viernes, 7 de febrero de 2014

Un pincho llamado "Refo"

Lo normal es que en los bares de confianza te sientas como en casa. Es un espacio propio, idiosincrático, tuyo. Como cuando Norman Peterson entraba en ‘Cheers’ y todo el mundo coreaba su nombre. Pero hay un nivel mucho más identificativo que va más allá de tener largas charlas con amigos y camareros que son amigos. No se trata de que nada más llegar conozcan de antemano lo que vas a pedir. Me refiero a tener un pincho propio. Un pincho que ningún otro bar conozcan, que no sepan ni siquiera qué diablos es y, lo mejor de todo, que te pertenezca y lleve tu nombre. Este pincho de arriba, que consiste en un placer tan sencillo como un cuero, unos boquerones en vinagre y un par de aceitunas, es “un Refo”.
Desde muy pequeño, cuando mis padres me llevaban esporádicamente con ellos a tomar un vermut o una caña, ya me encantaban los boquerones en vinagre. Yo tendría unos seis o siete años. Un día, acompañando la tapa, y como un capricho infantil, pedí un cuero y en seguida surgió aquel absurdo manjar que continúa siendo uno de mis pinchos favoritos. Muchas veces lo pido cuando hay algo de confianza. Me miran raro, porque obviamente es algo que nadie les ha pedido nunca. Pero por esa denominación tan propia lo conocían en aquel mítico EKU, con Miguel y Edu y que se trasladadaron a otro bar mítico de la ciudad: el GEMA (Calle Garrido y Bermejo, 4). Allí si pedís “un Refo” sabrán a qué os referís.
"¿Qué es un cuero?" Diréis algunos. Los oriundos de esta estepa helmántica están familiarizados con ello. Es algo muy típico en Salamanca y que no es más que piel de cerdo seca y deshidratada que se corta en tiras y se vende a granel. Cuando las fríes el resultado es una corteza crujiente con un sabor inconfundible. Habitualmente, los cueros se utilizan en otro pincho muy charro llamado “paloma”, que se rellena con ensaladilla rusa. Hay muchas tipologías de ensaladillas para las palomas… Pero eso ya lo dejamos para cuando esté funcionando el blog gastronómico REFOgones. Un proyecto de muchos que llevamos años intentando sacar adelante. Tampoco os impacientéis, porque va para largo. Si queréis ver alguna de las recetas, las voy colgando a modo de sección con ‘hastag’ todos los viernes en mis redes sociales. Tenéis el catálogo de estos platos cocinados por un servidor en Pinterest.

jueves, 6 de febrero de 2014

Edgar Wright y el arte del 'close-up'

Los planos ‘close-up’ son aquéllos planos muy cerrados a los que se les da un golpe de avance, un ‘travelling optique’, para ejercer todavía más énfasis con una aproximación de la cámara en relación al objeto o personaje encuadrado. Ese primerísimo primer plano es casi tan antiguo como el propio cine, pero a Edgar Wright es un recurso por el que siente una filia rayana en la obsesión. Por eso, en toda su filmografía se aprecia este recurso de forma constante, como un signo de identidad utilizado tanto en la fantástica “Trilogía Cornetto” como en su experiencia americana ‘Scott Pilgrim contra el mundo’.
¿Alguien duda que en su próxima adaptación del cómic ‘Ant-Man’ no vaya a estar presente?
Las razones de su utilización y propósitos dentro de la narración, en este vídeo donde el realizador británico lo explica en un montaje de David Chen.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Centenario de William S. Burroughs: La alucinógena visión de un genio

"La única ética posible es hacer lo que uno quiere"
(William S. Burroughs).
Congénere de Jack Kerouac, Gregory Corso o Allen Ginsberg, William Seward Burroughs fue uno de los máximos exponentes de la ‘Beat Generation’. Amante de las drogas fuertes y psicotrópicas, de las armas, de la subversión, de la rebeldía y del sarcasmo, el autor dejó una impronta de genialidad irrepetible, de personal estilo donde el viaje existencial necesitaba de los alcaloides para explicarlo, mediante sus desvaríos alucinógenos se acercó a la metamorfosis, homosexualidad, pesadillas, delirios poéticos y grandes dosis de perversión malintencionada. Existe un oscuro episodio biográfico de la vida del genio acontecido en México; mientras practicaba puntería a lo Guillermo Tell con una de sus pistolas de su colección privada, mató accidentalmente a su mujer. Se dice que salió indemne de tal terrible contrariedad gracias al dinero de su familia. Hoy Burroughs hubiera cumplido cien años.
En una de sus más representativas obras literarias, 'Yonqui', enfoca el mundo como una necesidad narcótica donde la praxis vital de esta tendencia adictiva es energía y conocimiento, advirtiendo que toda la simbología de toxicomanía acaba estructurándose como un lenguaje discursivo. ‘Yonqui’ sigue siendo hoy en día la mejor ficción que se ha publicado sobre la drogadicción, pero está lejos de lo que Burroughs establecería como creador literario tan corrosivo como trascendente.
El Burroughs trasgresor, destructor de las pautas académicas, revitalizador de los modos lingüísticos más marginales e inventor de términos de imposible coherencia, sin significado, pero de rotundidad verbal, hizo posible la creación de diversos lenguajes y dialectos marginales. La invención de códigos es ineludible a la hora de transmitir nuevas ideas, pero también de suscitar nuevas sensaciones. En ése sentido, muy cerca de las normas de los surrealistas, practicó con vehemencia la escritura automática o el ‘cut-up’ narrativo, seccionando un texto en varios fragmentos y recolocándolo aleatoriamente. Métodos de creación liberándose en los que dejar fluir sus obsesiones hacia un estilo sincopado. Era su forma de utilizar el lenguaje sin ningún condicionante, abrazando la filosofía o la obscenidad llevado por la psicodelia, el jazz, la literatura ‘underground’, el ‘pulp’ o el ‘be-bop’, elementos identificativos del ‘Beat’ que servirían de referencia y postulado para las nuevas generaciones apoyadas en el ‘punk’ y la querencia a quebrantar y violar cualquier precepto, ley o estatuto establecido.
Por supuesto, obras como ‘El almuerzo desnudo’, inspiración reconocida de artistas como David Lynch, Philippe Garrel y llevada a la gran pantalla por David Cronenberg, engarza la demencia onírica y barroca del autor con un lenguaje sexual de sugerente perversión, así como esa mezcla de realidad e imaginación llevada al extremo en la que la adicción a los opiáceos como enfermedad metabólica ejercen de médula dentro de una obra onírica, subversivamente evocadora, donde todos los elementos de la narración se liberan de los convencionalismos.
Su obra fue diversa, prolífica e irregular, pero a su vez reinventó en cada libro la genialidad del autor y el género que acometía; ‘The Soft Machine’, ‘El billete que explotó’, ‘Nova Express’, ‘Exterminador’, ‘Ciudades de la noche roja’, ‘El lugar de los caminos muertos’, ‘Queer’… Todas ellas han convertido a William S. Burroughs en un mito de la contracultura, pero lo que es más importante, en uno de los grandes genios innovadores de la novelística contemporánea.

La roja de Cristiano y el nefasto panorama del periodismo deportivo

Me hace mucha gracia el revuelo que se ha levantado por la sanción a Cristiano Ronaldo. Tres partidos, sí ¿Y qué? Los errores arbitrales son así. Es incuestionable que el portugués deja la mano en el rostro de Gurpegi, tal vez no con tanto énfasis como pueda parecer después de la exageración del rojiblanco, cosa que no voy a defender. Pero arrimarse con intención, se arrima y le golpea en la cara. Esto es así. Es más, cuando Iturraspe entra en defensa de su compañero en el instante de la trifulca, también le agrede de forma sutil (o al menos, existe intención). Con la habitual chulería que le caracteriza ¿es justa o no la tarjeta roja? ¿exagerada?
Vamos a ver… Retrotraigámonos hasta el día 9 de noviembre. Bilbao, minuto 90, el Athletic gana por 2-1 en el marcador al Levante de un viejo conocido por la Catedral, Joaquín Caparrós. El balón sale despejado muy cerca de la línea de córner a favor del Levante, cuando en el mismo momento de sacar, el árbitro pita algo y expulsa con firmeza a Aritz Aduriz. Se monta un revuelo dentro del área y los de Valderde protestan enérgicamente. En la repetición se ve perfectamente la jugada; Simao Mate se acerca al delantero, le pisa y cuando éste le recrimina, sin ni siquiera tocarle, se lanza al suelo en una actuación digna de nominación al Goya. Afortunadamente el juego estaba parado y esto provocó que no fuera penalti (podéis verlo perfectamente  en el vídeo pinchando la imagen de abajo -los de MediaPro siempre poniendo las cosas fáciles-). Pese a lo evidente de las imágenes, a Aduriz no le quitan la roja cuando se alega ante el Comité Deportivo ¿Por qué? Porque le dice al árbitro “es una puta vergüenza que me expulses por esto”. Y lo fue. De forma irrebatible. Que viene a ser lo mismo que el gesto de Cristiano dándose palmadas a la cara, aludiendo a “la jeta del colegiado”, a sus espaldas. Esto es normal, porque a las estrellas de esa calaña les gusta que se les vea en cámara, no dar la cara. En ambos casos se llama menosprecio al árbitro. Así de simple.
http://youtu.be/fq90xe3UrOU
¿El resultado de estas dos acciones con bastantes paralelismos? Aduriz salió a dar una rueda de prensa y explicó que, a pesar de que fue muy injusto la evidencia del teatro que le echa Simao y que se vio fuera del campo cuando ni siquiera le tocó, asumió que el error estuvo en dirigirse a Fernández Borbalán con unos modos improcedentes. Sin embargo, en el Real Madrid se acaparan titulares de protesta encendida, causando asombro e indignación y acumulando todas las iras de los aficionados. Ahí está la diferencia; como cuando el pasado domingo, en vez de ensalzarse el determinativo juego del conjunto del Botxo y su aguerrido recital de fútbol, otra vez ante un rival de complejidad y carisma como es el Real Madrid de Ancelotti, se prefirió concentrar toda la crónica del encuentro en la expulsión del astro luso.
Como explicó en su momento Mónica Planas en su comentado y grandísimo artículo, ahora mismo “…el periodismo deportivo televisado ha desvanecido el valor de la exclusiva. El término que antes resultaba emocionante ahora es visto como una acrobacia para vender nimiedades”. Y quizá tenga razón ¿qué más da el fútbol cuando tienes un titular que venda, una repetición que reproducir hasta la saciedad, una tergiversación que otorgue un ‘share’ esperado o una excusa para que en los focos de verduleras deportivas nocturnas tengan cebo para vociferar estupideces?
Solución: El Athletic ya ha denunciado ante la Comisión Estatal contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte a esos despreciables escupidores de improperios que mancillan con sus absurdas pataletas una profesión tan maravillosa como es la del periodista deportivo.

lunes, 3 de febrero de 2014

XLVIII Super Bowl: Los Seahawks destrozaron a los Broncos de Manning.

La XLVIII Super Bowl de ayer prometía una noche inolvidable para Peyton Manning, el legendario ‘quarterback’ de los Denver Broncos, que partían como favoritos del mayor acontecimiento deportivo del mundo. Pero nadie imaginaba que lo que iba a suceder en el MetLife Stadium de Nueva Jersey, que se llenó hasta la bandera con 82.529 espectadores que disfrutaron de la Superbowl más fría de su historia. Los Seahawks de Seattle salieron desde el comienzo del partido con una disciplina y un planteamiento táctico que descolocó por completo a los hombres del entrenador jefe John Fox, con ‘safety’ nada más empezar debido a un mal centro de Ramírez que Manning no puedo evitar que se le escapara.
Tanto es así, que se registró como la anotación más rápida en la historia de esta final. Las cosas se empezaban a inclinar demasiado pronto para los de Denver y no haría más que ratificar esa superioridad cuando Steven Hauschka contectó un ‘field goal’ de 31 yardas para ampliar la ventaja de los Seahwaks, que mediante el mismo jugador volvería a anotar otro ‘field goal’, esta vez de 33 yardas, después de retaran la jugada en la que parecía ‘fumble’. El marcador se había puesto en un 8-0 en un abrir y cerrar de ojos. El primer cuarto acabó con los Seahawks en la yarda 17 de Broncos. Por si fuera poco, el primer ‘touchdown’ del partido de llega por parte de Marshawn Lynch, que corre para una yarda y logra la anotación. Hauschka puso el punto extra. 15-0. Y no sería el único del segundo cuarto. Malcolm Smith interceptó a Manning, llevando el balón ovoide hasta la zona de diagonales al correr 69 yardas, colocando el marcador en un 22-0. La cara del mítico Manning lo decía todo.
Los de Seattle salieron en el tercer cuarto con el mismo empeño en obstaculizar la ofensiva de los Broncos, sin que éstos pudieran demostrar todas las virtudes de una temporada para el recuerdo. Además, los de Pete Carroll estaban muy crecidos y se dispusieron a demostrar el potencial ofensivo, dejando ver las carencias de la defensa contraria. Percy Harvin retrasó 87 yardas en la entrega de balón del inicio del juego hasta la zona de "touchdown" y amplió todavía más la diferencia a 29-0. La ofensiva de Denver buscaba constantmente revertir la situación, con Manning y Welker como revulsivos. Pero ni con esas. Después de un ‘fumble’ en el que Seattle recuperó su yarda 20 y cuando los Broncos parecían que iban a anotar sus primeros puntos del partido, Russell Wilson conectó un pase de 23 yardas a Jermaine Kearse y acabó en como otro nuevo ‘touchdown’. El correctivo estaba siendo severo. 36-0 empezaba a ser un resultado insalvable. A pesar de que los Broncos, siempre apoyados en la experiencia y la capacidad física de Peyton Manning, lograra un ‘touchdown’ anotando en pase de 14 yardas con Demaryus Thomas y la conversión de dos puntos a Wes Welker, no fue suficiente para recortar la diferencia. El 36-8 que abría una mínima esperanza de remontada se esfumó con la persistencia con la que Seattle se mostraba intratable en el campo, con Zach Miller recuperando el ‘onside kick’ para, en el siguiente drive, Russell Wilson anotó en pase de 10 yardas de Doug Baldwin el quinto y último ‘touchdown’ de la noche.
La nota negativa de la noche fue la lesión de Richard Sherman. Y Chancellor tuvo que salir por molestias en la pierna. Sin embargo, pese a estas bajas en defensa, el resto del partido fue un recital de contención defensiva de los Seahawks, provocando que los Broncos perdieran balones y evidenciaran una total falta de fortaleza. La Seattle había machacado a 43-8 a Denver ofreciendo a todo el mundo una auténtica exhibición de juego, con el tercer marcador más amplio en la historia de la Superbowl. El MVP fue a parar, como no podía ser de otra manera, a un defensa, al ‘linebacker’ Malcolm Smith. Tras la decepción de los Broncos, se volvió a especular con la mentalidad de Manning y sus actuaciones en los grandes eventos, especulando incluso con su hegemonía. En cualquier caso, los Seahwaks obtienen su primer trofeo Vince Lombardi y prometen seguir creciendo con un equipo consolidado en una muy prometedora juventud.
Como cada año, uno de los eventos más seguidos por los telespectadores son esos espectaculares ‘shows’ del ‘half time’, donde artistas de renombre ofrecen lo mejor de sí mismo; en la noche de ayer, el encargado de acaparar todas la miradas fue el cantante hawaiano Bruno Mars, interpretando cinco temas, uno de ellos el mítico 'Give it away', acompañado de los Red Hot Chili Peppers. Además, U2 presentó durante el descanso su nuevo single 'Invisible'. Y lo hizo entre otro de esos reclamos que hacen grande esta cita deportiva, que no es otra que la emisión de los anuncios comerciales más caros del año, una tradición que implica que las visitas al excusado sean mucho más breves y que la gente aguante delante de la pantalla con el mismo interés que genera el mismo partido. Además del estreno de trailers de los próximos ‘blockbusters’ cinematográficos (‘The Amazing Spiderman 2’, ‘Transformers 4’, ‘Captain America: The Winter Soldier’, ‘Age of Extinction’, ‘Pompeya’ o ‘24: Live Another Day’, entre otros), los anuncios de las grandes marcas norteamericanas lanzan su campañas con spots realmente divertidos, como el de la máquina del tiempo Doritos, los perros cabezones de ‘Audi’, el de Morpheus y el homenaje a ‘Matrix’ de KIA, el nostálgico ochentero de ‘RadioShack’, a Arnold Schwarzenegger riéndose de sí mismo para la cerveza Bud Light, el reivindicativo y antibélico de AXE, el de Ford protagonizado por James Franco, a Ben Kingsley poniéndole rostro al de Jaguar, los teleñecos con Toyota, el hipermusculado de GoDaddy con Danica Patrick Stars, uno muy ñoño de Coca-Cola y la entrañable historia entre un perro labrador y un caballo de ‘Budweisser’.
Podéis ver todos los spots de la noche en la Super Bowl Commercials dedicado a esta parte de la Superbowl. así como el termómetro que indica lo más votado por los telespectadores a través de votaciones por Twitter en el mítico ‘Brand Bowl’ anual de Boston.com.
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Adiós a Phillip Seymour Hoffman, el mejor actor de su generación

(1967-2014)
La noticia del fallecimiento de Phillip Seymour Hoffman ha sacudido el mundo cinematográfico con la trágica noticia que en la tarde de ayer inundó titulares y se extendió como la pólvora por las redes sociales. Su pérdida constituye la interrupción de una de las carreras interpretativas más brillantes de las últimas décadas. Seymour Hoffman era uno de los mejores actores del mundo, un portento capaz de multiplicar los matices actorales como ningún otro actor de su generación. Su versatilidad y minimalismo a la hora de encarnar personajes aportaron la sutilidad de varios y diferentes códigos que conseguía, con una facilidad deslumbrante, llevándolos hasta el extremo de la genialidad. Su extraordinaria habilidad para metamorfosearse en sus personajes y una voz profunda de personalidad inconfundible hicieron de él un metódico intérprete que llenaba la pantalla con su sola presencia.
El actor fetiche de Paul Thomas Anderson, con el que compartió cinco de sus seis películas como director (‘Sidney’, ‘Boogie Nights’, ‘Magnolia’, ‘Punch Drunk Love’ y ‘The Master’), nos deja memorables trabajos como ‘El talento de Mr. Ripley’, ‘Happiness’, ‘Casi famosos’, ‘Cold Mountain’, ‘Capote’ (cinta por la que ganó el Oscar en 2005), ‘La última noche, ‘Misión: Imposible III’, ‘La duda’, ‘Moneyball’, ‘El gran Lebowski’, ‘Antes de que el diablo sepa que has muerto’ o ‘Synecdoche, New York’, entre otros tantos. Trabajos que hicieron de este actor uno de los más reconocidos y capacitados de Hollywood. Ha sido encontrado muerto en su apartamento de la calle Bethune en el neoyorquino barrio de West Village, con una jeringuilla hipodérmica en el brazo. Una sobredosis de heroína acabó con su vida. La droga se lleva así a otro actor cuyo talento podría haber seguido en un ascenso que parecía no tener fin.

domingo, 2 de febrero de 2014

Día de la Marmota, la célebre predicción del tiempo

Anualmente hay un día que sobresale en el calendario de eventos destacados en este Abismo, un weblog caracterizado por ser contrario y opuesto a la razón. Me refiero, como cada 2 de febrero, al ‘Día de la marmota’, el célebre ‘Groundhog Day’, jornada festiva en la pequeña localidad de Punxsutawney, en Pennsylvania, donde nuestro querido amigo Phil, la marmota, sale de su madriguera, como cada año, para predecir cuánto durará el invierno.
La tradición establece que si Phil ve su sombra al salir, quiere decir que el invierno se alargará durante seis semanas más, por lo que regresará a su guarida para resguardarse de las bajas temperaturas e hibernar un mes y medio más. Si, por el contrario, Phil no ve su sombra y se queda jugueteando junto al presidente William Cooper (el hombre que convoca su presencia), los lugareños dan por comenzada la primavera, sabiendo así cuándo plantar sus cosechas.
Otras suposiciones sobre la predicción del tiempo vienen a decir, que si esa noche el cielo está de color cobrizo por la noche el invierno será más corto. Sin embargo, si es por al amanecer cuando ese cielo rojo, los marineros están advertidos de la duración estacional. La mayoría de los sistemas meteorológicos se mueven de oeste a este y un cielo enrojecido proviene del hecho de que las nubes se producen cuando el sol brilla en su reverso, ya sea en el amanecer o en el atardecer. En estos dos momentos del día, motivado, en parte, porque la luz del sol pasa a un ángulo muy bajo a través de la parte más gruesa de la atmósfera de la tierra, da lugar a la dispersión de la mayoría de los colores con longitudes más cortas del espectro visible (con gamas que pasan del verdoso al azulado) y así la luz del sol pasa a convertirse a una tonalidad rojiza. Si los cielos matutinos son de color rojo, es porque el cielo despejado hacia el este.
A pesar de que las estadísticas refutan la veracidad de este simpático pronóstico (las estadísticas lo dejan en un pobre 39% de acierto según la CNDC), el Día de la Marmota se extiende ya a más de un siglo de celebraciones, ya que es una fiesta ancestral que se remonta a la inmigración alemana en esa zona del país cuando aún era una colonia británica.

sábado, 1 de febrero de 2014

El mundo del fútbol llora la muerte de Luis Aragonés

(1938-2014)
Fue el encargado de destruir los fantasmas del pasado que perpetraban los malos augurios que socavaron durante años la suerte de la selección nacional en las competiciones de élite, el responsable directo de aquella Eurocopa de 2008 que fragmentó tópicos y maldiciones. Fue un sabio del fútbol, “El Sabio de Hortaleza”, un hombre hosco, al viejo estilo que entendía el juego más allá del discernimiento moderno. Siempre fiel a su imagen en los campos, pasaba de la fotogenia y el decoro de ese fútbol de escaparate mediático. Un genio ajeno a los nuevos tiempos que menoscababan el arquetipo brusco y meditado de una perspectiva inteligente como era la suya, centrado en lo fundamental y nunca en cuestiones epidérmicas. Tanto como jugador clásico como entrenador fuera de la norma.
Luis Aragonés era ceñudo, intratable e imprevisible y vivió el fútbol en las pequeñas distancias con sus jugadores, como debe ser. Su característica más controvertida fue la obstinación en decisiones reprochadas que siempre le dieron la razón a la larga, dejando claro que su discernimiento se asentaba en la deliberación meditaba. Y eso le convirtió en un entrenador modélico pese a sus formas, dejando grandes anécdotas, frases trufadas de palabras malsonantes e impertinencias, pero en definitiva, adjudicó un modelo táctico que servirá como legado de nostálgica eficacia en cualquier tiempo. Su herencia de fútbol de toque y su percepción de que el único líder dentro del campo es la colectividad simboliza esa nobleza de un deporte que ha perdido a uno de sus grandes iconos.
Descanse en paz “abuelo” y gracias por todo.

jueves, 30 de enero de 2014

John Cleese y la necesidad de la creatividad

“La creatividad no es un talento. Es una forma de articulación”
(John Cleese. 1991).
¿Cómo funciona la creatividad? ¿Cuál es su origen? Es una pregunta que posiblemente no tenga respuesta. Lo cierto es que no existe una ciencia ni un modelo exacto que pueda optimizar nuestra capacidad de creación. Desde la década de los 90, el cómico británico y miembro de los Monty Python John Cleese ofreció una receta sobre su visión de la comedia y la creatividad conjugada en cinco elementos primordiales.
1. Espacio: Uno no puede ser creativo si está bajo presión o tiene problemas que afecten a su rendimiento.
2. Tiempo: Hay que crear un espacio y mantener en él un tiempo dilatado.
3. Tiempo: Aprender a ser paciente y dar tiempo a que se llegue a algo original. Es necesario tolerar la incomodidad de medir el tiempo y la indecisión a la hora de reflexionar.
4. Confianza: A la hora de ser creativo no hay que tener miedo a cometer un error. Si se cometen errores, se pueden corregir y aplicarlos de forma beneficiosa.
5. Humor: La creatividad se da en la interacción de estados a la hora de actuar; uno abierto, con una visión abstracta del problema que permiten reflexionar sobre las posibles soluciones, y otro cerrado, que amplifica la implementación de una solución específica con una precisión limitada. La principal importancia evolutiva del humor es que nos llega desde el estado cerrado que dé paso al estado abierto de rápida.
En este vídeo sobre el liderazgo creativo, Cleese ahonda en las claves de este apasionante tema llegando a una conclusión certera: en la creatividad, si uno se centra en algo y se acerca a ello de forma insistente y reflexiva, el inconsciente será el encargado de premiar esa maravillosa obstinación. La creatividad, en suma, es tan necesaria como cualquier otro ámbito de nuestra vida.
Ilustración: Terry Wolfinger.

miércoles, 29 de enero de 2014

Review 'El lobo de Wall Street (The wolf of Wall Street)', de Martin Scorsese

Los perversos excesos del sueño capitalista
Scorsese delinea, bajo el signo del humor negro, una reflexión sobre la economía mundial y la gran estafa llamada capitalismo a través de un personaje despreciable que exhibe con orgullo el verdadero rostro de la ambición que anida en los grandes focos de poder.
En ‘Uno de los nuestros’, Henry Hill (Ray Liotta) significaba ya desde su inicio, con esa voz en off que no es ajena a la vasta filmografía de Martin Scorsese, los propósitos de un personaje obsesionado con un destino que cumplir: “Desde que tengo memoria, siempre quise ser un gánster”, decía. En ‘El lobo de Wall Street’ se constituye una máxima paralela también bajo los preceptos de ese narrador omnisciente, esta vez con la voz de Leonardo DiCaprio interpretando al ‘broker’ de bolsa Jordan Belfort: “Siempre he querido ser rico” inicia su arenga sobre su excesivo modo de vida. Esa conexión entre ambos submundos, el de las familias de mafiosos y el de los chacales que mueven millones en las altas esferas de la red bursátil de, se fusionan en equivalencias correlativas casi instantáneas, figuradas en ambientes donde parece no haber límites. Las dos películas, como muchas otras del cineasta italoamericano, representan desde su inicio un sórdido e irresistible viaje a los infiernos del poder. Wall Street es aquí como la Cosa Nostra de nuestro tiempo, donde a través del hedonismo y la arrogancia, se explora el lado oscuro y salvaje del sueño americano.
Basada en las memorias del mencionado Belfort, Terence Winter (cotizado guionista de ‘Los Soprano’ y creador de ‘Boardwalk Empire’), junto a Scorsese, comienzan auscultando de forma precisa la podredumbre ética que promovió el desplome de Wall Street en 2008 y que tuvo consecuencia la crisis financiera mundial que asola en este momento a un mundo occidental que todavía no se ha podido recuperar del fatal desgarro, más fatídico incluso que el hundimiento bursátil de 1929 y la consiguiente Gran Depresión. Sin embargo, su visión moral se autodestruye en la manifestación de un espacio que juega con sus propias reglas, como sucedía con ‘Uno de los nuestros’ o ‘Casino’, cintas a las que les une ya no sólo una comunión estilística basada en la agilidad de movimientos de cámara o la predilección por un montaje electrizante, si no por esa incursión en un cosmos de corrupción movida por un énfasis arribista. ‘El lobo de Wall Street’ podría ser un complemento vinculante sobre el dogma arrastrado hasta lo irreflexivo de la aparente seducción por enriquecerse al margen de la ley.
En los grandes rascacielos donde se mueve la economía mundial, los ejecutivos son presentados como energúmenos trajeados que se gritan “hijos de puta” y se profieren todo tipo de insultos y frases hechas con un lenguaje vulgar y ordinario. Eso es Wall Street, cómo suena el ciclo del dinero, la alegoría de un sistema financiero que ya no sabe distinguir entre la estafa y el negocio legítimo. En esta bacanal de euforia, una de las primeras acciones que el espectador observa absorto es cómo un grupo de especímenes de esta fauna lanza a dos enanos con trajes de velcro contra una diana cuyo centro ilumina el símbolo del dólar, mientras los desaforados ‘brokers’ jalean tan surreal y despiadada acción. Sólo es el principio. Jordan Belfort se presenta al público; es un multimillonario hedonista que se mete varios tiros de ‘farla’ directamente del culo de una prostituta, conduce un Ferrari (no rojo, si no blanco, como el de Don Johnson en ‘Corrupción en Miami’) mientras su preciosa mujer modelo (Margot Robbie) le hace una felación o pilota puesto hasta las cejas un helicóptero que acaba estrellado en el césped de su multimillonaria mansión en una de las zonas más selectas y exclusivas de Long Island. Pero sobre todo, Belfort esgrime una elegía sobre aquellas sustancias que componen su vida: marihuana, adderall, xanax, mezcalina, adrenalina, morfina o metacualona (los ya míticos Quaaludes). Y como motor de vida: la cocaína.
Sin embargo, este pez gordo de la bolsa no siempre fue así. Mediante un ‘flashback’ descubrimos que siendo un joven felizmente casado candidato a ‘broker’ empezó con ilusión en la prestigiosa firma L.F. Rothschild, en la que trabajaba para Mark Hanna (Matthew McConaughey), mentor e iniciador en su verdadera vida bursátil, un maestro Zen que nutre al pupilo de consejos basados en la estafa, el desprecio por el inversor, en la masturbación, la ingesta de Martinis para almorzar y la cocaína como único revitalizante para mantenerse vivo. Una instrucción que termina con el maestro y el aprendiz dándose golpes en el pecho entonando un canto tribal. Es el comienzo de una dionisiaca espiral hacia el éxito.
Belfort encaja a la perfección en esa estirpe de personajes ‘scorsesianos’ con dificultad para empatizar con el espectador, pero que acaba por convertirse en celebridad mediática como resultado directo de sus delitos y faltas; Jake LaMotta, Rupert Pupkin o Travis Bickle no estarían muy lejos de ese céfiro encantador que tiene el personaje de DiCaprio. Cuando el 19 de octubre de 1987 se produjo una caída histórica de 508 puntos del Dow Jones y su destino parece forzarle a una vida lejos de la riqueza, Belfort se reinventa dentro de la venta de “acciones a centavo”, como se explica despectivamente en el filme, vender "basura a los basureros" con el que conseguir el 50% de comisión. Junto a Donnie Azoff (muy sobresaliente Jonah Hill), un lugarteniente fiel con las mismas ínfulas calculadoras que Belfort, erigirán un emporio basado en esta táctica "pump and dump", metiéndosela doblada a los más ricos. La fundación de Stratton Oakmont transmuta a un grupo de torpes estafadores que visten en chándal en acaudalados ‘brokers’ que especulan con acciones millonarias: parábola definitoria de la calaña que envuelven los grandes corredores de mercados que, en el fondo, esconden a codiciosos timadores sin entrañas con astucia suficiente para estafar a inversores de forma (i)legal.
Scorsese y Winter delinean, por medio de un humor negrísimo y desaforado, una reflexión sobre la economía mundial basada en la consecución de una combinación de azares; sólo el que juega gana dentro de un casino hediondo donde se apuesta dentro de los mercados bursátiles. Eso sí, jugándose los ahorros y el dinero de los demás, ya sea un pobre asalariado de clase media, un exitoso emprendedor que arrasa con una marca de zapatos o grandes millonarios. Belfort es un antihéroe narcisista que habla directamente al espectador, coartando cualquier orientación artificiosa por parte del narrador. La historia la cuenta el propio Belfort, desde un punto subjetivo. Aquí lo que se cuenta es la solemnidad de lo irreverente y de la mala conducta exhibida no tanto un concepto histriónico, sino un reflejo de una realidad que mueve este cosmos de ambición. La hura de ‘white trash’ que crece hasta convertirse en una opulenta manada de lobos con hambre de dinero y frenesí es la lógica consecuencia de esos miserables materialistas sin entrañas que visten corbata y organizan las transacciones de compra-venta.
Gánsteres en la bolsa
Scorsese, después de ‘Shutter Island’ y ‘La invención de Hugo’, dos obras tan personales como sugestivas que no han hecho si no fortalecer el ilusionismo visual de un mito del celuloide, recupera aquí una tendencia que vierte sus esfuerzos al impulso lúdico, a cierta grandilocuencia contagiosa que exuda testosterona e irriga una falta de contención que se puede considerar casi imperativa dentro de este contexto de descarrío ‘farlopero’. La explosión de la puesta en escena provoca una constante sensación de celeridad, de narrativa en continuo avance, desglosando algunos de sus mejores recursos para armonizar con el talento vitalista de lo telúrico. Scorsese deja llevar su imaginería a la dinamización omnipresente de unos estudiados movimientos de cámara, forzando la percepción sensorial e intensidad a un juego de divertimento sin fin, al que se suma el gaudeamus de montaje que exhibe su inseparable Thelma Schoonmaker, que centrifuga a golpe de edición este ciclón traducido en un difícil paradigma de libertad dentro del Hollywood actual. El montaje, en este caso, sirve como elemento estructurador y generador de conceptos invisibles, dotando a la acción de una frenética musicalidad narrativa. Precisamente, en este apartado también es importante la precisión con la que las canciones (asesoradas por Robbie Robertson) interactúan, integrándose en el sentido de lo que se observa en pantalla.
Por otra parte, la sutileza y la precisión cómica de Leonardo DiCaprio dota de un aporte físico a Belfort, llenando la pantalla con una entrega apasionada y precisa que modela la personalidad de un personaje despreciable que acaba por conquistar a la platea, como la autoconvicción que muestra en los complejos discursos de ventas ‘show-stopping’ a lo largo de la película. Si DiCaprio no gana un Oscar por este trabajo, probablemente nunca lo hará.
Scorsese ejerce de nuevo como un demiurgo cinematográfico con ganas de ejercitar su vertiente de irreverente maestro de ceremonias. Y lo hace con una constante faceta lúdica y creativa de un cine que parece inalcanzable, imbuyendo de personalidad esa plasmación visual de un modo de vida, de un universo de depravación y vicio que no atisba fronteras de carácter ético compuesto de psicotrópicas fiestas, viajes a Suiza, sobornos, blanqueo de dinero y montañas de cocaína. Todo ello dentro de una jerarquía extrañamente regida por la lealtad, la amistad y los valores enviciados por un deformante propósito. ‘El lobo de Wall Street’ evoca así esa vertiente casi feérica de cinismo que provocan esas ‘sets pieces’ casi prosaicas (pero trascendentales) dentro del filme, que retribuyen a la esencia de la narración y describen a la perfección el sentido de ese hábitat tóxico que también forma parte la gloriosa ponzoña que anida en el orgullosa alma americana; esa reunión sobre el tratamiento a los enanos y su utilización como instrumento en una fiesta de celebración en la que le rapan el pelo a una empleada, los problemas para sacar unos cuantos millones de dólares de Estados Unidos a Suiza y las consecuencias que provoca una absurda discusión interna, un chimpancé con patines como surreal antojo, la pérdida de la compostura que supone una despedida de soltero con un coste de dos millones de dólares o la magistral secuencia instaurada sobre elementos de ‘slapstick’ provocados por los efectos de unos Lemmon 714 caducados que ofrece la verdadera esencia de los ‘brokers’, que llegan a hablar de forma atropellada y balbuceando, actúan de forma negligente e incluso llegan a arrastrarse por el suelo y terminan por convertirse en fortuitos héroes sólo cuando la cocaína revive sus cuerpos… También eso es Wall Street.
Lo paradójico de todo ello es que, para la adaptación de las correrías de Belfort, Scorsese y Winter imponen un cierto distanciamiento a la naturaleza de su mecanismo narrativo, sin persuadir al espectador hacia un sentimiento compasivo. Todo lo contrario, ‘El lobo de Wall Street’ está trufado de personajes negativos, de tiburones miserables que exhiben con orgullo el verdadero rostro del poder, desfigurado con la adulteración moral escondida detrás de un disfraz de neutralidad y corrección. El director de ‘Taxi Driver’ se desentiende de la necesidad de crear un discurso subversivo e incluso crítico de lo narrado, sin ambigüedad alguna, un ‘crescendo’ en la personalidad de unos personajes que revelan sus intenciones desde el primer minuto. No existen digresiones ni juicios. Tampoco espacio para la redención, ni se expone un arrepentimiento que sirva como recurso o justificación a tanta barrabasada en este camino hacia la grandeza de un desfase que ha provocado esa mentira, esa gran estafa llamada capitalismo.
Es el punto de vista de un espejo que refleja el mísero mundo al que nos han abocado a vivir al resto del mundo, llevados por la negligencia de aquellos que se enriquecen en un marasmo de números y dinero tan pútrido y oscuro como el proveniente de la bolsa. Por eso, no es difícil imaginar esa oligarquía de corruptelas y degeneraciones morales dentro de la política actual o de las grandes esferas de las multinacionales, poblada por cabrones que juegan con impunidad como adolescentes drogados con los resortes del destino del mundo. Ni siquiera la irrupción en el relato de los agentes del FBI, a la cabeza con Patrick Denham (Kyle Chandler), representan el flanco positivo o legal, ya que optan por catalizar su interés en unos recién llegados al imperio del poder económico antes que meter mano a los que llevan años fructificando millonarias cifras con la negociación de los valores en los mercados bursátiles. Y todo ¿para qué? Posiblemente para nada, por mucho que se sienta íntegro y regrese como un asalariado más a casa en un triste metro nocturno.
No es una historia acerca de corredores sin principios, se trata de cazarrecompensas modernos que se aprovechan de la avaricia de los demás y de sus deseos de hacerse ricos rápidamente como excusa para llevarse parte de su dinero, en definitiva, oportunistas que se enriquecen a costa de la debilidad ajena. Una oda homérica a la egolatría desmesurada de un hombre con complejo de mesías que provoca su caída y termina salpicando de mierda a todos los que les rodean y participan jubilosos del ilícito juego patrimonial ¿Y cuál es su escarmiento? La delimitación a ese usufructo conseguido de forma fraudulenta termina por reciclarle en un orador motivacional y ‘sales coach’ (entrenador de ventas), que sigue hablando para rebaños que creen que son dueños de su destino, haciéndoles creer la riqueza está a su alcance, hipotéticamente hablando. La épica desenfrenada y el ansia desmedida por lo material parecen haberse transmitido como signo de que la codicia y el dinero siguen moviendo los sueños de la gente.
‘El lobo de Wall Street’ acaba, por tanto, igual que empieza, con un mensaje de engañabobos para los que siguen creyendo que la felicidad y la calidad de vida se pueden negociar en un ejercicio de ‘compra-venta’, con la convicción de que si alguien es pobre es por su culpa. La única forma de superar los problemas es haciéndose rico, cuando lo cierto es que Scorsese y Winter parecen orientar su conclusión a que los excesos y la riqueza amasadas por los grandes focos de poder dejan una hipoteca a los que menos tienen y que serán éstos los que tendrán que asumir y pagar varias décadas venideras de expiación.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2014