sábado, 4 de octubre de 2014

'Warrior (Warrior)', de Gavin O'Connor

Con mucho tiempo de retraso, por fin pude ver ‘Warrior’, de Gavin O’Connor. Tras varios comentarios fiables y positivos y alguno no tan afín, me dispuse a ver una producción de 2011 inmersa en el siempre reconfortante mundo de la lucha y los combates, en este caso ese deporte de ‘full-contact’ originado en el Vale Tudo y hoy conocido como MMA o UFC.
En una esquina del cuadrilátero Tommy (Tom Hardy), un hermano resentido hacia su padre Paddy (Nick Nolte), un alcohólico maltratador del que huyó con su madre cuando tenía dieciséis años. Es hermético y rudo, un solitario lleno de odio. Resulta ser un héroe de guerra y también el único superviviente de un bombardeo con misiles que provocan su deserción durante la Guerra de Irak. En la otra esquina, Brendan Conlon (Joel Edgerton), su hermano, que se quedó con su padre por no abandonar a su amor de adolescencia, con la que terminó casándose. Sin embargo, pese a ser el padre de familia perfecto, su sueldo como profesor de ciencias de una escuela secundaria no llega para cubrir los gastos de la hipoteca. Afortunadamente, Paddy no hizo todo mal, ya que hace años entrenó a sus dos hijos en la lucha libre y el boxeo.
Con estos mimbres Gavin O’Connor construye ‘Warrior’, una antojadiza historia de épica labrada a base de tópicos y clichés del drama familiar que promulga el arquetipo de hiperbólica cinta de combates pugilísticos sin innovar en trama o ambiciones. Así, las artes marciales mixtas pasan a formar parte de un mero circo postulado como una patraña casi risible sobre este tipo de lucha, sin ningún respeto por el deporte de contacto. El sueño americano y la rivalidad de ambos congéneres es el objetivo de un argumento que se destapa desde sus primeros compases, en los que, por arte de magia, dos hermanos no profesionales, acaban disputando el ficticio torneo ‘Sparta: The War at the Shore’, en una eliminatoria donde pelean los mejores luchadores del mundo en Atlantic City.
El primero, porque se ha filtrado un vídeo de Youtube en el se aprecia cómo en un gimnasio de extrarradio noquea nada menos que al número dos del mundo en un par de golpes (sic). El otro, porque su historia se emite en una cadena local y tiene acceso a esta competición (sic). Superado este injustificable imposible, la historia se empeña en recalcar arquetipos y lugares comunes exprimidos hasta la saciedad; Tommy es una bestia que tumba a los rivales de una sola hostia. Al otro le cuesta sangre y sudor superar a sus rivales. No obstante, su amor por su familia y avidez de superación es suficiente para ganar los cinco millones de premio final y terminar con sus problemas de liquidez. Es esa fuerza espiritual la que, obviamente, le hace seguir adelante. Incluso tumbando al campeón del mundo ruso, Koba (Kurt Angle –onces veces ganador de campeonatos mundiales y medallista olímpico-) en un combate dilatado hasta el absurdo. Aquí todo vale para convertir en factible lo insostenible.
¿La final? Por supuesto, Brendan contra Tommy, hermanos con cicatrices, uno físicas provocadas por las palizas de los combates y el otro emocionales, incapaz de perdonar los errores familiares. Es la inevitable confrontación entre sus conciencias, con su padre, con Dios y con su destino. Como lo hacía David O. Russell en otra película errática y nula sobre boxeo como fue ‘The Fighter’, O’Connor pretende amplificar esa épica melodramática encaminada a la visualización de todos los fantasmas familiares en un combate final poco menos que inconsecuente, renunciando a la autenticidad, buscando afianzar la empatía del espectador en un plañidero ejemplo de los peores momentos de la saga ‘Rocky’, mujer florero sufridora de postín incluida (Jennifer Morrison). Tampco olvida a los dos bandos entregados a los vítores en montaje paralelo; marines y compañeros de una sesión de entrenamiento por un lado, todo un instituto de fieles alumnos y director en el otro.
Para el director, ese clímax entre dos representantes de la clase trabajadora Pittsburgh peleando por su aspira a ser un compendio de emociones y contradicciones, sin embargo, el anterior y dilatado combate ha mellado el desarrollo del mismo, ejemplificando su descompensación y poniendo en evidencia sus más que paradigmáticos defectos. Una cinta desequilibrada y de laxo engranaje cuya decencia se encuentra en la maravillosa composición interpretativa de Nolte, Edgerton y sobre todo un Hardy majestuoso, que dan el crédito de un filme que trata de convencernos durante 140 minutos de su importancia cuando no la tiene, por mucho que se subraye la epopeya con el ‘himno de la alegría’ de Beethoven y una magnífica partitura de Mark Isham.

viernes, 3 de octubre de 2014

Scroguard: el "revolucionario" condón escrotal

¿Cómo mejorar los profilácticos y llevarlos hasta un prisma de lo absurdo de un modo involuntario? Pues muy fácil, los creadores del “Scroguard” lo han conseguido. Se trata de una faja de látex que se combina como complemento del tradicional preservativo con la finalidad de que el contacto de la piel se reduzca en la fricción del acto y salvaguardar infecciones sexuales. Lo han dado en conocer algo así como un revolucionario condón escrotal. El objetivo es sobreproteger la región genital mucho más que con el habitual anticonceptivo masculino. Por supuesto, esta chorrada extraordinaria e hilarante ni está aprobada por la FDA ni oficialmente se garantiza como solución contra enfermedades de transmisión sexual. Lo han lanzado al mercado como una alternativa perfecta para “parejas e individuos a quienes les encanta el swing”.
Según su cofundador, Addison Sears-Collins, “cuando empezamos a desarrollar nuestro condón escrotal lo hicimos pensando en esas personas que quieren un extra en su seguridad a la hora de llevar a cabo sus necesidades sexuales”. Uno de los conflictos que han surgido, atendiendo a los consumidores que lo han probado (que debe haberlos), es un extraño ruido que se produce cuando el látex fricciona contra la piel, dependiendo del grado de hermeticidad del usuario.
Sí, amigos. Además es lavable después de cada acto. Y sólo cuesta 19,99 dólares. Si os parece algo esperpéntico, ojo al vídeo de presentación del producto. Es simplemente delirante.
¿A qué esperáis para adquirir vuestro “Scroguard”?

jueves, 2 de octubre de 2014

Diez años de textos abismales (VI): Dossier ‘Búscate la vida (Get a life)' (23/09/2010)

La anarquía delirante de un humor irrepetible
Hoy es un día especial. Uno de esos en los que hay que celebrar una onomástica señalada y única dentro del calendario de celebraciones que, a buen seguro, será olvidada por los amantes de la saturación catódica que, aferrados a la nueva revolución de las series televisivas del momento, desconocen este inadvertido cumpleaños que vale la pena festejar por todo lo alto. Os preguntaréis de qué demonios estoy hablando, qué hay que ofrendar con tal énfasis y significancia. Pues bien, amigos. Hoy, día 23 de septiembre se celebra el vigésimo aniversario de la primera emisión de la que es, posiblemente, la mejor serie que ha desfilado por la parrilla en los fastos de la Historia. Sin parangón ni aparentes ponderaciones excesivas. Me refiero a ‘Búscate la vida (Get a Life)’, una ‘sitcom’ (si se puede englobar en tal categoría) que supuso un antes y un después en la mitología colectiva. Un punto y aparte en los anales de la pequeña pantalla.
Todos y cada uno de los espectadores que adoraron en su momento (y lo seguirán haciendo por siempre jamás) a Chris Peterson siguen sin encontrar algo parecido, un referente legatario de uno de los pináculos más absolutamente magistrales vistos hasta la fecha. Esta serie, fuera de toda duda una de las más genuinas al calificarla con la fácil etiqueta “de culto”, permanece de un modo perenne como referencia cultural de todas las programaciones que la han sucedido. Tan sólo 35 episodios repartidos descompensadamente en dos gloriosas temporadas que dejaron una impronta universal, minoritaria, sí, pero histórica e irreemplazable en los corazones de todos aquellos que, después de los años y del abrumante salto de calidad que dado el entorno televisivo moderno, seguimos pensando que no ha habido otra serie que haya podido reemplazar la grandeza de esta locura única y esencial en la adolescencia de una generación que no ha podido olvidar a aquel treintañero medio albino y medio calvo, con barba, algo orondo y con cara y actitud de idiota; el añorado Ser Supremo que respondía al nombre de Chris Peterson.
Su hacedor y máximo exponente fue el actor, cómico y guionista Chris Elliott, que elaboró esta paródica ‘sitcom’ junto a su amigo y compañero en el ‘Late Night with David Letterman’ Adam Resnick. Juntos unieron sus fuerzas a David Mirkin, también guionista y a la postre productor de ‘Los Simpson’, para lograr colarle una enloquecida idea la Fox a principios de los 90. Una auténtica excentricidad que nace del divertimento puro y sin límites, una serie que tenía en su argumento su mejor descripción para el delirio: un hombre algo inepto y entrañable que vive con sus padres y se gana la vida de ‘paperboy’, el repartidor de periódicos del barrio, montado en su bicicleta y habiendo alcanzado la cúspide laboral al convertirse el jefe de tres chavales de diez años que están a su cargo. Chris Peterson vive en Greenville ajeno a su condición de ‘white trash’ junto a unos progenitores que siempre van en pijama y bata, Fred y Gladys (interpretados por Bob Elliott –padre en la vida real de Chris Elliott- y Elinor Donahue, respectivamente), sin importarle realmente que todos piensen que es un pringado insensato.
La vida de Chris podría definirse como la de un ‘loser’ feliz, inconsciente de su estulticia y satisfecho con su propia estupidez. En el fondo, ‘Búscate la vida’ era fiel reflejo llevado al extremo de la parodia del inextinguible ‘peterpanismo’, donde un personaje estrambótico hacía las delicias de los telespectadores a los que acostumbró a un surrealismo bizarro revolucionario, que sustentaba su entidad humorística en la imprevisibilidad de las situaciones y argumentos, en una delirante entelequia deliciosamente subnormal. Todos recordaremos aquella cabecera con el tema de R.E.M ‘Stand’ siguiendo a Chris en el suburbio residencial repartiendo periódicos a diestro y siniestro hasta chocar con un coche debido a la distracción provocada por una exuberante mujer que se agachaba a recoger el diario matinal recién arrojado al suelo.
Durante la primera temporada, Chris aparecía en sus andanzas y desventuras junto a Larry Potter (Sam Robards), su mejor amigo y confidente, que ejerce de conciencia y nudo con la realidad. Un personaje que subsiste en una vida análoga a la Chris, puesto que es un hombre enclaustrado en la etapa adulta; con dos hijos, una casa que pagar, un trabajo absorbente y una mujer que es el Némesis de su amigo, Sharon (Robin Riker), una bruja que ejerce de simbología castradora, representación del estado de ergástulo existencial que configura el personaje enemigo de Peterson en su mundo feliz e inocentemente incoherente. No extrañó que el bueno de Potter un buen día decidiera dejar todo e irse a vivir la vida en libertad gracias a un estúpido consejo de Chris.
Durante la segunda temporada, cuando la anarquía parecía ser el patrón del humor argumental, aparece el personaje de Gus Borden (el no menos antológico Brian Doyle-Murray -hermano de Bill Murray-), el hombre que le alquila su garaje maloliente para emprender su falsa situación de soltero emancipado, un ex agente de la ley que fue expulsado del cuerpo por orinarse en un superior durante una borrachera y que para Chris es un idolatrado modelo a seguir pese a su condición de renegado sociópata. Esta nueva etapa resulta ser de una libertad insultante, donde la locura alcanza sus cotas de máxima entelequia en el delirio y la aberración extrema del disparate, con una inmunidad ante las normas televisivas que no se han vuelto a ver desde entonces. La locura y el absurdo fueron creciendo en un progreso sin dilación hacia un fascinante histerismo en el que absolutamente todo era válido. Destacan entre los nombres guionísticos los de Charlie Kaufman, la perturbada mente creadora de ‘Cómo ser John Malkovich’ o ‘Adaptation’, que firmó dos capítulos, al igual que Marjorie Gross, que también aportó su ingenio a otra serie de culto como fue ‘Seinfeld’.
Sin embargo, el éxito de la serie no hubiera sido posible sin su verdadera alma, su núcleo cómico lleno del talento inusitado y excepcional del mítico Chris Elliott. Formado en el National Theater Institute, durante los 80 fue uno de los más aclamados colaboradores del Show de David Letterman para la NBC, donde llevó a un nivel de humor más allá sus colaboraciones, ‘gags’ y parodias del ‘late night’ con un estilo distintivo, fuertemente insólito, pero sobre todo hilarante y desconcertante. Fragmentos como ‘The Guy Under the Seats’, ‘The Fugitive’, ‘The Regulator Guy’ y sus imitaciones de Marlon Brando, Jay Leno, Marv Albert o Morton Downey Jr. son parte de la historia catódica americana. Antes de ‘Búscate la vida’ a Elliott pudimos verle como secundario en películas como ‘Abyss’, de James Cameron, dentro del tríptico ‘Historias de Nueva York’, de Woody Allen, Francis F. Coppola y Martin Scorsese o en ‘Hunter’, de Michael Mann, aunque desplegaría su vis cómica en papeles tras su paso por la serie en cintas como ‘Atrapado en el tiempo’, de Harold Ramis, ‘Vaya par de idiotas’, ‘Algo pasa con Mary’ y ‘Osmosis Jones’, de los hermanos Farrelly y personajes episódicos en diversas ‘sitcoms’ americanas o dando voz a unos de los roles de la serie de animación ‘Dilbert’. También protagonizó una joya de culto titulada ‘Caos en el alta mar (Cabin Boy), de Adam Resnick con producción de Tim Burton que se subordinó a los designios de ‘Búscate la vida’, pero sin lograr la grandeza de aquélla. Además, Peterson escribió el libro ‘Into Hot Air: Mounting Mount Everest’, parodia de aventuras y supervivencia que urde una trama a costa de las organizaciones benéficas de celebridades donde el mismo Elliott dirige un equipo de famosos en una desastrosa expedición hasta el pico más alto del mundo.
Su mayor logro, a pesar de todo, sigue siendo Chris Peterson, aquel hombre alopécico y fondón, pusilánime y llorón, que se amedrentaba ante los desafíos y retos, accedía a cualquier proposición, por excéntrica que ésta pareciera y actuaba de forma infantil e incoherente con una conducta abstraída a su burbuja de genial tontería idotizada. La serie asumió desde su inicio una capacidad de riesgo que no tuvo límites, en una paradigmática muestra de provecho de la estolidez humana, de la risa ilimitada en su variada y variable temática sin pies ni cabeza, donde la mordacidad de matices zafios, de ‘gags’ imposibles, hicieron de la burla desquiciada e incongruente una muestra imposible de humor dentro del propio humor, que sabía reírse de sí mismo, sin elucidaciones intrínsecas sobre su naturaleza o su razón de ser.
‘Búscate la vida’ ha sido, probablemente, la serie más extravagante y original de cuantas han poblado la parrilla catódica desde el invento del aparato receptor, logrando una idiosincrasia genuina del absurdo, transformándolo en universo simplista, pero a su vez, lleno de implicaciones arrolladoras y cómplices con un espectador que se volcó con el desparpajo de un personaje idiota, entrañable y necio al que se le cogía cariño con una extraña y fulminante empatía. La serie de Elliott rehusaba al mensaje, a la moralina, destrozando consigo los condicionamientos básicos del guión televisivo y pasándose los cánones y las normas elitistas que delinean cada trama de las ‘sitcoms’ por el forro, ridiculizando el didactismo con una maravillosa e irrepetible ilógica que traicionó como nunca (para jolgorio del fan) la cordura y la realidad en un frenético y entusiasta atentado contra el sentido común.
Aquélla extravagancia alterada, adalid de la chorrada sin venir a cuento, las frases míticas, las situaciones improbables, los ‘gags’ gloriosos, la constante insinuación y homenaje al SCI-FI de muchos de sus títulos (‘Repartidor 2000’, ‘Neptuno 2000’, ‘La acampada del 2000’, ‘Cronosync 2000’, ‘Novia 2000’) invoca momentos indescriptibles, por el humor, la diversión, el sedimento que aferra imágenes y párrafos a la memoria colectiva de aquel icono que admiraba a los fétidos y rudos obreros de la construcción, se hizo amigo íntimo de un alienígena desagradable y violento llamado V.O.M.I.T.ÓN., que trabajó como gigoló de una vieja bañada en perfume, de modelo de la agencia ‘El guapo’ para triunfar bajo el apodo de ‘Chispas’ o como inspector de sanidad que se deja sobornar por cinco pavos y luego inculpar a toda una mafia. Siempre echaremos de menos a ese iluso bobalicón que fue ‘vouyeaur’ acosador y acosado, actor teatral del espectáculo musical ‘Zoo sobre ruedas’ y viajó en el tiempo para evitar lo inevitable o acometió una aventura existencial en busca de unos supuestos padres dentro de una comunidad ‘amish’. Peterson, el mismo que visitó la gran ciudad y perdió la cartera para convertirse en un héroe, capaz de enfrentarse a unos gamberros macarras a los que intenta llevar por el buen camino o mantener una relación de amor romántica de matrimonio que empieza y acaba, descrita con su tópica problemática, en veinte minutos. Durante aquellos célebres treinta y cinco episodios, Chris tan pronto luchaba contra un novedoso repartidor de periódicos robotizado, se carteaba con una peligrosa reclusa que iba a visitarle, como se fabricaba un submarino doméstico en la bañera familiar o estaba a punto de perecer intoxicado junto a Borden por residuos nucleares para descubrir, uno, que era un diestro ‘speller’ a la hora de deletrear palabras y, otro, un portento para los origamis.
En este sentido, ‘Búscate la vida’ tuvo, en algunos de sus más míticos episodios, el tema recurrente de la violencia y la muerte, donde Chris fallecía al final de muchos capítulos, una y otra vez, de múltiples formas, que recuerdan al ‘slaptick’ extraído de cualquier y perverso ‘cartoon’ animado. Hasta en doce episodios llegó a palmarla; cayéndole una roca gigante en la cabeza, de vejez, de amigdalitis, por herida de arma blanca, atropellado, asfixiado con cereales, estrangulado, víctima de una explosión o finalmente cayendo de un avión en una cama mullidita pero cargada de explosivos. Hoy, celebrando ese vigésimo aniversario, uno recuerda, al son de ese baile culón del ‘Alley Cat’, de Bent Fabric, tantas imágenes y diálogos que serían imposibles de reproducir, incluso los más evocados. ‘Búscate la vida’ finalizó el 8 de marzo de 1992, en un antológico episodio doble que terminaba generando expectativas y dudas sobre una posible continuidad. Nunca sucedió el milagro.
En España se estrenaría gracias a la apuesta de una cadena en ciernes como Canal + en 1992 y sería repuesta, posteriormente, en 1995. Desde entonces nada ha vuelto a ser igual. Por mucho que nuestros ojos hayan visto, nada ha logrado esa sensación de fiesta continua, de diversión sin freno y absoluta genialidad como aquélla. Una serie de culto que tiene devotos en todo el mundo. Una obra maestra irrepetible que pervive en la memoria de sus acólitos como el mayor logro de la televisión por su carácter anticonvencional y contracorriente. Una ilusión que (y antes de seguir enhebrando adjetivos ponderativos) recordaremos con afecto y fervor. El mismo que Peterson al definir a su amigo extraterrestre: “Visitante de Otro Mundo que Impacta en la Tierra... Ocho Nabos”.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Zineshock, Balagueró y estreno con VICE España

Hoy se ha producido mi debut en la revista de tendencias VICE España. Y lo hago repasando el fugaz periplo de un fanzine que marcó con sus oscuros análisis sobre cine oscuro, maldito y extremo toda la una era. Me refiero a ‘ZINESHOCK’, que tenía como uno de sus creadores al cineasta Jaume Balagueró, mucho antes de convertirse en el referente del género de terror en nuestro país. Un viaje nostálgico que retrotrae aquéllas publicaciones de autoedición que tanto echamos de menos.
“El mayor enemigo de la creatividad es el buen gusto”, con esta frase de Pablo Picasso comenzaba la singladura de uno de los fanzines nacionales más recordados. El título daba la pauta de lo que el lector se iba a encontrar en sus páginas: Zineshock: Revista de cine oscuro y brutal ¿El responsable? Jaume Balagueró, antes de triunfar en el mundo del cine con películas como Los sin nombre, Frágiles, Mientras duermes o la saga [REC], cuya cuarta entrega va a inaugurar el Festival de Sitges...
Continuar leyendo en VICE.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Unamuno, 150 años

"Pensamos para vivir, he dicho; pero acaso fuera más acertado decir que pensamos porque vivimos, y que la forma de nuestro pensamiento responde a la de nuestra vida. Una vez más tengo que repetir que nuestras doctrinas éticas y filosóficas, en general, no suelen ser sino la justificación a posteriori de nuestra conducta, de nuestros actos. Nuestras doctrinas suelen ser el medio que buscamos para explicar y justificar a los demás y a nosotros mismos nuestro propio modo de obrar. Y nótese que no sólo a los demás, sino a nosotros mismos. El hombre, que no sabe en rigor por qué hace lo que hace y no otra cosa, siente la necesidad de darse cuenta de su razón de obrar, y la forja. Los que creemos móviles de nuestra conducta no suelen ser sino pretextos. La misma razón que uno cree que le impulsa a cuidarse para prologar su vida, es la que en la creencia de otro le lleva a este a pegarse un tiro".
'Del sentimiento trágico de la vida (Capítulo 11: El problema práctico)', de Miguel de Unamuno (1912).

sábado, 27 de septiembre de 2014

Pósters especiales para celebrar el 30º aniversario de 'Cazafantasmas'

‘Ghostbusted’ y ‘Metroplasm’ son los títulos de dos impresionantes posters con grabados del diseñador Anthony Petrie inspirados en la película de Ivan Reitman ‘Cazafantasmas’ (de la que habrá un dossier especial en este blog con motivo de la conmemoración de su estreno en España) como celebración del trigésimo aniversario del clásico del fantástico en sendos trabajos encargados por el Gallery1988 y Sony Pictures.
Una pasada que todos querríamos tener enmarcados en un lugar privilegiado de nuestro hogar.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Comerciantes del mundo, el acopio como venta y el mítico "Birdman"

El fotógrafo Vladimir Antaki ha compuesto un interesante compendio de instantáneas exponiendo una visión de comerciantes de todo el mundo en sus comercios. Según él, la concepción de este proyecto nació de la idea de rendir tributo a estos “guardianes de los templos urbanos que nos encontramos todos los días sin realmente darnos cuenta de ello”.
Lo que llama la atención poderosamente es la proliferación de comerciantes cuyos puestos podrían ser considerados como una panacea del ‘horror vacui’, con profusión de artículos que saturan la vista. Espacios saturados que exhiben sus productos acumulados en un exceso casi obsceno. Como si de coleccionistas patógenos se tratara, acaparan objetos sin dejar un solo hueco libre. Ya tengas una carnicería provista de cientos de bolsas, un taller de desguace en la que no cabe una tuerca, una relojería con miles de mecanismos y relojes, montañas magazines antiguos o una tienda de discos hasta los topes. El dossier ha aparecido en el diario The Guardian y en él podemos echar un vistazo a esta proliferación de objetos por todos los rincones del mundo.
El protagonista de esta última historia le corresponde a un tal "Birdman", un singular personaje que asegura que no necesita ningún tipo de calculadora, ni teléfono móvil o caja registradora para llevar las cuentas y las ventas de su negocio. Su curiosa vida le sitúa como un bróker multimillonario de Wall Street desde los 35 años a los 57, cuando decidió dejarlo todo y embarcarse en el sueño de su vida: abrir una tienda de música. Lo hizo. Se llama Rainbow Music y está ubicada en el East Village neoyorquino, justo entre un Starbucks y un Subways.
Y lo cierto es que tanta pasión le puso, que casi no se le aprecia entre tanta caja de CD. Asegura que tiene más de 50.000 discos, según inventario. Y todo de memoria. La pena de esta historia es que el viejo "Birdman" se va a ver obligago a vender toda esta colección, él asegura que a través de Amazon, puesto que el propietario del edificio decició no renovar el contrato de alquiler de la tienda con perspectiva a vender el inmueble movido por la crisis. Los tiempos de precariedad económica, los discos on-line y la piratería han hecho que este cascarrabias mítico dentro del sector de venta de Manhattan esté a punto de tirar la toalla. Sin embargo, él mismo dice que hay sintonía para rato. Oh, fucking yeah!

jueves, 25 de septiembre de 2014

Google Maps y los dioses anónimos

Cuando en 2007 se puso en marcha por primera vez Street View, una de las cosas que más preocupaban era la preservación de la intimidad de las personas que pudieran aparecer captadas por la cámara del coche de Google. El propósito era el de facilitar al internauta una experiencia cercana a un paseo virtual mediante imágenes reales obtenidas en las calles de todas las ciudades del mundo. El miedo era una invasión de la privacidad de las personas, con el riesgo de mostrar imágenes de la gente común o matrículas de coches que pudieran comprometer ese espacio propio.
Google, por supuesto, incluyó una cláusula preservando este derecho fundamental con el siguiente texto que se puede leer en su web de Google maps: “Hemos desarrollado una tecnología de vanguardia para difuminar los rostros y las patentes de los vehículos, la cual se aplica a todas las imágenes de Street View. Esto significa que si una de las imágenes contiene un rostro (por ejemplo, el de una persona que pasa por la calle) o la patente de un automóvil identificables, nuestra tecnología los difuminará automáticamente para que no se pueda identificar ni a la persona ni al vehículo. Si a nuestros detectores se les escapa algo, puedes informarnos fácilmente”.
Ahora, la pregunta es la siguiente: ¿las estatuas también entran en ese concepto de protección? Obviamente y a la vista de este divertido catálogo de monumentos de efigies religiosas, eso parece. La difuminación de esos rostros borra las señas de identidad místicas, convirtiéndolos en simples rostros borrosos, fundiéndolos en el anonimato. No deja de ser curioso y divertido pensar que eso es precisamente lo que debería haber sucedido desde el principio de los tiempos.
Aquí podéis ver el resto de las capturas gracias a la ocurrencia de Marion Balac.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Soderbergh y 'En busca del Arca Perdida' en Blanco y Negro

En 2011, Steven Soderbergh manifestó que había visto ‘En busca del Arca Perdida’ repetidamente en blanco y negro y sin sonido. Le fascinó el poder de la puesta en escena, del montaje asentado en la coordinación y fluidez perfecta de la utilización de montajes paralelos con los que Michael Kahn y Steven Spielberg dinamizaron la narrativa del cine conteporáneo.
Se refiere a esa disposición “invisible” que adopta Spielberg a la hora de planificar sus filmes y que encuentra en esta cinta de aventuras, que cumplirá treinta y cinco años en 2015, un ejemplo perfecto a la maestría con la que el “Rey Midas” dispone de los elementos cinematográficos, alineados y dispuestos en función de una idea fílmica concreta. “En las películas, el papel del montaje añade algo único: la oportunidad de entender una idea visual (o narrativa) a los límites de la imaginación, algo que parece una locura hoy, pero que se normalizará en la disposición del rodaje mañana”.
Soderbergh sostiene que “ésa capacidad de organizar algo de tal manera es uno de los grandes placeres que existen en el cine. Y la mayoría de la gente no lo hace bien, lo que indica que no debe ser fácil dominar una secuencia o un conjunto de escenas”. David Fincher dijo una vez: “existen innumerables y distintas formas de rodar un plano, pero al final realmente sólo valen dos. Y uno de ellos es erróneo”. En su web Extension 765, Soderbergh apunta el objetivo de este experimento que, de algún modo, cualquier amante y estudioso del cine ya tanteado alguna vez, como sugiere en multitud de ocasiones el maestro Martin Scorsese. Y no es otro que ver un filme sin sonido para descubrir las intenciones narrativas de las grandes películas. “Por supuesto la comprensión de la historia, el carácter y el rendimiento son fundamentales para dirigir un film de forma correcta. Sin embargo, existe una teoría que sugiere que una película debería funcionar con el sonido apagado, y bajo esa teoría, la puesta en escena se transforma en un elemento fundamental”.
Y ahí tenéis el resultado de este experimento que bien podríamos llamar "excentricidad". Y máxime cuando se elimina el memorable 'score' de John Williams para sustituirlo por música alternativa de Trent Reznor y Atticus Ross.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Diez años de textos abismales (V): ‘La Cosa (The Thing)’, de John Carenter: la monstruosidad de lo informe (29/08/2012)

‘La Cosa’ supuso la primera película para un gran estudio encomendada a John Carpenter. Universal accedió a que el director mantuviera un control creativo en la producción y montaje de una arriesgada cinta que convergería en la aparente idea del cine independiente de un cineasta acostumbrado a jugar con pequeños presupuestos con la búsqueda de un gran público poco acostumbrado a platos del desabrimiento y la calidad cinéfila del cine de autor. Antes, el filme fue ofrecido por la ‘major’ a Tobe Hooper, pero éste la rechazó por estar comprometido con Steven Spielberg y ‘Poltergeist’, cinta que se estrenaría el mismo año que ‘La Cosa’. Con el principio de los 80 llegó la gran oportunidad para Carpenter de volcarse en una historia que siguiera la estela de Howard Hawks. Dentro de su filmografía, en reiteradas ocasiones, el seguimiento reverencial, siempre impoluto y traslúcido, ha sido un signo evidente en la forma de concebir sus historias a través de esencias de ‘westerns’ anexos a la ideología de cineasta clásico. La horma temática fue una referencia fílmica del género como ‘Enigma de otro mundo’, cinta dirigida por el propio Hawks junto a Christian Nyby.
Carpenter agudizó su disposición al género fantástico ofreciendo con ‘La Cosa’ la que sería su obra maestra y la cinta más decididamente transgresora de este mítico autor. La jugada demandada por el estudio no coincidía con el propósito del cineasta. Universal esperaba un artefacto comercial que pudiera hacer sombra a los grandes estrenos del momento, más afín a las exigencias de un ‘target’ que veía sus deseos satisfechos en la eclosión de aquella generación que concebía el Séptimo Arte como una forma escapista y diferente de entender el cine de entretenimiento y que germinó con los productos de la Lucas Ltd. y, sobre todo, de la Amblin Entertaiment de Spielberg. Este hecho parecía no importar a Carpenter. Para él era una oportunidad única de engrandecer y acentuar la misma idea liberal y virtuosa de su intención cinematográfica, asentada en la autonomía creativa, sólo que en esta ocasión con mucho más dinero y más riesgo en el compromiso con su propio concepto revisionista de los géneros.
Así Universal le confío un aparente ‘remake’ que se destacó de su antecesora por mantener una fidelidad casi tangente a la suma obra de J.W. Campbell ‘Who Goes There?’, publicada en 1938. ‘La cosa’ supone por entonces el más esperado y nostálgico encuentro del director con un género dominante en los años 50 y 60 de la ciencia ficción de serie B que sirvió, en gran medida, y con cierta subversión argumental, para que los monstruos y extraterrestres llegados del espacio provocaran el miedo comunista de los americanos a las faldas de McCarthy. Alimentada la efigie amenazante gracias a la literatura ‘pulp’, ejemplificada en las inolvidables ‘Argosy’ o ‘Astounding Stories’, la mitología generada por esta alocada y sinuosa tendencia literaria y cinematográfica dio como resultado la conocida como ‘space opera’, en la que entraba a formar parte el clásico de Howard Hawks y Christian Nyby ‘Enigma de otro mundo’ (que ya homenajeara en su éxito de taquilla ‘Halloween’), la historia de los ocupantes de una estación polar deben enfrentarse con un ser procedente del Espacio Exterior dado a alimentarse de sangre.
Alejándose de aquella, pero, sin perder su referencia y espíritu, Carpenter realizaría una rotunda obra con una descontrolada profundidad en la angustia narrativa, donde la tensión de cada instante está adaptada a un argumento que refuta con total propósito el efectismo y el susto a golpe de impacto musical. Los créditos ya dejan vislumbrar que nada va a ser lo que parece. Una nave espacial surca el espacio con el designio de la Tierra demarcado en sus propósitos de aterrizaje. El arranque nos sitúa en el frío, gélido y solitario Polo Sur, en la Antártida. A través del desierto de nieve, un perro de raza Huskey avanza raudo huyendo de algo. El animal hace pequeñas pausas para mirar desafiante a un helicóptero que parece seguirle desde las alturas. En ese momento, uno de los componentes que le persigue dispara sobre él varias veces.
Alternando la persecución del helicóptero noruego que intenta eliminar al animal, se presentan las primeras escenas del grupo que recrean con énfasis la soledad y el aburrimiento de los hombres de la Estación 4 del Instituto Científico de los Estados Unidos. El que será verdadero protagonista de la trama: MacReady (el mítico Kurt Russell), se sirve un JB mientras mantiene una partida de ajedrez contra un ordenador, hecho que no hace más que presagiar la excesiva individualidad de todos los miembros del equipo. Alentados por el ruido del helicóptero, todos salen a ver a qué se debe tanto ajetreo. Tras un fortuito accidente en el que el helicóptero explota por los aires cuando aterriza, uno de los noruegos persiste en su intento de eliminar al perro, hiriendo a uno de los hombres del destacamento gritando enardecido (en noruego clama “Detenedlo, viene del infierno. No es un perro, es una imitación, es una Cosa imitándolo. Destruid al perro u os llevará al infierno, malditos idiotas”). Ello provoca que caiga abatido por un certero disparo. Es el principio de la pesadilla.
Uno de los elementos que hacen de sus primeros minutos inquietantes, por supuesto, es la presencia de ese extraño perro, sus movimientos perfectos, controlados por la cosa, vigilando cada movimiento y explorando cada rincón y las personalidades de todos los compañeros de investigación. El perro es la semilla del particular y amenazante modo de presentar el estado de angustia que vivirán los integrantes del grupo científico con respecto a lo que aparentemente no representa ninguna amenaza. Para ello Carpenter cuenta que encontró a uno de los mejores actores con los que ha trabajado nunca. Se trataba de Jed, un Huskey del cual el cineasta siempre asegura que respetaba obedientemente las marcas y actuaba mejor que muchos de los intérpretes protagónicos.
El éter confuso y claustrofóbico que provoca la Antártida y la soledad y el contexto que rodea la acción crea la atmósfera perfecta para la paranoia y la desconfianza. Carpenter juega con ello a crear estados en los que la agonía y la suspicacia instituyan un ambiente asfixiante y sin salida, donde el destino tiene un claro matiz de tragedia, de acusaciones y recelos que llevaran a la destrucción del grupo, de su aburrida cotidianidad hacia una fatal providencia.
Uno de los más loables y reconocidos elementos que hacen particularmente inquietante a ‘La Cosa’ es la notable presencia y perfección de los efectos especiales de maquillaje creados por Rob Bottin y que superpone su departamento a otros dentro del filme por la genial capacidad de conversión que logró darle a la criatura para transformarse en las más inimaginables y desagradables aberraciones. Carpenter, desde el principio, incidió especialmente en este terreno. La particularidad con otros estrenos de aquella época es que, junto al guionista Bill Lancaster, trabajó durante la adaptación de la obra de J.W. Campbell codo a codo con Bottin (sin olvidar al técnico de FX Albert Whitlock), para planificar todo el entramado que supuso crear las secuencias más crudas y sangrientas de la metamorfosis del ente en monstruo a partir de ideas del técnico de efectos especiales de maquillaje.
Con este tema cubierto, había que trenzar el sobresalto de esta inquietante película que deviene en la ampliación de un ambiente tan angustioso como vasto, describiendo sutilmente los miedos que se extraen de lo más profundo de los personajes y que, de forma indisoluble y etérea, concluyen en la materialización de un monstruo mutante, que cambia de forma según avanza la trama. Contra todo pronóstico, Carpenter logró con ‘La Cosa’, a la hora de realizar una nueva versión de un clásico del cine fantástico, olvidarse totalmente de Hawks, de su filme y de sus simbología, para llegar a realizar, con una inteligente sublimidad, una historia más que coherente, en concordancia con su previa y ulterior filmografía, pródiga en obras de culto.
El as escondido de Carpenter es que, mientras la Universal desembolsaba una gran cantidad a modo de inversión, éste fue eludiendo sagazmente la idea primigenia de realizar una película familiar (objetivo de la productora) hasta convertirla en lo que es hoy. Obviamente, la jugada no le salió como esperaba. ‘La Cosa’ fue un fracaso estrepitoso que le costó una excesiva cuantía a la compañía. Resulta que un par de semanas antes, se estrenó en Estados Unidos la entrañable ‘E.T. El extraterrestre’, de Steven Spielberg, el fenómeno comercial del comienzo de década y la cinta que arrasó en taquilla durante meses en 1982.
La evidencia del mensaje del maestro Carpenter era la antítesis del asimétrico alien cabezón del Rey Midas, por lo que el público, la crítica y los moralistas yanquis no dudaron en calificarle como “pornógrafo de la violencia y de la sangre”. Sin embargo, Carpenter no sólo lo pasó mal con aquella tortuosa experiencia comercial de la que él (y muchos de sus seguidores) cree que es su mejor aportación a la historia del cine, sino que dadas las elevadas temperaturas que sufrió el equipo de ‘La Cosa’ (40 y 50º bajo cero), el director sufrió un principio de cáncer de piel que arrastró durante décadas y que ha dejado en él unas secuelas físicas evidentes en su extrema y delgada figura y que superó, tras varios rumores de empeoramiento, hace ya algunos años.
La vigorización de un clásico irrefutable
La verdadera esencia del filme no está, por tanto, en la excesiva visceralidad con que el cineasta muestra los momentos más sangrientos y repugnantes, sino en la evolución interna de cada personaje, de sus susceptibilidades ante la amenaza del propio entorno. En ese aspecto, mucho más intenso de lo que pueda parecer, es dónde reside el terror verdadero de una película irrepetible. También, y al contrario que en ‘El enigma de otro mundo’, en ‘La Cosa’ no existe ningún elemento femenino, lo que hace más dura la convivencia entre los integrantes del solitario puesto científico perdido en la Antártida. En un principio Carpenter iba a incluir a una mujer en el grupo de científicos para acercarse aún más a la novela, pero desestimó la idea por el potencial de desconfianza humana que explota entre un grupo de hombres que llevan varios meses alejados de la civilización y que, en muchos de los casos, ni se soportan.
La única presencia femenina en la película es la voz que surge del ordenador con el que MacReady juega al principio de la cinta. Se filmó una secuencia en la que dos de los miembros del grupo discutían acerca del turno sobre una muñeca hinchable que servía como paliativo del frío y la soledad del Polo, pero se suprimió en la sala de montaje. El aislamiento y separación de la civilización es absoluta. Además, Carpenter propone a su vez una perspectiva cínica respecto a la amistad y a la colaboración, pero sobre todo al héroe y sus recursos. La manumisión que existía en el clásico de Nyby y Hawks en el puesto ártico cercado por la amenazadora forma extranjera de la vida servía para que todos se unan en la lucha contra la causa común, refrendando la cooperación entre ellos. Apartándose de estos conceptos referentes de género, en los que se podía percibir un claro alegato de solidaridad en los años de la Guerra Fría, Carpenter optó por todo lo contrario, por una perspectiva cínica en la que el apoyo es nulo y se sustituye por un instinto de supervivencia y egoísmo. No sólo por parte de los miembros del equipo ártico, sino por ese extraterrestre que apesadumbra sus vidas y que no hace más que intentar sobrevivir como sea. Todos son seres coherentes, no hay malos, ni buenos. Ni siquiera el bicho que anida en varios segmentos dentro de ellos. Una vez que la Cosa es descubierta por Blair y el conocimiento de las consecuencias que puede traer consigo la locura y los ataques entre el mismo colectivo se ven incrementadas de forma atroz.
Si bien no hay un líder entre los diez integrantes de la Estación 4, el que mejor conforma el antihéroe de Carpenter es, como no, MacReady, definido desde un principio como un hombre cauto, solitario, especulativo y con capacidad de liderazgo. Ese final junto a Childs, inconfeso homenaje a ‘Casablanca’, nos muestra a un hombre incorruptible y ejemplar que acepta la muerte de una forma templada y resignada. Esa individualidad queda manifiesta en el modo de vivir del equipo de campamento, ya que mientras estos juegan al ping pong, escuchan música y fuman marihuana, MacReady vive en un puesto apartado, reflejando la tendencia misantrópica de guardar la distancia ante sus compañeros, siguiendo la mejor y más coherente táctica de conservación, una perspectiva vital que es una seña en los protagonistas del cine de Carpenter. La verdadera naturaleza de la Cosa procede de una época muy antigua, de millones de años según los noruegos, cuando la nave espacial del prólogo llega a la tierra, siendo sepultada bajo los fríos hielos polares. Sólo la curiosidad y la ambición humana perfilada en la ciencia moderna son los causantes de la liberación del extraño ente. Es la peculiar forma de que el hombre abra la temible ‘Caja de Pandora’ que se esconde bajo el hielo.
La Cosa como ente no representa, como en otros títulos de Carpenter, el Mal en estado puro. Sí personifica, por el contrario, la amenaza que cerca en un mismo entorno a personajes destinados a aguantarse, cercados por la situación y susceptibles ante el peligro. Como se ha especificado, el bicho sólo busca, al igual que los miembros del equipo científico, mantenerse con vida a las condiciones adversas, equiparándose su actitud a la del grupo encabezado por MacReady.
El deseo de vivir y de desarrollarse es insaciable, por lo que comienza a asumir la identidad de un perro para alcanzar su plenitud como ente extraterrestre. En esta asignación de personalidad, en la que el extraterrestre toma posesión de la apariencia humana para lograr su estabilidad, pasando así desapercibido, se han basado también las diferentes versiones de ‘La invasión de los ultracuerpos’ (Dopn Siegel, Philip Kaufman y Abel Ferrara), como muestra de los posibles acercamientos que tiene la obra cumbre de John W. Campbell. La diferencia entre éstas y ‘La Cosa’, de Carpenter, es el alejamiento intencional de un posicionamiento sobre los científicos y el ente. Desde el primer momento los miembros del equipo antártico desobedecen cualquier tipo de concesión a la identificación, dejando que las sospechas recaigan en todos y cada uno ellos, trayendo condigo un aspecto ambiguo; el que representa el conflicto epistemológico ante la llegada de la bestia incorpórea, la diatriba que supone entre la profesión científica que llevan a cabo y su colisión ante una anomalía de lo desconocido. El dilema sobre los métodos científicos y sobre la cognición acerca de la tecnología de la que disponen va forjándose en las dudas que se siembran a la hora de reconocerse los unos a los otros, incluso después de analizar la reacción de la sangre, provoca un cuestionamiento de la realidad y el comienzo de la pérdida de lo tangible.
Tal vez MacReady sea visto como el personaje más positivo de la película. Pero a mitad de filme, cuando el espectador le toma como una referencia para seguir a los posibles infectados por la cosa, oculta pruebas evidentes de que él mismo pueda ser el ente que destruya a sus compañeros (los famosos y comentados calzoncillos con sus iniciales y apellido). En todo momento, la cosa está por encima de los hombres, subvirtiendo sus ideas, desarrollando en cada uno de ellos el instinto básico de la supervivencia y aumentando su desconfianza hacia los compañeros que no, son, ni mucho menos, un apoyo para luchar contra el bicho, sino todo lo contrario, una amenaza contra su vida. La alineación funciona, de nuevo, como escudo para la conservación humana.
‘La Cosa’, bajo esa inquietante partitura de notas tétricas compuesta por el maestro Ennio Morricone (que bien podría haber compuesto el propio director, ya que sigue las líneas musicales de toda su labor como músico), expone un catálogo de ambigüedades narrativas expuestas con un prodigioso manejo de la cámara por parte de Carpenter, basándose en gran medida en el material de origen, así como en la traducción de ciertos conceptos de Lovecraft, Poe o Kafka, rejuveneciendo la pesadilla paranoica con una infusión de suspense para encuadrar la potenciación de su clímax en la paranoia y desconfianza. Una obra maestra sobre la monstruosidad construida del modo más turbio, perturbando con una representación de lo informe, el vacío sin rostro, para propagar la desconfianza con destellos de violencia inventiva que han convertido a esta pieza en una cinta imprescindible no ya dentro del género, sino como una de las más espeluznantes y modélicas películas de gran cines en estado puro. ‘La Cosa’ cumple tres décadas desde su estreno transformada en el clásico que merecía ser desde entonces y que continúa alargando su sombra a medida que sigue cautivando a las nuevas generaciones.