerald (Tom Hardy), hacia el que volcará su mística resurrección con el fin de desagraviar a su unigénito.
La génesis de una nación instaurada sobre la violencia
Si nos atenemos a esto, todo el entramado de la pormenorizada expedición por esa inexplorada génesis del nuevo continente se asentaría en una ideología monolítica de retorno al estado arcaico y embrionario referente a la irracionalidad, a lo salvaje, a los instintos básicos de protección y agresividad que van desfilando por su denso metraje en oposición a los furibundos componentes naturales que también muestran su cara más voraz, como esos animales que imponen su ley (el ya citado oso o los lobos atacando a un rebaño de bisontes), el desafiante río y su poder indómito, el meteorito que cruza el cielo o el alud de nieve final. En la otra cara de la moneda, Fitzgerald no es un villano al uso, puesto que renuncia a su humanidad con el único fin de sobrevivir, actuando con egoísmo en contra del interés colectivo. Es capaz de anular cualquier valor ético y moral si como resultado consigue el usufructo propio, como idea simbólica del capitalismo moderno.
Llegados a este punto, no cuesta demasiado distinguir una disertación sobre la paulatina instauración de las bases de un continente instaurado en la falsedad de una noción de progreso alejada de la benignidad histórica, evocando un pasado escrito con sangre, traición y violencia. Iñárritu entrelaza en su historia de venganza y supervivencia poética con otra que atiende a la responsabilidad histórica de otra genealogía territorial bien distinta, la de una historia basada en guerras entre civilizaciones para evidenciar que esa nación constituida sobre la libertad y las oportunidades también proviene del germen del terror y el caos envolvente devenida en instructiva y cruel coerción occidental hacia las tribus indígenas y su hábitat.
Dentro de su parte técnica, hay que reconocerle a ‘El renacido’ la capacidad inmersiva con la que Iñárritu capta la simulación de esa aventura que se percibe casi a través de estímulos sensoriales, como una vivencia más que como la reflexión sobre la vida que se expone. Sin negar que las connotaciones de pretensión megalómana del cineasta mexicano al orquestar esta épica aventura, lo explícito, la brutalidad fetichista y sanguinolenta bajo la apariencia de honestidad son particularmente impresionantes. El engranaje fílmico que mueve el proyecto, su ejecución, coordinación y planificación rebelan el astuto empeño de un cineasta en forma de constante búsqueda de la majestuosidad formal y discursiva que ya evidenció en ‘Birdman’ y que aquí supera elevando su dominio del medio a un nivel superior. No sólo en el producto final, sino impulsando a su equipo a límites similares a los vividos por el personaje, en constante lucha contra los elementos.
Todo en esta película forma parte de un desafío contra lo convencional. Empezando por la limitación de filmar únicamente con luz natural o de rodar toda la película en orden cronológico. De esta voluntad, el estilo y el sentido de la ambición artística cuajan en un logro que nunca distrae la atención de lo que está contando, dejando una bella fábula sobre un escenario perfecto para la consecución de su intensidad artística. A este extraordinario horizonte de perceptiva belleza contribuye Emmanuel Lubezki, un director de fotografía al que habría que calificar por menos como un autor capaz de ejercer como responsable de gran parte de la grandeza del filme.
Como si reprodujese un lienzo de Albert Bierstadt, “El Chivo” (como se le conoce en el ámbito cinematográfico), trabaja con esa luz natural para una dotar de mayor realismo los parajes, capturando con impresionante profundidad de campo en esa innovadora Arri Alexa 65mm algunos fenómenos naturales que en pantalla lucen abrumadoramente hermosos. No sería extraño que el próximo domingo, el fotógrafo azteca se hiciera con su tercer Oscar consecutivo tras ‘Gravity’ y ‘Birdman’.
Aunque si tenemos que hablar de Oscar, emerge con fuerza la figura de un DiCpario que parece obstinado en la consecución de ese ansiado premio en forma de estatuilla de la Academia. La determinación llevada al límite en su personificación casi animal de este mito de la leyenda americana con corazón nativo evidencia un sorprendente compromiso con el papel. No obstante, tanto Will Poulter como Domhnall Gleeson y, sobre todo, un descomunal Tom Hardy, no necesitan arrastrarse por el fango, gemir de dolor y sucumbir al infierno natural para estar a su altura.
‘El Renacido’ es una colosal aventura que deja exhausto al espectador a través de un lenguaje icónico convertido en imborrables imágenes. Una reflexión existencial sobre el lugar que ocupa el hombre en el mundo por medio de su Historia y su relación con el medio en el que convive, sobre la inhumanidad del hombre hacia el hombre que construye el mito fuera de la racionalidad como perspectiva que incuba los fantasmas pretéritos de América, de cualquier historia, de la necesidad de desagravio ante la iniquidad generada por el ser humano en su faceta más animal. Estamos ante la mejor película de Iñárritu hasta el momento. Pese a compartir la grandilocuencia con la tipología de superproducción de acción, este filme se aleja del concepto ‘mainstream’ para acercarse a la tipología de arte y ensayo. Una magnífica obra de una belleza ponderativa que encuentra su sentido en sí misma.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2016

lunes, 15 de febrero de 2016

All Star Toronto 2016: Lo de siempre… a excepción de unos concursos memorables

Desde hace algunos años, el All Star Game se ha visto afectado por el signo de una modernidad en la que la competitividad ya no es un reclamo en un fin de semana marcado por la futilidad de un encuentro que sirve como escaparate y reunión de los mejores jugadores de la liga de baloncesto más importante del universo. Parece ser que, lejos de aquéllos choques de emoción de finales de los 80 y principios de los 90, en la actualidad se opta por la pasividad del juego defensivo en función de un dudoso espectáculo basado en la prodigalidad del físico y en la actitud indiferente a la hora de saber quién lanza desde más lejos y encesta en el aro rival con virguerías y suntuosidades.
Lo de anoche constató, por enésima vez en las últimas ediciones de esta velada cada vez más insubstancial, que el All Star de la NBA es simplemente un ejercicio de pavoneo de un baloncesto que poco tiene que ver con el concepto que se aborda cada día en las jornadas de temporada regular de la competición, excluyendo el factor de pugna que en este caso se anula por un dudoso paseo de superestrellas que ejercen de neutrales espectadores con respecto a las jugadas de ataque rival.
El frío dato revela lo siguiente; el combinado del Oeste anoche intentó la friolera de 75 triples (con 31 aciertos) y el Este se sumó a esta fiesta desde el fuera del perímetro con 53. 19 de ellos fueron procurados por un Paul George que estableció el récord de esta disciplina con 9 canastas desde los 7.25 m. Si el año pasado la actitud se basó en la desidia total de la defensa con la obstinación anotadora como único fin, esta 65ª edición de la cita se fraguó con otro horroroso y circense partido que llevó a establecer una cota de anotación situada en un marcador final de chiste abultado. Lo de este año ha prolongado la parodia de un baloncesto tomado en serio en que se ha convertido esta reunión de superestrellas de la canasta. La cadencia bostezante de ambos conjuntos por sumar de forma desmedida puntos sin freno y sin ningún tipo de competición, donde la parsimonia de nulidad defensiva y permisividad ofrecen un show carente de interés, volvió a pulverizar el récord de puntos de la historia de este sarao baloncestístico ¿El resultado? Un 173-196 para el Conferencia del Oeste que dejaba esa estela de negligencia en la que sería absurdo analizar cualquier jugada o movimiento táctico más allá del postureo que se vio ayer en el Air Canada Centre.
Lo único destacable, entre tanto lanzamiento de tiro triple, ‘alley hoops’ consentidos y despreocupación ha sido esa sexta participación de nuestro Pau Gasol, grande entre los grandes, único jugador internacional del evento y único participante de raza blanca. Un orgullo que pasó desapercibido como tantos otros grandes nombres de la NBA. También es de débito subrayar que en los últimos dos minutos, los jugadores del Oeste, bajo las coordenadas de Greg Popovic, evitaron que George, arrebatara el récord de puntuación a Wilt Chamberlain obtenido en el All Star de 1963 quedándose a un solo punto. El año pasado Russell Westbrook (el MVP de esta edición por segundo año consecutivo) se quedó a dos puntos de esta marca.
Por supuesto, se superó la mayor anotación combinada (absurdos 369 puntos) y de jugadores por encima de los 20 puntos (nada menos que 9). La intensidad en el juego brilló por su ausencia, en una chufla donde cualquier tiro a canasta estaba libre de marca y la indiferencia de todos los integrantes de ambos equipos marcó un show bochornoso hasta para los Globetrotters. Basta ver las estadísticas para ver los tapones globales de todo el encuentro: tan sólo ¡dos! tapones en juego (Carmelo Anthony y Kyle Lowry). Una estadística muy significativa del paripé de este choque cada vez más comercial y, por qué no decirlo, innecesario.
Quedará para los fastos de lo nostálgico como el All Star homenaje y despedida de Kobe Bryant, auténtico protagonista de este encuentro pese a que a sus números estuvieron alejados de toda brillantez lastrada por su condición física. No obstante, el mundo se rindió al recuerdo del que ha sido uno de los mejores jugadores de la historia de la NBA. Kobe diciendo adiós y alguna que otra imagen, como Westbrook levantando el trofeo de mejor jugador de un All Star por segundo año consecutivo, primero de la historia de la NBA en lograr esta gesta en solitario, fueron el signo de un encuentro para olvidar.
No todo ha sido malo
Poco se puede decir del Rising Stars disputado en la madrugada del viernes entre los ‘rookies’ y los ‘sophomores’ de Estados Unidos y los representantes internacionales de la mejor liga del mundo. Casi por inercia, el choque reflejó esa apatía demostrada en el All Star de los mayores por ofrecer muchos puntos y nulo juego. Ganó el combinado estadounidense. Pero poco importa dada la exhibición de canastas a granel sin ningún tipo de sentido conceptual del juego en equipo o la imposición defensiva de cualquier rango.
Si hay algo por lo que se recordará este fin de semana de las estrellas es por la sorpresa que deparó la noche del sábado con los concursos individuales que otrora habían perdido su relumbrón de antaño. El show arrancó con el NBA Skills Challenge, el concurso de habilidades renovado para generar algo más de interés que en anteriores años. Eliminado el desafío de las Estrellas, resultó un evento ágil y entretenido que enfrentó en su final al más bajito de la liga, Isaiah Thomas y a la gran sensación de los ‘rookies’ de esta temporada, Karl-Anthony Towns. Y fue el pívot de los Timberwolves, ganando el desafío con gran soltura, el que demostró tener una destreza y potencial que le señalan como una de las grandes figuras de futuro de la liga.
Sin embargo, el plato fuerte estaba marcado por los otros dos acontecimientos clásicos en esta noche; Foot Locker Three-Point Contest y Verizon Slam Dunk contest. La edición pasada del concurso de triples de toda la vida había reverdecido su interés con la inclusión de Stephen Curry, que ganó mostrando su superioridad frente al resto. Repetía este año convertido en el MVP de la pasada temporada y en el mejor triplista de la liga (y visto lo visto, de la historia de la NBA). Frente a él, su compañero y ‘splash brother’, Klay Thompson, como máximo aspirante en una pugna donde competían expertos como James Harden, JJ Redick, McCollum o Middleton. En la final a tres se coló un ‘rookie’, Devin Booker, que vio como los 23 puntos de Curry fueron superados por los 27 puntos de Thompson, que se llevó el trofeo a casa contra todo pronóstico.
Pero sobre todo, este All Star Weekend ha estado marcado por el concurso de mates que venía con la vitola de pugna por destronar a Zach Lavine que había impulsado un evento que parecía destinado a su desaparición por la escasa innovación y repercusión dentro del show de basket universal que supone esta fiesta deportiva. Nadie esperaba ese duelo en la cumbre entre Lavine y Aaron Gordon. Los otros dos participantes, Drummond y Will Barton, asistieron al que ha sido, con toda probabilidad, uno de los mejores concursos de mates de la historia. La sucesión inacabable de mates, a cual más sensacional y espectacular, desafiando a la ley de la gravedad, ha dejado imágenes de vuelos para la posteridad. La épica de una rivalidad insuperable se forjó con valoraciones máximas que respondían a la grandeza de lo visto.
Un doble desempate dilucidó con cierta polémica al ganador. Lavine repetía título como mejor ‘matador’ del All Star, pero en la memoria colectiva quedará ese mate de Gordon con ayuda de Stuff, la mascota de los Orlando Magic, en un imposible salto sobre ambas piernas con un giro completo sobre sí mismo para dejar boquiabierto al mundo entero. Tal vez mereció ganar. Lo más justo hubiera sido un trofeo ex aequo. Lo cierto es que nadie esperaba que el concurso de mates, tan devaluado desde hace años, fuera a suponer la más destacado y espectacular de un fin de semana tan olvidable como espectacular. Es la esencia de la NBA, que muestra el lado más mercantil y el espectáculo más sugestivo de un deporte apasionante. En cualquier caso, el All Star forma parte del show. Y si nos deja enfrentamientos como el de Lavine-Gordon seguiremos pegados a la pantalla para disfrutar de una ceremonia única.
Por siempre: We love this game!

jueves, 11 de febrero de 2016

Review 'Los odiosos ocho (The Hateful Eight)', de Quentin Tarantino

Los espectros de un pasado inextinguible
La octava película de Tarantino sigue perteneciendo a un cine estamental e identificativo basado en la referencia y nueva desmitificación del ‘western’ clásico, pero a la vez acercándose a un prisma mucho más personal que acaba rompiendo las barreras que imponen la modernidad y los perfiles genéricos de su anterior obra.
El comienzo de ‘Los odiosos 8’ impone algunas diferencias que traicionan, en cierta manera, esa reiteración a la que se le insinúa a Quentin Tarantino en sus películas. Una figura estatuaria de Jesucristo clavado en la cruz bajo las notas de la primera partitura original para uno de sus filmes, compuesto, como no podía ser de otro modo, por Ennio Morricone, simboliza esa pétrea efigie de un impasible Dios que será testigo inmóvil de un infierno sanguinolento en medio de la nada. Los créditos dejan ver cómo una diligencia se acerca lentamente por un gélido paraje que avecina una fábula de roles abandonados a una suerte incierta en medio de una ventisca de nieve.
Tarantino no pretende con ello ni mucho menos abandonar los aspectos más determinantes del multigénero (o al menos impregnarlos de una personalidad irrefutable), pero sí incide en la reinvención de su pasión cinéfila desde la formulación más precisa de las fuentes inspirativas hacia un prisma mucho más personal que acabe rompiendo las barreras que imponen la modernidad y los perfiles genéricos en la difusión de mixturas que no sean las impuestas por el propio cineasta. De este modo, la audacia blasfema con la postmodernidad que se le achaca ya no es tanto una revolución cinéfila de un imaginario cinematográfico referencial y reverencial, sino de un cine más personal afincado en los límites de la autoría.
Tarantino va más allá en esa sublimación de los clásicos, en la que la intertextualidad genérica se orquesta a través de la filmación en Ultra Panavision 70 mm., un formato de ratio de 2,76: 1 utilizado en los años 50 y popularizado en la década de los 60 y que aquí es utilizado como un arma innovadora procedente de otra metodología de representación propia de otro tiempo, lo que potencia el poder mediador de la imagen dentro del proceso de construcción de un sentido fílmico de este ‘(anti)western’ narrado con la acostumbrada disposición de capítulos dentro de la carrera de Tarantino.
En ‘Los odiosos 8’ pertenece por disposición en el espacio y el tiempo al género por antonomasia del cine americano, pero estipulado como un juego de metamorfosis conceptual donde conviven varios subgéneros, adoptando motivos narrativos y visuales a los que revertir para su traviesa visión de proponer una película diferente en su nueva (des)mitificación del ‘western’ clásico, cuyas raíces germinan en el ‘Río Bravo’ de Howard Hawks hasta hacer una estela de referencias inacabables que evoca a Budd Boetticher, Nicholas Ray, Anthony Mann o a referentes más contemporáneos como Sam Peckinpah y, sobre todo, John Carpenter o Sergio Corbucci, de los que resucita el espíritu medular de ‘La Cosa’ o ‘El Gran Silencio’, respectivamente.
Filmada parcialmente alrededor de Telluride (cerca de Wyoming), el octavo filme de Tarantino se ubica “seis, ocho o doce años después de la Guerra Civil”, lo que dota de una ambigüedad al tiempo concreto, dentro de un estado conservador anclado en idealismos pretéritos que concreta a la perfección ese trasfondo de suciedad ética que envuelve el posterior tejido argumental. La diligencia del silente prólogo transporta a un cazarrecompensas llamado John Ruth al que apodan ‘La Horca’ (Kurt Russell), que escolta por el entumecido itinerario a una fugitiva llamada Daisy Domerque (Jennifer Jason Leigh) para entregarla a la justicia en dirección al pueblo de Red Rock. En su camino, dará con un ex soldado afroamericano de la Unión también reconvertido en cazarrecompensas, Marquis Warren (Samuel L. Jackson) y más tarde con Chris Mannix (Walton Goggins), un paleto sureño que asegura ser el sheriff de la población a la que se dirigen. Una tormenta de nieve les obliga a parar en la mercería del Minnie, un albergue para caravanas en la que se encuentran alojados Bob (Demian Bichir), un encargado provisional mexicano, el verdugo Oswaldo Mobray (Tim Roth), un viejo cowboy llamado Joe Gage (Michael Madsen) y un silencioso general confederado Sanford Smithers (Bruce Dern).
‘Los odiosos 8’ no volverá a salir al exterior exceptuando en un par de flashbacks que obligan a un ‘drawing-room mystery’ o juego de salón y cantina para ir entrelazando un pequeño cluedo de confrontaciones en una historia inflexible que se concentra en un único espacio donde los estándares de su cine afloran con mayor pujanza. No es nuevo en el último cine de Tarantino. Hay dos antecedentes que marcan ese ejercicio fílmico que eclosiona aquí con todo el sentido cinematográfico de un único espacio; en ‘Malditos bastardos’ se ubicaba en el sótano de un bar clandestino nazi y en ‘Django Desencadenado’ durante una cena en Candyland. Ambos casos sirven son una muestra de ‘set-pieces’ con efluvios teatrales que constatan la búsqueda del director por encerrar a sus personajes en un entorno cerrado para abordar una situación de aislamiento y desazón.
A modo de rompecabezas coral y claustrofóbico, se concentra lo que parece ser un juego de sospechas o resolución de un crimen que apunta a un personaje concreto, descubriendo con sus diálogos una tensión en constante crescendo. La gran baza de Tarantino es que consigue evitar caer en la tentación de dirigir su narración hacia un juego de ‘whodunit’, porque lo que le interesa es ir ciñéndose a los patrones del western y diluir su esencia hacia otros cánones bien diferentes, ya que se hubiera que conectar ‘Los odiosos 8’ en un género concreto atendiendo a su estructura, respondería a la raigambre del cine de terror. A tenor de lo propuesto, aquí tenemos a nueve personajes (que no ocho) recluidos e incomunicados en medio de la nada, un hecho que generará una espiral de violencia adyacente a ese género, donde todos son culpables y fagocitados por sus propios fantasmas. Incluso el personaje femenino va manifestándose paulatinamente en una especie de bruja hechicera que maneja la situación en beneficio propio que acaba con un semblante terrorífico embadurnado de sangre ajena.
La vertiente más política de Tarantino
Se podría decir que, desde un punto de vista estilístico e intencional, ésta es la película más íntima de su autor desde ‘Jackie Brow’, cuya construcción se depura desde la tensión entre sus personajes principales hasta su discurso final lleno de simbologías y descontextualizaciones, con un crudo sentido del humor y elipsis morales que toman de referencia estereotipos y caricaturas cercanas al ‘cartoon’ y hablar, de forma soterrada, de misoginia, racismo, nihilismo y provocaciones varias para ponerlas en constante relación, confrontando la moralidad y rigorismo en una oscura reflexión que escava en las raíces morales de una violencia hacinada en un estrato humano que busca una verdad expuesta de un modo frontal, poniendo al espectador frente al lado más desagradable de esa pugna adversaria entre los hombres de la Unión y los ex confederados.
Es también ‘Los odiosos 8’ la propuesta con más trasfondo político en la filmografía de Tarantino, que se muestra incisivo al conferir una atmósfera tóxica que impregna el total de la película, proyectando las animadversiones de sus personajes, obligados a lograr alianzas incómodas, como si, en el fondo, el director de ‘Pulp Fiction’ estuviera tratando de hablar sobre ese extraño mosaico multicultural que conforma la sociedad estadounidense y la oscura historia que sustenta un conflicto moderno que viene de muy lejos. El ideal americano es una farsa construida a lo largo de los siglos sobre un país autoproclamado libre sobre la mentira de las causas perdidas y que, sin duda, tiene sus raíces en las ansiedades que responden al mito de la inextinguible ocupación y el inexistente sueño americano que se perpetúan hoy en el capitalismo y la xenofobia.
Articulada sobre una subversión indistinta, es como si Tarantino justificara su condición de autor capaz de crear cine de entretenimiento sin dimitir en su empeño de alternar ese cúmulo de referencias culturales y debates morales sobre la política racial en los Estados Unidos, como una extensión de lo que dibujó en ‘Django desencadenado’, pero a un nivel de profundidad mucho más coherente sobre una segregación profundamente arraigada a la nación que sigue afectando a los EE.UU. en la actualidad. Se trata de una intención casi teologal por mostrar cómo el paso del tiempo no cauteriza una serie de heridas que permanecerán abiertas, por mucho que se intente enmendar con aparentes lenitivos sociales. De ahí que tanto el exceso como finalidad y escenario sean utilizados para sacudir la conciencia del espectador, siempre obligado a formar parte del estrambótico encierro de personalidades antagónicas forzadas a participar en un siniestro juego de alianzas y complicidades.
Sometida la narración al fuera de campo, Tarantino es consciente de que en su ‘tour de force’ contextual la claustrofobia anida tanto en las cuatro paredes de la mercería del Minnie bajo la expectativa de que algo suceda como elemento externo para poder avanzar en los objetivos individuales de cada uno, cosa que, por supuesto, no sucede. Reincide con ello en un metodismo digresivo, con una esperada representación formal compuesta de diálogos plagados de contrapuntos, donde las palabras son utilizadas como armas, esgrimiendo el verbo como un exhaustivo instrumento capaz de sobrepasar la esfera escénica.
Incluso fuera de subtexto, con un cariz de adulteración dentro de la narración. Ejemplo de ello es ese polémico ‘flashback’ antojadizo en la que Warren le cuenta al viejo Smithers cómo mató a su hijo y le sometió a una humillación vejatoria como venganza del hombre negro segregado ante la potestad tiránica del hombre blanco. No es algo ajeno al discurso ‘tarantiniano’, ya que remita directamente a un enfrentamiento verbal con idéntica esencia entre Vincenzo Coccotti y Clifford Worley (Christopher Walken y Dennis Hopper) en su guión de ‘Amor a quemarropa. Puede que se sea cuestionable la incursión la visualización de esta fábula a modo de secuencia, pero lo cierto es que en este tipo de conductas suicidas, es donde el cine de Tarantino encuentra un concepto narrativo y un valor de ser más allá del prejuicio.
Respondiendo a esto, el nivel de fidelidad a su obra por parte del cineasta es incontestable. Su megalomanía de trasfondo manierista busca la constante provocación, que dota a su cine de una perversión exhibicionista del ritmo narrativo mediante de unos diálogos que alcanzan aquí otro estrato de un minimalismo formal, que explora la puesta en escena como herramienta de construcción y diseño de su propio universo para concentrar las imperecederas posibilidades que proponen los elementos más básicos del lenguaje cinematográfico. Desde su propia perspectiva, la planificación fragmentada y la libertad de la cámara, se alejan de la supuesta teatralidad que se le achaca a la nueva propuesta del maestro de Knoxville, encontrando un sello identificativo donde pervive un imaginario representativo de esa autoparodia referencial que desencadena un ritual de la justicia cuyos ideales se acaban resbalando a través de unos dedos manchados de sangre, llevada por la habitual dosis de violencia hasta el paroxismo. La exacerbación sangrienta consolidada con la fatalidad proyecta desde la perversidad del sistema de justicia al poder cegador de la naturaleza humana instaurada en el egoísmo y codicia.
Bendito exceso que corrobora esa facilidad por demoler ideologías caducas a través de impactantes imágenes generadas por la vacuidad de las mismas, por la necesidad de transmitir mediante el exhibicionismo sanguinolento la ambigüedad que mueve los peones de este ajedrez sin un ganador final. ‘Los odiosos 8’ prioriza la comedia perversa y cruel sobre el mosaico dialógico de desconfianzas y mentiras instituidas en una retórica sobre la redención y el castigo de sus personajes, espectros en medio de la blanca nieve profanada en las entrañas de un recinto de putrefacción.
Odiosos personajes avocados a un desenlace elegíaco que escora la desesperanza de esa falsa carta de Abraham Lincoln como una promesa de un mañana improbable, de un futuro/presente inscrito en la misma infamia de los antepasados obligados a entenderse. Tarantino se muestra inexpugnable e intransferible con una película cercana a las tres horas de metraje capaz de generar un discurso moral y político propio, encaminado a generar un estado de autor total.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2016

lunes, 8 de febrero de 2016

Super Bowl 50: La brutal defensa de los Broncos fulminó la ofensiva letal de unos ineficaces Panthers

Si hubiera que definir el partido de la quincuagésima edición de la Super Bowl que se celebró ayer en el Levi's Stadium de Santa Clara, con una única palabra, todos coincidirían en la misma: defensa. Los Denver Broncos hicieron fuerte su mejor arma y desmontaron las ínfulas de ataque de los Carolina Panthers. El partido, cuyas cifras de audiencia se sitúan en los 130 millones de personas, tenía los alicientes de las grandes citas deportivas. Por un lado, el bloque defensivo de los Broncos dejó fuera a los Patriots de Tom Brady en las semifinales venían de hacer una temporada irregular escudado en la obstinación de Gary Kubiak por crear un muro defensivo infranqueable. En frente, los de Ron Rivera venían de sumar la mejor marca de esta temporada regular en la NFL (15-1), esgrimiendo un juego fraguado en la condición física de sus hombres y planteando estrategias basadas en el rigor y el énfasis ofensivo. De este modo, se enfrentaban la mejor defensa de la liga contra el mejor módulo ofensivo.
En una ocasión, el gran maestro del baloncesto NBA Chuck Daily (entrenador de los míticos ‘Bad Boys’ y del Dream Team del 92), acuñó una de las frases que se han convertido en una épica cita axiomática y utilizada hasta la extenuación: “El juego ofensivo gana partidos. El defensivo gana campeonatos”. Nada podría definir lo que se pudo ver ayer al sur de la bahía de San Francisco en las bodas de oro del campeonato más multitudinario a nivel global. La defensa de los Broncos, capitaneada por Von Miller, Demarcus Ware, Malik Jackson o Chris Harris supo hacer de su seña de identidad un valioso atributo que frenó al ‘quarterback’ de moda, un Cam Newton que ayer chocó una y otra vez contra el muro propuesto por Kubiak, que persistió en todo momento en una sola idea; la de presionar constantemente a Newton y forzar errores. Y vaya si fue efectivo. Desde los primeros compases del partido, la franquicia de Colorado fue labrando con constancia la anulación de la estrella de los Panthers, que sólo pudo completar 18 de 41 pases.
McManus anotó ‘field goal’ de 34 yardas para que poco después, en la ‘end zone’ de los Panthers, lograran el primer ‘touchdown’ del partido a cargo de Malik Jackson forzado por un Von Miller espectacular y por un error de Newton. El 0-10 del marcador hacía prever que el camino de los Panthers iba a ser mucho más complejo de lo que pronosticaban las apuestas. Pese a que en el segundo cuarto, parecieron despertar con una serie de nueve jugadas para conseguir 73 yardas con la consecución de un acrobático ‘touchdown’ de Jonathan Stewart que ajustó el marcador hasta el 7-10, Denver pareció en todo momento mucho más sólido, en una pugna de ambos cuadros defensivos.
Y comenzaron a aflorar los errores provocados por la incertidumbre y los nervios de los de Charlotte; comenzando por un esas 61 yardas de retorno Norwood (el más largo en la historia de la Super Bowl) que no completó con un ‘touchdown’ de milagro. Sin poder llegar al primer down, los Broncos se conformaron con un ‘field goal’ que abría un poco más la herida del rival. El marcador al final de la primera parte reflejaba un 7-13 que, visto lo visto, empezaba a dilucidar quién se iba a llevar la Super Bowl.
En la segunda parte sucedió más de lo mismo. Un ‘field goal’ de 44 yardas fue desaprovechado por Graham Gano, que estrelló el ovoide en el palo. Nada parecía salirle bien a unos Panthers desquiciados por la defensa contraria y por la acumulación de fallos que marcaron su destino. Despúes la intercepción de un pase a Cam Newton, tras otro ‘sack’ de la defensa de Denver (siete en total), McManus sentenció a los Panthers con un ‘filed goal’ que ponía el marcador en un 7-16 que se hacía insalvable. A partir de ahí, el partido fue un cúmulo de jugadas que colisionaban una y otra vez con Von Miller y el pétreo muro defensivo de un colectivo que veía el partido controlado, haciendo que el rival no supiera reaccionar, sin saber acertar ante al desbarajuste ofensivo de unos Broncos que se sentían tan seguros atrás. Optaron por ver pasar el tiempo hasta el final del partido, haciendo lo que mejor saben. Mediado el último cuarto, Gano anotó un ‘field goal’ de 39 yardas para acercar a los Panthers a 10-16. Un solo ‘touchdown’ les separaba de la gloria. Pero todos sabían que el milagro no se iba a producir. No era una noche de celebración en Carolina. Había tiempo para una remontada épica, pero la gloria ya estaba escrita para los Broncos.
Las esperanzas se esfumaron en el momento en que un cariacontecido Newton perdió un balón ante su pesadilla, el todopoderoso Von Miller, que lanzó el balón a Manning a cuatro yardas de la ‘end zone’ rival para comenzar a ajusticiar a unos Panthers cuya muerte en este partido estaba anunciada. CJ Anderson, configurado durante esta temporada como el baluarte ofensivo del equipo, apuntilló con un ‘touchdown’ que acabó con esta Super Bowl. Hubo tiempo para que Peyton Manning, en la que ha sido su peor participación en una serie final (13 de 23 pases completados para 141 yardas sin ‘touchdowns’), se redimiera y aportara dos puntos más para cerrar el marcador con un 10-24 que finalizó con una de las Super Bowls más rocosas de los últimos tiempos. Los Denver Broncos demostraron que con una defensa sólida se puede ganar un título tan trascendental como este, sin recurrir a la figura del ‘quarterback’.
Von Miller fue designado como el MVP del partido y los Broncos ganaron su tercer título Vince Lombardi, después de los obtenidos en aquel ‘back to back’ de los años 1998 y 1999. También sirvió como posible rúbrica final a la carrera de una leyenda del fútbol americano como es Mannig, configurado a través de la historia como el ‘quarterback’ con más yardas de pase y con más asistencias de 'touchdown' de la historia. Ayer no fue su noche. No hizo ningún pase de anotación por primera vez en su carrera durante un partido de la fase final y lo derribaron por primera vez en su carrera en cinco ocasiones. Poco le importó. La labor de sus compañeros Von Miller (con dos valiosos ‘fumbles’) o T.J. Ward fue suficiente para mantener a raya a los Panthers, controlando en todo momento el marcador y el ritmo de las jugadas. No pasará como una de las mejores Super Bowls que se recuerden (la del año pasado puso el listón muy alto), pero hay que reconocer que este juego vive de la estrategia y la defensa de ayer ha sido de las más representativas de un modelo conservador y efectivo que forma parte de este gran espectáculo mundial.
La “otra” Super Bowl
En cuanto al otro evento mediático que genera una expectativa global, el ‘Halftime show’, el cotarro musical también muy esperado por los aficionados a la música y ajenos al evento puramente deportivo, es otro de los reclamos más esperados de la noche. Esta especie de macro-concierto que congrega a las figuras más importantes del mundo de la música contó en este caso con el grupo británico Coldpla, que hizo un mix de su repertorio más conocido; ‘Viva la vida’, ‘Paradise’, ‘Adventure of a Lifetime’ o ‘Fix you’ ante un público animado y un espectáculo colorido y multicolor. Sin embargo, fue cuando irrumpió esa fuerza de la naturaleza llamada Beyoncé cuando subió la temperatura musical del show. La pantera negra se unió con una impresionante coreografía a Chris Martin y su grupo, a la que se sumó Bruno Mars con los temas ‘Formation’ y ‘Uptown Funk’ cantadas a tres voces. Todos acabaron cantando al unísino en un número que recordó, a través de sus imágenes, algunos de los más importantes artistas que han pasado por estos 50 años de noche deportiva de alto nivel; Michael Jackson, James Brown, The Blues Brothers, Stevie Wonder, Aerosmith, U2, Shania Twain, Sting, Paul McCartney, The Rolling Stones, Bruce Springsteen, The Who o Katy Perry, entre muchos otros. Tampoco olvidemos que el ‘The Star Spangled Banner’, himno nacional de los Estados Unidos, también tuvo su voz en otra superestrella de la música como es Lady Gaga.
Por último, y como no podía ser de otro modo, otro de los ingredientes que dan vida a la fiesta es el reclamo de los intermedios televisivos en los que se concentran algunos de los spots comerciales más costosos y vistos del año. El protagonismo de Hulk y Ant-Man marcó el de Coca-Cola para lanzar su Coke Mini, Kevin Hart puso rostro a uno de los de Hyundai en una primera cita y el otro a Ryan Reynolds multiplicado por muchos clones. Willem Dafoe se travistió en Marilyn Monroe en el surreal anuncio de Snicker’s, las divertidas propuestas de Doritos pusieron la nota de humor con una pareja en una ecografía con final inesperado, la sensación extravagante del Puppy Monkey Baby de Mountain Dew’s, Wix.com y Kung-Fu Panda o la estampida de los perros salchicha en busca de los botes humanos de Heinz fueron algunos de los anuncios que sobresalieron en el espacio publicitario más caro del mundo que alcanzó los 167.000 dólares por segundo en la noche de ayer.
No podía faltar la presencia de los tráilers y teasers de los ‘blockbusters’ más mastodónticos que adquieren su dosis de protagonismo en esta cita deportiva; ‘Batman vs Superman’, la nueva aaventura del Capitán América: ‘Civil War’, ‘10 Cloverfield Lane’, ‘Eddie the Eagle’, ‘Independence Day: Resurgence’, la quinta cinta de la saga ‘Jason Bourne’, ‘Teenage Mutant Ninja Turtles 2’, la nueva versión de ‘El libro de la Selva’, ‘The Secret Life of Pets’ y sobre todo ‘X-Men: Apocalypse’ fueron algunos de los adelantos de una noche en la que en todo el mundo se consumen toneladas de perritos y hamburguesas, se cocina diversas variedades de carne a la barbacoa y se ingieren millones de litros de cerveza. La Super Bowl es el acontecimiento más seguido del año. Y nunca defrauda a todos su fans repartidos por el mundo entero.
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