miércoles, 19 de noviembre de 2014

Día Mundial del Inodoro

Hoy, día 19 de noviembre se conmemora de forma internacional el Día Mundial del Inodoro. Se trata de una iniciativa creada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para concienciar al mundo sobre la importancia del acceso a servicios básicos de saneamiento. Una celebración que, más allá de su sentido escatológico, promulga la divulgación de datos sobre la sensibilización de un tema bastante significativo y alarmante.
Y es que mientras la gran mayoría de la civilización de la población mundial tiene acceso a las ventajas de la tecnología y basa su bienestar en los adelantos como las redes sociales y los teléfonos móviles otro un tercio de la humanidad, en torno a 2,5 millones de personas, ni siquiera tiene acceso a un saneamiento adecuado. Por eso, hoy cuando visitemos al Sr. Roca, el retrete, el wáter, el escusado, el mingitorio, el cagadero, el asiento de marfil, la poceta, el Trono… como queráis llamarlo, tengamos en cuenta que 1,1 millones de personas todavía hacen sus necesidades al aire libre sin otra opción más higiénica.
Por eso cuando fabriquemos un muñeco de barro, hagamos un Phoskito, liberemos a Willy, calculemos el Producto Interior Bruto, soltemos lastre, descomprimamos archivos, echemos Avecrem al caldo, cisquemos o Sauron nos pida paso no olvidemos pensar, por unos instantes, en que existe gente menos privilegiada y castigada por la pobreza que ni siquiera se puede permitir ese lujo.

sábado, 15 de noviembre de 2014

La duplicidad de carátulas en los VHS de los 80

Como buena rata de videoclub, en mi adolescencia siempre estaba entre cintas de VHS, descubriendo películas y avizorando cualquier novedad en las estanterías de mi establecimiento favorito. Los locales de moda a mediados y finales de los 80 suponían un nuevo reto de aprendizaje. Y fue voraz todo lo que pude ver en aquellos años. Por entonces, recuerdo el poco cuidado que se tenía en los diseños a la hora de lanzar un videoestreno para el formato doméstico. Había auténticas barbaridades que no se correspondían con el contenido de la cinta, remixes absurdos y diseños descartados que no dudaban en lanzarlos como reclamo para que el videoadicto se fijara en el exterior del estuche y alquilara la cinta. Sin embargo, una de las tendencias de aquéllos estropicios con las carátulas era el del plagio o el facsímil de dos cintas totalmente heterogéneas ¿Qué una carátula funcionaba en su momento? ¿Por qué no lanzar una película que nada tuviera que ver sin ni siquiera que correspondiera a la misma época con tal de aprovechar el tirón?
Éste que veis arriba es uno de ejemplos más claros ¿Cuál salió primero? Exacto, 'Conexión Tequila', de Robert Towne de 1988. 'El Gran Guardaespaldas', de Bob Rafelson se estrenó más de una década antes.

viernes, 14 de noviembre de 2014

'Idiots and Angels' y la contundencia cínica de Bill Plympton

No es un director muy conocido, pero su incesante carrera en el mundo de la animación le han hecho granjearse el aplauso de la crítica y la admiración de sus incondicionales seguidores que le consideran un referente en el sector. Bill Plympton es un artesano cuya genial capacidad creativa le ha convertido en un genio ultrajante y ofensivo, un ‘outsider’ que camina por senderos de oscuridad crítica y extravagante a los que el gran público no está habituado. Cortometrajes de culto como ‘Your face’ (por el que estuvo nominado al Oscar), ‘Cómo hacer el amor a una mujer’, ‘Plymptoons’, ‘Nose Hair’, ‘Sexo y violencia’, ‘Guard Dog’ (otra nominación) y ‘Santa, the Fascist Years’, entre muchos otros o la aportación de largometrajes como ‘J.Lyle’, ‘The Tune’, ‘Me casé con un extraño’, ‘Mutant Aliens’ o el más reciente ‘Cheatin’ reflejan un punto de vista muy particular de acrimonia e infamia, de rebeldía pareja a la idea de otro genio como es Gary Larson. Un hombre que tan pronto trabaja para ‘Los Simpsons’ como se lanza a la dirección del segmento ‘H is for Head Games’ dentro de la película de terror colectiva ‘The ABCs of Death 2’, sin perder su cauce con cada dibujo y con cada nueva producción animada hacia ese trasfondo sobre las penurias existenciales del ser humano, de su mezquindad y de su falta de recursos mentales a la hora de expresar cualquier tipo de sentimiento.
Plympton ha conseguido con su dibujo de trazo violento y colorido de lápiz extraer el ‘slpastick’ y el ‘gore’ que el cine de animación actual parece haber olvidado con sus ciudades y perfectas producciones generadas a golpe de clic, como si este rebelde tuviera la ocasión de sacarle los ojos a la entrañable idea del tío Walt y su concepto de animación y orinara en sus cuencas. El surrealismo feroz que empapa cada creación conlleva en su interior una dosis agria de verdad, de apoteósica crueldad, en definitiva, de autenticidad. Un buen ejemplo de ello es ‘Idiots and Angels’, película de 2008 apadrinada por, ni más ni menos, que Terry Gilliam, que supone un arquetipo imprescindible para analizar la caustica dimensión de su arte y propósitos como maestro de la animación. En ella cuenta la vida de un hombre mezquino y egoísta que vive a gusto su misantropía e intolerancia en una rutina gris y sin futuro. Sin embargo, de forma repentina, un buen día se levanta notando dos bultos en su espalda. Lo que en un principio parece una extraña enfermedad, van tomando la forma de dos alas seráficas que le incitan a realizar buenas acciones en contra de su voluntad. Desalentado por el dolor y la vergüenza de su nueva condición, este pobre diablo hará lo posible por luchar contra esa situación.
A lo largo de esta historia de un antihéroe a su pesar, Plympton expone todo un catálogo de situaciones que identifican su estilo salvaje y políticamente incorrecto, salpicando la cinta con un grado de surrealismo que esconde ese cinismo sangriento que no deja lugar para la indiferencia, como las secuencias en las que el sexo es material de referencia para relacionarse con mutilaciones o las relaciones con el mundo como una excusa para sacar a flote su causticidad hiriente que no deja títere con cabeza. Los sombríos personajes de ‘Idiots and Angels’ pululan por una ciudad suburbana sumergida en un caos de tintes grises y fantasmales. Esta hostilidad bebe claramente de los efluvios del cine ‘noir’, atento siempre a los contrastes casi expresionistas para estipular, mediante un lirismo áspero, la ambigüedad moral de esta fauna. Esa inmunda ciudad de impiedad y recelo se despliega bajo las notas musicales de Didier Carmier, Tom Waits, Pink Martini, Corey A. Jackson o 3 Pierna Torso, rehusando al diálogo en todo su metraje. Una estrategia que encuentra paralelismos intencionales al cine de David Lynch.
La brutalidad de la humanidad es un hecho y la bondad vendría a ser una aberración, parece querer decirnos. Y lo hace como en él es habitual, con una imaginación sin límites, recreándose en una diversión basada en la manipulación de la forma física o jugando con las expectativas de un espectador al que no se le impone un juego cruel para luego enviarle un mensaje de redención y moraleja. Aquí es todo lo contrario, ‘Idiots and Angels’ es una oscura fábula sobre la bondad de la humanidad, sí, pero también sobre su ausencia irracional en la forma más monstruosa. Plympton aboga siempre por el desacato moral y se rubrica con cintas como ésta como un artista que con cada nuevo trabajo traspasa fronteras y se supera. Por muy difícil que parezca. Así es Bill Plympton, al que el Festival de Cine de Gijón le dedica un ciclo con algunas de sus producciones más reconocidas.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

La verdad de Houellebecq

"Nietzsche, Schopenhauer y Spinoza no serían aceptados hoy. Lo políticamente correcto, con la magnitud que ha adquirido, hace inaceptable casi toda la filosofía occidental. Hay cada vez más cosas sobre las que es imposible pensar. Es aterrador".
(Michel Houellebecq).
Caricatura: Jean-Claude Morchoisne.

lunes, 10 de noviembre de 2014

25 años de la caída del Muro de Berlín

Una de las noticias del día es la conmemoración de un cuarto de siglo desde la caída de aquel coloso llamado ‘El Muro de Berlín’, el punto de giro de un país dividido por la diferencia impuesta, de una nación obligada a la escisión que fraccionó a dos Alemanias radicalmente desiguales, en lo político, en lo económico y en lo social. Fue la reunificación de un pueblo tras 28 años de separación. El baluarte de la represión cayó y las puertas se abrieron en el mismo instante en que Gunter Schawobski, miembro del Politburó de la RDA, aclaró de improviso en una conferencia de prensa televisada desde Berlín Oriental que la frontera interalemana había dejado de estar vigente de forma inmediata.
Los berlineses se habían congregado a ambos lados del muro para hacer posible un sueño acariciado durante muchos años. La retención de plusvalía y la alienación procedente de ambos lados del muro simbolizaban las dos particularidades congénitas al capitalismo. Llegaba la hora de marcar los ideales de la globalización neoliberal, pero también de demostrar cómo totalitarismos del siglo XX habían perdido su sentido. Fue la destrucción de un sistema, el derrumbamiento del espacio comunista. Desde ese momento, se llevó a cabo la creación de un nuevo orden mundial que instauraba la globalización en el mundo occidental. Un poder fue sustituido por otro y hoy el sentimiento de metamorfosis parece lejano, imbuido por una celebración que tiene que ver con la memoria de un cambio que hoy en día se mira con ambivalencia por los protagonistas de aquél día memorable.

viernes, 7 de noviembre de 2014

El sello Podemos y la marca Bugaboo

¿A alguien se le ha ocurrido establecer el sugerente paralelismo conceptual que tienen en común el logotipo del grupo político de moda, Podemos, y la marca de carritos para bebé Bugaboo? ¿Ese extraño desorden esférico comparte algún tipo de analogía? ¿Ha querido decir Podemos que ha nacido un nuevo partido y que, pese a su edad párvula, crecerá con un sello de calidad similar de la marca de moda y costosa marca de cochecitos adaptables y convertibles o por el contrario se insinúa que esos aros intricados podrían también ser como los de los magos y es simplemente un truco de ilusionismo que fructuará en la farándula despótica que siguen los demás partidos?
Veremos.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

El verano 2015 ya tiene un nombre propio: 'Minions'

Qué tendrán lo minions que nos suscitan esa afinidad inmediata hacia estas pequeñas criaturitas amarillas con forma de gragea que, no obstante, son serviciales y trabajadores constantes en servidumbre a su amo o maestro, caracterizado por ser un villano de altos vuelos. Estos seres llenos de humor y cinismo, con lenguaje propio y voz estridente han enamorado a todo el mundo aficionado a la animación con sus dos apariciones en la saga de ‘Gru. Mi villano favorito’. Su protagonismo en la secuela fue tal, que no era difícil imaginar que tuvieran una película propia. Y así ha sido.
Universal Pictures e Illumination Entertainment han creado un proyecto erigido únicamente a la gloria de estos simpáticos secuaces que prometen romper las taquillas a partir del 10 de junio de 2015, día en que se estrenará esta nueva fábula de gancho amarillento. La película, titualda como era obvio, 'Minions', está dirigida por Kyle Balda y Pierre Coffina y gira en torno a las aventuras de tres de estos minions (Kevin, Bob, y Stuart), a través de un viaje lleno de diversión en busca de un nuevo amo villano.
Todo comenzará con el origen de la raza, a partir de organismos unicelulares amarillos que evolucionan en su inocente maldad a través de las edades históricas, perpetuamente al servicio de los más despreciables malignos que han poblado la Tierra. Sin encontrar un villano a la altura, desembarcan en el Nueva York de finales de los 60, donde encontrarán a Scarlet Overkill (con la voz de Sandra Bullock), una potencional villana a la altura de las exigencias de estos divertidos empleados del Mal.

El signo de la actualidad y el espíritu de Guy Fawkes

“Remember, remember the 5th of November, the gun powder treason and plot. I know of no reason why the gun powder treason should ever be forgot”.
Vivimos tiempos procelosos, salpicados por la corrupción que abandera la total ausencia de valores políticos, reflejo de un modelo de vida que se ha quedado vacío de moral y ética y escupe de forma despótica al ciudadano, sumergido en una crisis creada por esos mismos buitres que han basado su poder en el engaño, la ineptitud y la mentira. La institucionalidad ha ido en detrimento de los valores básicos de la restauración democrática, que no es más que un arma de doble filo que únicamente alimenta y promueve los intereses de la vieja oligarquía, manipuladora y cínica, abanderada por una clase política a la que podríamos tildar de panda de babosos que gobiernan incapaces de transmitir cualquier plan para solventar los problemas de los ciudadanos, con decisiones más cercanas al absurdo que a la sensatez.
El descrédito de esta clase ha establecido un modelo impune que genera desconfianza e incredibilidad de la ciudadanía hacia este tipo de instituciones democráticas que los gobernantes se han encargado de ir infectando con su cáncer social de intereses propios. Estamos ante una época corroída por la inoperancia de aquellos que se lavan las manos ante sus execrables acciones para seguir manchándoselas sin ningún tipo de prejuicio con más dinero público mientras la gente empieza a pasar hambre. Y, mientras, parece que todos miramos hacia otro lado, indignados, sí, pero sin velar frente a la expansión y mal uso del poder estatal, sin reivindicar el sometimiento de las instituciones públicas al pueblo soberano, cuyas libertades deberían ser respetadas y salvaguardadas más allá de cualquier interés. La conciencia colectiva permanece idiotizada, amedrentada por todo lo que está pasando, menospreciada ante los gritos y las quejas silenciosas que parecen no ser suficientes. Las pancartas y los lamentos no tienen efecto. De hecho, ya se empieza el camino para implantar la supresión de libertad de expresión con la temida ‘Ley Mordaza’. Y aquí, en este punto, es en el que comienza la distopía a la que vamos de cabeza.
Guy Fawkes fue un tipo que en 1605 declaró su férrea intención de volar por los aires el Parlamento Británico para acabar con las persecuciones religiosas mediante la colocación estratégica de varios barriles de pólvora. Su intención era eliminar de la ecuación política al Rey Jacobo I y al resto de los miembros de la Cámara de los Lores por sus medidas de represión hacia los católicos. Le ayudaron Ambrose Rookwood, Francisco Tresham y Sir Everard Digby. No funcionó y el rebelde Fawkes fue detenido. Aún así, se negó a confesar y denunciar a sus cómplices, muriendo ahorcado públicamente. Hoy en día, el trasfondo místico ha quedado en un segundo plano, como casi siempre. La tradición vigente se celebra como el día en el que los británicos salen a la calle a disfrutar de los fuegos artificiales más espectaculares del año y en el que durante la ‘bonfire night’, es decir, la noche de las hogueras, se queman efigies del célebre conspirador y de protagonistas contemporáneos, acto en el que se esconde una visión subrepticia de austeridad y condena abrupta con respecto a la clase política.
Cada vez vivimos más sometidos a las disposiciones que se dictan desde los despachos de los gobernantes, independientemente del partido que sea. Todos representan esa corrompida defecación de fétida raigambre. La tétrica abolición de la equidad y libertad, que se dispone en pequeños fragmentos que claudican fugazmente ante las normas, se está disipando hacia una limitación represiva, soterrada y silenciosa. Es el propósito de esta calaña de sinvergüenzas. Aprovechando este 5 de noviembre, deberíamos apelar al espíritu de la celebración británica de la Noche de Guy Fawkes.
La tortura, la persecución y la sangre de las dictaduras han sido sustituidas por el desempleo, el capitalismo autoritario y la indeterminación de iniciativas derruidas por la imposición de los nuevos tiempos económicos y por la clase política. La democracia de nuestros días se limita a robarle al ciudadano, a malversarle con argucias legalizadas hacia el beneficio de los poderosos, de aquellos a los que la crisis es un problema ajeno. El pueblo ha pasado a ser un peón, un elemento utilitario. Fawkes incentivó la idea de recurrir a la disidencia. Vivimos tiempos en los que el significado original de la palabra político ha quedado muy lejos de simbolizar un servidor público. Ahora es algo diametralmente opuesto. Los privilegios de sus cargos son los que ciegan con la codicia de un estatus seguro y sin obstáculos para subsistir con todo tipo de lujos, estafas y fraudes como las conocidas ‘tarjetas black’ o el incesante apogeo de la corrupción de los grandes partidos.
La ineficacia para solucionar problemas se ha convertido en un pesado lastre encubierto con mentiras, falsedad y engaños. No existen soluciones reales a los problemas que asolan a la sociedad. Los organismos del estado se establecieron para diversificar los diversos poderes; el legislativo, el ejecutivo y el judicial (que, al fin y al cabo, es el menos influyente puesto que desgraciadamente está sometido al antojo de los anteriores). Hoy el gran poder es el económico, el que absorbe y erosiona las bases del mundo. El responsable de que los diferentes órganos sean capaces de abstraerse de su influencia. Los bienes públicos sirven para enmendar los errores privados. A eso hemos llegado. Robándole la frase a la artista Teresa Margolles: “Ya basta, hijos de puta”.
Por eso la figura de Fawkes y el fondo del espíritu revolucionario de ‘V de Vendetta’ de Alan Moore y David Lloyd o en su extrema adaptación cinematográfica, podría servir como proclama de acción y reacción, de admonición desafiante a futuras instituciones de coerción y autoridad, hacia las tiranías que intervienen en las economías privadas e internacionales, recordando, en palabras de David Hume, que todos los regímenes tiránicos se sustentan, en última instancia, sobre la aceptación mayoritaria. Es lo que sucede en estos momentos. Hay que salvaguardarse contra los gobiernos obsesionados por la falsa seguridad y que se guardan las espaldas entre partidos opuestos. Hay que ir contra estos regímenes que acaban utilizando el miedo como arma para erradicar la libertad y oprimen la autonomía individual. Hay que luchar, por ende, contra la ignorancia, la desidia intelectual, la inconsciencia social, el automatismo o la irreflexión.
Hay que eliminar la propaganda política que pretende utilizar al pueblo para oscuros intereses. Es importante alzar la voz, con feroz crítica, en oposición a los regímenes que rayan el imperialismo, si hace falta favoreciendo posturas radicales como la de Fawkes si la autoridad olvida sus principios básicos de amparar a la sociedad. Una acción como la de este antihéroe enmascarado, un individuo que luchó por un discurso honesto y lícito de rebeldía, pasaría a ser la hazaña simbólica de un ideal que cobraría vida como detonante para que la población descubra el valor de la libertad. Las demás alternativas, unificadas en otra postura política de promesas ilusorias, no son más que el génesis de un nuevo ciclo encaminado hacia un peligroso bucle. Tal vez habría que pensar en un golpe de efecto distinto encauzado hacia la búsqueda de una arriesgada propuesta que encontrara la destrucción de los símbolos políticos y estatales y cuyo propósito final fuera el de movilizar a la sociedad y recordar al colectivo, a la gran masa que somos todos, que los ciudadanos somos los auténticos y únicos preceptores de nuestro destino.

martes, 4 de noviembre de 2014

Diez años de textos abismales (VIII): John Waters, el Rey del Mal gusto (03/06/2006)

El extraño talento provocativo del genio ‘trash’
La carrera de Waters, marcada por la polémica ‘Pink Flamingos’, está marcada por la trasgresión y la polémica, por la libertad y la evolución creativa.
La vida y obra de John Waters no es ni mucho menos corriente, ni normal, ni cotidiana, ni decente. Si no todo lo contrario. Waters se ha convertido en una indispensable celebridad gracias a una libérrima y disoluta percepción del arte, obscena y desmedida, ‘ultra-kistch’ y escatológica, insurgente y a su vez redentora. Es el indiscutible rey del ‘trash’, de la basura que ha salpicado con sarcasmo y excreción a las reprimidas morales puritanas con su cine corrosivo e incómodo, surgido directamente del subsuelo de todo aquello convulsivamente sedicioso. Cierto es que el ‘trash’, entendido como corriente estética y ontológica de la vida convoca todo aquello que batalla contra la belleza, los cánones estéticos y la apostura, aquello que apela con carencia de valores a los bajos instintos subversivos del artista. Waters se configura desde su precoz actividad de creador como un rebelde artístico, un dinamitador del yugo dictatorial del gusto, sustituyendo la belleza de lo ornamental y el mensaje políticamente correcto de lo consentido por una sempiterna búsqueda de la epifanía clarividente y verdadera que se encuentra en el fondo más hediondo y lúgubre de las personas.
La divergencia y la ‘basura paradigmática’ (en constante evolución hacia un formalismo artístico depurado) ha sido la constante de este ‘freak’ que abraza con su incómodo cine a la teología fílmica de visionarios mitos imperecederos de la ‘serie Z’ más mugrientos como Hershell G. Lewis, Ed Wood o Russ Meyer. Waters, también conocido como "The king of puke", debutaría en el cine con ‘Hag in a Black Leather Jacket’, una pequeña obra que describía la boda entre una joven blanca y un apuesto negro que representaría el cine con las señas llenas de roña del mago de Baltimore, ciudad que le vio nacer en 1946 y que le ha servido como fuente de inspiración a lo largo de su filmografía.
Desde ese nada convencional comienzo en el Séptimo Arte, Waters ha indagado en cada rasgo de la citada cultura ‘trash’, saltándose todas las reglas formales, de forma drástica, trazando la vanguardia con una mirada distorsionada de la irrealidad que nos rodea, de nuestro propio fondo humano, dando como resultado una veracidad limítrofe en la náusea, de nuestra fehaciente condición de individuos. La frase que un buen día hizo popular el insurgente realizador "hay que tener buen gusto para saber apreciar el mal gusto" es paradigmática de la cosmología ‘watersiana’. Maldecido y venerado a partes iguales, este grano en el culo del cine independiente americano empezó a ganarse su mala fama con el trabajo ‘Mondo trasho’, un catálogo de barbaridades alejadas ya de su evolutiva domesticación de un humor salvaje y absurdo, metafórico e iniciador de una tradición poco explorada por el cine y por el arte, reservada a los díscolos artistas que expresan su talento por medio del escándalo.
La obra más conocida de Waters es y será su obra maestra ‘Pink Flamingos’, una basura inolvidable rodada en 16 mm. ataviada por un reconocible look feísta, ‘underground’ y antiestético que, a medio camino entre el pop y el ‘cutre-kistch’, encontró la forma de escandalizar a propios y extraños con la historia de Divine, un ambiguo obeso travestido considerado la ‘persona más guarra del mundo’, en una historia en la que vive junto a su atípica familia en constante lucha con los Marble, otra asquerosa prole con la que se enfrentan, ya que habitan en una caravana donde inseminan a toda jovencita que recogen en ‘auto-stop’. La carga argumental se hizo insostenible para la época, básicamente por su retahíla de coprofagia (el mítico plano final con Divine tragándose un excremento canino, sin truco ni trampa), felaciones, incesto, asesinato, castración, violación, transexualismo, exhibicionismo y canibalismo que expuso, con toda la frialdad del mundo, la realidad oculta de la sociedad cínica y falsa de los 70. Intención ésta última que Waters ha ido acoplando a sus posteriores trabajos.
La emblemática Divine seguiría trabajando con Waters hasta convertirse, sin concesión a la porfía, en un icono del cine transgresor más sucio que se recuerde. Es entonces cuando se aprecia el designio del cine dirigido por Waters: el impacto, la realidad mugrienta y repugnante, según sus palabras “aquello que jode y molesta”. A la galería de ‘freaks’ aportados por Waters, con los que vivía en una comuna artística, hay que sumar a inolvidables ‘duches’ de la talla de Edith Massey, David Lochary, Mink Stole o Jean Hill. Contribuyente a enterrar la absurda pesadilla hippie, Waters inculcó con su arte una defensa a la verdad, una crítica (a veces apologética) a la violencia, reventando la idea ‘sixties’ de florecitas y paz, drogas y amor. Waters coincidió con el nacimiento del ‘punk’ y a él hay que anexionar sus primeros trabajos ‘Female Trouble’ y ‘Desperate Living’, demenciales declaraciones de intenciones de un cada vez más polémico director, amigo de varios miembros de la ‘familia’ del ‘psycho-mesías’ Charlie Manson.
Un nuevo tipo de cine que alteró a los críticos más clasicistas (no hay que explicar cómo se tomaron –y se siguen tomando- el arte de Waters) frente al desaforado acogimiento de la rebelde juventud de finales de los 70, libre y desenfrenada, amante de los excesos y recelosos del ámbito ‘beatnik’. Si bien puede parecer que la obra de este terrorista genérico corrió por los mismos cauces, no fue así, para decepción de sus entusiastas fans. Los 80 empezaron para John Waters mucho más sosegados, explorando la verdadera narrativa cinematográfica y evidenciando una progresión hacia ámbitos más depurados, con la misma carga crítica, pero desinfectando su imagen con cintas mucho más accesibles para el gran público. Prueba de ello son sus siguientes películas ‘Polyester’, ‘Hairspray’ y ‘Cry-Baby’, muy comedidas con las emociones fuertes, ofreciendo otro tipo de infracciones a la hora de poner en tela de juicio a la sociedad americana moderna, sin desprenderse de sus raíces revolucionarias, pero perfeccionando un gusto por un arte que le ha terminado de consolidar como un mito repuesto para la nueva comedia negra americana, influyendo sobre mortíferos críticos sociales como Todd Solondz o Neil Labute, entre otros muchos.
Acostumbrado a emplear la sátira como rito cinematográfico, sus últimas producciones (‘Serial mum’, ‘Pecker’, ‘Cecil B. Demented' o 'Los sexoadictos'), ya inscritas en una moderación aparente y engañosa, divide a aquellos que echan de menos la insurrección salvaje de sus primeros años y los que apoyan, por lógica, el cambio hacia un cine ácido, pero estéticamente más enaltecido, como opción de escape al encasillamiento. A pesar de que Waters haya abandonado las perversiones de su carrera freak, es innegable su propensión por incluir en sus trabajos elementos que no dejan de sorprender al público no habituado a los desvaríos de la posmodernidad temprana de este genio del ‘trash’. Un gran mago de la basura y la defecación hecha celuloide que ha hecho de su militancia en el sótano de la diatriba social una bandera para las posteriores generaciones.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Ellen DeGeneres y los sustos

Una de las cosas más crueles y que suscita además una risa cómplice y perversa es la del susto, esa acción a traición que provoca un sobresalto dado lo repentino e inesperado de una situación provocada. El susto como arma cómica se ha convertido en uno de los reclamos del show de Ellen DeGeneres, uno de los programas matinales más exitosos de los Estados Unidos. Con motivo del especial de Halloween, la presentadora y ‘show woman’ aprovechó la coyuntura para echar un vistazo a un compendio con los mejores sustos a los invitados y sus escandalosas reacciones a esos insospechados golpes de efecto que logran desencajar el rostro estupefacto de quien sufre esta broma pesada.
Es ya un emblema del espacio de entrenamiento, cuyo retorcimiento reside en sacar a colación las fobias de los invitados para el regocijo de una audiencia que aplaudió y se echó unas risas a costa de estas reacciones de las celebrities que han ido desfilando por ‘The Ellen DeGeneres Show’.
Ataviada con un original disfraz de la boda de George Clooney y Amal Alamuddin, la presentadora introdujo así este malintencionado y provocativo vídeo resumen de sustos. Y la verdad es que son muy divertidos.