miércoles, 26 de diciembre de 2012

Especial 'Blade Runner'

Paradigma de la grandeza cinematográfica, tres décadas después
Iba a titularse ‘Mechanico’ y empezó siendo movido por la productoras con el título provisional de ‘Dangeous days’. Nadie apostaba por un guión de Hampton Fancher, que sería reescrito por David Webb Peoples que se basada en la novela de Philip K. Dick ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’, modélica obra de tecnología ‘cyberpunk’, cuyo tema medular era el indefinido margen entre lo natural y lo artificial. ‘Blade Runner’ asumía su referencia a una novela de William S. Burroughs que, a su vez, lo tomó en alusión de un relato de Alan E. Nourse con el mismo título del filme.
En sus páginas un mercenario solitario tenía la misión de buscar y eliminar a unos replicantes humanoides que fueron creados con propósitos militares y para la exploración y colonización del espacio. La Corporación Tyrell era la responsable de su creación y el último modelo, los Nexus 6, habían mostrado ciertos defectos con la consecuencia de mostrarse en rebeldía. Las altas esferas gubernamentales se proponen acabar con ellos, recurriendo a esos servicios policiales especiales llamados ‘blade runners’. El tipo solitario es uno de ellos. Su misión: “retirar” del mundo a estos díscolos androides.
Michael Deeley convencería a Ridley Scott para que se hiciera cargo de la dirección. El realizador británico venía avalado, primero por su trayectoria como director de publicidad y televisión en Gran Bretaña, donde dio el salto a la gran pantalla con ‘Los duelistas’ y, segundo, con su espectacular debut en Hollywood de la mano de otra obra maestra como ‘Alien’, que le convirtieron en uno de los genios prodigios de la época. ‘Blade Runner’ puede considerarse hoy en día como la última gran obra artesanal del cine contemporáneo debido a su detallismo y la obsesión que Scott puso en ella, creando un imaginario que sigue siendo referente y modelo dentro del séptimo arte.
Se trata de una fábula moral que se corresponde a un cine de anticipación que escapa por poco a la distopía, sin renunciar a ciertos ecos de ese post Apocalipsis tan de moda en la actualidad. Algo que hizo que una película de ciencia ficción albergara desde su gestación la particularidad clasicista que apuesta por la conversión de sus elementos en puro cine negro, al abrigo de visiones tan preclaras como la de Raymond Chandler o Dasiell Hammett. Así, la presentación de su antihéroe, Rick Deckard (Harrison Ford), pululando por las atestadas calles de la ciudad, comiendo comida oriental y sin mucho oficio que ejercer después de haber sido el mejor ‘blade runner’ junto a Holden (Morgan Paull), que ha sido eliminado por uno de los Nexus-6, aportan ese tono gélido y nostálgico que no abandonara en toda su portentosa travesía narrativa.
La historia se sumerge en una sugerente poética de húmedos e inexplorados recodos góticos, abriendo en su inicio con un plano detalle de una pupila que mira en panorámica a la ciudad de Los Ángeles, en el transcurso del año 2019, donde se suceden explosiones en lo alto de los rascacielos y de paso presentan a Gaff (Edward James Olmos), personaje clave y silencioso, testigo comprensivo del destino de todos los personajes. Es entonces cuando el filme dispone al espectador para que entre en un mundo inolvidable y asista a una narración única y trascendente. Paradójicamente, el futuro de ‘Blade Runner’ se asume como algo tangible y amenazante, con un mensaje que sigue vigente a lo largo de todos estos años y que ha eclosionado con fuerza en estos últimos tiempos; la de una era donde la hipocresía y el cinismo conforman gobiernos y poder a la hora de transformar los bienes comunes en usufructo propio, sin hacerse cargo de ninguna responsabilidad sobre sus negligencias. Hoy en día los coches no vuelan, ni hemos llegado al punto de creación tecnológica que se percibe en la película, pero es cierto que el aspecto real de lo que nos rodea no se diferencia en absoluto de aquellos callejones acuosos y lóbregos de una ciudad caótica y abigarrada, consumida por la superpoblación, el capitalismo, el miedo y a buen seguro, la crisis en sus diversos estratos.
‘Blade Runner’ presenta una sociedad que simboliza una especie de gigantesca Torre de Babel en la que la idiosincrasia cosmopolita se ha transformado en una amalgama de diversos ámbitos, culturas e idiomas, en la que el mestizaje no claudica en una mezcolanza dejada al antojo, sino que se muestra valedera para describir esa conjunción variada de códigos sintetizados en una nueva Babilonia cargada de representaciones de poder, grandeza y ostentación de esas pirámides donde su ubican las grandes corporaciones. Entramos así en ese cuestionamiento sobre la muerte y lo efímero de la vida, el tiempo y su caducidad de unos humanos artificiales que se salen de los preceptos a los que están destinados.
El sometimiento de esa ciudad está definido a un control que ve en estos Nexus 6 un efecto de albedrío que no es más que la alegoría por conocer el destino y final de su raza, pero también como iconos de la libertad que representan. Un filme donde los simbolismos forman parte de su tejido narrativo, donde los ojos tienen un significado especial; como ese test de Voight-Kampff, que determina la veracidad de un ser humano con preguntas que buscan recoger ciertas inquietudes emocionales y concretar si la persona analizada es replicante o no. O ese otro punto de intercambio de perspectivas que se va dando a lo largo de la exposición del relato.
Sin embargo, si hay algo que caracteriza el filme de Scott es una marcada percepción escéptica, con carices que se podrían tildar incluso de antropológicos. La esfera de amplios logros tecnológicos, impensables hace siglos, termina concluyendo con la deshumanización en toda regla del ser humano, aquélla a la que está avocada la sociedad moderna. Este pesimismo afecta con gran dosis de ambigüedad desde su inicio a Deckard, un héroe cuestionable y sin principios que regresa a las calles para ejercer lo que mejor sabe hacer, ese “trabajo sucio”, como dice su superior Bryant, de retirar replicantes sin contemplación alguna.
Deckard se muestra arrogante y displicente en todo momento. Incluso cuando conoce a la chica de la que se enamora, Rachael (Sean Young), la secretaria particular de Tyrell(Joe Turkel)que resulta ser una replicante especial, no tiene corazón al explicarle su origen creado genéticamente ante sus recuerdos, implantados de la sobrina de su creador. A su vez, Rachael entra en lo cuestionable de la profesión de un policía al que una doble pregunta impugna su acepción de cazador; cuando sugiere si alguna vez ha matado a un humano por error y, definitivamente, si el propio ‘blade runner’ ha pasado el test de Voight-Kampff. ‘Blade Runner’ se percibe tan compleja como coherente, tan inquietante como hermosa. Mientras los replicantes que trabajan como esclavos escapan hacia la búsqueda de la verdad sobre su providencia, respondiendo así a una idea romántica de la vida, el ser humano cuestiona esa rebelión con el acto injustificado de “retirarles”, evitando mencionar así el término ejecución y matanza. ‘Blade Runner’ significará esa reconciliación del hombre con su naturaleza, aprendiendo a recobrar la compasión a través de seres artificiales que a su vez la han desarrollado contra natura.
Cine de atracción como experiencia sensorial
Todo ello bajo un contexto urbanístico novedoso y revolucionario dentro del cine de la época. Tanto es así, que dejaría huella no sólo en el posterior cine de ciencia ficción, sino en los replanteamientos de la cultura urbana con una dirección artística y diseños de producción nunca vista hasta el momento. Movida por su aptitud inherente de gran obra maestra, ‘Blade Runner’ desmonta los límites de la imaginación plástica, recreando una urbe oscura y terrible, inspirada tanto en la tendencia expresionista alemana de ‘Metropolis’, de Fritz Lang, pasando por Jean Giraud “Moebius” y su influencia en la revista ‘Metal Hurlant’ o las atribuciones del clasicismo inspirador de Edward Hooper o la parte superior del infierno del tríptico de ‘El Jardín de las delicias’, de El Bosco para esa ciudad lóbrega y sin alma.
A Ridley Scott se le acusó de un desproporcionado y maniático esteticismo en la pormenorización de su genial ambientación, llegando a decir que tanto énfasis llegaba a engullir la historia y los personajes. Sin embargo, tanto los recursos estilísticos, como el grafismo, los pequeños detalles que adornan esa portentosa fotografía de Jordan Cronenweth de luces sintéticas y de contrastes, quebrantadas por la extraña mezcla de edificios oscuros y publicidad de grandes marcas que no cesan en su constante venta de imágenes espurias, dan la pauta de un universo indisoluble y real a la trama. La tendencia al éter publicitario de los años 80 que tanto promulgó Scott adjudica a los escenarios ese efecto vaporoso y urbanita, con humo emergiendo de las cloacas, de neones y nocturnidad, con la que la su tipografía mejor se adaptaba a los noctámbulos contextos fílmicos de una ciudad amenazada constantemente por la lluvia ácida.
‘Blade Runner’ es una experiencia sensorial, que impone preguntas subversivas y reflexiones constantes al público a lo largo de la descripción de sus movimientos argumentales, transformado en cine de atracción, en el doble sentido de la palabra. Belleza y decadencia podrían ser dos adjetivos que ratifican la contundencia de esa esencia que supo recoger Vangelis en su mejor partitura, con sintetizadores evocadores de un mundo incómodo, tan lírico en la delicadeza con la que están compuestos sus temas más íntimos, como en la bella impercepción que pasa por alto Deckard rastreando alguna pista con el escáner fotográfico: ese instante de intimidad con Leon (Brion James) y Zhora (Joanna Cassidy), en una habitación y que invoca a ‘El matrimonio Arnolfini’, de Jan van Eyck o ese instante de subrayado dramatismo en el que Zhora es alcanzada sin piedad por los disparos de Deckard, con la duplicidad de transparencias de su chubasquero y el escaparate contra el que acaba derrumbándose. Víctima y verdugo, androide y ser humano que satisface su instinto destructor contra una creación considerada aberrante.
Es la búsqueda de la identidad lo que mueve ‘Blade Runner’, la de esas vidas programadas que caducan a los cuatro años y que se equiparan a ese diseñador genético llamado J.F. Sebastian (William Sanderson) aquejado del síndrome de Matusalem. También a Deckard, cuyo viaje interno provoca el cuestionamiento de todo su mundo, de lo que él representa. Somos lo que hemos vivido. No importa el tiempo que permanezcamos en este mundo. Y es ahí donde entra el cuestionamiento de la propia existencia, del autoconocimiento, de la imposibilidad de perfección. El camino del sentido final de estos androides y su motivación por la necesidad de libertad y repuestas, con el trasfondo teológico que hay en relación a Dios y la creación defectuosa de sus semejantes que ejercen desde esa corporación que se erige imperiosa sobre una pirámide insondable, llega a la lógica destrucción del creador. De la misma manera en que el hombre que ha jugado a ser su deidad imaginada, acaba en manos de su androide, con los ojos arrancados, por haber sido incapaz de ver, más allá de la utilidad de sus creaciones, la afectividad e ira capaces de generar tanto amor como odio y una partida de ajedrez descompone la jerarquía que existe entre los replicantes, peones del tablero capaces de derrocar el poder de la pieza clave de una victoria que no es tal, ya que matar a Dios no concede la inmortalidad ni cambia el destino.
En último término, dentro del mítico edificio Bradbury, emblema de toda esa decadencia del mundo en ruinas y desencantado, donde lo tecnológico y lo humano chocarán frontalmente, el cazador termina siendo el perseguido, acosado por la fortaleza física de un Nexus que descubre su dignidad y piedad como valores humanos. Cuando salva la vida a Deckard, la máquina se fusiona en su trascendencia con el hombre. La tristeza del replicante, el entendimiento final de su muerte y la redención llega con el perdón ante la atónita mirada de Deckard, que concibe a estos seres perecederos como ejemplo de esos nutrientes humanos que se están perdiendo, precisamente, como las lágrimas en la lluvia a las que alude Batty. Precisamente una de las controversias que sugiere ‘Blade Runner’ es la posibilidad de que el propio Deckard fuera también un replicante. En sus tres versiones oficiales (existen hasta siete montajes distintos) existen dos perspectivas sobre esta teoría que se distancian precisamente en la sugerencia sobre la verdadera naturaleza del ‘blade runner’; mientras en la versión impuesta por los productores y estrenada hace tres décadas se enfatizaba en su rama estilísticamente ‘noir’, con voz en off, con ese antihéroe escéptico y descreído inmerso en una misión que cumplir, en las posteriores ‘director’s cuts’, Scott atribuyó a su personaje protagonista esas dudas sin respuestas que buscaba Roy Batty (Rutger Hauer), confrontándole y uniéndole en sus reflexiones finales.
No obstante, el origen de Deckard dentro del filme se atribuye a la ambigüedad, a dotarle de más oscuridad y de cariz enigmático que en el primer montaje, con ciertos añadidos como ese sueño que provoca un final reflexivo cuando Gaff deja el unicornio de origami en la entrada de su apartamento, insinuando o aludiendo a una posible condición de replicante de Deckard. Aunque en ambos montajes, se evoca no tanto a esta disposición más acentuada en la visión de Scott, como en la idea del perdón de la chica, de ese consejo que suena en off anteriormente cuando el protagonista comprende a su vez que la vida es demasiado corta y que se le ha dado la oportunidad de comenzar esa relación con una replicante de la que no se sabe su fecha de caducidad.
‘Blade Runner’ es, con una lógica y un sentido de las leyes cinematográficas propias e indivisibles, una obra maestra absoluta, capaz de conmover con una historia que traspasa las fronteras del tiempo con su actual discurso y que propone la inconsistencia de ese armazón que entendemos como realidad. La cinta de Ridley Scott supone una cosmología estética propia y un mundo de persistentes ecos existenciales, enriquecida con alusiones filosóficas y teológicas que superan todas aquellas teorías acerca de sus significados, muchos más profundos de lo que aparentan.

viernes, 21 de diciembre de 2012

La Navidad y el Fin del Mundo

Cada año por estas fechas, en el Abismo suele lanzarse uno de esos panegíricos sinsentido que sirve para felicitar, de uno u otro modo, la Navidad a sus cada vez menos lectores. Este año, de forma paradójica, también han anunciado el Fin del Mundo según el calendario maya. No nos damos cuenta, pero es cierto. Desde hace tiempo estamos viviendo ese lento Apocalipsis que nos consume diariamente perplejos ante la insidia y el fraude de aquellos que nos miran descojonándose de todos nosotros, ajenos a esta infausta situación que vivimos en este país empobrecido y ridículo.
La mercadotecnia de las grandes superficies comerciales que han matado al pequeño negocio, la teatralidad lumínica, los adornos y guirnaldas, la Lotería del día 22, el portal de Belén (ojo, sin buey y mula, que lo dice el Papa), ese consumismo con el que las grandes superficies se frotaban las manos, comer y beber de todo sin control, machacando el hígado y subiendo el colesterol como si de un concurso se tratase, cenas de empresa en las que asistir a cómo la compañera más inesperada se pone “piripi”, cestas que van mermando y desapareciendo, aquélla paga extra… Todo eso, ahora ya no luce tanto. Fundamentalmente, porque no estamos para jolgorios ni gilipolleces. Nuestro regalo navideño de este año se ha ido fraguando lentamente, como ese pavo relleno que se hace en el horno, sólo que preñado de precariedad, desposesión y privatización, que es lo que estamos viviendo en este (ahora SÍ) país de pandereta. Un término identificativo ideal para estos días.
Por eso, la espiral de convite y brindis varios se limita, la celebración este año es una justificación disimulada de esa sonrisa a media comisura que esconde una gran preocupación por el devenir. A buen seguro que los que ostentan o han ostentado el poder y altos cargos, aquellos que viven en puestos intocables de privilegios y corruptelas, brindarán con champán exquisito, comerán marisco recién capturado, seguirán fomentando el despilfarro generalizado con una risa cínica mientras eluden hacer memoria sobre las continuas caídas y desplomes del consumo, las bajadas de producción, los descensos de las importaciones y exportaciones, la emigración y la falta de puestos de trabajo, los recortes…
Pero al fin y al cabo, es Navidad… Hay que disfrutar mientras se pueda y olvidar por unos días que estamos siendo desposeídos de nuestra voz y de nuestros derechos ¿Y todavía hay quien se pregunta cómo será el Fin del Mundo? Amigos, ya lo estamos viviendo. En primera persona. En directo y con un collar de espumillón y un matasuegras en la boca, levantando la copa, pidiendo deseos imposibles. Pese a todo, no hay que desnaturalizar este estético y hermoso periodo, ni arremeter contra una serie de ritos sacralizados que han perdido la batalla contra el gasto comercial sin control.
Vamos a intentar rebañar esa felicidad a modo de sobras. Lo poco que nos dejen. Y disfrutar un poco de esas cosas que ahora saben mejor en esta tradición universal y ancestral. Por lo menos, siempre habrá amigos con los que agarrarse un morón, la familia a la que soportar y querer a partes iguales y vivir unos días con especial énfasis en mirar el triste escenario con distancia. Siempre en su justa medida. No tendremos la suerte de que se acabe el mundo, como avanzaron unos cabalistas mexicanos hace siglos en ese cambio a la era de el B’aktun.
Ya tendremos todo 2013 para seguir haciéndonos mala sangre, presenciar ultrajes a nuestra debilitada situación por ese señor Potter que es el Estado, el mismo que nos oprime como a los habitantes de Bedford Falls. Como siempre escribo, la predisposición de los buenos sentimientos convertidos a la mínima de cambio en encendida mala hostia no puede quitárnosla nadie. Y al fin y al cabo, eso es la Navidad. Un pequeño fragmento tendente a la omisión y al perdón de nuestras vidas. Aunque sea una vez al año. Aprovechémosla.
Por eso, desde este blog que cumplirá nueve años en 2013 os deseo, esta vez de todo corazón y sinceramente, una FELIZ NAVIDAD.
Si es que todavía me lee alguien, claro.
Un abrazo a tod@s.

lunes, 17 de diciembre de 2012

'160 metros: Una historia del rock en Bizkaia', iniciativa 'crowdfunding' que merece la pena

Ahora el país se hunde económica y laboralmente, que el sector artístico y cultural se ha visto afectado por el apaleamiento al que está siendo sometido por aquellos que siguen robando desde las altas esferas y limitan y escupen a su vez sobre otros derechos más fundamentales como el trabajo, la vivienda, la sanidad y la justicia, es cuando se exige una actitud que sufrague estas medidas de empeoramiento vital a las que nos humillan como ciudadanos. Una de estas tentativas innovadoras que auxilian proyectos culturales de toda índole es el conocido como el ‘crowdfunding’. O lo que es lo mismo, una financiación colectiva que ayude a sacar adelante objetivos de todo tipo.
Una de estas iniciativas emprendedoras es el documental ‘160 metros: una historia del rock en Bizkaia’, un trabajo que espera poder materializarse gracias a esta iniciativa y que será dirigido por Álvaro Fierro (de las revistas ‘Mondo Sonoro’ y ‘Ruta 66’) y Joseba Gorordo (director de los documentales ‘La Otxoa, sin complejos’ y ‘Zu Zara Nagusia’) en asociación con la WebTV StereoZona. Para ello han acudido a esta forma de micro-mecenazgo o ‘crowdfunding’ en su propósito de narrar la transformación urbana que tuvo lugar en los años 90 en ambos márgenes de la ría de Bilbao desde el punto de vista del rock. El título hace referencia a la distancia que separa ambas márgenes, con el Puente Colgante como testigo (in)móvil y mudo, remarcando las diferencias sociológicas y económicas que se materializaron, en un contexto de desindustrialización y de construcción del Museo Guggenheim, en dos escenas de rock diferentes y hasta dos formas de ver la vida. La de la margen izquierda con un corte más punk y social (Eskorbuto, Parabellum, Zarama, etc.) y la de la derecha, con lo que se denominó Getxo Sound, con un carácter más hedonista y global (El Inquilino Comunista, Los Clavos, Lord Sickness, etc.).
El ‘crowdfunding’ lleva en marcha desde el 1 de diciembre de 2012 y tiene más de 70 partners que han aportado casi 2.000 euros del total que precisa para que la financiación de este viaje musical y cultural que se autodefine como una combinación de revival y actualidad se lleve a cabo. Toda persona, entidad o marca que cofinancie la idea recibirá una retribución o recompensa (aparecer en los créditos, copia en HD de la película, invitación al estreno, figurar como productor asociado, etc.). StereoZona.com es una plataforma WebTV musical, que lleva más de cinco años documentando en vídeo y texto la escena musical del País Vasco, dando oportunidades y visibilizando los grupos emergentes e iniciativas interesantes que por sus características no tienen cabida en medios generalistas.
Si quieres aportar algo, aunque sea lo mínimo, puedes hacerlo de forma sencilla aquí.
El docuweb, contará con contenidos ampliados: conciertos de la época, metraje inédito y entrevistas extendidas que tiene como objetivo se estreno a mediados de 2013 en Internet.

jueves, 13 de diciembre de 2012

‘8’, un cortometraje de Raúl Cerezo

Oscuros rituales familiares
En su segundo y anterior cortometraje, ‘Escarnio’, el cortometrajista Raúl Cerezo apostó por un texto ajeno, materializado en la adaptación del cuento ‘La gallina degollada’, de Horacio Quiroga. En aquél, el realizador incidía en una oscura fábula de marcada subversión, diabólica y cruel, que tenía como fondo del relato la violencia, la familia, el rechazo, la humillación y el desconsuelo. Su último cortometraje ‘8’, multipremiado y profusamente nominado (ha acumulado momentáneamente 155 selecciones) y fue preseleccionado en la lista para los aspirantes a los Oscars, que aunque no consiguiera pasar la criba, optará al Méliès d’Or al Mejor Cortometraje Fantástico Europeo al lograr el Méliès d’Argent en el Razor Reel Fantastic Festival de Brujas, incide, de un modo mucho más tangencial, en esos mismos elementos con un objetivo común: la venganza. Un desagravio que, aunque de forma ambivalente, pertenece al nutriente argumental de ambos relatos.
‘8’ es, como se autodetermina, un ‘musicortometraje’ (‘Escarnio’ ya era un ‘cuentometraje’), debido a la aventurada decisión de su autor de asumir un riesgo cinematográfico que huye de cualquier diálogo, sin recurrir a ninguna voz en off, apoyándose únicamente en la imagen, el elenco artístico y, sobre todo, en la música, haciendo de estos los dispositivos narrativos de los que Cerezo saber sacar partido con una gran resolución visual. En él descubrimos a un niño que cumple la edad que da título al corto, flanqueado por una cohorte de familiares que acude a la celebración envuelta en la excentricidad y el misterio de un ritual que esconde un secreto familiar que pretenden destruir. Es a su vez una visión de la pérdida de la inocencia de la infancia, cuya violencia adulta permanece asumida e integrada en un relato iniciático tan cruel como irrevocable.
Se forja así una lograda atmósfera de incomodidad espectral, con gran protagonismo de una persistente niebla erigida como una protagonista más de la acción, que incluso se inmiscuye en los interiores, doblegando las brumas morales que afectan a sus personajes y los convierten en pérfidos vengadores contra un elemento diluido que va corporeizando la maldad a lo largo del metraje, a través de la sutileza con la que Cerezo va mostrando la verdadera naturaleza de su historia. La trama encuentra a su vez una expresión fisonómica en la sucesión de miradas y lentas maniobras de un elenco que está a la altura del reto silencioso del trabajo, sumiendo el proceso bajo una teatralidad soterrada que solicita la complicidad con el público, que deja de ser un observador para convertirse en cómplice del tenebroso protocolo.
En ‘8’ se manifiesta una doble historia, la de un padre regresando al cumpleaños de su hijo pequeño y la del interior de una casa convertida en un oscuro escenario de nigromancia familiar que expone un ejercicio de estilo que le permite a su director experimentar diversas formas de acercarse al arte fílmico, despojando de eventualidad a la historia, haciendo de ella un oscuro cuento atemporal. Hay que señalar a su vez un montaje que se adecua a los movimientos narrativos y unos efectos especiales, que corren a cargo del mítico Colin Arthur, al servicio de la historia. Pero si hay dos disciplinas en la que ‘8’ mantiene un alto nivel y que lo alzan como una fascinante obra de cámara son la ornamentada y malévola música de Voro García, capaz de envolver la acción con sus resonantes notas, que auxilian todo ese entramado de ‘tempo’ imprevisible en el que se mueve constantemente el corto y la cuidadosa estética visual, a la que pone luz el director de fotografía Nacho Aguilar, con un impecable acabado visual que identifica el lucimiento estético de la obra, atendiendo a la reminiscencia cinéfila del espectador, pues contextualiza una nostalgia afín a películas clásicas de los años 80, pero sin incidir en exceso en homenajes o referencias (que las hay), teniendo presente esta condición en su vocación artística.
Estamos ante una pequeña obra visceral, un juego maléfico que termina con una incógnita mucho mayor que todo lo propuesto, llevándola a sus últimas consecuencias, atributo que apuntala la gratificante elección por el riesgo de encauzar el corto hacia un cariz oscuro, desplegado en los confines del terror para hacer finalmente del compromiso con el género la gran virtud de ‘8’. Un trabajo de composición minuciosa y exhaustiva que encuentra el mejor ejemplo de esta cualidad en un cuidado ‘making of’ que dura nada menos que sesenta minutos, en los que el equipo relata todas las vicisitudes del rodaje en todas sus fases y que define muy bien la atracción de su director por el detalle casi obsesivo por certificar sus propósitos.
Basta echarle un vistazo al DVD para comprobarlo; además de anteriores trabajos como director de Cerezo y profuso material relacionado con ‘8’, encontramos un hueco para descubrir la gran labor pretérita y presente que este realizador está haciendo por el mundo del cortometraje, dirigiendo festivales y muestras avocadas a engrandecer los mejores proyectos nacionales e internacionales cortometrajísticos, siempre en lucha por dar cabida a un género que necesita de la ardua labor de gente como Cerezo para poder subsistir.

martes, 4 de diciembre de 2012

Review 'Holy Motoros (Holy Motors)', de Leos Carax

La metamorfosis de lo real y de lo ficticio
Con esta obra radicalmente distinta, críptica e hipnótica, Carax busca provocar reacciones, impulsar su discurso metalingüístico más allá de los ojos del que mira, llevándolo al límite.
Hacía trece años que Leos Carax no estrenaba un largometraje. Desde que en 1999 lo hiciera con ‘Pola X’, tan sólo había filmado uno de los episodios del filme colectivo ‘Tokyo’ con una pieza que ya avanzaba los objetivos de este nuevo filme y ‘42 One Dream Rush’, cuarenta y dos cortos de cuarenta y dos segundos dirigidos por algunos de los nombres más trascendentes del mundo del cine. Como viene siendo habitual en él, la normalidad parece ser un obstáculo en su condición de entender el arte. Para Carax la noción obsoleta de una realidad objetiva es sustituida y reinterpretada por la magia del cine y la contravención de los formalismos. Y en esta línea sigue esta locura fantástica llamada ‘Holy Motors’.
Una platea repleta de espectadores duerme ante el sonido de unos pasos de alguien que abre una puerta, se lamenta y seguidamente escuchamos un disparo que encadena con la resonancia de un barco, las gaviotas, las olas, el mar… El propio ‘enfant terrible’ del cine francés despierta de un sueño para abrir con una especie de llave adaptada a su dedo una puerta fantástica sobre una pared con un bosque dibujado sobre el papel. Una vez dentro, un corredor le lleva directamente a ese enorme cine lleno de gente aletargada ante la pantalla. Por uno de sus pasillos corretea un bebé desnudo, al que sigue un enorme perro que transita lentamente por la alfombra del patio de butacas mientras Carax echa un vistazo a la proyección. Es el umbral de todo lo enigmático y surrealista que está por venir y que aludirá a territorios comunes de Cocteau, Franju, Demy, Buñuel, Godard o Lynch.
‘Holy Motors’ muestra un juego de máscaras como símbolo posmoderno, exponiendo bajo su feísmo y transgresión un discurso de necesidad de cambio, como una metáfora de la crisis social que estamos viviendo, también en el arte, de su sordidez y miseria estructural, de la escasez y la necesidad que pide a gritos una metamorfosis radical, como las vidas que interpreta ese actor que recorre la ciudad en una limousine-camerino, ‘monsieur’ Oscar. Un hombre que se enmascara una y otra vez en el transcurso de un día, ejerciendo su laborioso trabajo de transformación en diversos personajes, concediéndoles una identidad mediante otra representación del otro “yo” de una persona que es un personaje, de la apariencia frente a lo real. Nos sumergimos, a través de un vehículo que es también el propio Oscar, en la piel una anciana vagabunda, un freak desagradable que sale de las cloacas para comer flores de un cementerio donde secuestra a una modelo para componer una obra pictórica ataviándola con un burka en cuyo regazo reposar con una erección. Pasando por un asesino a sueldo que se mata a sí mismo, un octogenario moribundo que comparte el último instante de vida con su sobrina, un padre de familia resentido por lo “impopular” de su hija o la gran escena del filme, aquélla en la que encuentra a un antiguo amor con el que conversa sobre el pasado y el presente en los antiguos almacenes Samaritaine, lugar desde el que se reconoce el Pont-Neuf.
Resulta complejo definir este trayecto sin principio ni final, transmutado en experiencia a través del espacio cinematográfico, geográfico y psíquico de un cineasta que parece no temer la exposición de su obra y lanzarla a los riesgos estéticos y argumentales definitorios de un cineasta kamikaze. Su poder de abstracción e intertextualidad parecen ser el modelo preexistente en las narraciones en las que cada espectador pueda interpretar sus piezas.
El cine es concebido como una mitología pagana que acerca al actor y al espectador a la vida real desde una ficción mostrada como paisaje onírico. Carax busca provocar reacciones, impulsar su discurso metalingüístico más allá de los ojos del que mira, llevándolo al límite, sin que importe lo bizarro que pueda llegar a ser el hecho de sustraerse a la teatralidad de los conceptos enrevesados que convergen en esta oda sobre la identidad, la vida, la muerte o la mutación tecnológica del arte hacia algo imperceptible.
Tanto la realidad como la voluntad se retuercen entre lo multiforme o cambiante y una concepción del lenguaje que no se supedita a los conceptos que hacen de él un instrumento fascinante para reflejar la narración convencional. ‘Holy Motors’ es experimentación y liberación de una reencarnación que es síntoma de simbologías apocalípticas y trágicas, donde la vida es espectáculo y todo el mundo es un escenario. Aquí el cine es un lugar donde lo real se mezcla y confunde con la ficción. La concepción clásica del cine se ha esfumado dejando paso a una serie de ‘performances’ de actores frustrados que interpretan papeles porque el medio no es como antes y las cámaras han desaparecido.
Una cinta que propone el incómodo autorretrato de Carax, que encuentra en un poderoso actor camaleónico e inconmensurable como Denis Lavant su necesario Lon Chaney comprometido con la permuta física en esta búsqueda de la esencia fílmica dentro de las formas cambiantes que subyacen en el relato. Estamos ante una obra radicalmente distinta, críptica e hipnótica, que se establece como narración vivida y filmada al límite. Una hermética carta de amor al lenguaje cinematográfico y a sus géneros filmada con maestría en un París tan fantasmagórico como mágico.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2012

lunes, 26 de noviembre de 2012

Nos dejan Tony Leblanc y José Luis Borau

1922-2012
Ha sido un fin de semana de despedidas dentro del cine español. Uno de esos trances aciagos que cumplen esa pérfida ley no escrita que dicta que tras la muerte de un querido miembro de la familia de la farándula vienen otros fallecimientos que se suceden en una negra estela de desapariciones. La muerte de Ignacio Fernández Sanchez, más conocido por el mundo del cine como Tony Leblanc se produjo unas horas después de que José Luis Borau, otro de los directores más admirados del séptimo arte patrio, nos abandonara para siempre.
Siempre se cuenta que Leblanc trabajó desde muy pequeño como ascensorista en el Museo del Prado, donde su padre ejercía de conserje o que fue un gran bailador de claqué, destacando en su biografía su versatilidad como actor a la vez que se llegó a proclamar campeón de los pesos ligeros amateurs en Castilla como boxeador. Auspiciado por compañías actorales de la época como la Celia Gámez y la de Nati Mistral, Leblanc ha sido historia viva dentro de la interpretación, dando vida a galanes o a estafadores de poca monta, a vividores simpáticos y a remotos personajes televisivos como Cristobalito Gazmoño. Su vis cómica se anticipaba a su talento todoterreno que cedió protagonismo al humorista antes que al actor dramático. ‘El Tigre de Chamberí’, ‘Sabían demasiado’, ‘Muchachas de azul’, ‘Historias de la televisión’, ‘091 Policía al habla’, ‘Las chicas de la Cruz Roja’, ‘El astronauta’ y, sobre todo, ‘Los Tramposos’, dirigida por Pedro Lazaga y protagonizado por Leblanc, Antonio Ozores, Manolo Gómez Bur, José Luis López Vázquez y la que fuera pareja artística en la pantalla, la actriz Concha Velasco, son sólo algunos ejemplos de esa versatilidad. En el 75 se retiraría y años después sufriría un accidente de tráfico que estuvo a punto de matarle. No obstante, Santiago Segura le devolvería a la gran pantalla con la saga de ‘Torrente’, resurrección artística y soplo de vida que reavivó su estrella. Aquel hombre que aceptó el reto de aparecer haciendo algo inaudito y “nunca visto antes en televisión” que salió al Florida Park, peló una manzana, se la comió y desapareció delante de un atónito José María Íñigo. Escritor y cómico, el gran hombre nos ha dejado con la suerte de tener su legado artístico con el que poder seguir disfrutando de su excelencia.
1929-2012
Por su parte, Borau debutó con ‘Brandy’, un western de 1963 con guión de José Mallorquí, autor de ‘Coyote’ y uno de los referentes de la literatura popular española de los años 60, a la que seguiría ‘Crimen de doble filo’ un ‘thriller’ policíaco sobre un pianista que presencia un asesinato y comienza a ser acosado telefónicamente. Dos muestras de la inquietud contracorriente de un director avocado a convertirse en un ‘outsider’ de la época, sumando a su vez su función de productor independiente. Borau fue un cineasta complejo, capaz de experimentar y trabajar en el oficio desde los márgenes, inflexible cuando se trataba de caer en la complacencia. De ahí que la pericia como realizador se muestre con contundencia en ‘Hay que matar a B’, otra película que hoy en día nada tiene que envidiar a los clásicos americanos de serie B del género. La caza furtiva como forma de abigeato, como metáfora de clandestinidad y represión, hicieron de ‘Furtivos’ uno de los paradigmas de la crítica al franquismo y su más redonda obra maestra. Un título que simboliza la grandeza del cine español y el punto álgido de su carrera. Pese a los constantes vaivenes de crisis de nuestro cine, Borau se aferró a la idea del riesgo, como creencia que nunca abandonó en su filmografía, con coproduciones internacionales como ‘La Sabina’, ‘Río abajo’, rodada en Estados Unidos y que fue un fracaso y ‘Tata mía’, que tampoco logró satisfacer las exigencias de crítica y público. El cineasta aragonés, volvería años más tarde a demostrar la magnificencia de un autor único e intransferible con prodigios como ‘Niño nadie’ y ‘Leo’, singulares y desconcertantes cintas que reflejaron que la veteranía nunca fue un obstáculo para perpetuar ese combinación de destreza artística de libertad con la huella personal, de espíritu iconoclasta y verdadero. Así era Borau.
Nos vamos quedando sin figuras míticas, sin la esencia y raigambre de aquellos nombres que hicieron del cine español una cuna de obras imperecederas y que dejan el recuerdo de su grandeza en forma de película a las que acudir para lamentarse de que un día el cine estaba bien considerado en nuestro país. Ellos deben ser nuestros modelos para evitar que, ante el empeño de algunos que así lo desean, el cine español siga adelante.
D.E.P ambos.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Review '007: Operación Skyfall (Skyfall)', de Sam Mendes

La reconstrucción y perpetuación del mito
Sam Mendes profundiza con elegancia y pulso en los miedos y defectos de un James Bond vulnerable y envejecido a través de una historia fundamentada en el juego de contrastes entre el pasado y presente.
‘Casino Royale’ supuso una ruptura con el mito de James Bond, una desmitificación y renovación que, más allá de cualquier simbología con el ‘reboot’, cuestionó con acierto la representación de ese héroe exquisito, encantador e irremediablemente atractivo. El Bond al que da vida con una convicción fuera de toda duda Daniel Craig ha pasado a ser un hombre acerbo y obstinado, tan visceral como descreído y despiadado con las misiones que acomete.
La resurrección continuista había dado con la clave para vivificar una serie que parecía haber entrado en un bucle de cuestionamientos y circunlocuciones con un fondo realista del icono creado por Ian Fleming, sin renunciar a una delineada fisicidad hemostática y dinamismo dosificado del personaje. Si bien ‘Quatum of solace’ desperdició la tentativa con su falso artificio sometido a la acción hiperbolizada de incertidumbre argumental y carencias de profundización que se le exigía a esa rehabilitación, parece que ‘Skyfall’ quiere retomar el rumbo de esta nueva línea de un sugestivo 007 coincidiendo con su 50 aniversario y que supone la vigésimo tercera cinta de la saga.
‘Skyfall’ arranca con un listón de acción que evidencia la esencia de lo que será esta parte de la saga, donde el espectador asiste a una frenética persecución por los tejados y las calles de Estambul, una montaña rusa de acrobacias acometida con ejercitada coreografía visual. Desde su comienzo, asistimos a la hipotética muerte del agente cuando M insiste en arriesgarse a sacrificar a su mejor hombre por un bien mayor: una lista de agentes infiltrados en las mayores agrupaciones terroristas internacionales, algo que recuerda con bastantes analogías a la lista NOC (Non-official cover) del primer ‘Mission: Impossible’ de De Palma y motor fundamental del filme.
Los créditos diseñados por Daniel Kleinman envuelven e insinúan la materia de la que va a nutrirse la cinta de Sam Mendes, un caleidoscopio de las lápidas, imágenes de muerte y sangre girando en espirales o contornos femeninos sugerentes al son de una canción de Adele queriendo convertirse en la nueva Shirley Bassey ponen al espectador entre el paradisiaco entorno en el que Bond sucumbe a una vida de vicios una vez desaparecidos y la grave situación de crisis que sufre el MI6, cuyo emblemático edificio es foco de un atentado que arrastra a M a la inquisición de un órgano en el que deberá defender su alterado estatus y las decisiones de sus operaciones dentro del centro inteligencia.
El regreso de Bond se convierte en algo personal, en un deber movido por la lealtad y la supervivencia. Desde el comienzo, Bond asume que no es más que un instrumento para combatir el mal, supeditado a un superior al que, en el fondo, le debe todo. Se muestra así el componente esencial de un individuo que, pese a su heroicidad y carisma, despliega un fondo de compasión. ‘Skyfall’ gira en torno a un Bond falible y vulnerable, cuestionándose su inapelable heroísmo, cansado y desencantado con su trabajo y con la sensación de ser un agente arcaico, casi anacrónico, para los nuevos tiempos, como sucedía en las últimas novelas de Fleming, abriendo un nuevo frente para enfrentarse a su culpa y ambivalencia. Es ésa profundización en los miedos y defectos de Bond, la debilidad que va mostrando en sus misiones, lo que más destaca en el guión de Neal Purvis, Robert Wade y John Logan, entroncando el modelo esperado con una oportunidad de explorar el personaje más allá del formulismo, pero sin perder el ritmo, la acción y evitando que el público se anticipe a cada movimiento argumental. Una sutil complejidad emocional capaz de dejar a Bond a un lado para dar preeminencia a la figura de M (de nuevo corporeizada por la estupendísima Judi Dench), que no asume su responsabilidad en los fracasos del MI6 evidencia un cambio considerable.
Dentro del discurso, si algo se subraya desde el primer momento y que será el eje sobre el que orbita constantemente el filme, es su juego de contrastes entre el pasado y presente. M afirma en la película que sus métodos funcionan porque los enemigos del mundo se han movido entre las sombras, es la representación de la vieja escuela geopolítica en contraposición de Mallory (Ralph Fiennes), que ejerce de impoluto presidente de la comisión del servicio de inteligencia dentro del Parlamento y relevo a esa vetusta defensa ideológica de organizaciones como el MI6 o la CIA. También en la improbable secuencia de la National Gallery que presenta a un remodelado Q (Ben Whishaw), más joven y ‘geek’, ajustado a los tiempos que corren, Bond acierta a rebatir a su joven compañero exhortándole que a pesar de que la edad no sea una garantía, la juventud tampoco lo es en cuanto a innovación. Parece que el discurso, en ese sentido, responde a los propósitos de balance entre lo viejo y lo nuevo, por mucho que se enfatice con algunas pinceladas la situación de crisis mundial, la hipocresía política y la incertidumbre quebrantada por los nuevos tiempos que se avecinan.
Por otra parte, el villano, Raoul Silva, es un ‘hacker’ sexualmente ambiguo capaz de poner en jaque a cualquier institución o poder gubernamental que se le antoje con un solo ‘clic’. De ahí que se le haya comparado con Julian Assange, debido a que ambos suponen una amenaza contra la seguridad de los servicios de inteligencia al publicar información confidencial del gobierno a través de Internet. Es el enfrentamiento por parte de Bond a un nuevo modelo de villano actualizado. Él, sin embargo, parece moverse como un agente de campo chapado a la antigua que ironiza en una secuencia de amenaza y seducción por parte de un Javier Bardem que borda un personaje entre lo inquietante y patético, lo perverso y caricaturesco, asustando con una caracterización lograda con la habitual destreza de un intérprete de altos vuelos.
Mendes, por su parte impone en todo momento el clasicismo y elegancia innegable que se le esperaba, exhibiendo un respeto por el legado en su afán por recuperar, dentro de la novedad, guiños a la raigambre más conocida del personaje. No faltan por tanto, una amante exótica hermosa llamada Sévérine (Bérénice Marlohe), que es víctima parte y femme fatale, un plano con martini y vodka “agitado, no revuelto” e incluso la aparición del Aston Martin DB5. Además del clásico de Monty Norman sonando más que en otras entregas recientes.
La excusa ideal para que 007 regrese a sus orígenes, brindando una visión revisionista, pero innovadora. Con ello, Bond viaja al pasado, al lugar de su infancia, de sus recuerdos ocultos, a los orígenes más remotos, insuflando una nueva perspectiva a lo que ha venido siendo la clave de la pugna entre héroe y villano, en una doble disposición de la influencia fuertemente maternal que ejerce M sobre su agente predilecto y a su vez sobre el malvado ‘hacker’, que no es más que un ex agente del MI6 en busca de venganza. Sin embargo, lo que debería ser una épica confrontación entre Caín y Abel, la resolución del complejo edípico entre ambos, la estratosférica pugna entre este par de cachorros hermanados por un mismo objetivo que se muerden en el camino, necesitados de una madre que pueda perdonar sus errores y salvaguardar su redención, desluce lo erigido con una absurda linealidad que cae en la más tremenda decepción.
Incluso el maestro Roger Deakins, brillante en la creación de una estética cambiante a juego con los movimientos de Bond, decae en una operística cromática de colores mostaza producto de una explosión incandescente e interminable que irradia su belleza fotográfica a varios kilómetros de distancia y que ejemplifican un tramo final que termina por difundir la contundencia exhibida en la relativización de sus conclusiones con gran torpeza, echando por tierra todo lo acometido hasta el momento, incluyendo ese imposible giro que transforma de un plumazo a una agente secreto de campo (Naomie Harris) en una secretaria archiconocida de la saga.
Pese a todo, los logros de ‘Skyfall’ definen una cinta que evidencia que estamos ante otro soplo de aire fresco que entronca el mito de Bond dentro de su elocuencia e ingenio, del vibrante y trepidante manejo de la acción, que pone a prueba de bombas a un personaje ahora reconstruido y persuasivamente reinstalado en otros conceptos modernizados de espía al servicio de Su Majestad. Con ello, James Bond tiene vía libre para continuar siendo tan lucrativo y rentable como siempre. La resurrección del mito es un hecho fehaciente. Y que dure por muchos años.
Miguel Á. Refoyo "Refo" © 2012

lunes, 19 de noviembre de 2012

'Kane', una genial obra incandescente de Paul Grist

A pesar de pertenecer a los años 90, ‘Kane’, una de las obras más reconocidas de su autor, el británico Paul Grist, continúa considerándose como uno de esos referentes a redescubrir en el ámbito del cómic que logró aunar reconocimiento de crítica y público y arrasar en nominaciones y premios dentro de los mejores certámenes del ámbito del cómic (Eisner, Eagle, Professional Comic Awards…). Parece que el tiempo no pasa para un creador que imprimió en esta obra su impronta alejada de todo tipo de convencionalismos, ilustrando y guionizando con personalidad absoluta un complejo juego con la morfología de la narración. ‘Kane’ es una modélica obra donde su grandeza de detallismo se esconde en la sencillez de un trazo que cautiva al lector desde el primer momento, estudiado desde un fin artístico y exteriorizado en la distribución de las viñetas y los contundentes dibujos.
Ubicada en el género policiaco, desde una disposición orientada a sacar partido a las posibilidades del medio tebeístico, Grist construyó una narrativa a través del arte y diseños innovadores que logró impulsar a través de las emociones y las tramas de sus dibujos, con un blanco y negro sin matices, forjando sus virtudes mediante el uso de la página y el espacio en blanco. Su historia se sitúa en el departamento de policía 39 de Nuevo Edén, una ciudad que fuera un paraíso que evocara su nombre, pero que, como todo en este mundo, ha acabado pervirtiéndose y embruteciéndose. El detective Kane regresa al servicio cuestionado por sus compañeros tras una suspensión de medio año después de matar en defensa propia a su ex compañero, Dennis Harvey, al que iba a arrestar por un tema de corrupción. Por si fuera poco, le acaban de asignar a una nueva compañera de fatigas, Kate Felix, junto a la que intentará dar caza al gran capo mafioso de la ciudad, el oscuro Oscar Darke.
Lo que caracteriza a ese Nuevo Edén es que se configura como una orbe delineada dentro de una moral desordenada y confusa, ideal como sustancia de dramas internos y humanizadores, donde Felix, pese a su creencia en la justicia y el honor, nunca ejerce como la voz de la razón ante Kane o el villano puede resultar muy cruel a la vez que humano y piadoso. El cómic amplia su profundidad con ‘flashbacks’ ciertamente solemnes, añadiendo una modélica diversidad de puntos de vista integrados como parte de la narrativa más allá de la intención del autor, sin recurrir a un solo diálogo en algunos de sus capítulos, asumiendo alteraciones argumentales deliberadas para alcanzar el realismo necesario tanto en la rutina policial como en las espectaculares persecuciones. A Grist le encanta salpicar sus viñetas con frases de ambigüedad y dobles sentidos para que el lector intuya que la criminalidad y la defensa de la ley encubren dudosas motivaciones. ‘Kane’ no necesita circunloquios ni explicaciones visuales para dar entender qué está pasando, tampoco inferir con recalcados en ese fondo metafórico alusivo a la Biblia o a la hora de referenciar y aportar ofrendas o parodias a estereotipos del género.
No es necesario que surjan nombres como David Lapham o Frank Miller a la hora buscar comparativas en sus reminiscencias del ‘noir’, enfundadas en la ironía que no deja vislumbrar esa pesadumbre que mantienen todos los personajes de la historia, permitiéndose incluso acercarse a la parodia. Por tanto, ‘Kane’ es una impredecible y enérgica obra, capaz de articular un lenguaje idiosincrático que expone del mismo modo las hazañas de este peculiar agente de la ley a la vez que las de un improbable Sr. Flopssie Whopssie, un ladrón disfrazado de conejo que no soporta que le comparen con Bugs Bunny. Se trata de un cómic policial extraordinario, una cumbre en su género que rezuma libertad por todos sus flancos con su sorprendente y fascinante habilidad dentro de un medio entregado a la mecánica visual con grandes planos generales únicos y habilidosas fragmentaciones llenas de matices.
Una genialidad que no hay que perderse.

viernes, 9 de noviembre de 2012

'It's alright', de Call Me John: el videoclip

Continuando el post anterior, en la noche de ayer tuvo lugar la presentación del videoclip ‘It’s alright’, de Call Me John. El mítico Bar Ciao se llenó de amigos y gente con ganas de divertirse con este estreno que fue acompañado con un estupendo concierto acústico que se marcó un grupo destinado a hacer grandes cosas en el mundo de la música. Tocaron temas inéditos, bebimos cerveza, reímos, desfasamos, vimos el vídeo varias veces y la fraternidad se consolidó en una perfecta consumación de esos factores que convierten la diversión nocturna en algo mítico. Incluso me permití el dudoso lujo de acompañarles al micrófono cuando cantaron la canción del videoclip tras una encerrona que me fue devuelta de esta forma tan maravillosa.
Fue una noche para el recuerdo, aunque parte de ella, se diluyera con los efluvios de la felicidad y la cerveza. La diversión, ese término clave que circunscribe el espíritu libre del videoclip, fue la protagonista de esta velada memorable en la que el genial Ángel Zamanillo “Zama” hizo que esta presentación fuera posible con su generosidad eterna. Tanto los miembros del grupo, Luis, Luzia, Mario, Manu y Jose como yo mismo agradecemos a toda esa gente que se acercó a compartir este acontecimiento con nosotros, así como a los que han participado en el proceso creativo del videoclip y también los que habéis dado muestras de apoyo a través de las redes sociales.
Sin más… aquí os dejo el resultado de todo esto. Disfrutadlo y compartirlo.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Mi primer videoclip: 'It's alright', de Call Me John

Desde siempre he querido dirigir un videoclip. Para alguien que adora el medio audiovisual y se mete en este tipo de aventura de riesgo que es dirigir es una deuda que hay que saldar antes o después. Sobre todo si la música también forma parte de la filia constante y nutre tanto la creatividad como el desafío formativo. Me había encontrado con bandas de diversos estilos y géneros que me habían preguntado de vez en cuando si me apetecía que dirigiera algún videoclip para ellos. No se encontró ni el momento ni la conciliación para llevarlo a cabo. En ocasiones, porque no me identificaba con la esencia del grupo en concreto o no reunían la calidad suficiente para embarcarme en el proyecto y en otras, simplemente, por imposibilidad de fechas o diversas circunstancias.
A los chicos de Call Me John los conocía hace tiempo, de compartir cervezas, partidas de futbolín y charlas de todo tipo de las noches comunes en ese templo de la diversión y la dipsomanía lúdica salmantina que representa el bienquerido Bar Paniagua, local al que llevo yendo desde hace más de dos décadas. El conocimiento de su grupo llegó de forma posterior. Viven en Salamanca porque han estudiado en la universidad; tres de ellos medicina, otro farmacia y el último ciencias económicas. Luis, Luzia, Mario y Jose son portugueses. Manu, de Logroño. Se conocieron a través de la música y decidieron formar uno de los conjuntos más prometedores del panorama musical nacional. Es así de simple. Son todos muy majos y entrañables. Se hacen querer casi de inmediato. La empatía estaba establecida.
Sin embargo, cuando escuché su primer (y hasta el momento único) disco ‘Little Show’, quedé enganchado al estilo diverso de la banda. No es extraño que fuera designado como mejor LP de 2011 en Castilla-León por la conocida revista MondoSonoro. Un grupo circunscrito al rock alternativo, que podría incluirse al mal delimitado estilo llamado garaje rock y que suena creando adicción. Su música se mueve entre sonidos ‘lo-fi’ muy frescos y desbordantes de energía con una fusión y mezcla de cadencias, cambios de tiempos, tonalidades y acordes, como muestra de una música fresca y directa, con letras llenas de contenido vital. Pero si por algo se caracterizan es por ofrecer unos increíbles y potentes shows en directo, donde despliegan la esencia de un grupo con un futuro más que prometedor.
Cuando me dijeron que si quería hacer un video con ellos, no lo dudé ni un instante. Acepté de inmediato, sabiendo que podíamos crear algo muy divertido y atrevido. Al menos, tanto como sus canciones. Tras varios encuentros que acabaron en profusión de cerveza, conocimiento mutuo y que aprovechamos para forjar una sólida amistad, fuimos delimitando, primero la canción que rodaríamos y segundo un ‘brain storming’ de concepciones locas y enfurecidas sobre lo que describir y narrar en la minúscula historia de fondo de ese ‘It’s alright’ seleccionado, una canción que apenas llega a los dos minutos de duración. El espacio de rodaje sería un regalo caído del cielo y cúmulo de providencias, ya que, precisamente, el escenario sería el bar Paniagua, junto a amigos y clientes habituales que aceptaron sucumbir a la dirección de este enloquecido servidor. “¿Y de qué irá el video?”, me preguntaron en varias ocasiones. “Muy fácil”, contesté, “una sola palabra: DIVERSIÓN”.
El rodaje de la pieza musical tuvo lugar el pasado mes de julio, logrando congregar a multitud de personas que participaron en el clip. Y eso hicimos. Divertirnos. A la vez que íbamos metiéndonos dentro de la tónica propia de la fiesta nocturna local, conferimos al espíritu de la grabación todo aquello que se hace cuando uno disfruta y se lo pasa como nunca. Puedo asegurar que jamás había disfrutado, me había reído y había bebido tanta cerveza trabajando en un proyecto audiovisual. El enfoque lúdico tan arraigado a las noches salvajes de esta ciudad tienen su punto de encuentro en un ambiente de fiesta que se transmite desde dentro y desde fuera de un videoclip que contó con un equipo técnico en el que destaca mi amigo del alma y hermano, el gran cineasta Iván Sáinz-Pardo, que vino desde Munich a no perderse el evento y currar hombro con hombro y echar una mano y el fotógrafo charro Hernán Martín (presidente de AFOSAL y responsable de la foto fija y making of de ‘3665’), que tampoco quiso perderse la oportunidad de participar en él.
La espera ha acabado. Hoy se presenta ‘It’s alright’. Y lo hace en otro clásico de la noche salmantina, el Bar Ciao (Calle Consuelo, 6), arropados por el gran Zama, a partir de las 21:30, donde además de tener lugar la presentación de este trabajo, Call Me John brindará un espectacular concierto acústico a los asistentes de la presentación de este su nuevo videoclip. La entrada será libre hasta completar aforo.
Estamos seguros de que lo vamos a petar… ¿A qué esperáis? ¿Os lo vais a perder?