miércoles, 8 de octubre de 2014

Los libros favoritos de los famosos

A todo el mundo (o a casi todo el mundo) le gusta un buen libro, sumergirse en el placer de compartir y empatizar la narración de los protagonistas del texto, la identificación o el poder de sugestión y de viajar a través de las páginas como una necesidad psicológica y ancestral. Un libro implica una relación especial entre el lector y el escritor, fundamentada en la empatía con la historia, retroalimentando la imaginación y conceptualizando una visión más amplia de un mundo que sin lectura no tendría sentido. Todos tenemos nuestras predilecciones, ese libro especial que ha sometido nuestro interés a un proceso cognitivo de sensaciones y filias, de miedos o pasiones, de luchas y conocimientos que han contribuido con sus páginas a redimensionar nuestra propia personalidad lúdica y personal.
El magazine online Flavorwire ha acopiado la opinión de cincuenta rostros e iconos de las artes o el espectáculo que reflexionan sobre sus autores y libros predilectos; desde Bill Murray y su favoritismo por ‘Huckleberry Finn’, pasando por el recientemente fallecido Robin Williams y su pasión por la Saga de la Fundación de Asimov, J.K Rowling apunta a ‘Woman who Walked into Doors’, de Roddy Doyle, Muhammad Ali se decanta por el Corán, Emma Watson se debate entre Antoine de Saint-Exupéry y Roal Dahl, George R.R. Martin no duda en afirmar que la trilogía de ‘El Señor de los Anillos’ o Louis C.K. se queda con ‘El Gran Gatsby’. Will Smith, George Clooney, Lady Gaga, Woody Allen, Michelle Obama, Dan Borwn, Bill Gates o David Bowie son sólo algunos de los rostros conocidos que desnudan su pasión lectora y revelan sus preferencias literarias en una LISTA DE 50.

martes, 7 de octubre de 2014

Diez años de textos abismales (VII): 'Los Fabulosos Baker Boys (The Fabulous Baker Boys)', de Steve Kloves (20/01/2009)

Jack Baker está cansado, fuma compulsivamente y observa la vida con cinismo y recelo. A pesar de su talento innato, de su lucidez musical a las teclas de un piano, Jack odia al mundo, su trabajo y, en último término, se odia a sí mismo. Vive en un ático descuidado con su perro labrador Eddie y recibe las eventuales visitas de Nina, la vecina adolescente que no soporta cómo su madre intenta construir una familia acostándose con extraños en busca de un padre para ella. Ha llegado un punto en la existencia de Jack en que todo se ha vuelto insoportablemente monótono. Cada noche toca con su hermano Frank el mismo ‘show’ en hoteles y clubes de mala muerte donde apenas se aprecia la música de aquel dúo fraternal que otrora brillaran con cierto renombre en el pequeño circuito musical de Seattle, el contrapunto a la esencia del jazz americano. Lentamente, la estrella de los Fabulosos Baker Boys se ha ido apagando con los años. El bueno de Frank comienza presentando, 88 teclas más allá, a un Jack cada vez más arisco e irascible, contando la misma anécdota, la del gato de la familia Cecil que soportaba sus ensayos juveniles y al que quitaron alguna que otra vida. Han pasado 34 años desde entonces.
Jack no soporta aceptar la idea de lo que representa y lo que es. Sabe que es un fracasado que ha renunciado a su sueño de tocar jazz y que asume que su talento está desperdiciado. La única y miserable subsistencia económica depende de esas funciones noctívagas ante un público que hace caso omiso a sus números de piano. Se ha vuelto tan despreciativo y altanero que mira por encima a su propio hermano, creyéndose superior a él, menospreciando su labor como alma y administrador del dúo, responsable de su vida económica.
Jack comienza a asumir el hecho de que es un perdedor y está encerrado en una triste realidad que le da de comer. Es el reflejo de muchas vidas donde prima la supervivencia sobre un talento que, lamentablemente, deja de ser importante. Es lo que a Jack le ha convertido en un desertor de sus propias ambiciones personales, consumido por el mal humor.
Ha llegado un momento en la vida de Los Fabulosos Baker Boys en que el cambio se hace necesario. Mientras Frank intenta pensar en la forma de salvar la relación con su hermano y el futuro del dúo musical, Jack bebe whisky en Henry’s, un pequeño antro que reúne a jóvenes promesas del jazz, observándoles y recordando aquello por lo que un día suspiró y nunca ha podido llegar a ser. Los Baker Boys son un concepto carcomido y caduco. Ante esta deprimente situación, la redención llega en forma de vocalista que dé un soplo de aire nuevo, una voz que auxilie su decadencia y renueve el interés por el inconfundible mano a mano al piano. Susie Diamond es una joven aspirante a cantante que, dentro de su gremio, tampoco ha llegado a triunfar.
A pesar de sus dotes como cantante, de su atractivo innegable, su ‘glamour’ desaliñado y su dulzura no ha hecho más que unos pocos anuncios radiofónicos. Ello no es impedimento para que los Baker Boys vean en ella a la transitoria salvadora de la sociedad musical. De inmediato, junto a su nueva estrella, comienzan a remontar el vuelo. Ahora, los encargados del Sheraton y del Ambassador no tienen problemas de agenda para hacerles hueco. Es el momento del efímero éxito a baja escala. La coyuntura perfecta para recordar lo que una vez fue una ilusión, agotada en los últimos tiempos por la realidad que les rodea.
Sin embargo, lo que parece una pequeña garantía de comodidad, otra merecida época de crédito y actuaciones seguras, se va al traste cuando Jack se enamora de Susie. Esto, unido a un accidente de bicicleta del hijo pequeño de Frank en pleno bolo navideño cuando actuaban en uno de los hoteles más lujosos del estado supone no sólo el desencadenante del final de los Baker Boys, también el único resquicio que abre los ojos a Jack para enfrentarse a sus fantasmas y a él mismo. Un par de noches de pasión, música y sexo marcarán el paso ineludible para el término de una era. No sólo por la imposibilidad de una relación sin porvenir, sino por ése magistral enfrentamiento a Susie, que le hace ver hasta dónde ha llegado la miseria humana de un hombre extenuado por su autodestrucción. Hay dos instantes dentro del filme, cohercitivos y reprobativos, que tienen lugar en sendos callejones que dan como consecuencia el enfrentamiento con la cruel verdad del fracaso en toda su dimensión dramática.
Susie responde a las palabras de un Jack encolerizado. Para él, de nuevo engañándose, lo que ha pasado no es más una noche de sexo más con otra de las mujeres que pasan por su cama habitualmente. “Hemos jodido dos veces. Eso es todo. Cuando se seque el sudor seguirás sin saber una mierda de mí”, le argumenta. Pero su lamentable situación es tan evidente que a Susie no es muy difícil rebatirle. “Me pareciste un perdedor la primera vez que te vi. Pero eres peor. Eres un cobarde”. Ella sabe ver que Jack personifica una farsa, que su talento se ha vendido demasiado barato y que está tan vacío que no sabe ver que la vida se le está yendo de las manos. Además, mientras su hermano ha formado una familia y tiene una responsabilidad y una dignidad que sobrellevar en casa y sobre los escenarios, Jack no tiene nada. Frank también le recrimina su creciente adicción al alcohol como una única salida y el desprecio hacia los demás. Frank admira a Jack, pero no es suficiente para evitar que los Fabulosos Baker Boys lleguen a su triste final. Ha llegado la hora de asumir que los tiempos de estos dos hermanos forman parte del pasado.
‘Los fabulosos Baker Boys’ supone un hallazgo que va más allá del descubrimiento de una sensacional pequeña pieza de orfebrería cinematográfica. Ya desde su estreno, en 1989, la película de Steve Kloves (que contaba por entonces con 29 años) podía asumirse como lo que es hoy en día, una obra maestra cuyas divinidades se reactualizan en cada visionado. Una película de personajes taciturnos y miserables que malviven en un patético escenario de decepciones y sueños rotos. Noctámbulos buscando una evasiva. Una tragedia disfrazada de comedia, que se va tornando tan agridulce en sus reacciones, en sus movimientos sobre la soledad y el fracaso, que el romanticismo y causticidad se proponen como clásicas, con el fundamento de las grandes películas de los fastos del cine.
Es imposible olvidar a Michelle Pfeiffer cantar el ‘Makin’ Whoopee’, que en los años 20 popularizara Eddie Cantor, subida en el piano de cola de una sala de fiestas repleta de ricachones celebrando la Nochevieja. Imposible no caer rendido a sus sinuosas y frágiles formas, vestida de rojo carmesí, contoneándose y jugando con Jeff Bridges en uno de los números musicales más memorables y mejor rodados (en ‘travelling’ circular apoyado con certeros cenitales) de todos los tiempos. Nunca Jeff Bridges sonó tan melancólico en sus ácidas palabras, en su gesto cínico, de maltrato emocional y necesidades afectivas. Ni su hermano Beau Bridges a una altura tan inalcanzable como la ternura que desprende su personaje. Michelle Pfeiffer bordó el papel de su vida, uno de los roles destinados a marcar una carrera, asumido con riesgo a la hora de cantar y con una contundencia interpretativa que pocas veces se han vuelto a ver en una pantalla de cine.
Acompaña a esta historia de pequeñas miserias la música de un Dave Grusin en estado de gracia acompañado de Ernie Watts al saxo y Brian Boomberg al contrabajo o la selección musical donde prolifera el espíritu de Duke Ellington y la entidad de Benny Goodman. Jamás el optimista y alegre ‘You’re Sixteen’, de Robert y Richard Sherman sonó tan triste que en ese final ubicado en el garage de Frank, cuando Jack asegura que deja los Baker Boys porque está cansado de vivir una mentira. Es hora de reconocer los errores, pedir perdón y comenzar la partida como viejo zorro en sesiones nocturnas los martes y los jueves en Henry's. Mientras, Frank se ganará la vida dando clases a los niños pijos del barrio. Finalmente, Susie se reencuentra con Jack en un final que embarga con la triste mirada de azul de la Pfeiffer aludiendo a la imposibilidad de las segundas oportunidades.
Personalmente, cuando alguien me pregunta cuál es mi película favorita, entremezclada con los grandes clásicos intocables, siempre viene a la memoria esta pequeña joya de Steve Kloves producida por Sydney Pollack. ‘Los fabulosos Baker Boys’ es una de las películas que marcaron mi adolescencia, me insinuaron de cómo y de qué manera funciona la vida. Veinte años después de su estreno se ha convertido, sin perder un ápice de fascinación y magia, en una cinta imprescindible en mi estantería.

lunes, 6 de octubre de 2014

Pulp Fiction, en orden cronológico

http://www.refoyo.com/weblog/imagenes/pulpfictioninchronologicalorder01.jpg
Uno de los juegos narrativos que plantea ‘Pulp Fiction’ es su carácter divergente en la estructura del filme. Si tuviéramos que replantearla siguiendo los métodos clásicos, el resultado derivaría en un prólogo, un epílogo, dos preludios y tres segmentos de gran duración. De esta forma, Tarantino planteó la división de sus historias con un complicado montaje que propone otro reto al espectador.
Aquí, sirviendo como complemento del anterior post, tenemos esa ordenación clásica de la historia si se hubiera contado de forma cronológica.
(Pinchar imagen para ver en grande).

Pulp Fiction: 20 años

Secuencia 84. GARAGE. Interior – Día.
Jules y Vincent están dentro del coche limpiando todos los rincones manchados con los sesos de Marvin que están esparcidos por el vehículo. Vincent limpia las ventanas y los espejos en el asiento delantero, mientras Jules está atrás, recogiendo los pequeños pedazos de cráneo de los asientos. Los dos están empapados de sangre.
JULES
Aaaaauu-- tío, jamás te perdonaré este puto rollo.
Esta mierda es repugnante.
VINCENT
Jules ¿has oído la filosofía de que cuando un hombre
admite que se ha equivocado, de inmediato se
le perdonan todos sus pecados? ¿habías oído eso?
JULES
¡Vete a tomar por culo con esa mierda!
El cabrón que dijo esa gilipollez nunca
tuvo recoger pedacitos de cráneo por tu puta culpa.
VINCENT
Tengo un límite Jules. Hay un tope en
la cantidad de abusos que puedo aguantar.
Ahora mismo estoy como un coche de carreras
y tú me estás forzando y solamente digo--
sólo digo que es peligroso forzar demasiado
un coche de carreras. Sólo eso. Podría estallar.
JULES
(riendo)
Ohhh-- ¿tú vas a estallar?
VINCENT
Voy a estallar, sí.
JULES
Pues yo me parezco a la puta bomba atómica
cuando estalló, cabronazo, cada vez que mis manos tocan
cerebro soy 'Supermosca TNT', soy los ‘Cañones de Navarone’.
De hecho ¿qué cojones hago yo aquí detrás?
El cabrón que recoge cerebro tendrías que ser tú.
Cambiemos, joder. Yo limpio los cristales y
tú te ocupas de los sesos de ese negro.
La segunda película de Quentin Tarantino, el filme que enseñó al mundo lo que era un cuarto de libra con queso mientras que en Europa era una Royale con queso, que fue estrenada en Corea del Sur, Japón y Eslovaquia antes de verse en Estados Unidos, que incluía el nombre de Honey Bunny gracias a la mecanógrafa que transcribió el guión a limpio, la de los 265 “fucking” que estableció un récord en su momento, que costó 8,5 millones de dólares y que llegó a recaudar más de 100 millones, en la que Michael Madsen rehusó repetir su rol en ‘Reservoir Dogs’ por rodar ‘Wyatt Earp’ o que para Mia Wallace se pensó en Michelle Pfeiffer, Isabella Rossellini, Meg Ryan, Julia Louis-Dreyfus, Halle Berry, Daryl Hannah… antes que en Uma Thurman, que las secuencias en las que aparecía el director interpretando a Jimmie fueron supervisadas por Robert Rodriguez
En mayo de 1994 se estrenaría su siguiente película en Cannes. ‘Pulp Fiction’ fue producida por Danny DeVito, Lawerence Bender y los hermanos Weisntein, entonces dueños de la Miramax, que no dudaron en acoger a Tarantino como un filón al que había que explotar. Y no se equivocaron. La segunda obra del director levantó una expectación inusitada en un festival como Cannes, acostumbrado a otro tipo de cine más sosegado al provocador estilo de un director que demostró lo que sería el sello primordial de su controvertido juego de referencias, conjugando el influjo cultural del cine de serie B, la televisión de culto, el cine oriental, el género de acción, las tendencias pop y el restitución de las novelas ‘pulp’, origen en un tipo específico de publicación basada en el folletín decimonónico, con un formato ‘digest’ más reducido que un libro y por lo general parvo en calidad de impresión y papel. De solemne influencia en Tarantino, que supo absorber con insolente facilidad la sublectura de sus contenidos en el filme, donde prevalece la acción abastecida de suculento ‘hardboiled’ inspirada en el talento de autores como Edgar Rice Borroughs, Clark Ashton Smith, Leigh Brackett, Manly Wade Wellman o Dashiell Hammett. ‘Pulp Fiction’ acabó por ganar el premio gordo, la Palma de Oro a la mejor película de ese año.
Una modesta cinta basada sobre todo en un imponente reparto coral encabezado por John Travolta (resucitado gracias a esta película), Bruce Willis, Samuel L. Jackson, Uma Thurman o Christopher Walken, entre otros. Una compleja historia menos claustrofóbica que ‘Reservoir Dogs’, más extrovertida y gamberra que justifica su éxito en la violencia, en los diálogos de excepcional engranaje y eficacia y en una perspectiva visual que consolidaron a Tarantino como la figura más relevante de los 90 en cuanto nuevos cineastas norteamericanos se refiere. La clave del cine de Tarantino la explicaba hace ya más de una década el propio director: “las ganas de hacer películas para que la gente salga del cine discutiendo sobre la historia, No quiero que nueve millones de personas salgan encantadas del cine diciendo lo buena que ha sido mi película. Por eso mis historias no tienen un puto mensaje que pretenda demostrar algo. Ahí está el fallo del cine actual”.
‘Pulp Fiction’ celebra este año su vigésino aniversario y todos seguimos señalándola como una de las películas de nuestra vida.

sábado, 4 de octubre de 2014

'Warrior (Warrior)', de Gavin O'Connor

Con mucho tiempo de retraso, por fin pude ver ‘Warrior’, de Gavin O’Connor. Tras varios comentarios fiables y positivos y alguno no tan afín, me dispuse a ver una producción de 2011 inmersa en el siempre reconfortante mundo de la lucha y los combates, en este caso ese deporte de ‘full-contact’ originado en el Vale Tudo y hoy conocido como MMA o UFC.
En una esquina del cuadrilátero Tommy (Tom Hardy), un hermano resentido hacia su padre Paddy (Nick Nolte), un alcohólico maltratador del que huyó con su madre cuando tenía dieciséis años. Es hermético y rudo, un solitario lleno de odio. Resulta ser un héroe de guerra y también el único superviviente de un bombardeo con misiles que provocan su deserción durante la Guerra de Irak. En la otra esquina, Brendan Conlon (Joel Edgerton), su hermano, que se quedó con su padre por no abandonar a su amor de adolescencia, con la que terminó casándose. Sin embargo, pese a ser el padre de familia perfecto, su sueldo como profesor de ciencias de una escuela secundaria no llega para cubrir los gastos de la hipoteca. Afortunadamente, Paddy no hizo todo mal, ya que hace años entrenó a sus dos hijos en la lucha libre y el boxeo.
Con estos mimbres Gavin O’Connor construye ‘Warrior’, una antojadiza historia de épica labrada a base de tópicos y clichés del drama familiar que promulga el arquetipo de hiperbólica cinta de combates pugilísticos sin innovar en trama o ambiciones. Así, las artes marciales mixtas pasan a formar parte de un mero circo postulado como una patraña casi risible sobre este tipo de lucha, sin ningún respeto por el deporte de contacto. El sueño americano y la rivalidad de ambos congéneres es el objetivo de un argumento que se destapa desde sus primeros compases, en los que, por arte de magia, dos hermanos no profesionales, acaban disputando el ficticio torneo ‘Sparta: The War at the Shore’, en una eliminatoria donde pelean los mejores luchadores del mundo en Atlantic City.
El primero, porque se ha filtrado un vídeo de Youtube en el se aprecia cómo en un gimnasio de extrarradio noquea nada menos que al número dos del mundo en un par de golpes (sic). El otro, porque su historia se emite en una cadena local y tiene acceso a esta competición (sic). Superado este injustificable imposible, la historia se empeña en recalcar arquetipos y lugares comunes exprimidos hasta la saciedad; Tommy es una bestia que tumba a los rivales de una sola hostia. Al otro le cuesta sangre y sudor superar a sus rivales. No obstante, su amor por su familia y avidez de superación es suficiente para ganar los cinco millones de premio final y terminar con sus problemas de liquidez. Es esa fuerza espiritual la que, obviamente, le hace seguir adelante. Incluso tumbando al campeón del mundo ruso, Koba (Kurt Angle –onces veces ganador de campeonatos mundiales y medallista olímpico-) en un combate dilatado hasta el absurdo. Aquí todo vale para convertir en factible lo insostenible.
¿La final? Por supuesto, Brendan contra Tommy, hermanos con cicatrices, uno físicas provocadas por las palizas de los combates y el otro emocionales, incapaz de perdonar los errores familiares. Es la inevitable confrontación entre sus conciencias, con su padre, con Dios y con su destino. Como lo hacía David O. Russell en otra película errática y nula sobre boxeo como fue ‘The Fighter’, O’Connor pretende amplificar esa épica melodramática encaminada a la visualización de todos los fantasmas familiares en un combate final poco menos que inconsecuente, renunciando a la autenticidad, buscando afianzar la empatía del espectador en un plañidero ejemplo de los peores momentos de la saga ‘Rocky’, mujer florero sufridora de postín incluida (Jennifer Morrison). Tampco olvida a los dos bandos entregados a los vítores en montaje paralelo; marines y compañeros de una sesión de entrenamiento por un lado, todo un instituto de fieles alumnos y director en el otro.
Para el director, ese clímax entre dos representantes de la clase trabajadora Pittsburgh peleando por su aspira a ser un compendio de emociones y contradicciones, sin embargo, el anterior y dilatado combate ha mellado el desarrollo del mismo, ejemplificando su descompensación y poniendo en evidencia sus más que paradigmáticos defectos. Una cinta desequilibrada y de laxo engranaje cuya decencia se encuentra en la maravillosa composición interpretativa de Nolte, Edgerton y sobre todo un Hardy majestuoso, que dan el crédito de un filme que trata de convencernos durante 140 minutos de su importancia cuando no la tiene, por mucho que se subraye la epopeya con el ‘himno de la alegría’ de Beethoven y una magnífica partitura de Mark Isham.

viernes, 3 de octubre de 2014

Scroguard: el "revolucionario" condón escrotal

¿Cómo mejorar los profilácticos y llevarlos hasta un prisma de lo absurdo de un modo involuntario? Pues muy fácil, los creadores del “Scroguard” lo han conseguido. Se trata de una faja de látex que se combina como complemento del tradicional preservativo con la finalidad de que el contacto de la piel se reduzca en la fricción del acto y salvaguardar infecciones sexuales. Lo han dado en conocer algo así como un revolucionario condón escrotal. El objetivo es sobreproteger la región genital mucho más que con el habitual anticonceptivo masculino. Por supuesto, esta chorrada extraordinaria e hilarante ni está aprobada por la FDA ni oficialmente se garantiza como solución contra enfermedades de transmisión sexual. Lo han lanzado al mercado como una alternativa perfecta para “parejas e individuos a quienes les encanta el swing”.
Según su cofundador, Addison Sears-Collins, “cuando empezamos a desarrollar nuestro condón escrotal lo hicimos pensando en esas personas que quieren un extra en su seguridad a la hora de llevar a cabo sus necesidades sexuales”. Uno de los conflictos que han surgido, atendiendo a los consumidores que lo han probado (que debe haberlos), es un extraño ruido que se produce cuando el látex fricciona contra la piel, dependiendo del grado de hermeticidad del usuario.
Sí, amigos. Además es lavable después de cada acto. Y sólo cuesta 19,99 dólares. Si os parece algo esperpéntico, ojo al vídeo de presentación del producto. Es simplemente delirante.
¿A qué esperáis para adquirir vuestro “Scroguard”?

jueves, 2 de octubre de 2014

Diez años de textos abismales (VI): Dossier ‘Búscate la vida (Get a life)' (23/09/2010)

La anarquía delirante de un humor irrepetible
Hoy es un día especial. Uno de esos en los que hay que celebrar una onomástica señalada y única dentro del calendario de celebraciones que, a buen seguro, será olvidada por los amantes de la saturación catódica que, aferrados a la nueva revolución de las series televisivas del momento, desconocen este inadvertido cumpleaños que vale la pena festejar por todo lo alto. Os preguntaréis de qué demonios estoy hablando, qué hay que ofrendar con tal énfasis y significancia. Pues bien, amigos. Hoy, día 23 de septiembre se celebra el vigésimo aniversario de la primera emisión de la que es, posiblemente, la mejor serie que ha desfilado por la parrilla en los fastos de la Historia. Sin parangón ni aparentes ponderaciones excesivas. Me refiero a ‘Búscate la vida (Get a Life)’, una ‘sitcom’ (si se puede englobar en tal categoría) que supuso un antes y un después en la mitología colectiva. Un punto y aparte en los anales de la pequeña pantalla.
Todos y cada uno de los espectadores que adoraron en su momento (y lo seguirán haciendo por siempre jamás) a Chris Peterson siguen sin encontrar algo parecido, un referente legatario de uno de los pináculos más absolutamente magistrales vistos hasta la fecha. Esta serie, fuera de toda duda una de las más genuinas al calificarla con la fácil etiqueta “de culto”, permanece de un modo perenne como referencia cultural de todas las programaciones que la han sucedido. Tan sólo 35 episodios repartidos descompensadamente en dos gloriosas temporadas que dejaron una impronta universal, minoritaria, sí, pero histórica e irreemplazable en los corazones de todos aquellos que, después de los años y del abrumante salto de calidad que dado el entorno televisivo moderno, seguimos pensando que no ha habido otra serie que haya podido reemplazar la grandeza de esta locura única y esencial en la adolescencia de una generación que no ha podido olvidar a aquel treintañero medio albino y medio calvo, con barba, algo orondo y con cara y actitud de idiota; el añorado Ser Supremo que respondía al nombre de Chris Peterson.
Su hacedor y máximo exponente fue el actor, cómico y guionista Chris Elliott, que elaboró esta paródica ‘sitcom’ junto a su amigo y compañero en el ‘Late Night with David Letterman’ Adam Resnick. Juntos unieron sus fuerzas a David Mirkin, también guionista y a la postre productor de ‘Los Simpson’, para lograr colarle una enloquecida idea la Fox a principios de los 90. Una auténtica excentricidad que nace del divertimento puro y sin límites, una serie que tenía en su argumento su mejor descripción para el delirio: un hombre algo inepto y entrañable que vive con sus padres y se gana la vida de ‘paperboy’, el repartidor de periódicos del barrio, montado en su bicicleta y habiendo alcanzado la cúspide laboral al convertirse el jefe de tres chavales de diez años que están a su cargo. Chris Peterson vive en Greenville ajeno a su condición de ‘white trash’ junto a unos progenitores que siempre van en pijama y bata, Fred y Gladys (interpretados por Bob Elliott –padre en la vida real de Chris Elliott- y Elinor Donahue, respectivamente), sin importarle realmente que todos piensen que es un pringado insensato.
La vida de Chris podría definirse como la de un ‘loser’ feliz, inconsciente de su estulticia y satisfecho con su propia estupidez. En el fondo, ‘Búscate la vida’ era fiel reflejo llevado al extremo de la parodia del inextinguible ‘peterpanismo’, donde un personaje estrambótico hacía las delicias de los telespectadores a los que acostumbró a un surrealismo bizarro revolucionario, que sustentaba su entidad humorística en la imprevisibilidad de las situaciones y argumentos, en una delirante entelequia deliciosamente subnormal. Todos recordaremos aquella cabecera con el tema de R.E.M ‘Stand’ siguiendo a Chris en el suburbio residencial repartiendo periódicos a diestro y siniestro hasta chocar con un coche debido a la distracción provocada por una exuberante mujer que se agachaba a recoger el diario matinal recién arrojado al suelo.
Durante la primera temporada, Chris aparecía en sus andanzas y desventuras junto a Larry Potter (Sam Robards), su mejor amigo y confidente, que ejerce de conciencia y nudo con la realidad. Un personaje que subsiste en una vida análoga a la Chris, puesto que es un hombre enclaustrado en la etapa adulta; con dos hijos, una casa que pagar, un trabajo absorbente y una mujer que es el Némesis de su amigo, Sharon (Robin Riker), una bruja que ejerce de simbología castradora, representación del estado de ergástulo existencial que configura el personaje enemigo de Peterson en su mundo feliz e inocentemente incoherente. No extrañó que el bueno de Potter un buen día decidiera dejar todo e irse a vivir la vida en libertad gracias a un estúpido consejo de Chris.
Durante la segunda temporada, cuando la anarquía parecía ser el patrón del humor argumental, aparece el personaje de Gus Borden (el no menos antológico Brian Doyle-Murray -hermano de Bill Murray-), el hombre que le alquila su garaje maloliente para emprender su falsa situación de soltero emancipado, un ex agente de la ley que fue expulsado del cuerpo por orinarse en un superior durante una borrachera y que para Chris es un idolatrado modelo a seguir pese a su condición de renegado sociópata. Esta nueva etapa resulta ser de una libertad insultante, donde la locura alcanza sus cotas de máxima entelequia en el delirio y la aberración extrema del disparate, con una inmunidad ante las normas televisivas que no se han vuelto a ver desde entonces. La locura y el absurdo fueron creciendo en un progreso sin dilación hacia un fascinante histerismo en el que absolutamente todo era válido. Destacan entre los nombres guionísticos los de Charlie Kaufman, la perturbada mente creadora de ‘Cómo ser John Malkovich’ o ‘Adaptation’, que firmó dos capítulos, al igual que Marjorie Gross, que también aportó su ingenio a otra serie de culto como fue ‘Seinfeld’.
Sin embargo, el éxito de la serie no hubiera sido posible sin su verdadera alma, su núcleo cómico lleno del talento inusitado y excepcional del mítico Chris Elliott. Formado en el National Theater Institute, durante los 80 fue uno de los más aclamados colaboradores del Show de David Letterman para la NBC, donde llevó a un nivel de humor más allá sus colaboraciones, ‘gags’ y parodias del ‘late night’ con un estilo distintivo, fuertemente insólito, pero sobre todo hilarante y desconcertante. Fragmentos como ‘The Guy Under the Seats’, ‘The Fugitive’, ‘The Regulator Guy’ y sus imitaciones de Marlon Brando, Jay Leno, Marv Albert o Morton Downey Jr. son parte de la historia catódica americana. Antes de ‘Búscate la vida’ a Elliott pudimos verle como secundario en películas como ‘Abyss’, de James Cameron, dentro del tríptico ‘Historias de Nueva York’, de Woody Allen, Francis F. Coppola y Martin Scorsese o en ‘Hunter’, de Michael Mann, aunque desplegaría su vis cómica en papeles tras su paso por la serie en cintas como ‘Atrapado en el tiempo’, de Harold Ramis, ‘Vaya par de idiotas’, ‘Algo pasa con Mary’ y ‘Osmosis Jones’, de los hermanos Farrelly y personajes episódicos en diversas ‘sitcoms’ americanas o dando voz a unos de los roles de la serie de animación ‘Dilbert’. También protagonizó una joya de culto titulada ‘Caos en el alta mar (Cabin Boy), de Adam Resnick con producción de Tim Burton que se subordinó a los designios de ‘Búscate la vida’, pero sin lograr la grandeza de aquélla. Además, Peterson escribió el libro ‘Into Hot Air: Mounting Mount Everest’, parodia de aventuras y supervivencia que urde una trama a costa de las organizaciones benéficas de celebridades donde el mismo Elliott dirige un equipo de famosos en una desastrosa expedición hasta el pico más alto del mundo.
Su mayor logro, a pesar de todo, sigue siendo Chris Peterson, aquel hombre alopécico y fondón, pusilánime y llorón, que se amedrentaba ante los desafíos y retos, accedía a cualquier proposición, por excéntrica que ésta pareciera y actuaba de forma infantil e incoherente con una conducta abstraída a su burbuja de genial tontería idotizada. La serie asumió desde su inicio una capacidad de riesgo que no tuvo límites, en una paradigmática muestra de provecho de la estolidez humana, de la risa ilimitada en su variada y variable temática sin pies ni cabeza, donde la mordacidad de matices zafios, de ‘gags’ imposibles, hicieron de la burla desquiciada e incongruente una muestra imposible de humor dentro del propio humor, que sabía reírse de sí mismo, sin elucidaciones intrínsecas sobre su naturaleza o su razón de ser.
‘Búscate la vida’ ha sido, probablemente, la serie más extravagante y original de cuantas han poblado la parrilla catódica desde el invento del aparato receptor, logrando una idiosincrasia genuina del absurdo, transformándolo en universo simplista, pero a su vez, lleno de implicaciones arrolladoras y cómplices con un espectador que se volcó con el desparpajo de un personaje idiota, entrañable y necio al que se le cogía cariño con una extraña y fulminante empatía. La serie de Elliott rehusaba al mensaje, a la moralina, destrozando consigo los condicionamientos básicos del guión televisivo y pasándose los cánones y las normas elitistas que delinean cada trama de las ‘sitcoms’ por el forro, ridiculizando el didactismo con una maravillosa e irrepetible ilógica que traicionó como nunca (para jolgorio del fan) la cordura y la realidad en un frenético y entusiasta atentado contra el sentido común.
Aquélla extravagancia alterada, adalid de la chorrada sin venir a cuento, las frases míticas, las situaciones improbables, los ‘gags’ gloriosos, la constante insinuación y homenaje al SCI-FI de muchos de sus títulos (‘Repartidor 2000’, ‘Neptuno 2000’, ‘La acampada del 2000’, ‘Cronosync 2000’, ‘Novia 2000’) invoca momentos indescriptibles, por el humor, la diversión, el sedimento que aferra imágenes y párrafos a la memoria colectiva de aquel icono que admiraba a los fétidos y rudos obreros de la construcción, se hizo amigo íntimo de un alienígena desagradable y violento llamado V.O.M.I.T.ÓN., que trabajó como gigoló de una vieja bañada en perfume, de modelo de la agencia ‘El guapo’ para triunfar bajo el apodo de ‘Chispas’ o como inspector de sanidad que se deja sobornar por cinco pavos y luego inculpar a toda una mafia. Siempre echaremos de menos a ese iluso bobalicón que fue ‘vouyeaur’ acosador y acosado, actor teatral del espectáculo musical ‘Zoo sobre ruedas’ y viajó en el tiempo para evitar lo inevitable o acometió una aventura existencial en busca de unos supuestos padres dentro de una comunidad ‘amish’. Peterson, el mismo que visitó la gran ciudad y perdió la cartera para convertirse en un héroe, capaz de enfrentarse a unos gamberros macarras a los que intenta llevar por el buen camino o mantener una relación de amor romántica de matrimonio que empieza y acaba, descrita con su tópica problemática, en veinte minutos. Durante aquellos célebres treinta y cinco episodios, Chris tan pronto luchaba contra un novedoso repartidor de periódicos robotizado, se carteaba con una peligrosa reclusa que iba a visitarle, como se fabricaba un submarino doméstico en la bañera familiar o estaba a punto de perecer intoxicado junto a Borden por residuos nucleares para descubrir, uno, que era un diestro ‘speller’ a la hora de deletrear palabras y, otro, un portento para los origamis.
En este sentido, ‘Búscate la vida’ tuvo, en algunos de sus más míticos episodios, el tema recurrente de la violencia y la muerte, donde Chris fallecía al final de muchos capítulos, una y otra vez, de múltiples formas, que recuerdan al ‘slaptick’ extraído de cualquier y perverso ‘cartoon’ animado. Hasta en doce episodios llegó a palmarla; cayéndole una roca gigante en la cabeza, de vejez, de amigdalitis, por herida de arma blanca, atropellado, asfixiado con cereales, estrangulado, víctima de una explosión o finalmente cayendo de un avión en una cama mullidita pero cargada de explosivos. Hoy, celebrando ese vigésimo aniversario, uno recuerda, al son de ese baile culón del ‘Alley Cat’, de Bent Fabric, tantas imágenes y diálogos que serían imposibles de reproducir, incluso los más evocados. ‘Búscate la vida’ finalizó el 8 de marzo de 1992, en un antológico episodio doble que terminaba generando expectativas y dudas sobre una posible continuidad. Nunca sucedió el milagro.
En España se estrenaría gracias a la apuesta de una cadena en ciernes como Canal + en 1992 y sería repuesta, posteriormente, en 1995. Desde entonces nada ha vuelto a ser igual. Por mucho que nuestros ojos hayan visto, nada ha logrado esa sensación de fiesta continua, de diversión sin freno y absoluta genialidad como aquélla. Una serie de culto que tiene devotos en todo el mundo. Una obra maestra irrepetible que pervive en la memoria de sus acólitos como el mayor logro de la televisión por su carácter anticonvencional y contracorriente. Una ilusión que (y antes de seguir enhebrando adjetivos ponderativos) recordaremos con afecto y fervor. El mismo que Peterson al definir a su amigo extraterrestre: “Visitante de Otro Mundo que Impacta en la Tierra... Ocho Nabos”.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Zineshock, Balagueró y estreno con VICE España

Hoy se ha producido mi debut en la revista de tendencias VICE España. Y lo hago repasando el fugaz periplo de un fanzine que marcó con sus oscuros análisis sobre cine oscuro, maldito y extremo toda la una era. Me refiero a ‘ZINESHOCK’, que tenía como uno de sus creadores al cineasta Jaume Balagueró, mucho antes de convertirse en el referente del género de terror en nuestro país. Un viaje nostálgico que retrotrae aquéllas publicaciones de autoedición que tanto echamos de menos.
“El mayor enemigo de la creatividad es el buen gusto”, con esta frase de Pablo Picasso comenzaba la singladura de uno de los fanzines nacionales más recordados. El título daba la pauta de lo que el lector se iba a encontrar en sus páginas: Zineshock: Revista de cine oscuro y brutal ¿El responsable? Jaume Balagueró, antes de triunfar en el mundo del cine con películas como Los sin nombre, Frágiles, Mientras duermes o la saga [REC], cuya cuarta entrega va a inaugurar el Festival de Sitges...
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lunes, 29 de septiembre de 2014

Unamuno, 150 años

"Pensamos para vivir, he dicho; pero acaso fuera más acertado decir que pensamos porque vivimos, y que la forma de nuestro pensamiento responde a la de nuestra vida. Una vez más tengo que repetir que nuestras doctrinas éticas y filosóficas, en general, no suelen ser sino la justificación a posteriori de nuestra conducta, de nuestros actos. Nuestras doctrinas suelen ser el medio que buscamos para explicar y justificar a los demás y a nosotros mismos nuestro propio modo de obrar. Y nótese que no sólo a los demás, sino a nosotros mismos. El hombre, que no sabe en rigor por qué hace lo que hace y no otra cosa, siente la necesidad de darse cuenta de su razón de obrar, y la forja. Los que creemos móviles de nuestra conducta no suelen ser sino pretextos. La misma razón que uno cree que le impulsa a cuidarse para prologar su vida, es la que en la creencia de otro le lleva a este a pegarse un tiro".
'Del sentimiento trágico de la vida (Capítulo 11: El problema práctico)', de Miguel de Unamuno (1912).

sábado, 27 de septiembre de 2014

Pósters especiales para celebrar el 30º aniversario de 'Cazafantasmas'

‘Ghostbusted’ y ‘Metroplasm’ son los títulos de dos impresionantes posters con grabados del diseñador Anthony Petrie inspirados en la película de Ivan Reitman ‘Cazafantasmas’ (de la que habrá un dossier especial en este blog con motivo de la conmemoración de su estreno en España) como celebración del trigésimo aniversario del clásico del fantástico en sendos trabajos encargados por el Gallery1988 y Sony Pictures.
Una pasada que todos querríamos tener enmarcados en un lugar privilegiado de nuestro hogar.