sábado, 21 de diciembre de 2013

Lotería de Navidad, una ilusión apagada

La Navidad trae consigo cada año uno de esos tradicionales acontecimientos que desentierran, en cierta medida, una apagada palpitación que dé sentido a esta celebración. Me refiero a la imposible ilusión que genera la lotería de Navidad. El grado de implicación suele ser alto. No es un sorteo cualquiera, nos decimos. Esa letanía de compra individual, billetes porcentuales con familiares y amigos, participaciones, etc… marcan ese deseo lejano de que toque algo. Fantaseamos con la fortuna que hiciera que mañana cambiaran las cosas y respirar ante la agonía de vivir en un país dirigido de forma tan despreciativa y degradante como es nuestro caso. Sería, al menos, un alivio, una luz tranquilidad, de fugaz utopía que suele, casi siempre, desvanecerse a la hora de comprobar si nos ha tocado el Gordo o alguno de los premios subsiguientes.
No importa que la compra de números de este sorteo especial haya encadenado cinco años de caída en picado en sus ventas, ni que el anuncio dirigido por Pablo Bergés parezca una pesadillesca función de terror que haga añorar los tiempos del deslumbrante dispendio visual y de calidad con aquel mítico calvo. La cuestión es mantener un poco de ilusión. Y es complejo, porque en estos tiempos dictatoriales que nos ha tocado vivir, a uno hasta han conseguido arrebatarle la esperanza. Por si fuera poco, por primera vez en la historia, también han aprovechado para robarle a cada agraciado un 20% de su billete premiado y, de paso, ponerlo más enrevesado, en vez de ochenta y cinco mil números, este año hay cien mil bolas en el bombo de números. Todo sea por llenar las arcas del estado con más dinero sustraído al ciudadano.
El hecho es que hay que tener un número por aquello de “qué pasa si hubiera tocado”. En nuestro caso era muy fácil elegirlo. Obviamente, la elección de un boleto concreto complica más la jugada a la hora de resultar premiado entre las escasas opciones que existen. No obstante, este año lo teníamos muy fácil. Llevamos dos años y medio conviviendo diariamente con un número insertado en nuestra retina, por lo que no hubo duda en la elección: jugamos, como era de esperar, al 3665.
Tocará seguro. Tocará seguro guardar el billete de recuerdo, por lo que el número lleva implícito. Y nada más. Sin embargo, mañana seguiremos el sorteo desde el escepticismo. Pero hasta el instante del desengaño, guardemos un mínimo retazo de ilusión. Si es que podemos y nos dejan.
Suerte a todos.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Las 45 imágenes más impactantes de 2013

Como cada año, así como si fuera una tradición que complementa a todo ese fárrago de raigambre navideña, uno de los hábitos más frecuentes cuando llega el fin de año es hacer balances y epítomes que dejen para la memoria aquello más destacado de los 365 días que están a punto de decir adiós. Hace tiempo que hemos sustituido el “lo mejor de…” por algo más preciso y apropiado como “lo más impactante”. Algo que, a buen seguro, expone mucho más el ánimo de la trágica situación global del mundo que esa visión alegre y calmada que a los bastardos que la han provocado pretenden vendernos.
Lo más señalado en cuanto a imágenes de este año viene a traernos otro de esos instantes que difícilmente podremos olvidar, representado una sociedad transformada en un caos por la mutación democrática que vulnera el bienestar de los más débiles en favor de los poderosos, de la carencia de libertades, de la paulatina dictadura silenciosa que impera en el mundo o bien por las tremendas sacudidas naturales que engendran catástrofes capaces de transgredir el límite de lo lógico. Lágrimas y dolor contrastados con otras fotografías de esperanza, de humanidad o de proezas. También las de la antagónica sensación que despiertan aquellas que reflejan el hambre o la guerra, significadas en varias de ellas, con esa puntual donde los fanáticos católicos alzan sus lujosos ‘smartphones’ y ‘tablets’ para venerar al nuevo Pontífice. Imágenes de protestas enfrentadas a intransigencias, otras muchas que recogen sueños y anhelos, realidades, desesperaciones o heroicidades. Eso, al fin y al cabo, metaforizan a la perfección el mundo que nos ha tocado vivir.
Y como año, y siguiendo la tradición se reúnen, en una pequeña colección, las 45 fotografías más impactantes de la revista on-line BuzzFedd, con la intención de aglomerar algunos de esos momentos que han marcado la dureza y el impacto de un año que es mejor ir olvidando.

martes, 17 de diciembre de 2013

Las falsas judías en bote de CINESITE VFX

Las estrategias publicitarias buscan como objetivo dar con una afinidad comercial respecto al comprador, establecer un ‘feedback’ que atraiga la atención del destinatario. En algunos casos, como el que nos ocupa, incluso son capaces de afrontar un cambio y desarrollar una especie de metapublicidad; es decir vender un producto desde otro que la empresa no oferta. El anuncio de Haynes Baked Beans, a priori con la presentación de la marca de unas alubias en bote, no es más que un señuelo para desarrollar una idea que despliegue las virtudes de lo que, en realidad, quiere ofrecer: los efectos especiales de la compañía británica de postproducción Cinesite VFX. Obviamente es impresionante, divertido y uno de los mejores ‘spots’ del año y formula, además, de forma implícita, algunos replanteamientos publicitarios. O, simplemente, una llamada a los anunciantes que se gastan millonarias cifras de escándalo la noche de la Superbowl.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Estreno salmantino de '3665' en Van Dyck, una noche para el recuerdo

Voy a intentar escribir una crónica de un estreno utilizando un método algo discordante. Más ajustado al contexto de la historia que hemos pretendido contar en el cortometraje. Los que habéis visto ‘3665’ sabéis que es un trabajo que apela, además de al amor inabarcable al cine y a varios géneros clásicos que han conformado mi visión como realizador, a la inamovible nostalgia que provoca el pasado. Ese pretérito concebido como pequeño páramo individual donde se amontan los recuerdos en forma de retazos de felicidad, de tristeza, de dudas y de melancolía. En cierta medida, todos echamos de menos algún instante concreto que nos viene a la memoria durante lapsos de reflexión sobre la vida. Por eso, el estreno de ayer recuperó un extraño sentimiento de retroceso temporal que fue capaz de avivar aquella memoria cinéfila que he vivido desde mi infancia, en un contexto tan cercano como si de mi propia casa se tratara. En cierto modo, esa reivindicación de todo aquello que ya no volverá y que se concierta como piedra angular dentro de la historia que narro en el corto, fue capaz de resucitar mis ilusiones fílmicas cuando soñaba en la oscuridad de una butaca frente a la pantalla grande.
Mi aprendizaje vital se dio en el colegio, cierto. También parte fundamental a través de lo que me inculcaron mis padres y lo poco que ido aprendiendo en esta vida que cada día se transforma en un complejo marasmo de preocupaciones. En la Facultad, por el contrario, me enseñaron, básicamente, a perder el tiempo y mirar con cierto nihilismo varios aspectos de todo lo que me rodea. Por eso, ayer añoré las salas donde aprendí a vivir; el Coliseum, Cine España, los Multicines Salamanca, el gran Teatro Bretón, Teatro Liceo, el Taramona o el de mi barrio, los cines Llorente… Todas ellas ya no existen. Se han extraviado en el tiempo para siempre, dejando en su estela algunos de los intervalos más felices de mi vida como espectador apasionado y vehemente. Siempre he confesado que donde más he aprendido ha sido, sin lugar a dudas, en una sala de cine. En la lista de los citados cines tristemente derruidos que convocan el sentimiento común a la hora de rememorar capítulos cinéfilos faltan los Cines Van Dyck. Y faltan porque son, precisamente, los únicos que resisten pétreos al paso del tiempo. El tiemplo donde tuvo ayer lugar la presentación salmantina de ‘3665’.
Recuerdo cada película desde que era un niño que he visto en estos cines, creciendo a través de las historias que han ido acompañándome desde entonces. Entre sus paredes he experimentado todo tipo de emociones, de dudas, de intrigas, de odios, de miedos o de amores… Al fin y al cabo, eso es el cine. Y la empresa creada por el gran Juan Heras lleva treinta y cuatro años consolidados como unos cines capaces de resistir todas las crisis en el sector que estén por venir, ajustándose a los tiempos e innovando con cada decisión que se toma en una familia que ha vivido por y para el cine. En breve, será el único complejo de salas que perviva en esta ciudad en declive. Y ellos siguen con la ilusión de seguir apostando por la calidad.
Por eso, estrenar ayer ‘3665’ en Van Dyck, despertó en mí esa doble emoción; por un lado la de que mis padres, todos mis amigos, ex compañeros del colegio, de la facultad, de trabajo, conocidos y familiares pudieran ver en Salamanca este pequeño trabajo rodado en una ciudad que está perdiendo la arraigada tradición cinéfila. Una fiesta compartida que, como siempre en estos casos, supone una de las complacencias y parte jubilosa de todo estreno. El de ayer fue un auténtico lujo. Por el otro, ver nuestro cortometraje en una de las pantallas donde he contemplado obras memorables de maestros inmortales. De ahí, que anoche supusiera un acontecimiento tan especial. Además, tanto Raúl Prieto, como el resto del elenco artístico (Marta Benito, Ángel González Fraile, Chema Guevara, David Maes y Néstor Gómez) y parte del equipo técnico, no faltaron a la cita. Lo que hizo incluso más especial esta premiere. Hasta tuve la suerte de que dos de mis mejores amigos y productores del cortometraje, Asier Guerricaechebarría y Joseba Gorordo, se unieran a la fiesta recién llegados de Bilbao. Una velada corta, pero intensa que contó con toda la gente de Salamanca a la que aprecio, respeto y admiro. Nueve años después de aquel estreno de ‘El límite’ en la Filmoteca de Castilla y León, tocó disfrutar otra de esas noches maravillosas e inolvidables.
Si tuviera que enumerar algún día en el que he sido feliz, empezaría apuntando la noche de ayer.
Gracias a todos los que compartisteis esta cita e hicisteis que un sueño se hiciera realidad.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Review 'Bienvenidos al fin del Mundo (The World's End)', de Edgar Wright

Completando “La Milla de oro”
Edgar Wright cierra su “Trilogía Cornetto” con una magnífica reflexión no tanto sobre la inmadurez y la crisis de los 40 como de la cínica crítica a las nuevas tecnologías que parecen haber sometido la identidad genuina del hombre moderno.
Los 90 marcaron una época donde los sueños de toda una generación se vieron alentados por un contexto cultural y musical que resucitó la inextinguible idea de un futuro de éxitos imposibles de arrebatar, alimentada por la cadencia de aventuras nocturnas donde la cerveza y las borracheras hasta caer al suelo esgrimían el patrón de diversión sin fin que parecían no tener ni límites. Ese es el prólogo de ‘Bienvenidos al Fin del Mundo’, donde la idealización de una noche memorable y épica esconde el grandioso concepto de “La Milla de Oro”, basada en un objetivo único: acabar un mapa con doce pubs en el que beber doce pintas ubicadas en Newton Haven, célebre por ser la primera aldea del Reino Unido en tener una rotonda de tráfico. Aquella gesta heroica incompleta es el designio vital con subfondo de como desagravio personal con su propio pasado de Gary King (Simon Pegg), un alcohólico que se aferra desesperadamente a sus fantasías adolescentes. Mientras, los amigos que le acompañaron entonces han alcanzado ese grado de respetabilidad que se va asumiendo con la madurez. Su director, Edgar Wright y el propio Pegg en el guión inician esta aventura de una forma atrozmente perversa, con una voz en off y un ‘flashback’ de aquellos autodenominados “cinco mosqueteros” para presentar al antihéroe de la función en el presente narrando esta historia en una charla compartida dentro de un programa Alcohólicos Anónimos.
Por encima de todo, a los creadores de esta mezcla de fantasía paródica y aventura épica, les interesa arrancar su historia proponiendo a un personaje cuya idealización de la adolescencia le ha convertido en un perdedor grotesco absorbido por la nostalgia. Con ello, ‘Bienvenidos al fin del mundo’ proyecta su interés en esa colisión frontal de King con sus antiguos socios de borracheras, Steven (Paddy Considine), Peter (Eddie Marsan), Oliver (Martin Freeman) y Andy (Nick Frost), cuando éstos acceden a recuperar las sensaciones juveniles de una buena cogorza, de sentir los progresivos efectos de la dipsomanía recobrando el espíritu de aquellos tiempos que no volverán. No sólo sirve para que el conflicto de este imposible ‘heroes’ quest’ evidencie a un personaje que fluctúa entre la inmadurez ‘peterpanesca’ en pleno desfase con la aceptación de ése paso definitivo sin vuelta atrás de los demás, que le miran con cierta distancia y lástima, si no que puntúa el desencanto que surge cuando ese impulso nostálgico no funciona, cuando la necesidad de volver al lugar de la juventud provoca la desilusión inherente y el regreso a casa sea todo menos triunfal
¿Qué es lo que sucede entonces? Algo que determina ese universo de Wright en esa “Trilogía Cornetto” con la que cierra esta su cuarta película: la irrupción de un elemento descomedido e imprevisto que altera la función y los términos de lo inicialmente planteado, un giro radical de ciencia ficción que sirve de ruptura y arco de desarrollo dentro de la trama y que no es más que un ‘mgguffin’ dentro del caos que va a provocar este vuelco aparentemente paródico hacia el género de la ciencia ficción. Como en ‘Zombies Party (Shaun of Dead)’, donde los zombies no tenían un peso específico más que la hostilidad que hacía moverse a los personajes en un progreso emocional y constructivo dentro de los parámetros de la comedia romántica, aquí también se reformulan los esfuerzos personales de ese hombre que actúa como un niño grande para crecer y aprender el valor de responsabilidad como una cuestión más literal, volatilizando así lo sobrenatural. Wright articula de este modo una particular sátira genérica que se atomiza ambiciosamente entre los estigmas conspiratorios y sustitutivos de las conocidas obras de John Wyndham, Ira Levin o Jack Finney con el cine más propio de John Carpenter o Joe Dante, al son de la música ‘britpop’ y ese aroma de finales de los 80 que se infiltra a todo el conjunto, para escarbar en la verdadera crítica que circunda la cinta.
Y no, como pueda parecer, no se trata ni mucho menos de la crisis de los cuarenta, de la evolución hacia la aceptación de las obligaciones de un personaje que va creciendo según va estando más y más mamado, sino que alude, primero, a un llamado ‘starbucking’ al que ha llevado la capitalización del espíritu idiosincrásico de ese pueblo en el que los pubs han perdido su carácter inconfundible para sucumbir a las cadenas ‘mainstream’, haciendo de ellos meras réplicas idénticas entre sí. Una crítica que es también extensible a otras esferas que Wright y Pegg no sortean en su manifiesto contra la uniformidad corporativa y social a la que el mundo desarrollado está sometido. Y, segundo, y siguiendo este patrón, interpela a la manipulación a la que somete a la sociedad la tecnología actual, que ha logrado establecer una monotonía de acción colectiva y transformar los hábitos ciudadanos llevándolos a un nivel homogéneo de absorción y control por esta tecnificada tendencia. ‘Bienvenidos al fin del mundo’ advierte sobre los riesgos de transformación del hombre moderno en autómata, en un escenario que responde a la eliminación del albedrío metaforizado en una invasión alienígena de robots a golpe de ‘gag’, ‘slapstick’ surrealista y salpicones de ‘gore’ azulado.
King, nuestro antihéroe infantilizado y beodo, esté anclado en el pasado y rehúye de todo ese tipo de modernización, porque para él lo importante es preconizar su extravagante obsesión por cumplir su propósito final de beberse hasta la última cerveza del último pub del mapa, que, obviamente, lleva el nombre que da título al filme: The World’s End (el fin del mundo). Wright no ansía rehacer un recuerdo identificable por el espectador, tanto como proponer una alternativa constructiva que sirva de catarsis a esa experiencia y formular así una apasionante glorificación a lo genuino de las personas, atribuyendo al protagonista la importancia de su legado imaginado, asumiendo que es más importante ser fiel a uno mismo que vivir a base de engaños que complazcan la autosatisfacción. Como el ‘Loaded’ de Primal Scream que sirve de banda sonora, el hecho de superar cuestiones de responsabilidad, amistad y la propia nostalgia no es reconocer que ha pasado más tiempo que el que se está obligado a admitir, si no ese “queremos ser libres” que suena en boca de King y que concibe un cine de cine de evasión y reflexivo. Estamos ante una reconstituyente mezcla de espectáculo, humor inspirado en la ‘nutball comedy’ y detalles de pesimismo realista que terminan conectando con el público gracias a su ambición desprejuiciada y su inagotable inteligencia hasta la última de las pintas de cerveza de esta sugerente comedia apocalíptica.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2013

lunes, 9 de diciembre de 2013

Review 'La vida de Adèle (La vie d'Adèle)', de Abdellatif Kechiche

Una relación “à fleur de peau”
Abdellatif Kechiche regala un explícito viaje iniciático que desglosa un cine transgresor con identidad más allá de lo puramente artístico, explorando la belleza y el erotismo y profundizando en un estrato mucho más fundamental: la vida y el amor.
La ganadora de la Palma de oro Cannes 2013, con aquel jurado presidido por Steven Spielberg y que aunó, por primera vez en años, el aplauso tanto de crítica como de público, tenía varios inconvenientes que jugaban en su contra. Primero, sus controvertidas escenas de sexo explícito que imponían una calificación moral bastante severa. Un elemento éste adverso en los objetivos comerciales de todo filme. A ello le acompañaba la duración, casi tres horas para adaptar en imagen la novela gráfica de Julie Maroh ‘Le bleu est une couleur chaude’ (título que adoptado el mercado americano: ‘El azul es un color cálido’). Sin embargo, ‘La vida de Adèle’ ha prevalecido frente a cualquier obstáculo, brillando bajo el fulgor de la abrumadora invasión de una intimidad que va de lo físico a lo más profundo, explorando lo emocional, la sensualidad, la sexualidad y el naturalismo, donde no hay espacio para el glamour o el morbo, sin efectos ni cortes de montaje que entorpezcan ni un ápice su alejamiento del artificio.
La película de Abdellatif Kechiche contempla la evolución de Adèle, una adolescente que representa la inocencia e inconformismo de esta compleja edad, que se abre a la ambigüedad cuando conoce a Emma, una estudiante de bellas artes, poniendo en duda su sexualidad y dejándose cautivar por un espíritu que rompe sus cánones para iniciar un placentero y exótico periplo vital en el que encontrará su verdadera identidad y el amor de su vida. Desde la adolescencia hasta la realización personal, este viaje de iniciación y aprendizaje va subrayando con pequeñas pinceladas otros factores que rodean a la pareja de jóvenes amantes. A través de los ojos de esta adolescente inquieta, Kechiche no escatima en retratar con su cámara flotante y cercana, instantes que proponen inquietudes, sufrimientos e inseguridades, aportando con trazo agresivo ese ahondamiento en la veracidad al abrigo de una historia convencional que hurga con desinhibición en un retrato donde los primeros planos de los rostros de estas dos mujeres (cómo duermen, cómo comen, cómo se miran o reaccionan) es más significativo que la sensación deslumbrante de lo físico, de la exploración carnal o la lívida fogosidad inicial para combinar sensaciones descritas con maestría en ambos personajes, como la consumación de su primer encuentro, fagocitando ese despunte enérgico que transmite la esencia del deseo en una relación apasionada.
No obstante, la grandeza que logra relativizar el sexo como parte natural de toda relación y su pasión va instaurando la verdadera entidad del filme, hacia otros estratos mucho más fundamentales; como la diferencia de clases; Adèle pertenece a la clase obrera y Emma proviene de una raigambre elitista. Así, mientras los de ésta última asumen la condición sexual de su hija y comen ostras felices, los de Adèle, conservadores y humildes, comen espaguetis a la boloñesa y viven en el engaño, describiendo con todo lujo de detalles lo que resulta todo un regalo para los sentidos. O, sobre todo, la relación y el vínculo, la necesidad y un afianzamiento que se ve salpicado por los conflictos que sacuden a cualquier pareja, más allá de la homosexualidad, que se regulariza a lo universal con una inteligencia apabullante. De la puerilidad y necesidad fisiológica a la complejidad de la madurez, donde la explosión del acercamiento pasional deja paso a un submundo que concentra el verdadero sentido del amor, de la obligación y el compromiso.
Kechiche despliega el difícil dominio del formato panorámico para captar ese cúmulo de sensaciones, en una poética que tiene mucho de fruición antropológica, integrando un ambiente urbano y contemporáneo de la ciudad de Lille con la voluntad de proponer un acto ‘vouyerista’ con propósitos de implicación fuertemente sujetos hacia la verdad de unos personajes inolvidables, encaminando su narración hacia un ciclón de matices que suscitan esa empatía autoconsciente, involucrando al espectador hasta niveles pocas veces se llegan a experimentar dentro de una sala de cine. Y a esta identificación afectiva contribuyen de forma imprescindible Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux, dos actrices en estado puro, explotadas hasta el límite de su enorme talento, alejadas de formalismos o metodologías que superan la interpretación para llegar a la verosimilitud de sus personajes, viviendo en ellos y transmitiendo su intensa armonía de espontaneidad plena, incluso cuando hay que llorar desgarradoramente y el llanto real no escatima en lo menos estético del sufrimiento.
‘La vida de Adèle’ sintetiza una década constreñida a tres horas de pura narrativa intimista, donde el paso del tiempo define la legitimidad de cualquier amor, igual de sensual e imperecedero como catastrófico y frustrante, a la vez que destructivo, donde la necesidad se transforma en rutina y los errores en penitencias imposibles de aliviar. Es la metáfora de cómo ese color azul, salvaje y misterioso, va adoptando otras tonalidades según avanza la historia, disolviéndose en un cauce de emociones intensas y crudeza extraordinaria. Cine como elemento transgresor con identidad más allá de lo puramente artístico, de lo humano, como estudio del erotismo y la belleza, de la condición humana, el amor y sus consecuencias. No es la vida de Adéle lo que se narra aquí, es la vida misma como escenario común y reconocible capaz de agitar el alma y corazón.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2013

martes, 3 de diciembre de 2013

El universal fenómeno de la pareidolia

Probablemente no os suene mucho el término pareidolia, pero seguro que lo habéis experimentado o percibido más de una vez. Se trata, simplemente, de esa ilusión óptica y psicológica por la cual distinguimos formas concretas o rostros en objetos donde en realidad no existen. Exacto, aquel juego infantil a descubrir formas en las nubes es el ejemplo más clásico a la hora de ejemplificar ese fenómeno por el cual el cerebro predice y asocia morfologías familiares. Algo parecido a la apofenia, otra vertiente de esta vinculación de sucesos perceptivos conexionados donde no los hay. En la imagen superior bien podríamos advertir cómo un sofisticado helicóptero está engullendo sin piedad a los soldados marines.
Una manifestación cuya popularidad hace que lo liguemos a algún ejemplo personal ¿Quién no ha visto un rostro animado en un lavabo, en algún tipo de utillaje o en alguna otra conformación física o natural que recuerda a algo? Hay célebres ejemplos de este tipo de manifestaciones conocidas por todos; desde las caras de Bélmez (Franco incluido), el pequeño pueblo de la Moraleda, en Jaén, famoso por manchas de humedad que parecen rostros, como aquella superficie escarpada de Marte que dio a origen a numerosas teorías sobre la vida en el Planeta rojo, gente que ve en uno de sus Cheetos, en una fajita mexicana o anos caninos la figura de Cristo, manchas de café, wáteres o relojes con formas que recuerdan a caras divertidas, flores y elementos naturales que evocan órganos sexuales, Elvis Presley o Fidel Castro en una tostada o hasta el Síndone o Santo Sudario pertenece a esta categoría de este reconocimiento alucinatorio y polifórmico.
En Internet hay multitud de páginas dedicadas a la pareidolia. Aquí, por ejemplo, tenéis la sección de REDDIT, un grupo de Flickr o incluso una cuenta de Twitter delimitados únicamente a todo esto.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

'Le Samouraï', el silencio de la muerte

“La profunda soledad del samurai sólo es comparable a la de un tigre en la jungla”.
(El Bushido)
Alain Delon da vida al hermético y frío asesino a sueldo Jeff Costello, un hombre marcado por el código de honor japonés Bushido, estricta cédula ética por el que se regían los samuráis. ‘Le Samouraï (El Silencio de un Hombre)’ es una excelente pieza del cine negro francés, donde la calidad de los diálogos y su uso taxativo amparan una cuota de interés magistral. Jean-Pierre Melville, sugestionado en su fascinación por el cine estadounidense logró aunar la perspectiva determinada en los géneros cinematográficos yanquis con esa aura de alarde de los grandes cineastas europeos. ‘Le Samouraï’ es la demarcación que separa la excelencia de cintas como ‘Bob, Le Falmbeur’, ‘El Confidente’, ‘El Guardaespaldas’ o ‘Hasta el último aliento’ de la grandiosidad de su obra maestra ‘Círculo Rojo’, con la que ‘Le Samouraï’ tiene tantos paralelismos. Es la invención elaborada de unos cánones frecuentes, de depurada estilización que componen su trayecto hacia un estilo propio y sugerente, con matices de un alcance fílmico mayúsculo.
‘Le Samouraï’ es un catálogo de los ideales artísticos de un genio como Melville, de su impronta definida en la caracterización de personajes habituales en su carrera. Jeff Costello es la representación idealista del antihéroe ‘melvilliano’, un personaje desmotivado, sin causas ni objetivos, frío y ascético, silencioso, amparado en una soledad emplazada en habitaciones claustrofóbicas, representando un entorno que denota el único espacio de libertad real ante un mundo perseguidor y amenazante, espacios abiertos donde acecha el peligro. Los taciturnos héroes de Melville, que encuentran en Costello su procedente enseña, siguen un código moral invulnerable convertido en un protocolo de decisiones que sólo tienen un camino establecido por el propio personaje. En este caso, un Costello que sabe desafiar con carácter ritual a la sacralización de una muerte que asume y afronta con el honor del código ético aplicado por su profesión.
Melville juega con un atractivo distanciamiento del espectador con respecto a Costello, pero sin dejar en todo momento de acercarle a la cotidianidad (el simple sigilo con el que se mueve, un apartamento semivacío, un pájaro enjaulado al que dar de comer, la meticulosidad con la que se prepara antes de salir de casa…), un detallismo plagado de silencios, de miradas que expresan mucho más que las pocas líneas de diálogo que se escuchan a lo largo del filme. Es, en último término, la impasible crónica de un suicido de un hombre traicionado que no tiene otra alternativa que la de aceptar una ética especial dentro de una situación que acaba por dominarle, al que se le escapa de las manos cualquier resquicio de esperanza o salvación. Su sacrifico es la única alternativa, mostrada como un gesto de honesta heroicidad que parte de una razón única, la fidelidad a unos principios, a una conducta cimentada en un compromiso que no admite el arrepentimiento.
El filme de Melville es una película que no duda tampoco en acoger toda la iconografía e iconos del cine negro, con esa tendencia narrativa a la mentira, traición y manipulación por parte de sus personajes, donde las delaciones se suceden constantemente; el contratista (Jacques Leroy) vende a Costello, los gángsteres manipulan a Valèrie (Cathy Rosier), ésta traiciona a Costello y el asesino a sueldo lograr adulterar las sospechas del inspector de policía (François Périer) en relación a Jane Lagrange (Nathalie Delon), que se convierte en la única coartada del asesino. Tampoco faltan persecuciones, tiroteos, intriga criminal y esa dualidad divergente que hace que los asesinos parezcan héroes y los policías sean los malvados hostigadores, así como los elementos de vestuario y personaje característico del cine negro más clásico.
‘Le Samouraï’ es una película de mentiras y traición como única vía de supervivencia, donde la intimidad tiene tanta importancia y la estilización fotográfica de Henri Decaë ahonda sin tregua en la personalidad de los roles, utilizando colores apagados y fríos que se transforman, como casi todo en esta cinta, en parte de una puesta en escena opresiva e inquietante. Un juego de espejos, de imágenes irradiadas que lo único que dejan claro es la impenetrabilidad de los rostros y sus actitudes, así como la impermeabilidad que poseen sus personajes, ambiguos, como su propia condición y moralidad. Melville se valió para ello de descripciones lentas, sin apenas diálogos, deteniéndose en los hechos y su mecanismo y sosteniendo la acción en los hieráticos gestos de Costello. Es la peculiar búsqueda por parte del cineasta de esa gran tragedia que siempre quiso reflejar en un cine desbordado, en muchas de sus ocasiones, en la más rotunda brillantez.
La obra maestra de Melville se ha mantenido como uno de los títulos más importantes del género dentro de la historia del cine y es una película capital a la que le han rendido homenaje cineastas como Godard, Scorsese, Tarantino, Jarmusch o John Woo.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Trailer de ‘Nymphomaniac’ o la controversia de un estratega

Si hay algo que domina el director danés Lars Von Trier es la controversia. A veces se le va de las manos en esa pose de visceral provocador que forma parte de la directriz de artista autoerigido profundo experimentador de la estética y los argumentos fílmicos en todas y cada una de sus concepciones, como cuando en el festival de Cannes, durante la rueda de prensa de ‘Melancolía’ tuvo la feliz idea de expresar su simpatía por el mismísimo Hitler, algo que le crucificó en el prestigioso certamen que tanto ha impulsado su carrera. En su condición de sedicioso, arrogante y rupturista, Von Trier se ha creado ese mito de cineasta contracorriente y lo ha demostrado en su último filme, ‘Nymphomaniac’, del que se lleva escribiendo incluso antes de rodarse.
Altercados con parte del casting (Charlotte Gainsbourg, una de sus habituales, ha confesado no querer volver a trabajar jamás con Von Trier), incómodas escenas de sexo explícito, exhaustivas jornadas de trabajo exprimidas con afán tiránico por el creador del movimiento Dogma o la negación por parte de éste a rebajar ni el tono excesivo ni la larguísima duración del montaje final. Al director el hecho de que su película se pueda quedar sin distribución parece que se la suda. Todo apariencia, obviamente. También pensaba lo mismo de ‘Dogville’ y terminó recortándola para una exhibición comercial que, en este caso, delimita la rentabilidad a esa opulencia de sexo que promete este peculiar individuo cinematográfico, tan dado a llevar al límite sus obsesiones, sin importar crudeza y realismo. Algo que no es nuevo en su condición de alterador.
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Este fin de semana se ha lanzado el primer tráiler oficial y parece que su actitud contestataria va en serio. En poco menos de dos minutos se vislumbran las intenciones de Von Trier, con un drama saturado por esa explicitud tentadora con rostros como Gainsbourg, Uma Thurman, Stacy Martin, Shia LaBeouf, Jamie Bell, Christian Slater, Stellan Skarsgard o Willem Dafoe. Ahora sólo falta saber si para su exhibición la cinta de más de cinco horas de duración se dividirá en dos partes y si serán mutiladas de la superabundancia carnal o si finalmente el público podrá ver en pantalla grande (se supone que el 25 de diciembre en España) esa versión final que el cineasta se ha propuesto no tocar. El baremo de la transgresión, no obstante, se ciñe a la repercusión que ha tenido en la red. Apenas unas horas después de lanzarse, Youtube lo censuró acogiéndose a su pacata política de material sexual. Después, al parecer, dejaron que el avance corriera como la pólvora. De nuevo, y como en el creador de ‘Anticristo’ es ya casi un estereotipo, la polémica está servida.

martes, 19 de noviembre de 2013

Syd Field, el gurú del guión

(1935-2013)
"Un guión es una historia contada en imágenes: un guión trabaja con imágenes visuales, con detalles externos, con un hombre que cruza una calle concurrida, un coche que dobla la esquina, la puerta de un ascensor que se abre, una mujer que se abre paso a empujones entre la multitud. En un guión usted cuenta su historia en imágenes.
... en el diálogo y la descripción: Un guión es una historia contada en palabras e imágenes; los personajes comunican determinados hechos e información al espectador; el diálogo comenta la acción, en ocasiones es la acción, y siempre hace avanzar la historia. Cuando escribe una escena o secuencia, está describiendo lo que dice y hace el personaje, los incidentes y acontecimientos que componen la historia. Cuando escribe un guión, está describiendo lo que ocurre; ésa es la razón de que los guiones se escriban en presente. El espectador ve lo que ve la cámara, una descripción de la acción situada...
... en el contexto de la estructura dramática: Su guión tiene una estructura bien definida: un principio, un medio y un fin, aunque esté narrada en “flashback”, como ‘Annie Hall’. Su historia empieza aquí y termina allí; va del punto A al punto Z. La estructura es un contexto porque “sostiene” todo. Recuerde que el contexto puede compararse a un vaso. Si toma un vaso vacío y mira en su interior, verá un espacio. Ese espacio acoge el contenido: leche, agua, cerveza, limonada o lo que sea. El contexto siempre sostiene el contenido, del mismo modo que la estructura sustenta su historia.
…Y la estructura dramática se define como “una progresión lineal de incidentes, episodios y acontecimientos relacionados entre sí que conducen a una resolución dramática”. ¿Por qué es tan importante la estructura? Porque es una herramienta que lo ayuda a dar a su historia una forma dramática. Es un punto de partida en todo proceso de la escritura".
Syd Field - 'The Screenwriter's Workbook' (1984).