viernes, 26 de diciembre de 2014

El viejo discurso y la Nochebuena familiar

La Nochebuena es un lapso terriblemente extraño. De entrada, el mensaje del Rey, que proponía una renovación con la sustitución de Juan Carlos por su hijo Felipe VI, sigue siendo el mismo. Una letanía de buenas intenciones llena de constantes referencias a los tópicos pertinaces, los mismos propósitos y la esencia fugaz de palabras mil veces oídas. Habló de erradicar la corrupción diciendo que “se debe cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción”, pero evitó mencionar a su hermana y su cuñado. Frases para definir a España como “Moderna, con convicciones democráticas, diversa, abierta al mundo, solidaria, potente y con empuje” falseando la cruda realidad que nos rodea y adornando el discurso localista y populachero con otras de dudosa veracidad como que “la economía está siempre al servicio de las personas”. Visualmente, el multiángulo nació para que el Rey pareciera más dinámico. Este año no ha sido el recurso más utilizado. Para darle otro aire de sofisticación al plano estático del inmutable monarca, han optado por esos travellings que acercaban al espectador de forma simbólica a este nuevo rey, sin renunciar a las típicas fotos de familia y que este año ha incluido un sofá, un pesebre, una bandera, un par de euphorbias pulcherrimas o plantas de navidad. Emocionante, sin duda alguna, para los amantes del ‘horror vacui’.
Por otra parte, y en una parcela más personal, durante la cena familiar tuvo lugar una de las discusiones más extrañas a las que he tenido la oportunidad de asistir en familia. En la celebración del nacimiento de Jesús, comenzó una inverosímil discusión sobre la existencia de Dios, filosofando sobre teorías teológicas de lo más apasionantes. A modo de pequeños émulos de Nietzsche, a pesar de la apología de Massino Desiato. Posiciones paralelas a las de Heidegger, a punto de llegar a la desvalorización misma de todos los valores, recapacitando hacia la creencia, pero brotando desde un alegato de una posible divinidad.
Se puede renegar de la lógica. Se puede pensar que lo divino escapa de las capacidades cognoscitivas del cerebro humano, como defienden los agnósticos. En fin, de película buñuelesca. Lo cierto es que Occidente ha terminado imponiendo a la Navidad su espíritu laico fundacional, el que nos emancipó de las teocracias, basadas en el temor supersticioso al castigo, en lo sacral como coartada, y decretó que el derecho a la felicidad era aquí y ahora. Eso es la Navidad.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

¿Quién mató a Santa Claus?

Sam Fuller cuenta en el estupendo documental de 1996 dirigido por Adam Simon ‘La Máquina de Escribir, El Rifle y La Cámara (The Typewriter, the Rifle and the Movie Camera)’ (min. 14:16) cómo a finales de los años 20 y 30 el periodismo estadounidense, dejándose llevar por el flanco más amarillista y explícito de las noticias, acaparaban la atención del lector con unos títulos impactantes cuyas descripciones se atribuían a la necesidad malsana por descubrir los aspectos más escabrosos de la noticia. Uno de los grandes maestros cinematográficos de la Historia recuerda con nostalgia cómo tituló un artículo ‘¿Quién mató a Santa Claus?’ para el New York Journal, en el que explicaba cómo alguien entró en su despacho y golpeó en la cabeza a Papá Nöel hasta esparcir sus sesos por la habitación ante el horror de la secretaria que descubrió su enorme cuerpo inerte. No he podido encontrar el artículo en ninguna hemeroteca digital. Sin embargo, el libro cuestionamientos policiacos que sigue el estilo ‘whodunit’ (¿quién lo hizo?) de Hy Conrad y Matt LaFleur ‘The Little Giant of Whodunits’ me he llevado a ese recuerdo del artículo de Fuller…
“Era medianoche en la víspera de Navidad, cuando el personal de mantenimiento de Kimble’s fue a trabajar al centro comercial que permanecía desierto. Cuando llegaron a la zona que representaba el Polo Norte, descubrieron la peor pesadilla de cualquier niño: el cuerpo sin vida de Santa Claus. Estaba en una sala de almacenamiento. Su cabeza fue golpeada con la culata de un revólver del calibre 44. El hombre que hacía de Santa Claus se llamaba Rudolph Pringle. “Este es el revólver de Rudolph” informó el gerente a la policía. “Lo empezó a traer después de que un niño de seis años le amenazara con un cuchillo”. “¿Conoces a alguien que quisiera matar a Rudolph además de un niño de seis años?”. El gerente se aclaró la garganta. “Santa Claus había tenido bastantes peleas con sus duendes. Conozco tres elfos que habían amenazado con matarlo”.
El detective tenía el arma homicida metida en una bolsa. Después, se colocó en el centro de la mesa entrevista, justo donde los sospechosos no pudieran evitar mirarlo. “Rudolph Pringle ha sido asesinado”, le dijo a cada elfo ¿Qué sabe usted al respecto?”. Joe Winters se estremeció, sin poder dejar de mirar la pistola. “No sé nada. Algunos de los muchachos tenían problemas con Rudolph. Pero siempre fue amable conmigo. Salí de la tienda a las nueve, justo cuando cerró. Estaba demasiado cansado para cambiarme de ropa, así que me fui con traje a casa. Nadie me dijo ni una palabra en el metro”. “Rudolph era un cerdo”, gruñó Sam Petrie, el segundo elfo. “Hubo muchas confrontaciones y él me empujo, pero nunca le hubiera partido la cabeza. Le demandé ¿Qué sentido tiene que Santa Claus muera si no puedo hacerle pagar por ello?”. Robert Goldstein era el elfo más pequeño. Al conocer la noticia, se echó a llorar. “La semana pasada, Rudolph me reprendió de forma brusca. Dijo que yo llevaba demasiado despacio a los niños. Él me dio una palmada en la cabeza y me dijo todo tipo de cosas. Pero yo no le maté”.
El detective llamó a su asistente. "Bueno, tenemos a nuestro asesino", dijo con una sonrisa. “Todo lo que tenemos que hacer era usar un poco de psicología”.
¡FELIZ NAVIDAD A TOD@S!

martes, 23 de diciembre de 2014

¡Festivus para el resto de nosotros!

“Cuando George era un niño, su padre odiaba los centros comerciales y todo el ritual de Navidad. Así que inventó una festividad. Y en vez de un árbol, su padre puso un poste de aluminio. Luego daba un discurso que hacía llorar a George”.
(Seinfeld 09x10. ‘The Strike’).
Todos los fans de ‘Seinfeld’ tienen presente un concepto que se adelanta a la festividad cristiana de la Navidad y excluye ese céfiro de solemnidad que alterna toda clase de opulentas cenas y comidas con compañeros de trabajo (quien sea el privilegiado que lo tenga), con amigos y familiares, Nochebuena con Navidad, Nochevieja con Año Nuevo, más cenas y reuniones que traen como consecuencia habituales cogorzas continua. Esas fiestas arraigadas a las guirnaldas, al muérdago, a las luces de colores, a los belenes, al pino lleno de bola para goce efímero de la vista, a la predisposición de los buenos sentimientos convertido en cinismo y reproche tiene su alternativa en Festivus, que se celebra anualmente el 23 de diciembre.
¿Qué es festivus? Nació de la mente Daniel O'Keefe, el padre de uno de los guionistas de la mítica serie y se convirtió con el paso de los años en una referencia alternativa y contracultural a la Navidad tradicional. El árbol es sustituido por un poste a modo de tubo de aluminio y sirve como ritual de agravios y reproches bajo denominaciones como “el desahogo de quejas” o las “hazañas de fortaleza”. Se trata pues de un día de fiesta para ser soportado. El personaje de Frank Costanza (Jerry Stiller) forjó el término tras haber tenido un incidente en un centro comercial con uno de los regalos de su hijo George, fundamentando un factor de insubordinación a esa impostada actitud que parece orientar en este lapso de tiempo hacia un cambio de actitud con la finalidad de corregir el talante hacia la solidaridad, la bondad o la fraternidad. Todas esas contradicciones implícitas parecen ser el objetivo del Festivus.
O'Keefe explicaba la génesis de Festivus, simbolizada con algunos objetos como una bolsa y un reloj sin agujas y la liturgia que se seguía en casa. Originalmente sin fecha determinada, se sustituían los villancicos con una música deprimente y se recitaban poesías y el plato era un asado de carne. Tampoco faltaban ridículos sombreros y discursos que contenían cínicos dardos e incorrección política para quejarse e increpar. Recuerda O'Keefe que en 1977 el lema del Festivus fue “¿Estamos deprimidos? ¡Sí!” y cada miembro familiar resumía sus frustraciones y reproches recogidas en grabaciones caseras.
¿Por qué no sacralizar aspectos paganos y aspectos religiosos paganizados y envolverlos del absurdo para transformarlo en una estúpida tradición contracorriente?
Si queréis saber más sobre esta celebración, aquí tenéis la página oficial.
¡Feliz Festivus para el resto de nosotros!

lunes, 22 de diciembre de 2014

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¿Sabes qué es el juego? Es como un impuesto: un impuesto sobre la estupidez. Un impuesto sobre la codicia. Algo de dinero cambia aleatoriamente de manos, pero el flujo neto siempre sigue el mismo sentido… hacia el gobierno, hacia los dueños del casino, hacia los corredores de apuestas, hacia las mafias. Si ganas una vez, no habrás ganado contra ellos. Ellos seguirán recibiendo su parte. Habrás ganado contra todos los perdedores sin un euro. Eso es todo.
Greg Egan (‘Eugene’).

domingo, 21 de diciembre de 2014

El arte revuelto de Kerby Rosanes

El ilustrador filipino Kerby Rosanes nos regala estas ilustraciones de retorcidas formas, utilizando esos ‘garabaos’ con una intención morfológica, trazando patrones y combinando objetos o conceptos para componer un arte gráfico de una personalidad que ha seducido a clientes y agencias tan importantes como Nike, Mazda, Huawei o Ford, entre muchos otros.
Si quieres echar un vistazo al talento de Rosanes, aquí lo tienes.

jueves, 18 de diciembre de 2014

La reforma de la LPI y las claves para seguir viendo series en Internet

Primero fue MegaUpload, luego SeriesYonkis. Hace poco han caído como moscas páginas de enlaces gratuitos y ‘streaming’ como Seriespepito, Peliculaspepito, Series.ly, The Pirate Bay, AllinMega y Magnovideo… Y van por el camino otras  tantas como Sintonizzate, Cuevana, Seriesid y Peliculasid o Seriesdanko ¿Significa esto que no vamos a volver a ver series y películas vía online? Es la consecuencia de la entrada en vigor a partir del primer día de 2015 de la controvertida reforma de la Ley de Propiedad Intelectual. Una ley que basa sus principios en el desconocimiento del medio, limitando el acceso a la cultura, restringiendo el derecho a la información y que operará basada en el beneficio de unos pocos.
Es la cruda realidad que nos rodea: el alejamiento y entorpecimiento del acceso a la cultura es el objetivo. La destrucción del complejo entramado de conocimientos, de artes o de costumbres, de cultura, en definitiva, hace factible la eliminación del factor litigioso que conlleva consigo la libertad. Y eso, a los que gobiernan, independientemente del color de su partido, les encanta. El resultado, no podría ser más satisfactorio: la anulación de la voluntad y convertir el juicio disconforme en un dócil prosélito de básicos principios. Un prototipo ideal para el sometimiento, un ciudadano sin voz y circunscrita a la imposición y servicio de unos pocos.
Más allá de esa realidad, en mi segunda colaboración con VICE, propongo una serie de alternativas legales (y no tanto) para seguir ejerciendo nuestra libertad de navegación y continuar disfrutando de nuestras series y películas favoritas.
Enlace al artículo (con el miedo de si la nueva Ley de Propiedad Intelectual me cobraría por un enlace en el que escribo yo mismo).

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Los mejores posters y portadas de libros de 2014

Cuando llegan estas fechas navideñas se acostumbra a compendiar lo mejor y lo peor del año, a la injusta e inevitable subjetividad de listas enumerativas que ofrecen un examen a modo de ejercicio recapitulativo de todo lo acontecido a lo largo del curso en las diversas disciplinas socioculturales que hacen una idea de lo más destacado. Por supuesto, el último post del año, como viene siendo habitual desde hace una década este blog dará protagonista a lo que viene siendo una tradición irreemplazable y fundamental dedicada al TOP TEN y lo más subrayable de 2014.
Existe una amplia diversidad de listas que, como curiosidad, no está de demás repasar como vistazo atrás a aspectos a los que no dedicaríamos nuestra atención.
La primera de ellas es la de la selección de posters cinematográficos que ha hecho Adrian Curry para la página Mubi, en el que destacan los de ‘Frank’, ‘Pulp’ o especial hincapié en ‘Under the skin’. Sin embargo, habrá que esperar unos días que la magnífica Impawards, web por excelencia en lo que se refiere a carteles publica sus premios anuales, que lleva repartiendo desde hace ya quince años.
Por otra, The New York Times dedica un espacio a una selección con las portadas más creativas y sugerentes en el contexto literaria, con las doce cubiertas de las novelas que más le han llamado la atención a Nicholas Blechman.
Listas, tops, lo mejor… La Navidad ya está aquí, ammig@s.

martes, 16 de diciembre de 2014

'Centauros del Desierto (The Searchers)', el icono del 'western' de John Ford

Considerada como una de las mejores películas de la historia del Séptimo Arte, ‘Centauros del Desierto’ es, por derecho propio, una de esas piezas que agotan elogios y acaparan estudios, que permanece constante en nuestra memoria colectiva con su espléndida vivacidad y atemporalidad. Como se ha empeñado en reiterar en multitud de ocasiones se trata de un western por definición pura, el género americano que incluye en sus fastos obras indelebles.
El filme de John Ford puede ser considerado a estas alturas como "el western que se sitúa por encima de todos" (al igual que el rótulo que decoraba uno de sus carteles más memorables). Nos encontramos ante una obra terminante, de complejísima y consumada construcción, de la cual pocas cosas se pueden decir ya, debido a los exhaustivos análisis que se han extraído, interpretando cada secuencia y giro hasta el delirio. Esta película del Oeste representa la afirmación del arte, la emoción y el espectáculo como jamás nadie ha sabido exhibir en una pantalla de cine. Por eso, la constante revisión de la obra de Ford es una nueva oportunidad de engrandecer la más descriptiva cinta fordiana. En algún momento de la historia, Ford reflexionaba sobre ella comentando que era “simplemente la tragedia de un hombre solitario. De un hombre que regresó de la Guerra de Secesión, probablemente se fue a México y volvió a casa convertido en un bandido que luchó para Juárez o Maximiliano, sabiendo que nunca hubiera podido ser realmente el miembro de su familia que hubiera querido...”. Este es el arranque, el prólogo, la sinopsis de la historia, el comienzo del rumbo que sigue una trama de dimensiones ciclópeas para perpetuar un sentido narrativo inusual y arriesgadamente envolvente.
La historia de Ethan (John Wayne), un tipo solitario obsesionado durante años con rescatar a su sobrina Debbie (Natalie Wood), raptada de pequeña por los indios cuando éstos asesinaron a toda su familia, trata sobre la búsqueda de los vínculos familiares que quedaron rotos en el mismo instante en que el Jefe Cicatriz los asesinó y se llevó a la pequeña. Pero lo hermoso de este clásico es todo el armazón de relaciones, analogías, parentescos, traiciones y simbología que alcanza un nivel de acopio excepcional en la larga carrera de Ford, destruyendo e redescubriendo a la vez, de forma soberbia, todas las bases de la narración clásica.
Desde el apoteósico comienzo con la llegada del hijo pródigo, del héroe atormentado a casa de su hermana Laura (Vera Miles) observamos hasta dónde puede llegar la amargura y el desencanto de un hombre, víctima de un existencialismo que marca uno de los personajes más logrados en la ‘época dorada’ del Hollywood más añorado, tal vez resultado del contraste revisionista con respecto a la película desde una óptica de escepticismo, de madurez en la perspectiva de Ford. Un aspecto éste excepcional con respecto al personaje de un John Wayne que marcará una disposición elegíaca en la posterior tradición de los (anti)héroes de la obra de uno de los genios más alabados de la historia del cine. Acumulando la línea narrativa de falsos aforismos (fugaces, efímeros, a veces incompletos) para que el espectador saque su propia conclusión, de forma interpelativa (¿cómo olvidar el célebre plano que abre y cierra la película?) para que entremos, como privilegiados asistentes, de un modo directo en la narración para captar el sentido total de los personajes y luego, al final, devolvernos a nuestra realidad.
Todo el viaje que realiza Ethan no se limita a ese rastreo en busca de su sobrina por todo el vasto Oeste, que bien podía ser la metáfora de la búsqueda homérica de su propia identidad, de autoexploración interior sumido en la soledad del territorio que le rodea y le cerca a la vez. También lo es para evidenciar la insociabilidad de un personaje oscuro, privado de hogar, con dificultad para amar. En este ámbito, la lectura que se extrae en su relación con su acompañante de viaje, el repudiado sobrino Martin (Jeffrey Hunter), otro ser herido debido a su mestizaje y el rechazo que sufre por parte de Ethan es la clave fundamental de ‘Centauros...’. Ya que Martin es una especie de sustento de la familia que quiere cerrar un círculo abierto para sentirse integrado en una comunidad a la que ya no pertenece nadie, a una familia que no tendría la oportunidad de sobrevivir como tal.
Narrativamente ‘Centauros del desierto’ (ahora mismo recuerdo las ridiculeces que soltó el bocazas de Amenábar sobre esta película en sus comienzos, dignas del más deficiente inculto cinéfilo) es uno de los escasos ejemplos de perfección, un modelo de majestuosidad, de excelencia. El uso reiterado de la célebre elipsis característica del filme da como consecuencia que el relato camine accesible hacia la magnificencia de un argumento épico, de naturaleza trágica y búsqueda moral, encontrando además un origen estructural de películas con personaje en búsqueda obsesiva y catártica, forzado a un destino de soledad y marginación (Paul Schrader fue durante años el paradigma más clarividente de esta connotación –sobre todo con su particular y duro homenaje en ‘Hardcore’).
A todo esto contribuye, conjuntamente, la espléndida utilización del tiempo, un tremolante tratamiento del paso de los seis años transcurridos en la búsqueda de Debbie, marcando con pequeños matices las personalidades de ambos protagonistas. Y también lo es el hecho de la nueva disposición con la que Ford incorpora la leyenda del sueño americano, nunca enjuiciado con una conducta tan distinta a las expuestas hasta aquel momento. Un personaje, Ethan, que alude a la idea de un itinerario hacia una esperanza que se torna en la pesadilla de sus propios temores, una pesadilla de la que no puede salir y en la que América idiosincrásica del ‘western’ está engañada por ella misma.
Remarcada con una percepción estética realmente maravillosa, un concepto de la luz revolucionario y una precisión y encuadres usados en torno a un uso dramático en el que las sombras y la captación del espacio son tan rotundas, encontramos un contenido emocional que evoca el más hermoso de los expresionismos. Un clásico que mantiene intacta su frescura y contundencia. ‘Centauros...’ es una obra (por definición y calidad) imprescindible, necesaria para entender la evolución del cine, de la imagen y de este arte que engloba sueños y realidad. Por eso, cada vez que se ve esta cinta de culto cinéfago se desentierran nuevos matices, nuevos motivos de reflexión que se hacen inagotables en la esencia de la perfección de aquello épico, pero a la vez sencillo y perentorio.
‘Centauros del Desierto’ es la aproximación más definitoria de lo inalcanzable trazado por la mirada privilegiada de un cineasta prodigioso y supone una de sus obras más carismáticas que, con su narración y a pesar del paso de los años, sigue respondiendo de forma sutil y directa a preguntas y necesidades muy concretas. Indiscutiblemente, una película que marcó con letras de oro su propia leyenda en un arte que pocas veces encontró tan de cerca la corrección.

viernes, 12 de diciembre de 2014

George Carlin y la gran paradoja

La gran paradoja, el contrasentido de nuestro tiempo, es que tenemos edificios más altos, pero nuestro rumbo es más bajo. Tenemos autopistas más grandes, pero puntos de vista más pequeños. Gastamos más y tenemos menos. Compramos más, pero disfrutamos menos. Tenemos casas más grandes, pero familias más pequeñas, más comodidades, pero menos tiempo. Tenemos más estudios, pero menos raciocinio. Más conocimiento, pero menos crítica, más expertos, por lo tanto más problemas, más medicamentos que de nada valen porque tenemos menos salud. Bebemos mucho, fumamos mucho, somos imprudentes, nos reímos poco, conducimos muy rápido, nos enfadamos mucho, nos levantamos muy tarde y muy cansados, leemos poco, vemos mucha televisión y pensamos menos. Hemos multiplicado nuestras posesiones, pero reducido nuestros valores. Hablamos mucho, amamos poco y odiamos más y habitualmente.
Hemos aprendido como ir viviendo, pero no a vivir. Hemos agregado años a nuestra vida, pero no vida a los años. Hemos ido hasta la luna y hemos vuelto, pero tenemos problemas para cruzar la calle y conocer al vecino. Hemos conquistado el espacio exterior, pero no así nuestro espacio interno. Hemos hecho cosas tan grandes, pero no cosas mejores. Hemos limpiado el aire, pero contaminado nuestras almas. Hemos conquistado el átomo, pero no nuestros prejuicios. Escribimos más, pero aprendemos menos. Planeamos más, pero cumplimos menos. Aprendimos a tener prisa, no a esperar. Hemos construido ordenadores que almacenan más información para producir más copias, desarrollando en el camino tecnologías de transmisión, pero nos comunicamos cada vez menos.
Estos son los tiempos de la comida rápida y la digestión lenta, grandes hombres de pequeño carácter, excesivas ganancias y mínimas relaciones. Son los días de dos sueldos, con más divorcios, casas lujosas con familias disfuncionales. Son los días de los viajes rápidos, pañales y hasta moral desechable, relaciones de una noche, cuerpos obesos y pastillas que lo hacen todo; desde aliviar, alegrar, tranquilizar y matar. Es una época donde hay tanto en la despensa y poco en el almacén. Un tiempo donde la tecnología puede enviar un mail y donde tú puedes decidir si quieres compartirlo o simplemente borrarlo.
Recuerda, utiliza más tiempo con los seres a los que quieres, porque no estarán junto a ti para siempre. Recuerda decir algo amable a quien te mira desde abajo, porque pronto crecerán y dejarán de estar a tu lado. Recuerda darle un abrazo a tu gente más cercana, porque será el único tesoro que puedas darle desde el corazón y no cuesta dinero. Recuerda decir “te quiero” a tu pareja y a las personas que quieres. Y sobre todo dilo en serio. Un beso y un abrazo pueden aliviar el dolor cuando vienen desde dentro. Recuerda sujetar las manos y compartir los momentos, porque algún día esa persona no estará aquí. Dale tiempo al amor, date tiempo para hablar. Y date tiempo para compartir tus pensamientos. Y recuerda siempre: la vida no se mide por la cantidad de veces que respiramos, sino por las veces que nos quedamos sin aliento.
(George Carlin).

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Diez años de textos abismales (XI): El maletín de los Coen (05/03/2008)

Si uno vuelve a ver ‘Fargo’ (después de muchos años, como ha sido mi caso) podrá encontrar alguna pequeña analogía entre esta gran obra de los hermanos Ethan y Joel Coen y su última y ‘oscarizada’ cinta ‘No Country for Old Men’. Más allá de sutilezas argumentales, de preponderancia del paisaje y demás, hay un tema que hermana a ambos filmes. Se trata de ese obsesionante maletín lleno de dinero. Un elemento que planea casi como dispositivo cardinal del final de ‘Fargo’, así como lo es en el comienzo de ‘No Country…’.
En ‘Fargo’, la broma macabra es un acierto de guión absolutamente magistral. Cuando Carl Showalter (Steve Buscemi) acaba de asesinar al heroico abuelete Wade Gustafson (Harve Presnell), no sabe que los 80.000 dólares prometidos por secuestrar a la mujer de Jerry Lundegaard (William H. Macy) por orden de éste se han convertido en un millón de dólares. Tampoco que horas después, su socio, el brutal Gaear Grimsrud (Peter Stormare) acabará con su vida por no querer compartir el coche que se les proporcionó Lundegaard para cometer el secuestro. Antes, movido por la codicia, ha enterrado todo el dinero bajo la nieve en un acto de imbecilidad e inepta ingeniosidad que ya ha venido mostrando a lo largo del filme. Como le sucede a Jerry Lundegaard (William H. Macy), cabeza pensante del enredo, en su despropósito para obtener una gran suma de dinero y montar así un aparcamiento como negocio de futuro. Es el efecto de la miseria humana perfectamente definida en estos caracteres por los Coen.
En ‘No Country…’, Llewelyn Moss (Josh Brolin) encuentra dos millones de dólares al descubrir la dantesca vendetta entre dos bandas de narcotraficantes mexicanos. Su acto de estupidez viene dado por el remordimiento al no dar de beber a un moribundo en el lugar de los hechos. Una decisión que conlleva directamente al descontrol del azar y del destino. Es la consecuencia de la inopia que también personifica Showalter, Lundegaard o Grimsrud.
Lo que pocos recordarán es que se trata de un maletín idéntico, exacto, con la misma simetría en la colocación de su contenido. Será también el mismo que entregará vacía el mísero millonario de ‘El Gran Lebowski’, en un acto mucho más ruin y codicioso que la de estos pobres diablos. Son personajes, en definitiva, que, a través de esos fajos perfectamente ordenados en bloques de 10.000, personifican la teoría del caos de René Thom, donde los factores equivalentes a los fenómenos naturales discontinuos no pueden ser descritos ni calculados.
Por supuesto, no es lo único que las equipara. Tanto Lundegaard, como sus antagonistas Showalter y Grimsrud, se mueven por el dinero en diferentes esferas de ambición y mezquindad, como en ‘No Country…’, la mayoría de los personajes; desde el orgulloso Llewelyn Moss, pasando por los mexicanos, Carson Wells (Woody Harrelson) hasta llegar al mefistofélico Anton Chigurh (Javier Bardem) se determinan por ese apego a un dinero que no es suyo. Todos, de alguna forma, están hermanados, malditos, infectados por la avaricia que esconden los maletines de los Coen.
Por último, una última reflexión a modo de pregunta acerca del lado utilitario de la ley que contrarresta el oscuro e imperfecto mundo de incoherencia y violencia que sacude las tranquilas vidas de la embarazadísima agente Marge Gunderson (Frances McDormand) y Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones): ¿Acaso no son equidistantes los sueños y anticlímax final del viejo sheriff desencantado con el mundo moderno que ese pesimista plano final de Marge entrando en la cama con su aburrido marido que pone de manifiesto un futuro gris para su futuro bebé? En cualquier caso, los dos expresan claramente no entender porqué se precipitan los acontecimientos de una manera tan irracional. Sin embargo, a pesar del mazazo al idealismo de esas autoridades que, hasta ese momento han seguido las reglas a rajatabla, Marge puede preguntárselo a la cara a Grimsrud, mientras que Bell ni siquiera logra capturar a Chigurh. Los tiempos han cambiado. Y los Coen, como ellos, se han vuelto aún más sombríos en su pesimismo.
En otro momento habrá que entrar de lleno en esas digresiones argumentales que no conllevan a nada en la historia, maravillosos sinsentidos a los que este duplo han conferido una genialidad fuera de toda lógica. En ‘Fargo’, definidos en la secuencia en la que un ex compañero de Universidad de Marge, Steve Park (Mike Yanagita), acomete con nostalgia a la agente con una triste historia que levante su lástima para seducirla torpemente sin éxito.